Ópera y solo ópera.

CULTURA
Plácido Domingo pide soluciones: "La ópera de Valencia corre riesgos"

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http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/2017/12/05/5a26adf446163f894f8b4686.html


El maestro defiende el papel del dimitido Davide Livermore y pide flexibilidad para no perder el carácter universal del teatro

Livermore deja su cargo desencantado: "No voy a ser yo cómplice si hay un deseo de cerrar Les Arts"

La comparecencia en la que el intendente del Palau de les Arts, Davide Livermore, ha anunciado su dimisión del cargo, debido a las trabas burocráticas de la Administración valenciana para llevar adelante la gestión y las objeciones legales impuestas a su contrato -que no sería compatible con trabajos al margen de su cargo público-, se ha convertido en todo un ejercicio escénico, en el que se ha cuidado hasta el más mínimo detalle, incluida la presencia de parte de los trabajadores y el protagonismo estelar del maestro Plácido Domingo, que abrirá la temporada de Les Arts interpretando a Rodrigo en el montaje de Don Carlo que dirige el valenciano Ramón Tébar.

En un claro gesto de apoyo, Plácido Domingo se sentó en la segunda fila del Aula Magistral del Palau de les Arts, alquilada y pagada expresamente para la ocasión por el intendente dimisionario. Le flanqueaban, Francisco Potenciano, director económico del centro, y de Fabio Bindi, director musical de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Además, decenas de trabajadores que simpatizan con el trabajo de Livermore se sentaron para ovacionarle intensamente.

Terminada la comparecencia del intendente -y una vez se había marchado- Plácido Domingo fue requerido por los periodistas y, con su templanza habitual, animó al Gobierno valenciano a tratar de buscar una solución. "No hay nada escrito, todo se puede hablar", dijo respecto a la posibilidad de encontrar una vía legal para que Livermore pueda seguir. Como director general de la Ópera de Los Angeles, Domingo se puso como ejemplo de responsable de una ópera que no encuentra trabas legales para seguir con su carrera artística por todo el mundo.

"Espero que la explicación que ha dado tenga una solución por parte de la Conselleria", ha explicado Domingo, que considera inviable, por ejemplo, la contratación de cantantes internacionales exigiendo que pasen una audición previa, algo que la administración le exige al intendente para cualquier contratación de artistas. "Ningún cantante internacional va a aceptar audicionar, no es así como se trabaja", ha dicho Domingo.

El maestro español, no obstante, mantendrá su vinculación por el Palau de les Arts: "Yo continuaré en Valencia porque me encanta, vendré siempre, esté o no Davide Livermore", ha proclamado, no sin antes advertir de que existe un riesgo evidente de burocratización del teatro si se opta por un perfil equivocado para dirigir económica y artísticamente el Palau de les Arts. "Hay peligro de que quede en manos de gente sin experiencia", ha respondido a preguntas de los periodistas. "Si hay un concurso de méritos y se antepone a un valenciano, pero sin experiencia o conocimientos, como se ha explicado, correríamos ese riesgo".


 
DAVIDE LIVERMORE DEJA VALENCIA, AL TIEMPO QUE ACECHA UNA VISIÓN PROVINCIANA Y BUROCRATIZADA

Quiten las manazas de la ópera
La injerencia política y la epidemia nacionalista abren otra crisis en el Palau de les Arts

RUBÉN AMÓN
Comunidad Valenciana / Valencia 9 DIC 2017 - 14:40 CET

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Los cantantes Andrea Carè (d) y Plácido Domingo durante el pase gráfico del ensayo general de la ópera "Don Carlo", de Verdi, que se estrena el sábado en el Palau de les Arts Reina Sofía de València. KAI



El Palau de les Arts es el Valhalla del Turia, una fortaleza megalómana y altiva que vadea un río imaginario y permanece expuesta a las pulsiones autodestructivas. La codicia, el dinero, la injerencia política conspiran para destruirla. Y no termina de ponerse a salvo de los vaivenes de la crisis. Cuando un incendio está a punto de extinguirse, brota la llama de una nueva erupción.

Acaba de suceder con la dimisión de Davide Livermore, reputado gestor, reconocido director de escena y “cabecilla” de un triunvirato italiano que redondean las personalidades musicales de Roberto Abbado y Fabio Biondi.Formaban los tres un buen equipo artístico. Y habían logrado devolver al Palau la estabilidad y el criterio después de la intervención policial y judicial con que había degenerado la gestión de Helga Schmidt.

Agonizaba el modelo de la opulencia y la desmesura “populares”. Valencia era un teatro fascinante para el melómano y preocupante para el contribuyente. Quiere decirse que la fastuosidad de los hitos operísticos en las primeras temporadas alojaban bastante preocupación respecto a la sostenibilidad del modelo. El esfuerzo de ser los mejores costaba mucho dinero. Y convertía el Palau en un templo de la desmesura. Los milagros que obraron Maazel, Gergiev, Mehta; las producciones de la Fura; la imponente calidad de la orquesta, cultivaron una ensoñación que se malogró entre las sombras de la corrupción y los aspavientos de la crisis económica.

El cambio político, se supone, garantizaba mesura, transparencia. Y optaba por un esquema menos grandilocuente, pero confiado a la solvencia de Livermore, a la implicación de Plácido Domingo y al equilibrio de los directores musicales. Tan reconocidos como Biondi y Abbado. Y tan prometedores como el valenciano Ramón Tebar, lejos de toda sospecha o protección localistas.

La fórmula acaba de liquidarse. O la han liquidado los poderes públicos. La Administración. Y hasta la iracundia fundamentalista del conseller de Cultura Vicent Marzà, diputado de Compromis y miembro del Bloc Nacionalista Valencià.

Tiene sentido recordar este último pormenor de su ejecutoria porque Marzà entiende que el Palau debe sensibilizarse a la cultura valenciana, relamerse en el oscurantismo provinciano (esto último lo deduce el autor del blog, yo mismo). Y que hasta debe introducirse una cuota de valencianos en la orquesta, aunque los pretextos identitarios revisten menos gravedad que su declaración de guerra a la ópera como tal -un espectáculo para ricos que impide la democratización del Palau, tiene huevos- y en la pretensión del Gobierno valenciano de exponer las decisiones artísticas a criterios burocrático-administrativos.

Los cantantes, se supone, deben acceder al papel de una ópera a través de un concurso o de una audición. Ganarse el puesto como si fueran agentes de movilidad o ujieres. Esgrimir méritos “objetivos”. Y someterse al escrutinio de un tribunal como si pudiera objetivarse el dolor de Rigoletto, la euforia de Calaf o el misticismo de Isolda en el desenlace del Liebestod.

Inquietan semejantes injerencias e invasiones. Profanan el espacio empancipado de la gestión artística. Debe ser ésta transparente y pulcra, pero inviolable en el ámbito de las decisiones vocales, dramatúrgicas y estéticas, más todavía cuando pretende revestirse de autoridad una Administración ignorante y frívola en la comprensión misma del fenómeno operístico.



Claro que la ópera es cara, señor Marzà. Menos que el fútbol, se lo garantizo. Y menos rentable todavía en la perspectiva del populismo, pero impagable, como el teatro,como el museo, en la formación de una sensibilidad y en la educación de una sociedad que tanto a usted debería preocuparle. Porque es usted conseller de Educación, Investigación y Cultura.

La ópera es cara, sí. Es cara porque subir Don Carlo al escenario requiere cinco funciones de cuatro horas, siete semanas de ensayo, la cooperación 120 profesores de orquesta y coristas, la abnegación de un equipo técnico cualificado, el concurso de voces superdotadas -Plácido Domingo estrena este sábado la ópera de Verdi-, la elaboración de un espacio escénico y de una dramaturgia, la implicación de un director de orquesta. Que en este caso es valenciano, Ramón Tebar, y muy competente, pero que no acostumbra a ser valenciano, como no es berlinés el director de la Filarmónica de Berlín, qué cosas.



Ni falta que hace, señor Marzà, porque la ópera será cara, pero representa la comunión de las artes y la supresión de las barreras. Constituye un fecundo mestizaje cultural. Conjura el veneno del nacionalismo. Habla en un idioma que todos entienden. No hay exclusión lingüística en la partitura. Pregunte usted cuántos flautistas, trompetistas o músicos de trompa valencianos abastecen las grandes orquestas de Europa y de América. Y a cuántos de ellos les piden el carnet de identidad. O los excluyen por venir de otro país, de otra ciudad.

La ópera es cara, señor Marzà, pero no tiene precio. No lo tiene porque la ópera no es la señora Castafiore haciendo gorgoritos, sino puede que la mayor contribución de Occidente a la Cultura universal. En la ópera se canta y se recita. Se baila y se pinta. Se piensa, se llora, se muere y se resucita. Se aloja el eco de las tragedias de Eurípides. Y se incorpora el cine, la vanguardia. Mire usted si no una producción de Davide Livermore, ahora, que han decidido aceptar su dimensión para convertir el Palau de les Arts en un puesto de barraca.


https://elpais.com/cultura/2017/12/09/recondita_armonia/1512823345_550697.html

 
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Ópera
'La Bohème': que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde
    • DARÍO PRIETO
    • Madrid
  • 12 DIC. 2017 10:25
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'La Bohème' JAVIER DEL REAL





'La Bohème' llega a Madrid para quedarse durante todas las Navidades con un montaje sobre el paso del tiempo y la pérdida de la juventud

El caso de La bohème demuestra hasta qué punto el público es un ente soberano e independiente respecto a lo que se espera de él. Vapuleada por la crítica en su estreno en 1896, la ópera de Giacomo Puccini (1858-1924) se convirtió en epítome de la antimodernidad y diversas voces de la intelectualidad, de Theodor Adorno a Benjamin Britten, la convirtieron en blanco de sus desprecios, calificándola de "fácil" y de "música ligera". Esta visión ha llegado hasta nuestros días, como demuestra el hecho de que durante la época de Gerard Mortier como superintendente del Teatro Real (2010-2014) Puccini estuviese vetado de la programación.

Sin embargo, el público madrileño tiene claro lo que le gusta. Y lo que le gusta es Puccini. Así se puede comprobar en el hecho de que, tras la segunda reposición del montaje de Madama Buttefly de Mario Gas, este verano, ahora llegue al coliseo madrileño una nueva producción de La bohème que ayer, en su noche de estreno, suscitó un poco habitual consenso en el aplauso para la parte escénica y la musical. De la primera se encargó Richard Jones con una propuesta en la que los decorados de las diferentes escenas se iban acumulando al fondo de un escenario desnudo y descubierto en el que podían verse los extintores y las mangueras antiincendios. Un poco, como sostiene el director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch, como los recuerdos que se amontonan en nuestra mente a medida que va pasando la vida. Porque la idea de esta bohème no está tanto en la celebración de la creación, ni en los espíritus libres, ni tan siquiera en el amor trágico decimonónico. Lo que Jones, a través de su enviada a Madrid, Julia Burbach, ha pretendido es reflexionar sobre el paso del tiempo y el abandono de la juventud. Como en aquel poema de Jaime Gil de Biedma: "Que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde/ -como todos los jóvenes, yo vine/ a llevarme la vida por delante".

Frente a la vitalidad del segundo acto, que aquí se convierte en un tronchante duelo interpretativo entre Marcello (Erienne Dupuis en el estreno de anoche) y Musetta (Joyce El-Khoury), con bajada de bragas de ésta incluida, el final de la ópera es una bofetada de la vida en la cara de cinco jóvenes que dejan de serlo automáticamente. La muerte de Mimì (una aclamada Anita Hartig) en los brazos de Rodolfo (un Stephen Costello que se llevó algún abucheo al final) convierte en intrascendentes todos los celos, sueños, lealtades y juegos de la edad temprana.

También el supuesto desafío al sistema y a la burguesía que representaría la forma de vida ácrata de estos jóvenes. Porque el verdadero peligro de esta producción de La bohème estaría en la propia partitura, según su director musical, Paolo Carignani. Más que una falta de desafío al público, el director italiano considera que la música de Puccini es "pericolosa" porque "nos llega al corazón sin mediación, sin que el intelecto ponga ningún filtro". Esa capacidad para conectar con el mínimo común denominador del oído humano es lo que, en palabras del periodista Juan Lucas, hace que los personajes de Puccini vivan en otro mundo: "Son puros vehículos de la emoción, encarnaciones visionarias de un sentido del espectáculo que se impondría en el siglo incipiente, encarnado fundamentalmente en el cine, y que Puccini, que ya lo estaba preludiando, tuvo que resolver por medios estrictamente musicales".

http://www.elmundo.es/cultura/teatro/2017/12/12/5a2f9f6a468aeb13268b465f.html
 
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