EUGENESIA. El secreto de EE.UU.: la esterilización de miles de discapacitados

Una amiga de mi madre los tuvo cuadrados porque después de que la hija mayor le saliese con S. Down (entonces no se podía saber antes de nacer...) tuvo 3 hijas más: todas "normales".

Si se hubiese "cagado" con la primera esos tres seres humanos ahora mismo no existirían.

Me parece un debate apasionante......
 
Este es un tema delicado y podriamos debatir sin insultarse por favor. Debate, democracia, opiniones diversas, todo vale menos los insultos a forer@s
Muchas madres cuando saben que van a tener un hijo con sindrome de Down abortan. Esto es un hecho. No lo hacen todas, pero me atrevo a decir que la mayoria. Por qué? pues por lo mismo. Pocos son los que los juzan duramente por ello. Yo no podria hacerlo desde luego. Siendo como es "puro eugenismo" también comprendo que los padres no deseen tener a un hijo con este sindrome, ni ningun otro.
Traer humanos al mundo que no podran sostenerse a si mismos y con el peligro de que cuesten muchisimo dinero a la sociedad durante décadas, pues es un debate que se puede tener sin insultos.
Yo siempre me he preguntado si los sindromes de Down se pueden reproducir. Como la respuesta es "si" me he preguntado y como controlan éso la familias... porque la familia de una chica Down puede tener un buen panorama si la hija empieza a tener relaciones y trae crios a casa, es evidente que ella sola no se va a ocupar y ya me tienes a la abuela con los mochuelos...que vaya alegria de tener una madre Down (y no sé como saldrian ellos ademas) mi sospecha es que estas familias o les dan la pildora o los esterilizan directamente, tanto a ellas como a ellos. Si alguien sabe sobre el tema (tabu) me interesa.

Échale un vistazo a estos enlaces:

http://www.elmundo.es/solidaridad/2015/03/21/5508397922601ddc2b8b4575.html

http://www.elmundo.es/cronica/2016/08/10/579da9ea468aeb04428b45a0.html
 
muy valiente la mujer de tu ejemplo. Pero tu sabes la de humanos que podrian exisitir y no lo hacen por la accion humana? cada vez que la biologia se encarga de que dos se atraigan, al ponerse el condon impiden a un humano de exisitir... cada vez que una mujer toma la pildora lo mismo, cada vez que una mujer tiene sus reglas es un ovulo inutilizado que fertilizado podria traer a este mundo un ser humano fantastico... no sé si podemos solamente pensar en "lo maravilloso que es la Vida"... porque un limite habra que poner digo yo, no sé... acordaos de esa loca perturbada que se insemino dos veces de sextillizos, americana, que ahora no tiene ni para darles de comer, tuvo su hora de gloria (muy relativa) pero ahi estan todas esas criaturas hijas de una perturbada y de un medico idem... no sé es un buen debate si

por otro lado se me ocurre hablar de la guerra demgrafica abiertamente declarada por algunas religiones, como los judios ortodoxos o islamicos: tienen un porron de hijos como nuestras bisabuelas... pero lo utilizan como "arma" para invadir territorios...

yo veo el problema como que o es un tema de Parlamento (algo "social") o es una tema privado de cada uno ("personal) y la frontera no esta clara porque cuando los gobiernos quieren regularizar la fertilidad de los humanos (china con un hijo solo, los nazis o los americanos del principio del hilo) pues empezamos a decir que es una barbaridad... pero no decimos que es una barbaridad cuando los estados promueven tener hijos como hizo Franco creo ni cuando se hace a nivel personal...
 
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«EN HONOR DE LAS VÍCTIMAS OLVIDADAS. En este lugar de la calle Tiergarten 4 se or ganizó, a partir de 1940, el primer asesinato en masa del gobierno nacionalsocialista, conocido como “Acción T4” por el nombre de esta dirección. Entre 1939 y 1945 fueron asesinados casi [más de] 200.000 seres humanos e indefensos. Sus vidas fueron calificadas de “indignas de ser vividas” y su asesinato se llamó “eutanasia”. Murieron en las cámaras de gas de Gafeneck, Brandeburgo, Hartheim, Pirna, Bernburg y Hadamar. A unos los mataron pelotones de ejecución y otros sucumbieron de inanición o envenenamiento planificados. Los perpetradores fueron científicos, médicos, cuidadores y miembros der la Justicia, la Policía y la administración de Salud y Trabajo. Las víctimas eran pobres, desobedientes, estaban desesperadas o necesitaban ayuda. Venían de clínicas psiquiátricas y hospitales infantiles, de residencias de ancianos y centros de asistencia, de hospitales militares y campos de reclusión. Las víctimas fueron muchas, los perpetradores condenados, pocos».

Texto de Klaus Hartung y Götz Aly en la placa conmemorativa situada en el suelo de Orquesta Filarmónica de Berlín, inaugurada el 1 de septiembre de 1989 (citado en p. 304). Se añade entre corchetes dos palabras escritas en el texto original y que fue desafortunadamente rectificada.

En relación con los crímenes nazis se suele establecer una relación perpetradores/víctimas en el que los primeros son, “habitualmente”, jerarcas, funcionarios y miembros del partido nazi, ejecutores de un plan de exterminio los segundos (judíos, eslavos, discapacitados físicos y psíquicos, asociales…) en aras de un proyecto de arianización de la sociedad, de modo que la propia sociedad alemana quedaba al margen de la ecuación, ignorante de la ejecución de esos crímenes y en un estado de amnesia temporal que sirve de justificación colectiva. No es mi intención culpabilizar a la sociedad alemana por completo, pues resulta tan simplista como injusto. Sobre el Holocausto conocemos muchos detalles, tanto en su formulación, graduación, ejecución por etapas y resultados finales, pero hay otros crímenes que han permanecido más ocultos. Convenientemente ocultos. Comienza Götz Aly este libro sobre la eutanasia social del régimen nazi destacando el silencio en el seno de la sociedad –cuando no se entraba en materia y se empleaban eufemismos como redención, interrupción de la vida, muerte de gracia, muerte asistida…– , la omisión de nombres, las dificultades burocráticas para publicar esos nombres (a pesar de que la Ley Sobre Archivos Federales de Alemania lo permite), el deseo de no recordar a esos olvidados «que tuvieron que morir porque los tacharon de locos, molestos o fastidiosos; porque eran anormales, constituían un peligro público o no eran aptos para trabajar; porque requerían cuidados constantes y porque eran un lastre que deshonraba a sus familias» (p. 9). Hubo un silencio que setenta años después aún dura en la mayoría, «porque tampoco quiso conocer demasiados detalles».
Aly lleva treinta y dos años trabajando en un tema, la eutanasia social –es decir, el exterminio de alemanes discapacitados física o psíquicamente, vidas “indignas de ser vividas”–, que a menudo se añade en el haber de los horrores nazis sin más. Y se trató de crímenes perpetrados por médicos y enfermeras, auspiciados por una idea de la eutanasia que evolucionó en los años veinte y treinta, no necesariamente en perpetradores con simpatías o al servicio del régimen nazi, y que conllevó en no pocos casos el conocimiento y la tácita aceptación por parte de los familiares de las víctimas. El catálogo de horrores que Aly desarrolla en el libro es espeluznante: niños con deficiencias cognitivas o discapacidades físicas que fueron ejecutados en cámaras de gas o con inyecciones letales y en muchos de cuyos casos se diseccionaron los cadáveres para estudios y tesis doctorales que debían servir para «una ciencia excelente»; enfermos crónicos y degenerativos que salía demasiado caro mantener y que era preferible eliminar para ayudar a las finanzas del Reich; personas atendidas en hospitales y asilos que ocupaban camas y eran prescindibles desde que Alemania entró en guerra y esas mismas camas, y los cuidados que suponían, debían ser para soldados heridos en el frente; personas que, afectados de enfermedades degenerativas diversas, suponían una carga para sus familiares y eran internados en centros desde donde después se les trasladaba a campos de reclusión y hospitales donde eran gaseados e incinerados; enfermos de tuberculosis, delincuentes convictos, aquellos que eran considerados «asociales» y que fueron enviados a una muerte forzada. Leer el libro de Aly lleva a ser conscientes de ese horror, parejo a la connivencia de médicos, investigadores, directores de clínicas y hospitales que llevaron a cabo los crímenes, obedeciendo oficialmente órdenes dentro del entramado de la Aktion T4 (de septiembre de 1939 a agosto de 1941)… y extraoficialmente, con otras directivas legales, hasta prácticamente el final de la guerra y del gobierno nazi.

Además de la evolución cronológica y por categorías de la eutanasia nazi, el libro de Aly incide en esa idea de superar etiquetas. Etiquetas que, como comentaba antes reducen la ecuación a «perpetradores nazis» o «ideólogos de la raza» que a menudo se utiliza para «ofrecer una explicación, pero que ocultan importantes preguntas acerca de la conducta humana» (p. 284). Las familias de las víctimas jugaron, en muchos casos, un papel necesario aceptando tácitamente la muerte de sus allegados. En casos de niños que debían ser eliminados, se argüían frases típicas como «no deseará que su hijo/hija siga sufriendo», «probablemente el tratamiento sea muy arriesgado» o, por ejemplo, con circulares que apelaban a argumentos supuestamente racionales: «Por experiencia sabemos que el asilamiento de niños gravemente enfermos y especialmente dependientes libera a sus padres de una carga económica y psicológica e impide que los eventuales niños sanos existentes en la familia queden desatendidos en beneficio del hijo enfermo. […] Los titulares de la custodia a menudo no están dispuestos a entregar al niño a un establecimiento, ya sea porque el médico de cabecera les ha dicho que el tratamiento en un hospital tampoco podrá mejorar el estado del enfermo o porque creen apreciar una mejor progresiva en el estado del niño, cuando en realidad no se trata de ninguna mejoría, sino de una adaptación del observador a ese estado. Por experiencia, esto suele pasar con niños de idiocia mongoloide, ya que los padres que se acostumbran a interpretar erróneamente el cariño, la afabilidad y el amor por la música demostrados por este tipo de niños, se engañan a sí mismos con falsas esperanzas y ya no quieren saber nada del ingreso en un establecimiento. […] Hay que decir a los padres que el internamiento en un hospital en el momento adecuado es lo mejor para ellos y para el niño; que, de todos modos, el ingreso será necesario en un futuro, y que el hecho de rehusar el ingreso en un establecimiento podría suponer un perjuicio económico para ellos o para su hijo, en el sentido que el rechazo de la oferta debe considerarse un quebrantamiento de la custodia» (circular del Ministerio de Interior del Reich fechada el 20 de septiembre de 1941… después de que la Aktion T4 oficialmente fuera interrumpida; citada en pp. 164-165). En mecanismos como este y otros podemos observar que se apela a la carga económica que supone para una familia a cuidar a ese hijo (o cualquier otro familiar cuya vida se consideraba “indigna de ser vivida”), al mayor conocimiento de médicos y especialistas sobre el “bienestar” de esos familiares, a una amenaza legal y, implícitamente, a la vergüenza que supone mantener a alguien cuya existencia, disminuida por una discapacidad física o, más grave aún, por una enfermedad mental, supone para todo el cuerpo social alemán. Como comenta Aly al respecto, «es interesante la clase de comunicación que se establecía entre todas las partes. Por supuesto, ni médicos ni padres hablaban en ningún momento de planes homicidas, sino más bien de terapias altamente invasivas e intentos de curación por todos los medios, incluso si el tratamiento entrañaba un riesgo de muerte muy elevado» (p. 163).

El libro de Aly documenta, detalla y muestra numerosos casos de eutanasia social; resigue el programa oficial de la Aktion T4, que supuso 70.000 asesinatos de enfermos psíquicos hasta el verano de 1941, realizados con tal facilidad para el gobierno nacionalsocialista y que da pie a una conclusión crucial: los asesinatos de la Aktion T4 enseñaron al régimen nazi que el exterminio podía realizarse dentro de Alemania. Habituados como estamos a conocer el exterminio judío como algo realizado fuera de las fronteras del Reich alemán, en territorio ocupado en el Este, la perpetración de la eutanasia social nos acerca a una idea más monstruosa si cabe: que aceptando los alemanes el asesinato de miembros de su propia comunidad, «los dirigentes políticos confiaron en que podrían cometer crímenes todavía peores sin que llovieran sobre ellos protestas significativas. Pensaron que si había gente que consentía que su tía esquizofrénica muriera en la cámara de gas o su hijo de cinco años con parálisis espástica recibiera una inyección letal, tampoco le preocuparía el destino de los judíos aislados por ser enemigos del mundo y la nación, ni le importaría que dos millones de presos soviéticos murieran de hambre en seis meses para que los soldados alemanes y sus familias tuvieran más comida» (p. 293); idea esta última que nos recuerda una obra anterior suya, La utopía nazi: cómo Hitler compró a los alemanes (Crítica, 2006): cómo el expolio de los países ocupados por la Wehrmacht sirvió para favorecer notablemente el bienestar económico de los alemanes durante la guerra (hasta que empezaron los bombardeos estratégicos y el inicio del repliegue alemán en el Este desde 1943).

Superando la ecuación perpetradores/víctimas, la conclusión de Aly es apabullante: «los alemanes, en su gran mayoría, aceptaron los crímenes» (p. 295). Con ello no quiere decir que los jalearan ni exigieran, sino que los permitieron. Por vergüenza social, por conveniencia, por conocimiento de lo que iba a suceder. «En las paredes de las salas de estar y dormitorios colgaron fotografías de maridos, hijos y hermanos caídos en el frente. En cambio, sobre las imágenes del tío o la abuela asesinados por padecer una demencia, requerir cuidados o ser psíquicamente llamativos imperó una censura tácita» (ibídem). Es consciente el autor alemán de la necesidad de no establecer juicios de valor gratuitos: hoy en día, acostumbrados a la aceptación social de los diferentes, de los que padecen enfermedades físicas –y, sin embargo, añado, el silencio que imponemos todavía hoy día ante la enfermedad mental, el vacío social que se establece a su alrededor, la incomodidad y la vergüenza propia y ajena que a menudo se siente hacia quienes padecen una deficiencia psíquica– a menudo no tenemos en cuenta las difíciles circunstancias en que vivieron muchas familias alemanas de la época. «A diferencia de ahora, cuando nacía un niño discapacitado no existía ninguna perspectiva de ayuda social bondadosa, sino la amenaza real de que toda la familia sería considerada como genéticamente contaminada y vería coartadas todas sus posibilidades de futuro» (ibídem). Hubo muchos casos de familiares que no estaban dispuestos a permitir tamañas atrocidades, que protestaron porque no se les hubiera permitido sacar a sus allegados de hospitales y centros en los que se inducía la muerte; como hubo familias que supieron lo que significaba un «tratamiento arriesgado» y lo permitieron. Hubo notificaciones de muerte por enfermedades comunes como la neumonía que enmascaraban la suerte real que sufrieron las víctimas. Se mencionan ejemplos de niños y jóvenes que eran trasladados a centros en los que se gaseaba o practicaban inyecciones letales al tiempo que sus familias esperaban noticias sobre su estado de salud.

Pero el libro de Götz Aly obliga a replantearse muchas etiquetas sobre «criminales nazis» y «víctimas». Sobre estas últimas, concluye: «Las víctimas de la eutanasia en Alemania fueron una carga para muchos. Murieron de forma violenta y en el más absoluto olvido» (ibídem).

http://www.hislibris.com/los-que-sobraban-gotz-aly/
 
Oh neith siento mucho que seas discapacitada sordomuda. Aprende a leer y hacer comprensión de lectura; seguramente te será util

Cuando aprendas tú a hilar dos frases, a escribir o a puntuar correctamente.

Si te crees que me estás ofendiendo, la llevas clara. Con personajes más duros y con situaciones más duras en esta vida he tenido que pelear.
 
Aquí está uno de ellos, @gus:

Observe la felicidad que irradia la fotografía que encabeza esta página. Castigue sus prejuicios. Grabe la imagen en su retina. Despacio. Saboreando cada gesto. Cada detalle. Ahora puede usarla siempre que la necesite como un escudo protector contra el mal rollo. Observe la felicidad de María Gabriela Andrade, que tiene síndrome de Down. Observe la felicidad de Fabio Marchetti de Moraes, con un retraso mental. Y observe cómo los ojos negros serios de su hija Valentina se comen la cámara. La cría de mofletes hinchados nació sin ninguna discapacidad.

Ocho años después de esta fotografía, la visita a la historia de esta familia brasileña es una lección de vida. Una revisión sobre dónde está el orden de nuestro mundo. Laurinda, la madre de Gabriela, que le ha ayudado a criar a Valentina, tiene la clave:"Su forma de ver la vida es más simple que la nuestra. Nunca he visto a una pareja disfrutar tanto de la paternidad".
Los tres protagonistas de esta historia viven
en la casa de piedra que hace 50 años se construyó Laurinda en el municipio brasileño de Socorro, en el estado de Sao Paulo. Comparten espacio con los otros dos hijos mayores de la abuela. Uno es actor y el otro dentista. El guardarropas de la casa está lleno de muñecas Barbie. En las paredes hay colgados varios pósters de la serie animada Dora la Exploradora. También hay marcos con fotos de Gabriela y Valentina. Y uno en grande en el que sale el posado familiar que encabeza estas líneas.
Vuélvalo a mirar. Es un caso excepcional.En todo el mundo no hay más de 50 casos documentados de mujeres con síndrome de Down que hayan dado a luz. En España, por ejemplo, no tenemos ninguno. "Los hombres con Down tienden a ser estériles y la probabilidad de las mujeres de quedarse embarazadas es del 50%", nos explica Agustín Matía, gerente de la Federación Española de síndrome de Down."Las posibilidades de que estas personas tengan un hijo con discapacidad están entre un 25% y un 50%, dependiendo de las características genéticas de cada individuo".
Agustín dice que han encontrado casos de madres Down con hijos en Estados Unidos y en varios países de Latinoamérica. En la ciudad de Socorro, todos los vecinos conocen la historia de Gabriela, Fabio y su hija Valentina. El nacimiento de la pequeña, el 19 de marzo de 2008, fue todo un acontecimiento. Los informativos del país abrieron con la noticia. No había ningún precedente en el país olímpico del nacimiento de una niña fruto de una relación de dos personas con discapacidad.
Gabriela, 36 años, se crió acostumbrada a las miradas de sus vecinos. Nunca habían visto antes a una mujer con síndrome de Down. Su fuerza y valentía la han llevado a superar las barreras que se ha ido encontrando. Odia la palabra imposible y que le digan que no. Le encanta el ballet, que siempre ha practicado desde pequeña, y es cinturón marrón de judo. Su marido, Fabio, que tiene muchos problemas para expresarse, sufrió un accidente cerebrovascular horas después de que su madre diera a luz.

Ambos se conocieron siendo niños en la escuela de la Asociación de Padres y Amigos de Niños Excepcionales (APAE). Este colectivo lleva desde los años 50 en Brasil dando servicios sociales para mejorar la calidad de vida de personas con discapacidad. El Cupido brasileño hizo su trabajo y la pareja se empezó a gustar desde el principio. Fabio se cambió de escuela durante unos años y, cuando regresó, su antiguo amor de la infancia estaba saliendo con otro chico, Erik, también con síndrome de Down. Pero Fabio no se rindió y luchó hasta reconquistar a Gabriela. Le regalaba continuamente cajas con sus caramelos favoritos.


Desde entonces no se han separado ni un momento. Tan intensa fue su relación desde el principio que los padres de ambos pusieron una cama más en su casa porque los entonces veinteañeros decían que no podían dormir separados. Sus relaciones sexuales eran también muy intensas. Y despreocupadas. Creían ellos, sus familias y los médicos que Gabriela nunca se podría quedar embarazada. Estaban equivocados.
Hace nueve años, Gabriela empezó a engordar.
Su madre, Laurinda, lo achacaba a que comía mucho, hasta que un día Fabio dijo a un amigo que "el vientre le había lanzado un golpe". Enseguida fueron al ginecólogo, que determinó que Gabriela estaba de seis meses. "Fue increíble, no nos lo podíamos creer. Mi hija llevó todo el proceso con mucha calma y estaba muy feliz. Y dos meses después ya tenía a mi nieta", recuerda Laurinda.
Valentina nació un mes antes de lo previsto, sin heredar la discapacidad de su madre o de su padre. La alegría de la familia se vino abajo cuando la justicia brasileña negó la paternidad de la niña a Fabio. Consideraban que el hombre no tenía el raciocinio necesario para poder ejercer. No le dejaron inscribirse en el registro civil. Tras varias semanas de lucha legal y mediática, la justicia cambió su dictamen.

"Ahora somos padres. Estamos muy felices y preparados para cuidar a nuestra pequeña", dijo Fabio cuando fueron a registrar a su hija al Tribunal Civil de Sao Paulo. Un año después, en marzo de 2009, Gabriela y Fabio se casaron. La pequeña Valentina acudió a la ceremonia en brazos de sus padres, vestida con un traje blanco como su madre y con una corona de flores en la cabeza. Tras la boda, Gabriela se hizo una ligadura de trompas para no tener más hijos. Con la pequeña Valentina ya ha dado un portazo a todas las voces que creen que el Down y la maternidad son incompatibles.
 
Pineda: 'Tengo síndrome de Down y a mucha honra'
  • Pablo Pineda es el primer diplomado europeo con esta discapacidad
  • Defiende que los niños con síndrome de Down estudien en la escuela pública
  • 'Estoy orgulloso de lo que soy', afirma este malagueño de 40 años

    Pablo Pineda se pasea por la vida sin complejos. Lleva en su maleta un estuche de simpatía, un neceser de espontaneidad y un botiquín de optimismo. Charlar con este malagueño de 40 años es como recibir un chute de energía y vitalidad.

    Pablo Pineda no tiene pelos en la lengua. Tampoco le da miedo llamar a las cosas por su nombre. Tiene síndrome de Down y lo dice alto y claro sin eufemismos, disfraces, ni medias palabras: "No hay que acomplejarse de nada. Tengo síndrome de Down y a mucha honra. Estoy contento con lo que soy. Es importante que estemos orgullosos de lo que somos. No tenemos que compararnos con nadie".


    Recién llegado a Madrid en el AVE desde su Málaga natal, Pineda conversa animadamente en el taxi y salpica la charla con bromas y carcajadas. Ha derribado muchas barreras a lo largo de su vida. Tuvo que luchar para estudiar en una escuela pública, siguió peleando para continuar cursando Bachillerato y volvió a batallar para poder matricularse en una universidad.


    Peldaño a peldaño, se ha convertido en el primer diplomado europeo con síndrome de Down y ganó la Concha de Plata como mejor actor por la película 'Yo, también'. Ahora trabaja para la Fundación Adecco donde imparte charlas de formación para sensibilizar a las empresas con el fin de que contraten a personas con discapacidad.

    Pero, ¿qué puede ofrecer una persona con síndrome de Down a una empresa para que le contraten? En la sede de la Fundación Adecco en Madrid, Pineda desgrana con pasión las virtudes que les hacen diferentes: "Aportamos mucha empatía porque nos ponemos siempre en la piel del otro y también alegría porque solemos estar contentos. Somos muy sacrificados y nos adaptamos a cualquier cosa. Además, somos muy metódicos y eso da mucho a la empresa".

    Pineda sabe que aún no ha terminado su lucha. Sigue estudiando psicopedagogía y está a punto de convertirse en licenciado. Paradójicamente, uno de los problemas con los que se topó a la hora ingresar en la Universidad fue que su nivel de inteligencia era superior a los baremos establecidos para las personas con discapacidad.

    "Me costó mucho entrar. Para ingresar me exigían un 60% de minusvalía y yo tengo un 33%. Un catedrático me ayudó, pero tuvo que resolver muchos problemas burocráticos", afirma.

    '¿Soy tonto?'
    Todavía se acuerda de aquel profesor que cuando tenía seis o siete años le dio la noticia. "Me dijo que tenía síndrome de Down y que si sabía lo que era. Yo le dije que sí, pero no tenía ni idea. Y le pregunté: '¿Soy tonto?' Pero él me contestó que no y que podía seguir estudiando. No me di cuenta de lo que suponía hasta muchos años después".

    Ésa es precisamente una de las claves de su éxito: haber podido estudiar en una escuela pública. "Los centros de educación especial son producto de otra época cuando los niños con síndrome de Down eran algo que había que esconder. Considero que no es bueno crear guetos porque aíslan. Soy partidario de que los niños con síndrome de Down vayan a la escuela pública, donde se interactúa con gente diversa y hay un aprendizaje mutuo".

    '¡Claro que nos gustan las chicas! No somos de piedra ni seres asexuados'

    Otro de los secretos de su triunfo ha sido su familia. Nunca le sobreprotegió ni le puso límites ni le trató como a un niño. "Me dejaron ser autónomo. Me enseñaban, me estimulaban y me exigían al máximo. Siempre confiaron en mí y en mis posibilidades. Ahora pasa lo contrario y hay un control excesivo sobre los niños. Creo que es bueno que vayan solos y se espabilen".

    De hecho, cuenta la anécdota de que a la salida del colegio sus padres le dejaban volverse solo y coger dos autobuses para llegar hasta su casa. Sin embargo, a veces le espiaban para ver cómo reaccionaba y le seguían de cerca sin que él les viera.

    En su vida, sólo tiene un pero: le gustaría echarse una novia. "¡Claro que nos gustan las chicas!. La afectividad y la sexualidad es un tema tabú para las personas con síndrome de Down. No somos de piedra ni seres asexuados", se confiesa. Pineda admite que, a veces, es tan espontáneo que espanta a las chicas: "Yo se lo digo: 'Estoy enamorado de ti' y se asustan. Hay miedo al qué dirán y, luego, muchas sólo ven nuestro lado tierno. Somos los eternos amigos, pero no pasamos de ahí", se queja con sentido del humor.
    Otro de sus hándicaps es que estudió Magisterio, pero no puede ejercer de profesor. "La ley es ambigua en este sentido y depende del grado de capacidad de la persona. Pero hay una gran barrera social. Muchos padres de niños no aceptarían que les diese clase un maestro con síndrome de Down", se lamenta.

    Su historia es la crónica de una superación. Pineda es consciente de que se ha convertido en el espejo en el que se miran cientos de personas y no quiere defraudarlas. Por este motivo, pretenden seguir luchando para que la integración se convierta en el futuro de la sociedad.

    http://www.elmundo.es/solidaridad/2015/03/21/5508397922601ddc2b8b4575.html
 

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