Charlotte Casiraghi con su madrina Albina du Boisrouvray la noche del espectáculo especial sobre el trabajo de FXB International

Si, aquí en Roma lo mismo. Si tienes mano con la máquina de coser te haces un Chanel divino...yo tengonmáquinanpero no las manos...eso se lo dejo a mi abuela la modista😎
 
Su hijo François-Xavier iba a ser el padrino de Carlota, al morir este con 24 años. un honor que Carolina delegó en Albina, madrina de Carlota. La joven es miembro de la fundación.

Exclusiva | Albina du Boisrouvray, la fascinante madrina de Carlota Casiraghi: “Para mí, ella y Carolina son familia, nada que ver con los personajes que persiguen los paparazzi"​

De su abuelo, Simón Patiño, heredó una fortuna incalculable. De su padre, un título nobiliario. Periodista, productora de cine y alérgica a la jet set, su vida dio un giro radical cuando murió su hijo, François-Xavier, a los 24 años. La madrina de Carlota Casiraghi lo cuenta en sus memorias y a nosotros en esta entrevista exclusiva.
POR PALOMA SIMÓN 5 DE MARZO DE 2022
Un retrato reciente de Albina Du Bouserourvraynbsp
Un retrato reciente de Albina Du Bouserourvray © SEDRIK NEMETH
En septiembre de 1968 Albina du Boisrouvray (París, 80 años) se enfundó un vestido de alta costura de Yves Saint Laurent de seda amarilla y sacó de la caja fuerte de su padre el valioso parure de esmeraldas de su madre, en el que destacaba el collar “de soberbias piedras verdes del que colgaba una cruz tallada en una sola pieza” que había pertenecido a la reina Victoria Eugenia. De esa guisa, la joven condesa se presentó en el baile que su tío, el magnate Antenor Patiño, ofrecía en Lisboa con la actriz Audrey Hepburn, el modista Hubert de Givenchy o la modelo Capucine entre los invitados. “Emperatriz de la velada y de las recepciones posteriores, mi participación me valió una gran foto en Vogue”, relata Du Boisrouvray en sus memorias, Le courage de vivre.


Ir al baile del tío Antenor engalanada “como un árbol de Navidad” fue un experimento: el de llevar el tipo de existencia para el que parecía, a todas luces, destinada. “Al final de ese torbellino de ostentación —que reconozco en su momento haber encontrado halagador y divertido—, llegué a la conclusión de que decididamente no, esta vida no era para mí. Su vacío, el despreocupado desconocimiento de los sufrimientos y las injusticias de la humanidad, la negación de los horrores de la historia, así como los códigos y contraseñas de este universo, me produjeron una angustia indescriptible”, relata Du Boisrouvray en el libro que acaba de publicar en Francia la editorial Flammarion. Un volumen en el que esta mujer singular y de belleza exótica —piel morena y ojos de gata de un color verde intenso, resultado de “una amalgama de contradicciones geográficas, étnicas, sociales, económicas y cultura- les” (por sus venas corre sangre quechua, árabe y francesa)— da buena cuenta de una vida fascinante e inusual que apenas puede resumirse en 479 páginas. Una vida marcada por la incalculable fortuna familiar y la tragedia, que la golpeó desde su más tierna infancia.

Con FrancoisXavier de niño en 1963.

Con Francois-Xavier de niño, en 1963.
Con nueve años, Albina se precipitó por el hueco del ascensor de la casa familiar en París. Una caída que casi le cuesta la vida. Para reponerse de las heridas y de una pulmonía que venía arrastrando, se instaló en Marrakech con su nanny. Allí, en el lujoso hotel La Mamounia, empezó a interesarse por el mundo. Un día, por ejemplo, fingió que sacaba a su perro a pasear. “Lo até a una palmera, me senté como un gato en un estante en la parte trasera de la tienda del hotel y hojeé libros y periódicos con entusiasmo”. Así descubrió a Jean-Paul Sartre y a Simone de Beauvoir. “La vida y el pensamiento liberado de los existencialistas de Saint-Germain-des- Prés”, relata esta apasionada de la lectura y de la Filosofía. Disciplina que, por cierto, estudió en la Sorbona.

“Mi infancia transcurrió en una pecera. La vida real no tenía nada que ver con el entorno de dinero y poder en el que nací y crecí”, cuenta hoy en conversación telefónica desde Portugal, donde reside parte del año. “Ya de niña, cuando me aburría, pensaba que el mundo no iba bien, que mi familia era disfuncional”, añade —de hecho, su madre, con quien siempre mantuvo una relación distante y compleja, falleció de una sobredosis de barbitúricos cuando contaba con 19 años—. Acontecimientos que, unidos a su carácter fuerte y a su educación cosmopolita y poco convencional —durante el tiempo que pasó en Marrakech, por ejemplo, fue casi autodidacta—, explican que ansiara convertirse “en algo, en alguien”, en lugar de plegarse “a una existencia fácil de dinero y futilidad”, presume. Se ha salido, sin duda, con la suya.
Madre e hijo en Cannes en 1980.

Madre e hijo en Cannes en 1980.
Discípula de la periodista, escritora y exministra Françoise Giroud, a quien considera su segunda madre, Albina ha participado en las revueltas de Mayo del 68, ejercido el periodismo de forma notable en publicaciones como Le Nouvel Observateur —para la que cubrió, por ejemplo, los acontecimientos que rodearon a la muerte del líder guerrillero Ernesto Che Guevara en Bolivia— o fundado la revista Libre, en la que trabajó con Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, entre otros autores del boom latinoamericano. Entre 1969 y 1986 produjo más de 22 películas con su compañía, Albina Productions. Títulos como Lo importante es amar (1975), de Andrzej Zulawski; Una mujer en la ventana (1976), protagonizada por Romy Schneider; o Fuerte Saganne (1984), con Gérard Depardieu en el papel principal. “Efectivamente, logré desarrollar mi carrera y hacer dinero, primero como periodista y después como productora, una profesión en la que obtuve un gran éxito. Pero el cine no deja de ser otra burbuja, otra ficción. Fue hace 40 años, al fundar mi organización, cuando me convertí de verdad en alguien en el mundo real”, declara con firmeza.

Nieta del magnate boliviano Simón Patiño —el rey del estaño, uno de los hombres más ricos del mundo y a quien ella describe de forma acertada como “el Elon Musk de su época”— e hija del conde Guy de Jacquelot du Boisrouvray —un aristócrata de origen bretón que llegó a enrolarse en la Resistencia contra la ocupación nazi de Francia—, Albina está emparentada por la rama paterna con los príncipes de Mónaco. Prima de la princesa Carolina, es además madrina de Carlota Casiraghi, con quien mantiene una relación muy estrecha. “Para mí, son familia, gente normal, nada que ver con los personajes que persiguen sin descanso los paparazzi”, me dirá en la primera de nuestras conversaciones, sorprendida de que haya dado con ella gracias a una noticia publicada en nuestra web. Su ahijada acababa de asistir a uno de los actos de la organización a la que Albina ha dedicado su vida, sus esfuerzos y su ingente fortuna: la Fundación Francois-Xavier Bagnoud (FFXB), llamada así en honor de su único hijo, que falleció a los 24 años en un accidente de helicóptero en Mali. Después de su muerte, Albina pasó dos años sin cambiarse de ropa: unos pantalones, un suéter y una bufanda de color negro. Presa de un dolor para el que no encuentra palabras —“No existe una denominación para los padres que sobreviven a sus hijos, a diferencia de los huérfanos, las viudas y los viudos. La razón es obvia: es indecible”, reflexiona en sus memorias—, salió de la más profunda de las depresiones en el momento en el que decidió lo siguiente: “Si yo no puedo serlo, haré felices a los demás”.
Albina du Boisrouvray con Carlota Casiraghi cuando fue condecorada con la Legión de Honor en 2001

Albina du Boisrouvray con Carlota Casiraghi, cuando fue condecorada con la Legión de Honor en 2001 © SIPA PRESS/CORDON PRESS
Así, en 1989 Albina du Boisrouvray estableció una institución que hoy está presente en 23 países de África, América, Asia y Europa, y que desarrolla programas que van de la lucha contra el abuso sexual y el tráfico de personas al fomento de la educación o la prevención del sida. De hecho, Albina fue una de las primeras personas en el mundo en prestar atención a esta enfermedad, de la que tuvo noticia en 1981 mientras leía el periódico en su casa de Valais (Suiza). “Mencionaba a unos niños en San Francisco que padecían una rara neumonía y cuyo sistema inmunológico había fallado. Empecé a leer todo sobre el tema. En 1988 me había convertido en una experta”, revela.
Al frente de FFXB, Albina empezó a hacerse cargo de un problema al que no se estaba prestando atención por aquel entonces ya que, como alerta la activista —título que antepone sin duda al de condesa—, “los niños ni votan, ni compran ni, por lo tanto, importan”: los huérfanos del sida que, en la mayor parte de los casos, estaban además infectados. Así nació en Washington la primera Casa FXB. “Por ley, solo podíamos acoger a cinco o seis niños, pero cubríamos todas sus necesidades. No solo las médicas. El personal —trabajadores sociales, médicos y enfermeras— ejercía de padres con ellos. Fue una experiencia maravillosa que, además, funcionó muy bien y que pronto empezamos a exportar a otros lugares del mundo”, comenta. “Sí, todo empezó en Washington”, rememora Albina, que en los años siguientes se dedicó, entre otras cosas, a expandir este modelo en países tan castigados por esa pandemia como Uganda, Tailandia o Birmania.

Además, Albina ha desarrollado también un plan efectivo para luchar contra la pobreza. “La extrema”, puntualiza. El matiz es clave. “Hablo de gente que no tiene absolutamente nada, de modo que ni siquiera pueden optar a los microcréditos. En lugar de prestarles dinero, les pagábamos la cantidad necesaria para que empezasen a valerse por sí mismos. En tres años no necesitaban nada más de FFXB. Cuando te enfrentas a la miseria total, a gente que vive de la caridad de sus vecinos, que les proporcionan alimento e incluso cobijo, y ves que en poco tiempo son independientes, generan ganancias y sus hijos pueden acceder a vivienda, comida, medicinas, educación... Es un gran salto”, dice con un entusiasmo contagioso. La misma energía con la que rechaza de plano el término caridad. “Eso es asistencia, subsidios, y cuando se acaban, la gente vuelve a ser pobre. Por supuesto, todo lo que haces por los demás es benéfico, pero odio la palabra caridad para describir mi trabajo. Lo que yo hago es desarrollo. Y política. Llegó donde no lo hacen los gobiernos. Hay un proverbio chino que reza: ‘Dale un pez a un hombre y lo alimentarás durante un día; enséñale a pescar y lo alimentarás de por vida’. Ese es otro de mis lemas”.
Albina trabajando sobre el terreno en Tailandia en 2008.

Albina trabajando sobre el terreno en Tailandia en 2008.
Del mismo modo que jamás encajó en la casilla de jetsetter, Du Boisrouvray es también una rara avis en el mundo de la filantropía y la cooperación al desarrollo que reniega de lo que ella denomina “la jerga acordada” y “el molde establecido en lo que a trabajo humanitario se refiere”. Ha hecho pocos amigos en los foros internacionales, como el de Davos o las Naciones Unidas, a los que ha asistido con regularidad. “Me presentaba con desafíos que, a menudo, eran políticamente más que incorrectos, obligando a los grandes y buenos de este mundo a escuchar su doble discurso, sus contradicciones, su palabrería. Revelé la ley del silencio establecida en torno a sus intereses políticos o económicos, al servicio de sus pequeños clubes. En resumen, gritaba y sermoneaba en todas direcciones.

Estaba revolviendo el nido de avispas”, clama. Su amigo Charles Danna la describió en su día con una frase que le va como un guante: “Albina vive con un pie en el barro y otro en la seda”. Efectivamente, en los últimos tiempos y hasta prácticamente la pandemia, la filántropa, que fue ordenada Oficial de la Legión de Honor en 2011, no ha parado de trabajar sobre el terreno, supervisando los proyectos de su fundación. “Viajar por el planeta para cambiar humildemente la vida y el destino de extraños ha sido mi droga y mi fortificante. He buscado soluciones patrullando a través del barro, la orina y los virus, en la miseria y la desesperación. En compartir”, asegura. En Uganda agarraba las gallinas embarradas que le ofrecían los aldeanos, que la llamaban cariñosamente “madame Albina”; en Ruanda su ONG se hizo cargo de centenares de huérfanos del genocidio; en la India, un país en el que además acabó pasando largas temporadas, y que visitó por primera vez en 1988 —“Quería ver Goa y la catedral de San Francisco Xabier, el santo cuyo nombre había elegido para mi hijo, porque era un activista y no un mártir”, rememora—, estableció una casa de acogida para los huérfanos de las prost*tutas. A Colombia llegó en 1992 con un proyecto de ayuda a los huérfanos de las favelas de Barranquilla y Bogotá, víctimas de la pobreza, la desnutrición y las drogas, atraída por los lazos sentimentales que la unían al país. La primera novia de su hijo, Silvana, era de allí.
Albina y su hijo en el Festival de Cannes en 1980.

Albina y su hijo en el Festival de Cannes en 1980.
Francois-Xavier, su muerte trágica, repentina y prematura, han inspirado toda la vida de Albina. Piloto de rescate, pero también ingeniero aeronáutico, su madre ha auspiciado un departamento de Ingeniería Aeronáutica en la Universidad de Míchigan. Su fallecimiento la acercó además a su familia paterna, los primos de Mónaco, Carolina, Alberto y Estefanía, a quienes él estaba muy unido. Todos fueron a su entierro. “Me dieron un buen ejemplo de solidaridad y cariño familiar. Hasta entonces, solo había tenido contacto esporádico con el tío Rainiero. Verlo llegar sin ningún protocolo, con toda la sencillez, a la parte trasera de la iglesia, para acompañar a su última morada a su sobrino nieto, todavía me conmueve”, evoca Albina. François-Xavier iba a ser el padrino de Carlota, un honor que Carolina delegó en Albina. La joven es miembro de la fundación.

“Tuve el coraje de seguir viviendo. Mi hijo tuvo una vida muy corta que, de alguna manera, yo he continuado a través de la solidaridad con los menos privilegiados. A los 40 años heredé el dinero de mi familia, y cuando él murió decidí emplearlo para el bien. Sé que François-Xavier estaría orgulloso”, dice Albina, que ha dado más de 100 millones de dólares a su causa. Prácticamente toda su fortuna. Incluida la que obtuvo de la venta del collar de esmeraldas de Victoria Eugenia que llevó al baile de Antenor Patiño. Porque, naturalmente, lo vendió.
 
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