Beatrice Borromeo en la portada de Vanity Fair España

No puedo dejar de comparar las entrevistas de Charlotte, que siempre dice lo mismo sobre los mismos temas (léase caballos, amor y últimamente de su "pasión" por la filosofía) y las de Beatrice.

Beatrice no sólo es más bella, elegante, carismática y glamorosa que Charlotte, sino también muchísimo más interesante, segura, natural e inteligente que su cuñada. Se nota hasta en la velocidad con la que hablan y cómo hilan las ideas. Bea está a años luz de Charlotte, se la come viva, juega en su propia liga.
 
Es de esas mujeres que tiene "allure" no es guapa, es muy mona, pero tiene estilo, tiene clase y el conjunto hace que para mi gusto sea más resultona e interesante que Charlotte. A mi Charlotte que mucha gente ve guapísima me parece sosa y sin gracia por no decir que no tiene el estilo de Carolina.
 
No puedo dejar de comparar las entrevistas de Charlotte, que siempre dice lo mismo sobre los mismos temas (léase caballos, amor y últimamente de su "pasión" por la filosofía) y las de Beatrice.

Beatrice no sólo es más bella, elegante, carismática y glamorosa que Charlotte, sino también muchísimo más interesante, segura, natural e inteligente que su cuñada. Se nota hasta en la velocidad con la que hablan y cómo hilan las ideas. Bea está a años luz de Charlotte, se la come viva, juega en su propia liga.

No creo que Beatrice sea mas guapa que Charlotte, son guapas de formas diferentes. Beatrice es una mujer de ideas, que ha luchado por llegar a hacer cosas, como documentales sobre la mafia (claro que tiene relaciones que yo no tengo, gracias a su posicion social, pero las usa para hacer cosas, no para que la vean y la admiren, aunque creo que a ella le gustan mucho los flashes y no lo veo como algo negativo). Charlotte es una nina rica, siempre ha sido guapa, nunca ha tenido algo que la apasione de verdad, como sì lo ha tenido Beatrice, y parece que se deja vivir, mas que vivir.
Beatrice tiene la belleza que le da tambien la capacidad de despertar interes por su personalidad, Charlotte no tiene eso. PEro de ahi a decir que una es esteticamente mas guapa que la otra, no estoy de acuerdo; esteticamente son dos mujeres guapas, de una orma diferente pero guapas, no puedes comparar la belleza de una rubia y la de una morena, de una nordica y de una mediterranea y decir que una es mejor que la otra, son diferentes...
 
this is all the interview of beatrice in vanity fair spain

Beatrice Borromeo, fotografiada en el hotel Hermitage de Montecarlo (Mónaco) en exclusiva para Vanity Fair, con vestido de cuello mao de Christian Dior.

Atea, de izquierdas y antimonárquica, fue durante años, para disgusto de su aristocrática familia, el azote de Silvio Berlusconi en la televisión italiana. Sin embargo, hoy Beatrice Borromeo forma parte de la casa real monegasca junto a su marido, Pierre Casiraghi, y su hijo, Stefano. Y aunque admite que su trabajo como periodista ha pasado a un segundo plano, este mes estrena su cuarto documental, ‘Bambini Mai’, sobre los estragos de la Camorra en Nápoles. Entrevista exclusiva con la mujer que un día deslumbra en el Baile de la Rosa y al siguiente pone en jaque a la mafia.

ABeatrice Borromeo no parecen gustarle las princesas. Frunce el ceño cuando le insinúo su ilustre linaje. “Ni yo soy condesa ni Pierre es príncipe. No tenemos ningún título nobiliario”, me dice categórica. Tampoco parece que le importe demasiado. Periodista y esposa de Pierre Casiraghi, el pequeño de los tres hijos que Carolina de Mónaco tuvo junto al malogrado Stefano Casiraghi —fallecido en 1990 en un accidente náutico—, Beatrice es una aristócrata atípica. Su nombre aparece siempre en las listas de las mejor vestidas y no es extraño verla junto a la familia real monegasca en eventos sociales, como el tradicional Baile de la Rosa, o en las competiciones deportivas donde participa su marido, amante de la vela como su padre. Sin embargo, ella lleva años intentando levantar un muro entre su profesión y su vida privada. Una empresa que cada vez le resulta más difícil. “La atención que recibo me viene de rebote por Pierre —reconoce—. Si dos personas se casan y tienen un niño, a la gente le gusta porque parece un bonito cuento. Y no es que me moleste, pero no es ni mérito ni culpa mía. Es simplemente mi vida”.

Son las 9:30 de una calurosa y húmeda mañana de finales de agosto. Montecarlo amanece espléndido. Beatrice (San Cándido, Italia,1985) llega puntual a nuestra cita. Con el pelo recogido en una coleta, vaqueros, una sencilla camiseta blanca y sin una pizca de maquillaje, pasa desapercibida entre los huéspedes y turistas que se alojan en el hotel donde nos encontramos. Nadie diría que su marido ocupa el séptimo lugar en la línea de sucesión del principado, el segundo Estado más pequeño del mundo. Por unas horas dejará el papel de periodista incómoda para posar ante el objetivo de la cámara. Se nota que no es ninguna novata. Solo la traiciona un pequeño detalle: no se despegará de su móvil durante todo el día. “Tengo un bebé y lo he dejado en casa con su padre…”, dice sin terminar la frase. La única regla no escrita son los Grimaldi. “Podría decir muchas cosas buenas sobre mi familia política, pero ya están más expuestos de lo que les gustaría. Así que, como regla personal, no hablo de ellos”, me advierte. Terreno vedado.

Beatrice pertenece a una influyente familia aristocrática italiana. Es hija de Carlo Ferdinando Borromeo, conde de Arona, y de Paola Marzotto, hija de la estilista Marta Marzotto y del conde Umberto Marzotto, descendiente de uno de los imperios textiles más importantes de Italia. En su árbol genealógico figura hasta un cardenal. “Crecí en el campo junto a mi padre. Mi madre iba y venía. Después, con ocho años, me fui a vivir con ella a Milán. Hasta que me largué de casa con 16 años porque no nos llevábamos bien”, me cuenta. Beatrice es la pequeña de cinco hermanos: Isabella, Lavinia, Carlo y Matilde. Las dos primeras son hijas de su padre y de la exmodelo alemana Marion Zota, a quien el conde abandonó por la madre de la periodista. Con ella tuvo a su único hijo varón, Carlo. Nunca formalizaron la relación. Después volvió con Zota y tuvo a Matilde. Y, de nuevo, regresó a los brazos de la italiana. Al poco tiempo del nacimiento de Beatrice, y a pesar de estar divorciados, el conde se reconcilió con su primera mujer. “Carlo, Matilde y yo crecimos juntos porque éramos los más cercanos de edad. Con las otras compartí un poco menos. Pero ahora hablo con mis hermanas una vez a la semana, que no es poco. Somos una familia milagrosamente unida, a pesar de la manera en la que hemos sido criados”.

La mala relación con su madre durante su adolescencia la llevó a buscarse la vida desde muy joven. “A partir de los 16 años y hasta que me instalé con Pierre he vivido sola. Me mantenía trabajando como modelo. Hacía la semana de la moda de Milán un par de veces al año y algunas campañas de publicidad. Eso me permitía pagarme el alquiler y seguir estudiando. Era divertido y ganaba dinero. De hecho, no he vuelto a ganar tanto como entonces”. El primer desfile fue con Chanel en la Plaza de España de Roma, que no es precisamente un mal inicio. —¿Qué recuerda de aquella época? —Era muy insegura. Recuerdo que desfilaba muy mal y cuando posaba para una sesión de fotos me daba vergüenza.

“SI DOS PERSONAS SE CASAN Y TIENEN UN NIÑO, A LA GENTE LE GUSTA, PERO NO ES MÉRITO NI CULPA MÍA”

Sinceramente, siempre me sentí bastante fuera de lugar.

—Pero tener una abuela como Marta Marzotto le habrá ayudado…

—Si no hubiese sido por ella, no habría entrado jamás en ese mundo. Recuerdo que llamaba a su amiga de Blumarine y le decía: “Tienes que conocer a mi nieta”. No tenía ningún reparo. Se divertía muchísimo. Venía a los desfiles y se sentaba en la primera fila. Se ponía a gritar y a aplaudirme ella sola. Y yo me moría de la vergüenza. Era mi fan número uno.

El salto de las pasarelas a la televisión no tardó en llegar. Michele Santoro, uno de los periodistas más respetados de Italia, le ofreció colaborar con una sección propia en un programa de debate de la segunda cadena de la televisión pública. Tenía 19 años. “Leyó una entrevista que yo había concedido al Corriere della Sera en la que me declaraba atea y de izquierdas, arremetía contra Berlusconi… Mi padre me dejó de hablar durante tres semanas”, recuerda entre carcajadas. —¿Se arrepintió de haber concedido esa entrevista? —No. En mi familia normalmente no se exponen demasiado, yo defiendo el derecho a expresar mi opinión. —¿Su familia preferiría que no lo hiciera? —Mi familia es bastante… —se detiene unos segundos antes de continuar la frase—. Mi padre, con 82 años, no entiende la necesidad de decir a los demás lo que piensas. Sobre todo cuando era más joven. Ahora ya no me comenta nada porque ha entendido que soy una causa perdida. Odio lo políticamente correcto, la hipocresía de quien no toma partido nunca, no opina, se adapta como un camaleón para salvar sus intereses. Cuando yo era pequeña, Berlusconi era como el anticristo para mí. En los últimos años se ha convertido casi en un bufón, pero entonces no tenía ninguna gracia. Decir algo contra Berlusconi era difícil, y con Santoro se podía.

—También dijo que la monarquía y la aristocracia eran algo anacrónico. Siendo usted quien es, ¿quería provocar?

—Entiendo que podía parecerlo, pero los títulos nobiliarios fueron abolidos en Italia el siglo pasado. Por lo tanto, mi afirmación era técnicamente correcta. De lo contrario, hoy reinarían los Saboya. El padre, Víctor Manuel de Saboya, un asesino absuelto por la Justicia francesa; el hijo, Emanuele Filiberto, que exprime todo lo que puede su apellido porque no sabe hacer otra cosa. He escrito muchos artículos sobre ellos y me detestan. Me han denunciado, pero acabo de ganarles la última querella —dice con satisfacción—. Si esa es la monarquía que debemos tener en Italia…”. La exposición pública se convirtió en un arma de doble filo. La generosa visibilidad que le proporcionó aquel programa no fue gratuita. Mucha gente no le perdonaba las contradicciones entre la vida de lujo que se le suponía y su insistencia en no querer reconocerla. “Durante mucho tiempo no entendí por qué existía esa desconfianza hacia mí. Me parecía injusto, porque, a pesar de la familia que tengo, entonces ganaba unos 1.100 euros al mes y me mantenía sola. No pedía favores a nadie. Todos pensaban que tenía la bandeja de plata preparada por la mañana y yo me esforzaba en repetir que mi vida era como la de cualquiera; porque lo era, al menos el 90% de ella. Hasta que no he sido más mayor no me he dado cuenta de que tenían razón. Es cierto que yo llevaba una vida absolutamente normal, pero también es cierto que vivía en un contexto que no lo era. Podía pasar unas vacaciones en una casa estupenda de mi padre o ir a Nueva York a una fiesta con mi abuela. Eso no está al alcance de todo el mundo. Cuando era pequeña, habría querido ser como cualquier otra chica, pero la realidad es que no lo era”.

—Tampoco lo es ahora, pero su vida actual la ha elegido usted, ¿no?

—Uno se enamora de quien se enamora. Pierre es inteligente, simpático… Aunque no perteneciera a la familia Grimaldi, sería igualmente un chico fantástico. Era difícil no enamorarse de él. Y está claro que esta no es una vida normal. Fue un sacrificio abandonar mi trabajo e instalarme en Mónaco, pero lo hice porque mi marido vive aquí, gestiona sus empresas desde aquí y es el que gana más dinero de los dos. Antes daba prioridad al trabajo, pero desde que me he casado ha pasado a un segundo plano. Yo procedo de una familia que nos hizo sufrir mucho cuando éramos pequeños, porque no supieron gestionar los problemas de manera adulta. Por eso para mí es importante proteger a mi familia y estar unidos.

La pareja contrajo matrimonio en 2015. Se habían conocido casi siete años atrás en las aulas de la elitista Universidad Bocconi de Milán, donde Beatrice estudiaba Derecho y Pierre, Economía. Primero lo hicieron por lo civil en los jardines del palacio Grimaldi ante 70 personas, parientes cercanos y amigos íntimos. Tras la ceremonia ofrecieron el tradicional cavagnetu monegasco, una especie de pícnic, esta vez para unos 700 invitados. Una semana después se dieron el “sí quiero” religioso en una de las islas Borromeas, a los pies del lago Mayor, propiedad del padre de la novia. Fueron varios días de celebraciones y fiestas por todo lo alto que convirtieron el enlace en uno de los eventos más importantes de la alta

“ODIO LO POLÍTICAMENTE CORRECTO, LA HIPOCRESÍA DEL QUE NO OPINA PARA SALVAR SUS INTERESES”

ENTREVISTÓ, EN MITAD DE SU BODA, A UN MAGISTRADO ANTIMAFIA. “¡LA FIESTA YA CASI SE HABÍA TERMINADO!”

sociedad europea de ese verano. Una pena que la protagonista tuviera que ausentarse para cumplir con sus obligaciones laborales. “Marco Travaglio —director de Il Fatto Quotidiano, el periódico para el que trabajaba entonces— estaba invitado a mi boda y durante la celebración, medio en broma medio en serio, me dijo que había que hacer una entrevista a un magistrado antimafia muy importante. Y pensé: ‘Bueno, total, la boda casi se ha terminado’. Así que me metí en una habitación e hice la entrevista. Mi marido vino y me dijo que estaba loca —recuerda riendo—. Al final salió publicada en la portada del día siguiente. ¡Es lo mínimo!, ¿no?”.

Después del enlace dejó Milán y se instaló en Montecarlo junto a su marido. “Pero no en el palacio”, me insiste, sino en un apartamento “objetivamente bastante pequeño” cerca del Museo Oceanográfico. Una de las grandes ventajas del pequeño principado es que aquí los paparazzi están prohibidos. “Fue un alivio vivir en Mónaco mientras estaba embarazada —reconoce—. Pero he buscado una fórmula para residir aquí y seguir trabajando. Escribir para un periódico era imposible”. Por eso ahora está volcada en la realización de documentales para la televisión italiana. En octubre estrenará su cuarto y último trabajo, que acaba de ser presentado durante la reciente asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York.

Cuando estaba embarazada de casi seis meses, se marchó a rodar a Caivano, un pueblo a 25 kilómetros de Nápoles, donde la Camorra campa a sus anchas y ha convertido este rincón olvidado de Italia en uno de los mayores almacenes de droga del país. “Se llama Bambini Mai ( Niños nunca, en español), porque no es un sitio donde los niños puedan sobrevivir. No tienen elección”. La localidad ha sido además escenario de numerosos casos de ped*filia en los últimos años. “Me interesaba conocer cómo la mafia podía permitir estos abusos. La conclusión a la que llegamos es que así consiguen distraer a la policía y lograr que los dejen tranquilos”.

El documental cuenta la lucha de la directora de una escuela pública para intentar salvar a los niños y adolescentes del pueblo de su incierto destino. Como a Carmen, de 14 años, que no conoce a su padre y tiene a su madre y a su hermano en la cárcel, condenados por vender droga para la Camorra. “Recuerdo que le dije que, si quería ganar dinero, tenía que estudiar. Me contestó que allí pueden ganar 500 euros en una tarde. Son unos críos y te hablan como si tuvieran 40 años. Están completamente decepcionados del mundo”.

El proyecto surgió gracias a una iniciativa de Franca Sozzani, la histórica directora de Vogue Italia que murió el año pasado y era amiga personal de Beatrice. “Franca era embajadora de buena voluntad para la ONU y estaba al frente del proyecto Fashion 4 Development. Me propuso ser enviada especial para esta agencia y acepté. Ellos me pidieron que concentrara mi trabajo en los derechos humanos, y este documental es mi primera colaboración”, explica.

Durante la producción entrevistó a una familia que había tenido que huir porque estaba amenazada de muerte por un boss de la Camorra. El padre, que trabajaba para el jefe mafioso local, se enteró de que este había abusado repetidamente de su hija de 13 años. Mientras preparaba su venganza, el capo lo descubrió e intentó aniquilar a toda la familia. “Tuvieron que fugarse y esconderse, porque la policía se negó a detener al mafioso. Cuando me propusieron ir a conocerlos, estaba embarazada y tenía una tripa enorme. Al principio dudé, pero pensé: ‘Si los matan y no he hablado con ellos, nunca tendré la conciencia tranquila’. Ha sido la entrevista más rápida que he hecho en mi vida. Quería salir de allí corriendo”. —Su marido, ¿no está preocupado? —Me dice que tenga cuidado, pero igual que yo a él. Pierre tiene una vida absurda. Por la mañana se sube a un catamarán, por la tarde hace buceo, luego se va a entrenar y después dirige cinco empresas diferentes. Pero al final los dos respetamos nuestros espacios de libertad. Mi familia es lo primero, pero seguiré investigando a la mafia. Mi trabajo es para mí una pasión como lo es para él la vela.

A finales de febrero nació el primer hijo de la pareja, al que han llamado Stefano Ercole Carlo, en honor a sus dos abuelos, y del que Beatrice muestra orgullosa una foto en su móvil. “Es igual a mí”, dice satisfecha. —¿Cómo le ha cambiado la vida en estos últimos años? —A veces pienso en la suerte que tengo de haber creado una familia de verdad con alguien de quien me fío completamente, que estamos enamorados desde hace casi 10 años y que sé que durará toda la vida. Pero es el aspecto íntimo lo que me hace feliz, no lo que hay alrededor. Vivir en Mónaco no es un plus, es simplemente nuestra vida ahora. El gran privilegio es haber encontrado una persona con la que soy feliz.

Desde hace semanas la prensa italiana especula con que la pareja podría estar esperando su segundo hijo. ¿Le gustaría ampliar la familia?, pregunto. Sonríe y baja la cabeza. “Veremos”. De nuevo, terreno vedado. �
 

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