Europa en su Cine

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Jaime (António-Pedro Vasconcelos, 1999, Portugal)

Jaime es un muchacho de 13 años que vive en Oporto con su madre, quien ha dejado a su padre, y el amante de ésta. El niño está haciendo todo lo posible para que sus padres arreglen sus problemas y vuelvan a estar juntos. Piensa que la separación fue causada por el robo de la motocicleta de su padre, lo que provocó que éste perdiera su trabajo. Por tanto, Jaime comienza a trabajar para conseguir dinero con la intención de comprar una nueva motocicleta.


 
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La leyenda del pianista en el océano (Giuseppe Tornatore, 1998, Italia)

Desde finales del siglo XIX, se producen emigraciones masivas a los Estados Unidos. A bordo de lujosos trasatlánticos, además de elegantes burgueses, viajan también emigrantes. Danny, el maquinista del Virginia, encuentra a un niño abandonado sobre un piano, lo adopta y le impone el nombre de Novecento ("siglo XX" en italiano). El barco es el hogar del niño, y los pasajeros, sus ventanas al mundo. Tras la muerte de Danny, alguien descubre por azar el talento innato del niño para el piano. A través de la música, este insólito personaje muestra lo que siente dentro del limitado mundo de un barco que no se atreve a abandonar


 
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Lista de espera (Juan Carlos Tabío, 2000, ESP, FR, CUB, MÉX.)

Los pasajeros colapsan una terminal de autobuses de un pueblo cubano porque todos los vehículos pasan llenos y no recogen viajeros. Para poder emprender el viaje, todos se implican en la reparación del único transporte destartalado que queda en la terminal. Una experiencia en la que cada uno va a descubrir lo mejor de sí mismo.


 
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El mar (Agustí Villaronga, 2000, España)

Manuel Tur y Andreu Ramallo tienen diez años cuando la Guerra Civil llega a la isla de Mallorca. Su primer encuentro con la crueldad de la guerra se produce al ver cómo fusilan al padre de un amigo frente a la tapia del cementerio. Transcurridos diez años, Manuel y Ramallo vuelven a encontrarse en un sanatorio para enfermos de tuberculosis, situación que afrontan de manera diferente: Ramallo procura olvidar la enfermedad mientras que Manuel se refugia en la religión. La amistad entre ellos se basa en la fascinación que siente Manuel por la vitalidad de Ramallo y en la admiración de éste por la entereza de Manuel. Pero poco a poco las creencias religiosas de Manuel entran en crisis al darse cuenta de que lo que siente por Ramallo es algo más que amistad.


 
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Mones com la Becky / Monos como Becky (Joaquím Jordá, Nuría Villazán, 1999, España)

Hace cerca de setenta años un neurólogo portugués llamado Egas Moniz asisitió a un congreso de psicología en Londres. Allí un biólogo americano, el Dr. Fulton, presentó a una chimpacé llamada Becky que era un animal encantador. A continuación proyectó una película en la que el mismo animal aparecía como una bestia tremendamente agresiva.


 
'Atardecer', la caída de un imperio en la mirada de una simple sombrerera


László Nemes, el director ganador del Oscar por El hijo de Saúl, vuelve con un film que retrata el ambiente de tensión que precedería a la caída del Imperio austrohúngaro y el horror de la Primera Guerra Mundial

Francesc Miró
11/01/2019 - 21:01h
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Irisz -Juli Jakab- llega a un Budapest conflictivo

Parece mentira que ya hayan pasado tres años del fenómeno de El hijo de Saúl, una de las películas más impactantes del cine europeo reciente. Con ella, el cineasta húngaro László Nemes nos metía de cabeza en el infierno del campo de concentración de Auschwitz de una forma que jamás habíamos experimentado. Con una cámara que seguía al protagonista tan de cerca que era difícil no vivir el horror a flor de piel.

Nemes se coló entonces en la Sección Oficial a competición del Festival de Cannes con su primer largometraje, algo insólito, haciéndose con el Gran Premio del Jurado y el Premio FIPRESCI. Y de ahí arrancó una carrera fulgurante llevándose por delante el Globo de Oro, el BAFTA y, finalmente, el Oscar a Mejor película de habla no inglesa por El hijo de Saúl. Una película que Claude Lanzmann describió como la antítesis de La Lista de Schindler -que precisamente vuelve ahora a los cines españoles por su 25 aniversario-. Así que la expectación por su nueva película era, hasta cierto punto, esperable.

Ahora, el director vuelve con un film que retrata los últimos días del Imperio austrohúngaro antes de la Primera Guerra Mundial. Vuelve a acercar la cámara a su protagonista, a intentar borrar la fina línea que separa al espectador de la pantalla. Envolviendo toda la película de un halo de confusión tan tenso como intrigante.


Vivir y sentir el caos
Nemes nos hace viajar esta vez hasta el Budapest de 1913. Allí conocemos a Irisz Leiter, una joven que ha pasado su infancia en un orfanato tras haber perdido a sus padres en un incendio. Ahora quiere volver a la ciudad en la que nació. Quiere conocer sus raíces, pues sus padres habían sido una de las familias más respetadas de la aristocracia de la capital de Hungría.

Un día se presenta en la antigua tienda de sombreros de sus padres para pedir trabajo, pero el nuevo propietario del negocio la rechaza a pesar de su talento. Pronto se enterará de la verdadera razón: en la ciudad vive escondido un hermano que nunca supo que tenía, a quien persigue la ley por su vinculación con un atentado.

A partir de este misterio, Nemes nos guía por una ciudad fantasma en franca decadencia moral y política. Sin separarnos ni un metro de Irisz ni de sus dudas, la seguimos por las calles, ríos y cabarets en las que se suceden las revueltas y levantamientos. Se fragua una revolución mientras la joven quiere encontrar a su hermano.

Allá donde la cámara de El hijo de Saúl nos metía de lleno en un campo de concentración, esta vez el dispositivo formal sigue los mismos supuestos estéticos pero en un ambiente que -engañosamente- no percibimos como tan hostil. No estamos en una cámara de gas sino en una ciudad que jamás llegamos a ver en todo el esplendor que se le suponía. La vemos mediada por la niebla, por la mirada de su protagonista.

La percepción de esta hostilidad que, en su primera película, se transmitía de una forma directa -afectando al ritmo cardíaco del espectador-, esta vez llega con maneras más dadas al espectáculo pero igual de espeluznantes. El Imperio Austrohúngaro, un año antes de la I Guerra Mundial, vivía una inestabilidad creciente que enfrentaba a una minoría noble y centralista con múltiples grupos separatistas checos, polacos, rumanos e italianos entre otros. No en vano, hoy el territorio que antes ocupaba aquel estado suma trece países distintos e independientes. Así que Budapest, en este sentido, era un polvorín enorme a punto de estallar.

Sin embargo, su propuesta de inmersión no se asemeja a lo que viviríamos en unShoot 'em up jugado en primera persona. Ya no se trata, solamente, de sobrevivir al horror que nos rodea -como ocurría en su oscarizada película anterior-, sino de descubrirse a uno mismo en el desconcierto.

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A través de Irisz vivimos la decadencia moral y política del imperio austrohúngaro

Anatomía del desconcierto
La propuesta de Atardecer, de tan avasalladora, corre un riesgo que no se hallaba en El hijo de Saúl: es más fácil empatizar con el miedo que con la turbación. Por eso, también resulta más sencillo conectar con el drama de un prisionero judío en Auschwitz, que con el de una sombrerera que no sabe quién es -interpretada por una excelente Juli Jakab-.

Por momentos no tenemos ni idea de dónde está ni qué hace Irisz. Tampoco hacia dónde se dirige, cuál es su objetivo o qué la empuja a tomar determinadas decisiones. Pero cabe preguntarse si el propio personaje lo sabe. Por que si no es así, estamos ante un impresionante retrato de la confusión emocional. Por eso, aunque resulte menos sorprendente, Atardecer se nos antoja más audaz que su precedesora.

Sentirla parece siempre más importante que intentar aprehender todas las lecturas políticas y sociales que implica la nueva película de Nemes. Y conectar con el estado emocional de su protagonista, esencial para asimilar el viaje interior que realiza. Uno que empieza en la búsqueda de las propias raíces y termina con la certeza de que comprenderse a uno mismo resulta infinitamente más complejo que asimilar las implicaciones de un apellido.

En este desarrollo interior, el paisaje exterior se nos muestra radicalmente difuminado, pues aunque el signo de los tiempos es esencial para la historia deAtardecer, es el eco que estos tienen en una joven sombrerera, lo realmente interesante.

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Juli Jakab guía al espectador por el final de una época

Una propuesta sensorial
Inmersión, decíamos antes, que lejos de limitarse a acercar la cámara a sus actores, se vuelve más palpable y viva según avanza la trama. Atardecer nace como un thriller con un macguffin en forma de hermano perdido, pero crece como una propuesta ligada a lo experiencial, desatada de convenciones y géneros, sobre lo que acontece justo antes de que todo estalle.

En este sentido, el trabajo de László Nemes ha ganado en complejidad y recursos en estos tres años. Aunque su estilo ya resulte del todo reconocible, ahora la cámara suele respirar más para captar algo del entorno. Y los infinitos planos secuencia -recurso tan odiado como amado- de El hijo de Saúl, dejan paso al juego con un montaje dispuesto para incomodar al espectador. Para provocarle perplejidad, un sentimiento que a veces precede al desastre. A esto se suma un diseño de sonido que este año sólo puede compararse al de Roma, en la minuciosidad y profusión de elementos que tornan vívido lo que rodea a cada personaje.

Atardecer propone un impresionante ejercicio de memoria histórica que nos sitúa a las puertas de la Primera Guerra Mundial. Pero para hacerlo, prefiere no recurrir a ambientaciones fastuosas, sino vivir con su protagonista la progresiva oscuridad moral que creció en los corazones de quienes iniciaron la contienda. Antes de caer una larga noche que duraría cuatro y dejaría al mundo entero bañado en sangre.

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Nemes repite formato pero aspira a crear otras sensaciones con 'Atardecer'
https://www.eldiario.es/cultura/cine/Atardecer-caida-imperio-ojos-sombrerera_0_856014643.html
 
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Le Cercle Rouge / Círculo Rojo (Jean-Pierre Melville, 1970, Francia)

Mientras Corey, sale de prisión tras cumplir condena en una cárcel francesa, Vogel, un criminal custodiado por el temible comisario Mattei, escapa del tren en el que viajan. Después de robar a un antiguo socio, Corey se encuentra con Vogel y le propone formar equipo para realizar un meticuloso robo de joyas.



 
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Cita con la muerte alegre (Juan Luis Buñuel, 1973, Francia)

Sophie es una adolescente que se muda con su familia a una nueva casa. Pero la tranquilidad del nuevo hogar durará muy poco, pues empiezan a ocurrir cosas extrañas como ruidos inexplicables o la desaparición de juguetes. Disgustada por tener que compartir la habitación con su odioso hermano, se refugia en el dormitorio de sus padres y los sorprende haciendo el amor. Parece que este hecho es el que desencadena en la casa un fenómeno tipo "poltergeist" que, inevitablemente, atrae a cierta prensa sensacionalista.

 
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Cita en Bray (André Delvaux, 1971, Bélgica)

El joven Julien recibe un telegrama de un viejo amigo, citándole en Bray poco después; llegado al citado pueblo, se enuentra con que en casa de su amigo no hay más persona que su encantadora criada; comenzará una interminable espera.



 
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Gritos en la noche (Jesús Franco, 1962, España)

Varias chicas son secuestradas de clubs nocturnos o cabarets y no se vuelve a saber de ellas. El inspector Tanner, con la ayuda de su prometida, investiga las desapariciones. El culpable de las mismas es el siniestro doctor Orloff, ayudado por su criado Morpho. Orloff desea reponer parte por parte la piel de su hija, desfigurada en un accidente. Tanner tendrá que trabajar duro para conseguir algunas pistas o alguna descripción que le conduzca al asesino, pero poco a poco se irá acercando al mismo.

 
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Docteur Petiot / El caso del doctor Petiot (1990) (Christian de Chalonge, 1990, Francia)

La vida del doctor Petiot, médico francés acusado de diversos asesinatos después de descubrir en su domicilio los restos de 27 personas tras finalizar la Segunda Guerra Mundial.


 
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Historias Extraordinarias (1968)

Tres directores trasladan a la pantalla tres relatos de Edgar Allan Poe sobre almas atormentadas por el sentimiento de culpa, la lujuria y la codicia: Federico Fellini rueda "Toby Dammit"; Louis Malle, "William Wilson", y Roger Vadim, "Metzengerstein".


 
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