Jubiletas y la obra. La película.
Hace muchos años, en uno de mis primeros trabajos como Jefa de Obra en Madrid, me tocó la bendita suerte de tener la obra justo enfrente de un centro de salud. Todas las mañanas tenía una audiencia media de unos 20/30 jubilados, algunos de ellos habían sido albañiles. Salían del centro de salud de recoger la receta del sintrón y ya se quedaban allí a pasar la mañana. Cuando yo salía y me veían me llamaban, se debían pensar que era una secretaria o la chica de los recados, y a voces me decían que avisara a a mi jefe que no se que o que se yo estaba haciéndose mal. Un día me llamó el encargado, yo estaba en la caseta, y me pidió que fuera a la fachada este, la que daba justo a la acera donde se colocaban ellos. Estaba un chico, caravistero, desquiciado, un abuelo llevaba toda la put* mañana dándole voces, diciéndole que había puesto mal las miras, que ponía mucha pasta, cosa que hacía el rapaz, vocinazo que le pegaba... El chaval estaba desesperado. Me dijo que se piraba, o eso o le tiraba un ladrillo al abuelo.
Salí a la calle, con mi encargado, y, todo lo cortés que pude, le pedí que no me distrajese a los hombres. Y va el hombre y me dice... un baboso, aclaro, y tú quien co. ño te crees qué eres? Estoy en la acera y hago lo que me da la gana... Ostris... El abuelo estaba muy subido, muy subido, era borde y un poco cromagñón... Me fui, porque con semejante individuo ya me dirás... Pero llamé a los munipas. Les dije que estaba habiendo una pelea de jubilados delante de la obra que no se sabía porque, pero que se estaban pegando. Allí llegaron y los dispersaron. Y si, se estaban peleando, porque mandé salir otra vez al encargado y decirles que se pusieran todos en una fila, que yo había dicho que quería que fueran entrando uno a uno a la obra para que me dijeran lo que les parecía que estaba mal. Ahí se lio parda por ver quien entraba primero. Jijiji...
Hace muchos años, en uno de mis primeros trabajos como Jefa de Obra en Madrid, me tocó la bendita suerte de tener la obra justo enfrente de un centro de salud. Todas las mañanas tenía una audiencia media de unos 20/30 jubilados, algunos de ellos habían sido albañiles. Salían del centro de salud de recoger la receta del sintrón y ya se quedaban allí a pasar la mañana. Cuando yo salía y me veían me llamaban, se debían pensar que era una secretaria o la chica de los recados, y a voces me decían que avisara a a mi jefe que no se que o que se yo estaba haciéndose mal. Un día me llamó el encargado, yo estaba en la caseta, y me pidió que fuera a la fachada este, la que daba justo a la acera donde se colocaban ellos. Estaba un chico, caravistero, desquiciado, un abuelo llevaba toda la put* mañana dándole voces, diciéndole que había puesto mal las miras, que ponía mucha pasta, cosa que hacía el rapaz, vocinazo que le pegaba... El chaval estaba desesperado. Me dijo que se piraba, o eso o le tiraba un ladrillo al abuelo.
Salí a la calle, con mi encargado, y, todo lo cortés que pude, le pedí que no me distrajese a los hombres. Y va el hombre y me dice... un baboso, aclaro, y tú quien co. ño te crees qué eres? Estoy en la acera y hago lo que me da la gana... Ostris... El abuelo estaba muy subido, muy subido, era borde y un poco cromagñón... Me fui, porque con semejante individuo ya me dirás... Pero llamé a los munipas. Les dije que estaba habiendo una pelea de jubilados delante de la obra que no se sabía porque, pero que se estaban pegando. Allí llegaron y los dispersaron. Y si, se estaban peleando, porque mandé salir otra vez al encargado y decirles que se pusieran todos en una fila, que yo había dicho que quería que fueran entrando uno a uno a la obra para que me dijeran lo que les parecía que estaba mal. Ahí se lio parda por ver quien entraba primero. Jijiji...