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El día que los cerdos volaron en Barcelona
La banda Pink Floyd ofreció su primer concierto en España hace tres décadas. Algunos de los que estuvieron en aquel espectáculo narran cómo transcurrió
Andrea Nogueira Calvar
Madrid 25 SEP 2019 - 14:50 ART
Joan Francesc Mataró y Juan Manuel Álvarez posan con la banda tributo Echoes od Pink Floyd. consuelo bautista
El 20 de julio de 1988 el césped del hoy extinto Estadio de Sarriá desprendía el olor húmedo de la hierba mojada. Sobre las nueve de la noche el sol había empezado a caer y en los alrededores del campo de fútbol del Espanyol bullían los coches buscando aparcamiento. 40.000 personas intentaban acomodarse en el recinto. No había ningún partido. Estaba a punto de comenzar el primer concierto de Pink Floyd en España.
No eran ningunos novatos. Fue en 1966 cuando empezaron a presentarse por Londres con el nombre con el que harían mella en la historia de la música. La publicación Melody Maker recogió ese año: “El viernes pasado, The Pink Floyd —aún no se habían desecho del artículo inicial—, un nuevo grupo de Londres, se embarcó en su primer ‘happening’, un baile pop que incorpora efectos psicodélicos y técnica mixta, signifique eso lo que signifique”. Puede que “eso” hiciera referencia a la gran cantidad de LSD que circulaba en aquel momento —entonces esa droga era legal— en el panorama underground de la capital y que está asociado al desarrollo del rock psicodélico que enarboló la banda.
Pink Floyd se forjó en el movimiento contracultural de los años 60, primero con Syd Barrett a la cabeza. Sus letras surrealistas y los sonidos extraterrestres que incluían en sus piezas fueron configurando un sello que quedó acuñado por primera vez en 1967, en el álbum The Piper at the Gates of Dawn, grabado al mismo tiempo y en los mismos estudios, los Abby Road, que Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de The Beatles. Parece obvia, al menos en el título y el estilo de la portada, la influencia que ejerció la cercanía de los de Liverpool.
Barret dejó el grupo por problemas mentales solo un año después, con Gilmour ya incorporado para suplirle. Si hubo alguna duda de la continuidad del grupo, se disipó rápido. La maestría de los músicos, unida a una curiosidad exacerbada por las artes en general, les llevó a una experimentación acústica y visual la cuál los situó en la vanguardia del rock cósmico.
David Mataró enseña la entrada del concierto del 88. tolo ramón
Cuando Gilmour, Mason y Wright aterrizaron en España —Roger Waters ya lo había dejado— se trajeron toda la solera de su universo místico. David Mataró tenía 17 años y entonces residía en Barcelona. Iba por la calle cuando vio un cartel que promocionaba la parada del tour The Momentary Lapse of Reason en la ciudad. Su hermano mayor le había inculcado la pasión “por la buena música” y Pink Floyd estaba entre sus grupos favoritos. “Recuerdo que anunciaban como una novedad bestial el sonido cuadrafónico —cuatro altavoces ubicados en las esquinas del recinto—”, apunta David.
Joan Francesc Mataró, el hermano mayor, había descubierto a Pink Floyd a los 13 años. Escuchó los primeros acordes de un disco que le dejaron en la escuela. Lo capturaron. “No puedo olvidarme de aquel momento”, sentencia a sus 55 años. Los Mataró crecieron con aquellas “cosas modernas”, como las llamaba su madre, aficionada a la zarzuela. David le debe a Joan Francesc “los buenos momentos rodeados de vinilos” y sus primeros conciertos; también el de Pink Floyd en Sarriá.
Manel Calza, que entonces tenía 27 años, describe el estadio “a reventar”, con las entradas agotadas hacía días y el calor del verano azotando. Exalta el esfuerzo de jóvenes como él: “Hay que pensar que en aquella época ir a un concierto así era muy caro, tenías que ahorrar tus 4.000 pesetas”. Pink Floyd había tardado 20 años en llegar, pero eso, lejos de desanimar, espoleó a miles de fans, que se movilizaron para verlos. “La gente estaba con el mono de que viniesen y aunque llegaron tarde, con el grupo ya desmembrado, no dejaba de ser un acontecimiento que te hacía mucha ilusión; se había creado un mito, sabías que te iban a sorprender y así fue”, incide Calza.
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Lo primero que impactó a Juan Manuel Álvarez fue la descomunal construcción preparada para el evento, que ya se veía desde el aparcamiento. Con 23 años nunca había visto un montaje así: dos grúas de 50 metros de largo y 40 toneladas de peso se unían a láseres, poleas y luces. Álvarez echó a correr junto a sus amigos, nada más pisar el campo, para encontrar el mejor sitio posible. "Llegamos un poco justos, pero estábamos muy cerca”. Los Mataró, entrevistados por separado, rescatan de su recuerdo los mismos detalles sobre el arranque de aquella noche: el olor a césped mojado, la luz crepuscular, la apoteosis colectiva. Usan incluso las mismas palabras, como suele ocurrir con los recuerdos tantas veces compartidos entre personas cercanas.
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Manel Calza muestra parte de los objetos de su colección, algunos firmados por los músicos. consuelo bautista
Álvarez cita Shine on You Crazy Diamond como la primera canción del evento. “Cuando empezó, se me caían las lágrimas, todo lo que había soñado estaba ahí para verlo. Me acuerdo y me estoy emocionando”, apostilla. El novedoso sonido cuadrafónico, con los decibelios por las nubes, golpeó a todos los asistentes. Calza revive cómo los efectos sonoros que caracterizan a la banda, la caída de monedas o los alaridos de animales, barrían el campo, golpeando al público. “Ese sonido ha quedado olvidado porque en seguida llegó el digital, pero escuchar por primera vez la música que viene de todas partes….”, y lo deja en el aire porque acaba de encontrarse con el sentimiento de aquel instante.
Los grandes temas se fueron sucediendo en un éxtasis colectivo. Money, Welcome To The Machine, Another Brick In The Wall Part Two, Wish You Where Here o One These Days. On the Turning Away se iluminó con mecheros. “La panorámica era impresionante”, exclama Álvarez.El cerdo volador, la cama que parecían caer contra el suelo, el fuego que pretendía quemar a los músicos, la coordinación entre el contenido visual y el espectáculo musical. El ambiente era de ensoñación y catarsis. Todos aseguran que salieron de allí pensando que habían asistido al mejor concierto de su vida.
Al día siguiente la banda actuó en Madrid. La crónica de EL PAÍS decía: “Ante las casi 50.000 personas que abarrotaron el estadio Calderón demostraron que aquellos que hace más de dos décadas aportaron nuevas vías de expresión hoy han cambiado la innovación musical de antaño por investigaciones tecnológicas sobre el concepto del espectáculo. Este rizar el rizo y buscar el más difícil todavía tiene en Pink Floyd unos representantes cualificados”.
Entre los asistentes estaba Juan de Dios Valdés, siguiendo “extasiado y maravillado” el concierto. “Desde los primeros acordes de ‘Shine on Your Crazy Diamond’ hasta el apoteósico final de ‘Run Like Hell’ con el castillo de fuegos artificiales, todo fue un cúmulo de sensaciones liderados por la mágica guitarra de Gilmour”, subraya desde Elche, donde vive.
Juan de Dios Valdés, con los discos de la banda en su casa. TOLO RAMÓN
Valdés gestiona la página web Ruta Floyd, a la que están asociados los hermanos Mataró, Álvarez y Calza. Además de compartir todo tipo de noticias sobre el grupo, organiza viajes y eventos para celebrar a la banda que idolatra. En su cabeza atesora decenas de datos sobre los músicos; en su casa, todos los discos del grupo.
Seguidores para siempre
Pink Floyd volvió a España en 1994. Todos repitieron experiencia y todos coinciden: aunque el sonido y la ejecución fue mejor, nada iguala la emoción palpitante de la primera vez.
No por ello han dejado de asistir a los conciertos que sus miembros continúan ofreciendo en solitario. Calza ha ido este verano a Francia para ver a Nick Mason. En su casa tiene un cuarto dedicado a los “miles” de objetos que atesora del grupo, algunos de ellos firmados. Ha tenido que “robar espacio” a otras partes de la casa para seguir ampliando la colección. Su mujer, que lo acompañó a aquel primer concierto, lo consiente, dice, porque también es fan. “Aunque no tanto como yo”, matiza.
David guarda la entrada del primer concierto. Lo rememora cada cierto tiempo, cuando de repente suena una canción en la radio y vuelve a buscar los discos, que engulle de una sentada.
Joan Francesc y Álvarez van más allá. Tocan juntos las canciones de su grupo favorito en la banda tributo Echoes of Pink Floyd, que actúa en el área de Barcelona. Álvarez, que es el cantante, se ha puesto para la foto de este reportaje la camiseta que compró en el concierto del 88.
Pink Floyd se reformuló, se enfadó, se perdonó y sufrió la muerte de dos de sus miembros, pero a pesar de todo ha continuado vivo durante 50 años. Como dijo Gilmour en una ocasión: “Es inevitable, el conjunto es mejor que las partes”. Y su música, imborrable.
https://elpais.com/cultura/2019/08/09/actualidad/1565346173_316331.html
La banda Pink Floyd ofreció su primer concierto en España hace tres décadas. Algunos de los que estuvieron en aquel espectáculo narran cómo transcurrió
Andrea Nogueira Calvar
Madrid 25 SEP 2019 - 14:50 ART
Joan Francesc Mataró y Juan Manuel Álvarez posan con la banda tributo Echoes od Pink Floyd. consuelo bautista
El 20 de julio de 1988 el césped del hoy extinto Estadio de Sarriá desprendía el olor húmedo de la hierba mojada. Sobre las nueve de la noche el sol había empezado a caer y en los alrededores del campo de fútbol del Espanyol bullían los coches buscando aparcamiento. 40.000 personas intentaban acomodarse en el recinto. No había ningún partido. Estaba a punto de comenzar el primer concierto de Pink Floyd en España.
No eran ningunos novatos. Fue en 1966 cuando empezaron a presentarse por Londres con el nombre con el que harían mella en la historia de la música. La publicación Melody Maker recogió ese año: “El viernes pasado, The Pink Floyd —aún no se habían desecho del artículo inicial—, un nuevo grupo de Londres, se embarcó en su primer ‘happening’, un baile pop que incorpora efectos psicodélicos y técnica mixta, signifique eso lo que signifique”. Puede que “eso” hiciera referencia a la gran cantidad de LSD que circulaba en aquel momento —entonces esa droga era legal— en el panorama underground de la capital y que está asociado al desarrollo del rock psicodélico que enarboló la banda.
Pink Floyd se forjó en el movimiento contracultural de los años 60, primero con Syd Barrett a la cabeza. Sus letras surrealistas y los sonidos extraterrestres que incluían en sus piezas fueron configurando un sello que quedó acuñado por primera vez en 1967, en el álbum The Piper at the Gates of Dawn, grabado al mismo tiempo y en los mismos estudios, los Abby Road, que Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de The Beatles. Parece obvia, al menos en el título y el estilo de la portada, la influencia que ejerció la cercanía de los de Liverpool.
Barret dejó el grupo por problemas mentales solo un año después, con Gilmour ya incorporado para suplirle. Si hubo alguna duda de la continuidad del grupo, se disipó rápido. La maestría de los músicos, unida a una curiosidad exacerbada por las artes en general, les llevó a una experimentación acústica y visual la cuál los situó en la vanguardia del rock cósmico.
David Mataró enseña la entrada del concierto del 88. tolo ramón
Cuando Gilmour, Mason y Wright aterrizaron en España —Roger Waters ya lo había dejado— se trajeron toda la solera de su universo místico. David Mataró tenía 17 años y entonces residía en Barcelona. Iba por la calle cuando vio un cartel que promocionaba la parada del tour The Momentary Lapse of Reason en la ciudad. Su hermano mayor le había inculcado la pasión “por la buena música” y Pink Floyd estaba entre sus grupos favoritos. “Recuerdo que anunciaban como una novedad bestial el sonido cuadrafónico —cuatro altavoces ubicados en las esquinas del recinto—”, apunta David.
Joan Francesc Mataró, el hermano mayor, había descubierto a Pink Floyd a los 13 años. Escuchó los primeros acordes de un disco que le dejaron en la escuela. Lo capturaron. “No puedo olvidarme de aquel momento”, sentencia a sus 55 años. Los Mataró crecieron con aquellas “cosas modernas”, como las llamaba su madre, aficionada a la zarzuela. David le debe a Joan Francesc “los buenos momentos rodeados de vinilos” y sus primeros conciertos; también el de Pink Floyd en Sarriá.
Manel Calza, que entonces tenía 27 años, describe el estadio “a reventar”, con las entradas agotadas hacía días y el calor del verano azotando. Exalta el esfuerzo de jóvenes como él: “Hay que pensar que en aquella época ir a un concierto así era muy caro, tenías que ahorrar tus 4.000 pesetas”. Pink Floyd había tardado 20 años en llegar, pero eso, lejos de desanimar, espoleó a miles de fans, que se movilizaron para verlos. “La gente estaba con el mono de que viniesen y aunque llegaron tarde, con el grupo ya desmembrado, no dejaba de ser un acontecimiento que te hacía mucha ilusión; se había creado un mito, sabías que te iban a sorprender y así fue”, incide Calza.
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Lo primero que impactó a Juan Manuel Álvarez fue la descomunal construcción preparada para el evento, que ya se veía desde el aparcamiento. Con 23 años nunca había visto un montaje así: dos grúas de 50 metros de largo y 40 toneladas de peso se unían a láseres, poleas y luces. Álvarez echó a correr junto a sus amigos, nada más pisar el campo, para encontrar el mejor sitio posible. "Llegamos un poco justos, pero estábamos muy cerca”. Los Mataró, entrevistados por separado, rescatan de su recuerdo los mismos detalles sobre el arranque de aquella noche: el olor a césped mojado, la luz crepuscular, la apoteosis colectiva. Usan incluso las mismas palabras, como suele ocurrir con los recuerdos tantas veces compartidos entre personas cercanas.
Manel Calza muestra parte de los objetos de su colección, algunos firmados por los músicos. consuelo bautista
Álvarez cita Shine on You Crazy Diamond como la primera canción del evento. “Cuando empezó, se me caían las lágrimas, todo lo que había soñado estaba ahí para verlo. Me acuerdo y me estoy emocionando”, apostilla. El novedoso sonido cuadrafónico, con los decibelios por las nubes, golpeó a todos los asistentes. Calza revive cómo los efectos sonoros que caracterizan a la banda, la caída de monedas o los alaridos de animales, barrían el campo, golpeando al público. “Ese sonido ha quedado olvidado porque en seguida llegó el digital, pero escuchar por primera vez la música que viene de todas partes….”, y lo deja en el aire porque acaba de encontrarse con el sentimiento de aquel instante.
Los grandes temas se fueron sucediendo en un éxtasis colectivo. Money, Welcome To The Machine, Another Brick In The Wall Part Two, Wish You Where Here o One These Days. On the Turning Away se iluminó con mecheros. “La panorámica era impresionante”, exclama Álvarez.El cerdo volador, la cama que parecían caer contra el suelo, el fuego que pretendía quemar a los músicos, la coordinación entre el contenido visual y el espectáculo musical. El ambiente era de ensoñación y catarsis. Todos aseguran que salieron de allí pensando que habían asistido al mejor concierto de su vida.
Al día siguiente la banda actuó en Madrid. La crónica de EL PAÍS decía: “Ante las casi 50.000 personas que abarrotaron el estadio Calderón demostraron que aquellos que hace más de dos décadas aportaron nuevas vías de expresión hoy han cambiado la innovación musical de antaño por investigaciones tecnológicas sobre el concepto del espectáculo. Este rizar el rizo y buscar el más difícil todavía tiene en Pink Floyd unos representantes cualificados”.
Entre los asistentes estaba Juan de Dios Valdés, siguiendo “extasiado y maravillado” el concierto. “Desde los primeros acordes de ‘Shine on Your Crazy Diamond’ hasta el apoteósico final de ‘Run Like Hell’ con el castillo de fuegos artificiales, todo fue un cúmulo de sensaciones liderados por la mágica guitarra de Gilmour”, subraya desde Elche, donde vive.
Juan de Dios Valdés, con los discos de la banda en su casa. TOLO RAMÓN
Valdés gestiona la página web Ruta Floyd, a la que están asociados los hermanos Mataró, Álvarez y Calza. Además de compartir todo tipo de noticias sobre el grupo, organiza viajes y eventos para celebrar a la banda que idolatra. En su cabeza atesora decenas de datos sobre los músicos; en su casa, todos los discos del grupo.
Seguidores para siempre
Pink Floyd volvió a España en 1994. Todos repitieron experiencia y todos coinciden: aunque el sonido y la ejecución fue mejor, nada iguala la emoción palpitante de la primera vez.
No por ello han dejado de asistir a los conciertos que sus miembros continúan ofreciendo en solitario. Calza ha ido este verano a Francia para ver a Nick Mason. En su casa tiene un cuarto dedicado a los “miles” de objetos que atesora del grupo, algunos de ellos firmados. Ha tenido que “robar espacio” a otras partes de la casa para seguir ampliando la colección. Su mujer, que lo acompañó a aquel primer concierto, lo consiente, dice, porque también es fan. “Aunque no tanto como yo”, matiza.
David guarda la entrada del primer concierto. Lo rememora cada cierto tiempo, cuando de repente suena una canción en la radio y vuelve a buscar los discos, que engulle de una sentada.
Joan Francesc y Álvarez van más allá. Tocan juntos las canciones de su grupo favorito en la banda tributo Echoes of Pink Floyd, que actúa en el área de Barcelona. Álvarez, que es el cantante, se ha puesto para la foto de este reportaje la camiseta que compró en el concierto del 88.
Pink Floyd se reformuló, se enfadó, se perdonó y sufrió la muerte de dos de sus miembros, pero a pesar de todo ha continuado vivo durante 50 años. Como dijo Gilmour en una ocasión: “Es inevitable, el conjunto es mejor que las partes”. Y su música, imborrable.
https://elpais.com/cultura/2019/08/09/actualidad/1565346173_316331.html