La gran Ana María MATUTE

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¿Qué opináis de esta maravilla de escritora?

Desde que leí en clase de literatura en el instituto su Fiesta al Noroeste no dejé nunca más ya de leerla.

Su mezcla de fantasía, enorme sensibilidad, y las lecciones para la vida que se reflejan en sus libros me llega a lo más hondo.

Qué gran mujer fue. Recuerdo una entrevista que le hizo Lucía Echevarría en el programa Carta Blanca. Contó que había tenido un matrimonio fracasado y que en los años cincuenta cuando ella se separó la custodia de los hijos la daban automáticamente a los padres. Ella tenía entonces un niñito de tres años y contaba el desgarro que le producía tener que vivir separada de él y sólo poder ver cada quince días un par de horas en el parque a su hijito, a quien acompañaba su abuela paterna.

Tiene, entre toda su preciosa obra, un cuento preciosísimo que casi me hace llorar cada vez que lo leo.

Se titula El Niño al que se le Murió el Amigo.

Lo pongo aquí como regalo para vosotras.

El niño al que se le murió el amigo

[Minicuento - Texto completo.]

Ana María Matute
Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre:


-El amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar.

El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar.

-Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre.

Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos. Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.

FIN
 

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