...y ahora sigue tú...

Al segundo tono lo cogió su padre, intuyendo que esa llamada no era para nada bueno.

–¿Sí, dígame?
–Sois muy ingenuos si creéis que podréis huir tan fácilmente –respondió una voz metálica, probablemente distorsionada para no ser reconocible–. Estamos al corriente de cada uno de vuestros movimientos.
–¿Quién es usted? ¡Identifíquese si no es un cobarde!

Pero el anónimo autor de la llamada colgó.
–¿Qué ocurre, papá? –preguntó Delia, que notaba por el semblante de su padre que algo iba mal.
–No te preocupes, cariño, nada que no podamos manejar –respondió él, acariciándole la cabeza.
 
En la estación empezaba el bullicio temprano, voces de trabajadores y ruido de maletas resonaban cada vez más alto. Me despertó el sonido del primer tren. Apenas había descansado, las horas fueron pasando entre cabezadas, sumida en mis pensamientos, atenta a la maleta, pendiente de cuanto sonaba alrededor...

Desde que los albergues cerraron sus puertas, los bancos de la estación eran la única cama de algunas personas, se acercaban a resguardarse bajo un techo donde pasar la noche. La seguridad del lugar hacia la vista gorda, no estaba permitido pernoctar pero, ¿cómo iban a negarles el único cobijo que quedaba?

Estiré las piernas, buscando con la mirada donde tomar un café, debía mantenerme despierta y alerta el resto del día.
 
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