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Swamp Dogg, ese ‘soulman’ imprescindible y desconocido
El músico publica un nuevo disco que le sitúa como uno de los últimos francotiradores del mejor ‘soul’ sureño


FERNANDO NAVARRO
Madrid -
28 ABR 2020


Swamp Dogg, en una actuación en Los Ángeles.


Swamp Dogg, en una actuación en Los Ángeles.REBECCA SAPP / EL PAÍS



El término “músico de culto” suele aplicarse con ligereza, pero en el caso del estadounidense Swamp Dogg (Portsmouth, 77 años) se puede decir que es la única forma de definirlo. Cantante, compositor, productor y propietario de sellos discográficos, este septuagenario acaba de publicar Sorry You Couldn’t Make It (Noise Recordings / Everlasting!), una obra que le sitúa como uno de los últimos francotiradores del mejor soul sureño. Un disco que se edita sin apenas trascendencia mediática, una constante en la vida de este creador que se ha pasado media vida transitando por los márgenes de la música afroamericana hasta el punto de que, sin alcanzar ningún éxito, no ha dejado de ser citado por colegas y prensa especializada como un músico entre músicos: un artista admirado por otros con más renombre y capaz de abrir puertas de exploración al soul como pocos.

No ha dejado ser así. Siempre inquieto, Swamp Dogg publicó hace dos años y en edad de jubilación Love, Loss and Auto-Tune, un álbum donde se metía de lleno en el proceso de grabación con el autotune, distorsionando su voz nasal hasta situarla en aguas de la electrónica. El resultado le quedó bastante irregular, pero demostró que su curiosidad está innata. Nadie de su quinta se había atrevido a hacer algo tan descabellado. También dejó claro que cuenta con buenos espadas que le apoyan. En el disco, participó la figura del blues tejano Guitar Shorty y la estrella indie Bon Iver. Este último vuelve a colaborar con él en su nuevo trabajo bajo su nombre real, Justin Vernon. No es el único. También colaboran un grande del country como John Prine, su última aportación conocida a un disco antes de fallecer el pasado 7 de abril por coronavirus, y la cantante Jenny Lewis.


Con Sorry You Couldn’t Make It, Swamp Dogg se deja de experimentos y ofrece un disco asentado en las raíces clásicas. Diez composiciones facturadas con elegancia y oficio, que se mueven entre el soul y el country. De alguna manera, este compositor del estado de Virginia, el mismo del que vienen pioneros del country moderno como The Carter Family o Patsy Cline, se adentra en un camino poco concurrido en la música estadounidense, pero cuyos mejores resultados han sido fascinantes. El country-soul, etiqueta sin ningún oficialismo, es una vía sonora que en los sesenta investigaron grandes referentes de la música afroamericana como Ray Charles, Percy Slegde, Arthur Alexander y Solomon Burke. Ray Charles ofreció en 1962 una obra maestra al respecto con el exitoso Modern Sounds In Country And Western Music. También buena parte de la obra de Solomon Burke en la misma época definió este territorio cuando arrimó su vozarrón de predicador góspel al country & western con sencillos tan solemnes como Cry To Me. De hecho, el resurgimiento de Burke, de la mano del productor Joe Henry -al más puro estilo del Johnny Cash con Rick Rubin-, llevó a este gigante del soul a revivir este género a principios del siglo XXI con discos como Make Do with What You Got y Nashville. De hecho, Swamp Dogg casi parece querer resucitar al propio Burke en su nuevo álbum, adoptando en la portada del disco una estética de vaquero negro muy parecida a la suya.

Sin embargo, Swamp Dogg se explica por sí solo. El country-soul ya estaba desperdigado en algunos de sus discos de los setenta. Satírico e impredecible, este cantante, cuya voz remite al sonido de las viejas grabaciones de Memphis o Alabama, es considerado una de las grandes figuras de culto de la música estadounidense. Su nuevo álbum constata su talento para crear canciones espirituales, con los elementos básicos del soul y el country. Estampas confesionales de un hombre que, cuando no está probando trastos de electrónica o modas determinadas, sabe abrir su alma con lo sencillo. Y cuando lo hace suele maravillar. Los medios tiempos de su nuevo álbum así lo demuestran. I’d Rather Be Your Used To be, A Good Song o Please Let Me Go Round Again.

Swamp Dogg empezó a cantar bien joven, aunque antes de ponerse ese nombre artístico en 1970 se llamaba Little Jerry Williams. Grabó su primera canción con 12 años y como adolescente empezó en el circuito del rhythm and blues a principios de los setenta con un moderado reconocimiento regional. Lo compaginó con el apoyo de otros músicos locales hasta que su conocimiento del sonido le llevó a ser fichado como productor por Atlantic, donde trabajó a las ordenes de Jerry Wexler, uno de los grandes instigadores del soul que trabajó con el propio Ray Charles, Aretha Franklin y Wilson Pickett, entre otros. Doris Duke, Dee Dee Warwick o Gary Us Bonds estuvieron a sus órdenes. El cambio llegó cuando, cansado del método de trabajo, decidió casi empezar de cero y reinventarse. Se puso el nombre de Swamp Dogg y pasó por Canyon, Elektra e Islands Records. En la década de los setenta dio rienda suelta a sus ideas que, bajo la premisa de Sly Stone, fusionaban soul, rock, funk y country como si todos los géneros naciesen de una misma pasión por emocionar. Si Swamp Dogg es admirado por músicos de toda condición, buena parte de culpa reside en sus discos de aquellos años como Total Destruction to Your Mind, Rat On, Cuffed Collared & Tagged o Gag a Maggot, en los que incorpora ideas alucinantes de la contracultura relacionadas con las drogas, el s*x*, la política radical y la política social. Incluso su forma de recitar sobre las bases anticipaba el rap y el hip hop que llegarían poco después.

Mientras encaró una carrera fuera del radar del éxito, pero muy prolífica en cuanto discos de calidad, siguió trabajando como productor y compositor de canciones para otros, que le valieron más respeto aún en la industria. Su sello discográfico estuvo detrás de ambrosías soul como Z. Z. Hill, Doris Duke, Irma Thomas y Freddie North. Desde los ochenta se movió como un forajido, con mucha carga política en su música a favor de la comunidad negra y probando distintas fórmulas con la electrónica. Sin miedo nunca a abrir una senda sonora nueva a su carrera. Su nombre ha sido siempre sinónimo de un músico sin paracaídas, un superviviente de un estilo tan variado como respetado. Ahora, Swamp Dogg, ese soulman imprescindible y desconocido por el gran público, regresa con Sorry You Couldn’t Make It, un álbum en el que parece mirar a su propia historia y, como reza su título, terminar diciendo: “Lo siento, no pudiste hacerlo”. Indudablemente, tratándose de este músico ingobernable e irónico todo lo dicho está carente de drama.

 
Cuarentena con Chombo, por Fernando Trueba
El director de cine y productor musical presenta hoy al original saxofonista cubano, que tocó con las grandes leyendas del jazz latino


FERNANDO TRUEBA

29 ABR 2020

El saxofonista cubano José 'Chombo' Silva.


El saxofonista cubano José 'Chombo' Silva.



José “Chombo” Silva fue un fantástico saxofonista cubano. Su sonido es la definición del “sabor”. Era un tipo discreto, reservado y un bohemio. Violinista de formación, a principios de los cuarenta tocaba con los Trovadores del Tono, donde conoció al gran pianista Peruchín, quien le aconseja pasarse al saxo. Juntos tocan de nuevo en los Swing Boys, la big band de Emilio Peñalver.

Tocó en muchas de las legendarias descargas de la época, con Peruchín, Julio Gutierrez... Grabó con el grupo de Cal Tjader y la orquesta de Machito. Tocó con Mongo Santamaría, Cachao, René Touzet, Charlie Palmieri, Ray Barretto, y con los Alegre All Stars...

Emigró a Nueva York en el 57 y su saxo y su violín suenan en muchos de los clásicos del jazz latino, pero probablemente debido a su personalidad solo grabó un disco como líder, tocando las canciones de Armando Manzanero.


Su última grabación fue en 50 Years of Cuban Jam Sessions de Paquito D’Rivera. Chombo era un Lester Young cubano, un Ben Webster latino, pero solo se parecía a Chombo, era un auténtico, un original.


Escucha directamente en Spotify esta y otras playlists de EL PAÍS

 
Thelonious Monk - Caravan


 
Última edición por un moderador:
Blues ácido del Magreb
El grupo franco-marroquí Bab L’Bluz debuta con ‘Nayda’, un arrebatador artefacto sonoro anclado, no atado, a la cultura gnawa


Javier Losilla - 15 AGO'20


Bogart dijo en la ficción que fue a Casablanca “a tomar las aguas”, pero Brian Jones, primigenio rolling stone, viajó en cuerpo mortal a Jajouka, al sur del Rif, en busca de trance y terminó cocinando con psicodelia la grabación que hizo a los sufís Masters Musicians of Jojouka (eran Jajouka, cambió la a por la o). Y Jimi Hendrix, tras asistir a una ceremonia Lila (gnawi) en Esauira, le dijo al músico que tocaba el guembri: “Eres un sanador de almas”. Otros músicos de rock buscaron solaz e inspiración en tierras del Magreb en los años sesenta y setenta del siglo XX, de la misma forma que los creadores marroquíes absorbieron, en mayor o menor medida, las envolturas ácidas de esa época. Bob Jalil, Abdou El Omari, Nass El Ghiwane, Lemchaheb y Jil Jilala, cada uno a su manera, combinaron psicodelia y tradición, y grupos como Les Frères Negri y Golden Hands se decantaron directamente por el rock ácido. Ya en los años ochenta, el trance de los gnawa se coloreó con tonos sinestésicos en la música de Hassan Hakmoun, nacido en Marrakech y residente en Estados Unidos.

Hoy, la lisergia del blues del norte de África tiene nuevas pulsaciones con Bab L’Bluz, cuarteto franco-marroquí que el año pasado fue una de las grandes apuestas del festival Visa for Music, de Rabat, y que ha debutado con Nayda!, un arrebatador artefacto sonoro anclado, que no atado, a la cultura de los gnawa, subsaharianos que llegaron como esclavos al Magreb. Bab significa puerta, y Bluz es una forma de escribir blues. Nayda es vocablo polisémico. En Marruecos significa generalmente elevarse o alzarse, pero en el árabe dialectal (dariya) nombra a un movimiento festivo de la juventud urbana, no exento de un componente de protesta, y también a una forma de renovación artística. Así que bien podríamos hablar de un despertar espiritual y social (una de las piezas del disco está inspirada en un poema del activista tunecino Anis Shoshan Bab). Bab L’Bluz forma parte de la nueva hornada de creadores marroquíes que aúna herencia y modernidad, compromiso y celebración. Sigue así de alguna manera el latido que impulsó la carrera del grupo Nass El Ghiwane tras la independencia de Marruecos.

Una nueva hornada de creadores magrebíes aúna herencia y modernidad, compromiso y celebración

Bab L’Bluz surgió en 2018 en Marrakech del encuentro de Yousra Mansour y Brice Bottin. Rehabilitar la tradición especiándola con otras músicas, y narrar las vicisitudes del tiempo presente fueron los elementos que animaron la creación del grupo. Dice Yousra que Nayda! es una invitación a cuestionar todas las formas de dogmatismo. Ella es la voz cantante de la formación. Toca el guembri, especie de laúd de tres cuerdas, con caja rectangular recubierta de piel, instrumento habitualmente manejado por hombres (la argelina Hasna El Becharia fue una de las pioneras, y la marroquí Asmâa Hamzaoui, que lidera la banda Bnat Timbouktou, es una de las intérpretes más jóvenes), pero en su versión awicha; es decir: en formato pequeño, que hace sonar como una guitarra. En casi todas las canciones usa el árabe dialectal, coincide con Hendrix en las propiedades curativas de la música gnawi, y advierte que Bab L’Bluz es “más que otra cosa, una banda de rock”. Con Yousra dan forma al grupo Brice Bottin, guembri, segunda voz y percusiones; Hafid Zouaoui, batería, pad, samplers y voces, y Jérôme Bartolome, flauta, karkabs, percusiones y voces.

Blues ácido del Magreb


Música gnawi, vibraciones chaabi y bereber, ritmos mauritanos (se recrea una pieza de Dimi Mint Abba), canciones saharauis, destellos de rock, aderezos instrumentales de la India… El de Bab L’Bluz es un universo en expansión; un territorio sonoro que traspasa límites. Composiciones como ‘Gnawa Beat’, ‘Ila Mata’ y ‘Bab L’Bluz’ son gozosos paradigmas de un trance que hace saltar los plomos. ¡Nayda!
Nayda!
Bab L’Bluz. Real World.
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Muere Jack Sherman, guitarrista de Red Hot Chili Peppers

20MINUTOS 22.08.2020 - 10:47H

Sherman ha muerto a los 64 años.

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Jack Sherman (segundo por la derecha), junto a la banda Red Hot Chili Peppers.@chilipeppers


Jack Sherman, exguitarrista de Red Hot Chili Peppers, ha muerto a los 64 años por causas que se desconocen.

"Desde Red Hot Chili Peppers nos gustaría desearle a Jack Sherman una suave partida hacia el más allá tras haber fallecido", ha indicado la banda en un comunicado publicado este sábado en su cuenta oficial de Instagram.

"Jack tocó en nuestro álbum debut, así como en nuestra primera gira por los Estados Unidos. Era un tipo único y le agradecemos todos los momentos buenos, malos y intermedios", concluye el grupo.


Sherman fue el guitarrista del primer álbum de la banda estadounidense tras reemplazar a Hillel Slovak en el debut en 1983 y fue coautor del siguiente disco, Freaky Styley, lanzado en 1985. No obstante, fue reemplazado por Slovak antes de la publicación del disco.

Posteriormente, Sherman apareció en otros trabajos, como Mother's Milk o el EP The Abbey Road. A pesar de ello, el guitarrista se quedó fuera cuando la banda fue incluida en el Salón de la Fama del Rock & Roll hace ocho años.

Original:
 
Charlie Parker, la heroína y el whisky mataron al mito a los 35 años

JAVIER BLÁNQUEZ
Sábado, 5 septiembre 2020 - 02:07
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El famoso saxofonista era capaz de tocar completamente drogado y borracho, pero tantos años de excesos le acabaron pasando factura y precipitaron su muerte cuando apenas tenía 35 años.

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El gran saxofonista Charlie Parker. ARCHIVO

Uno de los retratos más veraces y de primera mano que se han hecho de Charlie Parker, de su genialidad como músico y de su infierno personal derivado de la adicción a la heroína y al alcohol, se encuentra en la autobiografía de Miles Davis, que el trompetista dictó al periodista Quincy Troupe en 1989.

A mediados de la década de los 40, cuando Davis tenía 19 años y había ido a estudiar música a Nueva York, más que sentarse en clase, lo que le interesaba era pasear de noche por los garitos de la Calle 52 y de Harlem en busca de Bird, que unos años antes había iniciado la aventura del bebop, la última revolución del jazz: anguloso, abstracto, abierto a expandir los límites armónicos conocidos en la música negra.

Bird era imprevisibile, podía aparecer o no, y un día Miles tuvo suerte.

"Giré en redondo y ahí estaba Bird, con peor aspecto que un hijop*ta", relataba Miles. "Vestía un traje arrugado y lleno de bultos, con el cual parecía haber dormido muchas noches. Tenía la cara hinchada y los ojos hundidos y enrojecidos."

La biografía oficial de Charlie Parker indica que en 1936, a los 16 años, sufrió un accidente de tráfico y le recetaron morfina para calmar el dolor. Más adelante, acostumbrado a la sensación, experimentó con la heroína, se hizo yonqui y empezó a pincharse a diario. La adicción marcó su destino.

A principios de 1940, aún había cierto equilibrio en la vida de Parker: tocaba el saxo tenor como un dios -sus solos eran los más audaces del jazz, distaban a años luz del aburrimiento organizado y previsible del swing-, y mantenía una vida de vicio propia de quien se movía por ambientes disolutos, poblados por camellos y golfos.

Ganaba dinero, amasaba prestigio entre los aficionados al nuevo jazz de vanguardia, aunque había un sector conservador -sobre todo blanco- que despreciaba sus aventuras. Era su etapa imperial. "Podía tocar como un hijop*ta incluso cuando se caía de borracho o cabeceaba amodorrado por la heroína", recuerda Miles.

Sin embargo, a partir de 1944, con sólo 24 años, su declive fue lento pero constante, en una pendiente de 10 años envuelta en episodios desagradables, patéticos o grotescos, y que le llevaría a morir, olvidado de casi todo el mundo, en 1955.

"Una noche bajábamos en un taxi y a Bird lo acompañaba una put* blanca", cuenta Davis en sus memorias. "Se había inyectado heroína y comía trozos de pollo, y bebía whisky y le estaba diciendo a la put* que le chupase el cipote y él le correspondía lamiéndole el coxx. Me preguntó si me pasaba algo, si lo que hacía me molestaba."

Ambos músicos compartieron piso durante un tiempo. Parker se gastaba el dinero en drogas, empeñaba el saxo y los trajes, había empezado a deslizarse por la pendiente que le llevaría a la ruina.

"Constantemente intentaba sablearte, cuando no estafarte, para conseguir dinero, que enseguida se gastaba en heroína o whisky. Nunca devolvió un centavo a nadie".

Davis recuerda otra anécdota más: "Una vez le dejé en mi apartamento para ir a la escuela y cuando volví a casa el hijop*ta había empeñado mi maleta y estaba sentado en el suelo, cabeceando, después de haberse pinchado".

Su situación se agravó a partir de 1946, cuando fue a Los Ángeles para unas sesiones de grabación, que conformaron parte de su exigua discografía.

Consiguió desintoxicarse de la heroína, pero se volcó en el alcohol. "Bebía como una esponja y estaba cada día más gordo. Por primera vez tocaba realmente mal".

Ingresó en una clínica de rehabilitación, pero no funcionó. "Recibió un tratamiento de choque", relata Miles. "Fue tan intenso que casi se partió la lengua de un mordisco".

A la larga, le mató el alcohol: deprimido, deteriorado, aquejado de cirrosis y afectado por la muerte de su hija de tres años, intentó suicidarse por dos veces en 1954.

En 1950, la revista Down Beat había publicado un artículo sobre lo extendida que estaba la heroína en el jazz.

No sólo era Charlie Parker: Miles Davis también se inyectó caballo, como Bud Powell, Sonny Rollins o Fats Navarro.

Era una moda sin sentido. "Nunca comprendí por qué Bird se entregaba a tanta actividad destructiva.

Estaba por encima de aquello. Era un intelectual. Solía leer novelas, poesía, historia, cosas así". Y en esa fricción entre la aventura vanguardista del jazz y los merodeos por los bajos fondos se fraguó la leyenda de Bird, un genio que aspiró a volar alto y le arrastró su irrefrenable pulsión de muerte.

 
40 años sin la sublime adicción a Bill Evans
RAFAEL J. ÁLVAREZ
Lunes, 21 septiembre 2020 - 01:34

Se cumplen cuatro décadas de la desaparición de un pianista lírico, improvisador y genial que cambió la música del siglo XX. Fue el único blanco de 'Kind of Blue', el disco más importante de la historia del jazz, y tocó con las manos hinchadas por los pinchazos de cocaína hasta cuatro días antes de morir en el hospital.

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