Literatura, filosofía y espiritualidad

La muerte según la filosofía de 8 pensadores




La muerte se ve de manera distinta dependiendo de la cultura. Hay quienes afirman que no le temen, y cuando se llega a la vejez la anhelan y la reciben con una sonrisa


“Nuestra muerte ilumina nuestra vida. Si nuestra muerte carece de sentido, tampoco lo tuvo nuestra vida. Por eso cuando alguien muere de muerte violenta, solemos decir: ‘se la buscó’. Y es cierto, cada quien tiene la muerte que se busca, la muerte que se hace. Muerte de cristiano o muerte de perro son maneras de morir que reflejan maneras de vivir. Si la muerte nos traiciona y morimos de mala manera, todos se lamentan: hay que morir como se vive. La muerte es intransferible, como la vida. Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres”.



Octavio Paz en El Laberinto de la soledad







Si hay algo que inquieta a todo ser humano, aunque éste se niegue a aceptarlo, es lo que sucede cuando dejamos de respirar, pensar, sentir. Cuando nuestros órganos vitales dejan de funcionar y ya no hay actividad cerebral. La muerte es lo único certero que tenemos.



Nacimos para morir. Cada instante que pasa y cada respiro que tomamos nos acerca a la muerte. Cómo moriremos y cuándo será son preguntas fáciles de hacer pero imposibles de responder. ¿Tendrá relación con lo que Octavio Paz escribió? ¿Será que nosotros nos buscamos nuestro fin? Cada paso que tomamos en vida nos lleva a un camino que nos acerca a la muerte. Nosotros elegimos la vereda al inminente fin o inicio; depende cómo queramos verlo.









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Séneca, después de abrirse las venas, se mete en un baño y sus amigos, poseídos de dolor, juran odio a Nerón que decretó la muerte de su maestro.



La muerte se ve de manera distinta dependiendo de la cultura. Hay quienes afirman que no le temen, y cuando se llega a la vejez la anhelan y la reciben con una sonrisa. Pero, ¿qué pasa después de morir o qué significa la muerte? Estas preguntas intrigan a filósofos, quienes han debatido sobre todo el significado de la vida y la muerte. Pues como dijo Séneca, nada es tan cierto como la muerte; y San Agustín “todo es incierto; sólo la muerte es cierta”.



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El filósofo alemán Martin Heidegger definió en Ser y tiempo la muerte como algo que se presenta en el ahora de la vida del hombre. Para este filósofo lo más recomendable es que los seres humanos acepten con conciencia y libertad el camino hacia el final porque al morir el hombre “se asegura del supremo poderío de su libertad cierta y temerosa para morir”. Entonces al morir el hombre acepta su realización. El hombre “se asegura del supremo poderío de su libertad cierta y temerosa para morir” en la muerte.








Jean-Paul Sartre dijo que “todo lo que existe nace sin razón, se prolonga en la debilidad, y muere por casualidad”. Contrario a lo que Heidegger afirmaba sobre que el hombre sólo alcanza la autenticidad con la muerte, Sartre no lo veía a éste como un ser-para-la-muerte. Para Sartre lo más seguro era que el hombre muriera antes de cumplir su tarea. Entonces la muerte no sería más que “una aniquilación que en sí no es más que una de mis posibilidades”.



Tomás de Aquino habló del mal que representaba la muerte, simplemente por el hecho de que con ella se acaba la vida. “La más grande de las desgracias humanas”, palabras claras sobre la visión que el principal representante de la enseñanza escolástica tenía sobre la muerte.



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Søren Kierkegaard criticaba aquellas imágenes que mostraban la muerte como algo positivo, que utilizaban una luz para alumbrarla como si se tratara de algo bello; esa imagen que muchos han presentado como si se tratara de que el hombre cayera en un dulce sueño. Al igual que Kierkegaard, Sciacca también mostró su descontento ante la imagen que el hombre había creado de la muerte, lo que él llamo como “los disfraces de la muerte”.



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El filósofo Michael de Montaigne retomó la frase de Cicerón para concluir que debíamos acostumbrarnos a la muerte. “Dice Cicerón que el filosofar no es otra cosa que prepararse para morir”, a esto añadió “Quitémosle lo raro, acerquémosla a nosotros, acostumbrémonos a ella, no tengamos nada tan a menudo en la cabeza como la muerte”.



Para Hegel, la muerte libera el espíritu que está encerrado en la naturaleza. El hombre representa la muerte, la violencia sobre lo que existe para dialécticamente realizar el espíritu.





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Heráclito y Parménides diferenciaban lo caduco de lo permanente. Así, lo caduco está sujeto al cambio mientras que lo espiritual es permanente. De esta forma se habla del anhelo de muchos seres humanos que existe hacia la plenitud inmortal. Pero para el hombre nietzscheano, la inmortalidad será un fin que se busque con los propios medios y con lo que hay a su disposición.



Si analizamos la postura de los filósofos ante la muerte, podemos encontrarnos con argumentos encontrados; hay quienes la aceptan y otros que la ven como el peor mal. Lo que es una realidad es que no hay manera de evitarla y que en algún momento nos llegará a todos. ¿Vale la pena preocuparnos por ella? O como decía Epicuro, para qué preocuparse de la muerte si cuando el ser humano vive, ella no está presente; mientras que cuando ella llega, él ya no está.



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¿Tiene sentido preocuparse o deberíamos simplemente aceptarla? Aunque si vemos la postura de los estoicos, la misma filosofía es “un comentario sobre la muerte”. Así como Platón, en boca de Sócrates afirmó que la filosofía es aprender a morir. A través de la filosofía aprendemos a separar el alma del cuerpo; a entender que al morir el alma es la que perdura.

Por Mariana Tiquet
 
Fundamentos de la teoría de la reencarnación


Este tema es fundamental para todos nosotros, porque es uno de los temas que abarca la filosofía, o sea, la búsqueda de la sabiduría.


Hoy, en nuestra actual civilización, existe un gran desarrollo de la ciencia y, en especial, de la técnica. Los medios mecánicos que poseemos nos permiten trasladarnos velozmente de un lugar a otro; nos permiten comunicarnos; nos permiten estar en contacto los unos con los otros. Pero estos medios mecánicos y esta alienación científica en el sentido materialista y práctico nos han despojado de la iniciativa para poder entender y comprender los fenómenos inexorables de la Naturaleza.


Sin embargo, ha habido otras épocas y otros tiempos; ha habido otros hombres y otros pueblos que tuvieron más tiempo o más predisposición, o más gusto por estas cosas. Pero hoy, acerca de los problemas fundamentales del hombre, estamos tanto o más ignorantes que el hombre que pintaba en las cuevas de Altamira.


Por eso, nosotros nos seguimos haciendo una pregunta vieja que surge de labios nuevos: ¿qué pasa con nosotros?, ¿qué pasa con nuestra vida?; ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?…


Las distintas religiones de los distintos tiempos, han tratado de solucionar este problema. Le han dado al hombre, a través de símbolos –como bien dice el mismo Jesús en el Nuevo Testamento– una serie de verdades.


Pero es obvio que en nuestra alienación actual y práctica, en nuestro mundo cotidiano, nuestra conciencia está adormecida para los problemas simbólicos. Tan solo unas preguntas nos gritan desde adentro: ¿es que se diluye todo cuando morimos? ¿Es que nuestra conciencia se pierde en la nada? ¿Es que vamos a algún lugar de prueba? ¿Es que existe un Infierno? ¿Es que existe un Cielo? ¿Es que volvemos de nuevo a este mundo?


Ante esto, quiero tocar esta teoría sobre la posibilidad de que retornemos a este mundo. Es una posibilidad filosófica que, por cierto, no es una idea nueva.


Todas las antiguas culturas y civilizaciones, hasta donde nosotros conocemos, tuvieron a su disposición mecanismos de conocimiento que vieron esta posibilidad de la reencarnación como cosa fáctica.


Tomemos algunos ejemplos. En América, entre los aztecas, existía la creencia de que el alma volvía de nuevo a este mundo. Decían que los hombres que morían, pero que estaban muy aferrados a la tierra, quedaban presos del encanto de la tierra.


Pero sostenían que las almas que se habían liberado del mundo, las que ya no tenían apegos en el mundo, las que creían que había “algo más” y más lejano, iban a lo que hoy llamaríamos la fotósfera del sol, es decir, que iban a vivir en la luz, como colibríes bajo la forma de Huitzilopochtli.


Los antiguos egipcios creían también que los hombres podían reencarnar. Todo hombre, cuando moría, tenía una prueba que transcurría en el Aduat. El Aduat, suerte de purgatorio, era un lugar donde se pesaba el corazón del difunto en una balanza, y se le hacían una serie de preguntas a las que debía contestar. Aquellos que eran suficientemente sutiles podían llegar al Amen-Ti, o sea, la Tierra de Amón, el lugar mágico donde cada uno encontraba lo que quería encontrar. El lugar maravilloso donde los lotos no se cierran jamás; donde las barcas no se hunden; donde los besos no se traicionan; donde los alimentos no se corrompen; donde las palabras no se pierden; donde todos los hombres tienen el don de lenguas y se entienden… Pero aquellos que, careciendo de esta fuerza espiritual, quedaban presos en las ansias de volver a la tierra, no podían pasar el Aduat y tenían que regresar otra vez a las experiencias terrestres.


Lo mismo nos indican los chinos, los griegos, los romanos. Incluso los primitivos cristianos, hasta el concilio de Trento, van a tener en algunas de sus líneas de conocimiento, la afirmación de que los hombres vuelven a la tierra, e incluso de que Jesus-Cristo era una suerte de reencarnación de uno de los profetas anteriores. Vemos, pues, que este argumento se pasea por toda la Historia.


Es tal vez en la India donde podamos captar y adquirir los conocimientos más precisos, hoy en día, sobre este tema de la reencarnación .


Los hindúes, dentro de sus distintas religiones o sectas, han llegado a afirmar que en el mundo todas las cosas reencarnan, todas las cosas vuelven a vivir.


Contrariamente a lo que se cree, los hindúes hicieron filosofía e hicieron dialéctica antes que los griegos, y habían tratado de demostrar, no solamente mediante la fe, sino también mediante el razonamiento, que el hombre podía volver a vivir. Decían que todas las cosas son cíclicas. Hablaban de grandes períodos de tiempo activo, que llamaban Manvántaras, y de otros ciclos de sueño o Pralayas. Consideraban que esa actividad –que atribuían a la expiración y a la inspiración de Brahma, o sea, al respirar de la Deidad– existía también en todas las cosas, del mismo modo en que nosotros estamos despiertos unas horas al día y dormidos estamos otras horas.


Miles de años ha, ellos habían ya descubierto las leyes de Lavoisier: “En la Naturaleza nada se pierde, todo se transforma”. Habían notado el recorrer cíclico de las estrellas y la forma repetida en que el sol nos alumbra cada mañana. De esto dedujeron que todas las cosas eran cíclicas; que todas las cosas eran, en parte, irrepetibles, y en parte, se repetían y volvían a ser.


La continuidad y la eternidad no serían para el pensamiento hindú un estatismo o la permanencia de una cosa, sino que serían, más bien, el devenir continuo de las cosas.


El concepto de “duración” y de “eternidad” no estaría en la permanencia objetiva de algo, sino en la permanencia de un cambio constante cuya finalidad es misteriosa; en la utilización de un impulso interior espiritual que mueve a todas las cosas hacia su fin ultérrimo.


Este impulso va encadenando una secuencia de fenómenos. Los hindúes nos hablan de la ley del karma: la ley de causa y efecto. Toda cosa, todo lo que pasa es efecto de lo que pasó antes y causa de lo que va a pasar después. Ninguna cosa, ninguna palabra, ninguna actitud, ninguna criatura, ningún mundo, ningún estado es solo y único en el universo, sino que es fruto de lo que pasó, y germen de lo que va a pasar.


Esta ley de acción y reacción estaba encuadrada en una direccionalidad cósmica, en una ley; es decir, que las cosas existen y se mueven por algo. Y esta es otra pregunta que nos hacemos todos: ¿por qué pasa todo lo que pasa? Ante la incomprensión de ciertas aparentes injusticias, el hombre cae entonces en una forma de ateísmo, porque se pregunta: ¿Dios es justo? ¿Dios es bueno? Si Dios es justo y bueno, ¿por qué hay hombres que nacen en cuna de oro, mientras que otros nacen en una pocilga? ¿Qué clase de Dios injusto es el que hace nacer un niño enfermo o ciego, y en cambio le da a otros todas las posibilidades?


Esta es una vieja pregunta. De ahí que los filósofos y metafísicos hindúes creían que existía un “camino”, al que llamaban Sadhana, y una Ley, que llamaban Dharma, una ley universal que hacía que todas las cosas fuesen a alguna parte con un fin predeterminado.


Los hindúes creían, entonces, en la reencarnación de las almas. Pero no en una reencarnación de manera simplista, según la cual un hombre se muere, está un tiempo en un mundo sutil y vuelve de nuevo. Porque si fuese tan fácil, todos recordaríamos lo que fuimos de una manera clara.


Para poder entender el pensamiento hindú, hace falta recordar que ellos pensaban que el hombre no es uniforme, sino que estaba constituido por siete vehículos diferentes. Algunos de estos vehículos eran los que reencarnaban y otros no reencarnaban.


Afirman sus viejos libros que el hombre está constituido de siete envolturas en diferente estado de vibración. Partiendo de abajo hacia arriba, tendríamos en nosotros algo que es común con las piedras, que es común con todas las cosas que nos rodean: es el cuerpo físico, o Stula Sharira, aquello que tiene densidad. Más allá –y al decir más allá me refiero a otra dimensión– estaría el Prana Sharira, o sea, el cuerpo vital o de energía, lo que diferencia a un hombre vivo de un hombre muerto o que acabase de morir.


El tercer vehículo, partiendo de abajo, es el Linga Sharira, que normalmente en esoterismo occidental es llamado “el doble” o el doble psíquico. Es lo que tenemos en común con los animales, mientras que el Prana Sharira es lo que tenemos en común con los vegetales, y el Stula Sharira con los minerales.


En la constitución del hombre se establece toda una relación con la constitución de la Naturaleza: la parte física con los minerales, la parte energética con los vegetales, la parte psíquico-animal con los animales: ahí radican nuestras pasiones, nuestros sueños, nuestras fantasías.


Luego, existe un Kama-Manas, es decir, una “mente de deseos”, una mente egoísta que teme, se asusta y tiembla cuando advierte que le va a pasar algo.


Más allá de la anterior está el Manas o mente superior. Esta mente es serena, constante. Luego viene el vehículo llamado Budhi, que es la intuición inteligente, sin pensamiento distorsionador; y por último, Atma, la voluntad pura que refleja la Deidad en el hombre.


Los cuatro primeros cuerpos o vehículos mencionados serían, para los hindúes, mortales y se desintegrarían con la muerte. La muerte sería, pues, un desgaste que comienza con el nacimiento. Desde que nace hasta que muere, el hombre va muriendo poco a poco, hasta que, al fin, le llega el colapso final, en el que perdería la parte física, la parte energética, la parte psicológica y la parte mental-egoísta.


Mas restan tres planos de conciencia más profundos: el Manas, el Budhi y el Atma, que pueden servir de escala para remontar al cielo; existiría en el hombre una parte individual, que no se puede dividir y que es la que en función de los “Skandas”, o sea, las causas de acción, el Karma acumulado, se reencarna.


Ahora podríamos entender por qué nacemos a veces en cuna de oro y otras veces en establo. Porque, desde el punto de vista filosófico, no siempre se aprende más cuando se nace en cuna de oro que cuando se nace en un establo.


Un hombre puede nacer de una manera u otra y siempre puede extraer una experiencia. Pero esa experiencia es limitada, porque si nace en una familia de campesinos, ese hombre tendrá la experiencia del campesino, pero le faltará la del artista, del militar, del político, del poeta.


De ahí que esa parte carente de experiencias vuelva a la tierra a ocupar los cuerpos de los niños que nacen; vuelva por nuevas experiencias, nuevos encuentros, nuevas vibraciones biológicas.


Lo que reencarna no es todo el hombre, sino una parte, la parte superior o espiritual que, generalmente, está poco desarrollada. Nuestro tiempo está dedicado a los problemas materiales y no al desarrollo del yo superior…


De tal suerte, las leyes que rigen el destino, según los hindúes, hacen que solamente la parte superior sea la que reencarna. Pero de la parte superior tenemos muy poca conciencia. Ya lo dijo Platón, quien también explicó la reencarnación; él habla de las aguas del Leteo, del río que hace que nos invada el olvido. Cuando se beben esas aguas, el hombre vuelve a renacer sin recordar prácticamente nada; a veces se renace con una chispa de recuerdo, pero no con algo inteligente y ordenado.


Platón –con ese típico sarcasmo de los griegos– dice que los más apasionados se tiran a las aguas del Leteo y beben con las dos manos, quedando luego completamente dormidos; y que, en cambio, los prudentes son los que toman poco y luego pueden recordar algo.


En el mito de Er, Platón desarrolla esto y lo explica perfectamente. Recordemos cuando hace que le pregunten a Sócrates: “¿De dónde nacen los vivos?”, y él contesta preguntando a su vez: “¿De dónde nacen los muertos?”. Los muertos nacen de los vivos, y los vivos de los muertos.


Para Platón, Sócrates y toda la línea del pensamiento filosófico griego, había también un ciclo inexorable en donde una misma humanidad iba reponiendo energías, tomando de nuevo contacto con el mundo y realizando nuevas experiencias.


¿Es esto cierto o no lo es? Eso no es fácil de contestar; simplemente exponemos esta forma de pensamiento para que cada cual tenga su propia vivencia.


Todos sabemos que estamos en un mundo regido por la propaganda. La filosofía, precisamente, y nuestra posición acropolitana dentro de la filosofía, propone un encuentro interior para pensar por uno mismo.


Es preferible equivocarse por sí mismos antes que ser llevados hacia una forma de verdad que nunca comprenderemos, que nunca nos permitirá tener una individualidad desarrollada. De ahí que preguntemos sin esperar respuesta: ¿es que volvemos a vivir? ¿Es que realmente reencarnamos?


Aparte de lo que dijeron los hindúes, pensemos, aplicando el sentido común –el menos común de los sentidos–: si entrase alguien por primera vez aparentemente en el recinto donde nosotros estamos presentes, y conociese perfectamente la disposición de los muebles y lo que contienen, ¿qué diríamos? Es obvio que diríamos que antes ya estuvo alguna vez en él, porque si no, no lo sabría.


¿Cómo explicar la facilidad de algunos niños que, por ejemplo, han manejado instrumentos musicales a los cuatro o cinco años de edad, o la facilidad de algunos escultores que esculpen naturalmente sin enseñanza previa?


Hay teorías modernas que intentan explicar esto con la argumentación de un inconsciente colectivo, de que a través de la ascendencia fisiológica nos llegarían potencias anteriores. Pero, obviamente, esto es menos científico que pensar que el hombre tiene esa posibilidad porque ya la tuvo otra vez. Por ejemplo, si alguien, como pasó en Italia con un campesino, comienza a hablar griego perfectamente, es porque recuerda algo. Y si además se refiere a hechos históricos concretos que nunca ha presenciado, es porque recuerda algo.


En todos nosotros existe como una pre-experiencia individual, que a veces se manifiesta como una sensación difusa, imprecisa. Simpatías, antipatías, angustias y sobrecogimientos que no tienen explicación lógica…


Así, si no es cierto, es por lo menos posible que hayamos vivido otra vez. Y, ¿dónde pudimos haber vivido? ¿En otro mundo o en este?


Si estamos preparados para sobrevivir en este mundo, es que podemos volver a vivir en este mundo.


Se dice que lo que anula la teoría de la reencarnación es el crecimiento demográfico. Porque si en la Antigüedad se calculaba una población mundial menor a 50 millones de personas, y hoy hay 4000 millones de personas, ¿qué ocurre? ¿Es que hay una fábrica de almas? Esta es una buena pregunta. Pero nos responden los mismos antiguos: el número de almas es fijo. Este número fijo de almas, al haber una gran población física en la tierra, tiene poco período celeste, por lo que las almas son más “materiales”, y tiende a propagarse el materialismo en el mundo. Cosa que coincidiría con lo que está pasando hoy, en que los niños ya no guardan la inocencia de otros tiempos.


¿Será cierto lo que decían los antiguos hindúes, de que cuando hay grandes masas de población, las almas reencarnan muy seguidamente, teniendo poco tiempo para lavarse, purificarse?


¿Y que cuando en el mundo hay poca población, las almas tienen una larga vida celeste, y entonces es cuando nacen los grandes místicos, los grandes filósofos; y los niños hasta una edad avanzada siguen creyendo en cuentos de hadas y de gnomos?


Esta simple concepción metafísica cambia todos nuestros conceptos: los conceptos científicos, económicos, políticos, sociales, de relación de los pueblos; y nos torna mejores, más generosos. Entendemos que el mendigo que vemos en la esquina de una calle está pasando una experiencia que nosotros a lo mejor ya hemos pasado o pasaremos; y que tenemos que ayudarle, pero no ayudarle porque queda bien, sino porque es nuestro hermano y compañero de ruta. Porque todos juntos estamos viviendo un camino difícil, espinoso, con subidas y bajadas. Y en este camino tenemos que permanecer todos con esa conciencia de unidad.


Todas estas cosas han estado en el seno de todas las religiones; no están en oposición con ninguna religión, puesto que fueron enseñadas de alguna manera por todos los Maestros.


Jesús mismo dijo: “Es necesario renacer”. Lo que se puede interpretar de varias y profundas maneras.


Estas cosas existen aún en la mente de cualquiera que tenga un sentido científico de la vida, o un sentido positivo. Porque lo que acabamos de expresar es científico y es posible desde el punto de vista positivo.


Es necesario hacer una reflexión sobre estas consideraciones que nos atañen a todos; sobre el saber si vamos a volver a vivir.


Yo creo que no volvemos a vivir. Yo creo que continuamos viviendo. Creo que decir “volvemos a vivir” sería como pensar que morimos en algún instante. Yo no creo en la muerte. La muerte no existe; es un fantasma inventado para asustarnos. Nada muere. Todo se transforma. Todo cambia.


Con la misma ley que transforma la Naturaleza, Dios, o como se quiera llamar, es lo que nos va a llevar en la vida y en la muerte. ¿Cuánto nos costó nacer? Tanto como nos costó nacer, nos costará morir.

Por JORGE ÁNGEL LIVRAGA RIZZI
 
“Vaso lleno no suena”- Leyenda Hindú




Porque muchas veces, es necesario tener la mente vacía para que resuene en nosotros una viva melodía, compartimos con vosotros esta preciosa leyenda hindú (desconozco su autor). Disfrutarla y nunca olvidéis estas palabras: “vaso lleno no suena”
Leyenda Hindú “Vaso lleno no suena”


Como era costumbre, el lama ofrecía enseñanzas a los monjes y a los aprendices del monasterio. Siguiendo la disciplina del Buda se interesaba mucho en captar la transitoriedad de todos los hechos y fenómenos, así como vaciar su mente de los pensamientos y, en realizar meditaciones profundas, sintiendo en su interior el vacío, sintiendo la voz de la mente iluminada. Enseñaba a sus discípulos técnicas para que pudieran vaciar su mente de cosas inútiles que lo único que hacían era aturullar su mente.


“Vaciaos, vaciaos”, exclamaba incansablemente a los discípulos.


Tanto insistía en ello, que algunos discípulos fueron a donde su maestro y le preguntaron respetuosamente:


“Noble maestro, usted sabe que somos fieles a vuestra enseñanza y que en ninguno de los casos dudaríamos de una palabra suya, pero no entendemos por qué das tanta importancia a que nos vaciemos… ¿Acaso, no le das demasiado énfasis a ese aspecto?”


“Me gusta mucho que se me cuestiones, esa es señal de que habéis estado reflexionando”, dijo el lama. “Ahora debo llevar a cabo sin demora mi práctica diaria de meditación, pero os convoco a todos para hoy al anochecer en el santuario, para explicaros el porque de mi insistencia en que os vaciéis. Sólo una única condición, que cada uno de vosotros traiga un vaso lleno de agua.”


Los discípulos asombrados sobre todo por la última petición, ¿Para qué un vaso de agua? ¿Será un ritual? ¿Alguna ofrenda a nuestras queridas deidades? Durante el día fueron muchas las conjeturas de los discípulos sobre la extraña petición del maestro. Algunos decían que iba a tratarse de una ceremonia, otros pensaban que el maestro les iba a tener toda la noche leyendo relatos y que ese sería el motivo del vaso de agua, otros muchos, se encogían de hombros indicando no tener la menor idea del porqué..


Así, entre conjeturas, el sol tomo color anaranjado y comenzó a ocultarse entre las montañas indicando que la tarde estaba dando el relevo a la mañana. Los discípulos fieles al maestro se presentaron en el santuario, cada uno con su vaso lleno de agua, y ansiosos esperaron las palabras del maestro.


“Buenas tardes”– comenzó el maestro con una sonrisa en la boca. “Veo que todos habéis venido con vuestro vaso lleno de agua. Muy bien, así me gusta!. Ahora, vais a hacer algo muy simple. Por favor, golpear los vasos con un objeto. Quiero escuchar el sonido que vuestro vasos son capaces de emitir”


Si a la mañana los discípulos quedaron atónitos con las palabras del maestro, ahora con su petición, no daban crédito. Aun así, hicieron lo que el maestro pidió, y de aquellos vasos no se oyó más que un sonido sordo, muy lejos de lo que llamamos melodía, fue algo muy grosero..


Entonces, el maestro volvió a decirles: “ahora, queridos discípulos, vaciar vuestros vasos y volver a golpearlos con el mismo objeto”


Y los discípulos, así lo hicieron. Del golpe sobre esos vasos vacíos brotó un sonido vivo, armonioso e intenso.


Los monjes se miraron los unos a los otros y después miraron al lama en busca de sus palabras. El maestro les sonrió y les dijo:


“Vaso lleno no suena; luego mente saturada no brilla. Felices sueños.”


Los discípulos entendieron la enseñanza al momento y para siempre quedaron grabadas las palabras “vaso lleno no suena”.





“Tú tienes poder sobre tu mente- no fuera de estos acontecimientos. Darse cuenta de esto, y usted encontrará la fuerza”

Marco Aurelio

Por Triskel
 
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