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Lo comparto porque me parece un buen análisis con relación a Carlos y William
Columna: La reina Isabel II gobernó demasiado tiempo
"Su reinado, más largo que el de cualquier otro monarca británico en la historia, ha preparado el escenario para gran parte de la situación en la que se encuentra hoy la familia real".
A medida que gran parte de Gran Bretaña y el mundo esperan con el aliento cebo por el tratamiento contra el cáncer del Rey Carlos , es natural que muchos miren hacia atrás en el tiempo de su madre en el trono con una mezcla de nostalgia y arrepentimiento. Fue la naturaleza inmutable de la reina Isabel II, personificada por su adhesión inquebrantable al lema no oficial de la realeza de "Nunca te quejes, nunca expliques", lo que la convirtió en un accesorio constante en la vida de millones de británicos y miles de millones más en todo el mundo. Cuando murió en 2022, nadie menor de 70 años había conocido a otro monarca británico; pocos más jóvenes que su hijo podían recordar a Jorge VI , y mucho menos al desafortunado Eduardo VIII o Jorge V.
A todos los efectos, Isabel II era la monarquía británica. Pero su reinado, más largo que cualquier otro monarca británico en la historia, ha preparado el escenario para gran parte del predicado en el que se encuentra la familia real hoy en día. La reina Isabel II ha sido durante años, con mucho, la realeza británica más popular, un hecho que sigue siendo cierto incluso ahora.
Hay buenas razones para esto. Sirvió como un puente inconfundible entre los últimos días del imperio británico, en el que nació, y la era actual de la tecnología instantánea. Cuando se convirtió en reina, , la comunicación por telegrama era común; cuando murió, la aplicación Telegram se usaba con la misma frecuencia. Es difícil, si no imposible, pensar en una figura comparable que ejerció tal influencia, por simbólica que fuera, durante un período de inmensa transformación.
Fuera de Gran Bretaña, la Reina desempeñó un papel central en la construcción del poder blando del país a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Cuando, después de los años de austeridad y miseria de la posguerra, el país se estableció una vez más en la década de 1960 como una potencia mundial a tener en cuenta, gracias a las dobles fortalezas del astuto primer ministro Harold Wilson y la joven y telegénica Reina. Las virtudes de Wilson eran políticas; las de Elizabeth eran las de ser capaz de moderar la realedad con una accesibilidad aparente.
La difuenta reina, sin duda, tenía sus defectos. No era una mujer de ningún interés artístico o intelectual (a diferencia de su marido injustamente calumniado), y era más feliz cuando pasaba tiempo con su corrí . Ella podría ser una pobre jueza de carácter; su abierta preferencia por su segundo hijo, el ahora deshonrado príncipe Andrés, y su continua lealtad a él eran testimonio de eso. Y ella también podría ser lenta leyendo el estado de ánimo público. Notoriamente, se tomó días para hablar públicamente de la muerte de la princesa Diana en 1997. Según todos los informes, ella era reacia a hacerlo incluso entonces, sintiendo que había sido rebotada a hacerlo por el entonces primer ministro Tony Blair. Y podría ser criticada con justas por atenerse al conservadurismo en lugar de considerar la idea del progreso cuando se trataba de la monarquía; al final de su reinado, todavía era reconocible la misma institución, maltratada y sucia pero intacta, que había heredado, para su sorpresa y sorpresa, mientras estaba en Kenia el 6 de febrero de 1952.
Sin embargo, el mayor defecto de la Reina fue uno sobre el que no tenía control, y fue que estableció una expectativa increíblemente alta de lo que debería ser la monarquía que sus sucesores nunca podrían esperar estar a la altura. La reina Victoria hizo casi lo mismo, muriendo en 1901 después de casi 64 años en el trono , y permitiendo que cuatro monarcas posteriores se forcelearan a su paso, desde su hijo Edward “Dirty BertI” VII hasta Jorge VI. Solo la reina Isabel II pudo, medio siglo después, borrar los recuerdos del reinado de su tatarabuela, haciendo lo menos que pudo para alterar el carro de manzana monárquico. (Nunca ejerció un solo veto significativo a lo largo de su reinado). Hubo mucha charla sentimental, especialmente tarde, sobre “la nueva era isabelina”. Pero lo que más se parecía a su reinado fue una segunda era victoriana, a pesor de que el expansionismo británico y el excepcionalismo concomitante fueron reemplazados por un declive lento y gestionado hacia un poder medio.
Nada de esto fue culpa de la difunta Reina. Ella hizo todo lo que se podía esperar de ella, a veces incluso más. Tantas manos sacudidas, tantas cintas cortadas, tantas “¿Has llegado lejos?” consultas. Ella, o al menos los que la rodeaban, tenían una habilidad innegable para encontrar la frase adecuada en ocasiones públicas. Su despido de las acusaciones de racismo real del duque y la duquesa de Sussex después de su entrevista con Oprah Winfrey con “los recuerdos pueden variar” pareció poner fin a cualquier amenaza grave para la monarquía. Su promesa durante el COVID-19 de que "nos volveremos a encontrar" consoló a muchos en un momento en que dominaban la histeria y la incertidumbre. Ella puede, o no, haber disfrutado de su interpretación en La Corona como una ingeniva convertida en un hacha de batalla.
Pero una cosa que su creencia de toda la vida en el deber nunca habría permitido fue renunciar. Los recuerdos de esos terribles días a finales de 1936 nunca desaparecieron, cuando su tío Eduardo VIII, más tarde duque de Windsor, abdicó del trono para casarse con Wallis Simpson, que se había divorciado dos veces, pasándose la corona a su padre. Su decisión de seguir siendo Reina hasta el último momento posible, frágil pero todavía estrechando la mano de la desastrosa Primera Ministra Liz Truss, fue personalmente encomiable, pero ha dejado a Carlos III con la imposible tarea de heredar un legado demasiado grande para que cualquiera lo cargue.
Es interesante preguntarse qué habría pasado si el rey Carlos III hubiera heredado el trono años o décadas antes. Un Charles más joven tal vez habría sido un monarca más enérgico, a veces incluso intervencionista. En cambio, Carlos asumió el trono a los 73 años, y probablemente será recordado por la posteridad como un hombre de calentamiento a la inversa, ya sea que reine durante dos años o 20 más.
El mundo, o al menos las partes del mundo que todavía se preocupan por la monarquía británica, pueden verse obligados a mirar al príncipe Guillermo, de 41 años, para revitalizar la institución cada vez que se haga cargo. Sin embargo, un hombre que no tiene interés en la fe religiosa de la que será defensor, que ha sido acosado por rumores escurrudos, incluído el adulterio y cuya actitud hacia la Commonwealth parece ser que es mejor terminar sin demora, no es el guardián estable y obediente del trono que era su abuela.
Enrique IV de Shakespeare describió una vez la corona como "problemática" y dijo que "parecía en mí/pero como un honor arrebatado con una mano bulliciosa". Isabel II trató el honor de una manera bastante más sobria, y tuvo éxito, pero dejó una herencia imposible en el proceso. Y ese, sin duda, es su legado duradero: establecer un estándar que nadie más podría estar a la altura.
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Columna: La reina Isabel II gobernó demasiado tiempo
"Su reinado, más largo que el de cualquier otro monarca británico en la historia, ha preparado el escenario para gran parte de la situación en la que se encuentra hoy la familia real".
A medida que gran parte de Gran Bretaña y el mundo esperan con el aliento cebo por el tratamiento contra el cáncer del Rey Carlos , es natural que muchos miren hacia atrás en el tiempo de su madre en el trono con una mezcla de nostalgia y arrepentimiento. Fue la naturaleza inmutable de la reina Isabel II, personificada por su adhesión inquebrantable al lema no oficial de la realeza de "Nunca te quejes, nunca expliques", lo que la convirtió en un accesorio constante en la vida de millones de británicos y miles de millones más en todo el mundo. Cuando murió en 2022, nadie menor de 70 años había conocido a otro monarca británico; pocos más jóvenes que su hijo podían recordar a Jorge VI , y mucho menos al desafortunado Eduardo VIII o Jorge V.
A todos los efectos, Isabel II era la monarquía británica. Pero su reinado, más largo que cualquier otro monarca británico en la historia, ha preparado el escenario para gran parte del predicado en el que se encuentra la familia real hoy en día. La reina Isabel II ha sido durante años, con mucho, la realeza británica más popular, un hecho que sigue siendo cierto incluso ahora.
Hay buenas razones para esto. Sirvió como un puente inconfundible entre los últimos días del imperio británico, en el que nació, y la era actual de la tecnología instantánea. Cuando se convirtió en reina, , la comunicación por telegrama era común; cuando murió, la aplicación Telegram se usaba con la misma frecuencia. Es difícil, si no imposible, pensar en una figura comparable que ejerció tal influencia, por simbólica que fuera, durante un período de inmensa transformación.
Fuera de Gran Bretaña, la Reina desempeñó un papel central en la construcción del poder blando del país a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Cuando, después de los años de austeridad y miseria de la posguerra, el país se estableció una vez más en la década de 1960 como una potencia mundial a tener en cuenta, gracias a las dobles fortalezas del astuto primer ministro Harold Wilson y la joven y telegénica Reina. Las virtudes de Wilson eran políticas; las de Elizabeth eran las de ser capaz de moderar la realedad con una accesibilidad aparente.
La difuenta reina, sin duda, tenía sus defectos. No era una mujer de ningún interés artístico o intelectual (a diferencia de su marido injustamente calumniado), y era más feliz cuando pasaba tiempo con su corrí . Ella podría ser una pobre jueza de carácter; su abierta preferencia por su segundo hijo, el ahora deshonrado príncipe Andrés, y su continua lealtad a él eran testimonio de eso. Y ella también podría ser lenta leyendo el estado de ánimo público. Notoriamente, se tomó días para hablar públicamente de la muerte de la princesa Diana en 1997. Según todos los informes, ella era reacia a hacerlo incluso entonces, sintiendo que había sido rebotada a hacerlo por el entonces primer ministro Tony Blair. Y podría ser criticada con justas por atenerse al conservadurismo en lugar de considerar la idea del progreso cuando se trataba de la monarquía; al final de su reinado, todavía era reconocible la misma institución, maltratada y sucia pero intacta, que había heredado, para su sorpresa y sorpresa, mientras estaba en Kenia el 6 de febrero de 1952.
Sin embargo, el mayor defecto de la Reina fue uno sobre el que no tenía control, y fue que estableció una expectativa increíblemente alta de lo que debería ser la monarquía que sus sucesores nunca podrían esperar estar a la altura. La reina Victoria hizo casi lo mismo, muriendo en 1901 después de casi 64 años en el trono , y permitiendo que cuatro monarcas posteriores se forcelearan a su paso, desde su hijo Edward “Dirty BertI” VII hasta Jorge VI. Solo la reina Isabel II pudo, medio siglo después, borrar los recuerdos del reinado de su tatarabuela, haciendo lo menos que pudo para alterar el carro de manzana monárquico. (Nunca ejerció un solo veto significativo a lo largo de su reinado). Hubo mucha charla sentimental, especialmente tarde, sobre “la nueva era isabelina”. Pero lo que más se parecía a su reinado fue una segunda era victoriana, a pesor de que el expansionismo británico y el excepcionalismo concomitante fueron reemplazados por un declive lento y gestionado hacia un poder medio.
Nada de esto fue culpa de la difunta Reina. Ella hizo todo lo que se podía esperar de ella, a veces incluso más. Tantas manos sacudidas, tantas cintas cortadas, tantas “¿Has llegado lejos?” consultas. Ella, o al menos los que la rodeaban, tenían una habilidad innegable para encontrar la frase adecuada en ocasiones públicas. Su despido de las acusaciones de racismo real del duque y la duquesa de Sussex después de su entrevista con Oprah Winfrey con “los recuerdos pueden variar” pareció poner fin a cualquier amenaza grave para la monarquía. Su promesa durante el COVID-19 de que "nos volveremos a encontrar" consoló a muchos en un momento en que dominaban la histeria y la incertidumbre. Ella puede, o no, haber disfrutado de su interpretación en La Corona como una ingeniva convertida en un hacha de batalla.
Pero una cosa que su creencia de toda la vida en el deber nunca habría permitido fue renunciar. Los recuerdos de esos terribles días a finales de 1936 nunca desaparecieron, cuando su tío Eduardo VIII, más tarde duque de Windsor, abdicó del trono para casarse con Wallis Simpson, que se había divorciado dos veces, pasándose la corona a su padre. Su decisión de seguir siendo Reina hasta el último momento posible, frágil pero todavía estrechando la mano de la desastrosa Primera Ministra Liz Truss, fue personalmente encomiable, pero ha dejado a Carlos III con la imposible tarea de heredar un legado demasiado grande para que cualquiera lo cargue.
Es interesante preguntarse qué habría pasado si el rey Carlos III hubiera heredado el trono años o décadas antes. Un Charles más joven tal vez habría sido un monarca más enérgico, a veces incluso intervencionista. En cambio, Carlos asumió el trono a los 73 años, y probablemente será recordado por la posteridad como un hombre de calentamiento a la inversa, ya sea que reine durante dos años o 20 más.
El mundo, o al menos las partes del mundo que todavía se preocupan por la monarquía británica, pueden verse obligados a mirar al príncipe Guillermo, de 41 años, para revitalizar la institución cada vez que se haga cargo. Sin embargo, un hombre que no tiene interés en la fe religiosa de la que será defensor, que ha sido acosado por rumores escurrudos, incluído el adulterio y cuya actitud hacia la Commonwealth parece ser que es mejor terminar sin demora, no es el guardián estable y obediente del trono que era su abuela.
Enrique IV de Shakespeare describió una vez la corona como "problemática" y dijo que "parecía en mí/pero como un honor arrebatado con una mano bulliciosa". Isabel II trató el honor de una manera bastante más sobria, y tuvo éxito, pero dejó una herencia imposible en el proceso. Y ese, sin duda, es su legado duradero: establecer un estándar que nadie más podría estar a la altura.
Queen Elizabeth II Ruled Too Long
Her 70 years on the throne has set the stage for much of the predicament the royal family finds itself in today, writes Alexander Larman.
Un experto real lanzó una bomba diciendo que si #Diana hubiera estado viva, ella habría sido la madre del rey en el momento de la ascensión de #William al trono y #Camilla sería la reina viuda, lo que haría que Diana fuera más poderoso'. Y añade: "Camilla nunca iba a permitir eso". 
