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La luz cruda de Edward Hopper
La poética del pintor estadounidense no se explica sin su luz, particularmente osada porque abandona el tradicional claroscuro y construye el cuadro con contrastes valientes pero eficaces.

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'Mediodía' (1949) de Edward Hopper.

Juan Bosco Díaz-Urmeneta
01 Septiembre, 2020 - 06:01h


Estudió con avidez pintura y cruzó tres veces el Atlántico para ver de cerca la obra de los artistas europeos. París centra su atención (en especial Courbet y Manet) pero visita otras ciudades, entre ellas Madrid y Toledo. Pese a su decidida aplicación, Edward Hopper (Nyack, 1882-Nueva York, 1967) tuvo que esperar mucho tiempo para ser reconocido. Al menos hasta 1921 la crítica no le dedica tiempo ni páginas. Hopper siguió pintando en silencio, ganándose la vida como ilustrador para periódicos y agencias publicitarias. Ese trabajo no fue estéril. Lo llevó a experimentar con el grabado y una muestra de grabados y acuarelas en la galería Rehn despierta la atención de crítica, público y de Gertrud Vanderbilt Whitney que incorpora algunas de sus obras a la colección de pintura americana que años más tarde se convertirá en el Whitney Museum. El primer texto sobre Hopper brota de esta colección. Es de 1929. Contaba 47 años. La espera había sido larga.

Algunos años después el MOMA, recién fundado, acepta la cesión por un coleccionista de un cuadro suyo, Casa junto al ferrocarril (1925). Es un interesante ejercicio de perspectiva pero sobre todo un paisaje paradójico: en un espacio desértico se levanta una casa, solemne y cerrada, junto a la vía del tren. La vía de comunicación, el ferrocarril, se une al retraimiento del edificio. Alfred Hitchcock tomó esa casa como pauta para la siniestra mansión de los Bates.

'Casa junto al ferrocarril' (1925).

'Casa junto al ferrocarril' (1925).

Esta simultaneidad entre comunicación y retraimiento es una clave de la poética de Hopper. De los aislados empleados de iluminadas gasolineras en carreteras perdidas a la no menos aislada acomodadora en un espacio público, un cine (cuadro que impresionó vivamente a André Breton, recién llegado de la Francia ocupada). La crítica, a la vista de cuadros como éstos, suele llamar a Hopper pintor de la soledad. La palabra es, como todas las abstractas, peligrosa porque oculta una realidad más sencilla pero más dura. Creo que es mejor ver en estas obras de Hopper el anonimato del individuo en la sociedad moderna. En las sociedades tradicionales el nombre identificaba al individuo, fuera por su familia, su ocupación o su estatus. La dignidad del individuo y sus derechos se salvaguardan en la sociedad y por el Estado modernos, pero a la vez, el individuo es para la Administración una ficha, para el mercado un comprador y para la empresa fuerza de trabajo. Esta quiebra entre lo público y lo privado es el filo poético de las imágenes de Hopper.

Se advierte sobre todo en sus interiores. El interior, como género artístico, nace con la burguesía. En Holanda en el XVII (Vermeer), en Francia e Inglaterra en el XVIII (Chardin, Gainsborough) y en el siglo XIX se generaliza. El interior, la vivienda, preserva el mundo privado del individuo: muestra su poder (fuertes muros, muebles sólidos) o suaviza su precariedad. Hopper pinta interiores pero los enfría: tres personas coinciden en la Recepción de un hotel (1943) -este cuadro y los demás citados pueden verse en edwardhopper.net-, una joven consulta un folleto en la Habitación de un hotel (1931), dos hombres y una mujer conversan en una oficina desierta (Reunión nocturna, 1949), una mujer espera en un cine completamente vacío (Intermedio, 1963). En la misma dirección pero con mayor dureza Habitación en Nueva York (1932): el varón se sumerge en la prensa y la mujer, de espaldas, pulsa las teclas de un piano. La frialdad de algunos de esos interiores se relaciona estrechamente con la luz. Una luz fría, a veces de neón (como las que refleja la vidriera de Automat, 1927) y otras de un sol de especial dureza, como el que inunda la Oficina de una ciudad pequeña (1953) o baña el cuerpo desnudo de una mujer (Una mujer en el sol, 1961).

'Habitación en Nueva York' (1932).

'Habitación en Nueva York' (1932).

La luz en Hopper es particularmente osada porque abandona el tradicional claroscuro, por lo que priva a la figura de la consistencia de la veladura, y al mismo tiempo no modera sus cuadros con una atmósfera que regule la luminosidad. De este modo debe construir el cuadro con contrastes valientes pero eficaces. Tal vez esa crudeza de la luz es lo que animó a Miss Whitney a considerarlo un pintor americano.

Hay aún una tercera nota en Hopper que merece la pena destacar, el erotismo. No sé si fue un modo de combatir el puritanismo de los Estados Unidos. En Mediodía (1949) una mujer, en la puerta de su casa abre el vestido como si ofreciera su cuerpo desnudo al sol. Girlie Show es un irónico strip-tease donde la stripper es su mujer, su compañera de estudios Josephine Nivison y Hopper aparece abajo, de perfil al lado de una batería.

La técnica de Hopper era audaz pero pobre. No era un buen pintor pero como dijo Greenberg, de haber sido buen pintor quizá no hubiera sido tan buen poeta.

 
La luz cruda de Edward Hopper
La poética del pintor estadounidense no se explica sin su luz, particularmente osada porque abandona el tradicional claroscuro y construye el cuadro con contrastes valientes pero eficaces.

Ver el archivo adjunto 1584486
'Mediodía' (1949) de Edward Hopper.

Juan Bosco Díaz-Urmeneta
01 Septiembre, 2020 - 06:01h


Estudió con avidez pintura y cruzó tres veces el Atlántico para ver de cerca la obra de los artistas europeos. París centra su atención (en especial Courbet y Manet) pero visita otras ciudades, entre ellas Madrid y Toledo. Pese a su decidida aplicación, Edward Hopper (Nyack, 1882-Nueva York, 1967) tuvo que esperar mucho tiempo para ser reconocido. Al menos hasta 1921 la crítica no le dedica tiempo ni páginas. Hopper siguió pintando en silencio, ganándose la vida como ilustrador para periódicos y agencias publicitarias. Ese trabajo no fue estéril. Lo llevó a experimentar con el grabado y una muestra de grabados y acuarelas en la galería Rehn despierta la atención de crítica, público y de Gertrud Vanderbilt Whitney que incorpora algunas de sus obras a la colección de pintura americana que años más tarde se convertirá en el Whitney Museum. El primer texto sobre Hopper brota de esta colección. Es de 1929. Contaba 47 años. La espera había sido larga.

Algunos años después el MOMA, recién fundado, acepta la cesión por un coleccionista de un cuadro suyo, Casa junto al ferrocarril (1925). Es un interesante ejercicio de perspectiva pero sobre todo un paisaje paradójico: en un espacio desértico se levanta una casa, solemne y cerrada, junto a la vía del tren. La vía de comunicación, el ferrocarril, se une al retraimiento del edificio. Alfred Hitchcock tomó esa casa como pauta para la siniestra mansión de los Bates.

'Casa junto al ferrocarril' (1925).'Casa junto al ferrocarril' (1925).

'Casa junto al ferrocarril' (1925).

Esta simultaneidad entre comunicación y retraimiento es una clave de la poética de Hopper. De los aislados empleados de iluminadas gasolineras en carreteras perdidas a la no menos aislada acomodadora en un espacio público, un cine (cuadro que impresionó vivamente a André Breton, recién llegado de la Francia ocupada). La crítica, a la vista de cuadros como éstos, suele llamar a Hopper pintor de la soledad. La palabra es, como todas las abstractas, peligrosa porque oculta una realidad más sencilla pero más dura. Creo que es mejor ver en estas obras de Hopper el anonimato del individuo en la sociedad moderna. En las sociedades tradicionales el nombre identificaba al individuo, fuera por su familia, su ocupación o su estatus. La dignidad del individuo y sus derechos se salvaguardan en la sociedad y por el Estado modernos, pero a la vez, el individuo es para la Administración una ficha, para el mercado un comprador y para la empresa fuerza de trabajo. Esta quiebra entre lo público y lo privado es el filo poético de las imágenes de Hopper.

Se advierte sobre todo en sus interiores. El interior, como género artístico, nace con la burguesía. En Holanda en el XVII (Vermeer), en Francia e Inglaterra en el XVIII (Chardin, Gainsborough) y en el siglo XIX se generaliza. El interior, la vivienda, preserva el mundo privado del individuo: muestra su poder (fuertes muros, muebles sólidos) o suaviza su precariedad. Hopper pinta interiores pero los enfría: tres personas coinciden en la Recepción de un hotel (1943) -este cuadro y los demás citados pueden verse en edwardhopper.net-, una joven consulta un folleto en la Habitación de un hotel (1931), dos hombres y una mujer conversan en una oficina desierta (Reunión nocturna, 1949), una mujer espera en un cine completamente vacío (Intermedio, 1963). En la misma dirección pero con mayor dureza Habitación en Nueva York (1932): el varón se sumerge en la prensa y la mujer, de espaldas, pulsa las teclas de un piano. La frialdad de algunos de esos interiores se relaciona estrechamente con la luz. Una luz fría, a veces de neón (como las que refleja la vidriera de Automat, 1927) y otras de un sol de especial dureza, como el que inunda la Oficina de una ciudad pequeña (1953) o baña el cuerpo desnudo de una mujer (Una mujer en el sol, 1961).

'Habitación en Nueva York' (1932).'Habitación en Nueva York' (1932).

'Habitación en Nueva York' (1932).

La luz en Hopper es particularmente osada porque abandona el tradicional claroscuro, por lo que priva a la figura de la consistencia de la veladura, y al mismo tiempo no modera sus cuadros con una atmósfera que regule la luminosidad. De este modo debe construir el cuadro con contrastes valientes pero eficaces. Tal vez esa crudeza de la luz es lo que animó a Miss Whitney a considerarlo un pintor americano.

Hay aún una tercera nota en Hopper que merece la pena destacar, el erotismo. No sé si fue un modo de combatir el puritanismo de los Estados Unidos. En Mediodía (1949) una mujer, en la puerta de su casa abre el vestido como si ofreciera su cuerpo desnudo al sol. Girlie Show es un irónico strip-tease donde la stripper es su mujer, su compañera de estudios Josephine Nivison y Hopper aparece abajo, de perfil al lado de una batería.

La técnica de Hopper era audaz pero pobre. No era un buen pintor pero como dijo Greenberg, de haber sido buen pintor quizá no hubiera sido tan buen poeta.

Estuve en la expo que hizo el Thyssen en 2012, impresionante, fue la mayor dedicada al pintor.
 
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AÚN EN EL MNAC
La Audiencia de Huesca confirma que las pinturas de Sijena deben volver a Aragón
Rechaza todos los argumentos planteados por las instituciones catalanas en sus recursos a la sentencia de julio de 2016 y estima que las pinturas se encuentran "en precario" en el MNAC



Foto: Las pinturas murales del monasterio de Sijena, expuestas en el MNAC, este martes. (David Brunat)


Las pinturas murales del monasterio de Sijena, expuestas en el MNAC, este martes. (David Brunat)



AUTOR
EFE
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SIJENA
GUERRA CIVIL
TRIBUNAL SUPREMO
ARAGÓN

05/10/2020



La Audiencia Provincial de Huesca ha confirmado la sentencia que condenó hace casi cuatro años a la Generalitat y al Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) a devolver las valiosas pinturas murales románicas de la Sala Capitular del Monasterio de Sijena (Huesca) al cenobio.
En su sentencia, la Audiencia rechaza todos los argumentos planteados por las instituciones catalanas en sus recursos a esta sentencia de julio de 2016 y estima, al igual que la jueza de primera instancia que juzgó el caso entonces, que las pinturas se encuentran "en precario" en el MNAC y sin título de propiedad alguno.

Además, el tribunal da validez a lo manifestado por los peritos en ese juicio, que admitieron que las pinturas pueden trasladarse sin sufrir daños, al contrario de lo que alegaban desde la parte catalana, lo que deja abierta la opción de solicitud de ejecución de la sentencia desde Aragón.

Estiman los magistrados, asimismo, que estas obras no pueden disgregarse del bien inmueble al que pertenecen, monumento nacional desde 1923.

Las pinturas murales fueron arrancadas de los muros de la Sala Capitular al comienzo de la Guerra Civil por el funcionario catalán Josep Gudiol a instancias de la Generalitat pero sin ningún tipo de autorización ni de la Dirección General de Bellas Artes ni de las monjas propietarias, la comunidad de Belén.

A comienzos de la pasada década, al calor de las acciones iniciadas por la Diócesis de Barbastro para reclamar a sus homólogos de Lérida la devolución de los bienes de varias parroquias aragonesas segregadas de la diócesis catalana y que pasaron a integrar la de Barbastro-Monzón en 1995, el Gobierno aragonés presentó dos demandas, una para reclamar estos bienes patrimoniales, supuestamente vendidos a la Generalitat, y otra para la devolución de estos frescos románicos.

El Juzgado de Primera Instancia nº 1 de Huesca resolvió a favor de Aragón en la primera de las demandas y ordenó la devolución de las 44 piezas del tesoro artístico de Sijena al entender que fue una venta ilegal al margen de la legislación de patrimonio aragonesa, una decisión que se ejecutó en diciembre de 2017 a pesar de la oposición planteada desde instancias políticas y sociales catalanas.

En julio de 2016, el Juzgado de Primera Instancia nº 6 de Huesca falló tambiéna favor de la devolución de las pinturas murales, en una sentencia que acaba de confirmar en todos sus extremos la Audiencia oscense y susceptible aún de ser recurrida ante el Supremo, lo que podría demorar la ejecución de la sentencia dada la fragilidad de las piezas.

En su resolución, los magistrados de la Audiencia de Huesca recuerdan que el Estatuto de Aragón faculta a su Gobierno regional a acometer las "políticas necesarias encaminadas a recuperar el patrimonio aragonés que se encuentre ubicado fuera de su territorio".

Consideran, además, que la recuperación de las pinturas murales no supondrá perjuicio alguno, ya que, a tenor de lo expuesto por los peritos, los riesgos del traslado son "mínimos" si se llevan a cabo en los soportes de madera movibles en los que están instaladas las imágenes.

Estiman, por otra parte, que la reciente marcha de las actuales ocupantes del monasterio, las monjas de clausura de la orden de Belén, facilitará el traslado y exposición al público de las pinturas.

La sentencia rechaza como prueba el supuesto título de posesión esgrimido por el MNAC, un escrito firmado en 1992 por el exconsejero catalán de Cultura Joan Guitart y la madre federal de la Orden de San Juan de Jerusalén en el que presuntamente se acordaba la cesión indefinida a la Generalitat de las pinturas y la realización de trámites para su donación a Cataluña.


 
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PEIO H. RIAÑO
Madrid - 07 OCT 2020 - 00:30 CEST

 
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