Famosetes de nuestra infancia

Por ser amigo del Preparao la prensa dio mucho bombo a Pepe Barroso y su Don Algodón. Aparte de Blanca Suelves, la modelo habitual de la firma era Valeria Montenegro.
Una de las parejas miticas de la época eran John McEnroe y Tatum O,Neal.
Adolfo Marsillach tenía varias hijas guapas y todas se desnudaban. Era un continuo "la hija mayor de Adolfo Marsillach enseña el culete en Interviu", "la hija pequeña de Adolfo Marsillach enseña las t*tas en Penthouse". Pobre hombre.

Jesús Puente y Juanjo Menéndes haciendo anuncios de atún.

El hilo está quedando muy "tu primera colonia Chispas", que es lo que quería. Gracias a todos.
 
La emperatriz a la caza del príncipe millonario
Tras ser repudiada por el Sha de Persia, la emperatriz se lanzó a la caza del rico príncipe Orsini

La Emperatriz de Irán, Soraya Esfandiary, fue repudiada por el Sha al no poder darle un heredero. Durante largo tiempo paseó sus ojos verdes y su belleza de palacio en palacio, en busca de un nuevo consorte, tan rico como el primero.

Capri, abril de 1959. Immaculata Mancini, doncella en la cuarta planta del Quisisana, es quien desvela el secreto de un retiro tan extraño: «Signore, algo va a pasar; para que una mujer que ha estado casada soporte tener de carabina día y noche a su madre, tiene que estar enamorada […]». Hace ya una semana que Soraya se muere de aburrimiento en Capri, con una paciencia incomprensible. Capri sin sol es injustificable, pero Soraya, tenaz como el mal tiempo, se obstina en quedarse.

Yo también. El horario de mis jornadas, inmutable y vulgar, es calcado al de la emperatriz. Las puertas del ascensor se abren en el hall del Quisisana, hotel donde Soraya y doña Eva Esfandiary, su señora madre, ocupan las habitaciones 427 y 428 de la cuarta planta. Soraya, pantalón azul pavonado, bailarinas negras e impermeable, sale primero, flanqueada a su derecha por la señora Esfandiary madre.

De repente todo cobra sentido: el retiro de Soraya, ese tedio mortal, la carabina de su madre siempre vigilante y esa obstinación por permanecer en Capri, cuando en los palacios romanos se daban mil fiestas de aristócratas sin Soraya. Ese retiro, ese tedio, esa tristeza, esa paciencia y ese séquito nada divertido no eran sino unas vísperas amorosas.

Immaculata tenía razón: Soraya, la víspera de un acontecimiento decisivo en su frívola y severa existencia, se había transformado en una muchacha respetuosa, indulgente, sometida como una genuina novia italiana a la voluntad de la mamma. Y, sin duda, esa cita amorosa en Capri había sido premeditada, organizada en todos sus detalles ya en Roma, donde acababa de pasar un mes entero jugando al escondite con jaurías de fotógrafos e inventando increíbles artimañas para encontrarse con Orsini.

Primero estaba el hecho en sí, sin aderezos: Soraya y Raimondo -Raimondello para los íntimos- se querían. Era la comidilla de Roma desde su encuentro en Saint-Moritz el invierno pasado.

Por el lado Esfandiary convenía ante todo no atraer sobre sí la cólera del Shah y de la corte iraní: Soraya seguía siendo alteza imperial y recibía puntualmente su mensualidad de dos millones. En tanto el Sha no diera su visto bueno, nada podía hacerse oficial.

Públicamente repudiada y sola

Ella dijo basta. Su maternidad fallida y su inaudito destino de alteza públicamente repudiada, con una crueldad feudal, la habían marcado. Incluso su célebre belleza se le acabó haciendo insoportable. Cada mes había compromisos de jóvenes enamorados, en palacios reales o castillos principescos: las jóvenes de la corona de Francia se casaban y tenían hijos, Alberto de Lieja, en Roma, se comprometía con la arrebatadora Paola Ruffo di Calabria...

Y Soraya seguía sola, reina sin trono, marginada por las monarquías, cansada de llevar su belleza inútil de palacio en palacio, de estación de esquí en estación termal, de millonario en millonario: en Saint-Moritz tuvo al francés Georges Fixon y al peruano Alfonso Giraldo Tolón; en Madrid, al banquero Antonio Muñoz; en Biarritz al conde Guy d’Arcangues y a José Luis de Vilallonga...

Bellos nombres, bellos títulos, fortunas, pero no los adecuados. El elegido sería Raimondo Orsini, príncipe del Sacro Imperio Romano-Germánico, duque de Gravina. Pero también los Orsini tenían razones para temporizar: Raimondello, príncipe de la nobleza negra (la de los antiguos estados de la Iglesia) tiene sus prebendas en San Pedro de Roma, y debía asegurarse de que el Vaticano no pondría obstáculos a su matrimonio con una musulmana. La Iglesia estaría de acuerdo si Soraya se convierte, o bien si promete educar a sus hijos en la religión católica.

Y en Teherán, el Sha acaba de hacer público un comunicado declarando que Soraya puede volver a casarse con quien lo desee. Los malos tiempos, para ella, van tocando a su fin.

16.00 h. Ahí están. Hay un toque de colorete en las mejillas de Soraya. Esta vez no es su madre sino ella la que toma la cabeza y conduce al grupo a paso ligero hasta la plazuela.

18.30 h. El príncipe Orsini y su confidente Ignazio Guzmán han desembarcado en la isla en el barco de las 6. Me entero por radio macuto, pero nadie los ha visto durante la travesía, nadie los ha visto desembarcar.

19.00 h. Un joven rubio hace su entrada en el bar. Una oleada de júbilo y sublime sorpresa en la mesa imperial: «¡Es increíble! ¡No es posible! ¿Cuánto hace que está ahí? ¡Qué casualidad!» Lo oigo todo. Miro a Soraya, arrebolada como una adolescente, y, por vez primera, la encuentro adorable. Bien, pero ese joven es demasiado bajo y demasiado rubio para ser Orsini. Debe de ser Guzmán. La conversación fluye intrascendente, vana y algo grotesca, parte en alemán, parte en italiano, parte en inglés. Cosas del cosmopolitismo.

20.20 h. Entra él. Todo sucede muy rápido. Él inclina su metro noventa sobre la mano de Soraya, la besa, le acercan un sillón, y ahí está sentado junto a la señora madre de ella, a la que susurra ternuras. Estoy perturbando la fiesta. Soraya quiere devorarlo con sus ojos verdes, pero no se atreve: lo mira, baja los ojos y, finalmente, pasando por alto mi presencia, lo devora. Y le habla. Ella lo adora, eso salta a la vista, y es un sentimiento tan fuerte y tan sincero que olvido todo lo malo que en estos ocho días he pensado de ella.

21.00 h. Cena en el hotel, en una mesa apartada, cerca del gran ventanal. Soraya y Raimondo se sientan juntos.

22.30 h. Los siete están en el Gatto Bianco, la boîte de moda en Capri. Música suave. Oscuridad. Todo lo inunda un guateado verde, color alquímico. Todas las barreras, todas las defensas han saltado. Por más que yo esté a tres metros, Soraya, que se ríe de lo que yo pueda contar, ha posado sus manos en el muslo izquierdo de Raimondello, que acaricia a su vez las manos de su amada. Es dulce y tierno, increíblemente fuerte y apasionado. Ignazio Guzmán, y la señora madre no existen. Soraya y Raimondo no bailan. Se aman.

Día siguiente, 8 horas. Salgo de Capri. Hace un día espléndido.


http://www.abc.es/estilo/gente/20140716/abci-emperatriz-caza-principe-201407152131.html
 
..."y ahí está sentado junto a la señora madre de ella, a la que susurra ternuras. Estoy perturbando la fiesta. Soraya quiere devorarlo con sus ojos verdes, pero no se atreve"...

:love:
 
Por dios, que hilo más heavy.... a ver
-mirja sachs que estaba siempre en las revistas
-gayle hunnicut
-carolina obvio
- barbara barnard
-romy schneider
-carole andre la de sandokan
- ana alicia de falcón crest
-inma de santis
-Ramiro oliveros pues si!
-Didi sherman
-rafaella carra
 
Algunos nombres me suenan muy vagamente pero yo era muy pequeño y no les pongo cara. Me pasa con Daniela Romo o con Elsa Baeza.

Recuerdo a María Casanova que presentaba La Tarde y desapareció totalmente. A Eva Nasarre que solo sabía contar hasta ocho y a Mari Cruz Soriano. Recuerdo que Xavier Cugat estaba vivo, le entrevistaban, contaba anécdotas de Fred Aistare o de Greta Garbo y se le escuchaba con atención. No se consideraban historias desfasadas.

Recuerdo mucho esta canción:

 

Temas Similares

2 3 4
Respuestas
43
Visitas
2K
Back