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- La conmoción que ha causado la muerte de la niña Asunta es comprensible, pero la sorpresa es un tanto ingenua. Existen de un modo generalizado y transversal las madres que cuando pasan apuros económicos pierden el control e ingresan de un modo imprevisible en el territorio de lo siniestro y de lo atroz.
La lealtad familiar está sobrevalorada. Es un mito el vínculo de la sangre y dan buena cuenta de ello los dramas que suele haber en las empresas familiares.
Mi bisabuelo echó a su hija de su colmado, por impotencia y por envidia; y luego, pasados los años, ella intentó incapacitarle para asegurarse la suculenta herencia. Mi abuela machacó a mi madre haciéndola sentir, probablemente con razón, una incompetente; y mi madre no sólo proyectó su odio hacia ella, sino también contra mi hermana, a quien siempre ha tratado, por motivos tan profundos como psicóticos, desde el más infundado de los resentimientos.
Mi hermana, que por cierto continúa viva y contenta, dirige el negocio familiar con aplomo y acierto, ha tenido que hacer frente a todo tipo de amenazas por parte de nuestra madre y su marido, e incluso ha necesitado la contundente presencia de su novio en algunas escenas porque enseñar la fuerza es la mejor manera de no tener que utilizarla.
La gente se vuelve loca por el dinero y por el poder, sobre todo cuando se siente acorralada. A veces, hasta el vínculo más sagrado deja de funcionar.
No he temido por la vida de mi hermana, ni por la mía, pero he visto a mi madre enloquecer de odio y mezquindad intentando culpar a los demás de su fracaso, convirtiendo en enemigos a los que la trataban de ayudar y ensañándose con el fruto de sus entrañas en lugar de tratar de proteger a su hija por encima de cualquier circunstancia.
Vamos al gimnasio, hacemos dieta y chequeamos nuestro estado de salud con análisis constantes. Solemos tener, en cambio, poco cuidado de nuestro equilibrio mental y de nuestra alma. La vida es a veces un abismo y la presión es muy difícil de soportar.
La soledad es la ecuación de la vida moderna y la locura y la enajenación son las previsibles consecuencias de nuestra era. Si eres débil, es difícil aguantar solo. Una chica angelical y una madre arruinada y deprimida. Por triste que sea, no me cuesta imaginar a la pobre Asunta drogada por su madre. Mi abuela disolvía váliums en el café con leche de su padre. Mi madre echó a mi hermana del negocio familiar cuando se dio cuenta de que entre los empleados era más popular que ella.
La vida es muy bestia y lo abominable nos persigue. La tragedia es el pan nuestro de cada día. Hay un ángel negro detenido en cada mejilla. No podemos vivir como si el mal no existiera. Lo terrible no puede siempre cogernos por sorpresa. Somos una máquina de hacer daño.
No estamos a salvo de lo monstruoso y, como Manuel Jabois contaba en su magistral crónica del pasado domingo, cuesta muy poco cruzar la línea divisoria entre el bien y el mal, y el lado amable de la vida está terriblemente cercano de su lado más brutal.
Mi madre era, como la madre de Asunta, una mujer afortunada que trataba de ser feliz hasta que la devoraron sus fantasmas.