A propósito del hilo de "anécdotas divertidas en bodas" ,abro este de "anécdotas divertidas en velatorios"

Un señor de los que hablan sin filtro, viendo como bajaban el ataúd y murmurando: "sssh, míralo como baja. Hoy hago como ese, me voy a echar una buena siesta"
El señor ni conocía a la familia pero es de los que se apuntan a todo. El Mocito Feliz de los entierros.
 
En un velatorio un señor se puso a darme la chapa dándome el pésame y hablándome de lo rápido que se escapa la vida y tal. Le expliqué como tres o cuatro veces que el muerto "no era mío", que yo no era familia, pero nada, o no me escuchó o le dio igual. Después hablando con mi amiga, familiar del fallecido, me dijo que a nadie le sonaba ese señor. No sé si se aburría y entró al velorio, o se confundió de sala 🤷🏼‍♀️
 
:woot::barefoot:
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Sé otra, cuando se murió la madre de un trabajador de mi urbanización pijísima de la infancia las damas propietarias quisieron ir a ofrecer sus condolencias a la familia de la finada. El velatorio se hizo en la casa de la difunta. Una de las damas decía que no iba a ver el cuerpo, y las demás la secundaron.
Total que llegan a la casa, pasan al vestíbulo y ¡sorpresa! Ahí estaba el ataúd abierto, con la difunta más blanca que la cera que no tuvieron más remedio que velar.
 
Ya la conté en otros hilos, mi abuelo murió en época de covid y mi hermana y yo hicimos videollamada con la familia que estaba en el velatorio ya que nosotras no pudimos desplazarnos. Mi abuelo era muy de eventos familiares, como faltases a alguno armaba la de san quintín (el día de su cumpleaños no podíamos tener otros planes bajo ningún concepto). Mi hermana bufó y comentó algo como "como se entere el abuelo que no hemos ido a su entierro se nos va a levantar del disgusto" y todos los que estaban ahí soltaron una carcajada. Yo todavía pienso que está enfadado:ROFLMAO:
 
Velatorio a la Gallega (a.k.a. Velatorio a Feira)

Pueblo de la Deep Galicia. Septiembre de 1988, Olimpiadas de Seúl, lo recuerdo bien, niña prepúber que está en casa de sus abuelos en la aldea preparándose para el magno evento de Las Fiestas de San Miguel, patrón abogoso nuestro. Viernes a medio día. Llamada de teléfono. Atiende la abuela, abuelo ausente trabajando. Abuela que se queda seca en el sitio. Le acaban de avisar que esa misma noche, falleció una vecina. La abuela no es que se llevara especialmente bien con la susodicha vecina, de hecho, se llevaba bastante regular (por una disputa debida a la posesión de una gallina, ocurrida en el otoño de 1964, contencioso que dio lugar a una rivalidad sorda por el mangoneo de la parroquia y a una Guerra Fría en la que ambas, abuela y vecina, posicionaban sus paises satélite, a.k.a. cuñadas, para el dominio geopolítico de la aldea y sus alrededores; conflicto que se dio en llamar: "A loita das louras"). Dada la proximidad del domingo, en el que no se pueden celebrar funerales ni entierros, el velatorio será esa tarde-noche y el funeral y entierro se verificarán el sábado por la tarde. La abuela se estremece por la premura de los acontecimientos, que la pillan con el pie cambiado. Mas, la abuela no puede dejar de cumplir con los protocolos galaicos, instaurados en el Hogar de Breogán desde la época de la Construcción de la Altísima de Brigantia. La norma galaica es clara: la mujer debe asistir al velatorio; el varón asistirá al funeral y entierro. No cumplir este precepto es suficiente motivo para caer en el más drástico ostracismo social y en la enajenación de derechos matroniles y célticos. La abuela sabe lo que debe hacer. Y lo hará.

Pero, surge un conflicto. La nieta, aún niña, está con ella y a su cuidado. Qué hará la abuela? Quedar como la lercha más grande de la parroquia y alrededores por no asistir al velatorio? Dejar sola a su nieta y después discutir con la nuera? La mente ágil de la abuela gallega, preñada de la ancestral sabiduría de siglos de matriarcado, trabaja a toda velocidad. Y toma una decisión, sabia e inapelable. Acudirá al velatorio, con sus mejores galas, y llevará consigo a su nieta, quien ya tienen edad para asumir el relevo de la más alta potestad matronil: la asistencia al comadreo-rezo del rosario-despellejamiento del muerto; todo ello, por supuesto, lloriqueando quejosamente.

Con calma, mas decida e imperturbable, la abuela sienta a la nieta junto a ella en frente a la lareira de la cocina de los chorizos. Y habla así: Nena, ya eres mayor. Ya tienes edad para asumir las cosas de la vida. La Fulanitiña de Copas ha fallecido. Bien sabe Dios que era una raposa y no me lo merece, pero yo, y tú conmigo, vamos a irle a rezar al velatorio, que saben bien todos los Santos Benditos que va a haber mucho que rezar para que Nuestro Señor Jesucristo acoja a asemejante lurpia en el Reino de los Cielos. No has de estar nerviosa que no pasa nada. Tú vas conmigo y haces lo que haga yo. Y lo mejor de todo es que no hables nada, sólo si te preguntan y contesta siempre con "si" o "no" y da las gracias y si tienes que ir al baño, lo pides por favor. No hace falta que te acerques al féretro a rezarle. Tú al entrar te sientas y ya está. No tengas apuro ninguno que también estarán la tía Paca y la tía Manuela. Y ahora ayúdame que vamos a hacer unas rosquillas de anis para llevar esta tarde.

La niña, ojiplática, intenta plantear una réplica, pero la mirada de la abuela le perfora hasta las meninges. Asustada y temerosa, la niña sigue a la abuela, quien mientras amasa para las rosquillas desprotica sobre lo inoportuno de la Fulaniña, sus malos modales y su fastidiar al prójimo muriéndose en tan mal momento. La niña nunca ha asistido a un velatorio, pero siendo gallega, conoce de sobra de que va el asunto y siente cierto (mucho) temor, pues la Fulaniña que ya le daba miedo en vida, le recordaba las hechuras de una bruja. En aquellos tiempos, los velatorios se hacían en las casas, no había tanatorio, y a los difuntos los preparaban las mujeres de la familia. La niña se estremece pensando en un cuerpo muerto. Pero no se atreve a replicar en absoluto los designios de la autoridad de su abuela.

Llegado el momento, la abuela y la niña, se dirigen a la casa de la difunta. Una casa de piedra, humilde como procede, con sus sillares de piedra llenos de humedad y su olor a musgo. Para más abundamiento, llueve. La niña va de punta en blanco, y con unas trenzas tirantes que su abuela le hizo que le están provocando un muy serio dolor en el cuero cabelludo. Lleva puesto al cuello y colgado por fuera del vestido y la rebequita, la Cruz de su Comunión, la Medalla de la VIrgen del Carmen; asi mismo, prendido en la rebeca, lleva el escapulario de San Miguel. La abuela le ha puesto unos incomprensibles zapatos de charol, modelo francesita, y unos calcetines blancos con puntillitas. La niña sabe, es consciente, que cualquier pequeña gotita de barro en zapatos o calcetines puede suponer su excomunión de la Comunidad Matriarcal en la que está a punto de ingresar. Los doscientos metros hasta la casa de la fallecida son una prueba digna de las Olimpiadas que se están celebrando. La niña, empieza también a ciscarse en la muerta, por tanta calamidad y tanto estrés como está pasando.

Se llega al hogar donde moraba la pobre finada y se produce el siguiente diálogo:

- Hija de la Difunta (a partir de ahora HD): Ay, Dior mio, Dior mío, Naranja Abuela mujer, moitas jracias por venir, cuánto consuelo. Y trae la nieta!

- Abuela Naranja (a partir de ahora AN): Bueno, mujer, como no voy venir, con lo que yo la quería a tu madre. Estoy con un disgusto horrible. Vaia por Dior y por las Ánimas, no somos nada... Dior nos dea paciencia... Naranjiña saluda, rapaza, saluda, saluda nena! Es su primer velatorio. Se emperró en venir la pobriña, toda encendida en venir a rezarle, tiene mucho disgusto que quería mucho a tu madre.

- Naranjiña, o sea Naranja, o sea yo: (alucinada) Buenas tardes nos dea Dios. Siento moítísmo que su madre falleciera con tal mala pata de perderse este año el San Miguel.

- HD: Ay, qué neniña más buena, es ijual que el padre...
- AN: es bueniña si, lástima, pero no se yo si a veces no estará un poco mal acabada (aprentando la mano de la nieta hasta cortarle el riego sanguíneo se inclina y le dice sotto voce: No te dije que respondieras si o no, que dices más, calla y reza lo que se rece)

- HD: Ay bueno, pasade, por favor, ay que trajo rosquillas, moi agradecida, no hacía falta la molestia. Gracias. Pasade a verla, está que parece que está dormida.

- AN: Pasamos mujer, moitas gracias.

Y pasamos. Y en una maniobra de presa, la hija de la difunta se las apañó para colocar a la niña justo enfrente del ataud, y la niña, sin querer, pero con un cierto pudor morboso levantó la vista y lo vió. Su primer difunto. Y qué difunto. Aquello era lo más acojonantísimo que la niña había visto en toda su vida, más pavor aún que la imagen del Freddy Krueger, pero que los cinco primeros minutos de la película ET. Aquello era, espeluznante... La muerta sonreía! Enseñando al mundo una dentadura perfecta, cosa poco habitual por esos lares, y que desde luego, en ella, en la fallecida, era cosa nunca vista, porque estaba más que desdentada, que la niña recordase. La sonrisa siniestra del rostro muerto de ojos cerrados, dejó a la niña sobrecogida. Se santiguó muerta de miedo, y agarró con fuerza el Cristo, la Virgen y el San Miguel que llevaba colgando, y si no salió por patas a toda mecha fue porque nuevamente los superpoderes de la mirada de acero de la abuela la dejaron seca en el sitio.

La hija, ante mis gestos piadosos sonrió complacida, el resto de matronas me miraron con aprobación. Era una niña con buena crianza, era una niña temerosa de Dios, eso murmuraban y decían; de Dios y de las fulanas muertas sonrientes, pensaba yo con mis escasos diez años. Nuevamente la hija nos redirige y nos acomoda en la zona en la que están dispuestas sillas y sillones, y recuerdo un banco también, alrededor de la chimenea. Yo no puedo ni hablar. Soy consciente de saludar a todo el mundo, pero no recuerdo nada. Yo sólo veía en mi mente aquella máscara amarillenta, macilenta y sonriente. Yo sólo veía dientes. Cerraba los ojos y la imagen de aquellas piezas dentales no se me iba del pensamiento.

Las demás abuelas y señoras, nos hicieron el honor de explicarnos tan increible evento, el tema de la muerta que sonríe. Al parecer, la pobre Fulaniña se acaba de comprar la dentadura postiza y pensaba estrenarla en la Misa del Día de San Miguel. La mala pata fue, que no pudo ni llegar a lucirla. Vaya por Dios. Así que, en un alarde de ingenio y originalidad, la hija y las dos nueras pensaron que era muy buena cosa que la finada luciera la dentadura en su propio funeral. Y ni cortas ni perezosas se afanaron en colocarle la sonrisa (vete tú a saber que clase de técnicas ascentrales desconocidas aún por la ciencia moderna, utilizaron para conseguir petrificarle el rostro con la sonrisa puesta) para regocijo de todos los visitantes.

Yo se que pasé allí la tarde con mi abuela, entre comadreos y rosarios. Ahora no me pregunteis más, porque sólo recuerdo que, de atardecida, mi abuelo entro a saludar y a llevarnos a casa con el coche. No se lo que se trató allí, ni quien estaba, ni quien no. Mi mente estaba dominada por el detamen de Fulaniña, hasta el punto de que ni hablaba. Las pesadillas con la muerta dentosa me duraron hasta Navidad. Y aún hoy recuerdo aquella sonrísa semi-tiesa, semi-maléfica. Con el tiempo, creo que he llegado a superarlo. Si no fuera por los hijos de put.a de los publicistas del anuncio de la Loteria de Navidad, me cago en la madre que los hizo. Cona que los parió!

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