Ludwig van Beethoven: aniversario heroico, Año Beethoven

Subastaron una carta de Beethoven por US$ 275.000, un valor cuatro veces mayor al inicial

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La carta fue subastada a un precio cuatro veces mayor al de base Crédito: Heritage Auctions




14 de noviembre de 2020 • 13:31

Una carta del compositor alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827) se subastó en Estados Unidos por 275.000 dólares, cuatro veces más de lo que la casa de subastas Heritage Auctions-con sede en la ciudad Dallas- tenía previsto y se convirtió en uno de los precios más altos jamás alcanzados en los últimos años por una pieza de escritura del músico nacido en Bonn.

En la carta escrita a mano, de una página, Beethoven le pide a un señor de apellido "Von Baumann" que le devuelva las notas de un trío de pianos y promete devolverlas en unos días junto con una sonata para violín y según la casa de subastas, aunque estaba un poco arrugado y amarillento, el manuscrito se encontraba en buen estado.

Sandra Palomino, responsable de los manuscritos raros de Heritage Auctions, expresó que la subasta "fue una sorpresa total, porque va más allá del dinero que sus cartas normalmente reportan", ya que se esperaba un precio de 60.000 dólares.



Subasta de originales en Sotheby´s. Un precio récord por Beethoven
"Beethoven rara vez sale al mercado, pero esto ha fascinado a la gente porque habla de su música", explicó Palomino y consignó la agencia de noticias DPA.

Asimismo, Heritage Auctions informó que la nueva dueña de la carta es una pianista que prefiere no dar a conocer su nombre, pero que definió a Beethoven como su "refugio en la infancia".

En esa línea informaron que la compradora indicó que la carta significaba mucho para ella y que el motivo su compra era donarla a una academia de música de Nueva York donde había estudiado y según Heritage Auctions, la pianista hace dos años ya había comprado un mechón de pelo del célebre compositor.

Beethoven es considerado uno de los compositores clásicos más importantes de la historia de la música. El 16 de diciembre se cumple el 250 aniversario de su nacimiento.

 

Beethoven y la música de la revolución

En 1803, Beethoven, uno de los genios indiscutibles de la música clásica, quiso componer una obra que reflejara toda la grandeza de la época que estaba viviendo. Pensó dedicarla al hombre más famoso en esos años, Napoleón Bonaparte, pero al final la llamó Sinfonía heroica​

Stefano Russomanno



Retrato Beethoven

Bridgeman / ACI


Los acordes secos como golpes de cañón. A continuación, una melodía se desliza por los violonchelos, noble y cálida, y se traslada luego a trompas y clarinetes en un crescendo de intensidad que finalmente estalla majestuoso en toda la orquesta. Así empieza la Sinfonía nº 3 de Beethoven. La tradición relata que el compositor la escribió en Viena en 1803 y que en un primer momento la tituló Sinfonía Bonaparte. Para entonces, Napoleón acababa de iniciar la guerra contra las potencias del Antiguo Régimen que asolaría Europa durante más de un decenio, pero para Beethoven aquel general extranjero era más un liberador que un invasor.

https://historia.nationalgeographic.com.es/a/titanica-lucha-beethoven-contra-sordera_14048
De la misma manera que Napoleón revolvió el tablero político europeo y puso en jaque equilibrios y formas de poder consolidadas desde hacía siglos, también la Tercera sinfonía de Beethoven marcó un antes y un después en la historia de la música. Después de ella, la música pasará a pensarse de otra forma, se moverá en horizontes más amplios, se medirá a la historia en otros términos. Para entender el alcance de la novedad, bastará con mencionar un simple dato numérico. El primer movimiento de la Sinfonía nº 2, escrita tan sólo un año antes, medía 363 compases; el Allegro inicial de la Tercera, 695. Casi el doble. Hasta la Novena sinfonía (1824) Beethoven no acometerá nada tan amplio y ambicioso como en la Tercera.

Al igual que Napoléon revolucionó el tablero político, la Tercera sinfonía marcó un antes y un después en la historia de la música

Traición a la república​

En realidad, para cuando la obra se publicó en 1806, Beethoven había tachado el nombre de Bonaparte de la portada y, en su lugar, había escogido un título más genérico: Sinfonía heroica, compuesta para celebrar el recuerdo de un gran hombre. ¿Recuerdo? En 1806, Napoleón acababa de desbaratar al ejército prusiano y Rusia había tenido que entrar en guerra para frenar el avance del ejército francés. Nadie de sus enemigos veía la manera de contrarrestarle, y aun así Beethoven hablaba de él en pasado. Celebraba la memoria de un gran hombre sin siquiera mencionarle, como si se tratase de un difunto. Era como si el Bonaparte al que había pensado dedicar su Sinfonía nº 3 fuese ya otra persona. El punto de inflexión en esta relación de amor (primero) y odio (después) lo produjo la decisión de Napoleón de autoproclamarse emperador en 1804. Un gesto que el republicanismo del compositor consideró como una traición a los ideales de la Revolución francesa que Napoleón en un primer momento había dado la impresión de abanderar.

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Christian Gottlob Neefe (1748-1798) se estableció en Bonn, donde acogió a Beethoven bajo su tutela. Organista de la corte del príncipe elector Maximiliano Federico y director musical del Teatro Nacional desde 1782, Neefe enderezó su incipiente carrera musical y transmitió a Beethoven los ideales ilustrados y francmasones que sustentaban su credo personal.

Las ideas de Beethoven se formaron en gran medida en Bonn, su ciudad natal, donde residió hasta los veintidós años. Durante mucho tiempo se ha minusvalorado esta etapa de su vida, que fue en cambio crucial para la maduración de su personalidad humana y artística. Capital del Electorado de Colonia, que entonces era un Estado indenpendiente, Bonn no era desde luego Viena, pero sus menores dimensiones y el carácter más descentralizado de su entorno la convertían en una ciudad abierta al paso de las nuevas ideas. También las relaciones personales estaban menos marcadas por el protocolo o la pertenencia a círculos sociales cerrados. El ambiente intelectual se beneficiaba de los vientos de novedad que llegaban de fuera, ya fuese la filosofía de Kant o la poesía de Schiller y Goethe. Eran años de gran fermento intelectual. En ausencia de una figura paterna sólida –el padre de Beethoven era un tenor más aficionado a la bebida que a la música–, el papel clave en su educación lo desempeñó Christian Gottlob Neefe. Organista de la corte del príncipe elector Maximiliano Federico y director musical del Teatro Nacional desde 1782, Neefe se hizo cargo de la formación musical del joven Ludwig. En sus clases de piano y composición, el profesor inculcó en su alumno el amor por la música de los Bach (Johann Sebastian y Carl Philipp Emanuel) y enderezó su incipiente carrera musical. Neefe era además un hombre de amplia cultura, un gran conocedor de la literatura y filosofía de su tiempo, por lo que transmitió también a Beethoven los ideales ilustrados y francmasones que sustentaban su credo personal.

Neefe inculcó en Beethoven el amor por la música de Bach y los ideales ilustrados y francmasones que sustentaban su credo personal

El ambiente ilustrado de Bonn​

El ambiente de la Universidad, en la que Beethoven se matricularía en 1789, era otro canal de transmisión de las ideas de la Ilustración, a cuyos planteamientos no era hostil el nuevo soberano de la ciudad desde 1784. Maximiliano Francisco de Austria brindaba su apoyo a artistas y literatos, y simpatizaba con un modelo de soberanía ilustrada similar al de su hermano, el emperador José II. La muerte de su madre, en 1787, obligó a Beethoven a hacerse cargo económicamente de sus hermanos menores, trabajando como instrumentista en la orquesta local y como profesor particular de música. Pese a ello, los años transcurridos en Bonn se contaron entre los más enriquecedores para el músico. También se le abrieron las puertas de la alta sociedad, como atestiguan sus estrechas relaciones con la familia Von Breuning o el conde Walsegg.

Todas estas experiencias proporcionaron una directriz clara a su pensamiento, consolidaron en él una serie de valores éticos que le acompañaron durante el resto de su vida. Entre ellos, su fe en los ideales de igualdad, libertad y fraternidad como elemento de unión entre los hombres, los valores del republicanismo y del universalismo, la convicción de que el cosmos obedece a leyes racionales y que la vida es un recorrido cuyos inevitables obstáculos culminan a pesar de todo en la felicidad del individuo. Por ejemplo, fue en su juventud cuando grabó en su memoria el poema A la alegría, de Schiller, el mismo que utilizaría en el Himno a la alegría de la Novena sinfonía, con el célebre coro que canta: «La alegría, bella chispa divina, / hija del Elíseo [...]. Todos los hombres se vuelven hermanos / allí donde planea tu dulce ala».

Historia de un desencanto​

No ha de extrañar por lo tanto que Beethoven recibiera con ilusión las noticias que llegaban desde Francia a partir de 1789, con la insurrección popular contra Luis XVI y el posterior derrocamiento de la monarquía y la creación de la República, en 1792. En esta última fecha, Beethoven ya se había trasladado a Viena, la ciudad en la que residiría hasta su muerte en 1827. Allí, el compositor siguió con interés los éxitos que acompañaban las campañas militares del joven general Bonaparte, primero en Italia (1796-1797) y luego en Egipto y Palestina (1798-1799). Proclamado primer cónsul de la República francesa, Napoleón infligió en 1800 una derrota decisiva al ejército austríaco en Italia. Beethoven vio en él al paladín de los ideales de la Revolución y al encargado de difundirlos fuera de Francia con su ejército, derrocando al viejo orden encarnado por el absolutismo con su visión jerárquica de la sociedad, sus valores arcaicos y sus injusticias.

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Beethoven estaba fascinado por las grandes figuras históricas y míticas, personalidades heroicas que se sobreponían a su propio destino en pos de una misión más alta y trascendente. Así lo había mostrado en 1801 al componer el ballet Las criaturas de Prometeo, centrado en el titán que había desafiado el decreto divino de Júpiter y había entregado el fuego a los hombres, padeciendo por ello un horrible castigo. Beethoven utilizó materiales de este ballet para su Tercera sinfonía, lo que sugiere que el compositor veía en Napoleón a un Prometeo contemporáneo, capaz de desafiar el orden establecido –la Europa del Antiguo Régimen– para entregar a sus contemporáneos el fuego de la nueva civilización, encarnado en los valores ilustrados y revolucionarios.

Beethoven vio en Napoleón a un Prometeo moderno, capaz de desafiar el orden establecido y entregar a sus contemporáneos el fuego de la nueva civilización

En 1804, la admiración de Beethoven por Napoleón sufrió un duro revés. Cuando el compositor se enteró de que Bonaparte se había autoproclamado emperador, traicionando así los ideales de la República y alineándose de hecho con la conducta de sus adversarios, su decepción fue total. Bonaparte se había quitado la máscara y se había revelado como un déspota cualquiera, cuyo único móvil era la sed de poder. La sinfonía se transformó en una exaltación de la figura del héroe, desligada de cualquier referencia histórica e individual.

Oda a los vencedores​

A pesar de todo, Beethoven no era un revolucionario convencido y mantuvo una actitud ambigua respecto al absolutismo. No deja de ser paradójico, por ejemplo, que su renovadora Tercera sinfonía se estrenara de forma privada entre las paredes del palacio aristocrático del príncipe Lobkowitz. En su vida cotidiana en Viena, Beethoven trataba con condes, príncipes, duques y archiduques, entre los que se contaban algunos de sus principales mecenas. Los aristócratas le garantizaban un sueldo, le encargaban obras o le contrataban como profesor de música para sus vástagos. Aunque es cierto que Beethoven trataba con ellos de igual a igual, a veces con excesiva temeridad, el sentido común imponía cierto respeto a las jerarquías establecidas.

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Este retrato muestra a Beethoven a los 33 años. Lleva un vestido elegante y el pelo cortado a la moda neorromana venida de Francia. Sujeta una lira con la mano izquierda mientras que con la derecha marca el compás. Obra de Willibord J. Mähler. 1803. Museo de Viena.
Por otra parte, es significativo que en 1814 Beethoven compusiera una cantata, Der glorreiche Augenblick, "El momento glorioso", dedicada "a los monarcas y estadistas europeos" reunidos en el congreso de Viena con el objetivo de restablecer en Europa el orden político anterior a la Revolución francesa y a Napoleón. Un año antes había compuesto La victoria de Wellington para conmemorar la derrota de Napoleón en la batalla de Vitoria, que le obligó a retirarse de España. Se trata de una página descriptiva y efectista (se incluyen disparos de cañón) en donde la utilización de los himnos God save the King y Rule Britannia es un evidente guiño a la nacionalidad del duque y al público inglés, para el que estaba pensada la obra. También resulta significativo que La victoria de Wellington fuera una de las piezas de Beethoven que más éxitos cosechó en vida del compositor. Lo mismo sucedió con otras obras que hoy consideramos «menores», como el Septimino (obra para siete instrumentistas compuesta en 1799) o los arreglos de canciones populares con los que su música entró en las casas de los aficionados.
En cambio, el Beethoven titánico y rompedor de la Tercera o de la Quinta sinfonía generó una encontrada mezcla de elogios y de críticas, mientras que sus últimas sonatas y cuartetos fueron objeto de una incomprensión casi unánime por parte de sus contemporáneos, y tuvieron que esperar hasta el siglo XX antes de ser incorporadas de manera estable al repertorio y ser reconocidas en toda su genialidad.
Las últimas sonatas y cuartetos de Beethoven fueron incomprendidos por sus contemporáneos
Los valores que Beethoven llevaba en el corazón desde la época de Bonn permanecían como una tensión interior, emblemas de una utopía quizás irrealizable en el mundo. Tal como habían demostrado la experiencia de la Revolución francesa y la trayectoria de Napoleón, su puesta en práctica había implicado casi de inmediato su más completa desfiguración. Aquella revolución política que tanto ansiaba, Beethoven la transfirió a un plano puramente sonoro. La partitura fue el verdadero campo de batalla en donde el orden antiguo y el nuevo se enfrentaron en busca de horizontes inusitados e innovadores, y la música de Beethoven se convirtió en una revolución continua que todavía perdura hasta el día de hoy.

 
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Getty



Maricel Chavarría
Barcelona

08/12/2020 19:42




Héroe y demiurgo, modelo de inspiración romántica, agitador de conciencias políticas, paradigma del dolor sublimado. El aura de Beethoven escapa a la razón, su vocación y sentido de la modernidad alimentan una leyenda que se extiende a lo largo de los siglos y que va más allá de la idea estereotipada del músico solitario y marginal que ansía su sitio en la sociedad. Beethoven es más que nunca un misterio irresoluble. A él se han acercado –y se han rendido– infinidad de creadores, de Warhol a Kubrick, de Dalí a Max Ernst... Y el ideal de fraternidad que se le atribuye ha reunido a su alrededor una gran diversidad de públicos. Milagrosamente ha resistido todo tipo de banalidades y anuncios televisivos. Doscientos cincuenta años después de su nacimiento cabe preguntarse cuán distorsionada ha quedado su figura.

La pandemia habrá truncado los festejos del 250º aniversario de Ludwig van Beethoven pero su música ha seguido estando más presente que nunca. Su leyenda no ha dejado de crecer desde su muerte, en 1827; desapareció el hombre y nació un mito. El siglo XIX, el del culto a los grandes hombres, le define para siempre como genio, un profeta. Después de él, la nada. A nueve días de la fecha de nacimiento de este artista trágico con una historia de orfandad, sordera, temperamento, soledad... –para algunos el 16, para otros el 17 de diciembre–, La Vanguardia se acerca a aspectos de su persona a través de nueve puertas, una por cada sinfonía que escribió y que irá abriendo con ayuda de teóricos y artistas
¿Por qué las sinfonías? La historiografía nos ha presentado a un Beethoven en tres periodos: el primerizo, el joven virtuoso que llega a Viena; el heroico, el suicida que decide sublimar la sordera, y el tardío, de turbulencias políticas y permanente revolución artística. Y ha tomado sus sinfonías como referente de esta subdivisión. ¿Por qué, si las sonatas para piano son más numerosas (32) y también los cuartetos de cuerda (16)? Como apunta el historiador, músico y doctor en Humanidades Carlos Calderón, las sinfonías siempre se han considerado el producto final, resultado del laboratorio que eran las sonatas y del prototipo presentado ante el público que eran los cuartetos.

Esta serie de nueve artículos que hoy comienza sigue el orden cronológico de la integral sinfónica del compositor​


Esta serie de artículos sigue el orden cronológico de esta integral sinfónica, asomándose en la Primera de la mano del maestro Gustavo Gimeno, que lleva camino de convertirse en la batuta española de mayor proyección internacional. Titular de la Filarmónica de Luxemburgo y desde este año pandémico también de la Sinfónica de Toronto (aunque no ha podido estrenarse debido a las restricciones de movilidad), sigue en activo grabando y ofreciendo conciertos en Life streaming, pero también tocando in situ... “La semana que viene dirijo la 7.ª de Bruckner en Les Arts de Valencia –comenta–, lo mas grande en volumen que he hecho en esta pandemia. Y tendremos a Javier Perianes tocando el Concierto núm. 4 de Beethoven”.

¿Qué Beethoven revela la 1.ª Sinfonía?

Gustavo Gimeno​

"Por una parte quiere ser osado, con vehemencia, tener un distintivo, pero a la vez hay reservas, cuidado”​


“Creo que es un Beethoven ambiguo en su actitud. Cauto y osado a la vez, tímido y decidido... que observa el pasado pero se expresa a través de esa voz propia que tanto desarrollará en los años siguiente”, apunta el maestro valenciano, quien dice tenerle un especial cariño a este periodo joven de Beethoven aun sin ser revolucionario ni radical. “Las dos primeras –prosigue– son tan simples, tan refinadas y económicas... La orquestación es la típica del periodo clásico, no hay ruptura. Pero las encuentro curiosas porque en parte son originales: se relacionan con lo anterior pero tienen una gracia y un tono especial y característico, no son ni Mozart ni Haydn.

En la Primera hay algo paradójico: el primer compás es disonante, un acorde en 7ª que resuelve en pizzicato y luego se detiene. Silencio. Y así otros dos compases, como si estuviera intentado caminos y decidiendo que no funcionan. No era el inventor de eso, Haydn ya lo hacía, pero es que ¡lo hace desde el principio! ¿Es una broma, es un reto para el oyente, un poco de todo? Y luego está la manera impulsiva de escribir los sforzando, ese ímpetu, esos acentos... Es personalidad, ganas de impresionar. Y la sonrisa picara del que sabe que va provocarte alguna sensación”.

Gustavo Gimeno

Gustavo Gimeno en sus años de director asistente de Mariss Jansons en el Concertgebouwde Amsterdam

Beethoven ha llegado a Viena, solo, y siendo un joven no vienés ha de hacerse un hueco en la escena, ha de buscarse apoyos que le permitan vivir de la composición. De alguna manera, es alguien que tiene que persuadir musicalmente, necesita agradar.

“Quiere tener un distintivo que sea reconocible, pero a al vez hay reservas, un cuidado. No se atreve a dar elementos de ruptura, como si quisiera penetrar en el contexto existente pero también ser escuchado Sabía que tenía que esforzarse en hacerse un hueco, y además llegaba con un sentimiento de inseguridad o de inferioridad en parte, porque aterriza en un entorno que a él también le impresionaba, teniendo a Haydn, Mozart y Salieri de referentes. Pero tiene fuerza interior”.

Esta primera Sinfonía representa el optimismo de la juventud, la curiosidad, aun hay poco drama aunque es probable que hubiera indicios de pérdida de audición y dificultad para relacionarse con la gente. “Seguramente evita encontrar a gente y pasa horas componiendo ” .

La cogida de la Primera Sinfonía fue contradictoria, unos veían arte aunque demasiados vientos, y otros ruido desgarrador que no llegaba al corazón​


La acogida de la Primera Sinfonía fue bastante contradictoria. Donde unas críticas veían una sinfonía con mucho arte, novedad y riqueza de ideas -"aunque los instrumentos de viento estaban demasiado utilizados, de tal forma que parecían más una música militar que una música de orquesta de conjunto"- otras consideraban: "No hace más que desgarrar brutalmente el oído, sin llegar jamás al corazón".

¿En qué artista del siglo XX podría haberse visto reencarnado Beethoven? “Quizás en Miles Davis o Picasso, en el sentido que concretan lo anterior y ofrecen un cambio; recogen un testigo y lo envían en otra dirección”, concluye Gimeno.

"Él conectaba Mozart con el Romanticismo. Y Miles Davis toca bebop con Charlie Parker, luego hace jazz modal y experimental, y más tarde fusión con el rock. En su caso pasa por varias épocas. En el caso de Beethoven es una línea más continua y osada. Se amplían todos los limites en una dirección. No es un zigzag como hizo Davis en su rupturas".

 

No. Tan. Rápido: una explicación científica al misterio del metrónomo de Beethoven

En el 250 aniversario del nacimiento del compositor alemán, dos españoles ofrecen una respuesta al gran enigma sobre su obra: ¿Por qué prácticamente nadie lo toca tan rápido como piden sus partituras?​


Almudena Martínez Castro e Iñaki Úcar, en el auditorio de la UC3M del campus de Leganés. En vídeo, reportaje 'El misterio del metrónomo de Beethoven'.(FOTO: DAVID EXPÓSITO / VÍDEO: LUIS ALMODÓVAR)

Lucas Sanchez|Borja Robert
16 dic 2020 - 17:26

Ludwig van Beethoven fue el primer gran compositor de la historia con un metrónomo. Johann N. Maelzel, el creador de este aparato, le regaló uno de los primeros que hizo. Al compositor le entusiasmó hasta la obsesión. Revisó buena parte de sus obras para incluir su tempo: la cifra que marca a qué velocidad hay que tocar. Hasta entonces, los compositores daban indicaciones aproximadas (como allegro o andante). Gracias al invento de Maelzel, Beethoven pudo fijar para siempre cómo quería que sonasen sus obras. Ni más rápido ni más despacio. Por desgracia, es posible que lo hiciera mal.

Durante casi 200 años, muchos directores y músicos han ignorado las indicaciones de tempo de Beethoven porque son demasiado rápidas. Muchas van contra el sentido común musical. En algunas piezas, como su sonata Hammerklavier, seguirlas es casi imposible incluso para virtuosos.

Esta discrepancia entre los tempos de Beethoven y los que la mayoría considera razonables es uno de los grandes misterios sobre su obra, y para el que se han propuesto muchas soluciones: quizás su sordera alteró su percepción del tempo, o hubo un error de transcripción; incluso se ha especulado sobre su deterioro cognitivo. Una explicación popular es que el metrónomo estaba estropeado, algo difícil de verificar porque el aparato está perdido.

“Hay controversia con este tema”, explica Theodore Albretch, profesor de Musicología en la Universidad Estatal de Kent (EE UU) especializado en la biografía y la música de Beethoven. “Para sus sinfonías, Beethoven escribió algunas marcas metronómicas entre 1817 y 1818. Años después, la gente ha intentado seguirlas, les han parecido demasiado rápidas y han concluido que probablemente el metrónomo tenía algún problema”.

“Beethoven, aunque se ha convertido en un compositor acomodaticio, clásico, era un tipo más brutal y radical. No componía para acomodar al intérprete. Era extremo”

Convencidos de esta hipótesis, Peter y Hedi Stadlen, musicólogos, buscaron el metrónomo perdido durante años. Pensaban que encontrarían un problema en el mecanismo que les permitiría deducir los tempos que Beethoven había querido escribir. Solo encontraron la carcasa y murieron sin una respuesta.

Algunos directores defienden estas anotaciones. Es el caso de Pablo Heras-Casado, uno de los directores españoles más reconocidos a nivel internacional: “Casos como este se dan en muchas más partituras, ya del siglo XX: de Stravinsky, Bartók, mucha más gente tiene partituras así”, añade. Estos expertos defienden una visión diferente del compositor. “Beethoven, aunque se ha convertido en un compositor acomodaticio, clásico, era un tipo más brutal y radical. No componía para acomodar al intérprete. Era extremo, hay tempos que son casi intocables, pero él sabía muy bien lo que quería. Igual no le interesaba la nitidez, una claridad nota a nota, sino crear un tumulto” explica Heras-Casado.

Una investigación publicada este miércoles por dos científicos españoles, que aborda la cuestión desde la mecánica clásica y el big data, insufla nueva vida a la hipótesis del metrónomo de Beethoven. Sus resultados ofrecen una explicación inédita al misterio: el metrónomo no estaba roto, Beethoven lo usaba mal. Su trabajo, además, permite recalibrar las partituras anómalas y asignarles el tempo que, probablemente, quiso darles el genio alemán.

Almudena Martín Castro, pianista, física por la UNED y licenciada en Bellas Artes, y su marido, Iñaki Úcar Marqués, clarinetista, doctor en Ingeniería Telemática e investigador en el Instituto de Big Data de la UC3M, abordaron el misterio de los tempos de Beethoven inspirados en un fenómeno conocido como la sabiduría de las multitudes. Si calculas el promedio de muchas soluciones intuitivas a un problema, la respuesta suele acercarse mucho a la cifra real.

Aplicaron esta idea a la música de Beethoven. Extrajeron por ordenador los tempos de las nueve sinfonías del compositor, interpretadas por 36 directores de orquesta diferentes entre 1940 y 2010. Más de 170 horas de música. Y calcularon los promedios. El resultado, esperaban, daría una pista sobre qué se había estropeado en el metrónomo.

“No es fácil extraer, por ordenador, el tempo de una pieza de música. Algo que los humanos hacemos de forma natural a un ordenador le cuesta mucho”, afirma Martín Castro. “En música clásica es todavía más difícil porque no tienen la base de percusión de otros géneros musicales”. Esto obligó a los investigadores a pasar meses probando algoritmos y limpiando datos.

Pero encontraron un patrón. “La desviación que vimos en los análisis era sistemática. Si la gente toca a 40 bpm [pulsaciones por minuto, en inglés], Beethoven había anotado 52 bpm. Si los directores tocan a 50, Beethoven había escrito 62”, indica Úcar Marqués. La desviación entre las marcas del compositor alemán y el promedio de los tempos intuitivos que analizaron es siempre la misma: alrededor de 12 bpm.

Les faltaba explicar esta anomalía en un metrónomo que no podían ver, ni tocar, porque está perdido. Resulta que, con suficiente ingenio, no hace falta tenerlo delante. Decidieron crear un modelo matemático de cómo funciona este aparato. Así podrían romperlo, aunque fuese de forma virtual.

Compraron dos metrónomos: uno para desmontarlo y medir con precisión cada pieza de su mecanismo, y otro para analizar sus movimientos. Tras varias semanas crearon un sistema de ecuaciones que describe cómo se comporta cualquier metrónomo. Solo hacía falta determinar las longitudes y los pesos de las piezas del metrónomo original de Beethoven, que no se sabe dónde está.

“Lo hicimos a partir de fotos y de la patente del metrónomo de Maelzel”, indica Úcar Marqués. “Una vez tuvimos el modelo, lo primero que hicimos fue probar todas las hipótesis que se han planteado históricamente: o que las masas se han roto o que se han desplazado, que el metrónomo estuviese mal lubricado o que estuviese mal colocado, inclinado sobre el piano. Pero ninguna decelera el metrónomo de forma homogénea”, apunta Martín Castro.

“Roturas, inclinaciones, rozamientos… da igual, no coinciden o dan resultados disparatados. Afectan de forma desigual, los tempos rápidos se vuelven un poco más lentos y los lentos, mucho más lentos y hacen que se pare, lo que no tendría ningún sentido”, señala Úcar Marqués.
Tras más de un año de trabajo y sin una solución, decidieron buscar alternativas menos convencionales. Repasaron sus datos, sus modelos, sus cálculos y apareció algo inesperado. En la escala del metrónomo de Maelzel, 12 bpm están separados por aproximadamente un centímetro y medio. Y hay un elemento que mide exactamente eso: la pesa superior. La pieza de metal que se sube o se baja para establecer a qué ritmo pendula.

“El valor que tomas es el que se lee encima de la pesa, esa es la convención”, explica Martín Castro. “Pero en el metrónomo de Beethoven la pesa tenía forma de trapecio, con el lado largo arriba y el lado corto abajo, y forma una flecha que apunta hacia abajo. Según si lees por encima o por debajo, ahí aparece la diferencia de 12 pulsaciones por minuto. Era un problema de usabilidad”.

Hay una anotación en el manuscrito de la novena sinfonía que podría confirmar esta posibilidad, ya que Beethoven hace una anotación en un margen: “108 o 120, Maelzel”.

¿Consideraba Beethoven dos lecturas posibles de la misma medida?

La investigadora Almudena Martín Castro abre uno de los libros con las partituras de Beethoven que han utilizado en su estudio.
La investigadora Almudena Martín Castro abre uno de los libros con las partituras de Beethoven que han utilizado en su estudio.DAVID EXPOSITO

“Muchas personas, cuando se compran un juguete o un electrodoméstico, no se leen las instrucciones antes de usarlo”, sugiere Albretch sobre esta solución. “Las instrucciones que acompañaban al metrónomo están perdidas. Sería interesante verlas. Lo que sí sabemos es que Maelzel, alrededor de 1817, envió a Beethoven una tabla con los números que poner para un Allegro, un Moderato, un Adagio o un Andante. Si Beethoven la miro, o no, no lo sabemos. Pero es posible que no le prestase mucha atención”.

Big data y algoritmos para que un ordenador pudiera entender el tempo. Física compleja para resolver el modelo matemático. Pero, al final, doscientos años de misterio podrían quedar explicados por un problema de usabilidad. Ahora, quizás varios directores y músicos puristas podrán dormir más tranquilos. O no. Porque a partir de hoy, día del 250 aniversario del nacimiento del músico, ¿ya se puede tocar a Beethoven exactamente como Beethoven quería?

 
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