Al segundo tono lo cogió su padre, intuyendo que esa llamada no era para nada bueno.
–¿Sí, dígame?
–Sois muy ingenuos si creéis que podréis huir tan fácilmente –respondió una voz metálica, probablemente distorsionada para no ser reconocible–. Estamos al corriente de cada uno de vuestros movimientos.
–¿Quién es usted? ¡Identifíquese si no es un cobarde!
Pero el anónimo autor de la llamada colgó.
–¿Qué ocurre, papá? –preguntó Delia, que notaba por el semblante de su padre que algo iba mal.
–No te preocupes, cariño, nada que no podamos manejar –respondió él, acariciándole la cabeza.
–¿Sí, dígame?
–Sois muy ingenuos si creéis que podréis huir tan fácilmente –respondió una voz metálica, probablemente distorsionada para no ser reconocible–. Estamos al corriente de cada uno de vuestros movimientos.
–¿Quién es usted? ¡Identifíquese si no es un cobarde!
Pero el anónimo autor de la llamada colgó.
–¿Qué ocurre, papá? –preguntó Delia, que notaba por el semblante de su padre que algo iba mal.
–No te preocupes, cariño, nada que no podamos manejar –respondió él, acariciándole la cabeza.