Ópera y solo ópera.

El misterio Meyerbeer: de la gloria a la nada
¿Por qué ha desaparecido el operista y compositor más representado en el siglo XIX?



Foto: Apoteosis de Mayerbeer


Apoteosis de Mayerbeer



AUTOR
RUBÉN AMÓN
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ÓPERA
19/06/2020




Hace una semana recomendábamos la lectura de 'Los Europeos' porque el ensayo de Orlando Figes explora los orígenes de la promiscuidad cultural del continente. Y la manera en que los hitos tecnológicos de mediados del XIX -el ferrocarril, el telégrafo, la impresión industrial, la fotografía- predispuso el flujo de los artistas -de la creación-, el intercambio de las ideas y la democratización de la cultura misma. Se estaba fijando un canon continental y cosmopolita, pero impresiona el anonimato o la marginación con que se han desdibujado algunos artífices de aquella revolución. Empezando por Giacomo Meyerbeer, cuya fama y gloria en el siglo XIX - fue el operista más representado del siglo- son tan evidentes como su desaparición en las centurias posteriores.

No es demasiado explícito Figes en las razones de semejante degradación. Hipotetiza con la campaña antisemita que le organizó Wagner. Y plantea que Meyerbeer supo “vestir” sus obras de unos recursos extramusicales -espectaculares puestas de escena, argumentos políticos, periodistas amañados- que lo vinculan a un tiempo y a una coyuntura.

l compositor germano, baularte de la “grand opèra”, sería víctima del híbrido musical que él mismo había concebido y que no ha sobrevivido a la época que él mismo protagonizó: armonía germana, refinamiento francés, melodismo italiano.

Meyerbeer no inventó la gran ópera de cinco actos ni ideó el paradigma del gran drama histórico, pero fue su principal valedor y su expresión más influyente. Entendió la transformación del género tanto como comprendió su mutación sociológica. La ópera había escapado al privilegio de la aristocracia. Formaba parte de la inquietud de la burguesía. Y canalizaba el interés y el apasionamiento hacia la política.


Romper las cadenas
Se trataba de romper las cadenas de la censura y del clericalismo. Y se incorporaban "actores" tan inesperados como la luz de gas regulable -novedosa en el brillo y ambientación de los montajes escénicos- o tan decisivos como los empresarios privados. Eran ellos, quienes exponían su dinero y quienes debían afinar la relación más fértil del público y los compositores. Porque la ópera era un negocio. O estaba obligado a serlo en la economía de los nuevos intendentes, cuando las oportunidades de ocio -el teatro, los toros, la zarzuela- eran mucho menos abundantes que las actuales.

La ópera era un negocio: o estaba obligado a serlo en la economía de los nuevos intendentes


Ni siquiera se había inventado el fútbol. Tampoco existía el cine. Ni proliferaban los melómanos de larga tradición, tanto por la criba de la capacidad adquisitiva como por los altibajos de la programación. La mejor manera para atraerlos consistía en la propuesta de un gran espectáculo. No sólo imponente en su dramaturgia, en su narrativa escénica y en su factura melódica, sino atractivo desde el interés político-social que debían trasladar la música y la trama.

La implicación de Meyerbeer en su época, en su tiempo, explican también la relación de dependencia que él mismo había creado entre sus contemporáneos. De hecho, la popularidad del compositor, tal como explica el ensayo de Figes, no se comprende sin el impulso que le concedió la gloria de Pauline Viardot, máxima figura de la escena parisina y aliada de Meyerbeer en el alumbramiento de la “grand opèra”.

Era tan intensa la relación que Viardot intervino incluso en la “redacción” de las partituras. El caso más elocuente es 'Le Prophéte'. La diva estrenó y se atribuyó unos cuantos pasajes la ópera. Y le concedió un éxito desproporcionado del que formaron parte el impulso de la intelectualidad, la docilidad de los críticos de cámara y hasta el influjo de la claque.



Pauline Viardot en un anuncio de época de 'Le Prophete', de Mayerbeer


Pauline Viardot en un anuncio de época de 'Le Prophete', de Mayerbeer



Estaba tan organizada, la claque, que su principal timonel, un tal Levasseur, conocía la óperas de antemano y tenía perfectamente descrito el trance en que convenía aplaudir y estimular al público. Cobraba por ello interesantísimos emolumentos. Los cantantes y los compositores eran conscientes del clímax que Levasseur podía crear, como también sabían que la hostilidad de la claque estaba capacitada para malograr una velada. Es más, el propio Levasseur aportaba sus consejos personales y profesionales a los compositores que iban a estrenar una ópera. Le sucedió a Meyerbeer. El patrón de la claque intervino a su manera en algunos compases de 'Le Prophéte' y de otros títulos que jalonaron el triunfo del maestro en la capital de Francia y de la cultura occidental en aquellos años tan promiscuos.

Fue París el eje de la gran transformación y el milagroso espacio cultural en que se engendró el híbrido de la 'grand opèra'. La propia definición en francés establece una patente geográfica y cultural, pero no se explica semejante acontecimiento sin la concentración de talentos 'extranjeros' que contribuyeron a formularlo. Desde la constelación de los principales compositores italianos -Rossini, Spontini, Cherubini- hasta la propia figura cosmopolita de Giacomo Meyerbeer: un nombre italiano y un apellido inventado.


Yaakov
Ocurre que Giacomo Meyerbeer era alemán. Y se llamaba Yaakov Liebmann Beer. Procedía de una adinerada familia de empresarios y banqueros judíos. Tenía el porvenir resuelto, pero sus precoces y evidentes aptitudes musicales -niño prodigio, concertista de piano excepcional- estimularon su trayectoria de compositor. Primero en Italia, fogueándose como epígono belcantista en Venecia (Emma di Resburgo", Il crociatto in Egitto) y después en París, donde comprendió mejor que ningún otro colega la sociedad mutante en la que se encontraba y donde pudo perfilar la idea de la ópera como espectáculo total, anticipando incluso la apología wagneriana.

Meyerbeer fue bendecido por Goethe en Alemania y por Eugène Scribe en París. Y comprendió que el público post-revolucionario necesitaba mayores estímulos que los dramas mitológicos o remotos amontonados en el catálogo de la 'tragedie lyrique'. A cambio, les propuso reflexionar sobre la historia. Tan reciente como la matanza de la noche de San Bartolomé -'Los hugonotes' (1836) - o tan propicia a las extrapolaciones contemporáneas como pudieran serlo 'Robert le Diable'(1831), 'Le Prophète' (1849) y hasta 'L'Africaine', cuyos últimos ensayos en la escena parisina coincidieron con la muerte del compositor y mitificaron en caliente al afrancesadísimo extranjero.

Meyerbeer era la figura hegemónica de la ópera occidental cuando el Teatro Real empieza a desperezarse


Meyerbeer era la figura hegemónica de la ópera occidental cuando el Teatro Real empieza a desperezarse. Su primera obra llegó a Madrid el 4 de enero de 1854 y consistió en la versión italiana de 'Roberto il diavolo', aunque el verdadero idilio entre el compositor francoalemán y la afición madrileña se inició en la octava temporada. Llegaban 'Los hugonotes', 22 años después de su estreno en París. Y conocerían desde entonces hasta el cierre de 1925 el hito de 241 representaciones.

Meyerbeer ha desaparecido. De vez en cuando se exhuman algunos títulos o se restringen en versiones de concierto, pero su catálogo no logra normalizarse. Ocupa una extraña tierra intermedia entre el belcantismo y Wagner, del mismo modo que sus óperas requieren repartos complejos y enormes exigencias vocales. La obra de Meyerbeer se enfrentó con enemigos acérrimos. El primero de todos, Richard Wagner, cuyas conclusiones en 'El judaísmo en la música' señalan en la devoción popular a Meyerbeer la prueba inequívoca del daño causado por los hebreos en Alemania. Las consecuencias resultaron funestas a partir de este momento, particularmente en el periodo de entreguerras, los años del nazismo y posteriormente, tal y como sucedió con el repertorio "degenerado". Paradójicamente, Meyerbeer ayudó mucho a Wagner durante su estancia en París. Defendió sus primeras óperas. E ignoró la hostilidad con que el colega y compatriota lo vejaba, aunque hay otras razones más prosaicas para explicar la decadencia del coloso decimonónico.

Las obras de Meyerbeer, en su grandilocuencia y megalomanía, implican costes elevados de producción. Y esos gastos no se rentabilizan en taquilla. Inmerecidamente, Meyerbeer es un compositor desconocido. Representar sus óperas conlleva demasiados riesgos presupuestarios, no digamos en tiempos de crisis o cuando los teatros están obligados a esmerar la relación de entradas y salidas. Se trata de una aparatosa paradoja: el autor que antaño procuraba rentabilidad y que funcionaba como infalible reclamo comercial, resulta ahora un motivo para ahuyentar a los melómanos menos iniciados. Puede que "el caso Meyebeer" no esté definitivamente perdido. El compositor berlinés sobrevive en las arias de los recitales -'Oh, paradiso', de 'La africana' resulta insobornable para cualquier tenor postinero-, en algunos proyectos discográficos extravagantes y en versiones de concierto, exactamente como sucedió en el Teatro Real en febrero de 2011. Regresaban 'Los hugonotes' 84 años después de haberse representado por última vez. Meyerbeer había logrado la proeza de conservarla 60 años en el templo de Madrid, prueba inequívoca de que el gran periodo de olvido y de marginalidad sobrevino después de la Guerra Civil y de la II Guerra Mundial, como si hubiera desaparecido la partitura.

Se trata de devolverle a Meyebeer lo que es de Meyerbeer, introduciendo razones para exhumarlo tal como le ha ocurrido a la figura del propio Rossini en el último cuarto del siglo XX y en el comienzo del siglo XXI. Los prodigios del Festival de Pésaro, el trabajo musicológico de Alberto Zedda y la "reconstrucción" de la vocalidad rossiniana permiten hacernos hoy una idea total de Rossini que Meyerbeer espera e invoca desde la tumba.


 
El Teatro Real reabre a lo grande con 'La Traviata'... sin besos ni abrazos
El estreno será el próximo 1 de julio y la obra se mantendrá hasta el 29 del mismo mes. Será también la primera obra adaptada a los tiempos de la pandemia



Foto: El elenco de 'La Traviata' en el Teatro Real


El elenco de 'La Traviata' en el Teatro Real



AUTOR
PAULA CORROTO
Contacta al autor
22/06/2020



No habrá besos ni abrazos en 'La Traviata' que el Teatro Real estrena el próximo 1 de julio. Los artistas estarán a dos metros de distancia y recitarán su escena en una especie de isla habilitada sobre el escenario, dividido en una cuadrícula. El público llevará mascarilla. Habrá únicamente 869 localidades y con butacas separadas. Y a todos se les habrá tomado la temperatura a la entrada. Así será la ópera en la época del Covid-19. Y así vuelve el Real con el gran éxito de Giuseppe Verdi dirigido por Nicola Luisotti y Luis Méndez Chávez y con Leo Castaldi como responsable de este concepto escénico reconvertido en un concierto escenificado. Habrá un total de 27 funciones hasta el 29 de julio.

“Los teatros tenemos la responsabilidad de contribuir a reconquistar la normalidad. La Traviata como concierto escenificado se puede hacer y se va a hacer. Además, los artistas han sido uno de los grandes damnificados por la pandemia. Cancelar ya no puede ser la única opción y el teatro tiene que ser valiente”, ha dicho esta mañana Joan Matabosch, director del Teatro Real durante la presentación de esta reapertura.

Los teatros tenemos la responsabilidad de contribuir a reconquistar la normalidad. La Traviata como concierto escenificado se puede hacer y se va a hacer


El Real, como le ocurrió al resto de teatros, cerró el pasado día 13 de marzo, justo antes de que se decretara el estado de alarma. Precisamente, La Traviata, en la producción del Festival de Salzburgo, estaba prevista para funciones del 9 al 24 de mayo y del 7 al 19 de julio. Todo se fue al traste. Sin embargo, en este espacio operístico quisieron volver a funcionar cuanto antes, y ya para mediados de mayo comenzaron los trabajos para adecuarse a la nueva normalidad.

Una de las primeras medidas de seguridad planteadas fue efectuar test serológicos y PCR a todos los trabajadores el 18 de mayo. Desde técnicos al coro y elencos. Para el 25 de mayo volvieron los técnicos al teatro y el 1 de junio ya se comunicó que se estrenaría La Traviata. El 15 de junio se iniciaron los ensayos -han sido dos semanas frenéticas- y se preparó el teatro para una capacidad del 50% (habitualmente pueden entrar hasta 2.000 personas). A partir del 6 de julio se estudiará si se aumenta este aforo al 75%, tal y como permite la Comunidad de Madrid.



Presentación esta mañana de 'La Traviata'


Presentación esta mañana de 'La Traviata'



Lo que se van a encontrar los espectadores es un teatro muy parecido pero pasado por la máquina del Covid-19. Se ha sustituido, por ejemplo, toda la grifería por grifos electrónicos, los ascensores también estarán limitados,particularmente a personas con movilidad reducida, se repartirán mascarillas a quien no lleve, ya que será obligatorio; también habrá dispensadores de geles hidroalcohólicos y los programas de mano, obviamente, se descargarán con códigos QR. Todas estas medidas han tenido un coste de 340.000 euros.


El poder del arte y la música
El director Nicola Luisotti ha afirmado esta mañana que estaba deseoso de regresar al trabajo. Él fue quien cerró la Scala de Milán, donde estaba a punto de estrenar Il Trovatore el pasado 23 de febrero. “Eran las 2.30 de la tarde y nos llegó una orden del Gobierno que lo interrumpió todo. La Scala fue el primer teatro en cerrar”, ha señalado el director musical. Milán fue una de las zonas más golpeadas por el virus antes de que llegara a España. “Pero al principio, como la gran mayoría, no le di tanta importancia porque pensaba que sería como una gripe normal”, ha añadido Luisotti.

Todos sabemos hoy que no lo era y este director musical también lo empezó a vislumbrar cuando “comenzaron a morir amigos cercanos”. Y, como también muchos, reflexionó sobre la importancia de la música y las artes en estas crisis. “Me di cuenta de que necesitamos volver a escuchar la voz de una persona en persona. Por eso cuando me llamó Joan [Matabosch] fue muy emocionante. Todavía padecemos la pandemia, pero nos hace falta el arte para descartar el miedo. Debemos huir del miedo a no vivir. Debemos volver a los besos y a los abrazos, que siempre nos han hecho falta”, sostiene el director que devolverá la vida operística al Real.

Todavía padecemos la pandemia, pero nos hace falta el arte para descartar el miedo. Debemos huir del miedo a no vivir


No será como siempre y de momento esos besos y abrazos a la moribunda Violeta ahogada en su tisis -curiosa metáfora con la tragedia que acabamos de vivir- tendrán que esperar. Leo Castaldi fue quien tuvo que repensar el concepto escénico pospandemia. “La vía era no asumir las reglas como algo de fuera, sino hacer de ella las bases de la obra. Hacer de los protocolos los elementos del lenguaje. Por eso cada artista tendrá su propia isla en el escenario. No será una función normal, pero será una noche de gran teatro”, ha explicado.

De hecho, también se ha dispuesto de cuatro repartos distintos con hasta cinco Violetas que interpretarán los papeles protagonistas, secundados por solistas y acompañados por el Coro y la Orquesta del Teatro Real.

Y, por supuesto, para los artistas también ha sido una alegría volver. Así lo ha contado la soprano Marina Rebeka, que tuvo que volverse a su casa de Riga después de que el 11 de marzo se cancelaran las funciones que estaba haciendo de ‘Norma’ en Hamburgo. “Para un artista es muy difícil quedarse en casa porque estamos siempre viajando, ensayando, actuando. Yo soy madre y me tuve que poner con los deberes de mis hijos… Así que cuando me llamaron del Real salté de alegría. Además esta es la primera ópera que grabé en disco y es una pieza de amor y de vida por lo que está muy bien que después del parón volvamos con ella a la vida”, ha indicado. Como ha resumido el tenor Michael Fabiano, "la música sobrevive a las peores crisis. Una nación sin cultura no es una nación y los artistas somos esenciales". No habrá brazos, pero de momento al menos sí habrá música como acto de amor.

 
ÓPERA
Salzburgo desafía al coronavirus
El Festival austriaco celebra cien años en una edición restringida y esterilizada que tiene como protagonistas a Mozart, Strauss y Peter Handke


Foto: Tobias Moretti y Mavie Hoerbiger durante el ensayo de 'Jerdermann' este miércoles. (Efe)


Tobias Moretti y Mavie Hoerbiger durante el ensayo de 'Jerdermann' este miércoles. (Efe)



AUTOR
RUBÉN AMÓN
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Ruben_Amon
31/07/2020



La emergencia del coronavirus ha provocado la suspensión de los grandes festivales europeos. No habrá teatro en Edimburgo ni cine en Cannes. La 'secta' wagneriana no podrá reunirse en la colina sagrada de Bayreuth ni habrá picnic en las praderas de Glyndebourne, pero este sábado, en cambio, se inaugura el festival más importante y carismático de todos: Salzburgo.

El motivo no es solo el rigor de la disciplina austriaca frente a la pandemia. Ocurre, más bien, que la ciudad de Mozart, de Paracelso, de Thomas Bernhardy de Stefan Zweig, celebra este verano el primer centenario del festival. Malograrlo o abortarlo hubiera supuesto un desplante a sus fundadores -Max Reinhardt, Richard Strauss, Hugo von Hofmannsthal-, de tal manera que el Festival de Salzburgo reacciona con una versión restringida de 90 espectáculos entre medidas extremas de seguridad.

Las últimas trascendieron la semana pasada, cuando las autoridades austriacas decidieron que los foráneos debían presentarse en la frontera con un PCR homologado tres días antes del “aterrizaje”. Se trata de cribar a los visitantes y de minimizar los peligros del contagio, aunque a los melómanos con entrada para los acontecimientos del festival se les permite asistir a las funciones desprovistos de mascarilla en el respectivo asiento.




Gregor Bloeb como el demonio en 'Jerdermann', de Hugo von Hofmannsthal. (Efe)


Gregor Bloeb como el demonio en 'Jerdermann', de Hugo von Hofmannsthal. (Efe)



Lo que no habrá serán intervalos ni ágapes. Prevalecerá un estricto régimen de disciplina y de control que resulta particularmente leonino para los artistas y técnicos contratados en el hito del centenario. Lo demuestra la catalogación en tres categorías cromáticas: la roja, la naranja y la amarilla.
Los cantantes y los actores, expuestos al mayor contacto de la tarima, pertenecen a la primera clasificación y deberán hacerse pruebas regulares; los naranjas -técnicos, músicos de orquesta- deberán llegar convenientemente testados y se hallan obligados a mantener las distancias de seguridad, mientras los amarillos están constreñidos a convivir con la mascarilla y el gel desinfectante en todo momento y circunstancia.

No cabe un contexto de sugestión y de psicosis más elocuente, entre otras razones porque se producen cien contagios diarios en Austria y porque la medida extrema de la suspensión amenaza incluso la cancelación del centenariazo. Markus Hinterhäuser, director del Festival, es consciente de la provisionalidad, pero también interpreta que esta clase de incomodidades y de novedades asépticas suscita al mismo tiempo un clímax especial.




'La Traviata' en el Teatro Real


'La Traviata' en el Teatro Real



“Creo que va a ser una edición de más reflexión y recogimiento”, explica Hinterhäuser. “Y pienso que se va a producir una atmósfera especial en cada una de las funciones, precisamente por el valor catártico del arte en tiempos difíciles. Me parece muy interesante que un festival como Salzburgo haya podido reaccionar a la pandemia y haya logrado demostrar que la cultura puede seguir funcionando en situaciones adversas o extremas”.

El mayor antecedente de la valentía salzburguesa, más allá de las funciones de 'La Traviata' programadas en el Teatro Real, ha sido el Festival de Granada. Su director, Antonio Moral, tuvo que reorganizar el calendario, la programación y las condiciones logísticas, pero la apuesta se ha demostrado un éxito, tanto por el comportamiento modélico del público como por la envergadura de los acontecimientos musicales. Figuraron entre ellos los recitales de Sokolov y de Igor Levitt, protagonistas ambos de la semana inaugural del Festival de Salzburgo y artífices de una edición que se recrea en las dos grandes referencias patrimoniales de su historia y de su idiosincrasia: Wolfgang Amadeus Mozart y Richard Strauss.

Al primero se le evoca con un montaje de 'Così fan tutte' con dirección musical de Chrisof Loy y bajo la batuta de Joanna Mallwitz, mientras que Strauss reaparece en Salzburgo con una nueva producción de 'Elektra'. La firma el polémico dramaturgo polaco Krzysztof Warlikowski y la dirige musicalmente Welser-Möst al frente de la Filarmónica de Viena.



Ensayo de 'Cosí fan tutte' en Salzburgo. (Efe)


Ensayo de 'Cosí fan tutte' en Salzburgo. (Efe)



Es la orquesta residente del Festival y la protagonista de muchos otros conciertos sinfónicos a las órdenes de Muti, Thielemann y Dudamel, aunque la edición del centenario también refleja y respeta su vocación teatral. De hecho, corresponde al premio Nobel Peter Handke la responsabilidad de estrenar mundialmente este mismo domingo la obra 'Zdenec Adamec'.
Es el nombre y el apellido de un estudiante checo que se inmoló en Praga prendiéndose fuego públicamente en 2003. Tenía 18 años y aspiraba a denunciar las injusticias del mundo. Handke ha decidido resucitarlo con una trama político-social que augura la tradicional controversia del dramaturgo y que conecta el centenario de Salzburgo con su misión vanguardista.

No cabía mejores padrinos para garantizarla que sus padres fundadores, Max Reinhardt y Richard Strauss. Representaron ambos el espíritu transgresor de entreguerras. Y otorgaron al Festival una idiosincrasia de excelencia que ha sobrevivido cien años y que ha sobrepasado experiencias tan extremas como la propaganda nazi y la tiranía artística de Karajan.
Salzburgo es la ciudad provinciana e hipócrita que denunciaba Thomas Bernhard y que edulcoran los niños de 'Sonrisas y lágirmas', pero también el milagro cosmopolita de un acontecimiento cultural cuya inercia e historia ya han vencido al coronavirus.


 
La Policía Municipal avaló el aforo del Teatro Real después de la cancelación por las protestas del público
DARÍO PRIETO / EFE
Lunes, 21 septiembre 2020 - 12:02

'Un ballo in maschera' se intentó reanudar hasta en dos ocasiones y se llegó a interpretar la obertura de la misma y el principio del primer acto. Finalmente, la función se suspendió



que no se suspendió la actividad del complejo. Varios clientes presentaron hojas de reclamaciones en las que expresaron sus quejas por la distribución de los asientos.

El Teatro Real suspendió el domingo la segunda función de la ópera Un ballo in maschera, de Giuseppe Verdi, después de que un sector del público situado en la zona de Paraíso protestase por lo que consideraba unas medidas de seguridad insuficientes.

El montaje, que fue estrenado exitosamente el viernes con la presencia de los Reyes Felipe VI y Doña Letizia, es el que abre la temporada 2020-2021 en el coliseo madrileño, después de la también exitosa reapertura con 'La Traviata' en 29 funciones a lo largo del pasado mes de julio.

Aunque la función del viernes discurrió sin sobresaltos y con el mismo límite de aforo del 65% establecido por el protocolo de seguridad contra el Covid-19, la de este domingo ha registrado protestas por un sector del público por la ubicación de las entradas del sector más elevado de los asientos; lo que vendría a ser el 'gallinero'.

Los asistentes sentados en esa zona denunciaron que algunas butacas de no convivientes estaban juntas. Los gritos, abucheos y pataleos siguieron hasta que el comienzo de la obra. Debido al ruido, se paró la representación del Real y la organización anunció a través de megafonía que se devolvería la entrada a aquellos espectadores que quisiesen abandonar el recinto. Aunque algunos así lo hicieron, otros permanecieron sentados protestando una vez reanudada la representación, lo cual forzó la cancelación definitiva.

Según fuentes del teatro madrileño, se procedió a reubicar a aquellos espectadores insatisfechos, pero un pequeño grupo continuó haciendo ruido hasta "boicotear" la función. Las misma fuentes señalaron que el aforo de la sesión en la jornada de ayer era del 51,5%.

En un comunicado oficial el teatro señala que "después de la reubicación de una gran parte de los espectadores que protestaban, y de dos intentos de interpretar la ópera por parte del director de orquesta y de todos los artistas y técnicos que participaban en la función, un reducidísimo grupo insistió en proseguir con sus protestas para boicotear la representación, por lo que la misma tuvo que suspenderse". La dirección del Teatro Real "abrirá una investigación para averiguar esta lamentable incidencia y tomará las medidas necesarias para que las sucesivas funciones se desarrollen con normalidad".

Según el Real, se ha destinado una inversión de medio millón de euros para la implementación de las medidas de seguridad para hacer frente a la expansión del coronavirus.

Dichas medidas hacen referencia a la instalación de arcos de medición de temperatura, distribución de gel hidroalcohólico en 140 puntos y división de los asistentes en zonas que no pueden abandonar en los descansos (baños, puestos de comida).

 
Alexei Mikhailov, con un aspecto sorprendentemente parecido a Dmitry Hvorostovsky y una voz de bajo barítono aún por educar del todo, pero muy prometedora. La historia dirá si es su continuación.

 
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