Libro "La corte de Felipe VI" (Daniel Forcadas y Alberto Lardiés)

@Eleonora de Toledo ¿el libro no da detalles sobre el clan del ático de Serrano? Me apuesto a que uno que recalaba por ahí era Juan Villalonga, socio comercial de Del Burgo e íntimo de Aznar, y corrupto donde los haya.

Tan introducido estaba el calvo en la cúpula del PP por aquel entonces que consiguió que Gallardon (entonces presidente de la Comunidad de Madrid) y Cascos (entonces ministro de Fomento) asistieran en 2001 a la inauguración de su empresa Hormimeco.

Hormimeco consiguió fondos de la Comunidad y al poco tiempo se declaró en suspensión de pagos, ehem ehem.
http://elpais.com/diario/2002/11/22/madrid/1037967864_850215.HTML

No fue un caso aislado. En Galicia también.
http://www.novasgz.com/pdf/ngz50.pdf


@Tercera el Hotel Santo Mauro es del grupo AC -- Antonio Catalán, el empresario (oh sorpresa) navarro mejor relacionado de Madrid.
 
Última edición por un moderador:
"Al menos dos fuentes han asegurado a EstrellaDigital.es que el definitivo alejamiento entre Felipe de Borbón y Jaime del Burgo tuvo lugar tras el envío de un email que el actual rey –entonces aún príncipe– consideró inadecuado e incluso alarmante. Forcada y Lardíes explican en su libro de investigación que Del Burgo asegura mantener tratos con altos responsables de la Defensa. Una fuente del libro les dice que “Jaime ha preocupado a mucha gente. Es un personaje peligroso porque ha difundido cosas y ha preocupado bastante en altas esferas de la Seguridad del Estado. Tiene mucho peligro”.

http://www.estrelladigital.es/artic...urgo-y-gustas-mucho/20151017210624257446.html
 
Es lo que transmiten. Hay taaanta trastienda en el Almudenazo. Si algún día caen en desgracia, ya nos enteraremos o corroboraremos lo que todos intuimos. Tan lista que dicen que es...pues qué poco ojo tiene. Al Calvito se le ve un fantasmón y un cantamañanas a distancia ¿y le convierte en persona de confianza? Ni siquiera gracia tiene el tío. Porque podría ser jetilla (que tiene pinta de serlo elevado al cubo) y al menos tener gracia. Pero es que ni eso. Es inexplicable que hayan mantenido a semejante personaje un solo minuto dentro de su círculo.
Para ciertas "encomiendas" más que gracia hay que tener pocos escrúpulos. Y ciertos conocimientos.
 
El calvo mantenía una vieja amistad con derecho a roce con Letizia y cuando se le abrió una ventana de oportunidad para colarle el "activo" al bobón mayor de reino (al que urgía ya casar pues empezaban a dispararse por los rumores) puso manos a la obra. La posición de valido le venía al pelo para promover sus extraños y ruinosos negocios. Además, por razones familiares, experimentaba una marcada inclinación por todo lo "royal". Una parte importante de su estrategia consistió en buscar respaldo político y empresarial (poder duro) para su causa. Y la encontró entre los "enemigos" políticos del rey socialista (azanaristas, anti-nacionalistas acérrimos, tardo-franquistas y wheelers and dealers varios, que es el ambiente en el que se movía). Así nació el clan del ático de Serrano.

El Sexto, que siempre había mostrado un ramalazo fachilla/extrema derecha (heredado de los Grecia), además de un conflicto freudiano con la autoridad paterna sin resolver, y Letizia, una acomplejada social que perdía el trasero por todo lo VIP y monegasco, se prestaron felices al juego. Tras un ultimátum al patrón que permitió al "trio" consumar el Almudenazo, el calvo afianzó su posición matrimoniando con Pelma, una tapadera perfecta para el ocio y negocio zarzuelero, londinense y ginebrino.

Cuando estalló el caso Noos, el clan del ático vio la oportunidad de oro para derrocar al viejo rey socialista y poner al suyo y empezó a promover la abdicación entre bambalinas. El clan intensificó su campaña cuando salió a la luz la caída de Botswana e incluso Del Burgo padre se quitó la careta y se posicionó abiertamente a favor del Sexto. El clan encontró apoyo mediático entre los enemigos de Cebríán como Pedro J (El Mundo), Cacho (Vozpopuli) y FJL (Libertad Digital).

El establishment (PRISA, Ibex 35, clan Godó, Wall Street) intentó aguantar a JC un tiempo, dándole la oportunidad de recuperar el favor perdido del público con un viaje improvisado al Golfo, tiempo que el viejo aprovechó para intentar divorciar al pánfilo antes de abdicar. Pero la institución entró en caída libre y con un proceso electoral complicado en el horizonte y una reforma constitucional pendiente para acomodar a Cataluña, hubo que precipitar la sucesión -- eso sí, con nocturnidad y alevosía, para blindar el proceso ante una España cabreada e indignada por la crisis y por la corrupción. El establishment es el que manda y el que decide los tiempos. El día que el El País y el NYT se posicionaron a favor del relevo, JC supo que su tiempo había acabado.


(a medida que @Eleonora de Toledo siga aportando jugosos detalles del libro, continuaremos con la versión cotilla).
 
Última edición por un moderador:
Fragmento del libro:
Las amistades de Felipe VI y Letizia, repasadas aquí con detalle, evidencian una vez más la distancia abismal entre dos mundos casi antagónicos y que solo tienen en común este matrimonio. Resulta imposible acortar esa lejanía. Y de hecho, muchos andan empeñados en exprimirla para minar a la pareja y aumentar sus diferencias. Sin embargo, parece que la mera existencia de estos compartimentos estancos, llenos de tripulantes muy diferentes los unos de los otros, es la clave, por ahora, para que este barco no se hunda y, en el caso de ella, el único y reducidísimo espacio donde puede mostrarse tal cual es y sin miedo a otra nueva traición como las que han quedado grabadas a fuego en su memoria. Por ello, esta guardia pretoriana sigue siendo tan insondable, tras más de diez años en los alrededores de la corte. Amigas que, al contrario de lo que ocurre con algunos de los nombres del entorno de Felipe, nunca han salpicado a la corona con ninguna mancha ni con ningún traspié extraño. Un grupo que, en definitiva y gracias a la mediación de Letizia, ha oxigenado los ambientes que frecuentaba hasta hace no mucho el nuevo rey de España.
 
Fragmento del libro:
Las amistades de Felipe VI y Letizia, repasadas aquí con detalle, evidencian una vez más la distancia abismal entre dos mundos casi antagónicos y que solo tienen en común este matrimonio. Resulta imposible acortar esa lejanía. Y de hecho, muchos andan empeñados en exprimirla para minar a la pareja y aumentar sus diferencias. Sin embargo, parece que la mera existencia de estos compartimentos estancos, llenos de tripulantes muy diferentes los unos de los otros, es la clave, por ahora, para que este barco no se hunda y, en el caso de ella, el único y reducidísimo espacio donde puede mostrarse tal cual es y sin miedo a otra nueva traición como las que han quedado grabadas a fuego en su memoria. Por ello, esta guardia pretoriana sigue siendo tan insondable, tras más de diez años en los alrededores de la corte. Amigas que, al contrario de lo que ocurre con algunos de los nombres del entorno de Felipe, nunca han salpicado a la corona con ninguna mancha ni con ningún traspié extraño. Un grupo que, en definitiva y gracias a la mediación de Letizia, ha oxigenado los ambientes que frecuentaba hasta hace no mucho el nuevo rey de España.
Que buena es, que buena reina, que maravilla, no nos la merecemos, oxígeno puro
 
EPÍLOGO. DE LA SALVACIÓN DE LETIZIA Y LA TRANSPARENCIA DE FELIPE VI

La historia de la corte de Felipe VI y de su reinado se escribirá completa, sin fisuras ni errores de interpretación, solo cuando la perspectiva del tiempo permita la suficiente distancia como para hacer una valoración. Serán quizás otros quienes la escriban. Con estas líneas de trabajo periodístico, esbozadas a lo largo de diez meses de intensa aproximación a la Casa del Rey, nosotros solo hemos aportado unas bases sólidas para entender quiénes, cuántos y cómo son los personajes que viven por, para y de la corona. Es arriesgado pronosticar qué ocurrirá en el futuro tras los altos e impermeables muros de palacio —sobre todo, en un contexto social que demanda cambios a ritmo vertiginoso, que requerirá antes o después una reforma de sus normas de convivencia y en el que se tendrá que refrendar de nuevo la utilidad o no de una monarquía—. Pero a tenor de los testimonios recabados y los hechos narrados, y a pesar del duro retrato que muchas de las fuentes consultadas dibujan de la consorte del rey, creemos que paradójicamente Letizia Ortiz, la nieta del taxista y la hija de la sindicalista, puede acabar convirtiéndose en la salvadora de esta añeja institución. Letizia posee una personalidad arrolladora, que imanta todas las miradas y desdibuja la figura de los otros miembros de la familia real, acaso porque muchos ciudadanos se identifican y empatizan con ella. En el inicio del reinado de su marido, es ella quien acapara las atenciones y concita las críticas más duras, quizás porque sus orígenes plebeyos aún no han sido aceptados en los círculos monárquicos y aristocráticos, o tal vez porque el pecado nacional de la envidia nunca se extinguirá extinguirá en esta tierra sembrada por Caín. Si la corona permanece, con los años serán las hijas de ambos, la princesa de Asturias, Leonor, y la infanta Sofía, quienes tengan que superar el asfixiante escrutinio de la prensa rosa y la ciudadanía. Ahora, en 2015, es el tiempo de sus progenitores. El día en que aceptó contraer matrimonio con el entonces príncipe, la asturiana sabía que su vida cambiaría radicalmente. Con una trayectoria profesional meteórica, perfectamente encarrilada y que se antojaba dilatada, decidió renunciar a su vocación periodística —quienes amamos este oficio sabemos que no es fácil dejarlo—para convertirse en mera acompañante del rey, sin más proyección que vivir siempre a la sombra de su marido. Una mujer hecha a sí misma, independiente y amante de la libertad se olvida de su modo de ver y sentir el mundo y pasa, de un día para otro, a formar parte de una institución, la corona, donde se cultivan valores radicalmente opuestos y cada uno de sus pasos, siempre protocolarios, van a ser observados con lupa por millones de ciudadanos. Donde muchos ven una ambición inusitada, quienes escriben estas líneas ven entrega, y donde tantos y tantos críticos encuentran a una mujer despiadada, atisbamos un carácter pugnaz, sí, pero construido por los mazazos del destino. No parece sencillo entrar en el núcleo de los Borbones, esa familia desestructurada donde casi todos, cada uno por motivos dispares, no veían con buenos ojos su llegada. Ni debe de ser fácil aguantar durante una década los desplantes del rey, algunos en público y otros en privado, unos verbales y otros solo con la mirada. Sin ir más lejos, ahí están los desaires que Juan Carlos I hizo a su nuera durante los actos de abdicación y proclamación en junio de 2014, cuando le negó un beso y un saludo ante las cámaras para mostrar su desdén hacia ella. A pesar de los lujos y las ventajas de palacio, que no pueden olvidarse y que casi todos desearíamos, tampoco resulta precisamente apetecible para una mujer de clase media sumarse a un grupo de amigos adinerados, acostumbrados a volar en jet privado a París para acudir a un restaurante, a desplazarse a remotos bosques de Ucrania para cazar lobos o a tener sirvientes que retiran su ropa interior de la alcoba. Menos agradable aún debe ser enterarse, porque en la corte siempre hay oídos que luego dan cuenta de lo que escuchan, de que algunos de esos amigos íntimos de tu esposo te apodan la chacha porque desprecian tu origen y tu condición. Letizia Ortiz ha mostrado evidentes defectos y ha cometido múltiples fallos desde que llegó a la corte, allá por 2003. No le han ayudado ni le benefician su obsesión por controlar todo lo que sobre ella se publica, sus enfrentamientos con algunos medios de comunicación, su perenne imprudencia en las distancias cortas, su falta de diplomacia en determinadas discusiones con empleados de la Casa o su empeño por no respetar algunas costumbres de la corona, tales como su particular pelea contra las estancias en Mallorca o su gusto por no informar de ciertos movimientos a los servicios de seguridad, como si por momentos olvidase que al entrar en esta familia renunció a una vida normal y no fuera capaz de gobernar sus impulsos. Sin embargo, su discurrir en La Zarzuela obtendría en un examen un aprobado alto y hasta casi un notable si se comparase con los escarceos en Botsuana de Juan Carlos I o las presuntas corruptelas de los duques de Palma. En el particular universo que rodea a la corona, no son pocos quienes ven en esa mandíbula de acero y esa mirada gélida el germen de la traición y ponen el acento en la crisis que la pareja atravesó en 2013 y en el inexplicado papel de su cuñado, Jaime Arturo del Burgo, en la vida de los reyes. No obstante, hasta el momento la reina ha vencido los obstáculos mencionados, como esa picadora de carne que es la prensa del corazón, y ha logrado orillar a los cortesanos que no le convenían y marcar líneas rojas que, a la postre, han ayudado a su marido a llegar limpio de toda Paj* al trono. Con su quehacer diario, ha barnizado de cierta modernidad una institución esencialmente anacrónica e injusta. Por ejemplo, al conservar y cuidar un grupo de amigas propio, un compartimento estanco al de esa pandilla de la élite que mantiene el rey, y que ha oxigenado sobremanera esta relación amorosa entre seres antagónicos. A lo largo de este camino, la reina ha sufrido dos tragedias familiares que sin duda han endurecido, más si cabe, su regio y recio carácter. Primero llegó la muerte de su hermana. Es imposible adentrarse en la mente de la reina para saber si, como parece, en algunos momentos le asaltará un inevitable e injusto sentimiento de culpabilidad, pero es evidente que esta tragedia ha dejado en ella una cicatriz indeleble. Como permanente es la huella de la particular vendetta que ejecutó su primo al desvelar en un libro temas escabrosos como el de su intervención en la clínica Dator antes de casarse con Felipe de Borbón. Las luces y las sombras del matrimonio entre Felipe y Letizia existían antes de que Juan Carlos I decidiera abdicar y ceder el testigo de la Jefatura del Estado a su hijo. Y, como ocurre con cualquier pareja, seguirán existiendo en este nuevo reinado de los Borbones. Se han escrito miles de páginas sobre sus problemas, algunas de ellas más cercanas a la leyenda que a la realidad. Y en puridad, solo a ellos corresponde calibrar la marcha de su vida en común, más allá del peso de la corona. Durante años, décadas incluso, el matrimonio de los reyes eméritos, don Juan Carlos y doña Sofía, fue un absoluto fracaso ocultado tras una escenificación impostada en la que la prensa jamás se atrevió a entrar, ni de forma remota con la misma crudeza con la que se escrutan ahora los pasos de Letizia. Y pese a todo, la institución seguía cumpliendo su papel. Por largo tiempo, y hasta la aparición en escena de la explosiva Corinna —cuando —cuando todo empezó a salirse de sus raíles—, al anterior rey hasta se le jaleaba en determinados ambientes por sus célebres conquistas. Síntoma de los reflejos todavía machistas que este país aún esconde en sus entrañas y que, de cara a Letizia, se han destapado —en algunos casos—sin complejos de ningún tipo. Ocurre, sin embargo, que la familia real adolece de una enfermedad endémica: las esferas personal e institucional se entrelazan y retroalimentan de manera que la una afecta a la otra y viceversa. Por ello, aunque la reina se adaptase aún mejor a su papel de consorte y el matrimonio funcionase a las mil maravillas, el futuro de ambos, cuya privacidad no existe por definición, sigue ligado al de la monarquía que representan. No deben olvidar esa responsabilidad, aunque los asuntos de alcoba solo les conciernan a ellos. ¿Tiene futuro la monarquía? Felipe VI es un gran desconocido para los españoles porque sobre su figura se han publicado demasiados mitos o versiones edulcoradas. Su auténtica personalidad solo se conoce tras los muros de palacio. La opacidad de la monarquía es otro de sus defectos endémicos. En este libro tratamos de desbrozar ese conjunto de verdades a medias sobre el monarca para aportar unos cuantos trazos sobre su verdadera esencia y, sobre todo, describir, uno a uno, todos los círculos que orbitan a su alrededor, como la élite adinerada, sus amigos íntimos de la navegación o sus compañeros de aprendizajes militares. El rey ha llegado al trono en tiempos convulsos. Hartos de la crisis y de la corrupción, los ciudadanos reclaman cambios profundos a los representantes de las instituciones del Estado. Enfermo en casi todas sus partes, el régimen político nacido en la Transición se marchita a gran velocidad, casi agoniza y puede morir si los españoles, soberanos, así lo demandan en las urnas. En dicho contexto, el monarca trabaja para huir de los usos corruptos y, de hecho, ha apartado de su lado, al menos aparentemente, a quienes se han visto implicados en asuntos turbios. Para colmo, Felipe VI tiene por delante el reto nada sencillo que plantean los independentistas catalanes, más dispuestos que nunca a separar Cataluña del resto de España. Intención que choca con la unidad que simboliza la Corona. Quizás para un hijo resulte doloroso pensar que su mejor virtud será no parecerse a su padre. Aunque duela, esa es la principal característica de los primeros pasos de Felipe VI como rey. Y, a nuestro juicio, esa imagen de transparencia y ejemplaridad es la que el monarca debe mantener para que los españoles perciban que su forma de ocupar el trono se diferencia realmente de las costumbres de su progenitor. Proteger con sus influencias a amigos corruptos, atesorar un patrimonio opaco o llenar el papel cuché merced a sus engaños y desprecios a su esposa durante años son comportamientos inaceptables para un jefe del Estado, sea rey, presidente de una república o líder supremo de una tribu. En su proclamación como rey, Felipe habló de «una nueva monarquía para un tiempo nuevo» y se refirió a la necesaria ejemplaridad que él y todos los miembros de su familia deben observar cada día. En los primeros meses de reinado ha cumplido su promesa. Se ha alejado de los amigos con causas abiertas en los tribunales y no ha movido hilo alguno —que se sepa—para ayudar a conocidos en apuros. Ha apostado por mejorar la transparencia en las cuentas de la institución, aunque en ese terreno aún queda mucho trecho por recorrer. Ha echado de su corte a tipos cuya presencia era anómala o dañina, como Carlos García Revenga y el conde de Fontao. Se ha bajado el sueldo un 20 por ciento respecto a lo que cobraba su padre. Y, por encima de todo, ha mantenido la dolorosa lejanía con su hermana, la infanta Cristina, que sigue perdidamente enamorada del torrentiano Iñaki Urdangarin. Entre los cortesanos de Felipe VI cunde y se extiende la teoría de que Cristina hubiera tenido muy sencillo mejorar su relación con la corona y, por ende, con su hermano. Era tan sencillo como haber renunciado a sus derechos dinásticos, fuera nada más estallar el escándalo de Nóos o fuera después. Pero su cerrazón en ese sentido, su insistencia en presentarse como víctima y en respaldar a su marido y defender la presunta inocencia de ambos han agrietado demasiado las relaciones familiares. Quizá de forma ya irremediable. Uno de los principales problemas del rey en el futuro será afrontar una posible condena judicial a los ya exduques de Palma. Otro de sus desafíos ineludibles es trabajar para que se entierren definitivamente antiguos usos habituales en las relaciones de la corona, como los movimientos soterrados para que los medios no publiquen informaciones, como la estrecha cercanía a poderes fácticos o como los favores anómalos a los mandamases del Ibex 35. Si quiere permanecer en el tiempo, la monarquía debe participar activamente con su ejemplo y no solo con su discurso en la necesaria regeneración del país, de forma que se acaben para siempre los tremendos males que arrastra nuestra democracia, tales como el capitalismo de amiguetes, los negocios turbios de los poderosos y las corruptelas en general. Felipe VI se ha rodeado de un grupo de profesionales con experiencia en La Zarzuela. Liderado por dos amigos del monarca, Jaime Alfonsín, jefe de la Casa, y Jordi Gutiérrez, director de Comunicación, el núcleo duro del palacio trabaja cada día para subrayar esas diferencias con el pasado y mantener así un futuro. Los reyes y sus hijas Sofía y Leonor viven en Zarzuela rodeados y protegidos por estos hombres, la mayoría con galones en los hombros y fajines en la cintura que muestran sus categorías militares. La máxima de todos ellos es la frase de El Quijote que el monarca citó en su discurso de proclamación, el 19 de junio de 2014: «No es un hombre más que otro si no hace más que otro».
No obstante, en estos tiempos de cambios profundos esa sentencia tal vez pueda volverse en su contra y todos esos esfuerzos no sean suficientes para consolidar el futuro de la monarquía. Como se narra en estas páginas al detalle, el bipartidismo sí garantizó la transición borbónica de 2014 y, de paso, blindó el futuro de Juan Carlos I, que, como ya no tiene el cuerpo para cacerías, vive su plácida jubilación entre restaurantes y viajes de lujo. La operación secreta entre PP, PSOE y la corona para lograr el cambio de rey, sin protagonismo alguno de los ciudadanos, salió a la perfección para los interesados, sí, pero retrotrae a tiempos pretéritos y quizás no sea suficiente para otorgar la legitimidad democrática que necesita la Jefatura del Estado. Más tarde o más temprano y de una manera u otra, los españoles tendrán que decidir el destino de la corte de Felipe VI.
 
Otro fragmento del libro
Los medios, más relajados
La mayor transparencia y la creciente apertura de este «nuevo tiempo» se compensan en alguna medida con el cierre de filas en torno a los nuevos reyes que se adivina por parte de los grandes medios de comunicación y de los principales poderes fácticos. Si bien es cierto que la prensa rosa y ciertos diarios libres de ataduras —sobre todo en la Red—continúan con su lupa sobre la familia real, es evidente que los grandes medios de comunicación han levantado el pie del acelerador, a pesar de tener gasolina de sobra para recorrer y alumbrar los puntos débiles de la corona. Una tregua injustificable que debe acabar cuanto antes por mera higiene democrática. Cada vez hay menos informaciones críticas hacia la institución tras un trienio negro que se convirtió en una tormenta de titulares negativos para la Casa a cuenta del descubrimiento de los nexos entre la «princesa» Corinna y el rey Juan Carlos, los sobresaltos del caso Urdangarin o la maltrecha salud del rey emérito y sus periódicas entradas y salidas del quirófano. Letizia, por su parte, está al tanto de todo lo que se publica sobre ella en prensa y en internet y, en algunos momentos de su historia reciente ha ordenado iniciativas para desmentir informaciones lesivas hacia su figura. Algunas porque eran rotundamente falsas —como cuando ordenó llamar a todas las revistas para rectificar que llevase brackets invisibles en los dientes—y otras, aun siendo ciertas, por su especial empeño en querer desmentir detalles sobre su vestuario o sobre sus gastos en fondo de armario. Como la vez que, siendo ya reina, mandó al jefe de prensa de la Casa a desmentir que se hubiera comprado unos zapatos de Prada con los que había sido fotografiada. Y eso, a pesar de que la firma de la marca era notablemente visible en las imágenes que fueron tomadas durante aquel acto. En este sentido, cuando Juan Carlos I abdicó en su hijo tuvo lugar un ejemplo premonitorio de lo que se avecinaba en los medios con el nuevo reinado. Varios dibujantes de la revista satírica El Jueves se vieron obligados a abandonar sus puestos de trabajo después de una suerte de autocensura por parte de sus editores. En la primera semana de junio de 2014, nada más anunciarse el cambio en el trono, los humoristas gráficos de la publicación habían preparado una primera página en la que Juan Carlos I entregaba a su hijo la corona sujetada con unas pinzas, como si fuera una patata caliente, en clara alusión a los problemas que arrastraba la institución. A última hora, los editores, quién sabe si con presiones de La Zarzuela o no, decidieron cambiar la imagen de portada por otra en la que aparecía Pablo Iglesias, el líder de Podemos. Los dibujantes Albert Monteys y Manel Fontdevila, acaso desconocidos para el gran público, pero históricos de la publicación, anunciaron su marcha. En los grandes medios se silenció este asunto. Y es que, como se ha dicho, la feroz crítica a la monarquía se ha suavizado desde la llegada al trono de Felipe. VI, acaso porque el monarca no ha dado tantas razones para estar en primera página o quizás porque en la nueva corte muchos quieren hacer méritos para encontrar asiento en las audiencias de La Zarzuela.
(...) Desde el principio, Letizia ha establecido una relación de amor-odio con la prensa, especialmente la del corazón, a la que, en algunos casos, le gustaría castigar con sus propias vendettas. En otras ocasiones, sin embargo, ella misma ha aceptado encantada la idea de que la pareja diese una entrevista a un medio de comunicación en concreto bajo la premisa de que la conversación nunca se reconociese como tal, que se desarrollase bajo el estricto off the record. Es lo que pasó con el reportaje «Cita en palacio», publicado por Vanity Fair en febrero del año 2010 con el beneplácito expreso de la Casa. Dos reporteros de la revista se desplazaron a Zarzuela y mantuvieron un encuentro informal con los entonces príncipes. Una entrevista que, por cierto, quedó registrada en una grabadora que uno de los aludidos se escondió en la ropa y logró sortear los diferentes controles de seguridad del palacio. Su contenido, inédito y guardado en un cajón de la editora, vale su peso en oro y hasta recoge el momento escatológico en el que, en mitad de la conversación, el aludido periodista tuvo que acudir al servicio para desahogar sus necesidades. «Ella no puede manifestar temor hacia los medios, pero sí quisiera poder ejercer alguna vengancilla que otra, como preferir a un medio frente a otro», explican personas que han trabajado en el departamento de Comunicación de la Casa del Rey. «Tiene determinadas obsesiones con algunos medios. A la revista ¡Hola!, por ejemplo, no puede ni verla, y lo entiendo. Dice que no la tratan bien, que son los peores». Ella misma se sinceraba al ministro de Defensa, José Bono, en mayo de 2004, unos días antes de su boda con el príncipe, en un almuerzo ofrecido por el gobierno de Zapatero a la pareja. «No es razonable —le explicaba ella—que se me valore más por el traje rojo que llevé a la boda en Copenhague (al enlace del príncipe de Dinamarca) que por mi actividad profesional o mis capacidades». El ministro, entonces, le dio un consejo que a ella, por otro lado, le ha costado mucho tiempo y mucho sufrimiento asimilar: «Vas a entrar en una familia donde las apariencias son importantes y tendrás que habituarte a saber callarte aunque tengas razón». 6 6 José Bono,
 

Temas Similares

3 4 5
Respuestas
53
Visitas
3K
Back