Ópera y solo ópera.

Luigi Alva
(Perú, 1927)

Tenor peruano, considerado el rey de los tenores ligeros de las décadas de los cincuenta y sesenta. Ingresó en la Escuela Naval, aunque el éxito que tuvo en Lima con su interpretación del Alfredo de La Traviata, le decidió a dedicarse de lleno a la ópera. Viajó a Milán para perfeccionar su voz, consagrándose definitivamente en el papel de Paolino de El Matrimonio Secreto, en la Piccola Scala de ésta ciudad. Se especializó en Rossini y la ópera del siglo XVIII. Ha sido considerado el tenor lírico ligero más importante de su generación. Ha destacado además en el repertorio de Mozart, Haendel, Donizetti y Verdi, efectuando grabaciones junto a los más importantes directores del mundo, Herbert von Karajan, Leonard Bernstein y George Solti. © epdlp

 
Bidu Sayao
(Brasil, 1902-1999)

Soprano brasileña nacida en Río de Janeiro. Nacida Balduína de ElAceitunoMisogino Sayão, era apodada la “piccola brasiliana” o “el ruiseñor brasileño”, por su elegante voz de soprano clara y nítida. Comenzó sus estudios en su ciudad natal perfeccionándolos en Francia y Rumania. Durante su carrera cantó en los principales teatros del mundo, siendo sus más importantes roles, los de Lakmé, Lucía, Rosina y O Guaraní de Antonio Carlos Gómes, la ópera nacional del Brasil. Debutó en el Metropolitan Opera de Nueva York en 1952, sucediendo a la soprano española Lucrecia Bori, en el papel de Manon de Jules Massenet. En éste teatro cantó más de 200 funciones, encarnando los papeles más importantes, Mimi, Gilda, Zerlina, Susanna, Violetta, Adina, Norina, Melisande y la Julieta de Romeo y Julieta de Gounod, quizá su papel por excelencia. Se retiró en 1957 en la plenitud de su fama con La Damoiselle Elue de Claude Debussy, la misma obra con la que debutó en 1937 en el Carnegie Hall. Fue la intérprete preferida del compositor Heitor Villa-Lobos con quien mantuvo una colaboración artística de más de 35 años. © epdlp


 
Dmitri Hvorostovsky in Memoriam (16.10.1962-22.11.2017)

Con la tristeza en el alma y el frío en el corazón, paralizado me he quedado.
Descanse en paz, una voz de "bronce", ya en la Historia Baritonal, y entrando con paso firme en el Parnaso de las Leyendas Operísticas de todas las épocas.
R.I.P.
Serendi,

 
Última edición:
Sergei Lemeshev
(Rusia, 1902-1977)

Tenor ruso nacido en Staroye Knyazevo, en una familia de campesinos. En 1926, tras graduarse, el teatro Bolshoi le ofreció formar parte de su plantilla, pero Lemeshev rechazó la oferta, convencido de que sólo le iban a ofrecer papeles de comprimario. En vez de eso se dedicó a cantar papeles principales en teatros de provincias, Sverdlovsk, Harbin, Tiblisi, alcanzando así una gran fama. En 1931, cuando regresó a Moscú, fue para cantar en el Bolshoi como primera figura, algo que continuaría haciendo ininterrumpidamente hasta 1965, alternándose siempre con Ivan Kozlovsky. Los primeros papeles que interpretó en el Bolshoi fueron el zar Berendei en La dama de las nieves, Gerald en Lakmé y Lensky en Yevgény Onégin, el papel que marcaría su carrera y su vida. © Titus

 
Joseph Schmidt
(Rumania, 1904-1942)

Tenor rumano nacido en Davidende, ciudad que entonces pertenecía al imperio austro-húngaro pero que poco después pasó a ser parte de Rumania y actualmente pertenece a Ucrania. Aunque su pasaporte era rumano, Schmidt siempre dijo que su auténtica nacionalidad era judío. Su idioma materno era el yiddish, aunque también hablaba hebreo, rumano, alemán, francés e inglés. Estudió canto en Berlín, dedicándose casi toda su vida a recitales en estudios de radio. Su corta estatura, menos de 1'50, le impedía representar papeles importantes en los escenarios. Entre 1929 y 1933 cantó en más de 37 óperas para Radio Berlín, lo que le convirtió en un ídolo en el ámbito germánico, llegando a ser conocido como "el tenor del pueblo". Gracias a su éxito radiofónico, pudo debutar en el teatro con La Bohéme en 1939. El estallido de la II Guerra Mundial le sorprendió en Francia, acabando en el campo de refugiados suizo de Gyrenbad, dónde murió en el año 1942. © epdlp

 
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Uno de los momentos finales de Tristán e Isolda, de Wagner, en el Liceu de Barcelona. A. Bofill / Liceu


ESCENA - ÓPERA
Tristán e Isolda en el Liceu: El amor es para lunáticos
Iréne Theorin triunfa como Isolda en la producción de Àlex Ollé, de la Fura dels Baus, que con una bola gigante crea una atmósfera espacial y nocturna de donde sale a borbotones el amor cósmico y psicológico de los personajes.
30 noviembre, 2017 03:00
  1. LICEU DE BARCELONA
  2. ÓPERA
  3. RICHARD WAGNER
Daniel Basteiro @basteiro Barcelona


Tristán e Isolda es una ópera que pone a prueba casi todo. A los dos protagonistas, que tienen que hacer un titánico esfuerzo vocal no para brillar (lo consigan o no) sino sencillamente para sobrevivir. A los directores de escena que quieran representarla, ya que la trama parece a grandes rasgos muy simple y sin posibilidades dramáticas. A la orquesta, que es un personaje en sí mismo y tiene la gran responsabilidad de ponerle entrañas al espectáculo. Pero también al público, que sabe que va al teatro casi para entrar a vivir.

La obra maestra, de Richard Wagner, dura un poco más de cuatro horas y media (con dos descansos). En ellas, los protagonistas cantan sobre el amor cósmico. En otras palabras: un 'planazo' para aquellos que busquen emociones procesadas, instantáneas y que poder explicar en 30 segundos al día siguiente en el trabajo.

El Liceu de Barcelona presentó este martes una nueva producción de la obra, procedente de la Ópera de Lyon, para reivindicar precisamente todo lo que no se puede contar, pesar o medir con parámetros clásicos.

El director de escena, Àlex Ollé, de la Fura dels Baus, introdujo en el escenario una monstruosa semiesfera de 5,2 toneladas creada por Alfons Flores. Por momentos evocaba la luna y sus cráteres, la Estrella de la Muerte de Star Wars, algún planeta desconocido o hasta un vertedero espacial.

La sensación de amplitud creada fue enorme y logró dejar espacio a la noche, entendida en la obra como el refugio íntimo de los amantes. Permitió centrarse en Tristán e Isolda para que cantasen sin ataduras y durante horas a los límites del amor. En realidad, el tiempo era lo de menos. En esta obra, en la caja escénica el tiempo se hace más denso y hasta viscoso para tratar de envolver al espectador.



"Menos es más"
La producción lo consigue en muchos momentos, por una parte porque la escena acompaña. La puesta en escena no interfiere, no molesta. Parece una gran paradoja, pero es un gran acierto. Podría pensarse que en una obra en la que en realidad hay muy poca acción, la escena debería convertirse en un personaje. Que deberían pasar muchas cosas todo el tiempo para que el espectador no se aburra. Es justo lo que Ollé quería evitar. "Menos es más", explicaba al presentar la ópera.

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La semiesfera gigante, en el escenario del Liceu. A. Bofill / Liceu


La luna de Ollé es estética y no un elemento dramático. Pretende crear una atmósfera esclava del amor de los lunáticos, a veces totalmente enajenados ("se acerca el rey", le dicen a Tristán; "¿qué rey?", responde él) y a veces fatalmente lúcidos sobre su destino. En Tristán e Isolda no hay término medio. Se viene a disfrutar o a sucumbir.

La obra es, en realidad, un chute de amor romántico que, en línea con la época en la que la compuso Wagner, toma una trama mítica y medieval para sublimar a los personajes hasta trascenderlos. Es un profundo drama psicológico y filosófico. Sólo así se entienden los múltiples coqueteos con la muerte como sello definitivo de un amor eterno. Sólo así se entiende la absoluta evasión de los personajes, fundidos en una reflexión más sobre el amor mismo que sobre el que ellos sienten en primera persona.

Un reparto de gran nivel
La escena, la iluminación o las proyecciones hubieran servido de poco sin el reparto de gran nivel en el que destacó por encima de todos Iréne Theorin. La soprano sueca encarna a una Isolda sobresaliente, sólida y con gran personalidad musical, especialmente en el primer acto, su prueba de fuego. Da la impresión de que Theorin podría acabar una función y repetirla acto seguido sin que se le despeinase un solo pelo. Todo ello pese a que por los requisitos y duración de la partitura las Isoldas solventes se cuentan con los dedos de la mano.

Menos afortunado estuvo el tenor Stefan Vinke, un Tristán muy desdibujado en el segundo acto, con serios problemas para encontrar su lugar y la afinación. Llegó a tiempo para redimirse en el tercero, aunque para algunos espectadores fue demasiado tarde, según se pudo comprobar en gestos de desaprobación en los saludos finales. Vinke acabó resistiendo con estoicismo a las demandas del papel, que no es poco.

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Theorin y Vinke, en el castillo del rey Marke creado por Ollé y Flores. A. Bofill / Liceo


Albert Dohmen, que encarnaba al rey Marke, se llevó una de las ovaciones de la noche por su interpretación sólida como una roca pero al mismo tiempo emotiva. Greer Grimsley (Kurwenal, escudero de Tristán, y Sarah Connolly (Brangäne, doncella de Isolda), también estuvieron más que a la altura. Muchos de ellos son habituales del festival de Bayreuth, la cita wagneriana por excelencia. Josep Pons, al mando de la orquesta, hace un esfuerzo importante y destaca en los momentos más impresionistas pese a algún que otro desajuste.

La trama es sencilla: Isolda y Tristán se enamoran por efecto de una pócima mientras se dirigen en un barco a Cornualles, donde él tiene que entregarla al rey Marke. Viven su amor hasta que son sorprendidos por el monarca. Tristán se vuelve a su castillo donde aguarda desconsolado la muerte y a Isolda, que acaba llegando. Pero las cartas están echadas y ambos mueren.

Un siglo y medio después, Tristán e Isolda vive en un amor que sigue despertando las sensaciones más íntimas, esenciales y universales. Aquí o en la luna.

(Tristan und Isolde, de Richard Wagner se representa hasta el 15 de diciembre en el Liceu de Barcelona)




https://www.elespanol.com/cultura/escena/20171130/265973425_0.html
 
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Uno de los momentos finales de Tristán e Isolda, de Wagner, en el Liceu de Barcelona. A. Bofill / Liceu


ESCENA - ÓPERA
Tristán e Isolda en el Liceu: El amor es para lunáticos
Iréne Theorin triunfa como Isolda en la producción de Àlex Ollé, de la Fura dels Baus, que con una bola gigante crea una atmósfera espacial y nocturna de donde sale a borbotones el amor cósmico y psicológico de los personajes.
30 noviembre, 2017 03:00
  1. LICEU DE BARCELONA
  2. ÓPERA
  3. RICHARD WAGNER
Daniel Basteiro @basteiro Barcelona


Tristán e Isolda es una ópera que pone a prueba casi todo. A los dos protagonistas, que tienen que hacer un titánico esfuerzo vocal no para brillar (lo consigan o no) sino sencillamente para sobrevivir. A los directores de escena que quieran representarla, ya que la trama parece a grandes rasgos muy simple y sin posibilidades dramáticas. A la orquesta, que es un personaje en sí mismo y tiene la gran responsabilidad de ponerle entrañas al espectáculo. Pero también al público, que sabe que va al teatro casi para entrar a vivir.

La obra maestra, de Richard Wagner, dura un poco más de cuatro horas y media (con dos descansos). En ellas, los protagonistas cantan sobre el amor cósmico. En otras palabras: un 'planazo' para aquellos que busquen emociones procesadas, instantáneas y que poder explicar en 30 segundos al día siguiente en el trabajo.

El Liceu de Barcelona presentó este martes una nueva producción de la obra, procedente de la Ópera de Lyon, para reivindicar precisamente todo lo que no se puede contar, pesar o medir con parámetros clásicos.

El director de escena, Àlex Ollé, de la Fura dels Baus, introdujo en el escenario una monstruosa semiesfera de 5,2 toneladas creada por Alfons Flores. Por momentos evocaba la luna y sus cráteres, la Estrella de la Muerte de Star Wars, algún planeta desconocido o hasta un vertedero espacial.

La sensación de amplitud creada fue enorme y logró dejar espacio a la noche, entendida en la obra como el refugio íntimo de los amantes. Permitió centrarse en Tristán e Isolda para que cantasen sin ataduras y durante horas a los límites del amor. En realidad, el tiempo era lo de menos. En esta obra, en la caja escénica el tiempo se hace más denso y hasta viscoso para tratar de envolver al espectador.



"Menos es más"
La producción lo consigue en muchos momentos, por una parte porque la escena acompaña. La puesta en escena no interfiere, no molesta. Parece una gran paradoja, pero es un gran acierto. Podría pensarse que en una obra en la que en realidad hay muy poca acción, la escena debería convertirse en un personaje. Que deberían pasar muchas cosas todo el tiempo para que el espectador no se aburra. Es justo lo que Ollé quería evitar. "Menos es más", explicaba al presentar la ópera.

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La semiesfera gigante, en el escenario del Liceu. A. Bofill / Liceu


La luna de Ollé es estética y no un elemento dramático. Pretende crear una atmósfera esclava del amor de los lunáticos, a veces totalmente enajenados ("se acerca el rey", le dicen a Tristán; "¿qué rey?", responde él) y a veces fatalmente lúcidos sobre su destino. En Tristán e Isolda no hay término medio. Se viene a disfrutar o a sucumbir.

La obra es, en realidad, un chute de amor romántico que, en línea con la época en la que la compuso Wagner, toma una trama mítica y medieval para sublimar a los personajes hasta trascenderlos. Es un profundo drama psicológico y filosófico. Sólo así se entienden los múltiples coqueteos con la muerte como sello definitivo de un amor eterno. Sólo así se entiende la absoluta evasión de los personajes, fundidos en una reflexión más sobre el amor mismo que sobre el que ellos sienten en primera persona.

Un reparto de gran nivel
La escena, la iluminación o las proyecciones hubieran servido de poco sin el reparto de gran nivel en el que destacó por encima de todos Iréne Theorin. La soprano sueca encarna a una Isolda sobresaliente, sólida y con gran personalidad musical, especialmente en el primer acto, su prueba de fuego. Da la impresión de que Theorin podría acabar una función y repetirla acto seguido sin que se le despeinase un solo pelo. Todo ello pese a que por los requisitos y duración de la partitura las Isoldas solventes se cuentan con los dedos de la mano.

Menos afortunado estuvo el tenor Stefan Vinke, un Tristán muy desdibujado en el segundo acto, con serios problemas para encontrar su lugar y la afinación. Llegó a tiempo para redimirse en el tercero, aunque para algunos espectadores fue demasiado tarde, según se pudo comprobar en gestos de desaprobación en los saludos finales. Vinke acabó resistiendo con estoicismo a las demandas del papel, que no es poco.

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Theorin y Vinke, en el castillo del rey Marke creado por Ollé y Flores. A. Bofill / Liceo


Albert Dohmen, que encarnaba al rey Marke, se llevó una de las ovaciones de la noche por su interpretación sólida como una roca pero al mismo tiempo emotiva. Greer Grimsley (Kurwenal, escudero de Tristán, y Sarah Connolly (Brangäne, doncella de Isolda), también estuvieron más que a la altura. Muchos de ellos son habituales del festival de Bayreuth, la cita wagneriana por excelencia. Josep Pons, al mando de la orquesta, hace un esfuerzo importante y destaca en los momentos más impresionistas pese a algún que otro desajuste.

La trama es sencilla: Isolda y Tristán se enamoran por efecto de una pócima mientras se dirigen en un barco a Cornualles, donde él tiene que entregarla al rey Marke. Viven su amor hasta que son sorprendidos por el monarca. Tristán se vuelve a su castillo donde aguarda desconsolado la muerte y a Isolda, que acaba llegando. Pero las cartas están echadas y ambos mueren.

Un siglo y medio después, Tristán e Isolda vive en un amor que sigue despertando las sensaciones más íntimas, esenciales y universales. Aquí o en la luna.

(Tristan und Isolde, de Richard Wagner se representa hasta el 15 de diciembre en el Liceu de Barcelona)




https://www.elespanol.com/cultura/escena/20171130/265973425_0.html

@pilou12, amiga, pero que hace Vd. por la planta semi-sótano. Abríguese bien no vaya a pillar un catarro.:LOL::LOL::):).
Ahora en serio, es de agradecer que hayas aparecido y posteado en un Hilo en el que no es habitual que alguien lo haga, "rara avis". Donde dos son una multitud.
Con mi reconocimiento a tu ya larga y reconocida valía posteril ---no te vamos a descubrir a estas altura--, gracias, muchas gracias por tus aportes que han sido, son y serán siempre bienvenidos "como agua de mayo".
Buenas tardes, perdón por ahì tenia que haber empezado.
Saludos,
Serendi,
 
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