Hablemos de música

CREATIVIDAD, MÚSICA, TECNOLOGÍA
El artista que hace bailar al sonido

Por Pedro García Campos | Ben Gordon | 15-03-2018






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Ricky van Broekhoven
Artista

“Los violines, los profundos tonos de los contrabajos, y muy especialmente los instrumentos de viento personificaban entonces para mí toda la fuerza de las horas del crepúsculo. Vi todos mis colores en mi mente, estaban ante mis ojos. Líneas salvajes, casi enloquecidas se dibujaron frente a mí”. Así describía Vasili Kandinsky lo que experimentó durante una representación de la ópera Lohengrin de Wagner. La descripción no responde solo a la poética que solían desprender las palabras del artista, sino a que el genial pintor ruso era sinestésico. La sinestesia es una extraña capacidad sensorial -sólo la tiene alrededor del 1% de la población, aunque la cifra no está determinada con exactitud- que permite asimilar de forma conjunta o diferida varios tipos de sensaciones –de diferentes sentidos– en un mismo acto perceptivo. Es decir, un sinestésico puede ver un sonido literalmente. No se lo imagina o utiliza la expresión como metáfora: es completamente real. Los estudios neurológicos no han explicado todavía porqué se produce, aunque hay científicos que aseguran que todos nacemos sinestésicos, aunque después perdemos esta capacidad. Lo que sí se ha demostrado, en cambio, es que se trata de una característica que tiene mayor incidencia en mujeres y que puede tener componentes hereditarios. El desconocimiento que acompaña a esta peculiaridad sensorial no ha sido obstáculo para que haya dado origen a una figura retórica utilizada incluso en el lenguaje popular (¿quién no ha descrito algo como de color amarillo chillón?). En literatura se denomina sinestesia al efecto de atribuir una sensación a un sentido que no le corresponde. Los ejemplos son numerosos, aunque algunos de ellos -por su potencia imaginaria- resultan más elocuentes que otros; así cuando William Faulkner escribe en El ruido y la furia “Caddy me abrazó y ya nos oía a nosotros y a la oscuridad, y a algo que se podía oler”, el lector casi puede oír la oscuridad como el protagonista de la novela. La metáfora adquiere aquí una fuerza descriptiva imposible de lograr con una simple enumeración de percepciones.

La obsesión del artista Ricky van Broekhoven por inducir nuevas sensaciones a quienes se acercan a sus obras podría -aunque no exactamente- catalogarse también dentro de la sinestesia. Al fin y al cabo, su pretensión es convertir el sonido en algo tangible. “En todos los proyectos que he hecho, el sonido como energía ha sido el tema central”, afirma Van Broekhoven, formado como diseñador y arquitecto de interiores en la escuela Sandberg de Amsterdam. Sus propuestas se sitúan en la intersección entre la tecnología, el arte y el diseño, centrándose siempre en las posibilidades expresivas del sonido y, más concretamente, en su tangibilidad. En Fluid Resonance, una de sus últimas obras, busca “una nueva forma de interactuar y comunicarse con otros sin usar las palabras” con una instalación en la que varios sensores permiten manipular un líquido a través de ondas sonoras. En Somos Ignitia, otro de sus trabajos, la música aviva o suaviza los distintos focos de fuego, haciendo que varíe la potencia de la llama y el calor que desprende. Menos efímera es su propuesta Solid Vibration, en la que una canción o un sonido modifican la impresión 3D de una pieza de cerámica, “encapsulando un pedazo de tiempo para siempre”. La idea de van Broekhoven con sus obras es conseguir que el sonido se “convierta en cosas”, una paradoja sinestésica que habría emocionado a Kandinsky.

Edición: Pedro García Campos | Ben Gordon
Texto: José L. Álvarez Cedena

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