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El mismo día que la Generalitat anuncia que los catalanes no podremos reunirnos más de diez personas y que se limita la movilidad en determinadas áreas, justo la misma jornada tienen lugar actos multitudinarios para celebrar que sus presos logran el tercer grado penitenciario y regresan a sus domicilios. Es la constatación del sinsentido que se ha apoderado de Cataluña. Todos los gobernantes pendientes de la visita del Rey para montar un aquelarre contra la monarquía, pero nadie ocupándose de la extensión de los brotes de coronavirus y de la gestión eficaz de la crisis.
Podrían ponerse más ejemplos, pero son redundantes. Lo de Cataluña a finales de julio es, finalmente y como querían los independentistas, una situación de república. Sí, pero de república bananera: clientelar, sin gobernación, ni norte, ni liderazgos, ni responsabilidad, ni tan siquiera un atisbo del sentido común, el exprimido y característico seny, que durante décadas hizo reputados a los catalanes.
Cada día que transcurre de este desgobierno nos desplomamos un metro más en el pozo del empobrecimiento político, económico y social al que nos ha lanzado un gobierno de quiméricos nacionalistas. Tardaremos mucho en recuperar el tiempo perdido. Le pasará a todo el planeta tras la pandemia, pero a la comunidad catalana le sobrevivirán unos efectos secundarios de los que costará reestablecerse.
Se pasó marzo, abril, mayo y parte de junio dedicados a criticar a la Administración central por cómo gobernó la irrupción del Covid-19 y el posterior estado de alarma. Los independentistas del Govern llegaron a decir que una Cataluña independiente hubiera minimizado los fallecimientos, habría actuado antes sobre la movilidad en sus límites territoriales y aprovecharía todas las oportunidades que Pedro Sánchez y Salvador Illa fueron supuestamente incapaces de emplear. Hoy, con el bastón de mando en sus manos, Quim Torra y los suyos suspiran por que sea Madrid quien tome las riendas de la pandemia desbordados por los efectos de su inutilidad.
Y no, no es una cuestión de recursos, sino de capacidad. Los actuales máximos responsables de la Generalitat son, con mucha probabilidad, los dirigentes más mediocres y grises de cuantos han pasado por ambos lados de la plaza Sant Jaume. El amateurismo, la incapacidad para la autocrítica, el revanchismo, la actitud xenofóbica que tapaban sus reivindicaciones soberanistas y, en definitiva, la ocupación de cargos para los que no están preparados ni técnica ni políticamente causarán un agujero negro en la historia reciente de la región de proporciones siderales.
Ni un minuto más se puede permitir Cataluña el actual estado de cosas. Es necesario poner punto final al desgobierno y finiquitar una situación angustiante. La energía y el tiempo empleado en tacticismos de partido, en salvaguardar privilegios de quienes fueron a la prisión o se fugaron por los hechos de 2017, es un desaprovechamiento que no entienden ciudadanos ni empresas. Si la comunidad no aplica un programa de reconstrucción urgente y de amplio espectro sucumbiremos a una crisis económica y social jamás vivida.
Cualquier actuación que tenga la vista puesta en el futuro en vez de mirar atrás deben liderarla otros gobernantes. Los actuales están amortizados y deberán ser juzgados en campaña electoral por su insignificancia e inoperatividad. Los catalanes hemos de ser llamados a las urnas sin más dilación. Tenemos que votar ya. Con mascarilla si es necesario, pero con urgencia para tapar las goteras de la sanidad, activar el tejido productivo e industrial, ofrecer soluciones al desempleo y al drama social que se cierne como amenaza, recuperar la reputación turística y reanimar un sector agonizante al que desprecian por sus anacrónicos apriorismos ideológicos.
Para muchos ciudadanos de a pie, hartos del actual estado de cosas, lo de menos casi será cuál resulte el partido o partidos que gobiernen. Con que lo hagan bastará para frenar el ridículo y el desgarro que los actuales mandatarios han provocado con su pulso al Estado en 2017. Si además los que vengan son capaces de amortiguar la descomposición de las instituciones y de la sociedad civil que vivimos será para nota. Podemos aceptar que quienes se ocupen de Cataluña tras pasar por las urnas dediquen un 10% de su energía a las accesorias cuestiones identitarias siempre que usen el resto del tiempo en poner a funcionar de nuevo la Administración con eficacia, sentido de futuro y ánimo conciliador.
De verdad, los catalanes que hemos resistido a pie de obra lo vivido en los últimos años aspiramos a poco más que un retorno a la normalidad de la esfera pública. Con menos nación y más ciudadanía, a ser posible.
'¡Basta ya, poned las urnas!', por Xavier Salvador
#ZonaFranca | "Los actuales responsables de la #Generalitat son los dirigentes más mediocres y grises de cuantos han pasado por ambos lados de la plaza Sant Jaume", por @xavier_salvadorcronicaglobal.elespanol.com
Me gustaría puntualizar algunas cosas.es que tampoco fue sedición, fue lawfare sin más, una guerra judicial para encarcelar a la disidencia propia de un reino bananero.
ya están en la calle, ya da igual lo que fue, ahora toca una negociación política sin "rehenes".
Y habría que ver qué tipo de república. Que no hay un solo tipo.
es que tampoco fue sedición, fue lawfare sin más, una guerra judicial para encarcelar a la disidencia propia de un reino bananero.
ya están en la calle, ya da igual lo que fue, ahora toca una negociación política sin "rehenes".