Pink Floyd

La colección de autos más espectacular del mundo del rock es del baterista de Pink Floyd
Nick Mason ostenta uno de los garajes más codiciados del planeta y es un apellido ilustre entre los coleccionistas. El único integrante de la legendaria banda británica que estuvo presente en todos sus álbumes también compitió en Le Mans





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Nick Mason es uno de los propietarios famosos de los pocos Ferrari GTO de principios de los 60. Ronda los 35 millones de Euros.

Nicholas Berkeley Mason, músico, productor, escritor. O Nick Mason, a secas, el eterno baterista de uno de los grupos de rock más importantes y taquilleros de la historia, Pink Floyd. Es el único integrante de la legendaria banda británica que estuvo presente en cada uno de sus álbumes y también el creador de algunas de las composiciones más populares, como Echoes y Time, entre otras. Pero a la par de millones y millones de copias vendidas en todo el planeta durante décadas, Mason fue moldeando también su apellido ilustre en el mundo de los autos. Sobre todo entre los coleccionistas de clásicos, rubro en el que puede darse el lujo de ostentar uno de los garajes más fantásticos del planeta. Y el más envidiable del mundo del rock.


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Mason en Goodwood sobre un Auto Unión Type C de 1936, uno de los clásicos más importantes de todos los tiempos.

En la localidad de Cotswolds, Inglaterra, Mason atesora en un hangar unos 50 clásicos de los más valiosos de la historia automotriz, aunque se estima que por sus manos han pasado más de 300 vehículos durante los últimos 40 años. Un Olimpo en donde el baterista tiene su propia oficina y por donde desfilan infinidad de modelos, de esos con frondoso prontuario, para su restauración y disfrute.


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¿Fanático? El baterista tiene pasión por los clásicos y cuenta con varias Ferrari de colección. Además de una batería.



Fuera de la música, a Mason se lo asocia inmediatamente con uno de los clásicos más codiciados, como es la Ferrari GTO. El es uno de los propietarios más famosos de esta joya, con la que suele participar en festivales de velocidad de clásicos, como Goodwood. Y como buen amigo de varios ex pilotos, no duda en compartir el volante de su tesoro con algunos privilegiados: por ejemplo, el ex Fórmula 1 Jean Alesi y los hermanos Darío y Marino Franchitti, este último casado con su hija Holly, también piloto y habitué de los eventos automovilísticos junto a su padre y su madre, Annette, la segunda esposa de Nick. La presencia de los Mason en los festivales por supuesto siempre genera gran atracción para figuras de renombre, ex pilotos, fabricantes, coleccionistas, fanáticos. Y él no duda luego en compartirlo en su Facebook personal.


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El Lola T297 que usó para correr en Le Mans en 1979 y 1980, con la decoración de "The Wall".

Sus mejores fotos y las imágenes más emblemáticas lo muestran con su Ferrari GTO, tal como él mismo reconoce, su auto preferido. Pero también guarda en su selecto grupo de intocables un potente Bentley 4 1/2 Litre negro que perteneció durante más de 35 años a su padre. Es, tal vez, parte de la explicación de la pasión de Mason por los autos. Antes de la Segunda Guerra, cuando él era chico, su padre, Bill, trabajaba como director de documentales y rodaba películas de automovilismo para las que utilizaba el Bentley como coche-cámara.



El creciente hobby de Nick tomó su mayor impulso luego del tremendo éxito del disco The Dark Side Of The Moon, que Pink Floyd lanzó en 1973. Desde entonces, el baterista fue concretando varios de sus sueños y no tardó en engrosar su colección de clásicos. Su pasión por las carreras también lo llevó a la pista. Mason cumplió con su sueño de pequeño: debutó en la edición 1979 de la tradicional Le Mans. Ocurrió durante el proceso creativo del álbum The Wall, y lo hizo con un Lola T297. Terminó 18º y lejos de otra figura estelar: nada menos que Paul Newman, que fue segundo con su Porsche. De todas maneras, compitió en otras cuatro ediciones, hasta 1984. Sueño más que cumplido para Nick.


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Su primer auto fue un Lotus Elan.

“Mi primer coche de banda de pago fue un Lotus Elan. Era un coche nuevo en ese momento. Su número de matrícula era 21PF, lo que me parecía muy apropiado”, contó Mason en una entrevista para Bloomberg. En su hangar también descansa un Aston Martin rojo que fue el primer auto que pudo comprarse con el dinero ganado como baterista de Pink Floyd.


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Mason en la edición 1979 de Le Mans. Terminó 18º. Ese año compartió pista con Paul Newman.

Ellos se entremezclan con una Ferrari 275 Daytona amarilla de carreras, una Bugatti T35, el modelo de los años 20 que inició la leyenda de la marca, y un Jaguar D-Type con el que compitió en varias carreras de clásicos durante los años 70 y 80. Guarda también el Lola T297 de Le Mans, una Ferrari 512S y una F50 (modelo por el 50 aniversario de la marca), y una imponente LaFerrari azul, el superdeportivo híbrido presentado en 2013 por la casa de Maranello del que solo se hicieron 499 unidades. No puede faltar en esta exquisita exhibición un Porsche 962, considerado de los modelos deportivos más exitosos de toda la historia por sus éxitos en la mítica Le Mans.


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Nick a punto se subirse a una Bugatti T 35, de mediados de los años 20. Es el modelo en el que empieza a gestarse la leyenda de la marca. Invalorable...

“La mecánica es sencillamente... brillante. Se pueden hacer conjeturas, probarlas y desarmarlas, pero en mi caso, generalmente tengo que pedirle a otra persona que las vuelva a armar. Luego, los pequeños ajustes que haces se convierten en cosas tangibles, como vueltas más rápidas y velocidades más altas. Estoy muy agradecido de tener esta pasión por los coches”. Lo dice Nick, coleccionista y leyenda.


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Tiene la Ferrari 512 S que formó parte del rodaje de la mítica película Le Mans protagonizada por Steve McQueen. Es conocida porque se incendió durante la filmación. Nick la restauró por completo.

 
A 30 años de The Wall en Berlín: Roger Waters recargado, peleas de egos, el ejército soviético y un show histórico
El 21 de julio de 1990, el gran músico inglés presentó su espectáculo ante casi 400 mil personas. Un show que tuvo importantes invitados y varias complicaciones en su producción. Cómo nació la obra. El peligro de las minas enterradas. Las peleas en Pink Floyd. La furia incontrolable de Sinead O'Connor

Por Matías Bauso
21 de julio de 2020









The Wall en Berlin 1990



La gira anterior de The Wall había sido un fracaso. Un show demasiado grande para un grupo demasiado roto. Los miembros de la banda sólo se juntaban sobre el escenario. No se podían ver. Literalmente. Los autos en los que eran llevados a los estadios estacionaban de manera tal que ellos cuatro no se cruzaran. Y los camarines de cada uno estaban ubicados a la mayor distancia posible. Todo era tan excesivo que sólo Rick Wright ganó algo de plata con la gira: Roger Waters lo había echado del grupo tiempo antes y lo recontrataron -a sueldo- para los recitales. El resto fue a pérdida.

Por eso cuando a Roger Waters le preguntaban por The Wall y la posibilidad de montar el show en vivo, prefería contestar con evasivas o sujetando la cuestión a condiciones imposibles. En 1989 un periodista repitió esa pregunta y él afirmó que no volvería a tocar The Wall en vivo hasta que el Muro de Berlín cayera. Cuatro meses después sucedió lo impensado. El Muro fue derribado y con él cayó el comunismo.

Waters inició conversaciones con Leonard Chesire, un ex aviador de las RAF que había creado Memorial Fund for Disaster Relief, una fundación destinada a ayudar a ex combatientes de diversas partes del mundo. La primera idea fue montar el show en el Cañón del Colorado. Pero un show de esas características, la logística y los cientos de miles de concurrentes podían provocar un colapso ecológico en la zona. Otros lugares fueron descartados. Por fin, se decidieron por Berlín. La obra a partir de esa decisión adquiría otro sentido. El sitio elegido no podía ser mejor desde lo simbólico. Estaba entre Potsdamer Platz y la Puerta de Bradenburgo en la zona en la que había estado el Muro, en la zona mixta, en ese purgatorio de la Guerra Fría. Sólo presentaba un (grave) problema. Se temía que todavía hubiera minas enterradas y que cientos de espectadores volaran por los aires. Hubo que realizar un rastreo intensivo para eliminar esa posibilidad.




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Roger Waters y Jerry Hall (Eddie Boldiszar/Shutterstock)

El anuncio del recital tuvo una enorme repercusión. Una obra que ya era un clásico, con millones de discos vendidos, con una película de culto basada en ella (cuyo efecto se multiplicó gracias a la irrupción del VHS), un lugar emblemático y un concierto que, debido a las dificultades para llevarlo a cabo, se había visto en sólo cuatro ciudades del mundo y hacía más de una década.

El otro aspecto que generaba emoción extra era la posible reunión de Pink Floyd. Waters y David Gilmour debían responder sobre la posibilidad de volver a tocar juntos en cada entrevista que daban. Pero el encono era profundo. Hasta podríamos hablar de desprecio.

Apenas surgió la posibilidad del rescate, el rumor de que Pink Floyd se reagruparía creció. Waters le informó a Gilmour y a Nick Mason por carta de su idea. Y les preguntó si estaban dispuestos a participar. Necesitaba la aprobación de los otros: una cuestión legal. No sólo obtuvo el visto bueno sino que sus ex compañeros se mostraron dispuestos a participar. Sin embargo, Waters nunca más se contactó con ellos.

En ese momento, a principios de los noventa, su carrera parecía estar en un pozo. Y muchos creían que tras la batalla de egos, sus compañeros habían quedado mejor parados. No sólo mantenían el nombre de la franquicia, Pink Floyd, sino que sus actuaciones en vivo atraían multitudes. A Momentary Lapse of Reason y Delicate Sound of Thunder, el doble en vivo de dos años antes, habían llegado hasta lo más alto de las listas de ventas. Mientras que Waters parecía ahogado en su megalomanía. Sus trabajos posteriores a su salida del grupo no habían sido demasiado bien recibidos pese a que, al menos The pros and cons of Hitch-Hicking tiene sobrados méritos artísticos. Esta presentación era un riesgo grande para él. Pero también, según su modo de ver, la oportunidad de mostrarle al mundo aquello que venía discutiendo con Gilmour y Mason desde hacía décadas y que para él no alojaba la menor duda: quién era el verdadero talento del conjunto.

Una manera de zanjar esa discusión sería que las partes del resto de la banda las hicieran músicos invitados con apenas unos días de ensayo. Lo que demostraría que el los otros eran intercambiables y que el único indispensable era él mismo, Roger Waters.






The Wall en Berlin 1990 - Bryan Adams



Todo había empezado mucho antes. En 1977, al final de la gira de Animals, Roger Waters protagonizó un incidente con un espectador que resumió cuál era su estado en ese momento. El show que presentaban era muy ambicioso. Durante el extenuante tour algo se fue rompiendo dentro de Waters. Así lo cuenta Michele Mari en Rojo Floyd: “Roger no soportaba la idea de que 80 mil personas hicieran barullo en lugar de seguir con atención el concierto, no soportaba los gritos, los cantitos, el bullicio , las manos que batían rítmicamente, los pedidos de canciones, no soportaba nada”.

El 6 de julio de 1977 en Montreal, en el show de cierre, un hombre no paraba de gritar en medio de las canciones. Hasta que Waters se cansó y le hizo señas para que se acercara al escenario; cuando lo tuvo a tiro, el músico lo escupió con todo el desprecio posible. Recién tomó conciencia de lo sucedido al finalizar la actuación. “Fue una actitud fascista”, reflexionó años después. Ese episodio dio origen a The Wall. La alienación, la persecución, el totalitarismo, la soledad. Eso convergía con su historia personal. El padre muerto en la guerra, la orfandad, la vida del rockstar. Todo trasladado a canciones que conformaban una obra conceptual contenida en un disco doble.

Cuando debían entrar a grabar el siguiente proyecto le propuso al resto este proyecto y otro. Al resto no le gustó demasiado ninguno de los dos pero no tenían contrapropuesta. Waters había trabajado y ellos no tenían nada para ofrecer a cambio. Así que votaron por The Wall. Roger se encargó de que el mundo se enterara que era obra suya. En el programa de los recitales originales lo decía y lo mismo en el afiche de la película que dirigió Alan Parker un par de años después.


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Roger Waters durante el show de The Wall en Berlín (Shutterstock)

El disco doble vendió más de 33 millones de copias. Aparecido en diciembre de 1979 parece el cante del cisne del rock grandilocuente de los setenta. Pink Floyd logró sumar otro clásico a su discografía. Another Brick in the Wall llegó al número uno y permaneció ahí durante un mes. Se coló entre Crazy Little Thing Called Love de Queen y Call Me de Blondie.

Los problemas personales entre los miembros de Pink Floyd, las desaveniencias creativas, las diferencias en la capacidad de trabajo produjeron la separación esperada luego de la publicación de The Final Cut.

Roger Waters sabía que cuanto más prestigiosas y exitosas fueran las figuras invitadas mayor chance tenía el show de tener visibilidad. Las primeras invitaciones cursadas hablaban de un Dream Team. Peter Gabriel, Bruce Springsteen, Joe Cocker, Rod Stewart. Los dos primeros tenían antecedentes de conciertos a beneficio (la gira de Amnesty que compartieron y Springsteen le sumaba No Nukes) pero se excusaron por motivos de agenda. Aunque es posible también que conocieran lo difícil que resultaba trabajar con Waters: Eric Clapton lo había hecho en Pros and Contras y no la había pasado demasiado bien. Cocker y Stewart confirmaron que estarían pero un cambio en la fecha los dejó afuera.

La caída de varias grandes figuras posibilitó que Waters con inteligencia recurriera a varias figuras locales pero con proyección internacional como Scorpions y la magnífica Ute Lemper.







The Wall en Berlin 1990 - Cindy Lauper



Cindy Lauper fue una de las primeras opciones de Waters y la primera en aceptar la invitación. La crítica la destrozó. Eran tiempos en que la cantante de pelo colorido y voz aguda no gozaba del favor crítico; había pasado su éxito de los ochenta y faltaban décadas para que se la volviera a valorizar. Su actuación, vista a la distancia, no parece haber desentonado con el conjunto. Es más, hasta se puede afirmar que fue muy buena.

La que sí tuvo problemas fue Sinead O´Connor. Casi que no podía ser de otra manera. Ninguno de los dos son personas fáciles de tratar y el prontuario de inconvenientes de relación de ambos es profuso. Luego del show se cruzaron acusaciones mutuas. El problema principal fue un corte de energía en medio del espectáculo que obligó a Sinead a simular que estaba cantando y un problema de retorno que no la dejaba escuchar a los músicos. “Apenas salí de escena corrí a Waters para molerlo a trompadas. Me hizo hacer playback, hizo que le mintiera al público. Eso sí, no lo alcancé: era bastante ágil”, declaró la cantante calva. Roger se quejo de la falta de profesionalismo de Sinead.

Dos grandes artistas involucrados fueron Van Morrison que cantó Comfortably Numb y Joni Mitchell que interpretó Goodbye Blue Sky, sin estar a la altura de su leyenda. También tocaron varios integrantes de The Band (Danko, Helm y Hudson), Marianne Faithfull, un sólido Bryan Adams, Thomas Dolby, James Gallway y The Hooters. Como actores invitados estuvieron Jerry Hall y Albert Finney entre otros.


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Sinead O'Connor y Roger Waters. Cuando terminaron de cantar ella estaba tan furiosa que lo corrió para pegarle (Shutterstock)

Uno de los más desfavorecidos fue Paul Carrack condenado por el diseño del espectáculo. El gran muro, La Pared, se iba levantando a medida que las canciones pasaban. Carrack cantó totalmente cubierto por la pared, en off. Una especie de cantante fantasma al que sólo se lo pudo ver en la transmisión televisiva y en fotos del backstage.

El silbatazo inicial (sí, un silbato militar) lo dio uno de los propulsores del proyecto, el ex piloto Leonard Chesire. Necesitaban también una banda militar para Bring the Boys Back Home. Mientras se aproximaba la fecha todos los intentos eran vanos. Hasta que alguien propuso invitar a la banda de las fuerzas soviéticas. El emisario que fue hasta el cuartel fue recibido con hostilidad al principio aunque la propuesta fue inesperadamente aceptada y los militares soviéticos participaron del show.

El concepto del show era similar al presentado en la época de Pink Floyd pero todavía más ambicioso: una marca de agua de Waters. La pared en este caso era mucho más grande. El diseño de Mark Fisher dispuso de un muro de 170 metros de largo por 25 de alto. La pared se completaba a lo largo del recital para desmoronarse al final. La imagen tiene una contundencia extraordinaria.

También estuvieron -no podían faltar- los dibujos y las animaciones de Gerald Scarfe que ya pasaron a ser una parte indisoluble de The Wall. Y los enormes muñecos y marionetas que inquietaban con su presencia escénica.

Se vendieron más de 300 mil entradas. Un récord. Pero horas antes del inicio las puertas se abrieron debido a la presión del público. Los organizadores quisieron evitar una masacre. Por lo que se considera que hubo al menos 100 personas más.

El recital se televisó a 52 países. Millones de personas lo vieron en todo el mundo. Los espectadores no se percataron de algunos problemas técnicos que surgieron gracias a la previsión de los organizadores. Hubo durante la presentación dos cortes de energía que la transmisión televisiva salvó empalmando imágenes tomadas la jornada anterior en el ensayo final.

El show fue editado en Cd y en DVD. Dos décadas después Roger Waters retomó The Wall. Emprendió una larga gira mundial. Llenó cada estadio en el que se presentó. En 2012 colmo 9 veces el estadio de RIver Plate en Argentina.



Un buen saldo de este show ocurrido hace treinta años es el que plantea Sergio Marchi en su biografía de Roger Waters: “Pese a todas las dificultades, The Wall Live in Berlín fue uno de los eventos más majestuosos e importantes de los que han sucedido en el largo devenir de la historia del rock. Se trató de ese momento epifánico donde la imaginación se convierte en realidad, cuando lo que no podía suceder, finalmente, acontece. Fue un evento que selló una era de la Historia, con mayúsculas: Alemania ya no estaba dividida. Algo de la herida original que dañó a Waters desde su más tierna infancia comenzaba a cicatrizar. Era lógico que los duros soldados soviéticos lloraran como niños al terminar el concierto: para ellos las cosas también habían cambiado. Ahora podían volver a casa”.

 

George Roger Waters
nacido el 6 de septiembre de 1943
uno de los miembros fundadores de la banda de rock Pink Floyd, donde ejerció como bajista a la vez que compartía, primero con Syd Barrett y después con David Gilmour, el papel de cantante principal.


 

¿Quién le echó una mano a Pink Floyd para conseguir su primer álbum número 1?​



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Rick Wright, David Gilmour, Roger Waters y Nick Mason, en una imagen de los años 70
Emi




Esteban Linés



29/03/2021 07:00




El pasado 2 de octubre se cumplía exactamente medio siglo de la salida al mercado de Atom heart mother, el quinto álbum firmado por la legendaria banda británica Pink Floyd. Fue una obra, como todas las del grupo en aquella época, memorable por varias razones.

En primer lugar porque se trataba de lo que los expertos denominan obra de transición, que en el caso del grupo significaba que comenzaba a abandonar la psicodelia tanto a nivel estético y conceptual y se adentraba en el rock progresivo.
Después de una experiencia frustrante de colaboración con Michelangelo Antonioni, la banda –integrada, tras la marcha de Syd Barrett, por Roger Waters, Nick Mason, Rick Wright y David Gilmour– se encontraba justo en el cambio de decenio trabajando con nuevo material.




Pink Floyd

Una imagen de época de la banda británica
Emi

Habían elegido como título provisional del futuro álbum The amazing pudding, aunque no les despertaba especial entusiasmo. El compositor y músico Ron Geesin, que estaba colaborando con ellos en la elaboración del nuevo disco -y que acabó firmando con ellos la primera cara del elepé ocupada por el tema que da título al álbum- , les sugirió que leyesen la prensa diaria para ver si encontraban algo que les sugiriese un título alternativo.
Y fue Roger Waters quien hojeando el Evening Standard se topó con la noticia de una mujer, Constance Ladell, a la que se le había practicado una operación de corazón y le habían puesto un marcapasos de plutonio radioactivo. Ello dio nombre al álbum en elaboración, Atom heart mother.

Para la portada, la banda también quería marcar distancias de lo hecho hasta entonces. Cuando se la encargaron, como habían hecho anteriormente, a la agencia Hipgnosis, les dijeron que no querían ninguna alusión escrita y visual a la banda y a su contenido, y que conceptualmente fuese lo menos Pink Floyd posible.

Trabajaron con el diseñador Storm Thorgerson, quien, inspirado por el famoso wallpaper con vacas de Andy Warhol, se dirigió a la campiña de Hertfordshire y fotografió a la primera vaca que vio, una frisona que su propietario identificó como Lulubelle III, y a otras del rebaño, que acabarían sirviendo para ilustrar el interior y la contracubierta del disco.

Rupturista​

Pese a la oposición radical de la discográfica Emi, el grupo publicó una de las portadas mas insólitas de la historia del rock hasta ese momento​

Hipgnosis presentó a Pink Floyd tres posibles imágenes: la vaca, una mujer entrando por una puerta y un buzo. Cuando Waters vio la fotografía de la vaca, se echó a reír y esa fue la elegida, pese a la oposición radical de su discográfica Emi, acrecentada cuando se enteró de que en la portada solo habría esa imagen y nada más.

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La insólita portada del álbum
Emi
Una portada rupturista -que en ediciones posteriores sí incorporó el nombre de la banda y del disco-que sin duda despertó misterio y curiosidad y que ayudó de alguna manera en que Atom heart mother acabara convirtiéndose en el primer álbum del grupo en conseguir el número uno en su Gran Bretaña natal.

 
Me encantaría conocer vuestra opinión sobre los discos A Momentary Lapse of Reason y The Division Bell. En r/PinkFloyd son los que reciben más hate de los fans, pero a mi simplemente me gusta más la dirección de Gilmour que la de Roger Waters...
 
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