Asesinatos impactantes

La dulce Neus

http://www.rtve.es/alacarta/videos/...lce-neus-confesiones-tras-rejas-1985/3043216/

Marisol, de 14 años, disparó a su padre a instancias de su madre y cuatro de los hermanos.

LOS GRANDES SUCESOS DEL ARCHIVO DE EL PAÍS

La dulce Neus o cómo matar al mal padre
El 28 de junio de 1981 Neus Soldevilla hizo el amor con su abusivo marido y luego orquestó su asesinato a manos de una de sus hijas, mientras sus hermanos miraban

ÀNGELS PIÑOL
5 AGO 2017 - 17:35 CEST
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Neus Soldevilla y su abogado, Emilio Rodríguez Menéndez, en 1986. GUSTAU NACARINO
Neus, Barcelona, febrero del 96

¿Sabes? Yo aborrezco eso de la dulce Neus. Es un mote horroroso con el que no me identifico lo más mínimo. A decir verdad, a veces me siento como una extraterrestre. Soy una mujer de 50 años, de carne y hueso, como las demás. Que sufre. que ríe, que llora, que quiere ser feliz. Pero noto siempre un batallón de ojos que se clavan en mi espalda. Tengo la extraña sensación de que soy dos personas en una: la Neus auténtica, que lucha por vivir y por sus hijos, y la perversa Neus del sistema, la de las películas, la de los libros, la de la televisión. Palpo esa malicia cuando voy por la calle. No, no sólo en Barcelona. Eso me pasa en Huelva, en cualquier punto de España y hasta en América. Lo sé: mi figura y mi historia invitan al morbo. Eso hace daño. La dulce Neus... Me bautizó así un periodista. Bueno, quizá tengas razón, tal vez no lo hiciera con mala leche. Es verdad que era peor el de Mantis religiosa. La verdad es que en mi casa siempre decían que yo era la más dolça [dulce en catalán] de las primas por ser la más cariñosa de todas. Quizá también influyó en algo el timbre de mi voz. Pero, para ser francos, todo es muy desafortunado. Los Soldevila, siempre ha sido y siempre será así, somos gente de bien.


Atesoro un dudoso privilegio: soy quizá la reclusa de este país que ha pasado más tiempo sin ver el sol. Más de cinco años. Desde abril del 1989 hasta agosto del 1994. Desde el verano del año pasado, me permiten ya salir los fines de semana. Ni siquiera los terroristas o los narcotraficantes han soportado un encierro tan cruel. El cielo se me abre los jueves por la noche. Ése es mi momento, el más esperado de toda la semana. Me ilusiono como una jovencita porque al día siguiente saldré de prisión. Me instalo en este piso de Barcelona, donde viven mi hermana, mis sobrinas y Dolors, mi hija. Los sábados, en cambio, me invade la depresión. El tiempo se me acaba y me mentalizo para regresar a la celda. Es un shock muy fuerte, muy difícil de resistir.

No tengo demasiada relación con mis compañeras de cárcel. Muchas son chicas que han caído en la droga. Les tengo respeto y mucho cariño, pero ya no quiero más líos. Intento mantenerme al margen. Mi única obsesión es procurar no dar la menor excusa que pueda prolongar innecesariamente este horror. Ahora mismo tengo el tiempo justo. A las 17.00 horas debo estar en la cárcel de mujeres, en Wad-Ras. Me esmero en no llegar tarde, salgo de casa con mucha antelación para evitar que una inoportuna avería o un atasco imprevisto se transformen en más días de encierro.

España es mi país y España será mi cárcel. Cuando sea definitivamente libre, haré las maletas y me instalaré en el extranjero. Volveré sólo de visita. No sé dónde residiré. Quizá me quede cerca, en Europa, pero lo más seguro es que regrese a Sudamérica. Allí los españoles somos los reyes del mambo, gozamos de buen crédito. Ahora, cuando puedo, me dedico a la bisutería. Quiero abrir el mercado a otros artículos complementarios, como sombreros, cinturones ¡qué sé yo! Tengo un pequeño negocio con una clientela fija. Pero realmente es muy difícil gestionarlo con esta vida que llevo, tan partida en dos.

Jesús J., Zaragoza, febrero del 96
Yo iba para médico, pero no aprobaba demasiadas asignaturas.

Así que mi padre me dijo un día: «Jesús, hijo mío, es hora de que despiertes». Yo tenía entonces 23 años y él tenía razón. Decidí hacer oposiciones. Se convocaban dos: o para Hacienda o para policía. Los números no eran lo mío y me metí en lo segundo. He estado casi 30 años en la investigación criminal. Nunca me gustó la brigada político-social. Un jefe me destinó a ella pese a que le advertí que no me entusiasmaba, que no quería. Ni caso. Acabé allí, pero sin trabajar demasiado, sin rellenar los informes. Me castigaron con la guardia mañana, tarde y noche, hasta que, desesperados, me devolvieron a homicidios. No he salido casi nunca de la pringue [término de la jerga policial que define a la policía judicial] hasta hace dos años, cuando me retiraron. Soy ahora, con 58 años, un jubilado. Pronto nos retiran, ¿no? Doy clases y sigo estudiando. Ahora grafología.

He llevado cientos de casos en mi carrera, y no lo digo por defraudar, pero creo que el de La dulce Neus fue uno de los más fáciles. No sé por qué os interesa este caso. Sí, es cierto, fue una historia morbosa. Pero es que muchas veces no concuerda el interés periodístico con el estrictamente criminal. Casi desde el primer día, el caso de La dulce Neus estaba clarísimo: intuíamos que la familia era culpable. Pasa en infinidad de ocasiones: sabes quién es el asesino, pero te faltan las pruebas. He conocido a muchos acusados que incluso tras quedar en libertad me han venido a ver. Eso no pasó jamás con Neus. Creo, y siento decirlo, que es una de las peores personas que he conocido en mi vida.

Neus, Barcelona, febrero del 96
No sé por qué me casé con Joan Vila. Bueno, sí lo sé: fue por una apuesta ... Sí, como lo oyes. Él tenía entonces 29 años y yo 18. Tenía una novia y le dije a una allegada mía que la dejaría. Quizá por mí. Fue así. De muy niña me quedé huérfana y me fui a vivir con unos tíos en Vic (Barcelona). Me trataron muy bien: recibí una buena educación en un colegio de monjas. A ellos no les gustaba Joan. Era un hombre trabajador, de una familia muy humilde, pero muy violento. Una de esas personas hechas a sí mismas. A mí entonces me gustaban las personas mayores y luchadoras. Si te digo la verdad, creo que Joan me daba algo de lástima.

Mi marido entró en casa por primera vez el 5 de agosto de 1962 y nos casamos un mes después, el 17 de septiembre. Fuimos de luna de miel a Valencia y allí surgieron los primeros problemas. Quería que asara un conejo en la playa y hacía mucho viento. Yo me opuse, le dije que no se podía, que la arena volaría. Empezó a gritar y me pegó: me hizo daño en una oreja. Menos mal que apareció una patrulla de la Guardia Civil y se calmó.

Tardé justo nueve meses en tener a mi hija Neus. Joan era un payés, pero pusimos un bar en Vic y un día entró como un loco, muy excitado. Me dio miedo. No sé con quién se había peleado, pero amenazó con poner un letrero que rezara: «Prohibida la entrada a los castellanos». y eso en plena dictadura. «j Virgen Santa!», pensé, «vamos a acabar todos en el calabozo». Fui a pedir auxilio a mis padres y me advirtieron: «O te quedas con nosotros o te quedas con él». El ultimátum estaba ahí, encima de la mesa. Ellos estaban dispuestos a hacerse cargo de la niña. Era complicado acoger a una mujer separada y con una cría en aquella época pero eran gente muy abierta. No sé ... Pensé en la pequeña. Y me fui con él a Granollers, donde dejó el arado para meterse en la construcción.

J. J., Zaragoza, febrero del 96
El marido encarnaba, con todos mis respetos, la sabiduría del ignorante. Procedía de una familia muy numerosa, que trabajaba la tierra de sol a sol. Gente dura, muy curtida. Era de esas personas que piensan que los demás tienen que seguir el mismo camino que ellos. Un hombre de 47 años que se forjó a sí mismo, duro, inflexible. No le gustaba que sus hijos estudiaran. Él apenas sabía leer y escribir, pero amasó una pequeña fortuna construyendo bloques de pisos gracias a los permisos que logró en los ayuntamientos franquistas. Quería que los chicos fueran como él. Cuando se cometió el crimen, su patrimonio se calculaba en unos 17 pisos y en unos 150 millones de pesetas.

Era una familia burguesa, bien situada. Tenían criada y se la llevaban los fines de semana a la casa de Esplús, en Huesca, donde precisamente se cometió el crimen. La casa era fantástica: dos plantas, un buen número de hectáreas de regadío. Hoy esa finca vale muchos millones. Puede que no menos de 70. Sin embargo, él daba a Neus muy poco dinero para pasar la semana. Algo así como unas 10.000 pesetas. El ambiente debía de ser muy duro. Prueba de ello es que obligaba a sus hijos a comer solos en la cocina. Pero también es cierta una cosa: jamás les puso la mano encima. Era el típico macho hispánico: presumía de su mujer, pero jamás la engañó. Y eso que tuvo muchas oportunidades: cuando llegó la democracia, tuvo problemas con el Ayuntamiento por razones de permisos de obras. Se radicalizó y se fue a la extrema derecha. Tuvo muchos amigos de Fuerza Nueva que iban a menudo de putas a Barcelona. Joan jamás fue con ellos. En cambio, interrogamos a varios de los que fueron amantes de Neus.

Neus, Barcelona, febrero del 96

Nadie sabe lo que yo pasé. Yo era una mujer agradable, bien vestida, bien situada, educada, pero jamás salió de mi boca ni una sola palabra sobre el infierno de mi hogar. ¿O sabe la gente que Joan una vez me puso la pistola en la boca? ¿Y que dormía con un arma bajo la almohada? ¿O sabe cómo se puso una vez cuando le pedí 1.000 pesetas para una canastilla? ¿ O que obligaba a los gemelos, con sólo ocho años, a hacer pasta de cemento? ¿O que impedía a los niños presentarse a los exámenes? Un horror. Al final, ya casi ni trabajaba.

Era un fanático: se pasaba el día leyendo libros de política y de religión. Creo que especialmente la Biblia. ¿Que si yo soy religiosa? Hombre, pues lo normal, pero sin pasarme. He perdido el hilo ... Sí, eso: Joan iba sólo los viernes a la empresa; subía a la oficina y ni siquiera paraba el motor del coche. ¡Imagina lo que trabajaba! Me gustaría, aunque fuera sólo por un instante, que alguien intentara colocarse en mi lugar. ¿Separarme? ¡Pero qué dices! ¡Imposible! ¡Me hubiera matado!

J. J., Zaragoza, febrero del 96

Es cierto que el ambiente debía de ser muy férreo. Tenía a la familia muy oprimida económicamente. Ella siempre iba muy justa. Trabajaba vendiendo pisos y sintió la necesidad de independencia económica. Asumió la representación de una firma de cosméticos y empezó a tocar dinero. Las cosas le fueron mejor y quiso tener más. Creo que se compró dos pisos. Empezó a llevar una doble vida. Se le ocurrió poner en práctica la típica rueda de talones. Consiste en pedir un préstamo de 500.000 pesetas a un amigo con el compromiso de que a los seis meses se lo reintegrará más el 30% de intereses. Llegó a mover 17 millones de pesetas, pero en realidad se quedó con poco porque siempre tenía que devolverlo. El agujero final era de los intereses que debía, no sé si seis o siete millones de pesetas. El gran problema que tuvo Neus fue que el círculo de amigos se le agotó y ya no tuvo a quien pedir más.

Ella no planeó el asesinato para cobrar el seguro que había firmado su marido. Fue por algo más simple. Sintió pánico de que Joan supiera lo que había hecho. No hay nada gratuito: el crimen ocurrió un domingo, 28 de junio, y al día siguiente, el lunes 29, los bancos querrían saber qué ocurría con esa deuda. Su marido, irremediablemente, se iba a enterar de su despilfarro. Estaba acorralada.

Neus, Barcelona, febrero del 96

Ese fin de semana fuimos a Esplús, a la finca de Huesca. Era verano. ¿Sabes? Neus, la mayor, de 18 años, tenía un examen, pero su padre no la dejó presentarse. Muy en su su línea. Pero, de todas formas, en esa época se ensañaba especialmente con Marisol. Ella lloraba mucho, tenía miedo de que yo me fuera. Joan siempre tenía que meterse con alguien, hacerle la puñeta a uno de los chicos. Yo incluso me puse un poco dura. Recuerdo que repetía: «¡Sólo las prost*tutas van a la universidad!». Un asco. Él, por la tarde, se fue a hacer la siesta al dormitorio. Dormía siempre con una pistola bajo la almohada. Mi casa, por entonces, era un arsenal. Había tres escopetas y cuatro pistolas, por esos rollos que tenía con Fuerza Nueva. Yo le di una de las armas a Marisol para que hiciera prácticas de tiro contra una bala de Paj* del jardín. Estaba con los gemelos. Preparé las maletas para volver a Barcelona ese mismo domingo. Siempre regresábamos en dos coches: el Ford Granada y el Chrysler.

Recuerdo que yo estaba en la cocina cogiendo carne del congelador para llevármela a casa. Oí un disparo. Pensé que procedía de la tele, de aquella serie que hacían que se llamaba La casa de la pradera. Cuando él dormía había que bajar el volumen, y fui a pulsar el mando. Entonces vi a los niños bajar corriendo por las escaleras. Por sus caras, imaginé qué había ocurrido. Todos nos metimos corriendo en el coche. ¿Que por qué? Es que yo creí inicialmente que era Joan quien había disparado y por eso huimos muertos de miedo. ¡Si era como un ogro! Cuando ya habíamos avanzado bastantes kilómetros, le dije a la niña: «Marisol, pero cariño, ¿le has dado?». Ella me dijo que creía que sí porque el flequillo de Joan había hecho una especie de brrfffff hacia arriba despejando la frente. Detuvimos el coche y lanzamos la pistola por la autopista. Luego me explicaron que Marisol subió a la habitación y les dijo a los gemelos, mayores que ella, con 17 años ya: «Si no tenéis coj*nes, yo sí».

Cuando llegamos a casa, llamé al puesto de la Guardia Civil de Binéfar. Dije que pensaba que le había ocurrido algo a Joan, que había pasado algo malo con unos hombres que querían algo. No sé ni qué se me ocurrió para salir del paso. Me dijeron que irían a la finca. Yo cogí una bolsa con ropa por si Joan la necesitaba para ir al hospital. Me acompañó en el viaje el alcalde de Montmeló. ¿Por qué cogí la ropa? Es que yo no sabía si estaba vivo o muerto. Bien es verdad que durante el viaje el alcalde detuvo el automóvil y llamó por teléfono. Me parece que entonces ya le comunicaron que no había nada que hacer, aunque él a mí no me lo dijo.

J. J., Zaragoza, febrero del 96

Pues entonces aún vivía. La agresión se cometió sobre las 16.00 horas y ella llamó cuatro horas después. Joan Vila falleció sobre las 23.00. Estuvo agonizando no menos de siete horas. Sí, fue una muerte muy cruel. Ella llamó diciendo que dos hombres encapuchados habían secuestrado a su marido y que mientras subían las escaleras hacia el segundo piso la familia aprovechó para escapar. No tenía el menor sentido. Ciertamente, la historia era rocambolesca.

Neus, Barcelona, febrero del 96
Cuando llegamos a Esplús, Joan ya había muerto. La casa estaba llena de guardias civiles y uno de ellos me dijo: «Señora Neus, esto es obra de profesionales y necesitaremos toda su ayuda para esclarecer el caso». En aquel momento el cerebro me empezó a hervir y tomé una determinación. Descubrí que no lo sabían, que no sospechaban de la niña. Decidí que jamás delataría a Marisol. Ni pude ni quise. Normal, claro. ¿Cómo iba a acusar a mi propia hija? [La noticia no trascendió hasta 10 días después. Fue un pequeño breve de 15 líneas en El País titulado «Industrial asesinado por dos encapuchados» . ]

J. J. Zaragoza, febrero del 96

Yo asumí el caso un mes después de ocurrido el crimen. Al principio, la investigación corrió a cargo de la Guardia Civil. Las diligencias apuntaban ya que los principales sospechosos eran los familiares. La juez, acompañada de la Guardia Civil, hizo una reconstrucción de cómo ocurrió el asesinato. Relataron que habían visto cómo los encapuchados irrumpían en la casa. Dijeron que los vieron entrar, pero tal y como estaban sentados era imposible. Los cristales eran ahumados. No había duda. Luego hubo otra cosa más: cuatro días después de la muerte de Joan, se registró una llamada en un periódico de Aragón para reivindicar el atentado en nombre de los GRAPO. La voz que habló tenía un marcado acento sudamericano. Neus se veía entonces con un hombre de allí. Empezamos a atar cabos.

Neus, Barcelona, febrero del 96

No es verdad. Jamás sospecharon de la familia. Estuvieron a punto de dar carpetazo al caso. Joan tenía muchos enemigos: dijeron que habían encontrado a más de 200 personas con móviles suficientes para matarlo. Sólo mi marido sabía las turbias relaciones que tenía con la extrema derecha.

J. J. Zaragoza, febrero del 96

Eso de las 200 personas es un cuento, aunque es cierto que él estaba muy obsesionado por su seguridad y por eso tenía tantas armas en casa. Las cosas no le iban demasiado bien y me da la impresión de que quería enfocar su vida hacia la casa de Esplús.

Pero la criminología está para algo. Es una ciencia que sigue una regla de oro: siempre hay un antes del crimen, un durante y un después. Tú puedes pactar con los afectados qué has hecho en los dos primeros tiempos, pero no lo que ocurre tras el asesinato. ¿Por qué? Pues porque es imposible obviar su existencia. No ignoras que has matado a alguien, sabes lo que ha ocurrido. El comportamiento del ser humano cambia indefectiblemente. Siempre pasa igual. La mente difícilmente logra actuar con la misma naturalidad. El asesinato sigue ahí presente y lo condiciona todo. Y eso es lo que ocurrió con uno de los gemelos. Dijo que el domingo, tras regresar de Huesca, se fue a ver a un amigo, con quien charló de motos, chicas y cosas de su edad. Buscamos a ese joven y, efectivamente, la conversación era cierta. Pero, curiosamente, el gemelo no le contó nada de lo del secuestro de su padre. Eso es imposible ocultarlo. ¿Cómo un chico de 16 años esconde a su mejor amigo que su madre está denunciando ante la Guardia Civil algo atroz que le ha ocurrido a su marido? Nada. No había duda: la versión de los encapuchados era falsa.

Investigamos durante dos meses, en los que ella fue pagando caprichos a sus hijos. Ella se compró un coche y les regaló nuevas motos. Nosotros fuimos estrechando el círculo, conocimos la doble vida de Neus y dimos con su problema de dinero. Ésa fue la pista definitiva. Curiosamente, Inés Carazo, la criada, había participado en la rueda del talón y Neus le debía una cantidad. Inés montó un cirio en el banco: quería recuperar su dinero. Vimos que teníamos el hilo, pero necesitábamos pruebas y no las encontrábamos. Sabíamos que Inés Carazo estaba al corriente. Tenía en Barcelona un único hijo, estudiante de Medicina, por el que habría dado la vida. Fuimos a ver al chico a la universidad y le sugerimos que su madre debía hablar. Por la cara que puso el muchacho, estoy convencido de que sabía qué había pasado en la finca. La criada no tardó en confesar. Dijo que Neus había embrujado a toda la familia, explicó lo de los planes, lo de la instigación al asesinato.

Los detuvimos a mediados de octubre, menos de cuatro meses después del crimen. Es horroroso arrestar a niños. Eso sólo lo sabe quien ha tenido hijos. Fuimos a buscarlos. Neus estaba cada día peor: más delgada, más pálida. Cuando la arrestamos estaba poniéndose unas inyecciones. Nos los llevamos a todos: a la madre, a Neus, a los gemelos, a Marisol y a la criada. Las dos niñas pequeñas, Ana y Dolors, se quedaron a cargo de una vecina. En las declaraciones, salió que una de ellas, mientras se estaban deshaciendo del padre, llegó a decir: «¡Pero cuánto tardan en matar a papá!».

Neus, Barcelona, febrero del 96
Lo peor fue cuando me separaron de mis hijos. Fue como si me arrancaran el corazón. Pero te diré algo: para mí, entrar en el calabozo me supuso una profunda liberación. Qué cosas: entre rejas me sentí libre por primera vez en mucho tiempo. La familia de mi marido se portó fatal. Uno de sus hermanos, el mismo día del arresto, vino a mi casa a pedirme la mitad del dinero que teníamos. Sin comentarios...

J. J., Zaragoza, febrero del 96

Neus lo negó todo en Jefatura. Ella no sabía que Inés Carazo había cantado y yo tampoco quería decírselo. Un interrogatorio es un poco eso: tirar de la cuerda, tensarla, medir las palabras que dices hasta que la otra parte cae. Neus no cayó. Fría, calculadora, se contuvo. Pero los niños no dejan de comportarse como tales. Pensaron que su madre ya había confesado. Primero interrogamos a Marisol y lo explicó todo con pelos y señales, sin el menor remordimiento. La niña contó que sus padres se acostaron –hicieron el amor – y luego a él le dieron un valium que le provocó un profundo sueño. Los cinco presenciaron el crimen. La madre tomó la pistola. Neus, la hija mayor, quiso mantenerse al margen; los gemelos tampoco tuvieron valor. Marisol sí. Fue cuando dijo la frase famosa de los coj*nes... Ahora pienso que debía de estar algo trastornada por todo lo ocurrido. Era una niña poco responsable. Hubo algo que me removió el estómago. Tras uno de los interrogatorios, dijo, refiriéndose a un policía: «Mamá, ¿verdad que este señor se parece a papá?». Todo quedó atado. Los gemelos, unos chicos educadísimos y muy agradables, nos acompañaron a la autopista, al lugar donde habían enterrado la pistola. La encontramos gracias a un detector de metales de un aficionado a monedas antiguas en un descampado paralelo a la autopista entre Zaragoza y Barcelona. Poco más.

El juicio contra Neus Soldevila, la criada y sus cuatro hijos se celebró en mayo de 1982, en la Audiencia Provincial de Huesca, en medio de una enorme expectación. La familia no tuvo excesiva suerte con el fiscal del caso. Tiene fama de ser uno de los más duros de la carrera. El fiscal pidió más de 100 años para la familia. Marisol negó haber matado a su padre y dijo que su madre le pidió que confesara el asesinato para que, al ser menor de edad, el castigo quedara impune. El tribunal fue implacable: Neus Soldevila fue condenada a 28 años de prisión como coautora de un delito de parricidio; Neus, la hija mayor, fue castigada por un delito de complicidad en el parricidio a 26 años de cárcel, y a 10 y 11 años de prisión los dos gemelos por el mismo motivo. «El fallo me pareció durísimo para los hijos», subraya Jesús J., el hombre que dirigió la investigación. El Tribunal Supremo, un año después, confirmó el veredicto de la Audiencia de Huesca, excepto en el caso de la hija mayor, a la que se consideró sólo cómplice. Sus 26 años de prisión se redujeron a 12. La actuación de Neus la calificó de «prolongada y refinada labor de instigación o inducción sobre sus hijos que queda demostrada por ser ella la que sugirió la idea de deshacerse del jefe de la familia pretextando que así estaría más libre y más unida».

Neus, Barcelona, febrero del 96

No fue así: lo acato, pero no es real. Jamás hubo ningún plan, no se programó nada. Cuando te tienen aterrorizado hay días que puedes decir «cortaremos los frenos del coche» o «lo haremos con éter». Eso se explicó en el juicio. Eran comentarios reales, hechos en momentos de extremo nerviosismo, pero sin la menor intención de ejecutados. Si los unes y les das una línea de continuidad, puede parecer que esté todo estudiado. Neus [la hija mayor], en la vista, llegó a decir que prefería vivir un montón de años en el calabozo antes que seguir conviviendo con su padre. ¿O es que de eso nadie se acuerda?

Sigo teniendo una excelente relación con todos mis hijos. También con Marisol. Ella, tras el asesinato, estuvo viviendo con familiares de mi marido y la pusieron en contra mía. Una vez vino a verme y me pidió una cantidad para independizarse; no la dejé. Le advertí que tendría todo el dinero que quisiera para estudiar, para comida y para ropa, pero no para vivir sola. También me visitó en la cárcel una monja del colegio que me amenazó reclamándome dinero. Marisol ha sufrido mucho en su vida.

El Supremo confirmó este suplicio, pero afortunadamente me concedieron en 1986 el régimen abierto. Sólo tenía que ir a dormir a prisión. En sólo ocho meses volví a levantar la familia: abrí un taller, me moví con los bancos, seguí con el negocio de los pisos. En mi casa tenía servicio para que se hicieran cargo de las dos niñas pequeñas. Todo, más o menos, funcionaba. Regresaba a la vida y llegó el mazazo. Me denegaron el régimen abierto y me enviaron a la ruina. No lo pensé dos veces: cogí a las pequeñas, me metí en un coche y me escapé. Vamos a ver: no era una fuga normal, era una huida para sobrevivir, para escapar de este infierno. Me teñí el pelo para que no me reconocieran y me fui a Colombia. Después a Ecuador. Todo fue muy bien. Me metí en el negocio de las piedras preciosas y estuve allí viviendo 19 meses perfectamente.

Abogados y periodistas me tendieron una trampa y aquí estoy. No se trataba de que yo hubiera delinquido con el tráfico de bisutería. No me sentía bien en Sudamérica. Tenía lejos a mis hijos. Mi familia estaba al otro lado del Atlántico y la echaba de menos. Quería sentirlos cerca. Hasta los policías ecuatorianos se prestaron a ser sobornados, pero yo me negué. Deseaba estar otra vez en casa y regresé a España. Y aquí estoy.

J. J., Zaragoza, febrero del 96

No pensé nada cuando ella escapó de España. No era mi caso. Intento archivar las historias. De verdad. ¿Qué hacen los hijos ahora?

Neus, Barcelona, febrero del 96

Es mucho tiempo casi seis años sin salir a la calle. Ni siquiera me llegaron a juzgar por quebrantamiento de condena porque ese delito no existe en Ecuador. Me extraditaron a cambio del subgobernador del banco de ese país, Juan Manuel Fornell, que estaba en España. Mi caso está en Estrasburgo pero no tengo demasiadas esperanzas. Me he sentido humillada y maltratada por el sistema. Recelo de todo el mundo. Confío en no necesitar nunca más los servicios de un letrado. Quiero tranquilidad y que nadie se meta con mis hijos. Sobre todas las cosas pido eso.

La dulce Neus. Todo es repugnante. Hasta hicieron una película bochornosa en la que se explicaba cómo habíamos matado a Joan. Presentamos una denuncia y el juez ordenó prohibir su difusión. Uno de mis chicos vio en un videoclub una cinta del filme, la alquiló y ya no la devolvió. Hizo bien. No dejo de ser una prisionera de esta industria carcelaria. No, no creo que esté pagando el haber implicado a mi familia en el asesinato de Joan porque, sencilla y llanamente, no lo hice. Sí, ya sé que hay muchos maridos o mujeres que han matado a sus cónyuges o viceversa. Pero eso no se pena como un simple homicidio, es un parricidio y se castiga más. Todo es más retorcido. Soy una especie de cabeza de turco del sistema.

De todas formas, eso es verdad: mi vida jamás hubiera sido tan excitante. He tenido la suerte de vivir grandes aventuras. ¡Pobre de mí! Ni soñando habría imaginado protagonizar tantas cosas. ¿Sabes que incluso los jueces en Ecuador escribían mi nombre en las diligencias como el de La dulce Neus? Hay anécdotas e historias divertidísimas. ¿Sabes por ejemplo que hay niñas bautizadas en Sudamérica con mi apodo y mi nombre? O sea que se llaman Dulce Neus. Yo soy un personaje muy famoso. Me han escrito cartas gente de primera línea de todo el mundo. Y con todo lo que he vivido, con todo lo que he pasado, cuando oigo a dos mujeres de mi edad comentando cosas domésticas, de la comida o de la ropa, o por ejemplo hablando de eso que dices, de cómo se plancha una camisa, yo me pregunto: «Pero ¿de qué puñetas están hablando?».


En la entrevista “Moriré con las botas puestas”, publicada en 2012, Neus Soldevilla, que cumplió su condena en 2012, explica que dedica su tiempo a escribir y que no tiene contacto con sus hijos. Este relato está basado en dos entrevistas realizadas tanto a Soldevilla como al guardia civil que practicó su detención.

 
Última edición:
Le produjo morbo, es evidente, Capote era muy "sui géneris".

Aqui hay varios crímenes famosos, algunos ya citados aqui.

http://www.husmeandoporlared.com/2014/06/los-25-asesinatos-mas-impactantes-jamas-cometidos.html

Tengo un recuerdo vago sobre el asesinato de una actriz de Hollywood que el marido dijo que se había caído por la borda (iban en un yate) no recuerdo si se llego a esclarecer lo que paso, pero si que todo parecía muy sospechoso por parte del marido.
 
No puedo leer los casos de este hilo, no podria dormir después, y encima casi todos en los USA, pero este lo recuerdo muy bien, en Reino Unido. Dos niños de familias desestructuradas matan a un pequeño imitando la matanza de un juego de ordenador o consola o algo asi.

Veias sus caras, tan pequeños, solo diez años, y, simplemente, no podias creer que hubiesen podido hacerlo con la misma maldad que un adulto. Por un lado veias a los padres del niño - su matrimonio no sobrevivió - y por otro a los dos niños, cuyas identidades y fotografias fueron desveladas por los medios de comunicación violando la ley del menor.

Durante el juicio, que no tuvo cámaras tras el patinazo de la filtración de los nombres y caras de los niños, los niños estuvieron mirandolo todo sin llegar a entender bien lo que veian y escuchaban y sus piernas no alcanzaban el suelo. Desde su detención habian sido separados para siempre. Veias los furgones policiales que transportaban a los pequeños homicidas y los gritos pidiendo su ejecución de la masa te ponia los pelos tan escarpados como el sufrimiento que hicieron pasar al pequeño Jamie.

Esa masa no sentía ni un ápice de autocrítica respecto a que clase de sociedad formaban criando a niños que se convertian en asesinos. Solo sed de sangre. Y eso que se sabia que en esos largos 4 kilómetros muchas personas se cruzaron con ellos y decidieron creer que era el hermanito de uno de ellos, sin interesarse más por la criatura.

Cuando terminaron sus condenas, fueron puestos en libertad con nombres falsos y una nueva vida. Es cierto que uno de ellos ha sido detenido con material ped*filo en el ordenador, pero el otro debe ser un ciudadano normal consciente de lo que hizo, del poco juicio que tenia a esa edad, y que nunca podrá olvidarlo.

Jonathan Trigell se basó en este caso para escribir "Niño A", una historia ficcionada de un niño que podria haber sido uno de ellos y la estrecha relación que establece con uno de sus reeducadores, obsesionado con que tenga una nueva vida protegida y cuyo propio hijo, celoso por la atención que da su padre a ese "asesino", echa a perder la nueva vida anónima del muchacho A. Una novela muy hermosa con un final muy triste. Ya que la sociedad no da segundas oportunidades.

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A mí este caso me llamó mucho la atención cuando pasó ya que los asesinos tenían mi edad y no podía creer que niños tan pequeños pudieran hacer eso.
Me apunto el libro,debe ser interesante.
 
El caso de la Dalia Negra, el asesinato más famoso de Los Ángeles, cumple 70 años sin ser resuelto
Pocos se percataron de presencia de aquella mujer de pelo oscuro cuando la dejaron en el elegante hotel Biltmore en el centro de Los Ángeles, Estados Unidos.

Pero cuando se encontró su torso casi una semana más tarde, Elizabeth Short se convirtió en un nombre familiar y comenzó la leyenda de la Dalia Negra, un caso que 70 años después sigue sin ser resuelto.

En la mañana del 15 de enero de 1947, Betty Bersinger caminaba con su hija pequeña por una calle sin terminar en una zona de construcción del vecindario de Leimert Park de la ciudad californiana cuando vio lo que ella pensaba que eran las dos mitades del maniquí de un sastre.

Pero en realidad era el cuerpo de Short, quien había sido cortada en dos, justo a la cintura, y no tenía rastro de sangre.

Había sido mutilada, le sacaron sus intestinos y le hicieron cortes desde las comisuras a las orejas, el horrible corte que se conoce como "la sonrisa de Glasgow".

Después su cuerpo fue lavado, antes de ser abandonado en un campo vacío.

Se produjo un frenesí de los medios de comunicación, gracias a la "naturaleza brutal, misógina y ritual" de la matanza, dice Martin Glynn, exsargento de la policía de Los Ángeles e historiador.

Más de 50 sospechosos fueron entrevistados, hombres y mujeres, algunos de los cuales incluso confesaron el crimen. Pero el asesinato nunca fue resuelto, lo que se suma a la mística del caso.

Estaba también la conexión con el glamour de la zona.

"Ella vivió en Hollywood, aspiraba a ser actriz", dice Martin.

El asesinato se convirtió en "un triste cliché, en una fábula de advertencia: la joven ilusa viene a Hollywood y las cosas le salen muy mal", señala la exsargento.

Pronto se le puso apodo, Dalia Negra, en un giño a la película La dalia azul, protagonizada por Veronica Lake y estrenada el año anterior, y porque Short lucía el pelo oscuro.

En las décadas que han transcurrido desde entonces, el caso de la Dalia Negra ha inspirado tesis universitarias, proyectos de arte y el nombre de una banda de death metal, y se le ha hecho referencia en videojuegos y programas de televisión.

En 2006 llegó incluso llegó al cine, en una adaptación de la exitosa novela de James Ellroy inspirada en el caso.

Ellroy mismo dice que no tiene ninguna esperanza de que se pueda encontrar al culpable.

El crimen "nunca va a ser resuelto, ya que no estaba destinado a ser resuelto", dice.

Kim Cooper tiene, junto a su marido Richard Schave, un negocio de visitas temáticas en autobús llamado Esotouric, en el que ofrecen rutas por los rincones relacionados con crímenes determinados en Los Ángeles, entre otros.

Y dice que muchos de los que participan en sobre la Dalia Negra "tienen la cabeza llena de información errónea".

"Desacreditamos muchas teorías sobre los posibles asesinos y tratamos de centrarnos en la historia de Elizabeth Short como persona", cuenta.

Y recuerda la sorpresa cuando un hombre mayor que se unió a una de sus excursiones les aseguró tener una conexión con la Dalia Negra.

"Nos dijo que de niño, siendo repartidor de periódicos, fue uno de los primeros en llegar a la escena del crimen. Nos dijo que Short fue la primera mujer desnuda que vio", explica Cooper.

"Creo que lo afectó el resto de su vida".

Al igual que los homicidios ocurridos en el siglo XIX en Londres y atribuidos a Jack el Destripador, el asesinato de Short continúa dando pie a nuevas teorías.

Más recientemente, Steve Hodel, un exdetective de homicidios, afirmó que el asesino era su padre, un médico llamado George, y que también cometió otros crímenes memorables.

La policía revisó la antigua casa de Hodel con ayuda de un perro busca cadáveres en 2013, quien les alertó de la existencia de "restos humanos".

Durante mi investigación para Gourmet Ghosts, una serie de libros sobre crímenes reales, he encontrado muchos camareros que dicen que su bar fue el último lugar donde Short fue vista con vida, no el Biltmore.

Algunos teorizan que su asesinato fue el resultado de una cita que se tornó violenta, o que Short, que siempre tenía problemas de dinero, hizo autostop, una práctica común en la época, y se metió en el auto equivocado.

"Me preguntaban sistemáticamente sobre la Dalia Negra en el mostrador," dice Christina Rice, bibliotecaria de la colección de fotos en la Biblioteca Pública de Los Ángeles.

Recuerda, por ejemplo, que una mujer llegó buscando mapas de 1947 a la fecha, y que le contó que se iban a utilizar sus "habilidades psíquicas" para resolver el asesinato.

La única copia de microfichas del Los Angeles Herald y The Examiner el de la segunda quincena de enero de ese año fue robada hace años, dice Rice.

Y agrega que Short fue sólo una de las muchas mujeres brutalmente asesinadas en los años de postguerra en California.

Tan pronto como se descubrió el cadáver, el diario Los Angeles Herald-Express y el sensacionalista The Examiner aprovecharon la cercana relación que todos los periódicos tenían con el departamento de policía de Los Ángeles.

En la época era común ver en la primera página notas de su***dio y cuerpos manchados de sangre, aunque a veces modificados con aerógrafo.

De la misma manera, la fotografía del cuerpo desnudo de Short también fue retocada y lo cubrieron con una manta.

The Examiner añadió mentiras completas a la historia de la Dalia Negra, publicando que había sido vista llevando una falda corta y una blusa estrecha, y sugiriendo que tenía aventuras sexuales.

El diario también engañó a la madre de Short, a quien le contaron que Beth (como llamaban cariñosamente a Elizabeth Short) había ganado un concurso de belleza.

Hasta le pagó un vuelo de avión a Los Ángeles y fue al llegar cuando le comunicaron la noticia.

Así obtuvo el medio la primicia de la reacción de la madre ante la tragedia.

Oficialmente el caso sigue abierto, y en la actualidad el Hotel Biltmore sirve un cóctel llamado Dalia Negra de vodka, licor de frambuesa negra Chambord y Kahlua.

 
Celos, drogas y un yate de lujo: la misteriosa muerte de Natalie Wood

Aquí el Splendour, necesitamos ayuda”. Con estas palabras se iniciaba una de las tragedias de Hollywood más intrigantes de las últimas décadas. Era la una y media de la madrugada del 28 al 29 de noviembre de 1981 y Natalie Wood había desaparecido.

El escenario no podía ser más idílico y, a la vez, más típico de una novela negra clásica: el yate Splendour estaba fondeado en la californiana isla Catalina, refugio marino de los adinerados habitantes de la cercana Los Ángeles. Además del capitán Dennis Davern, los tres tripulantes de la embarcación representaban la flor y la nata del mundo del espectáculo: eran el glamouroso matrimonio formado por Robert Wagner y Natalie Wood y el carismático Christopher Walken, galardonado con un Oscar y actor emblemático del Nuevo Hollywood. Lo que allí sucedió marcaría a estas cuatro personas para siempre.

LOS HECHOS
Robert Wagner, conocido por sus amigos como RJ, y Natalie habían invitado a Walken, que en este momento estaba rodando con la actriz la película Brainstorming, a pasar unos días a bordo de su barco en Isla Catalina. Salieron de Los Ángeles el viernes 27 de noviembre y durante ese día y el siguiente los dedicaron a recorrer varios puntos de la isla. La noche del 28 cenaron en el restaurante Doug’s Harbor Reef; allí bebieron dos botellas de vino y dos de champán y alrededor de las diez volvieron al barco. A la una y media de la madrugada, el capitán Davern y Wagner llamaron a la guardia costera denunciando que Natalie Wood ya no estaba a bordo. Faltaba también Prince Valiant, la lancha hinchable que utilizaban para desplazamientos cortos, y presumían que la actriz se había alejado en ella. A las pocas horas se encontró la lancha, pero ni rastro de Natalie. A las ocho menos cuarto de la mañana siguiente apareció el cadáver de la actriz, de 43 años, flotando junto a unas rocas. La noticia provocó una tremenda conmoción en el mundo del cine y en aficionados de todo el planeta.

LA VERSIÓN OFICIAL
La autopsia dictaminó que Natalie había muerto ahogada, que en su cuerpo había algunas heridas superficiales en brazos y piernas y una pequeña abrasión en la mejilla izquierda, tal vez causada al caerse al agua. Su nivel de alcohol en sangre también era muy alto; la explicación de la muerte fue que se había debido a un accidente fortuito. Alterada por el alcohol, Natalie Wood había intentado alejarse en la lancha hinchable, pero tropezó, se cayó al mar e, incapaz de volver a subir y con su chaqueta de plumas mojada sumando peso y dificultando sus movimientos, acabó ahogándose por el agotamiento y el frío. Mientras tanto, a bordo, el capitán, Wagner y Walken tardaron horas en darse cuenta de que faltaba un pasajero. Robert Wagner defendió que suponía que su esposa estaba en su dormitorio, y no fue hasta que entró allí a la una y media cuando se dio cuenta de que no estaba en el barco.

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Cuando la noticia de la muerte de la estrella se anunció, una mujer llamada Marilyn Wayne declaró ante la policía que ella se encontraba en otro yate muy próximo a donde se anclaba el Splendour. Según su testimonio, tanto su marido como ella oyeron una voz femenina que gritaba y pedía socorro e inmediatamente después una voz masculina –un poco beoda– que respondía: “Ok, ya vamos ayudarte”. Pero como estaban en una zona en la que numerosas fiestas estaban teniendo lugar y porque, textualmente, “nadie se mete en los asuntos de otros”, lo dejaron pasar sin intervenir, suponiendo que se trataba de una broma o un episodio sin importancia en medio de otra juerga marinera. Pero la duda estaba sembrada. Sobre todo porque la versión oficial no respondía a la pregunta más importante: ¿qué llevó a Natalie Wood a querer alejarse del yate en plena noche, sola y en estado de ebriedad? Ahí empezaron las contradicciones en las versiones de los implicados, y la rumorología comenzó a arder.

Aunque en un primer momento Wagner había negado cualquier problema durante esos días, acabó reconociendo que entre Christopher Walken, Natalie y él había habido una agria pelea acerca de la importancia de la carrera profesional frente a la familiar. Wagner estaba en su mejor momento gracias a la serie Hart to hart, pero su esposa, entrando en los 40, estaba lejos de los papeles emblemáticos de su juventud. Si Christopher Walken era el nuevo Hollywood de antihéroes y Robert Wagner la sonrisa cien por cien América de la pequeña pantalla, Natalie era un producto puro del sistema de estudios, esto es, algo pasado de moda y con difícil adaptación a los tiempos que corrían. Aún centrada en su maternidad y en la vida familiar, Natalie sufría ansiedad recurrente y había pasado una fuerte depresión; el ascenso a estrella de su marido y el declive de su carrera no ayudaban a su ánimo.

Según un rumor que tenía que aparecer más pronto que tarde, Natalie y Christopher Walken mantenían un flirteo que, sin que sepamos si había pasado a mayores, había desquiciado a Robert Wagner hasta el punto de arrojar una botella de vino contra una pared y clamar “¿Te estás tirando a mi mujer?”. La actriz había querido huir del reducido escenario de celos tras verse convertida en uno de los vértices de un triángulo amoroso y eso explicaría su intención de subir al bote hinchable. Claro que hay otra versión ligeramente más rebuscada, según la cual quien habría tenido un ataque de celos había sido ella al descubrir que su marido y su colega eran los que estaban manteniendo una aventura.

Todas estas hipótesis aclararían el tema del viaje nocturno en lancha de no ser por un detalle muy importante: Natalie tenía terror al mar. Cuando era niña, durante un rodaje, un puente en el que estaba rodando una escena se había derrumbado y había estado a punto de ahogarse. De aquel accidente le quedó el pavor al agua profunda y una ligera deformación en la muñeca, ya que su madre, la típica madre de artista que sacrificaba el bienestar de su hija para no perjudicar su carrera, se había negado a que recibiera tratamiento médico pese a haberse roto la muñeca. Natalie había hablado de ello en varias ocasiones; no tenía miedo a navegar, pero verse sola en las aguas profundas del océano era algo superior a sus fuerzas. ¿Cómo era posible que entonces en medio de la noche y algo alcoholizada decidiera emprender esa repentina excursión?

Aunque Robert Wagner y Christopher Walken han eludido el tema durante las últimas tres décadas –Wagner lo ha mencionado en su autobiografía y en alguna entrevista, siempre lamentándose de lo que considera un accidente fortuito que destruyó su familia–, el capitán ha mostrado una actitud bien distinta. Siempre que ha podido, y normalmente previo pago, ha contado su historia, que difiere de la versión inicial que dio en el momento. Explicó el cambio de su relato por la influencia de los abogados de su entonces todavía jefe, que le habían manipulado. En esta contradicción y en el hecho de que se haya lucrado con su implicación en el oscuro episodio residen las principales dudas sobre la veracidad de su testimonio. Este se centra ahora en una pelea muy violenta y dramática entre el matrimonio que se vio cortada de pronto con un repentino silencio. Según Davern, Wagner subió tras este silencio a donde él se encontraba y estuvo bebiendo con él durante largo rato, hasta que volvió a bajar al camarote en el que había discutido con Natalie para reaparecer instantes después diciendo que ella se había ido.

Este episodio se vuelve más sospechoso si es verdad que, como defiende Davern, Wagner no quiso llamar inmediatamente a los guardacostas para denunciar la desaparición de Natalie ni quiso tampoco encender los reflectores del barco para buscar a su mujer, escudándose en no querer provocar un escándalo. A lo largo de los años, Davern ha sugerido con mayor o menor sutileza que Wagner estuvo implicado en la muerte de su esposa. ¿Había sido un asesinato? ¿Un accidente? ¿Había sido Natalie empujada en el fragor de una pelea? Las dudas razonables hicieron que en 2011 se reabriera el caso, alimentando de nuevo el interés mediático. Sin embargo, no se llegó a ninguna conclusión tajante, sólo cambiando la causa de la muerte de “ahogamiento accidental” a un poco satisfactorio y ambiguo “ahogamiento y otros factores por determinar”.

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Natalie Wood junto a James Dean en el rodaje de 'Rebelde sin causa'.© Cordon Press
LA LEYENDA
El propio Wagner comentó resignado en una ocasión “Las personas que están convencidas de que hubo algo más que lo que salió a la luz con la investigación nunca estarán satisfechas con la verdad. Porque la verdad es que no hay nada más que sacar. Fue un accidente”. Y precisamente como los accidentes son absurdos, estúpidos e impredecibles, resulta tan difícil conformarse con que ellos son la respuesta a la muerte de una de las actrices más emblemáticas de Hollywood.

Tenemos a tres actores famosos en un barco, un subtexto de celos sentimentales y profesionales, un cóctel de alcohol, algunas drogas –Davern ha declarado que Natalie y él se intercambiaban quaaludes por valiums– y la desaparición y muerte de una bella mujer. ¿Cómo no va a haber algo oscuro implicado en este cóctel?, piensa mucha gente. La historia del asesinato/homicidio/accidente mortal en un barco tiene un antecedente muy famoso que es puro Hollywood Babilonia: la historia de William Randolph Hearst, Marion Davies y la muerte de Thomas Ince (contada en, entre otras obras, la película El maullido del gato de Peter Bogdanovich). Es inevitable que en el subconsciente de muchos ambas historias estén relacionadas.
Por si fuera poco, con su muerte Natalie alimentaba el mito de una de las películas más emblemáticas de su carrera: Rebelde sin causa. Si James Dean había muerto en un accidente de coche al poco de terminar el rodaje y Sal Mineo había sido acuchillado cinco años antes, ahora le tocaba a ella, la otra protagonista, sufrir una muerte violenta e inesperada. La leyenda de Hollywood devorando a sus hijos una vez más.

Resulta amargo que la trayectoria de Natalie haya quedado en parte ensombrecida por las circunstancias de su muerte. Hasta en marzo de este año vio la luz un vídeo en el que la hermana de la fallecida, Lana Wood, se enfrentaba a Robert acusándole de poca colaboración en la investigación del caso.

Natalie era la adolescente perdida de Rebelde sin causa, la trémula enamorada de Esplendor en la hierba y la María de West side story, pero también la niña prodigio que tuvo que pelear por su independencia frente a su posesiva madre y que vio en el matrimonio con el atractivo Wagner una oportunidad de conquistar su libertad. Después vendría el divorcio, un matrimonio con Richard Gregson del que nacería su primera hija Natasha –en un gesto conmovedor la actriz bautizó a su hija con su verdadero nombre, ese que tuvo que cambiar para disimular sus orígenes rusos– y los once años que pasaron separados Wagner y ella hasta volver a casarse en el 72. Si aquello fue una historia de amor truncada por la mala suerte o si hubo algo más, sórdido y repugnante, es algo que difícilmente tendremos la certeza de saber jamás.


Robert Wagner volvió a casarse en 1990. Con 86 años, está prácticamente retirado. Sigue manteniendo la versión oficial sobre la muerte de Natalie. Sus hijas están de acuerdo con él, pero no así Lana Wood.
Christopher Walken ha rehusado hablar del tema desde 1981.
Dennis Davern ha publicado un libro y concedido entrevistas en las que acusa a Robert Wagner de ser el responsable de la muerte de la actriz. Vive en Florida y llamó a su primera hija Natasha.
El yate Splendour, bautizado así por Esplendor en la hierba, perteneció desde 1986 a otro dueño que lo tuvo atracado en Hawaii. En 2014, según varios tabloides, lo puso a la venta porque estaba "embrujado".
 
Los asesinatos de la madre asesina Marybeth Tinning
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Marybeth Roe nació el 11 de septiembre de 1942 en Duanesburg, un pequeño pueblo del estado de Nueva York. Su infancia fue una soledad continua. Su padre, Alton Roe, trabajaba para la General Electric. Fue una alumna aventajada, pero su padre siempre la menospreció.
La trataba con indiferencia y nunca le demostró amor. Por si fuera poco, sus compañeros de escuela se burlaban de ella, aunque intentaba ser amigable. Fue convirtiéndose poco a poco en una mujer solitaria y resentida, pero, sobre todo, con una enorme necesidad de amor y atención.

Marybeth obtuvo un trabajo como enfermera en el Hospital Ellis en Schenectady. Se casó en 1965 con Joe Tinning, un analista de sistemas de la planta de General Electric en la cercana Schenectady. Él y Marybeth Tinning eran miembros respetados de varias comunidades de la zona. Se mudaban frecuentemente.

Tuvieron dos hijos. Joe quedó encantado cuando Mary le informó que había quedado embarazada por tercera vez. En diciembre de 1971, nació una pequeña niña, Jennifer. Murió estando todavía en el hospital. Los Tinning estaban comprensiblemente consternados. Sólo más tarde pudieron asegurar los investigadores con un cierto grado de certeza, que la muerte de Jennifer fue la única muerte de los hijos de los Tinning que no era sospechosa.

En el funeral, los amigos y vecinos se volcaron en atenciones hacia Marybeth. Le prestaron toda la atención que no había tenido en toda su vida. Tanto cariño la aturdió, pero la hizo sentirse plena y dichosa. No sabían que sus amabilidades iniciaban una matanza sistemática que duraría varios años. Antes de partir hacia el sepelio, Marybeth comenzó un extraño ritual: lavó y planchó perfectamente toda la ropa que le habían comprado a su bebé. Luego la dobló y guardo cuidadosamente, junto con sus juguetes, en una caja de cartón. Selló la caja y la guardó en su casa.

Diecisiete días después de la muerte de Jennifer, el hijo de Joe y Marybeth Tinning, Joseph, de dos años, moría. La gente, consternada, acudió al sepelio de la mujer que perdía a otro hijo en apenas dos semanas. Esta vez hubo aún más cariño: una madre no merecía sufrir tanto. El ritual se repitió: lavó, planchó, dobló y guardó la ropa, colocó los zapatos del chico y sus juguetes en otra caja de cartón, que ocupó un lugar junto a la primera caja.


El 2 de marzo de 1972, Barbara, de cuatro años seguía a su hermano a la tumba. Los vecinos y amigos estaban consternados; no sabían cómo aliviar tanto dolor a la familia que sufría de aquella manera. En menos de tres meses, los tres niños habían sido arrebatados a sus devotos padres. Los amigos ofrecían sus condolencias. Los parientes consolaban a los Tinning. Y Marybeth, antes del nuevo entierro, realizó su ritual, obteniendo una tercera caja.

Aquellos que conocían a la familia quedaron deleitados cuando, nueve meses más tarde, Marybeth dio a luz a un varón, Timothy Tinning. Su alegría duró poco. Catorce días después de que Timothy entrara a este mundo, moría. La muerte fue atribuida al Síndrome de Muerte Infantil Repentina.

Un año y medio después de la muerte de Timothy, Marybeth paría a su quinto niño. Nathan murió el 2 de septiembre de 1975. Por primera vez, los médicos y autoridades locales tuvieron sospechas. Nathan había sido un niño saludable. Como en todas las muertes de los Tinning, se realizó una autopsia y, como siempre, la muerte fue atribuida a causas naturales. También, como en todos los casos, Marybeth realizó el ritual con las posesiones de sus hijos.

El Dr. Robert Sullivan, del Schenectady County Medical Examiner, supo de las tragedias que parecían perseguir a la familia como una maldición. Realizó una completa investigación de la muerte de Nathan, pero no pudo encontrar nada malo. Cualquier sospecha que él tuviera era disipada por los Tinning, quienes insistían en que se realizaran exámenes en todas las muertes de sus hijos.

Además, los Tinning eran ciudadanos respetables. Marybeth no tuvo más hijos por tres años y medio. Entonces vino Mary Frances, quien murió a los tres meses y medio.

Diez meses después nacía Jonathan. Murió a la edad de tres meses. los Tinning, culpándose a sí mismos por la pérdida de sus hijos naturales, intentaron quebrar la serie de muertes adoptando un niño negro, Michael.
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Jonathan Tinning
Ese fue el punto de quiebre. Un año más tarde, en marzo de 1981, Michael moría. La muerte de Michael fue diferente. Aquí no había genes defectuosos. El niño había sido adoptado. Una autopsia indicó que la causa de la muerte era una neumonía viral. Los pediatras y asistentes sociales le contaron a la policía de sus sospechas y sugirieron que si alguno de los hijos futuros de los Tinning muriera, un patólogo forense debía ser llamado al caso. Las autoridades sospechaban tanto que lograron que se exhumaran los cuerpos de Timothy y Nathan. No se descubrió nada extraño.

Pasaron tres años sin novedades. Luego, por octava vez, Mary quedó embarazada. El 20 de diciembre de 1985, cuatro meses después de su nacimiento, Tami Lynne moría. Siguió una intensa investigación. No se encontró nada que implicara a Marybeth, de quien ahora todos sospechaban que mataba a sus hijos.

Después de ser interrogada por diez horas, Marybeth confesó haber matado a tres de sus hijos: Timothy, Nathan y Tami Lynne. Fue arrestada y acusada de asesinato.

Durante su juicio, el jurado oyó su confesión como le había sido contada a los detectives. Al describir cómo había asfixiado a Timothy, Nathan y Tami Lynne, dijo que lo había hecho "con una almohada, porque no soy una buena madre". Estaba claro que la confesión era verídica y que Marybeth había asesinado a casi todos sus hijos, excepto al que murió primero.

La confesión fue un escalofriante relato de un asesinato a sangre fría. Se diagnosticó que Marybeth sufría el Síndrome de Munchausen por Poder. El 19 de julio de 1987, Marybeth Tinning fue encontrada culpable del asesinato en segundo grado de su hija Tami Lynne. Fue sentenciada a veinte años de prisión en la cárcel para mujeres en Bedford Hills, en Nueva York. Su emplazamiento para libertad condicional es en marzo de 2009. Y como macabro colofón, Marybeth fue empleada en la guardería de la prisión.
A día de hoy, todos los intentos de Marybeth por conseguir la libertad condicional han sido inútiles, sigue en prisión.
 
El asesinato de las hermanas Karubin
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Anne Margaret Lebensztejn nació el 5 de abril de 1959 en Bialystok (Polonia). Siendo muy joven, conoció a un hombre con quien vivió durante un tiempo, apellidado Karubin. Tuvo tres hijos con él: Caroline J. Karubin (nacida en 1987), Catherine (en 1988) y el hijo menor, Robert. Los tres nacieron en Mississauga, Ontario (Canadá).
Anne Margaret mantuvo sola a sus tres hijos, como madre soltera, después de que el padre de las niñas la abandonó. Por esos tiempos, desarrolló una dependencia al alcohol y constantemente sufría de profundas depresiones.
En 2002, sus hijas eran adolescentes. Caroline tenía 16 años y Catherine, 15. Anne Margaret tenía dos trabajos para poder seguir sosteniendo a su familia. Seguían viviendo en Mississauga, Ontario.
Pero las dos chicas estaban hartas. Las continuas borracheras de su madre las irritaba. Según sus propias palabras, detestaban que "desperdiciara tanto dinero en alcohol". También les molestaba que sus amigos poseían "mejores cosas, como piscinas y ropa". Odiaban de igual manera a Henry, el nuevo novio de su mamá.
Caroline y Catherine eran mentirosas consumadas. Las chicas estaban tan desesperadas por tener amigos, ser populares y disfrutar de más comodidades, que empezaron un juego con sus compañeros. Ellas crearon un proyecto de clase titulado: “Cómo matar a tu madre”. Y su proyecto de clase terminó siendo una broma que se convertiría en realidad.
A causa de su descontento, las hermanas empezaron a buscar en Internet la manera de matar a su madre. Catherine y Caroline creían que eliminándola tendrían derecho a cobrar su seguro de vida. Ya habían planificado que ese dinero lo gastarían en un viaje a Europa con sus amigos, así como en comprar una casa grande, con un patio lleno de marihuana. Sin imaginarse los macabros planes, la mujer estaba ahorrando dinero para poder pagar la educación universitaria de sus hijas.
Tras consultar varias páginas, las hermanas decidieron ahogar a Anne Margaret, porque creían que sería "rápido y espectacular". Después de formular un plan de asesinato, Catherine y Caroline informaron a sus amigos sobre sus planes. Pasaron largas horas conversando con ellos a través del chat de Messenger, contándoles lo que planeaban hacer. Entre ellos estaban Troy Fitzgerald y Alanna Snow, quienes luego testificarían en el juicio. Lejos de escandalizarse o intentar disuadirlas, todos ellos las animaban y se rieron de la idea de asesinar a Anne Margaret Karubin, festejando la ocurrencia. Ni uno solo de todos los que se enteraron de la conspiración hizo algo para tratar de salvar a la víctima; por el contrario, inclusive proporcionaron ayuda y consejos para que el plan resultase.
Caroline y Catherine querían matar a su madre la noche del sábado 11 de enero. Pero eso molestó a sus amigos, aunque no porque fuera a cometerse un homicidio. Estaban molestos porque si las chicas lo hacían, ellos no podrían irse de fiesta la noche siguiente. Tendrían que fingir que estaban tristes, llorar e ir al funeral y al sepelio. Habría que esperar al menos una semana antes de que pudieran emborracharse de nuevo. Para no molestar a nadie, las hermanas simplemente pospusieron el asesinato una semana.
El sábado 18 de enero de 2003, durante la comida, Caroline y Catherine comenzaron a darle vodka a su madre con el fin de que se emborrachase. Su plan era ponerla completamente ebria para que ella no pudiera resistir su ataque.
Junto con el licor, también le dieron analgésicos para disminuir el latido de su corazón. Seis tabletas de Tylenol 3 fueron parte del mortal cocktail. Luego esperaron a que los medicamentos y el vodka actuasen. Mientras esperaban, se comunicaban en línea con sus amigos, uno de los cuales terminó su conversación con la frase: "¡Buena suerte! Usen guantes".
Caroline y Catherine Karubin llenaron la bañera con agua y llevaron a Anne Margaret al baño. Ella tuvo dificultades para entrar en la bañera, debido a la mezcla de vodka y pastillas que le habían dado. Después de ponerse los guantes, Caroline y Catherine le dieron a su madre un masaje. En cuestión de minutos, Caroline le indicó que se pusiera boca abajo para que pudiera frotar su espalda. Una vez que Anne Margaret lo hizo, Caroline oprimió la cabeza de su madre hacia abajo, colocándola bajo el agua y no la soltó. Anne Margaret intentó oponerse, pero estaba demasiado sedada y casi no tenía fuerza. Caroline diría tiempo después que era físicamente dificultoso empujar la cabeza de su víctima bajo el agua y mantenerla en esa posición, pero que no era emocionalmente difícil. La tuvo allí durante cuatro minutos, al término de los cuáles alzó la cabeza de su madre y se dio cuenta de que ya estaba muerta.
Después de haber matado a su progenitora, Caroline y Catherine se fueron con sus amigos y sus novios a un restaurante cercano, "Jack Astor’s", donde celebraron su victoria. Más tarde. regresaron a su casa y llamaron al servicio de emergencia, informando entre sollozos desesperados que habían encontrado a su madre ahogada en la bañera.
El operador les dijo que la sacasen de la tina y le practicaran resucitación cardiopulmonar. Las hermanas seguían llorando por teléfono y le indicaron al operador que Anne Margaret no había podido ser resucitada. Cuando la policía llegó, creyeron firmemente en la versión de Caroline y Catherine.
Una amiga suya conocida como Ashley diría que el asesinato no parecía real, hasta que fue a la funeraria y vio a la víctima tumbada en un ataúd abierto. "Fue tan espeluznante. En realidad, no habría ninguna Anne Margaret Karubin alrededor otra vez. Éramos niños, pero todos inteligentes. Sabíamos lo que estaba pasando. No éramos adolescentes indefensos. Todos nosotros podríamos haber tomado un teléfono y denunciar el hecho. El caso es que no lo hicimos”.
El padre de las chicas se llevó a sus tres hijos a vivir con él. Un año después del asesinato, Caroline y Catherine celebraron una fiesta. Caroline, que estaba borracha, le dio a un hombre en la fiesta varios detalles sobre el asesinato de Anne Margaret y le presumió que ella y Catherine lo habían cometido. El hombre fue a la policía para denunciar lo que le habían dicho.
Caroline y Catherine Karubin fueron detenidas. El escritor y periodista Robert Mitchell recordaría tiempo después: “Dentro de la sala del Tribunal, dos chicas estaban de pie en la celda de los prisioneros, vestidas con pijama. Era una visión increíble. Me dije a mí mismo: ‘¿Por qué los policías no dejaron que se vistieran? ¿Qué estaba pasando en el mundo? ¿La policía realmente pensaba que esas niñas habían asesinado a su propia madre? La policía había cometido un terrible error. ¿Por qué ni siquiera les permitían a estas pobres niñas traumadas que llevasen sus osos de peluche con ellas a los Tribunales? Luego me enteré de que en realidad se negaron a vestirse. Preferían ir luciendo sus pijamas. Yo estaba en el juzgado Brampton esperando por otro caso cuando uno de los oficiales de la Corte me llevó aparte. Me preguntó si yo estaba allí por las dos chicas que acababan de ser detenidas por el asesinato de su madre, un año después de su muerte. Fue impresionante. Yo nunca había oído hablar del caso.
La policía nunca emitió un comunicado de prensa al respecto. Unos minutos más tarde, un abogado de la defensa, que me reconoció, se acercó a mí y dijo: "Oh, supongo que estás aquí por ‘Las Chicas de la Bañera’ ('Bathtub Girls'). Era un sobrenombre que con el tiempo se quedó con ellas. Después de su breve aparición en la corte, su abogado salió y dio una declaración. Dijo que el caso era simple. ‘Su madre se emborrachó. Tomó un baño. Y se ahogó. Caso cerrado’. Sabía en ese mismo momento que iba a ser un caso interesante y empecé a pensar que habría un libro y una película sobre ello en alguna parte”.
Después de su arresto, la policía incautó una computadora y un experto en crímenes de alta tecnología fue capaz de recuperar los chats que mostraban hasta qué punto la planificación fue parte del asesinato. Las palabras intercambiadas entre estas dos chicas y sus amigos a través de Internet y MSN eran absolutamente escalofriantes. Sus conversaciones estaban salpicadas de emoticonos con caras felices y la frase “LOL” de la risa en voz alta. Estos chats fueron utilizados por los fiscales de la Corona, Brian McGuire y Mike Cantlon, durante el juicio. Cantlon incluso describió una de las charlas entre Catherine y su amigo Justin como el equivalente a escuchar a un mafioso planeando un asesinato.
El juicio comenzó en noviembre de 2005 y duró ocho semanas. Para los asistentes, lo más terrible era que esas niñas o sus amigos no eran miembros de una pandilla. Eran estudiantes de honor, que decidieron convertirse en asesinos para encajar con los chicos populares en la escuela. El aspecto más llamativo del asesinato era que todos sus amigos académicamente superdotados no sólo no hicieron nada para detenerlas, sino que las animaron y les ofrecieron asesoría sobre la mejor forma de asesinar a su madre. Era un proyecto estudiantil.

Un psiquiatra dijo sobre el caso, que nunca vio ni un ápice de resistencia por parte de nadie. Sus amigos cercanos sabían que se iba a cometer un asesinato real. Estaban enterados de cuándo y cómo iba a tener lugar. Todos las apoyaron el proyecto con consejos e ideas sobre cómo deberían hacerlo para salirse con la suya. Ninguno tenía antecedentes penales y nunca había tenido problemas con la ley, pero eran displicentes sobre el asesinato. Uno de sus amigos, que sabía sobre el crimen desde antes, testificaría que el crimen equivalía a estar "viendo una película emocionante".
El juez Bruce Duncan diría al final que las chicas habían intentado cometer el crimen perfecto y casi se habían salido con la suya. Si Caroline no hubiese presumido de su crimen, nadie se habría enterado. “Hubo una total indiferencia de sus amigos cercanos y de muchos otros. Es como si la conciencia, la moral y la compasión, faltasen entre todo un grupo de adolescentes”, afirmó.
Las dos hermanas fueron condenadas a diez años de prisión. El padre de las niñas, sin éxito, intentó que Catherine cumpliera su condena bajo arresto domiciliario en su ciudad natal. Pasaron en prisión poco más de cuatro años. Caroline fue puesta en libertad en 2009, mientras que Catherine fue liberada un año después, en 2010.
Dado que ambas eran menores de 18 años en el momento del asesinato, sus identidades fueron protegidas bajo las leyes canadienses. Por orden del gobierno de Canadá, los nombres de las asesinas y de la víctima fueron cambiados. Anne Margaret Karubin se convirtió en “Linda Andersen”, Caroline Karubin en “Sandra Andersen” y Catherine Karubin en “Elizabeth ‘Beth’ Andersen”.
La distorsión llegó a tal nivel que se alteraron y borraron los registros y actas oficiales de los procesos legales, se censuraron las tomas de los noticiarios y las notas de prensa, se escondieron fotografías, se eliminaron los registros de Internet y se alteró la información sobre el caso, creando una ficha falsa en Wikipedia. Todo el poder del gobierno canadiense se volcó en proteger a las asesinas y darles una nueva vida, brindándoles casa, dinero, oportunidades escolares y laborales. Un estado más preocupado en cuidar de los asesinos que de las víctimas, con el dinero de los impuestos de sus ciudadanos.
Después de su liberación, Caroline Karubin fue aceptada en la Universidad de Waterloo con una beca de $2,000 dólares, proporcionada por el empresario Andreas Cordsen.
Estudió Ciencias de la Tierra con especialización en Geofísica. Muy pocos en la escuela sabían de su pasado.
Por su parte, Catherine Karubin viajó a Ottawa con la intención de presentarse a la universidad. Estudió allí la carrera de Derecho y años después se casó con Matthew Sleightholm, cambiando su apellido por el de su esposo. Tuvieron un hijo llamado Thomas Sleightholm.

Caroline Karubin se dedicó a hablar de su pasión por las rocas. El viernes 7 de marzo de 2014, dio una charla titulada "Historical Mineral Exploration: Ancient Egypt". Después hubo una cena con ella en el Hotel Heuther.
El caso del asesinato de Anne Margaret Karubin fue incluido en la serie de televisión Deadly Women en 2010; los nombres reales no se mencionaron. En 2014, se estrenó la película Hermanas perfectas (Perfect sisters), que retoma el caso, pero otra vez cambia los nombres de las asesinas y además inventa la justificación de que Henry, el novio de su madre, abusaba sexualmente de ellas, lo cual es falso y que según el director de la película, es un recurso narrativo para tratar de darles un motivo de peso para el crimen.
El matricidio también fue el tema del libro de Robert “Bob” Mitchell El Proyecto de Clase: Cómo matar a una madre. La verdadera historia de ‘Las Chicas de la Bañera’ de Canadá. El periodista, sin embargo, alteró los nombres de las asesinas y se negó a incluir cualquier fotografía que pudiera revelar su identidad. De esta manera, la impunidad otra vez se vio reforzada.

Anne Margaret Karubin fue enterrada en el Assumption Cemetery de Mississauga, Sección 7, Zona 3A, Tumba 54, en una tumba solitaria. Pese al tiempo transcurrido desde su cruel asesinato, su pareja, Henry, nunca dejó de llevarle flores.
 
La extraña desaparición de Dorothy Forstein (caso sin resolver)
Dorothy Forstein había vivido en un estado de pánico durante cinco años, desde la tarde del 25 de enero de 1945. Aquel día, después de dejar a sus dos hijos con unos vecinos, había ido a comprar rápidamente en un supermercado y había vuelto sola a la casa de tres pisos donde vivía en un suburbio de Philadelphia, en Estados Unidos. Al entrar en la casa, alguien salió del cuartito de debajo de la escalera y la agredió en la oscuridad. Sólo tuvo tiempo de gritar una vez.
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La policía irrumpió por la puerta de entrada de la casa de los Forstein y la encontró yaciendo en un charco de sangre. Tenía rota la mandíbula y la nariz, un hombro fracturado y muchas lesiones. Había dinero y joyas en la casa, pero no faltaba nada. El móvil había sido el asesinato, dijo la policía. El agresor había entrado en la casa sin dejar huellas dactilares, ni forzar ninguna puerta o ventana. Y tampoco se encontró el menor indicio de cómo había salido de la casa.

El juez Jules Forstein, su esposo, tenía una coartada irrefutable para la hora de la agresión. Y la señora Forstein no tenía enemigos conocidos. El agresor podía haber sido un enemigo de su marido, pero después de una investigación de varios meses, no se descubrió ningún sospechoso.
Dorothy Forstein, aunque físicamente se recobró
despacio, nunca llegó a reponerse emocionalmente de aquel ataque contra su integridad. Solía comprobar repetidas veces las cerraduras de seguridad que habían puesto en puertas y ventanas. Buscaba constantemente la compañía de parientes y vecinos, y a veces, durante aquellas reuniones, se sumía en un profundo silencio.

Una tarde de octubre de 1950, el juez Jules Forstein telefoneó a su esposa para decirle que llegaría tarde, pues tenía que asistir a un banquete político.

–No me retrasaré demasiado –le dijo–. ¿Va todo bien?

El juez raras veces dejaba solos a su esposa y a sus hijos, debido al incidente acaecido en la casa cinco años antes. Pero en esta ocasión, Dorothy estaba alegre y aseguró a su marido que todo marchaba bien.

–Espero que me extrañes –añadió.

Dorothy iba mejorando, se dijo el juez Forstein cuando volvió tarde del banquete esa noche, cinco años después de la agresión.

Ya dentro de la casa débilmente iluminada, lo primero que oyó fueron los gritos de sus hijos, Edward y Marcy. Les encontró acurrucados juntos en un dormitorio, llorando convulsivamente.

–Es mamá –le dijeron–. Alguien estuvo aquí y se llevó a mamá.

Forstein registró todas las habitaciones de la casa. Allí estaba su bolso, con el dinero y las llaves, pero Dorothy Forstein había desaparecido.

Marcy le contó, entre sollozos, lo que había pasado. La habían despertado unos fuertes ruidos en la noche y había corrido al dormitorio de su madre. A través de una rendija de la puerta, vio a su madre tumbada de bruces sobre la alfombra y una sombría figura inclinada sobre ella.

–Parecía mareada– gimoteó la pequeña.

Entonces el intruso había levantado a la madre y la había cargado sobre un hombro, con la cabeza colgando sobre su espalda. Vio que la niña le observaba y le dijo: “Vuelve a la cama. Tu madre se ha mareado, pero pronto estará bien”. Y bajó la escalera llevándose a Dorothy Forstein, que sólo vestía su pijama rojo de seda.

Cuando llegó la policía, no encontraron huellas digitales en ninguna parte. Además, parecía increíble que un hombre que llevaba una mujer a cuestas hubiese podido salir de la casa sin apoyarse en algo. ¿Y por qué no había tratado alguien de detenerlo al andar por una calle transitada, transportando una mujer inconsciente y en pijama? ¿Y cómo había entrado en la casa de los Forstein, con sus múltiples cerraduras de seguridad en puertas y ventanas?

La policía investigó en todos los hospitales de Philadelfia así como en pensiones, casas de reposo, hoteles y en el depósito de cadáveres. Las pesquisas no revelaron ninguna información sobre Dorothy Forstein y el caso nunca fue resuelto.
 
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