El expresidente peruano Alan García, "muy grave" al dispararse en la cabeza tras ser detenido

Fallecio de manera official a las 10:05 am hora de Peru. Sin embargo, circulo en redes sociales, una foto de Alan Garcia ya fallecido, a las 8:00 am. Muy raro todo. Que Dios lo juzgue.
 
¿Se suicidó o "le suicidaron"?

En todo caso, que pena que escapara de la justicia.

Aunque por lo menos fueron a por él. Lo que ya dice mucho de el Perú. Nosotros podemos esperar recostados (Sentados nos saldrían callos en el culo) a que judgen a su gran amigo Mr. X, aka Tigrekán II aka el Benefactor de los caleños, aka San Felipe de Todas Las Corrupciones, aka Felipe Gonzalez Márquez, por sus numerosísimos crímenes...
se suicido para evitar su detencion. el fiscal le dijo que lo iban a arrestar, y el pidio unos momentos para hacer una llamada y se encerro en su habitacion. Llamo a su secretario, le conto que el fiscal estaba en su casa, y acto seguido se disparo en la sien. En ese momento al oir el disparo, el fiscal forzo la puerta de su habitacion y lo encontro ensangrentado, con pulso debil pero vivo. Fue llevado al hospital de emergecia, lo operaron, tuvo 3 paros cardio respiratorios, y en el cuarto, sucumbio a sus heridas.
Perdon por la falta de tildes...
 
Son tan cobardes, si al menos se suicidaran por honor y no por miedo a la justicia, la carcel y el escarnio público.
 
Qué tiempos aquellos...sic transit gloria mundi...
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ALAN GARCÍA
Alan García: Caballo loco y su pequeño sitio en la historia de Perú



El ex presidente de Perú se disparó en la cabeza para no ser detenido por la policía, como si quisiera mantener vigente en la posteridad su legendaria fuga de 1992




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La muerte del Caballo Loco, como llamaban en Perú a Alan García, hace justicia novelesca a una vida política tan torrencial como polémica, más parecida a la de un personaje de su paisano Mario Vargas Llosa en 'La guerra del fin del mundo' o en 'Historia de Mayta'. El dos veces presidente, principal líder político del Perú de los últimos 40 años exaequo con Alberto Fujimori, se disparó en la cabeza para no ser detenido por la policía, como si quisiera mantener vigente en la posteridad su legendaria fuga de 1992.

En aquel entonces, en la noche del 'Fujimorazo' (autogolpe de su sucesor en la Presidencia), eludió a las huestes del dictador, un centenar que rodeaba su residencia en Lima dispuesto a capturarle vivo o muerto. "¡Qué salga Alan García con las manos en la nuca!", relató el propio protagonista en su libro 'El mundo de Maquiavelo'.

El ex presidente, que había acabado su primer mandato dos años antes, echó mano de sus armas, una costumbre que mantuvo hasta el fin de sus días. Sus disparos al aire no amedrentaron a los soldados, que respondieron con fuego directo. García huyó saltando desde su casa a la del vecino para esconderse en un lugar cercano durante varios días. Este miércoles, en cambio, decidió huir de la acción de la justicia por el atajo que le llevó hasta la muerte.

Sus palabras en la última entrevista que concedió suenan hoy premonitorias: "Confío hoy en la Historia, soy cristiano y creo en la vida después de la muerte. Y creo tener un pequeño sitio en la historia del Perú". García irrumpió en la política al galope, empujado por una oratoria contagiosa, una de sus herramientas con las que superaba al más atrevido de los populistas. El militante más volcánico y excéntrico de la socialdemócrata Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que hubiera cumplido 70 años el mes que viene, aterrizó en la política tras regresar de Madrid (Universidad Complutense) y París (Sorbona), donde amplió sus estudios jurídicos, los mismos que citaba una y otra vez las últimas semanas para rechazar los cargos en su contra. García, cercano a Felipe González y a otros líderes progresistas de América Latina, participó en la redacción de la Constitución de 1979 y comenzó a colmar las esperanzas de sus compatriotas con su verbo tórrido, capaz de dibujar con las palabras los mejores paraísos políticos.

Así llegó a la Presidencia en 1985 con sólo 35 años, el más joven del continente, con tantas expectativas que su fracaso abrió camino al desconocido Fujimori, empresario de origen japonés. Este primer mandato, considerado por analistas y expertos uno de las peores en la historia del país, todavía es recordado por la crisis económica y social que provocó, pese a que sus primeras medidas fueron recibidas con alborozo nacional: reducción de gastos militares, pulso con las organizaciones internacionales y la restricción del pago de la deuda exterior. Incluso el propio presidente se bajó el sueldo de 1.000 a 500 dólares, una medida aplaudida que en cambio contrastaba con las acusaciones de enriquecimiento ilícito que llegaron al final de su mandato. Hiperinflación, descrédito internacional y el desafío terrorista de Sendero Luminosocercaron a García, quien además en 1987 quiso nacionalizar la banca. Surgió entonces una figura que desde entonces no dejó de escrutarle: Vargas Llosa. El escritor se lanzó a la arena política para combatirle, incluso quiso sucederle sin éxito electoral.

Enemigos pero no irreconciliables, porque tras la tormenta de Fujimori el premio Nobel decidió apoyar a Alan García en 2006 para frenar al militar Ollanta Humala, apoyado entonces por los petrodólares de Hugo Chávez. La reconciliación llegó en 2010, un abrazo histórico refrendado por las palabras del presidente: "Hemos sido adversarios en algún momento, pero sé saludar a la inteligencia. Salve poeta, salve literato".

'Caballo Loco' cabalgaba entonces sobre una agenda moderada, que nada tenía que ver con la radical del siglo pasado. "No soy un vendedor de ilusiones, tenemos la experiencia", repetía en sus mítines. Así fue: Perú comenzó a crecer económicamente, como lo sigue haciendo hoy en día liderando la región junto a Panamá. El desgaste de la acción gubernamental y otra serie de escándalos de corrupción cercenaron su nueva candidatura presidencial en 2016.

García vivió parte de su exilio o retiro en España, también en Colombia y Francia, entre dos presidencias y dos intentos de asilo. El primero exitoso en el país cafetero y el segundo, en la Embajada de Uruguay, que fracasó el año pasado.

"Cuando me muera, espero que todos los que hablan mal de mí vayan a mi tumba y digan me equivoqué, porque no te encontraron nada ni a ti ni a nadie (de sus colaboradores)", dejó dicho en 2017, como si de un epitafio se tratase. Sólo la Historia de Perú será capaz de otorgar su lugar al dos veces presidente, el "pequeño sitio" que él mismo demandó hace unos días.


https://www.elmundo.es/internacional/2019/04/17/5cb74e3bfc6c8399488b45d3.html
 
El llulla presidente


El su***dio de Alan García deja detrás de ese único disparo una cantidad incalculable de impunidad flotando en el aire que quizá nunca nos acercaremos siquiera a desentrañar

La trayectoria del dos veces expresidente constitucional del Perú estuvo siempre rodeada de falsedades, denuncias por corrupción, hechos delictivos y violaciones de los derechos humanos

Gabriela Wiener
17/04/2019 - 21:53h
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Alan García EFE

Mi padre solía contar que, cuando publicó su libro sobre Alan García, yo me eché a llorar porque tenía miedo de que lo mandaran a la cárcel por ello. El título del libro era El llulla presidente. 'Llulla' en quechua quiere decir mentiroso. Quizá porque la trayectoria del dos veces expresidente constitucional del Perú estuvo siempre rodeada de falsedades, denuncias por corrupción, hechos delictivos y violaciones de los derechos humanos, esta mañana cuando nos enteramos de que iba a ser detenido por su implicación en el caso de Odebrecht, muy poca gente lo creyó. Alan había burlado a la justicia demasiadas veces como para confiarnos. Pero cuando solo una hora después empezaron a correr las noticias de su su***dio, la desconfianza fue aún mayor. Es terrible pero la convicción de que Alan era capaz hasta de hacerse el muerto para eludir la cárcel embargó a muchos. ¿Alan entrando y encerrándose en su habitación, mientras el fiscal espera al pie de la escalera, y disparándose a continuación en la cabeza? No, solo podía ser una mentira, una treta del llulla presidente al verse acorralado con más pruebas, un nuevo montaje en el que distraernos mientras él ya estaba en la frontera.

Y sí, eso era, pero en un sentido más escalofriante. Muchos han entendido el su***dio de García como una nueva y exitosa escabullida. La fuga premeditada hacia la muerte para no enfrentar lo que tenía que asumir en vida. El atajo más corto para una efemérides mucho más amable que la que le hubiera tocado si acudía a declarar y se sometía al debido proceso. La última hazaña de un ego colosal, como solía definirse al de García.

Con 35 años Alan fue el presidente más joven del Perú. El político audaz y orador de balcones que mi abuelo aprista soñó tantas veces sería la reencarnación del fundador del Apra, Víctor Raúl Haya de la Torre. El líder nato de centroizquierda con espíritu latinoamericano y antiimperialista. Pero en los dos periodos en los que llegó al poder, lo que demostró en realidad fue autoritarismo y un discurso vacío, sin un proyecto de país más allá de sus enormes ambiciones personales. En el primero, de 1985 a 1990, marcado por la mayor crisis económica de nuestra historia. Y el segundo, de 2006 a 2011, por una apertura económica salvaje en la que corrió raudo el dinero de la corrupción.

A esta hora, sus compañeros del partido aprista lo han convertido ya en perseguido político, en mártir del sistema judicial y en el edificio del Congreso de la República, en el que tienen mayoría sus socios del fujimorismo, flamea la bandera a media asta en su honor. La contraparte es el enorme desasosiego que ahora mismo invade a una gran cantidad de peruanos. Deja detrás de ese único disparo una cantidad incalculable de impunidad flotando en el aire que quizá nunca nos acercaremos siquiera a desentrañar.

Una vida de impunidad
Sus manos estaban manchadas con la sangre y el dinero sucio de algunas de las más grandes tragedias de este país. En los 80, durante su primer gobierno, un comando del Ejército, a sus órdenes, perpetró la matanza de 69 pobladores de la comunidad de Accomarca, acusados injustamente de ser terroristas, de los cuales 30 eran niños. Torturaron a los hombres, violaron a todas las mujeres y les dispararon, arrojaron granadas y prendieron fuego junto a sus niños. Se libró así mismo de la responsabilidad por otra masacre en la comunidad de Cayara, donde el Ejército asesinó a 35 personas. No pagó por la matanza de los Molinos, ni por las violaciones de Manta y Vilca. Alan García tampoco pagó jamás por dar la orden presidencial de sofocar sendos motines en dos cárceles limeñas asesinando extrajudicialmente a unos 300 presos rendidos del grupo subversivo Sendero Luminoso.

No pagó por el dolor de los miles de peruanos que padecieron el empobrecimiento radical en los primeros cinco años de su gobierno, con una inflación que ni Venezuela hoy. Ni por el Comando Paramilitar Rodrigo Franco que operó bajo su ala protectora. Muy lejos estuvo de responsabilizarse por el caso conocido como el Baguazo (2009), la brutal represión policial ordenada por el entonces presidente para detener las revueltas de varias comunidades amazónicas que se oponían a un decreto de su gobierno que favorecía a empresas transnacionales y mineras para explotar petróleo, gas y minas en tierras indígenas. El desenlace fueron decenas de muertos y varias zonas del país en conflicto, algunas de las cuales aún siguen en llamas por ignorar la consulta previa.

En los últimos años lo hemos visto entrar varias veces a los juzgados por recibir coimas por la construcción del tren eléctrico de Lima, por la construcción de la carretera interocéanica, por los indultos que se concedieron durante su segundo gobierno a decenas de sentenciados por tráfico ilícitos de drogas. Pero nunca llegó al banquillo. En el último momento siempre se desestimaban las acusaciones contra él. Ahora sabemos, gracias a investigaciones periodísticas, que Alan García y el Poder judicial, que nunca lo juzgó, eran la misma cosa. Lo había penetrado y corrompido desde los años ochenta, y se las ingeniaba para mantener a operarios dentro muy bien colocados, que lo blindaban, y podía hacerlo gracias a años de enriquecimiento ilícito.

Pero el caso que iba a ponerlo por fin en la mira de un equipo de fiscales y jueces honestos, sería el de la trama de sobornos de la constructora brasileña Odebrecht, el mayor escándalo de corrupción del continente. Las pruebas en contra de García por fin forzaron su detención preliminar dentro del caso Lava Jato, en especial por las coimas en la construcción de un tren urbano. También por haber recibido dinero para sus campañas electorales. Solo iban a ser diez días, aunque en el proceso podían haber pedido para él la prisión preventiva por los delitos de colusión, lavado de activos y tráfico de influencias. No había, pues, persecución política; al contrario, siempre había sido un protegido. Lo que había en realidad es una investigación judicial rigurosa que por fin lo cercaba. Por eso el fiscal estaba en su casa este miércoles, a las seis y media de la mañana, cuando Alan entró a su habitación y se disparó en la cabeza.

La democracia es sueño
En el año 2001, después de la caída del dictador Fujimori, Alan García volvió tras nueve años de exilio y dio un discurso poderoso a plaza llena en el que citó a Calderón de la Barca. Pronto volvería a ser presidente. Llevábamos años sin escuchar a un político tradicional hablarle al pueblo, vivíamos oyendo a tecnócratas ágrafos del régimen. Yo lloraba conmocionada mirando la tele. Su retorno simbolizaba el retorno de la democracia y la vuelta a esos supuestos ideales de los que nos habían alejado a las peruanas y peruanos durante una década de autocracia. Pero, otra vez, la democracia fue un sueño, y los sueños, se sabe, sueños son.

El su***dio de Alan García habla también del devenir en las últimas décadas de la clase política peruana y latinoamericana, de lo que han hecho sus líderes con la confianza y el voto de la gente en décadas de pantomima democrática.

Sin embargo, no todo está perdido. La sociedad civil, prensa independiente y un puñado de jueces y fiscales que está haciendo su trabajo en el Perú, tienen en jaque hoy a quienes, como García, acometieron esa traición. En este momento estamos a punto de batir un récord como país por tener a más expresidentes en la cárcel o en proceso de entrar en una. Alan iba a ser el tercero, junto a Pedro Pablo Kuczynski, detenido, y Alberto Fujimori, sentenciado. Alejandro Toledo, por su parte, se encuentra en proceso de extradición. Y Ollanta Humala, que estuvo en prisión preventiva durante un año, podría volver a prisión en cualquier momento. La varias veces candidata a la presidencia, Keiko Fujimori, la hijísima, también se encuentra en el calabozo. Todo cortesía de Odebrecht.

¿Qué hubiera dicho mi padre, Raúl, uno de sus más obsesivos perseguidores, o cualquiera de los fiscalizadores de García que ya no están, como el político de izquierda Javier Diez Canseco, gente que se pasó toda la vida investigándolo, quemando sus pestañas llenando folios, al verlo fugar por última vez sin hacerse responsable? ¿Se alegrarían o lo llamarían cobarde como lo llama la mitad del Perú, mientras la otra mitad lo llama héroe y perseguido político? ¿O habrían sentido dolor como se siente alguna clase de dolor cuando muere también el enemigo?

Mientras le daba vueltas a todo eso le envié un mensaje al hijo de una de las tantas víctimas de Alan García. Pensé que podía tener una buena respuesta acerca de en qué estado quedan nuestros sueños de justicia, nuestra voluntad de memoria, después de la muerte de un presidente requisitoriado. Entonces él me dijo que lo pensaría más tarde porque ahora tenía que atender a su hijo. Y, supongo que eso, esa posibilidad de tener algo más urgente en lo que pensar, es ahora, de alguna manera, una especie de justicia.

17/04/2019 - 21:53h

https://www.eldiario.es/zonacritica/llulla-presidente_6_889671050.html
 
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