No va de mártir, ni de santa. Asume su pasado con una sorprendente naturalidad. Asegura que no desea venganza aunque luego despedaza con la frialdad de un cirujano a cada uno de los hombres importantes de su vida.
Los datos que aporta son descarnadamente duros e implacables: el egoísmo inmisericorde de Bertín Osborne; la violencia posesiva de su ex marido, Carlo Constanza di Castiglione; la ambición desmedida y la prepotencia de Fernando Fernández Tapias; la falsedad patológica de Alessandro Lequio; la debilidad mental de Cayetano Martínez de Irujo.
Habló mucho de las carencias afectivas de su infancia.
De su temor constante a no estar a la altura de lo que esperan de ella.
De su huida instintiva de todo lo que supusiera repetir la historia de su madre, una mujer que no supo romper con una vida en la que no era feliz y que sólo poco antes de su muerte, demasiado tarde, fue capaz de decirle: te quiero.
La madre de Mar aparece siempre como un factor esencial en su vida.
Se había hecha cargo de la familia con muy pocos años.Tuvo que aceptar todo tipo de trabajos para sacar a todos adelante.No recibió afecto y no supo darlo. Mar presenció demasiadas discusiones.
«Mi madre había sufrido mucho con mi padre. Para ella la vida siempre fue muy dura. Se equivocó si pensaba que al casarse con mi padre iba a poder liberarse. Pronto empezó una relación entre ellos que a mi madre le produjo un enorme sufrimiento. El matrimonio duró, gracias a su esfuerzo, 47 años. Pero no fue feliz».