Literatura, filosofía y espiritualidad

CUENTO EL LIBRO DE LA SABIDURIA (por Anónimo)




Érase una vez, en el lejano reino de Kachaturian se estaba viviendo una de las peores situaciones de su milenaria historia. Una guerra, incomprensible como todas, había arrasado el país, arruinado las cosechas, pasado por cuchillo a hombres y niños, quemado casas y hasta esparcido sal por las tierras para que nada en ellas pudiera crecer, de manera que parecía que la vida en el reino estaba llegando a su fin.

La bella Ninoska se encontraba desesperada al ver lo que tenían alrededor: destrucción y desespero. Pero podría decirse que su familia no había tenido tan mala fortuna como muchos otros, el marido y los hijos habían salvado la vida e incluso la casa no había sido pasto de las llamas como muchas otras del vecindario, pero a pesar de ello Ninoska estaba triste al ver el contorno que le rodeaba y que parecía imposible de superar. Los llantos del vecindario por los seres perdidos le impedían disfrutar de la situación que tenía en su familia e incluso se sentía obligada a compadecer, es decir padecer con, a sus amigas en sus penas. Nadie podía ser feliz en aquel estado en que había quedado el reino, nadie.

Mientras la joven estaba cabizbaja y deprimida ordenando su hogar lleno de cenizas de la quema de otras viviendas que el viento había arrastrado y se habían introducido por la ventana, llegó su hijo, Danielosky, corriendo y jadeando pero muy alegre y gritando a su madre con una sonrisa de orgullo en sus labios:

- ¡Mamá, mamá! ¡mira lo que he encontrado! - dijo recuperando el aliento perdido por la excitación y las ganas de mostrar su hallazgo. Y acto seguido mostró un viejo libro de tapas de piel de cordero con hojas de pergamino en su interior.

- Estaba jugando al escondite y me escondí en el hueco de un árbol y me lo encontré- dijo el niño describiendo como había hallado tal tesoro.

- Te dejo que mis amigos me están esperando para seguir jugando- y dicho esto salió de la casa dejando el libro en manos de su asombrada madre.

Estaba ella sorprendida y no era para menos. Era imposible fijar la antigüedad del libro, parecía más que viejo, parecía como si hubiera existido siempre. Pero lo más sorprende no era su tamaño ni la sobriedad del volumen, lo más extraordinario eran las letras de la portada. No estaban gravadas en tinta como era habitual, tampoco estaban troqueladas en relieve; las letras parecían estar hechas de luz, como si un foco iluminase la cubierta a través de una plantilla que solo dejase pasar las formas de las letras para formar el título. Nunca antes había visto algo así y posiblemente no había otro libro igual en el mundo, pero aun más sorprendida se quedó Ninoska cuando dejó de prestar atención a las formas y se fijó en el significado de las letras del título, que decían claramente:

“Libro de la Sabiduría”

- es increíble- pensó para si, y aturdida tomó asiento para poder analizar mejor lo que tenia en las manos.

- si este es el libro de la sabiduría, quizá pueda explicar lo que nos ha pasado, quizá es un libro con formulas mágicas y nos ayuda a salir de la situación en la que nos hallamos- y con esta esperanza abrió el libro al azar.

El pergamino que se mostró tenía escrito sobre él, en el mismo tipo de impresión que la cubierta, unas palabras que le enfurecieron. Estas eran:

“ La Felicidad en si misma no existe
la Felicidad es un estado que Tú te creas
.... o que Tú no te creas “

- ¡Es indignante! – dijo en voz alta aunque nadie pudiera oírla. - ¡Es ridículo que un libro que dice ser de sabiduría diga que yo puedo ser feliz si quiero crear ese estado! Será mejor que guarde este estúpido libro y lo venderé a algún anticuario que pase por el pueblo, si es que queda alguno vivo- y dicho esto guardó el tomo y salió muy enojada a trabajar, pues todavía tenía que recolectar las frutas silvestres que constituirían la cena de su familia.

Dejó así la casa de muy mal humor, pues lo que esperaba fuese un libro mágico le parecía un libro estúpido. Mientras recogía las moras podía oír los llantos de las madres que habían perdido a sus hijos o de las jóvenes que se habían quedado viudas y pensó de nuevo - “¡ja! ¿cómo puede esta pobre gente con todo lo que han perdido crear un estado de felicidad como dice ese librillo que dice ser de sabiduría? ”-

Pero en medio de esos pensamientos de odio y desprecio hacia la frase leída pudo oír a los niños que jugaban al escondite en medio de las casas quemadas y destruidas. - “ Ellos si parecen felices. Ellos si que son capaces de crearse un estado de felicidad en medio del caos en que vivimos” - pensó de nuevo para si mientras miraba las carreras de los pequeños.

Muchos de ellos habían perdido a seres queridos en sus familias, pasaban privaciones y cuando llegasen a sus casas se encontrarían con los llantos inconsolables de sus madres, incluso tendrían poco para comer, pero en aquel momento de la tarde habían decidido crear un estado de felicidad, su estado de felicidad.

- Quizá si que es posible!,- pensó, - quizá al fin y al cabo el libro no sea tan estúpido como pensé en un principio. Pero me faltaría una segunda parte para esa frase, me gustaría que el libro fuese lo suficientemente sabio para decirme como es posible para un adulto, para alguien responsable de la vida de los demás, llegar a crear ese estado de felicidad -.

Y tras ello dejó la recolección de las fresas salvajes y se dirigió hacia su casa a ver si el libro decía algo más al respecto.

Con avidez lo tomó en sus manos y lo abrió con la intención de buscar el pergamino leído anteriormente para ver si tenia la continuación deseada. Pero no hizo falta, al abrirlo apareció directamente un pergamino que llevaba escrito la formula de felicidad buscada. Decía así:

“ la mejor manera de ser feliz es pensar y centrarte en lo que tienes,
la mejor manera de ser infeliz es pensar y centrarte en lo que no tienes,
Tú decides.

De nuevo se sentía desconcertada. Ella podía ser feliz, era cierto, las cosas no le habían ido tan mal, pero... ¿y los demás? - Bueno al fin y al cabo yo debo ocuparme de mi vida y de los míos, no puedo hacer nada por ellos, ojalá pudiese pero ...no, no puedo, no puedo- y mientras tenía estos pensamientos por la ventana podía oír los llantos desconsolados de su mejor amiga que lloraba la pérdida de sus seres más queridos. Si quería cambiar, si quería aplicar la fórmula de la felicidad que decía el libro, de nada servia acompañar el llanto, es decir eso de “padecer con” que es el compadecer, pero ¡era tan difícil no oír aquellos lamentos!, ¡ era tan difícil no intentar consolar lo inconsolable!

Y es verdad, era duro el hacerlo, pero no había otro remedio. De manera que finalmente bajó al sótano de su casa donde guardaba unos cristales y se decidió a poner doble cristal en la ventana para no oír los lamentos del mundo que le rodeaba. Pero mientras hacia eso se sentía mal. Ella podía seguir el consejo de la felicidad, pues todavía tenía mucho, tenia dos hijos preciosos y sanos así como un buen marido, tenía una casa sólida y buena salud, tenía pues mucho en lo que pensar pero ¿y los demás?, ¿y aquellos que han perdido su casa?, ¿y los que han perdido sus hijos o esposos?, ¿cómo podrían ellos pensar en lo que tienen si no tienen nada? Y mientras le venían a la mente estos tristes pensamientos vio a su vecino, un hombre joven recién casado a quien le incendiaron la casa con su esposa dentro y a una mujer que había perdido a su hijo.

“ Ellos no tienen nada” se dijo para sí y de repente oyó como si algo se hubiese caído al suelo. Era el libro que había resbalado de la mesa y Ninoska dejó lo que estaba haciendo para recogerlo. Cuando se acercó vio que estaba abierto por una página que decía:

Todo ser humano tiene siempre la capacidad de amar,
y eso es ya tener mucho.

Quizá eso sea lo único que tengan los de allí fuera, pero ¿es eso suficiente?- pensó Ninoska. Y acto seguido como era una mujer inteligente se dio cuenta que sí y de lo mucho que todos tenían. Su vecino era un joven fornido y podría construir otra casa para el y buscar una compañera para formar un hogar con amor e ilusión; la mujer podría levantar el ánimo y buscar otro hombre, era joven e incluso podría quedarse embarazada y en caso de no ser así podría cuidar uno de los muchos huérfanos que había por el reino. Sí, ellos tenían mucho más de lo aparente, tenían capacidad de amar y lo único que hacia falta es que esta capacidad se despertase para que cesasen los llantos y la pena. El poner amor a su vida era la solución de todos, Ninoska debería de ponerlo en su entorno familiar y las personas deprimidas de los alrededores deberían ser capaces de buscar y crear esas nuevas formas de amor.

- Esa es la solución! - gritó en voz alta y muy contenta.

Aun no había acabado de poner el doble cristal a la ventana cuando llamaron a la puerta. Era su vecina y mejor amiga de la que se ha hablado antes. Y muy enfurecida entro a la casa gritando:

- ¿qué? ¿Pones doble cristal para no oírnos, no?, claro para ti es muy fácil, tu no has perdido a nadie y por eso no puedes entendernos y te molestan los que sufrimos por la muerte de los que amábamos - dijo con rabia y odio.

- no - respondió Ninoska - es que he aprendido que tengo que darle otro enfoque a mi vida para ser feliz. Hoy el niño ha encontrado un libro fascinante y que nos dice que la felicidad la podemos construir si ... – y entonces fue interrumpida por su amiga quien le dijo:

- claro, eso es fácil para ti, porque no te ha pasado lo que a mi, que ..-, pero entonces fue ella quien fue interrumpida por Danielosky, el hijo de Ninoska, que entró en la casa gritando:

- ¡ eh, eh, venid y escuchad eso! - . Y tanta fuerza puso en su petición que las dos mujeres dejaron su discusión y salieron de la casa para escuchar mejor lo que quería decir el niño. Hacia el este se oía el cantar de un pájaro, precioso, algo inigualablemente bello, como nunca antes se había oído por la zona. Y la amiga dijo:

- es el canto del cisne. El cisne no canta nunca hasta el día de su muerte, y ese día para él es hoy. Pobrecito. - -No, no, que va - dijo el niño seguro de lo que decía - si canta es porque es feliz, todos los pájaros cantan sólo cuando son felices, si el cisne canta porque se va a morir eso quiere decir que el morirse para un ser puro como ha sido el cisne, es bueno, que va a un sitio mejor y que por lo tanto de pobrecito nada. ¿entiendes?-

El razonamiento había atontado a las dos mujeres que no se esperaban que un crío dijese algo con tanto sentido, pero la amiga no estaba dispuesta a aceptar que la muerte es algo bueno para los buenos y le respondió al niño:

- pues lástima para los que se quedan sin su compañía-

- No, tampoco.- respondió el chaval.- Los animales son muy listos y saben muy bien hacer eso que dice la primera página del libro que he traído hoy a mamá.- Y mientras las dos mujeres se miraban desconcertadas el niño echo a correr hacia el grupo donde estaban sus amigos para proseguir con sus juegos.

Ninoska explicó a su amiga ligeramente todo lo que le había aportado ese libro, los consejos que daba y como afrontar la situación para lograr ser feliz, pero no tenia ni idea de lo que debía decir la primera página. Así que se dirigieron a la casa y Ninoska puso el libro en su regazo para leer con más comodidad, tomó la primera pagina y leyó en voz alta para ella y su amiga lo que estaba escrito en letras de luz en esa primera página que decía:

“La primera obligación del ser vivo es VIVIR,
desgraciado será siempre aquel que no la respete”.

La historia fue extendiéndose por todo el reino de Kachaturian. Algunos siguieron el consejo y arreglaron sus vidas, otros prefirieron el sufrimiento y negaron estas verdades, pues aunque un libro pueda aportar Sabiduría el hombre es libre de elegir y de él y solo de él depende pues lo que sea su vida. Pues no seremos los dueños de nuestro destino pero somos los capitanes de nuestra Alma.

Que la Fuerza le acompañe, Juan Pedro
 
CUENTO EMOCIONES VERDADERAS? (por Anónimo)

Cuentan que, en China, un hombre ya anciano decidió regresar al lugar donde había nacido y del que salió siendo muy joven. En el camino se unió a un grupo de viajeros que seguían la misma ruta y les explicó su deseo de volver a la tierra que lo vio nacer.

Después de varias monótonas jornadas, aquellos hombres decidieron divertirse a costa del viejo.

-Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.
El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres.
Horas después llegaron a unas casas en ruinas.
-Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.

El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.

-Mira esas tumbas -le dijeron, continuando la broma-. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.
Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas.

Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones.
Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.

-Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados. Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas.
El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino.

Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.
-Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.
-Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado -contestó el anciano-, se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta: ¿Cómo es posible que haya emociones verdaderas cuando éstas provienen de hechos falsos?




Lección / Moraleja:
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las emociones provienen, crecen y se expresan en nosotros mismos, no busqueis razones fuera ni motivos estraños.
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CUENTO LOS TRES CONSEJOS (por Anónimo)
Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:
"Querida yo voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida mas cómoda y digna. No se cuanto tiempo voy a estar lejos, solo te pido una cosa, que me esperes y mientras yo este lejos, seas fiel a mi, pues yo te seré fiel a ti."

Así, siendo joven aun. Camino muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que estaba necesitando de alguien para ayudarlo en su hacienda.

El joven llego y se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pidió hacer un trato con su jefe, el cual fue aceptado también. El pacto fue el siguiente:

- Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando yo encuentre que debo irme , el señor me libera de mis obligaciones: Yo no quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. El día que yo salga. usted. me dará el dinero que yo haya ganado.

Estando ambos de acuerdo. Aquel joven trabajo durante 20 años, sin vacaciones y sin descanso. Después de veinte años se acerco a su patrón y le dijo:

- Patrón, yo quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa.

El patrón le respondió:
- Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, solo que antes quiero hacerte una propuesta, esta bien?
Yo te doy tu dinero y tu te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas.
Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta."

El pensó durante dos días, busco al patrón y le dijo:
- Quiero los tres consejos

El patrón le recordó:
- Si te doy los consejos, no te doy el dinero.

Y el empleado respondió:
- Quiero los consejos"

EL patrón entonces le aconsejo:
1. NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. Caminos mas cortos y desconocidos te pueden costar la vida.
2. NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL, pues la curiosidad por el mal puede ser fatal.
3. NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, pues puedes arrepentirte demasiado tarde.

Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven, así:

- Aquí tienes tres panes, dos para comer durante el viaje y el tercero es para comer con tu esposa cuando llegues a tu casa.

El hombre entonces, siguió su camino de vuelta, de veinte años lejos de su casa y de su esposa que el tanto amaba. Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludo y le pregunto:
- Para donde vas?

El le respondió:
- Voy para un camino muy distante que queda a mas de veinte días de caminata por esta carretera.

La persona le dijo entonces:
- Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegaras en pocos días.

El joven contento, comenzó a caminar por el atajo, cuando se acordó del primer consejo,

"NUNCA TOMES ATAJOS EN TU VIDA. CAMINOS MAS CORTOS Y DESCONOCIDOS TE PUEDEN COSTAR LA VIDA" Entonces se alejó de aquel atajo y volvió a seguir por el camino normal. Dos días después se enteró de otro viajero que había tomado el atajo, y lo asaltaron, lo golpearon, y le robaron toda su ropa. Ese atajo llevaba a una emboscada!

Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera. Era muy tarde en la noche y parecía que todos dormían, pero una mujer malcarada le abrió la puerta y lo atendió Como estaba tan cansado, tan solo le pagó la tarifa del día sin preguntar nada, y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levantó asustado al escuchar un grito aterrador. Se puso de pié de un salto y se dirigió hasta la puerta para ir hacia donde escuchó el grito. Cuando estaba abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo.
" NUNCA SEAS CURIOSO DE AQUELLO QUE REPRESENTE EL MAL PUES LA CURIOSIDAD POR EL MAL PUEDE SER FATAL" Regresó y se acostó a dormir. Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le pregunto si no había escuchado un grito y el le contesto que si lo había escuchado. El dueño de la posada de pregunto: Y no sintió curiosidad?
El le contesto que no. A lo que el dueño les respondió: Ud. ha tenido suerte en salir vivo de aquí, pues por las noches nos acecha una mujer maleante con crisis de locura, que grita horriblemente y cuando el huésped sale a enterarse de qué está pasando, lo mata, lo entierra en el quintal, y luego se esfuma.

El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa .

Después de muchos días y noches de caminata.. ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, camino y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzo a ver que ella no estaba sola. Anduvo un poco mas y vio que ella tenia en sus piernas, un hombre al que estaba acariciando los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se lleno de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiro profundo, apresuro sus pasos, cuando recordó el tercer consejo.
"NUNCA TOMES DECISIONES EN MOMENTOS DE ODIO Y DOLOR, PUES PUESDES ARREPENTIRTE DEMASIADO TARDE"
Entonces se paro y reflexiono, decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión. Al amanecer ya con la cabeza fría, se dijo:
"NO VOY A MATAR A MI ESPOSA". Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta. Solo que antes, quiero decirle a mi esposa que siempre le fui fiel a ella.

Se dirigió a la puerta de la casa y toco. Cuando la esposa le abre la puerta y lo reconoce, se cuelga de su cuello y lo abraza afectuosamente.
El trata de quitársela de arriba, pero no lo consigue.
Entonces con lagrimas en los ojos le dice:
"Yo te fui fiel y tu me traicionaste...
Ella espantada le responde:
"Como? yo nunca te traicione, te espere durante veinte años.
El entonces le pregunto:
"Y quien era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?
Y ella le contesto:
“Aquel hombre es nuestro hijo. Cuando te fuiste , descubrí que estaba embarazada. Hoy el tiene veinte años de edad. Entonces el marido entro, conoció, abrazo a su hijo y les contó toda su historia, en cuanto su esposa preparaba la cena. Se sentaron a comer el ultimo pan juntos. DESPUÉS DE LA ORACIÓN DE AGRADECIMIENTO, CON LAGRIMAS DE EMOCIÓN, el partió el pan y al abrirlo, se encontró todo su dinero, el pago de sus veinte años de dedicación.

Muchas veces creemos que los atajos "quemar etapas" y nos ayudan a llegar mas rápido , lo que no siempre es verdad..
Muchas veces somos curiosos, queremos saber de cosas que ni nos dan respeto y no nos traen nada de bueno
Otras veces reaccionamos movidos por el impulso, en momentos de rabia, y después falta y tardíamente nos arrepentimos...
Espero que tu, así como yo, no te olvides de estos consejos No te olvides tampoco de CONFIAR (aunque tengas muchos motivos para desconfiar)
Recordemos que todo es bueno en la vida solo hay que saberlo aprovechar.




Lección / Moraleja:
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Muchas veces creemos que los atajos "quemar etapas" y nos ayudan a llegar mas rápido , lo que no siempre es verdad..
Muchas veces somos curiosos, queremos saber de cosas que ni nos dan respeto y no nos traen nada de bueno
Otras veces reaccionamos movidos por el impulso, en momentos de rabia, y después falta y tardíamente nos arrepentimos...
Espero que tu, así como yo, no te olvides de estos consejos No te olvides tampoco de CONFIAR (aunque tengas muchos motivos para desconfiar)
Recordemos que todo es bueno en la vida solo hay que saberlo aprovechar.
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Última edición por un moderador:
EL ASNO, Y EL PERRO DE FALDAS
(por José Agustín Ibáñez de la Rentería )


Reparaba un Jumento,
Preciado de tal cual entendimiento,
Que á un Perrillo de faldas
En casa se trataba con regalo,
Mientras á él molian las espaldas
Con muy pesada carga , y mucho palo.
No se cómo es , decia , pierdo el seso:
Que siendo ambos á dos de carne y hueso,
A él le festejan , no le dan trabajo,
A mí me dan porrazos á destajo,
Aunque sirvo tan bien : la cuenta sale,
Que lo que yo execúto nada vale:
Sí lo de aquel; pues haga yo lo mismo,
Y con eso seré mejor tratado.
El Asnal silogismo
Le pareció muy bien , y de contado
Luego que al Amo á divisar alcanza,
Hacia él al instante se avalanza:
Por su cara el hocico le pasea,
Y muy á su sabor le manotea,
Dando clara señal de su alegría,
Del rebuzno la dulce melodía.
El Amo grita , los Criados llegan,
Al Burro me le pegan
Una fuerte paliza,
Y á la Caballeriza
Lo conducen molido y cabizbaxo,
En donde entre lamentos y entre quejas,
Sacudiendo amenudo las orejas,
Pudo acertar al fin: Este trabajo,
Profirió , con razon estoy sufriendo,
Pues me meto á un oficio que no entiendo.
Asnos , que os figurais que sois graciosos,
Y con vuestro donayre
Os haceis tantas veces fastidiosos,
Cuidado no sufrais igual desayre.
 
EL CARBONERO Y LA LAVANDERA
(por José Agustín Ibáñez de la Rentería )

El Carbonero y la Lavandera.
A Juana la Lavandera
Pedro el Carbonero vió,
Y la dixo : mira , yo
Casar contigo quisiera:
Respondió , no puede ser,
Porque lo que yo lavase,
Quando usted se me acercase
Lo habia de ennegrecer.
No se junte el inocente
Muchas veces al malvado;
Porque si el trato es freqiiente,
Al fin quedará tiznado.


Lección / Moraleja:
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No se junte el inocente
Muchas veces al malvado;
Porque si el trato es freqüente,
Al fin quedará tiznado.
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LA DISCORDIA DE LOS RELOJES
(por Tomás de Iriarte)

Convidados estaban a un banquete
diferentes amigos, y uno de ellos,
que faltando a la hora señalada
llegó después de todos, pretendía
disculpar su tardanza. «¿Qué disculpa (5)
nos podrás alegar?» le replicaron.
Él sacó su reloj, mostrole, y dijo:
«¿No ven ustedes cómo vengo a tiempo?
Las dos en punto son.» -«¡Qué disparate!
le respondieron: tu reloj atrasa (10)
más de tres cuartos de hora.» -«Pero amigos,
(exclamaba el tardío convidado),
¿qué más puedo yo hacer que dar el texto?
Aquí está mi reloj...» Note el curioso
que era este señor mío como algunos, (15)
que un absurdo cometen, y se excusan
con la primera autoridad que encuentran.
Pues, como iba diciendo de mi cuento,
todos los circunstantes empezaron
a sacar sus relojes, en apoyo (20)
de la verdad. Entonces advirtieron
que uno tenía el cuarto, otro la media,
otro las dos y treinta y seis minutos,
este catorce más, aquél diez menos:
no hubo dos que conformes estuvieran .(25)
En fin, todo eran dudas y cuestiones.
Pero a la Astronomía cabalmente
era el amo de casa aficionado;
y consultando luego su infalible,
arreglado a una exacta meridiana, (30)
halló que eran las tres y dos minutos,
con lo cual puso fin a la contienda,
y concluyó diciendo: «¡Caballeros,
si contra la verdad piensan que vale
citar autoridades y opiniones, (35)
para todos las hay; mas por fortuna,
estas pueden ser muchas, y ella es una.»



Lección / Moraleja:
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Los que piensan que con citar una autoridad, buena o mala, quedan
disculpados de cualquier yerro, no advierten que la verdad no puede
ser más de una, aunque las opiniones sean muchas.
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EL áGUILA Y EL LEóN
(por Tomás de Iriarte)

El águila y el león
gran conferencia tuvieron
para arreglar entre sí
ciertos puntos de gobierno.
Dio el águila muchas quejas
del murciélago, diciendo:
«¿Hasta cuándo ese avechucho
nos ha de traer revueltos?
Con mis pájaros se mezcla,
dándose por uno de ellos;
y alega varias razones,
sobre todo, la del vuelo.
Mas, si se le antoja dice:
-Hocico, y no pico, tengo.
¿Como ave queréis tratarme?
Pues cuadrúpedo me vuelvo.
Con mis vasallos murmura
de los brutos de tu imperio;
y cuando con éstos vive,
murmura también de aquéllos.»
«Está bien, dijo el león:
Yo te juro que en mis reinos
no entre más.» «Pues en los míos,
respondió el águila, menos.»
Desde entonces solitario
salir de noche le vemos;
pues ni alados ni patudos
quieren ya tal compañero.
Murciélagos literarios,
que hacéis a pluma y a pelo,
si queréis vivir con todos,
miraos en este espejo.


Lección / Moraleja:
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Los que quieren jugar en dos bandos , suelen conseguir el desprecio de
ambos.
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LA ORUGA Y LA ZORRA
(por Tomás de Iriarte)

Si se acuerda el lector de la tertulia
en que, en presencia de animales varios
la zorra adivinó por qué se daban
elogios avestruz y dromedario,
sepa que en la mismísima tertulia
un día se trataba del gusano
artífice ingenioso de la seda,
y todos ponderaban su trabajo.
Para muestra presentan un capullo;
examínanle, crecen los aplausos:
Y aun el topo, con todo que es un ciego,
confesó que el capullo era un milagro.
Desde un rincón la oruga murmuraba
en ofensivos términos, llamando
la labor admirable, friolera,
y a sus elogiadores, mentecatos.
Preguntábanse, pues, unos a otros:
«¿Por qué este miserable gusarapo
el único ha de ser quien vitupere
lo que todos acordes alabamos?»
Saltó la zorra y dijo: «¡Pese a mi alma!
El motivo no puede estar más claro.
¿No sabéis, compañeros, que la oruga
también labra capullos, aunque malos?»
Laboriosos ingenios perseguidos,
¿Queréis un buen consejo? Pues cuidado.
Cuando os provoquen ciertos envidiosos,
no hagáis más que contarles este caso.


Lección / Moraleja:
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La literatura es la profesión en que más se verifica el proverbio:
¿Quién es tu enemigo? El de tu oficio.
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EL ESCARABAJO
(por Tomás de Iriarte)


Tengo para una fábula un asunto
que pudiera muy bien... pero algún día
suele no estar la musa en punto.
Esto es lo que hoy me pasa con la mía,
y regalo el asunto a quien tuviere (5)
más despierta que yo la fantasía;
porque esto de hacer fábulas requiere
que se oculte en los versos el trabajo;
lo cual no sale siempre que uno quiere.
Será, pues, un pequeño escarabajo (10)
el héroe de la fábula dichosa,
porque conviene un héroe vil y bajo,
de este insecto refieren una cosa:
que comiendo cualquiera porquería,
nunca pica las hojas de la rosa. (15)
Aquí el autor con toda su energía
irá explicando como Dios le ayude
aquella extraordinaria antipatía.
La mollera es preciso que le sude
para endilgar después una sentencia (20)
con que sepamos a lo que esto alude;
y según le dictare su prudencia,
echará circunloquios y primores,
con tal que diga en la final sentencia:
que así como la reina de las flores (25)
al sucio escarabajo desagrada,
así también a góticos doctores
toda invención amena y delicada.


Lección / Moraleja:
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Lo delicado y ameno de las buenas letras no agrada a los que se
entregan al estudio de una erudición pesada y de mal gusto.
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LA LEYENDA DEL ASTRóLOGO ÁRABE
(por Washington Irwing)

Hace cientos de años, en los tiempos heroicos, vivió un rey moro; Aben Habuz se llamaba, que se sentó en el trono de Granada. Llevó en sus mocedades una existencia de constantes correrías y disipaciones, y cuando se vio viejo y acabado no deseaba más que vivir en paz con el mundo, para acariciar los laureles que había conquistado y gozar tranquilamente las posesiones que supo arrebatar a sus vecinos.

Pero ocurrió que a este débil y pacífico anciano le salieron rivales jóvenes, príncipes ansiosos de lucha y de gloria, que le pidieron cuentas de los saqueos y pillajes con que castigó a sus padres. Además se mostraban en rebelión contra Aben Habuz e intentaban invadirle su capital, ciertas comarcas del territorio de su reino que el soberano había tratado con mano dura en los buenos años de su dorada juventud. El caso fue que Aben Habuz tenía enemigos por todas las fronteras de su mando, y que esos enemigos eran fuertes y estaban decididos a avasallarle; y como Granada aparece rodeada de agrestes montañas que impiden observar los movimientos de un ejército que se acerque a la ciudad, el infortunado rey se veía obligado a sostener estado continuo de vigilancia y alarma, no sabiendo de donde iban a venirle los ataques que le amenazaban.

En vano levantó atalayas en las alturas y estacionó centinelas en todos los pasos, con órdenes terminantes de encender hogueras de noche y de levantar de día humaredas apenas se aproximara un grupo extraño cualquiera. Sus alertas enemigos, burlando toda precaución, se mostraban dispuestos a cruzar el desfiladero menos conocido y más difícil de salvar, para asolar las propiedades de Aben Habuz en sus mismos ojos, hacer prisioneros y regresar con el botín a las montañas. ¿Se halló nunca en situación más desagradable y molesta ningún monarca valetudinario y obligadamente pacífico?

Preocupado Aben Habuz con tales inquietudes y disgustos, acertó a llegar a su corte un medico árabe, muy anciano: le llegaba la barba a la cintura, blanca como la nieve, y presentaba evidentes señales de ser de muy avanzada edad, pero no obstante el peso de los años, había hecho a pie casi todo el viaje desde Egipto, sin más ayuda que un báculo tallado en jeroglíficos. Se llamaba Ibrahim Ebn Abu Ayud y le rodeaba gran fama. diciéndose de é1 que vivía nada menos que desde los días de Mahoma, hijo de Abu Ayub, que fue él último de los compañeros que siempre iban con el Profeta.

De niño, Ibrahim siguió a las tropas de Amru que entraron conquistadoras en Egipto, donde se asentó y estudió las ciencias ocultas, la demonología, la hechicería, la magia particularmente entre los sacerdotes faraónicos. Se aseguraba, además, que había descubierto el secreto de prolongar la vida, con cuya virtud logró dilatar la suya de tal modo que ya pasaba de los dos siglos, y eso que. según sus propias palabras, no dio con aquel secreto, sino cuando la carga de los años le pesaba verdaderamente, razón por la cual lo único que pudo hacer fue conservar perennes las arrugas y las canas.

Este hombre maravilloso fue recibido con toda solemnidad por el rey, que, al igual que la mayor parte de los monarcas que llegaban a la senectud, dispensaba favor especial a los médicos. Le ofreció habitación en el palacio, pero el astrólogo prefirió una cueva en la ladera de la montaña que se yergue sobre la ciudad de Granada, la misma donde después se edificó la Alhambra. Hizo que se ensanchara la cueva hasta formar una sala espaciosa de elevado techo. donde ordenó abrir un agujero circular, como el de un pozo , a través del cual podía ver el firmamento y contemplar los astros aun a mediodía. Escribió jeroglíficos egipcios en las paredes cubriéndolas de símbolos cabalísticos y de reproducciones de los planetas y de las estrellas en sus constelaciones. En suma, llamó a su lado a los artesanos granadinos más hábiles, a quienes dirigió en la construcción de útiles y de artefactos, cuyas propiedades secretas guardó.

En poco tiempo se convirtió el sabio Ibrahim en el consejero del rey, que le pedía opinión en todas las dificultades. Clamaba una vez Aben Habuz contra la injusta enemistad de sus vecinos y lamentaba la desasosegada vigilancia que se veía obligado a desplegar para protegerse de las incursiones de esos enemigos. Acabó el rey de exponer su situación y quedó callado el astrólogo, para decir transcurridos unos momentos:

-Sabed,¡oh Rey!, que estando yo en Egipto presencié una sublime maravilla, ideada por una sacerdotisa pagana de la antigüedad. En la cumbre de una montaña elevada sobre la ciudad de Borsa y que miraba al gran valle del Nilo había una figura de morueco, y encima de un gallo, ambas fundidas en bronce, que giraban sobre un eje. Cuando el país estaba amenazado de invasión, se volvía la figura del carnero hacia la dirección del enemigo y cantaba el gallo. Los moradores de Borsa conocían así, no sólo el peligro, sino el lugar por donde se aproximaban, y adoptaban con oportunidad las medidas para defenderse.

-¡Dios en grande! -exclamó el pacífico Aben Habuz-. ¡Qué preciado tesoro sería para mí poseer un morueco como ese, alerta, sobre estas montañas que me rodean. y otro gallo igual que lanzara su canto ante la vecindad del peligro! ¡Allah Akbah, cuán descansadamente dormiría yo en mi palacio con semejantes centinelas en lo alto!

Esperó el astrólogo que se apaciguara el entusiasmo del rey, y continuó con estas palabras:

-Después que el victorioso Amru -¡descanse en paz!- hubo concluido su conquista de Egipto, me uní yo a los sacerdotes del país, estudiando los ritos y las ceremonias de su fe idolátrica, esperanzado en convertirme en maestro de los conocimientos ocultos que tanto renombre les han procurado. Sentado un día sobre las riberas del Nilo, en conversación con un sacerdote anciano, me señaló las poderosas pirámides que se levantan como montañas en el desierto, y me dijo: "Todo cuanto pudiéramos enseñarte es nada comparado con la sabiduría que encierran esas enormes moles. En medio de la pirámide central hay una cámara sepulcral que guarda la momia del sacerdote supremo que ayudó a erigir esa formidable construcción, y con él está enterrado un maravilloso libro de erudición con los secretos de la magia y del artificio. Este libro le fue entregado a Adán después de su caída, y llegó. generación tras generación. a las manos del rey Salomón el Sabio con cuya ayuda edificó el Templo de Jerusalén. ¡Sólo Aquél, conocedor de todas las cosas. sabe cómo poseyó ese libro el arquitecto de las pirámides!"

-Ardió mi corazón en anhelos de hacerme dueño del libro cuando oí estas palabras del anciano sacerdote. Podía disponer a mi mando de muchos soldados de nuestro ejército conquistador y de los servicios de buen número de egipcios. y utilizándolos, me dediqué al empeño. Taladramos la sólida masa, y no sin trabajo fatigoso y dificilísimo quedó horadada hasta una estrecha galería que parecía paso interior y secreto. Lo penetre, y llegué a un intrincado laberinto, que me puso en el corazón de aquella pirámide, y en seguida en la cámara sepulcral donde yacía siglos y siglos la momia del gran sacerdote. Dispuesto a todo, abrí las arcas exteriores de la momia, desdoble muchas de sus fajas y de sus vendas, y, al fin, encontré en su pecho el preciado libro. Con mano temblorosa lo cogí, y a tientas busque la salida de la pirámide, dejando la momia en su tenebroso sepulcro esperando la resurrección en el día del juicio final.

-¡Hijo de Abu Ayub, gran viajero has sido y maravillosas cosas has visto! ¿Pero de qué me vale a mí el secreto de la pirámide, ese libro de los conocimientos del sabio Salomón? -repuso Aben Habuz.

Le contestó el astrólogo:

-¡Oh Rey! Hojeando y estudiando este libro he aprendido todas las artes mágicas, y me es posible conjurar los genios para llevar a cabo mis planes. Mi saber domina el misterio del talismán de Borsa, y puedo convertir ese talismán en una de las mayores gracias.

-¡Vale más para mí ese talismán que todas las atalayas en las montañas y todos los centinelas en los límites de mi territorio! -prorrumpió Aben Habuz-. ¡Dadme, oh sabio hijo de Abu Ayub, esa salvaguardia, y disponed de las riquezas de mi tesoro!

Para satisfacer los deseos del monarca se entregó inmediatamente Ibrahim a su arte. Ordenó que se erigiera una gran torre sobre el palacio real, levantado en lo alto de la montaña del Albaicín. Se construyo la torre con las piedras egipcias extraídas de una de las pirámides. En la parte superior de la torre se dispuso una glorieta con cuatro ventanas que miraban hacia los cuatro puntos cardinales, y delante de ellas había sendas mesas que presentaban, lo mismo que un tablero de ajedrez, un ejército mímico de jinetes y de infantes, con la efigie, tallada en madera, del príncipe que gobernaba en el territorio hacia cuya dirección caían dichas ventanas. En cada una de esas mesas se erguía una lanza, no mayor que una daga, en la cual aparecían esculpidos ciertos caracteres caldeos. Esta glorieta se conservaba constantemente cerrada por una puerta de bronce, con gran cerradura de acero, cuya llave guardaba el rey. En la cúspide de la torre había una figura de bronce de un lancero moro a caballo, fija a un eje, el escudo al brazo y la lanza elevada perpendicularmente. Miraba el jinete a la ciudad como si estuviera vigilándola; pero si se acercaba algún enemigo, se volvía el moro hacia la parte por donde el enemigo asomaba y preparaba lista la lanza cual si se hallara totalmente dispuesto a entrar en acción.

Cuando quedó concluido este artificio, todo era impaciencia en Aben Habuz para probar las virtudes del talismán, y suspiraba por la amenaza efectiva de una invasión tan ardientemente como había deseado hasta entonces tranquilidad y reposo. Pronto vio satisfechos estos deseos. Una mañana hizo su presencia el guardián destinado a vigilar la torre, manifestando todo impresionado, que el rostro del jinete de bronce se había vuelto hacia las montañas de Elvira y que su lanza apuntaba directamente al Paso de Lope.

-¡Que toquen alarma los tambores y clarines, para que toda Granada se halle alerta! -ordenó Aben Habuz.

-¡Oh Rey! dijo el astrólogo-. Que no se turbe la calma de vuestra ciudad, ni tampoco llaméis a las armas a vuestros guerreros: no necesitamos el auxilio de la fuerza para libraros de vuestros enemigos. Haced que se retiren vuestros servidores, y dirijámonos solos a la glorieta secreta.

Subió el anciano Aben Habuz la escalera de la torre apoyándose en el brazo del más anciano aún Ibrahim Ebn Abu Ayub. Corrieron la puerta de bronce y entraron. Vieron abierta la ventana que miraba al Paso de Lope. Dijo el astrólogo:

-En esta dirección está el peligro. Acercaos, ¡oh Rey!, y observad el misterio de la mesa.

El soberano se aproximó al tablero sobre el cual se hallaban dispuestas las figurillas de madera, y con gran sorpresa vio que todas estaban en movimiento. Los caballos hacían cabriolas y corcovos, los guerreros blandían las armas, resonaban en confuso clamor tambores y trompetas. el rechinar de las armas y el relinchar de los corceles; pero todo este fragor de batalla no producían mayor ruido ni se percibía más que el zumbido de la abeja o de la cigarra en los oídos del que descansa, adormecido en la sombra, del calor del mediodía.

-Aquí tenéis, ¡oh Rey!, la prueba de que vuestros enemigos están en movimiento: avanzando a través de lejanas montañas, deben hallarse ya en el Paso de Lope. Produciréis en ellos el pánico y la confusión y les obligaréis a retirarse sin pérdidas de vidas, con sólo golpear las figuras del tablero con el puño de esta lanza mágica. Pero si queréis derramar sangre y causarles mortandad, tocad las figuras con la punta.

-¡Hijo de Abu Ayub -dijo, irguiéndose y centelleándole la mirada de satisfacción-, habrá derramamiento de sangre!

Sin acabar de decirlo, acometió con la lanza mágica algunas de las figuras pigmeas que se movían sobre la mesa y luego golpeó con el puño de la misma lanza las demás figurillas, sobre las cuales cayeron las primeras como muertas, volviéndose todas unas contra otras en lucha desordenada.

Difícilmente logró el astrólogo calmar la mano del más pacífico de los monarcas y evitar que exterminara totalmente a sus enemigos. Al cabo, hizo que abandonase la torre, para que sin dilación enviara avanzadas a las montañas que explorasen el Paso de Lope. Volvieron dando cuenta que un ejercito cristiano había llegado casi a la vista de Granada atravesando el corazón de la sierra: súbitamente estalló en sus filas tremenda disensión que les hizo volver las armas en terrible agresión fraticida, habiéndose retirado a sus límites después de fiera carnicería.

Aben Habuz quedó transportado de jubilo al ver probada la eficacia del talismán.

-¡Al fin -exclamó-. gozaré vida reposada teniendo a todos mis enemigos en las riendas de mi poderío! ¡Oh sabio hijo de Abu Ayub!, ¿qué puedo darte en recompensa por esta bendición que derramas sobre mí?

-Poco, y es muy fácil de conceder lo que necesita un anciano y un filósofo. Otorgadme los medios para convertir mi cueva en una ermita y me daré por contento.

-¡Cuán elevada es la moderación del hombre verdaderamente sabio! respondió Aben Habuz. secretamente complacido de la cortedad del premio.

Y llamó a su tesorero ordenándole que pusiera a la disposición del astrólogo las sumas que requiriese para erigir y adornar su ermita.

Dispuso Ibrahim que se horadaran diversos aposentos en la sólida roca, de manera que formasen una serie de habitaciones unidas a su laboratorio astrológico, y las amuebló con lujosas otomanas y ricos divanes. colgando de las paredes las mejores sedas de Damasco.

-Soy ya muy viejo y no puedo descansar mis huesos sobre lechos de piedra, y estas húmedas paredes piden a gritos ser cubiertas -decía.

También mandó construir baños. que utilizaba con toda clase de perfumes y de esencias aromáticas.

-El baño -afirmaba es necesario para contrarrestar la rigidez de la edad y para devolver a la mente la frescura, la flexibilidad gastadas y ajadas por el estudio.

Hizo Ibrahim colgar de las habitaciones innumerables lámparas de plata y de cristal, que llenaba de fragante aceite preparado según una receta que descubrió en las tumbas egipcias. Este aceite era perdurable, y difundía tenue resplandor, como la suave luz del alba.

-La claridad del sol resulta demasiado deslumbrante y violenta para los cansados ojos de un anciano, mientras que la luz de la lámpara se aviene mejor a los estudios del filósofo -alegaba.

El tesorero del monarca gruñía ante las exigencias de oro que diariamente le hacia el astrólogo para su solitario retiro, y protestó ante el rey. Aben Habuz se encogió de hombros y respondió:

-La palabra real está dada... Tengamos paciencia. Este anciano ha tomado idea en el interior de las pirámides de Egipto y en las inmensas ruinas de aquel país para su retiro filosófico; pero todas las cosas tienen su fin, y así tendrán el suyo el arreglo y el adorno de su caverna.

No se equivocó el rey. No tardó en quedar terminada la disposición de la cueva, que constituyó al cabo un suntuoso palacio subterráneo. Se mostró totalmente satisfecho el sabio, y se encerró durante tres días, entregado en alma y vida al estudio. Salió, para presentarse de nuevo ante el tesorero, pidiéndole:

-Una cosa más es necesaria, un ligero recreo para los intervalos de la labor mental.

-¡Oh poderoso Ibrahim, cuanto tu soledad apetezca estoy dispuesto a darte !¿Que deseas ahora?

-Desearía unas cuantas bailarinas.

-¡Bailarinas ! -lleno de asombro repitió como un eco el tesorero.

-Bailarinas -insistió gravemente el sabio-. Y jóvenes y hermosas, para que la vista se goce en ellas, porque la presencia de la juventud y de la hermosura alivia el ánimo. No es preciso que sean muchas: con pocas basta, porque soy filósofo contentadizo y de hábitos sencillos.

Mientras Ibrahim Ebn Abu Ayub pasaba de este modo sabiamente el tiempo en su caverna, el pacífico Aben Habuz desarrollaba furiosas campañas contra las figuras de su torre: gran gloria era para un hombre valetudinario como él y de costumbres tranquilas disponer de la guerra a placer y comodidad, barriendo desde la glorieta encantada los ejércitos, más fácilmente que si hubiera tratado de librarse de enjambres de moscardones. Se gozaba en esta diversión. y hasta acuciaba a la batalla a sus vecinos insultándoles para que se entregaran a incursiones; pero los continuos desastres que sufrían les hicieron desesperar y no se aventuraron más en invadir los territorios del viejo monarca. Meses transcurrieron en los cuales descansó en paz y en quietud completa el jinete de bronce, con la lanza elevada al aire; pero el insigne Aben Habuz, complacido al principio, sintió después la nostalgia de su gloria y llegó a demostrar impertinencia y malhumor ante la monótona tranquilidad que gozaba.

Un día el jinete de bronce giró rápidamente y bajando la lanza apuntó hacia las montañas de Guadix. Aben Habuz se apresuró a dirigirse a su glorieta. Se sorprendió al ver que las figuras del tablero mágico que había en aquella dirección permanecían inmóviles. Aturdido y perplejo, mando que sus mejores tropas explorasen las montañas. Volvieron al cabo de tres días.

- Hemos hecho -dijeron- un detenido reconocimiento sin ver un solo yelmo ni una sola lanza. Lo único que hemos hallado en nuestra correría ha sido una doncella cristiana, de asombrosa hermosura, que dormía al lado de una fuente, reparando sus fuerzas sin duda, del calor bochornoso del mediodía. Cautiva vuestra es, soberano señor.

-¡Una doncella de asombrosa belleza! - repuso Aben Habuz brillándole los ojos -. Conducidla a mi presencia.

Le obedecieron al instante. Era, en verdad, mujer de sobresaliente hermosura la cautiva. Estaba ataviada con el lujo y los adornos que prevalecieron entre los hispanogóticos en los años de la conquista árabe. Entretejidas en sus trenzas negras y relucientes, brillaban blanquísimas perlas, y lucia en la frente joyas que rivalizaban con el centelleo de su mirada. Le rodeaba el cuello una cadena de oro, de la que colgaba una lira de plata que descansaba en su seno.

Los relámpagos que brotaban de los negros refulgentes ojos de la cautiva actuaron como viva llama en el corazón, apagado, pero pronto a enardecerse, de Aben Habuz, que sintió vacilantes sus sentidos ante el vértigo de voluptuosidad que emanaba del porte de aquella criatura.

- Mujer, la más hermosa entre todas las mujeres, ¿quién eres y qué eres? -preguntó, transportado de arrobamiento.

-La hija de un príncipe godo que hace poco reinó en esta tierra. Las tropas de mi padre han quedado destruidas como por arte de magia entre esas montañas; y mientras él está derrotado y desterrado, su hija sufre cautiverio.

En voz baja, dijo Ibrahim Ibn Ayub al rey:

-¡Guardaos, oh Aben Habuz, de esta mujer, que puede ser una de esas hechiceras del norte de quienes tanto hemos oído hablar en nuestros países, que adoptan las formas más seductoras para engañar a los incautos! Me parece leer la brujería en su mirada y adivinar el arte de los conjuros en sus movimientos. Indudablemente a este enemigo señalaba el talismán.

-Hijo de Abu Ayub, eres un sabio, lo aseguro, y, por lo que he visto un gran mago. Pero nada sabes de las mujeres. En este aspecto de la vida no cederé en mis conocimientos ante hombre alguno, ¡ni ante el propio Salomón el Sabio, a pesar del número de sus esposas y concubinas! En cuanto a esta doncella no creo que envuelva peligro ni daño: su hermosura merece que se la admire, y mis ojos se deleiten contemplándola.

- Escucha, ¡oh Rey! - indicó el astrólogo al soberano -. Os he procurado gloriosas victorias por medio de mi talismán, y jamás he participado en los gajes. Otorgadme, pues, esta cautiva perdida para que su lira de plata me sirva de solaz en mis soledades. Y si realmente es hechicera, poseo yo encantos tan poderosos que hacen vanos sus hechizos.

-¡Más mujeres! ¿Qué pensáis? - se opuso, exaltado, Aben Habuz, a la petición del astrólogo-. ¿No tenéis ya cuantas bailarinas deseásteis para vuestro recreo y divertimiento?

- Bailarinas, vos lo decís, y es cierto ; pero cantarinas,¡ninguna! Y me gustaría oír una dulce voz que en armoniosas canciones levantara mi ánimo del peso agobiador de las horas de estudio.

- Conceded tregua a vuestras insaciables peticiones de ermitaño solitario -respondió el rey, mostrando inquietud -. Para mí he elegido esta doncella, en quien veo placer y alegría, y tanto gozo y tanto regalo como David, el padre del sabio Salomón, encontró en la amistad de Abishag la Bienamada.

Insistió el astrólogo alegando nuevas razones, que provocaron impaciencia y disgusto en el monarca, separándose los dos ancianos enojados y displicentes.

Se encerró el sabio en su caverna para estar a solas con la desilusión que le había ocasionado la negativa de Aben Habuz. Pero al cabo se arrepintió: quiso avisar nuevamente al soberano y aconsejarle que observara cautela y vigilancia sobre su peligrosa cautiva.

¿Pero acaso hay enamorado en la senectud que preste oídos a consejos? Aben Habuz solo atendía al influjo de su pasión, y no perseguía otro afán que hacerse agradable a los ojos de la bella cristiana: quería compensar la juventud que no tenía con las riquezas que contaba en abundancia, y cuando un viejo se enamora es verdaderamente generoso. No hubo en el Zacatín de Granada sedas riquísimas ni perfumes exquisitos, joyas valiosas ni adornos caprichosos que el monarca no desplegara pródigo en torno de la cautiva: cuantos objetos raros y de valor llegaban de Asia y Africa eran para ella. Se idearon para su entretenimiento toda clase de espectáculos y diversiones: torneos, lidias de toros, canciones, bailes. Granada fue entonces la ciudad regocijada que no encontraba fin a las fiestas y las alegrías.

Pero la hermosa mujer en cuyo honor se hacía tanto alarde, era princesa y aceptaba semejante ostentación con aire acostumbrado a la magnificencia: consideraba debidos a su rango, y más aún a su hermosura, porque la hermosura exige que se le rinda mayor tributo que el rango, los homenajes con que se pretendía exaltar su vanidad o su amor propio; y además parecía entregarse a secreto placer excitando a Aben Habuz a gastar grandes sumas de dinero, que deberían ir agotando su tesoro, para luego recibir como cosa corriente los costosos agasajos sin darles la menor importancia. Con toda su asiduidad y su munificencia el venerable enamorado no podía jactarse de haber impresionado el corazón de la princesa: jamás le humilló la cautiva con un gesto despectivo, pero jamás, tampoco, le halagó con una sonrisa. Cada vez que el rey le exponía su pasión, hacía ella sonar la lira de plata, que producía místicos encantadores arpegios: se apoderaba la indolencia del soberano, quedaba adormilado un instante, hasta que se rendía a un sueño profundo, del que despertaba vigorizado, aunque con el arrebato de pasión desaparecido. Sufría con esto su galanteo, pero acompañaban a sus letargos sueños agradables, que esclavizaban completamente los sentidos del anciano, y prefirió continuar en esos sueños a pesar de que todo Granada se burlaba de su ciego entontecimiento y censuraba duramente el oro que costaban los melodiosos acordes de una lira de plata.

Se presentó inopinadamente a la seguridad del monarca un peligro, del que el talismán de la glorieta no le avisó: estalló una insurrección en su capital y rodeó su palacio una turba armada que amenazaba su propia vida y la de su amor preciado. El corazón de Aben Habuz latió con la fuerza de su espíritu guerrero de otros tiempos: hizo una salida al frente de un puñado de sus más leales servidores, puso a los armados en huida y no se lo pensó para aplastar la insurrección.

Restablecida la calma, llamó al astrólogo, que apuraba en su encierro la copa amarga del resentimiento. En tono conciliador le habló Abe Habuz:

-¡Oh sabio hijo de Abu Ayub, bien hicisteis en predecirme los peligros que había de acarrearme esta hermosa cautiva! Decidme, ahora, vos que tan certeramente adivináis las contrariedades, que he de hacer para evitarlas.

-Alejad de vuestro lado la infiel cautiva, que es la causa de todo.

-¡Antes perdería mi reino ! -clamó el monarca.

-Es que os halláis en la difícil situación de perder la cautiva y el reino, las dos cosas - hízole saber el sabio.

Angustiado, dijo el rey:

-No os mostréis inflexible ni colérico, ¡oh vos, el más recóndito de los filósofos! Considerad la doble angustia de un soberano y de un enamorado, y disponed los medios de ampararme contra los males que me amenazan. No me importa la gloria, menos aún el poderío. Unicamente ambiciono la dulzura del reposo: ¡ojalá hallara asilo aislado del mundo, de todas sus galas y pompas y de todos sus honores y cuidados, dedicado el tiempo que me quede de vida al sosiego y al amor!

Le miró el astrólogo a través de sus pobladas cejas, para decirle:

-¿Y que me daréis, en cambio, si os proporciono el retiro a que aspiráis?

-Sois vos quien ha de pedir la recompensa: si está al alcance de mi mano y dentro de la esfera en que se desenvuelve mi poderío, cuanto deseéis será vuestro... Os lo aseguro lo mismo que mi alma vive.

-¿Sabes, oh Rey, la historia del jardín de Irem, uno de los portentos de la Arabia feliz?

- De ese vergel algo he oído y algo sé. El Corán le dedica un capítulo, que titula "El amanecer". Además labios de peregrinos que han vuelto de la Meca me han contado maravillas de Irem. Pero todo lo he considerado fábulas imaginadas por fantasías exuberantes, como son los cuentos con que intentan entretenernos los viajeros que llegan de países remotos y quieren impresionarnos con aventuras en que no han tomado parte o con descripciones de lugares que en verdad no aciertan a explicar.

-No echéis a mal, ¡oh Rey! los cuentos de los viajeros porque envuelven conocimientos muy valiosos de los diversos confines de la tierra. Sabed que casi todo lo que vulgarmente se refiere y se habla del palacio y del jardín de Irem es cosa cierta: lo que he visto yo con estos ojos míos. Oid mi aventura, y en ella encontraréis relación con la petición que me hacéis. En mi pubertad, cuando no era yo más que uno de tantos árabes del desierto, cuidaba los camellos de mi padre. Al atravesar el desierto de Aden. se descarrió uno de ellos, y lo perdí. En vano lo busqué días y días. Fatigado y sin fuerzas, reposé mi cuerpo bajo una palmera, al lado de una fuentecilla, a la hora del meridiano y quedé dormido. Al despertar, me hallé a las puertas de una ciudad. Entré y recorrí sus grandes calles y plazas y sus mercados, pero no vi un solo morador y encontré silenciosos todos esos lugares. Seguí vagando por la ciudad, hasta que llegué a un suntuoso palacio, con su jardín, adornado de fuentes y estanques, de umbrías y flores y cargado de apetitosa fruta el huerto. ¡Todavía ni una sola alma! Desanimado por la soledad tan singular, me apresuré a partir de allí; y al llegar a la salida de la ciudad volví los ojos para verla: ¡había desaparecido! Lo único que divisé fue una extensión ilimitada, el callado desierto. Anduve un poco y me crucé con un anciano derviche, conocedor de las tradiciones y de los secretos de aquellos parajes. Le conté lo que me acababa de ocurrir.

"Ese es - me explicó el derviche- el tan renombrado jardín de Irem, una de las maravillas del desierto: sólo se aparece, de cuando en cuando, a algún vagabundo como tú para alegrarle con la vista de sus torres y de sus palacios, y de sus huertos llenos con el tesoro de sus frutas, y desvanecerse en seguida, no dejando ver nada sino el abandonado desierto. En tiempos antiquísimos, cuando los aditas habitaban este país, el rey Sheddad, hijo de Ad, bisnieto de Noé, fundó aquí una magnífica ciudad. Cuando la terminó y admiró su esplendor, se le hinchó de orgullo y de arrogancia el corazón, y así envanecido, determinó edificar un palacio real, rodeado de frondosos vergeles que rivalizaran con cuanto dice el Corán del paraíso celestial. Cayó sobre su engreimiento la maldición del cielo: Sheddad y todos sus súbditos fueron barridos del haz de la tierra y puesta su espléndida ciudad con el palacio y los jardines bajo hechizo perpetuo que los oculta de los ojos de los humanos - excepto en intervalos como la vista que tú has disfrutado- para castigo perdurable de aquella soberbia".

Hizo una pausa Ibrahim, y en sosiego, pero ceremoniosamente, dijo por su parte:

- Esta historia, ¡oh Rey!, y las maravillas que vi están siempre en mi memoria. Después de muchos años, estando yo en Egipto y en posesión del libro de los conocimientos de Salomón el Sabio, determiné volver a visitar el jardín de Irem: lo encontré, revelándose en toda su magnificencia a mis ojos. Tomé posesión del palacio de Sheddad y pasé varios días en su fantástico paraíso celestial. Los genios que custodian el lugar obedecieron mi poder mágico y me descubrieron los hechizos a que ha quedado eternamente conjurado el jardín y que lo hacen invisible. Para vos puedo hacer, ¡oh Rey!, otro palacio y otro jardín iguales, aquí sobre la montaña que domina la ciudad. ¿ No soy dueño acaso, de los encantos ocultos? ¿No estoy en posesión del libro de la sabiduría de Salomón?

-¡ Oh sabio hijo de Abu Ayub! -pronunció con voz trémula por la emoción, el soberano-. Eres, en verdad, un viajero y has visto y aprendido cosas maravillosas. Procura en tu erudición un paraíso semejante para mí, y pídeme en premio lo que quieras, no importa que sea la mitad de mi reino.

- Bien sabéis, ¡oh Rey!, que soy un anciano y un filosofo que con poco se satisface. Sólo os pido que se me entregue la primera bestia con su carga que entre por el mágico portal del palacio que he de construir.

Aceptó contento el soberano tan parca condición, y comenzó su tarea el astrólogo.

En la cúspide de la montaña que se elevaba sobre sus aposentos subterráneos, erigió Ibrahim una gran barbacana que conducía al centro de una poderosa torre. Dispuso un pórtico exterior con un arco elevado, y dentro el umbral, guardado por macizas puertas. En la clave del dintel esculpió una llave enorme el sabio, y en la clave también del pórtico exterior, que estaba más alta que aquélla, grabó una mano gigantesca: poderosos talismanes los dos símbolos, ante los cuales pronunció frases y sentencias en lengua desconocida.

Cuando quedó terminado este vestíbulo, se encerró en su gabinete astrológico, entregado a encantamientos ocultos. Salió al tercer día para subir a la montaña, y en la cima estuvo, hasta que a hora bien avanzada de la noche, descendió, dirigiéndose a la presencia de Aben Habuz, a quien dijo:

-¡Al fin, oh Rey! , he terminado mi labor. Sobre el ápice de la montaña se yergue uno de los palacios más deleitosos ideados por la fantasía humana y que mejor puede halagar los latidos del corazón: encierra suntuosos salones y galerías, vergeles primorosos, fuentes de purísima agua, baños fragantes. Toda la montaña, en una palabra, ha quedado convertida en paraíso; y, lo mismo que el jardín de Irem, lo protege un encanto poderoso y eficaz que lo esconde de la mirada y de la ambición de los mortales, excepto de los que poseen el secreto de sus maravillosos talismanes.

-¡Gracias y mercedes! - contestó, regocijado en triunfo, Aben Habuz-. Con la luz del alba subiremos al palacio y nos posesionaremos de él.

El afortunado monarca apenas durmió aquella noche. No había asomado los rayos solares por la blanca cumbre de Sierra Nevada, y ya montaba Aben Habuz su corcel, acompañándole contados de su séquito, elegidos expresamente por el, ascendiendo la estrecha pendiente que llevaba a lo más alto. A su lado derecho, sobre blanco palafrén, montaba la princesa goda, engalanada de joyas y colgando de su cuello la lira de plata. El astrólogo iba al costado izquierdo del soberano, a pie, porque nunca cabalgó, apoyando los pasos en el báculo labrado de jeroglíficos.

Aben Habuz mostraba ansias, que no lograba satisfacer, de ver el refulgente palacio y las primorosas umbrías de sus jardines extendiéndose a lo largo de las alturas: nada vislumbraba su afán. Le dijo el astrólogo a una pregunta:

- Ese es precisamente el misterio y esa es la salvaguardia del lugar: no divisarlo hasta que, cruzada su hechizada puerta. nos haya puesto en posesión del palacio.

Cuando estaban ya en el pórtico, se detuvo Ibrahim y señaló al rey la mano y la llave esculpidas en el arco.

-Estos son -recalcó- los talismanes que guardan la entrada de nuestro paraíso: hasta que la mano no alcance la llave y de ella se apodere, no habrá poder terrenal ni artificio mágico que prevalezca contra el señor de esta montaña.

Mientras Aben Habuz contemplaba embobado y maravillado los dos talismanes emblemáticos, fue adelantando el palafrén de la princesa cristiana, que cruzó el pórtico y la adentró en los umbrales.

Exclamó todo jubiloso y radiante, el astrólogo:

-¡Oh, la recompensa que me tenéis prometida! Hela aquí: la primera bestia con su carga que ha traspasado la mágica puerta.

Sonrió Aben Habuz ante lo que creía ironía del venerable sabio; pero al verle anhelante por el premio, le dominó una cólera tal que se le erizaron las barbas. Dijo, en tono duro:

-Hijo de Abu Ayub, ¿qué pretendes? Comprendes de sobra el significado de mi promesa: la primera bestia de carga que penetrara por ese portal. Hazte dueño de la mula más recia de mis establos, cárgala con lo más preciado de mi tesoro, y cruce ese pórtico: tuya será, con cuanto lleve. Pero no te atrevas a elevar tus aspiraciones hasta la mujer que es la alegría de mi corazón.

-¿Para qué quiero yo las riquezas? - clamó desdeñosamente, el astrólogo -. ¿Es que no soy dueño del libro de la erudición de Salomón el Sabio, y por él tengo a mi disposición los más escondidos tesoros de la tierra? Dada está vuestra real palabra: por derecho me pertenece la princesa cristiana, y como mía la reclamo.

Miró altivamente la cautiva desde su palafrén, dibujando sus sonrosados labios una sonrisa desdeñosa ante la ardiente disputa que empeñaba aquella delirante senectud por la posesión de la gracia y de la belleza juveniles.

Perdió toda prudencia el monarca. que rugió colérico:

-¡Hijo vil y ruin del desierto! Podrás dominar el encanto de muchos artificios, pero no mi poderío: ¡no intentes burlar a tu señor y a tu rey!

-¡Mi señor, mi rey! - repuso, mofándose, el astrólogo -. ¡El soberano de una maciza montaña reclamando imperio y autoridad sobre el poseedor de los talismanes de Salomón! Bien te halles, Aben Habuz: manda en tu despreciable reino y vive engañado entre las fingidas esperanzas de que quieres rodearte como paraíso. Me gozaré en mi retiro filosófico riéndome de tus necedades.

Diciendo esto, se apoderó de las bridas del palafrén, golpeó el suelo con su cayado y se adentró con la princesa goda por el centro de la barbacana. Se cerró la tierra tras el sabio, con la cautiva y su caballo, como si los hubiera tragado, porque no quedó ni huella del paraje que les sirvió de descenso.

Aben Habuz enmudeció de asombro. Repuesto, ordenó a mil cavadores que no dieran paz al pico y a la azada ahondando el lugar por donde había desaparecido el astrólogo. Vano fue el trabajo de aquellos hombres que cavaban y cavaban. y no cesaban de cavar: el seno de pedernal de la montaña resistía las herramientas y la energía humana; y cuando al fin de dura fatiga lograron penetrar dos metros de roca, se cubrió de nuevo la abertura más pronto de lo que había costado abrirla. Buscó Aben Habuz en la falda de la montaña la boca de la cueva que dirigía al palacio subterráneo del sabio:, fueron vanos también todos sus deseos, porque no logro encontrarla: donde antes había estado aparecía ahora sólida superficie de roca primaria.

Con la desaparición de Ibrahim Ebn Abu Ayub desapareció asimismo el poder benéfico de sus talismanes. El caballero de bronce seguía fijo a su caballo, pero tenía el rostro vuelto a la montaña, la lanza apuntando al lugar por donde había desaparecido el astrólogo, como si allí estuviese en acecho el enemigo más implacable del rey.

De vez en cuando subían débilmente del corazón de la montaña los sones de armoniosa música unidos al suave tono de una voz femenina; y un buen día llevó hasta Aben Habuz un montañés el cuento de que en la noche anterior había descubierto una hendedura en la roca, y trepando por ella logro ver una sala subterránea dentro de la cual reposaba Ibrahim en magnifico diván, adormecido por la lira de plata de la princesa cristiana, que parecía ejercer mágico influjo en los sentidos del sabio.

Aben Habuz reanudó la búsqueda del astrólogo, esta vez valiéndose del montañés como guía para las exploraciones. No logró desenterrar a su rival: el hechizo de la mano y de la llave contrarrestó nuevamente todo el poderío del hombre. En la cumbre de la montaña, el sitio del palacio y del jardín prometidos continuaba en estéril desnudez; y hasta el ameno campo florido que había ocultado de la vista como por ensalmo, si es que no fue sólo fantasía de la calenturienta imaginación de Ibrahim. Las gentes prefirieron pensar esto último, y mientras unos dieron al lugar el apodo de "La locura del rey", otros lo denominaron "El paraíso de los tontos".

Para mayor desventura de Aben Habuz, las vecindades que desafió y menospreció y despojó a su placer cuando poseía el talismánico jinete de bronce, al enterarse de que el anciano monarca ya no estaba protegido por aquel mágico encantamiento, invadían constantemente los territorios que antes les estuvieron vedados, haciendo que el resto de la existencia del que pretendió ser el más pacífico de los soberanos, se convirtiera en una urdimbre de revoluciones y de inquietudes.

Murió, al fin Aben Habuz, y fue enterrado. Se han sucedido los siglos y los acontecimientos. En la famosa montaña ha sido edificada la Alhambra, que rememora en cierto grado los esplendores y las delicias del fabuloso jardín del Irem. Se levanta aún en toda su integridad, completa, la hechizada puerta, protegida sin duda por la mano y por la llave misteriosas, y es hoy la Puerta de la Justicia, que sirve de entrada principal al castillo.

Bajo ella dormita en su magnifico palacio subterráneo el venerable astrólogo, arrullado en su diván por la lira de plata de la princesa goda.

Los achacosos centinelas inválidos que allí montan guardia oyen a veces estas melodías en las claras y serenas noches estivales y, rindiéndose a su fuerza ensoñadora, cabecean en sus puestos. Tan somnífero es el ambiente del lugar que no se libran de la indolencia los que vigilan de día esta parte del castillo, a quienes puede verse adormecidos en los bancos de piedra o bajo los árboles. En realidad, no sería exagerado decir que ésta es la fortaleza militar que más invita al sopor del mundo.

Esto durará -así lo afirma la leyenda- centuria tras centuria. La princesa de la hermosura sin par será cautiva eterna del astrólogo, y el astrólogo estará encadenado a la argentada lira de la princesa y por sus dones adormecido, hoy, y mañana, y siempre, hasta que la simbólica mano empuñe la fatal llave y se desvanezca entonces todo el encanto de la hechizada montaña.
 
EL CALVO Y LA MOSCA
(por Felix Maria Samaniego )
Picaba impertinente
en la espaciosa calva de un anciano
una mosca insolente.
Quiso matarla, levantó la mano,
tiró un cachete, pero fuese salva,
hiriendo el golpe la redonda calva.

Con risa desmedida
la mosca prorrumpió: «Calvo maldito
si quitarme la vida
intentaste por un leve delito,
¿a qué pena condenas a tu brazo
bárbaro ejecutor de tal porrazo?

»Al que obra con malicia,
le respondió el varón prudentemente,
rigurosa justicia
debe dar el castigo conveniente,
y es bien ejercitarse la clemencia
en el que peca por inadvertencia.

»Sabe, mosca villana,
que coteja el agravio recibido
la condición humana
según la mano de donde ha venido»;
que el grado de la ofensa tanto asciende
cuanto sea más vil aquel que ofende.


Lección / Moraleja:
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Los humanos conceptuamos las 'ofensas' según el reconocimiento que nos merece la persona que nos 'hace el honor'(insulto/ofensa).
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EL ABETO Y LAS ZARZAS
(por Aviano)

Un hermosísimo abeto se rió de unas ásperas zarzas cuando sostenían una gran disputa sobre su belleza, diciendo que la discusión era considerada indigna por todos, porque a los méritos no iba emparejado ningún honor.

«Elevándose mi esbelto cuerpo hasta las nubes, alza hasta los astros los erguidos cabellos de mi cabeza y, cuando se me coloca en el centro de los anchos barcos, los vientos extienden las velas desplegadas contra mí. En cambio, como a ti las espinas te dan un aspecto feo, todos los hombres pasan de largo y te desprecian».

La zarza replicó:

«Ahora, en verdad, con gozo mencionas sólo tus ventajas, mientras citas con altivez mis defectos. Pero, cuando el hacha amenazante corte tu hermoso cuerpo, ¡cuánto desearías entonces haber tenido mis espinas!».
 
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