El Bandolerismo en España. Entre el mito y la leyenda.

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«El Pernales»: así aplastó un «comando» de la Guardia Civil al criminal que desangró España.

El teniente Juan Haro López y sus hombres acabaron con la vida de Francisco Ríos González el 31 de agosto de 1907 tras una intensa cacería.

SeguirManuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:03/05/2019 13:37h.

Le llamaban «el Pernales» porque su carácter era más duro que los pedernales. Francisco Ríos González ha pasado a la historia por ser uno de los últimos bandoleros que asolaron España con violaciones, asesinatos y robos allá por el siglo XIX. Aunque, todo hay que decirlo, su imagen fue suavizada a la postre por un romanticismo ávido de mostrar a los bandidos como almas libres que luchaban por la justicia y cuyo origen se encontraba en la Guerra de la Independencia.

Más allá de la falsedad de este mito, lo que sí es cierto es que su reino del terror terminó el 31 de agosto de 1907, día en que un grupo liderado por el Guardia Civil Juan Haro López acabó con su vida y la de su compinche. Su caza fue narrada de forma pormenorizada en el diario ABC de la época, dónde se publicó el informe de la muerte elaborado por el mismísimo oficial. El resultado fue un júbilo general que se publicó en todos los diarios.

Bandolero y violador
La historia de Francisco Ríos González comenzó el 23 de julio de 1879 en el pueblo sevillano de Estepa, donde también habían nacido otros tantos bandoleros ilustres como «El Vivillo» (que pasó de asaltante de caminos a picador de toros). Nuestro protagonista, que a la postre se ganaría el apodo de «el Pernales», pasó su infancia entre robos y delitos para tener algo que llevarse a la boca. Así, hasta que tuvo un encontronazo con la Guardia Civil por sus hurtos y se ganó un garrotazo en la cabeza que le descalabró. Fue entonces cuando se decidió a tirarse al monte, como ha quedado en la jerga popular.

A partir de entonces, y tal y como explica Lorenzo Silva en su obra «Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil» (Edaf, 2017), «el Pernales» se convirtió en el prototipo de bandolero romántico. Uno de los últimos de su era. Más pronto que tarde, el camino de este bandido de 1,49 metros de altura y mirada gélida le llevó a secuestrar al hijo del importante dueño de una hacienda local. «Apresado por la Guardia Civil, las mañas de su abogado le valieron la absolución judicial», explica el popular autor en su obra.

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Grabado de ABC que muestra la muerte de "el Pernales"
A partir de entonces su barbarie se generalizó. Ejemplo de ello es que, tras ganarse la libertad, asaltó una vivienda en Cazalla con otros dos compinches. Allí robaron nada menos que 12.000 pesetas y violaron a la mujer de la casa. De nada le valió a la Guardia Civil detenerle, pues logró escaparse al poco de la cárcel de Sevilla y reinició sus crímenes. «El 25 de marzo de 1906 se presentó en Hoyos para buscar al apodado “el Macareno”, antiguo cómplice de su tío, otro bandido estepeño llamado “el Soniche”, a quien “el Macareno” había traicionado», añade el autor. Para sacarle la información, «el Pernales» le ató a un árbol y lo asesinó lentamente a puñaladas mientras se fumaba un habano.

Su triste fama se extendió por toda España. El bandolero empezó a causar tanto miedo que le valía con llamar a la puerta de cualquier cortijo andaluz para que le ofrecieran mil pesetas y algo de comida a cambio de su marcha. Con todo, también se ganó la simpatía de algunos pastores locales al darles una buena propina a cambio de que le informaran del paradero de las patrullas de la Guardia Civil. En ese momento, nuestro protagonista y su compinche, «el Niño de la Gloria», escapaban para evitar que les cazaran.

Al menos, así fue hasta el 30 de mayo de 1907 cuando, durante un atraco entre Alcolea y Villafranca (en Córdoba) fue herido de muerte su compañero. «Poco después “el Pernales” se consiguió un nuevo auxiliar, que se le ofreció voluntario y que respondía al sobrenombre de “el Niño del Arahal”», añade Silva. Aunque poco les duró la ilusión de sus primeros golpes ya que el acoso de la Benemérita les obligó a marcharse a Valencia. Allí continuaron hasta que, el 31 de agosto, fueron vistos en el término de Villaverde de Guadalimar (en Albacete).

A la caza
El diario ABC publicó, el viernes 6 de septiembre, el «relato oficial completo» de la caza de «El Pernales». Este estaba escrito por la mano del «teniente jefe de línea de la Guardia Civil D. Juan Haro López», el mismo que, en palabras del periódico, «mandaba las fuerzas que mataron a los bandidos».

Tal y como se puede leer en el mismo informe, la caza comenzó el 31 de agosto de 1907. «A las doce y cuarenta del día de ayer se presentó en el caserío El Sequeral, término de Villaverde, punto en el que se encontraba el oficial que suscribe, por tener en él su zona de vigilancia, el paisano Eugenio Rodríguez Campayo, conduciendo una carta del señor juez de ese pueblo», señala.

La misiva explicaba que «habían visto por aquellas inmediaciones dos hombres desconocidos» que, según sospechaba un Guardia Civil de la región, podían corresponderse con «el Pernales» y su compinche. La ocasión no podía ser mejor, así que el oficial se puso en marcha. «Inmediatamente, y sin dejar la vigilancia establecida por si se trataba de una falsa alarma, salí con el cabo Calixto Redondo Morcillo y segundos Juan Codina Sosa y Andrés Segovia Cuartero hacia el pueblo de Villaverde», añade.

«La oportunidad del cabo y guardia de referencia de colocarse en el punto que les había ordenado, nos dio la fortuna de que dichos bandidos llegaran a ocho pasos de distancia y donde estaban emboscados sin ser vistos»
Tras arribar a la zona y corroborar, gracias a varios ciudadanos, que los dos forajidos se encontraban en las inmediaciones, Haro planeó la cacería, para la que contó con la ayuda de otros tres hombres.

«Sin pérdida de momento y auxiliado de tres prácticos me dirigí al sitio indicado, y una media legua antes de llegar distribuí la fuerza, mandando al cabo Villaescusa y al guardia Segovia con dos prácticos por la cúspide de la sierra, con el propósito de cortar la retirada a los sujetos perseguidos; y el que habla, con los guardias Redondo, Codina y un práctico, siguió á atacar de frente el punto en el que, según noticias, se encontraban los sujetos», se añade en el informe.

La sección del oficial tuvo suerte y, al poco, se topó con los forajidos en mitad de la sierra. Sin embargo, el grupo de Haro sumaba apenas tres hombres, así que debía tener cuidado a la hora de dar sus órdenes.

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Los cadáveres del Pernales y del Niño del Arahal - ABC
Poco después, los bandoleros iniciaron su camino. «Había transcurrido una media hora cuando ya, estrechado el cerco y ambas fuerzas próximas a los bandidos, estos se pusieron en marcha», añade Haro en su informe. Ese fue, según el Guardia Civil, el momento de actuar. «La oportunidad del cabo y guardia de referencia de colocarse en el punto que les había ordenado, nos dio la fortuna de que dichos bandidos llegaran a ocho pasos de distancia y donde estaban emboscados sin ser vistos», completa. Cuando se hallaron a tiro de fusil, un grito resonó en mitad del monte. «¡Alto a la Guardia Civil!». El alarido fue respondido al instante por «el Pernales»: «¡Vamos con ellos!».

En ese momento comenzó un tiroteo que llevó a «el Pernales» a una muerte rápida cuando los agentes le seccionaron la femoral. «Al referido “Pernales” le dispararon el cabo Villaescusa y el guardia Segovia a la vez, quizá un poco antes el guardia, sin que se pueda precisar el que le mató, pues los dos creen haberlo herido», se explica en el informe. Lo cierto es que no duró mucho el bandolero a pesar de la guerra que había dado hasta entonces.

La otra muerte
Tras la muerte del bandido su compañero descerrajó tiro tras tiro a laGuardia Civil para tratar de escapar. «Continuó sosteniendo algo el fuego el "Niño del Arahal", que se dio á la fuga, volviendo a lo más elevado de la montaña», añade el informe.

Difícil le iba a ser quitarse de encima a las autoridades. Haro y su grupo iniciaron entonces una persecución que les llevó hasta la cima de la loma «con inmensas fatigas», aunque también con celeridad. «Al notar nuestra presencia hizo fuego en retirada, auxiliado por las escabrosidades del terreno, contestándole en la misma forma», desvela. Al final, tras un intercambio de tiros, ocurrió lo previsto. «A los pocos disparos el bandido cayó, al parecer muerto, como así después se comprobó», añade.

«Por más que le hice fuego de revólver, como la distancia era de más de cien metros, no se si le pude herir»
Con su vida acabó uno de los miembros de la Guardia Civil después de que el propio Haro le descerrajara, de forma inútil, varios disparos con un arma corta desde la lejanía.

«Por más que le hice fuego de revólver, como la distancia era de más de cien metros, no se si le pude herir; pero cuando aquel huyó y los guardias que me acompañaban continuaron el fuego, puedo asegurar que en un disparo hecho por el Codina fue cuando se vio caer al bandido, y como el fuego de revólver ya era ineficaz, me limité a facilitar cartuchos al guardia Codina. Tanto este como el Redondo me han dado prueba de ser excelentes tiradores», explicaba Haro.

Inventario
Tras registrar los cadáveres, la Guardia Civil hizo una de las descripciones más detalladas que existen de «el Pernales». En sus palabras, el bandolero aparentaba tener unos veintiocho años y medía 1,49 metros de estatura. «Ancho de espaldas y pecho, algo rubio, quemado por el sol, con pecas, color pálido, ojos grandes y azules, pestañas despobladas y arqueadas hacia arriba, colmillos superiores salientes...», añadía el documento.

Por si fuera poco, también detallaba que tenía manchas en las manos y que estaba vestido con «pantalón, chaqueta corta y chaleco de pana lisa, color pasa». Todo ello, acompañado de un sombrero color ceniza de ala plana flexible, «unos calzoncillos de lienzo blancos», calcetines escoceses y «faja de estambre negro».

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Su compañero contaba aproximadamente veintiséis años de edad, medía 1,61 metros de altura y era muy delgado. «Pelo rubio, barbilampiño, cara afeitada, viste igual que el anterior y el sombrero y botas con las mismas señas», finalizaba. Habría que añadir que, atendiendo a las fotografías publicadas por el diario ABC, tenía también una cara infantil que contrastaba con la de su compañero, mucho más recia.

A su vez, el Guardia Civil describió, de forma pormenorizada, cada uno de los objetos que llevaba «el Pernales» cuando fue descubierto por las autoridades. La lista es extensa, pero en ella destacan una escopeta de dos cañones, un revólver «sistemas Smith de seis tiros cargado», unas tijeras grandes, un «anteojo de larga vista sistema antiguo», un reloj de bolsillo, varios mondadientes, un espejo de bolsillo, una bota de vino (al bandido no le podía faltar su copazo), unpeine negro y una pluma. Para terminar, dejó también constancia de que había hallado una cartera tres billetes de cien pesetas e, incluso, apuntó sus números de serie para evitar el robo.

Últimas horas
Los cadáveres fueron expuestos en Bienservida (Albacete) como aviso a los posibles bandoleros que todavía acosaran la zona. A su vez, la Guardia Civil corroboró que eran los de «el Pernales» y su compañero con el reconocimiento de varios vecinos de Estepa (en Sevilla).

El mismo ABC señaló, en una noticia publicada el 4 de septiembre de ese mismo año, el horrible estado en el que se hallaban para entonces los cuerpos. «Los cadáveres de los dos bandidos estaban en descomposición, exhalando un hedor insoportable». Tan horrible era la peste que, siempre en palabras del diario, después de que se confirmara su identidad a nivel oficial se les llevó a cabo la autopsia y se les enterró en el cementerio de Alcaraz.

«Ha muerto “el Pernales” y no hay que llevarlo a la leyenda. Más digno de admirar es el pobre guardia que se expone a morir, en cumplimiento de un deber, por tres pesetas»
La autopsia corroboró lo que ya se sabía y acabó con las teorías de algunos diarios sensacionalistas que cargaban contra las autoridades. «Del informe emitido resalta que el “Niño del Arahal” recibió un balazo en el corazón y el “Pernales” dos, uno en cada ingle, que le fracturaron el fémur y le cortaron la femoral», añade el diario.

Para entonces España ya estaba celebrando la muerte de este bandolero. El mismo diario El Radical publicó, el 2 de septiembre de ese mismo año, unas crueles palabras en su honor: «Ha muerto “el Pernales” y no hay que llevarlo a la leyenda. Más digno de admirar es el pobre guardia que se expone a morir, en cumplimiento de un deber, por tres pesetas; tanto más de admirar cuanto que estos pequeños destacamentos de cuatro o cinco hombres van al peligro voluntariamente, pues nadie los ve, nadie los vigila, y bien pueden si quieren esquivar el peligro». Y no le faltaba razón al artículo.

Original, conteniendo video al inicio:
https://www.abc.es/historia/abci-pe...ano-desangro-espana-201810241433_noticia.html
 
EL BANDOLERISMO EN ESPAÑA

Un fenómeno social entre la realidad y la ficción

Por José Antonio Molero

En esta época que nos ha tocado vivir, en la que los atracadores, timadores, embaucadores, chorizos, cacos, sacres, ladrones de guante blanco y corruptos de todo pelaje abundan como la mala hierba en una vereda, no he podido sustraerme, llevado quizá de mi natural romántico, a escribir algo evocador de los bandoleros de antes, que, aunque solo fuese por el hecho de que ponían en riesgo sus vidas al perpetrar sus fechorías, nada tienen que ver con los de ahora, que se llevan la pasta sin quitarse la corbata, pero eso sí, muy educadamente.

Hombres toscos envilecidos desde la cuna por la mala vida; hábiles estrategas en argucias, emboscadas y celadas; gentes de patillas de boca de hacha, faca a un lado de la faja y pistolón al otro; diestros jinetes a la grupa de caballos de alto porte, rostro velado por un pañuelo y amantes pacientemente a la espera en las calles oscuras de las afueras; las más veces vengadores de las iniquidades, vilezas, abusos y atropellos cometidos por burgueses innobles, nobles arruinados y clérigos codiciosos sobre los más desfavorecidos, todo ello envuelto en un halo de romanticismo por juglares en sencillos romances que cantan indecibles desafíos épicos y venganzas feroces a la luz de la luna, son los componentes románticos de esa imagen hermoseada que solo podía tener el sentido que tiene en unas tierras como las nuestras.

Ciertamente, el bandolerismo fue cruel y despiadado. Los bandoleros eran eso, bandas de proscritos, salteadores de caminos, ladrones, gente cuyos actos iban acompañados las más veces de mucha crueldad y brutalidad, de lágrimas y dolor injustificado. Lo de robar al rico para dárselo a los pobres es más leyenda que realidad. Pero no es menos cierto también que en sus orígenes hay igualmente indicios de aquel patriotismo hispano que se enfrentó a los franceses invasores y de aquel otro que luego plantó cara a las veleidades sociales de un orden social injusto.


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Partida de bandoleros a caballo.

Acercamiento lexicográfico e histórico
Al definir el diccionario de la RAE [1] la palabra bandolero, la presenta, antes que nada, con un significado idéntico al de bandido, palabra a la que nos remite, y de la que nos propone un primer significado de «fugitivo de la justicia llamado por bando», o sea, «forajido por edicto o mandato solemnemente publicado por orden superior», valor semántico al que añade a continuación los de «persona que roba en los despoblados, salteador de caminos» y «persona perversa, engañadora o estafadora». Por tanto, el término bandolero presenta hoy diferencias semánticas con los de banderizo y bandero, de los que fue sinónimo en un tiempo, y, aunque caídos ya en desuso, sirven para designar a «los que siguen bando», es decir, «los sujetos a facción, partido o parcialidad». Como vemos, se trata de calificativos aplicables, en lo que tienen de peor, a muchos individuos de ahora cuyos nombres propios todos tenemos en la cabeza. Aparte de este vocablo, cuyo significado se corresponde —según queda dicho— con el de ‘forajido salteador de caminos’, durante los siglos XVIII y XIX —época a la que vamos a limitar nuestro pequeño estudio—, se usaron otros, como facineroso o, simplemente, ladrón y dronista, voz de germanía, derivada del arcaísmo dron (‘camino’).

Por su parte, Joan Corominas [2] nos dice que el término castellano bandolero procede de la voz catalana bandoler, que a su vez derivada de bàndol (‘bando, facción, partido’), palabra que se utilizó en esta región con motivo del gran desarrollo que tuvieron las banderías o facciones durante las guerras civiles que azotaron la Cataluña de los siglos XV-XVII, y que, a la larga, degeneraron en lo que hoy entendemos por bandolerismo.

El término bandolerismo aparece definido en el DRAE como «la existencia de bandoleros en un país, región o comarca de forma continuada», coincidiendo así con la que propone para la palabra bandidaje, que considera sinónimas. Si durante esta permanencia, el forajido usa y abusa del terror para imponer su voluntad, el bandidaje o bandolerismo recibe el nombre de terrorismo, y, quien lo practica, terrorista.

De lo que someramente hemos expuesto se infieren primordialmente dos cosas: una, que el término bandolero ha sufrido un proceso negativo de evolución semántica (o degradación), pasando de lo que hoy entendemos por «persona partidaria o adscrita a partido o facción» a lo que también entendemos hoy por forajidoo proscrito, sean cuales fueren las siglas con que se acredite y las razones en que se ampare o emplee para cubrir sus desafueros; y dos, que esa degradación semántica ha corrido a la par con la que en la realidad sufrieron las antiguas partidas o bandas, que de un patriotismo más o menos bien entendido, se degeneraron hasta tal limite que llegaron a convertirse en verdaderas pesadillas para los ciudadanos, que se ven amenazados en sus vidas, en sus familias y en sus intereses.

Durante los siglos XVIII y XIX, se empleó el término latrofaccioso, que consideramos algo rebuscado, derivado de latrocinio («acción propia de un ladrón o de quien defrauda a alguien gravemente») y de facción(«bando, pandilla, parcialidad o partido violentos o desaforados en sus procederes o sus designios») para designar a los que «se dedican al hurto y robo en cuadrilla». Otros términos empleados, como caballista («ladrón de a caballo») en Andalucía y trabucaire («ladrón armado de trabuco») en Cataluña, han caído ya en desuso por tratarse de denominaciones cuya etimología está relacionada con medios o instrumentos obsoletos.

En conclusión, tanto en la etapa histórica que vamos a tocar como en la actualidad, todo fenómeno de bandolerismo es clandestino en su organización y de ejecución insidiosa. Su manera de sobrevivir, cuando el grupo —siempre de escaso número— ha logrado algún grado de cohesión entre sí, es lo más parecido a la manada de lobos, en cuanto tienen en común reunirse para expoliar y dispersarse de inmediato, y, llegado el caso, huir cuando presienten que han sido descubiertos o localizados. Como regla de oro podemos establecer que su incubación es prolongada, su eclosión súbita, su ascensión casi siempre rápida y su extinción está en proporción directa con la intensidad con que se lo combata.

Hechas estas reflexiones preliminares, y ya por último, salimos al paso del confusionismo existente entre las denominaciones de ‘guerrillero’ y ‘bandolero’ cuando se argumentan intereses de tipo político, con el fin de dar justificación a unos crímenes que, por su misma naturaleza, no pueden tenerla. En tal sentido, y apelando a la ortodoxia léxico-semántica, asignamos la denominación de guerrillero —sin aludir, por supuesto, a los componentes de unidades militares de igual denominación— a aquellos patriotas que, a su buen saber y entender, combaten al enemigo exterior que ha invadido su patria. A los españoles pueden valernos como referencia diferenciadora las partidas sueltas o guerrillas que, de manera continuada y con elogiable audacia, hostigaron a las tropas francesas, impidiéndoles el normal desenvolvimiento de sus planes de campaña, durante la invasión napoleónica de nuestro país en la primera década del siglo XIX. Luego volveremos a mencionarlos, aunque de pasada. Los bandoleros, como queda dicho, son otra cosa bien distinta.


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Asalto a un carro.

Causas inmediatas del bandolerismo
En este escrito limitaremos nuestra exposición a lo que hoy entendemos todos por bandolerismo común y ceñiremos nuestro campo de estudio a España, con especial atención al que se originó en Andalucía, no sin antes haber entrado en una breve reflexión sobre los factores que pudieron haberlo determinado.

Es obvio que, a la raíz misma de cualquier fenómeno social, hay siempre unos condicionamientos que explican su afincamiento en determinadas zonas y la contumacia que lo caracteriza. Unos son de carácter socioeconómico, de los que, en el caso del bandolerismo común, podemos citar como principales el analfabetismo casi generalizado de la época, el hambre y la miseria que atenazó a ciertas regiones o zonas, la escasez de comunicaciones, la falta de una equitativa distribución de la tierra, que dio lugar a injustos latifundios (tal es el caso de Andalucía); la inestabilidad política causada por gobiernos fugaces o inoperantes, originadores de graves desequilibrios sociales; las guerras civiles, que, a su conclusión, dejaron como recuerdo núcleos descontrolados de inconformistas que buscaron amparo en la fragosidad del paisaje, entre otros.

De igual modo, ese bandolerismo necesitó para su pervivencia de unas condiciones geográficas especiales, que, en el ámbito andaluz, se concretan en la complejidad orográfica de algunas zonas y en la disponibilidad de comarcas aisladas y accidentadas que facilitan la ocultación [3].


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Una vez dueños del carruaje, muchas veces cruento, los bandidos procedían a su expolio.

El bandolerismo como fenómeno social
El bandolerismo no se puede reducir a una determinada época histórica, ni ubicarlo en ciertas zonas geográficas de manera exclusiva [5]. El bandolerismo es un fenómeno social, y, como tal, sus comienzos van ligados al origen mismo del hombre como animal social por naturaleza; más concreto aún, al inicio mismo de las relaciones humanas, y, en particular, a aquellas situaciones de opresión y de descontento social. Sin embargo, como ya hemos adelantado, limitaremos nuestro modesto trabajo al ámbito español, con especial atención a ese bandolerismo que se localizó en las tierras andaluzas.

Conscientes de lo que esa limitación acarrea ya por sí sola para una exacta comprensión del fenómeno en su sentido más amplio, acrecentamos aún más la restricción recordando algo que también quedó anteriormente dicho, que centraríamos nuestra incursión en este tema en el bandolerismo tal como nos lo define el diccionario de la Real Academia.

Establecidas y aceptadas convencionalmente esas limitaciones preliminares, dejamos constancia de que la figura del bandolero como forajido y salteador de caminos, delincuente motivo de extorsión en los bienes ajenos y causante de muertes de inocentes; en definitiva, el malhechor sin paliativos, tiene ya exponentes significativos en el siglo XVI.

En efecto, no cabe duda de que la pobreza que empezó a hacer acto de presencia en las tierras de la España imperial de los Austrias, a causa de la sangría económica que ocasionaba estar en continua guerra con casi toda Europa, tuvo mucho que ver en su origen. No hay más que acercarnos a la Literatura para percatarnos de que fue en este siglo cuando surge la novela picaresca, cuyo protagonista, un pícaro, emplea su destreza mental y habilidades actuales en la comisión de actos delictivos contra las personas y la propiedad ajena, llevado por la imperiosa necesidad de cubrir sus carencias más perentorias en un contexto personal de extrema pobreza.

El fenómeno se acentúa durante el siglo XVIII. El injusto reparto de tierras dará origen a un desmesurado latifundismo en Andalucía, que contrasta con grandes masas de población campesina, sin más medio de subsistencia que su trabajo, que se ve avocada a la sumisión de su esfuerzo laboral a unos terratenientes desaprensivos, que someten despiadadamente al campesinado a unos arbitrarios y míseros jornales, originando así bolsas de extrema pobreza y, consiguientemente, razonables casos de inconformismo y rebeldía sociales.


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Expolio de un carruaje.

Nacimiento del mito
Durante las dos primeras décadas del siglo XIX, coincidiendo con la invasión de España por las tropas de Napoleón y sin un ejercito regular para la legítima defensa del suelo patrio, surgieron muchas partidas paramilitares, entre cuyos jefes destacaron Juan Martín Díaz, “el Empecinado”; Francisco Espoz y Mina (ambos generales del ejército regular español) y el cura Merino. Su organización en partidas sueltas (o guerrillas), que hostigaron por sorpresa al ejército invasor y le impidieron maniobrar normalmente en campaña, fue, desde luego, bastante eficaz: atacaban las retaguardias, obstaculizaban los desplazamientos de los batallones y se apoderaban de sus convoyes de aprovisionamiento.

La contemporización de estas guerrillas de evidente matiz patriótico con las facciones bandoleras sensu stricto durante este tiempo, unido al empobrecimiento de los campesinos (que se agudiza durante esta centuria a causa de la Guerra de Independencia, primero, y, después, de las tres Guerras Carlistas), el descontento social por la inoperancia de políticas desacertadas y la incultura casi generalizada de la época desemboca en una confusión entre ambos tipos de actitudes grupales, indiscutiblemente muy distantes, tanto en sus principios como en sus fines.

Surge así el mito del bandolero benefactor y justiciero, ese fuera de la ley por atracar a ricos, hacendados y pudientes, pero de espíritu generoso y caritativo con los socialmente oprimidos y maltratados; ese tipo de bandido que roba sin piedad a unos para, muchas veces, ceder generosamente a los necesitados el producto de lo robado; ese facineroso autor de un acto vil y, a continuación, capaz de un insólito rasgo de nobleza. Nace, en fin, ese malvado que mata con saña y que a poco protege la vida de quienes, desvalidos, se confían a él.

Desde el punto de vista militar, los bandoleros no tuvieron estrategias prefijadas, ni acaudillaron a grandes cuadrillas, pero sus acciones fueron efectivas y su pervivencia considerable, si nos atenemos al hecho de que —al decir de los entendidos— no desaparecen hasta bien entrado el siglo XX.

En cierto modo, y sin salirnos de su claustro legendario, estas gentes tienen un carácter prepolítico que no ha dado o que no acaba de dar con un lenguaje específico en sus aspiraciones en lo tocante al mundo. Mantienen, eso sí, vínculos de solidaridad debidos al parentesco o, en el sentido antropológico, al clan, a los suyos, a los que les mantienen, a la supervivencia y también al territorio que los vio nacer.

De otra parte, los bandoleros, además de sembrar el terror de los caminos andaluces o de prodigarse en dádivas, eran protagonistas de dramas románticos, muy al gusto de los prosistas europeos decimonónicos. Así, en todo ese tiempo, encontramos bandoleros toreros, cantaores de flamenco, contrabandistas, y Ronda y sus alrededores, fue la zona por la que discurrieron numerosos de ellos y por donde, debido principalmente a su especial configuración orográfica, perpetraron sus más conmemoradas fechorías (o hazañas, según los puntos de vista).

A esa etapa de la historia corresponden los bandoleros más conocidos y aún recordados por el pueblo andaluz e incluso por toda España [4]. A título de ejemplo, podríamos nombrar a Luis Candelas, Diego Corrientes, Juan Caballero Pérez, “el Lero”; José María Hinojosa Cobacho, “el Tempranillo”; los Siete Niños de Écija, Jaime “el Barbudo”; José Ulloa, “el Tragabuches”; Joaquín Camargo Gómez, “el Vivillo”; Francisco Antonio Jiménez Ledesma, “el Barquero de Cantillana”; Luis Muñoz García, “el Bizco de El Borge”; Francisco Ríos González, “el Pernales”, y muchos más, finalizando —según algunos estudiosos del tema— el 18 de marzo de 1934 con la muerte del que ha sido considerado último bandolero: Juan José Mingolla Gallardo, “Pasos Largos”.

Por el contraste que presenta el relato de la vida de algunos de estos personajes, en su doble faceta de leyenda y realidad, hemos convenido en daremos cuenta de algunos de ellos en sucesivos artículos.


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Expolio de un carruaje.

Ruta de los bandoleros
En Andalucía, tanto en la realidad como en la ficción, los puntos de asalto de la campiña se extendían por el Noroeste, entre Lebrija, Utrera, Osuna, Écija, Montilla, Puente Genil, Lucena, Iznájar y Estepa; más al Sur, sus hazañas llegaban hasta la serranía de Ronda, a los espesos alcornocales de Jimena de la Frontera, Gaucín y a la deslumbrante blancura de Medina Sidonia.

Los objetivos de su bandidaje los constituían, de manera primordial, las líneas de comunicación habituales, ya atravesasen la campiña o la serranía, que eran salteadas por estos hombres, muy conocedores del terreno. Esporádicamente, expoliaban poderosos cortijos, aprovechando los días en que su custodia había disminuido por ausencia de sus dueños, o sometían a algún potentado a la sangría de una copiosa cantidad de dinero con motivo del rescate de un familiar previamente secuestrado, normalmente un hijo pequeño.

Sabedores de la suerte que se jugaban, su grado de especialización era tal que utilizaban distintos caballos, debidamente adiestrados, según tuviera que correr a campo abierto, perseguidos a través de la campiña por alguaciles o migueletes, o huir monte arriba, saltando por encima de precipicios y remontando escarpadas pendientes. Rápidos como el viento del Estrecho y huidizos como los torrentes que surcan las esquinadas sierras andaluzas, el bandolero se perdía en la exuberante variedad de la tierra que lo vio nacer.

Convertidos a veces en héroes populares, su fama agitaba la vida y la imaginación de los muchos pueblos a los que salpicaban sus meteóricos asaltos. Los famosos Siete Niños de Écija, que ganaron su imperecedero renombre en el corto período que separa a 1814 de 1818, dominaban la campiña y las sierras de Córdoba y Sevilla. También Utrera, ciudad de castillo y murallas, sufrió la amenaza de los bandoleros en sus ricos cortijos, dispersos por entre los llanos y las lomas de su extenso término.


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Enfrentamiento entre bandoleros y la Guardia Civil, cuerpo civil y militar que desempeñó un papel decisivo en la desaparición del ban-dolerismo en España.

Ronda, un espacio propicio para el bandolerismo
Pero donde confluyen esos dos elementos de la madre naturaleza que posibilitan un escenario idóneo para el desarrollo del bandolerismo es Ronda. Allí comienza la serranía de su nombre y la provincia de Málaga, la parte más romántica de Andalucía. Ya salvaje y grandiosa, con sus majestuosos bosques de torrentes que se despeñan con estruendo de precipicio en precipicio, sus incontables rocas, el denso tapiz verde de unos pinares que lo cubren todo, sus campos sembrados de trigo…, como diríamos al amparo de una buena veta romántica, solo esta cordillera es capaz de inspirar esa especie de terror poético tan propio del romanticismo; la serranía rondeña es, en definitiva, ese marco incomparable donde no cuesta trabajo imaginarse la gestación de un espíritu revolucionario, indómito, sencillo, de rechazo a la opresión, de lucha en ocasiones individual y de compromiso, como en muchos otros lugares que vieron nacer bandidos de ánimo similar.


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Juan José Mingolla Gallardo, "Pasos Largos", consi-derado el último bandido de España.

(Imagen tomada de SUR.es)


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NOTAS

1 Diccionario de la lengua española, s. v. ‘bandolero’ 1, 22.ª edición, versión electrónica de la edición de 2012, con las últimas modificaciones hasta ese año.

2 Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, tomo I (A-CA), s. v. ‘Bando II’, 43 y ss.

3 La orografía de algunas comarcas andaluzas ofrecía total impunidad a los bandoleros en la comisión de sus fechorías. Baste recordar en este sentido la complicidad que les brindaba Sierra Morena o la Serranía de Ronda, con sus terrenos agrestes y accidentados, minados de profundas grietas y horadados de cuevas y grutas naturales cuya existencia solo ellos conocían. Los bosques, impenetrables por extensos, se convirtieron en verdaderos refugios naturales.

4 El bandolerismo no ha sido (ni es) un fenómeno exclusivo de España. Con diferentes matices y distintogrado de agresividad, organización y postura ante los resortes de la Ley, diversas agrupaciones de malvados, proscritos y malhechores se han disputado (y disputan) la titularidad del bandidaje, la extorsión y el asesinato. Bástenos recordar los casos de la mafia siciliana, el marsellés, la camorra napolitana o el gansterismonorteamericano, por citar sólo algunos de los más conocidos.

5 De igual manera, tampoco debemos perderse de vista que el bandolero no es una figura exclusiva de España. Todas las culturas han tenido su Viriato, su Robin Hood, su Guillermo Tell, su Zorro…





REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

ALVEAR CABRERA, Juan José y Rafael CABELLO CASTEJÓN (1980): Los más famosos bandoleros. Ed. Nebrija, León.

BERNALDO DE QUIRÓS, Constancio y Luis ARDILA (1973): El bandolerismo andaluz. Eds. Turner, Madrid.

DÍAZ CARMONA, Antonio (1969): Bandolerismo contemporáneo. Cía. Bibliográfica Española, Madrid.

GARCÍA CIGÜENZA, Isidro (1998): Bandoleros en la Serranía de Ronda. Ed. Guadiaro, Comares (Málaga).

HERNÁNDEZ GIRBAL, Florentino (1968): Bandidos célebres españoles (en la historia y en la leyenda). 2.ª ed., Eds. Lira, Madrid, 1993; 2 tomos.

http://www.gibralfaro.uma.es/historia/pag_1936.htm
 
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El bandolerismo andaluz / C. Bernaldo de Quirós - Luis Ardila / Turner 1988 / 263 págs.

Sobre un tema tan llamativo como el bandolerismo andaluz, existe una bibliografía poco extensa. Aparte de los voluminosos estudios de Zugasti, quizá sea esta obra el título más importante.
Fenómeno social y político de extraordinaria importancia, el bandolerismo andaluz, hijo directo de la gran propiedad, tiene desde los más remotos tiempos históricos hasta el siglo XIX un desarrollo lineal, in crescendo, a medida que las condiciones sociales se transforman.
Considerado, pues, el primer episodio de la lucha social en Andalucía, el bandolerismo, a través de una serie de lances cada vez más intensos y dramáticos, enlaza a Diego Corrientes, el de Utrera, con el decrépito Seisdedos de Casas Viejas.
 
El descendiente del bandolero más temido por la Guardia Civil desvela sus secretos a ABC
Francisco Juárez, tataranieto de Castrola, es partidario de que se ha generado una leyenda negra que poco tiene que ver con la realidad histórica de su antepasado: un bandido que la prensa de la época definió como una «alimaña de los Montes de Toledo»
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Actualizado:12/04/2019 08:27h
Reverte, el bandolero liberado por la Segunda República que sembró el terror en Córdoba

Solo con paso firme y sabiendo que tocará enjugarse alguna que otra vez el sudor se puede superar la pendiente empedrada que separa el valle toledano de la cueva de Castrola. Acceder al que fuera el último refugio de uno de los bandoleros más vilipendiados por la historia manchega y española no es fácil; menos aún si el cielo descarga una lluvia que la flora agradece, pero no así el visitante. Decir (y dejar sobre blanco) algo tan manido como que los bandidos que se habían echado al monte podían esconderse entre los árboles y escapar así de las autoridades apenas supone un suspiro. Verlo por uno mismo es otro menester y puede provocar alguna torcedura de tobillo. Inaudita, eso sí, pero plausible.

Más a gusto se podría estar disfrutando de unas típicas gachas en Madridejos (Toledo), apenas unos kilómetros al norte de la montaña, o metiéndose entre pecho y espalda una caldereta de cordero en Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), al sur. Unas reflexiones, por cierto, que se pasaban seguro por la cabeza de los bandidos que se escondían entre la maleza hincando el diente de vez en cuando a un trozo de queso reseco en pleno siglo XIX. Sin embargo, el camino que hoy cuesta ascender sin apenas carga (¿qué son una grabadora y una libreta en el bolsillo?) y con un calzado diseñado para la montaña es el mismo que hacía, allá en 1880, Isidoro Juárez García - apodado Castrola (o Castrolas, atendiendo al autor)- día sí y noche también para pernoctar al abrigo y la seguridad de la fría piedra. Y probablemente en alpargatas.

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Bandoleros de los Montes de Toledo
También lo hacían, zurrón y fusil a cuestas, los agentes de la Guardia Civilque ansiaban echarle el guante y acabar así con sus supuestas fechorías, exageradas hasta la extenuación por la leyenda local. Pero jamás le encontraron. Es lo que tiene conocer los recovecos de tu casa, que te permite esconderte a placer cuando el enemigo llama a la puerta. Y, en el caso de Castrola, los Montes de Toledo eran su hogar. Quizá esa frustración por no poder capturarle fue la que llevó a las autoridades y a los medios de comunicación de la época a cargar tintas sobre él y a pintarle como un diablo al que solo le faltaban cuernos. Una suerte de «alimaña», como le calificaba un periódico de entonces. O puede que, simplemente, sus crímenes fuesen ciertos. ¿Quién lo sabe tras más de siglo y medio?

En pleno 2019, 138 primaveras después de que este bandolero se fuese a la tumba (según apuntan las fuentes más fidedignas, por culpa de una navaja española lanzada con más maldad que atino por los que fueran sus socios), las preguntas que rodean su pasado son más que los datos fehacientes que existen sobre su vida. Aunque de lo que sí está seguro Francisco Juárez Alises, tataranieto de Castrola, es de que la leyenda negra que se ha extendido sobre su antepasado poco tiene que ver con la realidad. «No niego lo que hizo, sus delitos, pero no me da vergüenza saber de dónde vengo. Todo lo contrario, me enorgullece», explica a ABC en su casa, una vivienda ubicada en Villarrubia de los Ojos, el mismo municipio en el que vino al mundo Isidoro. Es lo que tiene la historia, que a veces no se forja con los documentos oficiales.

Bandoleros en los Montes de Toledo
Pero, antes siquiera de hablar de Castrola, es necesario empezar por el principio; el mismo que tiene toda buena historia española. Los orígenes de los desmanes de nuestro Isidoro se remontan siglos atrás, hasta los años en los que la Reconquista convirtió el núcleo de Castilla la Nueva en una tierra de paso obligado para arribar hasta Andalucía y Extremadura. «El bandolerismo es una endemia en los Montes de Toledo desde que la ciudad fue conquistada en el año 1085 y se convirtió en frontera con los musulmanes», explica a ABC el historiador y académico Ventura Leblic, autor (entre otras tantas obras) de múltiples ensayos sobre el tema como el ya famoso «Golfines, bandoleros y maquis en los Montes de Toledo» (Covarrubias, 2008).

Desde la sede de la Asociación Cultural Montes de Toledo, la cual preside, Leblic incide en que los continuos enfrentamientos entre cristianos y musulmanes en los aledaños de la ciudad provocaron el nacimiento de una «tierra de nadie» imposible de habitar. «Esa región comprendía casi toda la cordillera de los Montes de Toledo. Los combates detuvieron la repoblación y, al final, fueron a parar allí los primeros golfines, bandidos de frontera cristianos, musulmanes y judíos», señala. Una buena parte de ellos eran antiguos militares que sabían proteger su vida y que disponían de la suficiente destreza como para que (ya en el siglo XII) los reinos castellanos y los de taifas evitaran enviar a sus huestes contra ellos. La desgracia fue que, para sobrevivir, los pobladores de las montañas se dedicaron a robar y a quemar las aldeas cercanas.

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Francisco Juárez, tataranieto de Castrola - ABC
Aquellos golfines fueron la columna vertebral de lo que, siglos después, serían las partidas de bandoleros de los Montes de Toledo. Grupos armados que se echaban a los bosques y que, según Leblic, poco o nada tenían de ese romanticismo que prevalece hoy en la mente de la sociedad por culpa de personajes como Curro Jiménez. «El problema es que los ingleses que viajaron a Andalucía escribieron mucho sobre el bandolerismo del sur y perpetuaron esa imagen, pero se olvidaron de otras comarcas como Castilla la Nueva, donde la extracción social de los bandoleros era muy baja», explica. Para el académico, una buena parte de los que decidieron vivir en los bosques de la meseta eran «gentes que procedían del campo, con muy poca formación y que, en ocasiones, cometieron crímenes brutales y desmedidos».

Las crónicas (quizá exageradas, quizá no) le dan la razón, pues hablan de las habituales «limosnas» que exigían a las familias adineradas de los pueblos (cuantiosos rescates a cambio de liberar a un pariente secuestrado) o los ataques que perpetraban contra poblaciones a las que no llegaban las autoridades. No obstante, Leblic tampoco se olvida de los «otros» grupos que se echaban a los montes en el siglo XIX. En primer lugar, miembros de partidas carlistas decididos a expandir la influencia de Carlos María Isidro (y sus sucesores) a golpe de guerrilla y, en último término, desertores de los diferentes ejércitos que buscaban desesperadamente un lugar en el que esconderse. «Algunos habían huido de la recluta liberal y se habían visto obligados a combatir con los carlistas casi por obligación. Cuando llegaba la paz y escapaban, tenían que escaparse a los montes porque eran desertores de ambos contingentes», añade el académico.

En todo caso, tan cierto como que existían estas peligrosas partidas de bandidos es que, en el siglo XIX, había también varios grupos y fuerzas que luchaban contra ellas. La más destacada era la Guardia Civil, ideada en 1844 para garantizar la seguridad pública y acabar con el bandolerismo. Herederos en la región de la Santa Hermandad Vieja de Toledo, sus miembros eran -en palabras de Leblic- «reclutados en los pueblos por contratos prorrogables de varios años». En principio, sus unidades eran de apenas cinco o seis valientes que no tenían reparo alguno en internarse en los montes para buscar a los criminales. Aunque, para ello, contaban con la ayuda de los desconocidos escopeteros. «Eran grupos de civiles armados que, aunque no eran muy eficaces porque no se adentraban mucho en los bosques, hacían las veces de guías porque se conocían muy bien los montes», añade el académico.

Hijo del Castor
Castrola vino al mundo cuando el bandolerismo se encontraba en plena ebullición en Castilla la Nueva. El escritor e investigador Constancio Chacón ha estudiado bien ese momento, pues es el único que se ha atrevido a novelar la historia de este hombre en«Castrolas, el bandolero de los Montes de Toledo» (Entrelineas, 2017). «Isidro Juárez Navarro nació en Villarrubia de los Ojos en torno a 1851», explica en declaraciones a ABC mientras ojea la fotocopia de una de las sentencias de época que existieron contra él. Militar de profesión, este autor es también partidario de que la imagen que se ha extendido sobre el bandolero manchego es errónea. «Esa visión exótica es incierta. No le robaban a los ricos para dárselo a los pobres. Se jugaban la vida en su propio provecho y, en el caso de que consiguieran algo extra, se lo entregaban solo a la gente que conocían. Es normal», desvela.

Isidoro (al que llamaban Castrola en herencia del apodo de su padre: Castor) cometió su primer delito menor cuando rondaba los diecinueve veranos. «Robó aceite de un molino y le condenaron a dos años y cuatro meses que pasó en el penal de Alcalá de Henares (Madrid)», explica su tataranieto. La historia oficial coincide en este punto, al igual que explica que, mientras estaba entre rejas, tuvo la mala suerte de ser uno de los elegidos para hacer el servicio militar en África. «Por entonces las Cajas de Reclutas llamaban a un número concreto de hombres por pueblo. De Villarrubia de los Ojos tenían que ir 30 jóvenes en 1871 y él salió, por sorteo, el 14», añade Juárez. Al estar preso, la vez pasó al desgraciado con el número 31. «Cuando terminó la condena, la familia del “reserva” protestó y las autoridades ordenaron a mi tatarabuelo personarse en Ciudad Real», completa.

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Edicto contra Castrola
En la única biografía escrita que existe sobre este personaje («Bandoleros en los Montes de Toledo: Castrola y su compañero Farruco») Luis Villalobos narra como Castrola y Castor dirigieron sus pasos hacia Ciudad Real, tal y como les habían ordenado. Aunque su desgracia fue mayúscula cuando les informaron de que Isidoro debía hacer el petate y poner rumbo a África para cumplir su deber como soldado. En ese punto la realidad se mezcla con la tradición. La historia palpable explica que su progenitor le instó a esconderse en los bosques, mientras que la leyenda (transmitida de boca en boca a lo largo de las décadas) afirma que lo hizo con una frase tajante: «No eres hijo mío si no te echas al monte». En cualquier caso, y según su tataranieto, saltó la verja de la Caja de Reclutas para escapar de aquello.

El porqué su padre le animó de aquella forma siempre ha sido un misterio. La mayoría de libros se limitan a pasar de puntillas por el dato. Pero no sucede lo mismo con Francisco Juárez, quien es partidario -tras años de investigaciones y estudio- de que, para entenderlo, hay que conocer su pasado familiar. «Huyó al monte casi obligado por su padre. Castor había participado en las Partidas Nacionales, grupos que luchaban en los montes; y lo mismo había hecho su abuelo, que había combatido a Napoleón en la sierra durante la Guerra de la Independencia», añade. Su linaje guerrillero determinó su futuro. El «calentón de un día», como afirma su tataranieto, le condenó a una vida como proscrito. Aunque, antes de ser bandolero, luchó en las montañas en la partida de Antonio Merendón gracias a los contactos de su padre. «Luego, como tantos otros, escapó. Fue en ese punto cuando se convirtió en bandolero», desvela.

¿Jefe de la partida?
A partir de entonces comenzó su vida como bandolero. En«Bandoleros. Historias y leyendas románticas españolas» (Ediciones de la Torre, 2014) José Antonio Adell y Celedonio García narran -usando una mezcla de leyenda e historia- que se unió a otros tantos bandoleros como los temibles «Juanillones» o los «Purgaciones». Pronto, siempre según estos autores, se convirtió en el cabecilla de una de las partidas más letales de los Montes de Toledo. Algo que también perdura en el imaginario colectivo, pero que su tataranieto niega. «No llegó a ser ningún cabecilla. Tenía más cultura que los otros, que apenas sabían leer o escribir. Por eso le daban un papel preponderante. Pero él siempre prefería estar en un segundo plano. Y eso le benefició porque no organizó acciones violentas», explica.

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Extracto de uno de los diarios de época donde se le nombra "capitán"
Lo que es innegable es que Castrola era considerado un bandolero destacado por la sociedad y por las autoridades. Así lo atestiguan artículos como el que apareció en el periódico «La Iberia» (fundado en 1854) durante los años en los que Isidoro se había echado al monte. En una de sus múltiples noticias, publicadas sin titular -como era costumbre-, el redactor enumeraba a los «bandidos de la Mancha» más populares. Una «familia afortunada» de malhechores, como escribía con sorna, de la que era «capitán» nuestro protagonista. «Capitán – Isidoro Juárez (a) Castrola, soltero, natural de Villarrubia, de veintinueve años de edad. Tiene en concepto de querida aVictoriana Millán Ramírez, del mismo pueblo, soltera y de veintiséis años de edad».

Como segundo al mando, el diario nombraba a «Farruco», uno de sus colaboradores más cercanos. «Teniente.- Benito Solís (a) Farruco, de Villarrubia, de cuarenta y seis años y casado con Baldomcra Fernández Ayba, también de Villarrubia». A partir de ese punto, la lista incluía hasta una decena de seguidores en el grupo tales como Casimiro y Abrosio Navarro (ambos «Purgación»); Antonio Cuéllar; Saturnino Hayaños; Laureano de la Cruz; Mariano «el de Villarrubia» o Susano Fajuelo, «de Alcayor». Otro tanto hacía el periódico «El siglo futuro» en una noticia publicada el 17 de julio de 1880. En la misma, recogía los nombres de todos los miembros de la partida y tildaba a Castrola de «capitán» del grupo bajo unas sencillas, pero determinantes palabras: «Una ligera mancha en el campo de prosperidad y tranquilidad […] La política dirá que todo va bien. Para ella».

Leyenda negra y Guardia Civil
Al frente o no de esta partida, está documentado que Castrola participó en varios robos. Pillajes, por otro lado, habituales en los grupos de bandoleros de la época. Uno de los más desconocidos fue publicado por el «Diario Oficial de Avisos de Madrid» (número 37 de 1880). En el interior de sus páginas, la publicación se hacía eco de «un escandaloso robo sucedido el domingo al anochecer en Fuente del Fresno», villa «situada entre dos montes, a dos leguas de Malagón» y a «dos horas de Ciudad Real». En palabras del diario, una vez que la noche cayó sobre la meseta «entraron en dicho pueblo siete hombres armados de retacos y cuchillos y se dirigieron a casa del alcalde, el cual se encontraba tranquilamente jugando al tresillo».

Tras amenazarle, la partida, cuyo jefe «según se dijo era el sujeto apodado Castrolas», obligaron al alcalde a llamar a la puerta de varias viviendas para que le abrieran. «Se llevaron de cinco casas 30000 rs, cometieron toda clase de tropelías, abusaron torpemente de algunas jovenes y martirizaron con inaudita crueldad a algunos que se obstinaban en no entregar el dinero que se les pedía», afirmaba el periódico. A partir de este momento, el artículo explicaba las presuntas barbaridades que llevaron a cabo los delincuentes. Entre ellas, clavar agujas en los dedos de un habitante de Fuente del Fresno, golpear a otros o estrujar los pechos de una viuda con dos hijas mientras uno de ellos les declaraba unidos en santo matrimonio. «Cuando reunieron los fondos que quedan dichos salieron del pueblo con toda tranquilidad sin que ninguno de los 800 vecinos se atreviera a hacer armas contra los criminales», completaba.

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Guardia Civil - Augusto Ferrer-Dalmau
En todo caso, tanto Francisco Juárez como Constancio Chacónson partidarios de que solo tuvo tres delitos de sangre reconocidos. Dos de ellos, de compañeros (el «Mamón» y el «Farruco») y porque sabía que le iban a traicionar. «Eran ellos o él», explica su tataranieto, quien incide en que no excusa a Isidoro, aunque sí es partidario de ponerla en su contexto histórico. «No era más que un pobre desgraciado que vivió en la sierra y que tuvo una corta y mala vida. Hizo lo que hizo por necesidad. Se echó al monte por ignorancia y se tuvo que dedicar al bandolerismo porque era desertor de un ejercito y de una partida carlista. Como la pena era fusilamiento si le capturaban, tenía que robar para sobrevivir», desvela en declaraciones a este diario, las primeras en las que un familiar de Castrola habla a un medio de comunicación.

Durante años, la Guardia Civil organizó partidas para acudir en su busca, pero todos los intentos fueron en balde. Su conocimiento de los Montes de Toledo y de las diferentes trochas le permitían escapar en el momento en que escuchaba a hombres armados acercándose hasta él. El mismo «Diario Oficial de Avisos de Madrid» publicó que el gobernador de la provincia, el «señor Foxa», envió en su busca a un grupo de agentes tras él después del asalto a Fuente del Fresno, pero no sirvió de nada. «A la hora en que escribo, ocho de la noche, no hay noticia de que haya sido capturado ninguno de los bandoleros, sujetos todos ellos avezados al crimen y que vagan hace mucho tiempo por los alrededores de Fuente del Fresno y en los límites de las provincias de Ciudad Real y Toledo», indicaba el autor.

Cueva de Castrola
Otra de las leyendas más extendidas relacionadas con Isidoro es que, cuando decidió convertirse en bandolero, vivía y pernoctaba en una cueva ubicada en la Sierra de Valdehierro. En la actualidad, la que fuera su última residencia puede visitarse tras subir un camino algo escarpado. El escondrijo no podía ser mejor, pues se encontraba rodeado por múltiples senderos (lo que favorecía que pudiera salir por piernas cuando la Guardia Civil acudiera en su busca) y permanecía oculto a la vista de sus enemigos. Así lo confirma a este diario Carlos Molero, Educador ambiental de la oficina verde del Ayuntamiento de Madridejos y guía habitual en el viaje hasta la caverna. «Es una cueva típica de monte mediterráneo, rodeada de encinas, quejigos, coscojas, distintos arbustos como las sabinas... Además, estaba tapada por vegetación. Eso hacía que fuese muy difícil de ver», completa.

Según Molero, Castrola -y el resto de bandoleros- se basaban en el ruido para saber si estaban en peligro o no. «Nosotros tenemos agudizado el sentido de la vista, pero en la naturaleza el sentido del que vamos a sacar más información es del oído. El silencio habitual de la naturaleza le permitía escuchar quién estaba a su alrededor y si hombres armados subían en su busca», destaca. Con todo, destierra la idea (cada vez más extendida) de que Isidoro pudo tener varias escondrijos similares en la zona para protegerse ya que, desde que fue trasladado hasta esta sierra, no tiene constancia de que existan «cuevas similares en todo Valdehierros». «Es la única», sentencia.

En lo que sí está de acuerdo es en que la vida en el monte es mucho más dura de lo que narran las crónicas y cree la sociedad. «A Castrola el medio le daba carne y frutos. Actualmente hay ciervos, corzos y jabalíes, pero por entonces lo que predominaba era la caza menor. Es decir: conejos, palomas y pajarillos. Por otro lado, podía alimentarse de setas de cardo, las más habituales en la época», completa. Tampoco debía ser fácil para Isidoro superar las temperaturas extremas que se dan en esta región. «En invierno se alcanzan los -3 grados y, en verano, se puede llegar hasta 43 grados. Eso puede provocar daños en la salud», afirma Molero. ¿Cómo pudo aguantarlo? En la leyenda se citan una manta zamorana que le protegía, además de «las hogueras que podía hacer gracias a la leña».

Según cuenta la tradición, Castrola vivía en la cueva habitualmente. Sin embargo, ni Molero ni Juárez están de acuerdo con ello. «Esta más en su casa que fuera. Por lo que sabemos en la familia, pernoctaba con su mujer y pasaba muchos días con su suegro. Hay que tener en cuenta que, para bajar desde el monte hasta Villarrubia de los Ojos hay que andar entre cinco y seis horas. Al final, la realidad es que solo acudía a la cueva cuando corría peligro», señala su tataranieto. Tampoco era habitual que abandonase el escondrijo cuando le daban unos recurrentes ataques de reúma que le persiguieron hasta el final de su vida. Algo que corrobora su descendiente. En todo caso, parece que supo esconderse, pues las autoridades, en un intento de atraparle, desterraron a su familia a Malagón como forma de presionarle.

Triste muerte
Entre idas y venidas, entre ataques de reuma y huidas de la Guardia Civil, Castrola encontró la muerte en 1881 a manos de una castiza navaja española. Con apenas 30 años a sus espaldas y tras una vida entera escondido de las autoridades. El origen de su asesinato hay que buscarlo en los negocios que mantenía con un pastor de Consuegra conocido como el Tuerto. Ambos tenían un trato que cumplían a rajatabla: Isidoro le conseguía cabezas de ganado (podemos suponer cómo) a cambio de que, mes a mes, le entregara una parte de los beneficios que obtuviera con ellas. «Eran principalmente ovejas y cabras. Cada cierto tiempo se pasaba y cobraba», explica su tataranieto. Molero, por su parte, aclara que era relativamente sencillo hallar animales pastando en los Montes de Toledo. «Era habitual que los ganaderos llevaran allí a sus rebaños. No es un lugar apartado e inaccesible, se encuentra ubicado entre varias poblaciones», afirma.

El trato se desarrolló de forma satisfactoria hasta que, un día, el Tuerto se negó a pagar lo que le correspondía. «Castrola fue a verle y le dijo que, o le daba su dinero, o acabaría con su vida. Le dio unos días para reunir todo y le dijo que volvería», incide Juárez. Aquella amenaza sería, a la postre, su sentencia de muerte. «El pastor preparó una trampa para acabar con él cuando regresara. Quería quitárselo de en medio de una vez», añade el tataranieto.

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Constancio Chacón
Isidoro regresó poco después armado con su trabuco para exigir su dinero. Para él, todo era normal. «Cuando llegó se encontró con varios pastores que estaban comiendo unas migas. Le dijeron que el Tuerto no estaba, pero que no tardaría en llegar», explica Juárez. Castrola no se fiaba. Solo se tranquilizó cuando vio llegar al de Consuegra. «El Tuerto le insistió en que ya tenía su dinero y le dijo que se quedase a comer con ellos». El bandolero bajó la guardia y decidió cambiar su arma por una bota de vino. Ese fue el momento en que los presentes se arrojaron sobre él. «Su error fue relajarse. Al ir a echar un trago, el más corpulento le agarró por detrás y le sujetó. Mi tatarabuelo intentó escapar, y a punto estuvo de conseguir zafarse con un mordisco, pero no pudo», completa el descendiente.

Su destino estaba sellado. El Tuerto se armó con un pedrusco y le dio un golpe en la cabeza que dejó al bandido conmocionado. «Parece ser que le hundió el parietal y quedó malherido. Luego, con una navaja, le dieron varias puñaladas», añade Juárez. En sus palabras, la muerte de Isidoro ha quedado documentada gracias a un niño que vio todo lo que ocurrió. «Era un pastorcillo que mi tatarabuelo encontró en la sierra descalzo. Le dio pena y le dio dinero para que se comprase unas albarcas. No iba con él de forma habitual, pero aquel día si. De hecho, le había avisado de que aquellos hombres estaban tramando algo. Contó la historia en su lecho de muerte», desvela. Así acabó la vida del bandolero con el que no pudo la Guardia Civil. El hombre que, en la actualidad, navega todavía entre el mito y la leyenda. «Tuvo la muerte que tenían los bandoleros. Una muerte violenta».

El resto, como se suele decir, es historia. El asesino le cortó las orejas para demostrar que él había sido el que había acabado con su vida aquel 28 de septiembre. Poco después, su cadáver fue expuesto en la verja del templo del Cristo de Urda para que sirviera de ejemplo y de escarmiento al resto de bandoleros. Así lo relata el «Romance de Castrolas»:

«Y una mañana de otoño,

Castrolas el herradizo,

apareció muerto,

colgado de la verja del Cristo,

colgado cabeza abajo,

como se cuelga a los cerdos,

el bandido más feroz

de los montes de Toledo».

Aunque Isidoro todavía se vio envuelto en una controversia más. Ávido de conseguir reconocimiento, un Guardia Civil de ese mismo pueblo se apuntó el tanto de haber acabado con su vida. Su versión aparece, incluso, en los documentos de época. No obstante, cuando el verdadero verdugo se presentó en Madrid con los restos del forajido fue procesado por mentir. Así se terminó todo.

Juárez: una vida tras Castrola
1-¿Ha sido difícil recopilar la historia de Castrola?

Sé cosas de Isidoro porque me esforzado en recopilar información. En la familia se ha contado poco de él. Su mujer (aunque no estaban casados) no contó nada. Bastante sufrimiento pasó ya para querer recordar todo otra vez. Por eso desconocíamos parte de su historia. No porque fuese un tabú o sintiésemos vergüenza. Una de las cosas que me queda es hallar alguna fotografía suya. Tengo de los Juanillones y de los Purgaciones, pero de él no.

2-¿Fue un ángel o un demonio?

Es mi familia y llevo su sangre. No se puede negar lo que hizo como bandolero: robar y matar. Fue lo que fue. No voy a santificar a nadie y decir que fue una buena persona. Pero lo que también debemos entender es que el monte era un sitio en el que él no quería estar. Fue un desgraciado que tuvo que sufrir mucho durante su vida y que solo quería sobrevivir. Para mi fue una víctima de aquel sistema. Parece que, como era un bandolero, todo lo que hacía era malo. Y no. Yo quiero quedarme también con lo humano.

3-¿A qué se refiere con lo humano?

Castrola quería mucho a su familia. Todo lo que hizo fue por ellos. Hasta pidió tres indultos para que le perdonaran. Quería volver con ellos, pero no le dejaron.

4-¿Ha marcado su vida descender de Castrola?

A mi no me marca. Mi tatarabuelo fue lo que fue y no me siento para nada avergonzado. Al contrario, estoy muy orgulloso de donde vengo y de lo que soy. Todos sabemos lo que hizo y no es un plato de gusto, pero el primero que no quería aquello era el.

Original conteniendo material audiovisual, gracias:
https://www.abc.es/historia/abci-de...-desvela-secretos-abc-201904102006_video.html
 
«¡Viva Pasos Largos!»: El insólito motín en Ronda para liberar al último bandolero andaluz
La Guardia Civil tuvo que cargar contra el gentío durante el traslado del bandido a la cárcel

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El bandido «Pasos Largos» en la cárcel de Ronda - Garrido y Galindo


Mónica Arrizabalaga
Actualizado: 29/09/2020 08:30h


El 15 de agosto de 1916 había fiesta y había corrida de toros en Ronda, pero la gente lo dejó todo para acercarse a ver a Pasos Largos, el último bandolero andaluz. Juan Mingolla Gallardo, como en realidad se llamaba el bandido, había llegado al anochecer y tras atravesar la ciudad se había presentado en el Café Sibajas. Se tomó una copa de vino y, según la entrevista que le hizo « La Estampa» años después, le dijo al dueño: «Don Antonio, avise usted a los guardias. Vengo a entregarme».

Herido de dos balazos en el brazo y el costado izquierdo y sin municiones, Pasos Largos había logrado huir de los guardias civiles que le habían sorprendido en una choza de la sierra. Así lo contaba ABC: «Se hallaba éste entregado al sueño en una choza, cuando oyó ruido y advirtió que se aproximaba una pareja de la Benemérita. Los guardias dieron el alto, y el bandolero disparó contra ellos. Entablada la lucha entre Pasos Largos y sus perseguidores, resultó herido uno de los civiles; pero al salteador se le agotaron las municiones y huyó a campo traviesa. Una hora después llegó a Ronda». El propio bandolero dijo que de haber conservado municiones, no se hubiera entregado como lo hizo.

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Pasos Largos, sentado en la cárcel de Ronda en 1916 - Garrido y Galindo

La captura de Pasos Largos fue «el suceso más trascendental español» de aquellos días, según el periodista Luis Antón del Olmet. Nacido en 1873, Mingolla Gallardo había servido como soldado en la guerra de Cuba. Al regresar a su pueblo de El Burgo, en Ronda, y ver a su familia rota, se volvió cada vez más huraño e introvertido y se lanzó al monte a vivir de la caza furtiva en cuanto se recuperó del paludismo contraído en América.

En una nota publicada el 7 de agosto de aquel mismo año de 1916 se contaba que el guarda y el mozo de una finca le entregaron a la Guardia Civil y el cabo comandante del puesto le castigó duramente. «Cuando el cazador furtivo fue puesto en libertad buscó y asesinó al guarda y al mozo que le habían denunciado y, huyendo de la sanción penal, se lanzó a la sierra, comenzando la larga serie de sus fechorías». Entre éstas se contaron diversos robos y extorsiones a los dueños de varios cortijos, a los que exigía que enviara a algún criado o familiar a retirar el dinero del banco, amenazándoles con matar a toda la familia si lo denunciaban. A Diego Villarejo, un rico propietario, lo mantuvo secuestrado en la sierra hasta que le entregó diez mil reales por su rescate.


Cada vez más acosado por la Guardia Civil, se refugió en agosto de 1916 en una choza del peñón de Muro, en la que vivía un pastor y su mujer. Éstos le acogieron amigablemente y la mujer le invitó a descansar allí, pero cuando cayó dormido corrió a avisar a la Benemérita. Después de aquel encuentro a tiros, del que salió malparado, se entregó en Ronda.

El mismo día en que la prensa informó de su captura, se hizo eco también de la sorprendente reacción de la muchedumbre que acudió a ver a Pasos Largos. « Según informes de Ronda, al ser conducido desde la Casa de Socorro a la cárcel el bandido Pasos Largos, tuvo que rodearle la fuerza pública, en vista de la actitud del numeroso. público que pretendía acercarse, a las voces de "¡Viva Pasos Largos!" y "¡Ponerlo en libertad!"».

La Benemérita tuvo que hacer una carga para mantener a raya al gentío que intentaba liberar al bandolero. Hubo dos heridos y dos sujetos de los más exaltados fueron detenidos, uno de ellos con una navaja abierta.

«Primero un telegrama de Prensa, que hubiéramos querido ver rectificado, como broma "pintoresca"; después, un despacho oficial, que, desgraciadamente, confirma la veracidad del primero, refieren cómo el populacho de Ronda acogió con vítores al bandido Pasos Largos, al ser trasladado del hospital a la cárcel; y algo peor: que pugnó por libertarlo, echándose los grupos contra la Guardia Civil. La Benemérita tuvo que cargar y detener a un puñado de «ciudadanos». De la refriega resultaron dos heridos», se lamentaba ABC.

Para el periodista Luis Antón del Olmet, el insólito motín para liberar a este «bandido rondeño, cazador furtivo, y más tarde jabalí áspero, colocado fuera del Código» se había producido porque «el pueblo ve en estos hombres hirsutos y terribles una fuerte agresividad de Empecinados y curas Santa Cruz, algo que no es la sumisión ante el freno social, y que, libre de prejuicios, se lanza por los caminos de lo sedicioso».

Pasos Largos fue condenado a cadena perpetua, pero apenas cumplió quince años en la cárcel. Salió indultado por el Gobierno de la República en 1932 y volvió a Ronda. El mismo Diego Villarejo que había sido su víctima le ofreció trabajo como guarda en una de sus fincas, pero pronto volvió a la caza furtiva. Fue de nuevo condenado, esta vez a ocho meses de cárcel, y cuando quedó libre en 1933, a sus 60 años, retomó sus andanzas hasta que el 18 de marzo de 1934 la Guardia Civil le sorprendió en una cueva.

«Pasos Largos, entrégate y no seas tonto», le gritaron los guardias desde los peñascales, pero la respuesta del bandolero fue terminante: «Me cogeréis muerto, más no vivo». Después, según cuenta la crónica de ABC, se echó la escopeta a la cara y abrió fuego contra la Guardia Civil. Se cruzaron más de cincuenta disparos hasta que el sargento Gil Ramírez decidió poner fin a esta insostenible situación y aún a riesgo de quedar al descubierto, abandonó el parapeto y dando un rodeo subió a la peña que estaba sobre la gruta y volvió a intimidar al bandido: «Entrégate, Pasos Largos; mira que vamos a tener que matarte», pero éste siguió resistiéndose. «Entonces, el Sr. Gil Ramírez atacó por un flanco, y al ver que Pasos Largos iba a disparar sobre él casi a quemarropa, hizo uso de su pistola y ganó la delantera al bandido. Uno, dos balazos y Pasos Largos cayó hacia atrás, dentro de la cueva, mortalmente herido».

Fue el fin del último bandolero andaluz, «un bandido viejo, de una modalidad vieja», como escribió Wenceslao Fernández Flórez. «El pobre Pasos Largos estaba agotado ya. Fue un buen bandolero, pero se repitió, y esto no se puede hacer impunemente. Le seducía un elemento romántico, tradicional, que ya ha quedado excluido e la vida de los demás. ¿Qué diablo puede hacer un bandido sucio, en una sierra de escenografía clásica, con una escopeta de caza y la vecindad de unos miserables cortijeros? En verdad su muerte es excesiva y sin duda hay que achacarla a un romanticismo de la Guardia Civil, parejo del suyo. Pasos Largos estaba demodé», afirmaba el escritor tras defender con sorna que «si hay ladrones, que sean sensatos. Somos un país moderno. Queremos ser robados por ladrones de nuestro tiempo».

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