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pilou12
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Esculpidos, espigados, naturales, depilados... la evolución del ideal anatómico del hombre es, de alguna manera, la historia de nuestra propia existencia
Marlon Brando, inventor del chico malo El torso desnudo de Marlon Brando (Nebraska, 1924) no fue el primero. La audiencia había visto ya hombres descamisados en el cine, claro: eran necesarios en los filmes de aventuras de los treinta y los cuarenta. Pero en 'Un tranvía llamado deseo' (Elia Kazan, 1951), Brando inventó al macarra deseable y desvergonzado, el que es capaz de erotizar a una profesora acomplejada solo con llegar a casa y quitarse su camiseta sucia. Marlon regaló al cine el perfil de chico joven y fibrado pero cuyos músculos no eran producto de la lucha y la fuerza, sino de una vida dura. Brando no conocía el gimnasio, tan solo el melodrama vital.
Burt Lancaster, el primer torso que erotizó a la audiencia La escena del beso en la orilla de 'De aquí a la eternidad' (Fred Zinnemann, 1953) es hoy un clásico del cine, pero fue en su día una impactante escena erótica para unas audiencias acostumbradas a los besos furtivos. El torso de Marlon Brando ya había sentado cátedra entre las audiencias, pero era un mero objeto decorativo. Aquí el de Lancaster se convierte en algo táctil y cálido disponible para el s*x*, no solo para el escaparate. Por cierto, Lancaster (Nueva York, 1913) tenía ya 40 años cuando rodó esta escena. Demostró, así, hace ya casi setenta años, que los músculos existen más allá de los treinta.
Sean Connery, el torso internacional Y en los años sesenta llegó James Bond, el vividor, el hombre libre que sustituyó a John Wayne en la cumbre de la pirámide masculina. El cuerpo desnudo de los hombres anteriores pertenecía a los ojos de una sola mujer, pero ahora Bond demostraba que se puede ser un picaflor internacional que salta de cama en cama gracias a una personalidad arrolladora más que a un cuerpo cincelado: Connery (Edimburgo, 1930) no tenía las bondades anatómicas de Lancaster o Brando. Sencillamente tenía uno de esos cuerpos que se mueven rápido y ligeros por cualquier superficie, sea un submarino soviético o las sábanas de Ursula Andress. El hombre británico llegaba para decirle al americano que los músculos no eran necesarios para ser el hombre más deseado del mundo. Aún no hemos superado esa batalla.
Warren Beatty, el primer seductor que fue al gimnasio Pero la espectadora media ya había visto a Brando y, aunque Sean Connery estaba muy bien, quería golosinas para la vista. Warren Beatty (1937, Virginia, EE UU) fue la respuesta a sus plegarias: más guapo, más fuerte y más alto, protagonizó en los años sesenta una serie de películas a mayor gloria de su físico. El mundo asistía a los brazos más fibrados que habían visto en la gran pantalla (mientras los gimnasios empezaban a encargar más máquinas de bíceps) y para la posteridad, por su capacidad ejemplificadora de todo esto, quedará su papel de gigoló en 'La primavera de la señora Stone' (Jose Quinteiro, 1961), donde la viuda Vivien Leigh decidía que esos brazos eran razón suficiente para dilapidar su fortuna.
Joe Dallesandro, el que rentabilizó los bíceps Y entonces llegan los setenta, la liberación sexual y las teorías de Andy Warhol sobre la fama. Y Joe Dallesandro (1948, Florida, Estados Unidos) se inventa algo que hoy es habitual pero por aquel entonces resultó inaudito: ser famoso solamente porque es guapísimo. El modelo se dejó querer de todas las maneras (vestido, desnudo, despierto, dormido) en cientos de sesiones fotográficas y decenas de películas 'underground' que, únicamente gracias a su cuerpo cincelado en las calles, pasaron a ser populares. Joe, los 'influencers' de Instagram del siglo XXI te saludan y te dan las gracias por todo.
Tom Selleck, el físico multiplataforma de los ochenta Y llegan los ochenta y su intención de mezclarlo todo para crear el producto cultural 'mainstream' definitivo. Y resulta que, en el caso que nos ocupa, fue algo parecido a Tom Selleck (Detroit, 1945): un hombre que servía para el matrimonio, para la paternidad, para la lujuria, para la lucha y para presentar en casa a la hora de comer. El vello se imponía en la década como respuesta a esos modelos lánguidos de los setenta. El torso esculpido, sí, pero no demasiado, que el gimnasio no podía restar tiempo a los negocios. Para que el gimnasio fuese negocio habríamos de esperar a los anuncios de Calvin Klein.
Lorenzo Lamas, el Ken gigante que llevarse a casa Su personaje de 'Falcon Crest' (1981-1990) inauguró la tradición de un poco de golosina visual en cada culebrón para las señoras (y algunos señores). Lorenzo Lamas (California, 1958) fue el único actor en aparecer en todos los episodios de la serie y a menudo lo hacía ligero de ropa para recalcar su papel de heredero y playboy de buen corazón. Los tatuajes, hasta entonces reservados al malo de la película, hacían acto de presencia y pasaban de ser señal de peligro a fetiche sexual.
Brad Pitt, el torso que se mezcló con el 'grunge' Pero ojo: el 'grunge' empezaba a cobrar fuerza y Brad Pitt (1963, Oklahoma, EE UU) resultó ser una mezcla perfecta entre un guapo de anuncio y el chico atormentado sin futuro que ya no escuchaba a Michael Jackson sino a Soundgarden. De hecho, en 'Thelma & Louise' (Ridley Scott, 1991) daba a la primera el mejor orgasmo de su vida, pero luego se escapaba con todo su dinero. El guaperas fibrado había aprendido la lección en una nueva coyuntura económica: mirar y disfrutar de él tiene un precio. Al gigoló que interpretaba Warren Beatty en 'La primavera de la señora Stone' le había salido un hijo atracador de bancos y rompecorazones profesional. El mundo entero deseó que alguien parecido le robase igual que a Thelma.
Bruce Willis, el 'sex symbol' dejado Bruce Willis (Idar-Oberstein, 1955) no se parecía en nada a estos nuevos tótems juveniles y cincelados de la sexualidad masculina, pero arrastraba desde los ochenta una imagen impecable por hacer lo que le daba la gana. En 'Luz de luna' (1985-1989) se arremangaba los trajes caros, los manchaba y los rompía. Y en 'Jungla de cristal' (1988) necesitaba estar semidesnudo para moverse mejor mientras mataba a terroristas alemanes. Por primera vez un 'sex symbol' masculino atraía tanto a hombres (que querían ser como él) como a mujeres (que querían estar con él). Todo gracias a una estructura corporal que no era carne de gimnasio, sino un beso de la genética: él era así. Quién va a reprochar nada a un tipo que tuvo suerte cuando la naturaleza repartió osamentas.
Leonardo Dicaprio, el espigado que se llevó a las supermodelos Que Leonardo Dicaprio (1974, California, EE UU) se convirtiese en uno de los actores más deseados de la segunda mitad de los noventa gracias a 'Romeo + Julieta' (Baz Luhrmann, 1996) y, sobre todo, a 'Titanic' (James Cameron 1997) fue un acto de justicia hacia los cuerpos más delgaditos. Ellos también podían conseguirlo. Para cuando llegó a 'La playa' (Danny Boyle, 2000), película a la que pertenece la imagen, Dicaprio ya había trabajado en su físico, pero su aspecto en las dos películas anteriores era refrescantemente "normal" para una industria que ya había reclutado al ultramusculado Mark Wahlbergh y lo intentaba convertir en su nueva estrella (noticia: lo consiguió).
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Marlon Brando, inventor del chico malo El torso desnudo de Marlon Brando (Nebraska, 1924) no fue el primero. La audiencia había visto ya hombres descamisados en el cine, claro: eran necesarios en los filmes de aventuras de los treinta y los cuarenta. Pero en 'Un tranvía llamado deseo' (Elia Kazan, 1951), Brando inventó al macarra deseable y desvergonzado, el que es capaz de erotizar a una profesora acomplejada solo con llegar a casa y quitarse su camiseta sucia. Marlon regaló al cine el perfil de chico joven y fibrado pero cuyos músculos no eran producto de la lucha y la fuerza, sino de una vida dura. Brando no conocía el gimnasio, tan solo el melodrama vital.
Burt Lancaster, el primer torso que erotizó a la audiencia La escena del beso en la orilla de 'De aquí a la eternidad' (Fred Zinnemann, 1953) es hoy un clásico del cine, pero fue en su día una impactante escena erótica para unas audiencias acostumbradas a los besos furtivos. El torso de Marlon Brando ya había sentado cátedra entre las audiencias, pero era un mero objeto decorativo. Aquí el de Lancaster se convierte en algo táctil y cálido disponible para el s*x*, no solo para el escaparate. Por cierto, Lancaster (Nueva York, 1913) tenía ya 40 años cuando rodó esta escena. Demostró, así, hace ya casi setenta años, que los músculos existen más allá de los treinta.
Sean Connery, el torso internacional Y en los años sesenta llegó James Bond, el vividor, el hombre libre que sustituyó a John Wayne en la cumbre de la pirámide masculina. El cuerpo desnudo de los hombres anteriores pertenecía a los ojos de una sola mujer, pero ahora Bond demostraba que se puede ser un picaflor internacional que salta de cama en cama gracias a una personalidad arrolladora más que a un cuerpo cincelado: Connery (Edimburgo, 1930) no tenía las bondades anatómicas de Lancaster o Brando. Sencillamente tenía uno de esos cuerpos que se mueven rápido y ligeros por cualquier superficie, sea un submarino soviético o las sábanas de Ursula Andress. El hombre británico llegaba para decirle al americano que los músculos no eran necesarios para ser el hombre más deseado del mundo. Aún no hemos superado esa batalla.
Warren Beatty, el primer seductor que fue al gimnasio Pero la espectadora media ya había visto a Brando y, aunque Sean Connery estaba muy bien, quería golosinas para la vista. Warren Beatty (1937, Virginia, EE UU) fue la respuesta a sus plegarias: más guapo, más fuerte y más alto, protagonizó en los años sesenta una serie de películas a mayor gloria de su físico. El mundo asistía a los brazos más fibrados que habían visto en la gran pantalla (mientras los gimnasios empezaban a encargar más máquinas de bíceps) y para la posteridad, por su capacidad ejemplificadora de todo esto, quedará su papel de gigoló en 'La primavera de la señora Stone' (Jose Quinteiro, 1961), donde la viuda Vivien Leigh decidía que esos brazos eran razón suficiente para dilapidar su fortuna.
Joe Dallesandro, el que rentabilizó los bíceps Y entonces llegan los setenta, la liberación sexual y las teorías de Andy Warhol sobre la fama. Y Joe Dallesandro (1948, Florida, Estados Unidos) se inventa algo que hoy es habitual pero por aquel entonces resultó inaudito: ser famoso solamente porque es guapísimo. El modelo se dejó querer de todas las maneras (vestido, desnudo, despierto, dormido) en cientos de sesiones fotográficas y decenas de películas 'underground' que, únicamente gracias a su cuerpo cincelado en las calles, pasaron a ser populares. Joe, los 'influencers' de Instagram del siglo XXI te saludan y te dan las gracias por todo.
Tom Selleck, el físico multiplataforma de los ochenta Y llegan los ochenta y su intención de mezclarlo todo para crear el producto cultural 'mainstream' definitivo. Y resulta que, en el caso que nos ocupa, fue algo parecido a Tom Selleck (Detroit, 1945): un hombre que servía para el matrimonio, para la paternidad, para la lujuria, para la lucha y para presentar en casa a la hora de comer. El vello se imponía en la década como respuesta a esos modelos lánguidos de los setenta. El torso esculpido, sí, pero no demasiado, que el gimnasio no podía restar tiempo a los negocios. Para que el gimnasio fuese negocio habríamos de esperar a los anuncios de Calvin Klein.
Lorenzo Lamas, el Ken gigante que llevarse a casa Su personaje de 'Falcon Crest' (1981-1990) inauguró la tradición de un poco de golosina visual en cada culebrón para las señoras (y algunos señores). Lorenzo Lamas (California, 1958) fue el único actor en aparecer en todos los episodios de la serie y a menudo lo hacía ligero de ropa para recalcar su papel de heredero y playboy de buen corazón. Los tatuajes, hasta entonces reservados al malo de la película, hacían acto de presencia y pasaban de ser señal de peligro a fetiche sexual.
Brad Pitt, el torso que se mezcló con el 'grunge' Pero ojo: el 'grunge' empezaba a cobrar fuerza y Brad Pitt (1963, Oklahoma, EE UU) resultó ser una mezcla perfecta entre un guapo de anuncio y el chico atormentado sin futuro que ya no escuchaba a Michael Jackson sino a Soundgarden. De hecho, en 'Thelma & Louise' (Ridley Scott, 1991) daba a la primera el mejor orgasmo de su vida, pero luego se escapaba con todo su dinero. El guaperas fibrado había aprendido la lección en una nueva coyuntura económica: mirar y disfrutar de él tiene un precio. Al gigoló que interpretaba Warren Beatty en 'La primavera de la señora Stone' le había salido un hijo atracador de bancos y rompecorazones profesional. El mundo entero deseó que alguien parecido le robase igual que a Thelma.
Bruce Willis, el 'sex symbol' dejado Bruce Willis (Idar-Oberstein, 1955) no se parecía en nada a estos nuevos tótems juveniles y cincelados de la sexualidad masculina, pero arrastraba desde los ochenta una imagen impecable por hacer lo que le daba la gana. En 'Luz de luna' (1985-1989) se arremangaba los trajes caros, los manchaba y los rompía. Y en 'Jungla de cristal' (1988) necesitaba estar semidesnudo para moverse mejor mientras mataba a terroristas alemanes. Por primera vez un 'sex symbol' masculino atraía tanto a hombres (que querían ser como él) como a mujeres (que querían estar con él). Todo gracias a una estructura corporal que no era carne de gimnasio, sino un beso de la genética: él era así. Quién va a reprochar nada a un tipo que tuvo suerte cuando la naturaleza repartió osamentas.
Leonardo Dicaprio, el espigado que se llevó a las supermodelos Que Leonardo Dicaprio (1974, California, EE UU) se convirtiese en uno de los actores más deseados de la segunda mitad de los noventa gracias a 'Romeo + Julieta' (Baz Luhrmann, 1996) y, sobre todo, a 'Titanic' (James Cameron 1997) fue un acto de justicia hacia los cuerpos más delgaditos. Ellos también podían conseguirlo. Para cuando llegó a 'La playa' (Danny Boyle, 2000), película a la que pertenece la imagen, Dicaprio ya había trabajado en su físico, pero su aspecto en las dos películas anteriores era refrescantemente "normal" para una industria que ya había reclutado al ultramusculado Mark Wahlbergh y lo intentaba convertir en su nueva estrella (noticia: lo consiguió).
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