El mundo de la música clásica: las "debilidades" de los grandes maestros

El bálsamo de la música clásica
De colosos como Brahms, Beethoven o Händel, a genios más desconocidos como Frederic Rzewski o Othmar Schoeck: música obligada en tiempos de enfermedad, convalecencia y curación


LUIS GAGO
28 MAR 2020



Orfeo, encarnado por el cantante Cyril Auvity, en 2017 en los Teatros del Canal.


Orfeo, encarnado por el cantante Cyril Auvity, en 2017 en los Teatros del Canal. PHILIPPE DELVA


“Yo la Música soy, y con dulces acentos sé aplacar cualquier corazón atormentado y ora de noble ira, ora de amor, inflamar puedo las más gélidas almas. Con dorada lira a veces suelo los mortales oídos deleitar cantando; y de esta guisa más incito a las almas a la armonía sonora de la lira del cielo”: así se expresa el personaje alegórico de La Música al comienzo de Orfeo, la “favola in musica” de Claudio Monteverdi con la que arranca simbólicamente la historia de la ópera. Cualquier recomendación musical para acompañar nuestro enclaustramiento forzoso de estos días debería empezar necesariamente por aquí.

Las imágenes insólitas de nuestras ciudades y pueblos desiertos tienen un correlato musical perfecto en el concierto espiritual Wie liegt die Stadt so wüste(Cuán desierta se halla la ciudad), un concierto espiritual compuesto por Matthias Weckmann en 1663, cuyo texto tomado de las Lamentaciones de Jeremías, aunque referido a Jerusalén, le sirvió para plasmar gráficamente los estragos que causó en aquel año una epidemia de peste en Hamburgo.

Quien añore las salidas al campo y el contacto con la naturaleza encontrará solaz en la Sinfonía “Pastoral” de Beethoven o en Una Sinfonía Alpina de Richard Strauss, que describe gráficamente con sonidos el ascenso hasta una cumbre montañosa, con todas sus vicisitudes. Y las largas horas recuperadas para el ocio permitirán actividades casi siempre olvidadas: contemplar la luna, por ejemplo, compañera y confidente de poetas y compositores románticos. Un poema de Goethe protagonizado por el inevitable Wanderer que vaga solo y sin rumbo con la luna como única compañía inspiró una de las mejores canciones de Franz Schubert.

Perdidos los referentes habituales que diferenciaban el lunes del jueves, o el miércoles del domingo, ahora que todos los días se parecen inevitablemente entre sí, ahora que la vida de muchos se ha convertido en un mismo tema con la introducción de pequeñas pero bienvenidas variaciones, nada mejor que dedicar algún tiempo a escuchar uno de los géneros más prolíficos y longevos de la historia musical occidental. Y mucho mejor optar por ejemplos muy poco conocidos, como el Aria Variata de Johann Christoph Bach, tío abuelo de Johann Sebastian, quien lo tildó de un “compositor profundo”; o las Variaciones en Fa menor, de Joseph Haydn, una joya apenas frecuentada; o las Variaciones sobre un tema de Schumann que el joven Johannes Brahms escribió como homenaje a su amigo y mentor.

Una variante específica del género de las variaciones son las chaconas o passacaglias, en las que un bajo permanece inmutable mientras no cesan de transformarse las voces superiores. También aquí las posibilidades son casi infinitas, pero quedémonos con cuatro ejemplos muy diferentes: Jesu meines Lebens Leben, de Dieterich Buxtehude; la última de las conocidas como Sonatas del Rosario, de Heinrich Ignaz Franz von Biber, una representación musical del ángel de la guarda, al que muchos estarán confiándose estos días; el último movimiento de la Cuarta Sinfonía de Brahms, inspirado por el coro final de la Cantata BWV 150 de Bach; y la Chaconne chromatique que cierra la Sonata para viola sola de György Ligeti. Escuchándolas, los días nos dejarán de parecer iguales.

El encierro invita también al descubrimiento de músicas cuya existencia ignorábamos hasta ahora. Tres propuestas tan solo: el motete Par le grant senz d’Adriane, una loa del personaje mitológico de Ariadna escrita por un compositor del Trecento italiano, Filippotto da Caserta; el primero de los Gesänge der Frühe,uno de los milagros pianísticos del último y ya enajenado Robert Schumann; y el movimiento conclusivo del Notturno del compositor suizo Othmar Schoeck, que creó una de las músicas más emocionantes del siglo XX para aliviar el dolor del desamor a partir de unos versos extraordinarios de su compatriota Gottfried Keller.

Quien añore las multitudes puede sustituirlas por el tropel de instrumentistas y cantantes que requiere para su interpretación la Octava Sinfonía de Mahler, que se cierra con un Coro Místico que pone música al final del Fausto de Goethe: “Todo lo transitorio / es un símil tan solo; / aquí lo insuficiente / deviene en evidencia; / aquí lo inexpresable / resulta realizado; el Eterno Femenino / nos empuja a lo alto”. Quienes opten, por el contrario, por retirarse y refugiarse en la soledad y en la música, se sentirán reflejados en el último de los Rückert-Liederdel propio Gustav Mahler. Y para quienes prefieran ponerse en manos de la Providencia, o para quienes desesperen, Bach es un referente que jamás decepciona: “Espero al Señor, mi alma espera, y espero en su palabra”, se canta en el coro de su juvenil Cantata BWV 131. También la divinidad, no necesariamente la cristiana, es la destinataria de la canción de gracias que, recuperado de una gravísima enfermedad, compuso Beethoven como movimiento lento de su Cuarteto op. 132, una música obligada en tiempos de enfermedad, convalecencia y curación.

En el año de su efeméride, cuando la gran exposición de la Bundeskunsthalle de Bonn ha tenido que cerrar sus puertas y se han suspendido tantos conciertos dedicados a su música, Beethoven tiene que tener al menos una doble presencia en esta lista. La fraternidad, tan necesaria estos días, aparece ensalzada no solo en el último movimiento de la Novena Sinfonía, sino también al final de su ópera Fidelio: “El hermano busca a sus hermanos y, si puede ayudarlo, lo hace con gusto”. Este mismo ideal de unión alienta en las Variaciones sobre “El pueblo unido jamás será vencido”, del estadounidense Frederic Rzewski, que ha hecho suyas como nunca anteriormente un luchador nato como el pianista Igor Levit.

“Pero –parafraseando a Forges– no nos olvidemos de Italia”, y qué mejor manera de recordarla que con la música que imaginó Hugo Wolf para el poema que Goethe hace cantar a Mignon en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister:“¿Conoces la tierra donde florece el limonero?”. La conocemos y no podemos olvidarla. Y cuando todo esto termine, allí, aquí y en todas partes, daremos las gracias con la sobriedad monódica de las secuencias y las antífonas de Hildegard von Bingen o con la efervescencia polifónica, bañada de luz italiana, del final del Dixit Dominus de Georg Friedrich Händel.


El bálsamo de la música clásica: https://elpais.com/cultura/2020/03/18/babelia/1584523112_831280.html
 
Muere el compositor polaco Krzysztof Penderecki, mago de la música sacra y la sinfonía
El autor del ‘Treno a las víctimas de Hiroshima’, conocido también por las bandas sonoras de ‘El exorcista’ o 'El resplandor’, ha fallecido a los 86 años


El compositor Krzysztof Penderecki en un concierto Gran Teatro de Lodz en 2009.


El compositor Krzysztof Penderecki en un concierto Gran Teatro de Lodz en 2009.AGENCJA GAZETA / REUTERS




JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid -
29 MAR 2020
No quiso componer más de nueve sinfonías. Número mágico entre los de su estirpe… Con ellas intentó mantener viva una expresión que había entrado en crisis tras la Segunda Guerra Mundial. Para Krzysztof Penderecki, la forma era la primera ley en la composición musical. Lo que debía resistir los bandazos más rupturistas sin que por ello fuese necesario dejar de buscar dentro de la vanguardia. Pero ahondando en ecos y moldes del pasado. En su caso, la sinfonía, por un lado y la música sacra, por otro. Llegó a crear cuatro réquiems: ¿cuál hubiera elegido para su propio funeral?

Hoy es el día para plantearse esa pregunta. Penderecki murió este domingo en Cracovia a los 86 años. Había nacido en Debica, Polonia, en 1933 y llegó a hacer historia en la música más reciente con un legado de obras que apostaron por los grandes formatos para una época en donde todo se tambaleó. Precisamente, en una de las últimas visitas que hizo a España, en 2017, el creador mantenía su estado de forma en consonancia con sus preocupaciones. El futuro de Europa era una de ellas. Ese viento autoritario que sentía resoplar en su propio país o en lugares vecinos como Hungría le inquietaba. “Esperemos que no tenga que componer un Réquiem por nuestro continente”, nos aseguraba en Santander, donde fue compositor residente del Encuentro de Música y Academia organizado por la Fundación Albéniz aquel año.

Andaba entonces concentrado en su novena sinfonía y ultimando también la sexta. No quería pasar de ahí. Nueve compusieron Beethoven, Dvorak, Bruckner... “Mahler nueve y media, cuando andaba con la décima, mire lo que le pasó…”, nos decía. Quedó inconclusa. No hay noticia de que Penderecki culminara lo que tenía entonces entre manos. Pero sí otras obras que han pasado al acervo de lo contemporáneo, como gran parte de sus piezas sacras. Creaciones en línea con sus creencias, las de un niño que nació en un pueblo católico, en medio de una familia profundamente creyente, y que profesó su fe hasta el final. Con dudas íntimas, afirmaba, “lo sigo siendo a mi manera”, pero con seguridades y certezas estéticas, en su caso.
El género sacro ocupó, por tanto, gran parte de su creación. Penderecki perteneció a una corriente obsesionada por mantener vivo el tronco de Bach en la música contemporánea europea. Uno de sus mayores éxitos fue precisamente su Pasión según san Lucas, una manera de completar las de San Mateo y San Juan creadas por el alemán en el XVIII. Aquella obra supuso su consagración como una de las voces más interesantes de su generación después de su estreno en 1966.

Pero también sus cuatro réquiems / oratorios con uno de ellos como referencia absoluta: el Dies Irae (Auschwitz Oratorio), que llegó a ser interpretado por 1.400 músicos en alguna ocasión. O su Réquiem polaco, compuesto en pleno aliento de revueltas previas a la caída del muro y que muestra al autor profundamente comprometido con la libertad que fue.

Antes había tratado de poner música también a la devastación atómica en Japón con su Treno a las víctimas de Hiroshima para 52 instrumentos de cuerda. Halló en esas expresiones la mejor manera de dotar de sonoridad la continua tragedia del siglo XX. Aunque esa obra, precisamente, no fue bautizada de inicio como tal, sino como 8’37, en homenaje a John Cage. El cambio de nombre para una obra excesivamente rupturista en la Polonia posestalinista permitió que no se le echara encima la censura cuando fue estrenada en el festival de Varsovia en 1960.

Aquella iniciativa comenzó sus pasos en 1956: una respuesta desde el bloque del Este a referencias vanguardistas como Darmstadt, donde los compositores occidentales más radicales hallaron su foro de expresión que marcó una era a principios de la década de los cincuenta. De Varsovia surgieron otras voces que acabaron confluyendo en el tiempo con las que se hacían oír al otro lado del telón. Figuras como Penderecki, Henryk Górecki, Kramierz Serocki, Wojciech Kilar o Witold Lutoslawski, la gran figura, junto a Penderecki, de esa generación, llenaron habitualmente el festival donde también fueron invitados occidentales como Karlheinz Stockhausen, Pierre Schaeffer o David Tudor.

Esa ida y vuelta amplió los horizontes del músico polaco, admirador y seguidor en sus primeros pasos de nombres como Oliver Messiaen, Pierre Boulez o el propio Cage. Todos ellos fueron conformando en él una estética original, que supo combinar el latido secular de la tradición con las disonancias más salvajes. Buscó en todo ello Penderecki una voz propia que creyó haber hallado cuando hacía balance de su inmensa trayectoria al final de su vida.
Sin ánimo de alejarse del gran público, fue reconocido en todo el mundo y asiduo en España, donde venía tres o cuatro veces por temporada y logró el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2001. Los ecos de su música resonaron también en el cine. No sólo con partituras originales para el medio, como la de El manuscrito encontrado en Zaragoza (1964), de Wojciech Jerzy Has, una de las obras más adelantadas del género entre las bandas sonoras. También con adaptaciones de otras creaciones suyas para películas de gran éxito de público, como El resplandor, de Stanley Kubrick o El exorcista, de William Friedkin. Allí suena su Concierto para chelo, compuesto en 1971 o fragmentos de su Polymorphia, que cuadran con el ambiente atosigante de ambas obras.

Ganó además cuatro Grammys en su carrera y compuso encargos para instrumentistas como el chelista Mstislav Rostropovich y la violinista Anne-Sophie Mutter. La exploración de nuevas sonoridades también caracterizó su música. Inventó instrumentos para obras concretas, como La siete puertas de Jerusalén. Desconfiaba de la electrónica para tal fin, pero no de la propia inventiva artesanal, “de nuestras propias manos”, decía. Para la obra citada, Penderecki inventó un tubáfono a base de madera con extensiones de plástico que lograba un sonido más grave que el de la percusión y que llegó utilizarse en obras de otros compositores.





Chaconne in memoria Giovanni Paolo II - „Polish Requiem" - Krzysztof Penderecki

- Krzysztof Penderecki - w hołdzie Janowi Pawłowi II - fragment Polskiego Requiem


 
Muere el compositor polaco Krzysztof Penderecki, mago de la música sacra y la sinfonía
El autor del ‘Treno a las víctimas de Hiroshima’, conocido también por las bandas sonoras de ‘El exorcista’ o 'El resplandor’, ha fallecido a los 86 años


El compositor Krzysztof Penderecki en un concierto Gran Teatro de Lodz en 2009.


El compositor Krzysztof Penderecki en un concierto Gran Teatro de Lodz en 2009.AGENCJA GAZETA / REUTERS




JESÚS RUIZ MANTILLA
Madrid -
29 MAR 2020
No quiso componer más de nueve sinfonías. Número mágico entre los de su estirpe… Con ellas intentó mantener viva una expresión que había entrado en crisis tras la Segunda Guerra Mundial. Para Krzysztof Penderecki, la forma era la primera ley en la composición musical. Lo que debía resistir los bandazos más rupturistas sin que por ello fuese necesario dejar de buscar dentro de la vanguardia. Pero ahondando en ecos y moldes del pasado. En su caso, la sinfonía, por un lado y la música sacra, por otro. Llegó a crear cuatro réquiems: ¿cuál hubiera elegido para su propio funeral?

Hoy es el día para plantearse esa pregunta. Penderecki murió este domingo en Cracovia a los 86 años. Había nacido en Debica, Polonia, en 1933 y llegó a hacer historia en la música más reciente con un legado de obras que apostaron por los grandes formatos para una época en donde todo se tambaleó. Precisamente, en una de las últimas visitas que hizo a España, en 2017, el creador mantenía su estado de forma en consonancia con sus preocupaciones. El futuro de Europa era una de ellas. Ese viento autoritario que sentía resoplar en su propio país o en lugares vecinos como Hungría le inquietaba. “Esperemos que no tenga que componer un Réquiem por nuestro continente”, nos aseguraba en Santander, donde fue compositor residente del Encuentro de Música y Academia organizado por la Fundación Albéniz aquel año.

Andaba entonces concentrado en su novena sinfonía y ultimando también la sexta. No quería pasar de ahí. Nueve compusieron Beethoven, Dvorak, Bruckner... “Mahler nueve y media, cuando andaba con la décima, mire lo que le pasó…”, nos decía. Quedó inconclusa. No hay noticia de que Penderecki culminara lo que tenía entonces entre manos. Pero sí otras obras que han pasado al acervo de lo contemporáneo, como gran parte de sus piezas sacras. Creaciones en línea con sus creencias, las de un niño que nació en un pueblo católico, en medio de una familia profundamente creyente, y que profesó su fe hasta el final. Con dudas íntimas, afirmaba, “lo sigo siendo a mi manera”, pero con seguridades y certezas estéticas, en su caso.
El género sacro ocupó, por tanto, gran parte de su creación. Penderecki perteneció a una corriente obsesionada por mantener vivo el tronco de Bach en la música contemporánea europea. Uno de sus mayores éxitos fue precisamente su Pasión según san Lucas, una manera de completar las de San Mateo y San Juan creadas por el alemán en el XVIII. Aquella obra supuso su consagración como una de las voces más interesantes de su generación después de su estreno en 1966.

Pero también sus cuatro réquiems / oratorios con uno de ellos como referencia absoluta: el Dies Irae (Auschwitz Oratorio), que llegó a ser interpretado por 1.400 músicos en alguna ocasión. O su Réquiem polaco, compuesto en pleno aliento de revueltas previas a la caída del muro y que muestra al autor profundamente comprometido con la libertad que fue.

Antes había tratado de poner música también a la devastación atómica en Japón con su Treno a las víctimas de Hiroshima para 52 instrumentos de cuerda. Halló en esas expresiones la mejor manera de dotar de sonoridad la continua tragedia del siglo XX. Aunque esa obra, precisamente, no fue bautizada de inicio como tal, sino como 8’37, en homenaje a John Cage. El cambio de nombre para una obra excesivamente rupturista en la Polonia posestalinista permitió que no se le echara encima la censura cuando fue estrenada en el festival de Varsovia en 1960.

Aquella iniciativa comenzó sus pasos en 1956: una respuesta desde el bloque del Este a referencias vanguardistas como Darmstadt, donde los compositores occidentales más radicales hallaron su foro de expresión que marcó una era a principios de la década de los cincuenta. De Varsovia surgieron otras voces que acabaron confluyendo en el tiempo con las que se hacían oír al otro lado del telón. Figuras como Penderecki, Henryk Górecki, Kramierz Serocki, Wojciech Kilar o Witold Lutoslawski, la gran figura, junto a Penderecki, de esa generación, llenaron habitualmente el festival donde también fueron invitados occidentales como Karlheinz Stockhausen, Pierre Schaeffer o David Tudor.

Esa ida y vuelta amplió los horizontes del músico polaco, admirador y seguidor en sus primeros pasos de nombres como Oliver Messiaen, Pierre Boulez o el propio Cage. Todos ellos fueron conformando en él una estética original, que supo combinar el latido secular de la tradición con las disonancias más salvajes. Buscó en todo ello Penderecki una voz propia que creyó haber hallado cuando hacía balance de su inmensa trayectoria al final de su vida.
Sin ánimo de alejarse del gran público, fue reconocido en todo el mundo y asiduo en España, donde venía tres o cuatro veces por temporada y logró el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2001. Los ecos de su música resonaron también en el cine. No sólo con partituras originales para el medio, como la de El manuscrito encontrado en Zaragoza (1964), de Wojciech Jerzy Has, una de las obras más adelantadas del género entre las bandas sonoras. También con adaptaciones de otras creaciones suyas para películas de gran éxito de público, como El resplandor, de Stanley Kubrick o El exorcista, de William Friedkin. Allí suena su Concierto para chelo, compuesto en 1971 o fragmentos de su Polymorphia, que cuadran con el ambiente atosigante de ambas obras.

Ganó además cuatro Grammys en su carrera y compuso encargos para instrumentistas como el chelista Mstislav Rostropovich y la violinista Anne-Sophie Mutter. La exploración de nuevas sonoridades también caracterizó su música. Inventó instrumentos para obras concretas, como La siete puertas de Jerusalén. Desconfiaba de la electrónica para tal fin, pero no de la propia inventiva artesanal, “de nuestras propias manos”, decía. Para la obra citada, Penderecki inventó un tubáfono a base de madera con extensiones de plástico que lograba un sonido más grave que el de la percusión y que llegó utilizarse en obras de otros compositores.





Chaconne in memoria Giovanni Paolo II - „Polish Requiem" - Krzysztof Penderecki

- Krzysztof Penderecki - w hołdzie Janowi Pawłowi II - fragment Polskiego Requiem



¿ del exorcista ? creo que no , me suena más Mike Oldfield
 
¿ del exorcista ? creo que no , me suena más Mike Oldfield





El compositor y director de orquesta Krzysztof Penderecki ha fallecido a los 86 años, dejando tras de sí un gran legado, que supone algunas de las partituras más importantes de la música contemporánea. Algunas de sus piezas ganaron especial relevancia popular al emplearse en películas tan reconocidas como El exorcista, de William Friedkin, o El resplandor, de Stanley Kubrick.

 
El compositor y director de orquesta Krzysztof Penderecki ha fallecido a los 86 años, dejando tras de sí un gran legado, que supone algunas de las partituras más importantes de la música contemporánea. Algunas de sus piezas ganaron especial relevancia popular al emplearse en películas tan reconocidas como El exorcista, de William Friedkin, o El resplandor, de Stanley Kubrick.

los dos tenemos razón.

A pesar de que William Friedkin le encargó la banda sonora de la película a Lalo Schifrin, William Friedkin lo rechazó por sus exigencias. En su lugar, Friedkin utiliza composiciones de Krzysztof Penderecki. También un fragmento de Tubular Bells de Mike Oldfield, una composición de George Crumb llamada Night of the electric insects y algunos arreglos musicales de Jack Nitzsche y Steve Boeddeker.

Lo que ahora se considera el "Tema del exorcista", es decir, la melodía basada en el piano que se escucha en una de las secuencias iniciales de Georgetown, el álbum debut de 1973 del músico de rock progresivo inglés Mike Oldfield, se hizo muy popular después del lanzamiento de la película, aunque el propio Oldfield no estaba impresionado con la forma en que se usaba su trabajo.

La canción griega que suena en la radio cuando el padre Karras sale de la casa de su madre se llama "Paramythaki mou" (Mi cuento) y es cantada por Giannis Kalatzis. El escritor lírico Lefteris Papadopoulos ha admitido que unos años más tarde, cuando estaba en dificultades financieras, pidió una compensación por los derechos intelectuales de la canción.
 
los dos tenemos razón.

A pesar de que William Friedkin le encargó la banda sonora de la película a Lalo Schifrin, William Friedkin lo rechazó por sus exigencias. En su lugar, Friedkin utiliza composiciones de Krzysztof Penderecki. También un fragmento de Tubular Bells de Mike Oldfield, una composición de George Crumb llamada Night of the electric insects y algunos arreglos musicales de Jack Nitzsche y Steve Boeddeker.

Lo que ahora se considera el "Tema del exorcista", es decir, la melodía basada en el piano que se escucha en una de las secuencias iniciales de Georgetown, el álbum debut de 1973 del músico de rock progresivo inglés Mike Oldfield, se hizo muy popular después del lanzamiento de la película, aunque el propio Oldfield no estaba impresionado con la forma en que se usaba su trabajo.

La canción griega que suena en la radio cuando el padre Karras sale de la casa de su madre se llama "Paramythaki mou" (Mi cuento) y es cantada por Giannis Kalatzis. El escritor lírico Lefteris Papadopoulos ha admitido que unos años más tarde, cuando estaba en dificultades financieras, pidió una compensación por los derechos intelectuales de la canción.


Fueron varios compositores que participaron en la realización de la banda sonora del Exorcista, entre ellos, la aportación de Krzysztof Penderecki.




Por otro lado, hay que dejar claro que aunque Tubular Bells es el tema central de la película, la banda sonora de El Exorcista contó con el trabajo de compositores como Krzysztof Penderecki, George Crumb, Jack Nitzsche y Steve Boeddeker.
 
Wendy Carlos, Krzysztof Penderecki - The Shining, De Natura Sonoris


 
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