La España de Franco

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menudo demagogo y mentiroso
 
Marisol, la obrera de la cultura que vendió sus premios franquistas para ayudar al comunismo

Se cumplen 70 años del nacimiento de Pepa Flores, una mujer que se alejó del "ángel" de ojos azules explotado por el franquismo

"Soy una obrera de la cultura. Me fusilarán antes que traicionar a mi clase", declaraba tras liberarse de su pasado

Mina López

43 comentarios

18/04/2018 - 21:36h
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La actriz y cantante Pepa Flores, más conocida como Marisol, durante su intervención en el congreso fundacional del Partido de los Comunistas (PC; más tarde PCPE; escisión prosoviética del PCE, entonces alineado con las tesis eurocomunistas), en enero de 1984. EFE

Resulta difícil escribir sobre Marisol (Málaga, 1948), el nombre artístico de Pepa Flores, sin caer en el formato propio de las revistas del corazón. Al fin y al cabo, la niña prodigio del cine de la época franquista atrajo al público tanto por su trabajo como por su vida personal. Protagonizó cientos de portadas desde su debut hasta su retirada de la vida pública con 37 años, decisión que también generó montones de titulares y programas especiales.




Lo fácil es encontrar un motivo para recuperar su figura. Sin ir más lejos, la efeméride de su 70 cumpleaños este 2018, aunque es mucho más interesante su aparición en el disco que el sello Ace Records! publicó el pasado enero.

Se trata del recopilatorio Beat Girls Español! 1960s She-Pop From Spain, que lleva como subtítulo: "El lado femenino del pop español, incluídos algunos ejemplos del Sonido Torrelaguna" (característico de los arreglos de las canciones del sello Hispavox, situado en la calle Torrelaguna, en la época de Rafael Trabucchelli como director. Es decir, lo ye-yé).

En el volumen aparecen artistas como Concha Velasco, Rocío Dúrcal, Sonia (con una histórica versión en castellano del Get Out Of My Cloud de The Rolling Stones) y, por supuesto, Marisol.

Sus dos canciones poco tienen que ver con la niña rubia de Ha llegado un ángel y mucho con la artista adulta que llegó a ser: la archifamosa Corazón Contento y una versión desenfrenada de La Tarara, que interpreta en su película Las cuatro bodas de Marisol. La escena en la que la representa poco tiene que envidiar al mejor Tarantino.


Instrumento del franquismo
Es el primer filme -el sexto de su filmografía- en el que se escucha su singular voz ronca y su imagen empieza a corresponderse con la de la joven de 20 años que es. Los esfuerzos de Manuel Goyanes, el productor que la llevó al estrellato, por mantener en la infancia a aquella mina de ojos azules que tanto dinero había generado ya no servían.

Fue la penúltima película de su etapa adolescente. En 1968 protagonizó junto al torero Palomo Linares, Solos los dos y se convirtió en 'mujer' a ojos del público. De paso, en el mismo año se casó con Carlos Goyanes, hijo del productor (que décadas después caería en la redada de la Operación Nécora) y con el que había convivido desde niña. Su 'hermano' se convirtió en su marido, un cambio de roles un tanto truculento pero rentable. La boda se convirtió en uno de los eventos más sonados del momento, con hordas de fans en la entrada de la iglesia y cientos de hojas de papel couché con ella vestida de blanco.

La actriz representaba en aquel momento el papel de esposa feliz que acataba y difundía los valores del régimen con alegría. Según su biografía autorizada (T&B editores, 2008), firmada por Javier Aguilar y Miguel Losada, Marisol llegó a declarar ante la prensa: "No sé si seguiré trabajando después de la boda porque pienso que la responsabilidad económica del hogar ha de recaer sobre el hombre. Si Carlos me manda que deje el cine, estoy dispuesta a hacerlo aunque preferiría seguir con mi carrera". Dos años después se separaron y el matrimonio se anuló en 1973 por 'inmadurez de ambos'.

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Pepa Flores relató que había sufrido abusos en su infancia (EFE)



La prehistoria del #Metoo
Poco había de verdad en todo aquello. Muchos años antes de que estallara el caso de Harvey Weinstein, Pepa Flores ya había hablado públicamente de los abusos que había sufrido desde que empezó en el mundo del cine siendo una niña. La periodista Pilar Eyre recuperó hace poco las declaraciones de la artista hizo a la revista Interviú hace décadas y que no levantaron ningún movimiento parecido al #MeToo. "A los ocho años no era la niña angelical que todo el mundo creía… ya estaba más sacudida que una estera", por ejemplo.

Esa misma revista llegó a vender un millón de ejemplares con una portada que ya ha pasado a la posteridad: el desnudo de Marisol. La niña rubia del franquismo convertida en icono sexual al posar sin ropa para el fotógrafo César Lucas. Fue en 1976 y la publicación llevaba en su interior un artículo titulado "Marisol: el bello camino hacia la democracia". Se libraron del secuestro por los pelos, aunque el fotógrafo tuvo problemas con la justicia hasta 1981, cuando le absolvieron de los cargos por atentado a la moral y escándalo público.

El verdadero problema es que la protagonista del retrato nunca dio el consentimiento para su publicación. Aquellas fotos se tomaron en 1970, por encargo de Carlos Goyanes "parece ser que con el fin de que las viera el director italiano Bernardo Bertolucci, con los ojos puestos en que Marisol trabajara con él y con el actor Alain Delon en una película. La sesión fotográfica había costando 90.000 pesetas", aseguran Aguilar y Losada en su libro.

Pepa Flores nunca denunció ni a Lucas ni a la revista, pese a que habían vuelto a utilizar su cuerpo sin su aprobación. La imagen ha sido una de las más lucrativas de la publicación. En 1991 recuperaron la portada con motivo de su 15 aniversario y fue la última que llegó al quiosco antes del cierre de la revista el pasado mes de enero.

Activismo paralelo
Curiosamente, la biografía de Pepa Flores guarda similitudes en algunos momentos con la de Jane Fonda aunque, de entrada, pueda parecer improbable. La norteamericana también tuvo que hacer esfuerzos para librarse del dichoso cartel de ‘mito erótico’ que le colgaron después de protagonizar Barbarella (Roger Vadim, 1968) vestida con el mítico bikini diseñado por Paco Rabanne.

A ambas les costó que las tomasen en serio profesionalmente pero también supieron sacarle partido a aquellos prejuicios. Fonda ganó mucho dinero con sus famosísimos vídeos de Aerobic Jane Fonda’s Workout que ‘ayudaban’ a las mujeres del mundo a conseguir un cuerpo como el suyo (y lucir así su propio bikini). Lo que no sabían sus seguidoras es que el dinero recaudado iba destinado a apoyar a las causas políticas en las que participaba.

Por su parte Marisol vendió los premios de oro que le habían otorgado en las fiestas del Caudillo en La Granja cuando aún era un instrumento perfecto de la dictadura, para apoyar a la izquierda española de la época. Se había implicado en el comunismo en la época en la que empezó su relación con Antonio Gades y, como personajes públicos, lideraron muchas de las protestas de la última época del franquismo y de la democracia. Gades y ella se casaron en Cuba en 1982 con Fidel Castro como padrino.

Llegaron a llamarla ‘La niña de Moscú’, estuvo afiliada al Partido Comunista y al Partido Comunista de los Pueblos de España y ella misma se declaró: "Una obrera de la cultura. Me fusilarán antes que traicionar a mi clase".

Cumplió con su palabra y en 1985 protagonizó su última película Caso Cerrado, dirigida por Juan Caño. Fue la segunda en la que salió acreditada como Pepa Flores, después de Carmen (Carlos Saura, 1983). Poco tiempo después desapareció de la vida pública y se mudó a Málaga, el sitio de dónde venía. Viajó por todo el mundo, conoció a gente como Audrey Hepburn, Ann- Magret o Harpo Marx, compartió pantalla con Mel Ferrer y Jean Seberg y trabajó bajo las órdenes de Juan Antonio Bardem y Mario Camus, pero se hubiese cambiado por cualquiera de los que soñaban su vida desde sus casas.

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La actriz y cantante Pepa Flores durante su actuación en el campo de fútbol de Torrejón, donde culminó la marcha anti-OTAN en junio de 1982

https://www.eldiario.es/cultura/fenomenos/Marisol-obrera-cultura_0_762224249.html
 
Marisol, la obrera de la cultura que vendió sus premios franquistas para ayudar al comunismo

Se cumplen 70 años del nacimiento de Pepa Flores, una mujer que se alejó del "ángel" de ojos azules explotado por el franquismo

"Soy una obrera de la cultura. Me fusilarán antes que traicionar a mi clase", declaraba tras liberarse de su pasado

Mina López

43 comentarios

18/04/2018 - 21:36h
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La actriz y cantante Pepa Flores, más conocida como Marisol, durante su intervención en el congreso fundacional del Partido de los Comunistas (PC; más tarde PCPE; escisión prosoviética del PCE, entonces alineado con las tesis eurocomunistas), en enero de 1984. EFE

Resulta difícil escribir sobre Marisol (Málaga, 1948), el nombre artístico de Pepa Flores, sin caer en el formato propio de las revistas del corazón. Al fin y al cabo, la niña prodigio del cine de la época franquista atrajo al público tanto por su trabajo como por su vida personal. Protagonizó cientos de portadas desde su debut hasta su retirada de la vida pública con 37 años, decisión que también generó montones de titulares y programas especiales.




Lo fácil es encontrar un motivo para recuperar su figura. Sin ir más lejos, la efeméride de su 70 cumpleaños este 2018, aunque es mucho más interesante su aparición en el disco que el sello Ace Records! publicó el pasado enero.

Se trata del recopilatorio Beat Girls Español! 1960s She-Pop From Spain, que lleva como subtítulo: "El lado femenino del pop español, incluídos algunos ejemplos del Sonido Torrelaguna" (característico de los arreglos de las canciones del sello Hispavox, situado en la calle Torrelaguna, en la época de Rafael Trabucchelli como director. Es decir, lo ye-yé).

En el volumen aparecen artistas como Concha Velasco, Rocío Dúrcal, Sonia (con una histórica versión en castellano del Get Out Of My Cloud de The Rolling Stones) y, por supuesto, Marisol.

Sus dos canciones poco tienen que ver con la niña rubia de Ha llegado un ángel y mucho con la artista adulta que llegó a ser: la archifamosa Corazón Contento y una versión desenfrenada de La Tarara, que interpreta en su película Las cuatro bodas de Marisol. La escena en la que la representa poco tiene que envidiar al mejor Tarantino.


Instrumento del franquismo
Es el primer filme -el sexto de su filmografía- en el que se escucha su singular voz ronca y su imagen empieza a corresponderse con la de la joven de 20 años que es. Los esfuerzos de Manuel Goyanes, el productor que la llevó al estrellato, por mantener en la infancia a aquella mina de ojos azules que tanto dinero había generado ya no servían.

Fue la penúltima película de su etapa adolescente. En 1968 protagonizó junto al torero Palomo Linares, Solos los dos y se convirtió en 'mujer' a ojos del público. De paso, en el mismo año se casó con Carlos Goyanes, hijo del productor (que décadas después caería en la redada de la Operación Nécora) y con el que había convivido desde niña. Su 'hermano' se convirtió en su marido, un cambio de roles un tanto truculento pero rentable. La boda se convirtió en uno de los eventos más sonados del momento, con hordas de fans en la entrada de la iglesia y cientos de hojas de papel couché con ella vestida de blanco.

La actriz representaba en aquel momento el papel de esposa feliz que acataba y difundía los valores del régimen con alegría. Según su biografía autorizada (T&B editores, 2008), firmada por Javier Aguilar y Miguel Losada, Marisol llegó a declarar ante la prensa: "No sé si seguiré trabajando después de la boda porque pienso que la responsabilidad económica del hogar ha de recaer sobre el hombre. Si Carlos me manda que deje el cine, estoy dispuesta a hacerlo aunque preferiría seguir con mi carrera". Dos años después se separaron y el matrimonio se anuló en 1973 por 'inmadurez de ambos'.

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Pepa Flores relató que había sufrido abusos en su infancia (EFE)



La prehistoria del #Metoo
Poco había de verdad en todo aquello. Muchos años antes de que estallara el caso de Harvey Weinstein, Pepa Flores ya había hablado públicamente de los abusos que había sufrido desde que empezó en el mundo del cine siendo una niña. La periodista Pilar Eyre recuperó hace poco las declaraciones de la artista hizo a la revista Interviú hace décadas y que no levantaron ningún movimiento parecido al #MeToo. "A los ocho años no era la niña angelical que todo el mundo creía… ya estaba más sacudida que una estera", por ejemplo.

Esa misma revista llegó a vender un millón de ejemplares con una portada que ya ha pasado a la posteridad: el desnudo de Marisol. La niña rubia del franquismo convertida en icono sexual al posar sin ropa para el fotógrafo César Lucas. Fue en 1976 y la publicación llevaba en su interior un artículo titulado "Marisol: el bello camino hacia la democracia". Se libraron del secuestro por los pelos, aunque el fotógrafo tuvo problemas con la justicia hasta 1981, cuando le absolvieron de los cargos por atentado a la moral y escándalo público.

El verdadero problema es que la protagonista del retrato nunca dio el consentimiento para su publicación. Aquellas fotos se tomaron en 1970, por encargo de Carlos Goyanes "parece ser que con el fin de que las viera el director italiano Bernardo Bertolucci, con los ojos puestos en que Marisol trabajara con él y con el actor Alain Delon en una película. La sesión fotográfica había costando 90.000 pesetas", aseguran Aguilar y Losada en su libro.

Pepa Flores nunca denunció ni a Lucas ni a la revista, pese a que habían vuelto a utilizar su cuerpo sin su aprobación. La imagen ha sido una de las más lucrativas de la publicación. En 1991 recuperaron la portada con motivo de su 15 aniversario y fue la última que llegó al quiosco antes del cierre de la revista el pasado mes de enero.

Activismo paralelo
Curiosamente, la biografía de Pepa Flores guarda similitudes en algunos momentos con la de Jane Fonda aunque, de entrada, pueda parecer improbable. La norteamericana también tuvo que hacer esfuerzos para librarse del dichoso cartel de ‘mito erótico’ que le colgaron después de protagonizar Barbarella (Roger Vadim, 1968) vestida con el mítico bikini diseñado por Paco Rabanne.

A ambas les costó que las tomasen en serio profesionalmente pero también supieron sacarle partido a aquellos prejuicios. Fonda ganó mucho dinero con sus famosísimos vídeos de Aerobic Jane Fonda’s Workout que ‘ayudaban’ a las mujeres del mundo a conseguir un cuerpo como el suyo (y lucir así su propio bikini). Lo que no sabían sus seguidoras es que el dinero recaudado iba destinado a apoyar a las causas políticas en las que participaba.

Por su parte Marisol vendió los premios de oro que le habían otorgado en las fiestas del Caudillo en La Granja cuando aún era un instrumento perfecto de la dictadura, para apoyar a la izquierda española de la época. Se había implicado en el comunismo en la época en la que empezó su relación con Antonio Gades y, como personajes públicos, lideraron muchas de las protestas de la última época del franquismo y de la democracia. Gades y ella se casaron en Cuba en 1982 con Fidel Castro como padrino.

Llegaron a llamarla ‘La niña de Moscú’, estuvo afiliada al Partido Comunista y al Partido Comunista de los Pueblos de España y ella misma se declaró: "Una obrera de la cultura. Me fusilarán antes que traicionar a mi clase".

Cumplió con su palabra y en 1985 protagonizó su última película Caso Cerrado, dirigida por Juan Caño. Fue la segunda en la que salió acreditada como Pepa Flores, después de Carmen (Carlos Saura, 1983). Poco tiempo después desapareció de la vida pública y se mudó a Málaga, el sitio de dónde venía. Viajó por todo el mundo, conoció a gente como Audrey Hepburn, Ann- Magret o Harpo Marx, compartió pantalla con Mel Ferrer y Jean Seberg y trabajó bajo las órdenes de Juan Antonio Bardem y Mario Camus, pero se hubiese cambiado por cualquiera de los que soñaban su vida desde sus casas.

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La actriz y cantante Pepa Flores durante su actuación en el campo de fútbol de Torrejón, donde culminó la marcha anti-OTAN en junio de 1982

https://www.eldiario.es/cultura/fenomenos/Marisol-obrera-cultura_0_762224249.html
que pena de Marisol precisamente por haber caído en las garras del comunismo y de Gades en fin...
 
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La Cataluña franquista

Resulta extraño escuchar constantemente la acusación que muchos nacional-catalanistas hacen contra el resto de españoles de ser “franquistas” o de que territorios como Castilla poseen “permanencias del franquismo”. Si hay un territorio español que se benefició del franquismo, ese es Cataluña. Y si hay un territorio -junto al País Vasco- donde el nacionalismo franquista dejó hábitos, formas de actuar y de comprender la realidad que se transmitieron e integraron de inmediato con el nacional-catalanismo, es por supuesto, toda la Cataluña interior.



Cataluña ganó la guerra civil junto a Franco: las élites, los grandes burgueses huyeron a Burgos y se pasaron al enemigo o se escondieron para evitar que los republicanos los aniquilaran; volvieron a salir todos ellos con las tropas franquistas, recuperaron sus negocios y se vengaron con saña de la persecución. Luego se hicieron aún más ricos, protegidos por unas leyes que sometían y amedrantaban a los obreros y alentaban la especulación de las grandes fortunas catalanas. Pero eso no fue todo. Los tenderos, comerciantes y pequeños empresarios, de los que tan poblada estaba la Cataluña de entonces, los payeses de alguna tierra, se alegraron también de que Franco expulsara a quienes les habían confiscado las fábricas o las tierras, las habían nacionalizado o socializado. Como muestran los estudios de historia económica, jamás la pequeña industria y el pequeño negocio en Cataluña prosperó más de lo que lo hizo en los años centrales del franquismo, protegido por unas leyes franquistas hechas a su medida.

Toda la Cataluña interior, la Cataluña carlista, los padres y abuelos de los Llach, Junqueras y Puigdemont, ganaron la guerra con Franco. Porque los carlistas fueron los que de verdad ganaron, no los falangistas, que eran pocos y sin apoyos. La Cataluña carlista ganó la guerra con Franco.

La represión en Madrid, la ciudad roja y jornalera, tan odiada por Franco y la derecha, fue mayor, mucho mayor que en Barcelona. Hubo un puñado de catalanistas supuestamente de izquierdas que pudieron huir por la frontera, mientras en Madrid los republicanos se quedaban para construir una resistencia que acabó en el paredón. En general, Franco no mató catalanistas (Companys no es más que un caso, triste y simbólico, pero un caso). Porque los catalanistas o bien eran ricos y le habían apoyado, o se habían escapado a Francia (y algunos volvieron, muchos a ocupar sus puestos o mejores). Como en el País Vasco, la burguesía catalanista que se había significado en la República recibió, como mucho, multas. A quien Franco mató fue a los anarquistas, los mismos a los que las juventudes de Ezquerra Republicana de Catalunya -un partido que se acercó mucho al fascismo durante el periodo de entreguerras- habían perseguido e insultado por ser “murcianos”.

Si la balanza fiscal es desfavorable a los territorios ricos (lo cual incluye a Madrid, claro), la balanza demográfica y económica lo es para con Castilla y su Extremadura.

Si fueron los inmigrantes castellanos, murcianos, andaluces y extremeños quienes, junto con los obreros y obreras catalanes fundamentaran la potencia económica de Cataluña, resulta extraordinariamente doloroso el escuchar una y otra vez el agravio de la disparidad de las balanzas fiscales. Al cabo, quienes emigran de una tierra suelen ser siempre los más jóvenes, los más fuertes y capaces y con ello descabezan la capacidad social de progreso en el lugar del que se van. El éxito económico de Cataluña está construido en parte importante con la condena al retroceso en otros territorios.

Es más: los planes de desarrollo franquistas, en especial el llamado “plan de estabilización” de 1959, que fueron letales para Castilla, los redactaron y pensaron sobre todo catalanes. Alguno de ellos, como Joan Sardà Dexeus, economista de la órbita de ERC, que durante la guerra había trabajado con Companys y al que, lejos de encarcelar, el franquismo le llamó para preparar una liberalización que arrancaría las pocas defensas que tenían los obreros: porque eso venía bien para llenar Cataluña de la mano de obra barata, emigrantes, que la industria catalana precisaba.

Y todavía más: los planificadores catalanes franquistas conspiraron con toda consciencia para reducir Castilla a una tierra predominantemente agrícola: todos los planes del franquismo invertían en desarrollo industrial en Cataluña y el País Vasco (el 25% total de las inversiones del Instituto Nacional de Industria franquista fueron a parar a la provincia de Barcelona por apenas unas décimas para todo el conjunto de Castilla, incluyendo a Madrid). Pero esos mismos planes sólo preveían regadíos y ordenación agraria para Castilla, sumiendo para siempre a un territorio mayor que muchos países europeos, en la dependencia económica y el subdesarrollo industrial. De este modo, la industria catalana (y la vasca) recibían mano de obra barata y dócil y se evitaban competencia futura.

De aquellos polvos, estos lodos. El nacionalismo franquista se convirtió en catalanista cuando llegó la transición: centenares de alcaldes franquistas, de procuradores en cortes, de elegidos por el tercio de familias se pasaron de la noche a la mañana a CiU y a ERC. El nacionalismo es nacionalismo, no varía más que el nombre. El fascismo soterrado de buena parte del nacional-catalanismo actual se explica muy bien así, por su continuidad con el fascismo franquista.

Si tenemos que reconstruir puentes -y soy firme partidario de ello-, es necesario que las buenas gentes de Cataluña entiendan el papel jugado por su tierra en el infradesarrollo económico y social de Castilla. Si la balanza fiscal es desfavorable a los territorios ricos (lo cual incluye a Madrid, claro), la balanza demográfica y económica lo es para con Castilla y su Extremadura. Los catalanes pueden quejarse de escasas inversiones en carreteras, de tener que pagar peajes. Pero han de tener en cuenta que a nosotros su desarrollo nos ha costado no sólo una desventaja económica, sino la desaparición física, biológica. Y el genocidio cultural de pueblos y más pueblos castellanos y extremeños en los que la cultura propia ha desaparecido para alimentar los extrarradios barceloneses con emigrantes y sus hijos y nietos, que ahora hablan catalán, votan a la CUP y no tienen ni idea de lo que es un mayo, una rondeña o el juego del guá.

https://www.cronicapopular.es/2019/08/la-cataluna-franquista-2/
 
31 fotografías impactantes de cuando los españoles fuimos refugiados

agosto 20, 2019



Estremecedora selección de fotografías del éxodo de la población republicana frente al avance del fascismo franquista. Un testimonio gráfico imprescindible.

Una refugiada llora junto a sus pertenencias en El Pertús después de que las autoridades francesas abriesen la frontera tras la caída de Barcelona.
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Un soldado francés lleva el equipaje de una refugiada española en un paso de montaña.
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Una niña, su madre y su abuela, en Valencia.
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Refugiados españoles cruzan la frontera francesa en El Pertús.
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Refugiados españoles en la carretera que lleva a Perpiñán, en El Pertús.
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Uno de los 4000 niños que huyeron de Bilbao durante la Guerra Civil, en un campo de refugiados cercano a Southampton.
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Refugiados españoles durante la Guerra Civil.
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Tres huérfanos de Bilbao llegan a Southampton, junto a otros 4000 niños, en el Habana el 23 de mayo de 1937.
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Un soldado francés ayuda a una familia de refugiados a cruzar la frontera en 1938.
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4200 niños españoles llegan a Southampton en el Habana.
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Refugiados españoles en la frontera francesa.
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Un grupo de refugiados se preparar para cruzar la frontera con Francia en 1939.
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Varios refugiados esperan para cruzar la frontera francesa el 29 de enero de 1939.
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Una familia de refugiados españoles espera en la frontera entre Francia y España el 29 de marzo de 1939.
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Refugiados españoles en el norte de África forman una fila para recibir zapatos nuevos (1939).
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Refugiados españoles en Francia el 8 de abril de 1938.
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Nuevos refugiados, aún con sus identificaciones, en un campo para refugiados de la Guerra Civil española.
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Refugiados españoles atraviesan la montaña de camino a la ciudad fronteriza de Luchon el 4 de abril de 1938.
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Refugiados españoles llenan las calles de Banylus en febrero de 1936.

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Niños españoles reciben su primera comida en un campo de refugiados cercano a Southampton el 25 de marzo de 1937.
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Dos niños refugiados españoles, en la frontera francesa en los Pirineos.
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Una refugiada española llega a Francia con sus pertenencias.
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Una niña lleva a su hermano en la frontera con Francia. Llegó caminando desde Figueres y sería enviada a un campo de refugiados con otros compatriotas.
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Refugiados españoles caminan por una montaña en 1936.
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Gendarmes franceses evitan la entrada de refugiados españoles en 1936.
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Mujeres y niños españoles cruzan la frontera francesa en El Pertús.
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Refugiados vascos reciben juguetes en Watermillock, Bolton, donde están refugiados, el 26 de junio de 1937.
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Una familia de refugiados huye a Francia el 7 de febrero de 1939.
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Una refugiada española, con su primera comida tras llegar a Inglaterra (1938).
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Un soldado francés de las tropas fronterizas alimenta a un bebé refugiado que acaba de cruzar la frontera el 3 de abril de 1938.
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Los fusilamientos de Paracuellos, el crimen de los republicanos en la Guerra Civil
El historiador británico Julius Ruiz analizó en «Paracuellos. Una verdad incómoda» (Espasa, 2015) las matanzas, uno de los acontecimientos más polémicos de la contienda
SeguirSilvia Nieto@snieto91
MadridActualizado:11/01/2019 11:58h178Los recuerdos desdibujados por la represión franquista

El estudio de las matanzas perpetradas por republicanos en el Madrid de la Guerra Civil ha estado teñido, durante años, de controversia. Para algunos, la investigación de esos hechos lleva implícita una defensa del golpe militar del 18 de julio o de la dictadura de Franco, cuando no una disculpa a la violenta represión acometida por el «bando nacional». Dejando atrás ese temor, el historiador británico Julius Ruiz aporta en «Paracuellos. Una verdad incómoda» (Espasa, 2015) un relato equilibrado de los crímenes, repasando las disputas historiográficas que estudiosos de izquierda y derecha han mantenido estas últimas décadas. Ambos, como analiza en su trabajo, solo han sido capaces de ponerse de acuerdo en un punto que, además, es erróneo: que los asesinatos fueron incitados por los soviéticos, en concreto por los miembros de la policía secreta comunista, la NKVD, que pululaban por Madrid.


La intervención extranjera como causa de los crímenes fue popularizada por Ernesto Giménez Caballero, uno de los miembros de la corte literaria de la Falange, y próximo, aunque sus más y sus menos, a José Antonio Primo de Rivera. «Para él -cuenta Ruiz-, la idea de que Paracuellos fuese obra de extranjeros tenía toda la lógica del mundo, pues no le cuadraba con el carácter hispánico».


El escritor sacaba esa conclusión por las comparaciones que hacía con la matanza de Katyn. Allí, en ese bosque, en la primavera de 1940, 22.000 polacos asesinados por los comunistas habían sido enterrados tras recibir un tiro en la nuca. En abril de 1943, tres años después, Giménez Caballero presenció, como reportero de ABC, la apertura de las fosas. Luego, en un libro titulado «La matanza de Katyn (Visión sobre Rusia)», y que Ruiz cita en su obra, afirmó: «Un español, por cruel que sea, jamás es sádico y técnico en su crueldad. Pues si el español está poco dotado para la Técnica en general -en matemática, en ingeniería, en mecánica-, sería absurdo que lo estuviese para el asesinato científico». Así, deducía, fueron hombres de un país distinto los que alentaron los crímenes.


Carlos Semprún, que había militado en el PCE, conocía bien a Carrillo, y, en ese texto, aprovechaba para recordar algunas de las vivencias que habían compartido años atrás. La primera, en Budapest, en el año 1949, cuando el comunista arengó a un grupo de jóvenes para que emprendieran la «lucha armada» contra el franquismo: «No podía elegir, no podía saber -les decía, presentándose como «bolchevique indómito»- quiénes íbamos a morir en la gesta heroica y quiénes íbamos a sobrevivir».

«Éramos "simpatizantes", futuros tontos útiles», se lamentaba Semprún, que también contaba cómo años después, en 1952, el partido «requisó» una casa de su familia en las afueras de París, donde los líderes de la formación -Carrillo incluido, lógicamente- se habituaron a celebrar sus reuniones. Lo que escuchó allí le dejó atónito, quizá por el acento poco épico en el que trasncurrían las charlas: los camaradas calificaban de «vieja put*» a Dolores Ibárruri, «la Pasionaria»; su pareja, Francisco Antón, era «su chulo Paco».

«Lo más horrible»
El afán por aclarar las matanzas de Paracuellos llegó a crear situaciones sorprendentes. Ruiz cuenta cómo, a principios de los ochenta, la editorial Argos Vergara publicó dos libros que narraban los crímenes de Paracuellos desde perspectivas encontradas: el del hispanista británico Ian Gibson, titulado «Paracuellos: cómo fue», y el del historiador español Carlos Fernández Santader, llamado «Paracuellos: ¿Carrillo culpable?». La presentación, celebrada en Madrid el 14 de febrero de 1983, corrió a cargo de la periodista Pilar Urbano, y contó, entre los asistentes, con los investigadores, los descendientes de las víctimas de las matanzas y con Enrique Líster, el famoso general comunista que había combatido en la Guerra Civil. Ruiz, citando el reportaje que ABC hizo del evento, y publicado al día siguiente, describe el caos que se desató en el Club Internacional de Prensa, donde tenía lugar el acto.

Según Alfredo Semprún, autor de la crónica, allí se congregó «la rabia de las dos Españas». La intervención de Enrique Líster, que habló sobre «lo que ocurría en el frente de Madrid en aquellas fechas», en referencia a la Guerra Civil, fueron acalladas por los descendientes de las víctimas, que protestaron. «Pilar Urbano -se leía en ABC- se veía obligada a recalcar que junto a Paracuellos también habían existido Badajoz, Guernica y Granada». Así, la periodista citaba los crímenes del bando franquista durante la contienda: en agosto de 1936, unos 2.000 milicianos habían sido asesinados en la plaza de toros de la ciudad extremeña, y, en abril de 1937, los bombardeos habían borrado del mapa a la localidad vasca. Por su parte, Fernández Santander y Gibson discutieron, y Urbano abroncó a ambos, acusándoles de «frívolos» y de «ahondar heridas», y calificando su trabajo de «insensatez». Al final, Rafael Vela, un superviviente del conflicto, zanjó el escándalo con una frase de la que se hace eco Ruiz en su libro: «Es lo más horrible que nos pudo pasar».

Una clase de víctimas
Junto a los caídos y dando la espalda a los verdugos, el historiador británico termina su libro con una reflexión que vale la pena reproducir. Ruiz lamenta que las víctimas de la represión franquista fueran «estigmatizadas» y que todavía busquen a sus familiares, ya que «no pudieron averiguar qué había pasado con sus parientes y allegados ni siquiera una vez terminada la Guerra Civil». Y luego, con gran lucidez, y tras recordar la dignidad de los por mucho tiempo olvidados, concluye: «Pero, pese a todo, poco alivio para el dolor emocional sentido por quienes perdieron a sus familiares en las sacas de Madrid fue el hecho de que el suyo terminara siendo el bando vencedor en 1939. Tratar de minimizarlo equivale a defender la existencia de dos clases distintas de víctimas».

Mejor, como Melchor Rodríguez, salvar a seres humanos, con independencia del color de su ideología
 
Gendarmes franceses evitan la entrada de refugiados españoles en 1936.
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Mujeres y niños españoles cruzan la frontera francesa en El Pertús.
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Refugiados vascos reciben juguetes en Watermillock, Bolton, donde están refugiados, el 26 de junio de 1937.
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Una familia de refugiados huye a Francia el 7 de febrero de 1939.
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Una refugiada española, con su primera comida tras llegar a Inglaterra (1938).
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Un soldado francés de las tropas fronterizas alimenta a un bebé refugiado que acaba de cruzar la frontera el 3 de abril de 1938.
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No hi ha mes cec que aquell que no hi vol veure.
 
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