CAMBIO CLIMÁTICOSegún un estudio que ha revisado datos de 164 ciudades de 36 países

La zona cero del cambio climático EN AMÉRICA LATINA


El mar se ha tragado en pocos años cuatro cuadras del municipio de Cedeño, en Honduras, uno de los tres países más vulnerables del mundo al cambio climático. Donde hace unos años había casas, hoteles o una iglesia ahora se puede hacer buceo. Los hijos de los actuales habitantes no tendrán pueblo en unos años.



Alejandrina Calderón (70) contempla la última de sus propiedades destrozadas por el mar.


Alejandrina Calderón (70) contempla la última de sus propiedades destrozadas por el mar. MÓNICA GONZÁLEZ EL PAÍS



JACOBO GARCÍA
Cedeño
8 FEB 2020

El pescador maneja la lancha con el rostro serio de quien recorre un cementerio por el que le disgusta pasar. Entonces se detiene entre las olas y señala un punto oscuro, uno cualquiera junto a la barca: “Aquí abajo está el centro comunitario de Cedeño”, dice, “y ahí delante una sala de fiestas llamada el Oasis, la tienda ‘La Americana’ y un restaurante mexicano”. Más allá, “donde hace espuma la ola”, daba la vuelta el autobús y estaba el hotel de Doña Ondina…recuerda el pescador, refiriéndose a las 24 habitaciones levantadas en lo que un día fue un elegante rincón turístico de Honduras.

Recorrer la playa de Cedeño, un municipio de 7.000 habitantes en el sur de Honduras, uno de los países más vulnerables del mundo al cambio climático, es un paseo tan surrealista como apocalíptico. Techos y balcones de viviendas que un día estuvieron en cuarta línea de playa, asoman del agua como si hubieran sido construidas ahí, en medio del Pacífico. Hacia el Oeste, mansiones de dos plantas lucen abandonadas, y las piscinas en las que las familias acomodadas un día bebían margaritas fueron arrancadas de cuajo por las olas. Los postes eléctricos, que antes iluminaban parte del pueblo, ahora se interrumpen al llegar a la orilla y tres calles pavimentadas conducen a las profundidades. Los niños que juegan en la raquítica playa, lo hacen sobre una arena llena de cascotes y restos de azulejo y ladrillo.

En la última década, Honduras fue el segundo país más afectado por huracanes, tormentas o inundaciones según el Índice de Riesgo Climático (IRC) que elabora cada año Germanwatch. Y su futuro no parece más luminoso que su pasado reciente: en casi todos los mapas del grupo de expertos en cambio climático de Naciones Unidas (IPCC), esta región aparece en rojo, y se prevé que sus zonas costeras pronto quedarán bajo el mar, al igual que Myanmar, Dominica o las islas caribeñas de Panamá. En Cedeño, ubicado en el Golfo de Fonseca, el mar se está comiendo la costa a un ritmo de un metro y 22 centímetros cada año. Sus habitantes ya viven en el futuro.

“Nos advirtieron que nuestros nietos no tendrían pueblo, pero nunca imaginé que yo misma lo vería desaparecer”, dice Doña Alejandrina, de 70 años, mientras llora junto a la que era su sala de fiestas, una imponente construcción de dos plantas y 300 metros cuadrados que se vino abajo hace unos meses y ahora luce como una montaña de cascotes rosas bañadas por el mar. Es la última casa que han tumbado las olas. La quinta propiedad de Alejandrina que se traga la marea.

Los tres pescadores despliegan un mapa sobre la mesa y señalan una a una las calles desaparecidas. El pueblo ha perdido cuatro calles en los últimos 30 años. “El agua se ha tragado cuatro cuadras, las casas de 600 familias, seis hoteles, cuatro salas de fiestas, el centro comunal, las oficinas de Hondutel, un laboratorio de camarón... y está entrando al colegio”, recuenta Virgilio Madariaga, de 47 años, presidente de la Asociación de pescadores y encargado de dar un curso a los vecinos en caso de tsunami, la única ayuda oficial recibida hasta ahora.

Además de ‘comerse’ el pueblo, el mar ha desplazado la pesca, ha arrasado con los manglares y ha alterado la salinidad y secado los pozos trayendo más pobreza y desplazamiento. A partir de ahí comenzó un éxodo difícil de calcular que ha vaciado el pueblo. Unos, como Herminia Galindo, de 63 años, se marcharon cinco kilómetros tierra adentro. Otros se marcharon al norte de Honduras para cortar café- cuyo precio alcanza mínimos históricos- y otros tantos huyeron a España o Estados Unidos, unos en caravanas y otros en silencio, como el hijo de Dagoberto, albañil en Houston.

“Se puede decir que el cambio climático es la tercera causa de emigracióndespués de la violencia o el hambre pero las tres están ligadas entre sí”, señala desde Costa Rica a EL PAÍS, Pablo Escribano, especialista en cambio climático y migración de la Organización Internacional para las migraciones (OIM).

Dagoberto Majano tiene 57 años y, desde que recuerda, ha visto subir el mar. Unos años más y otros menos, pero siempre era algo que se solucionaba dejando la lancha un poco más arriba en la arena. Pero en las últimas décadas aumentó la velocidad y la costa se reduce más de un metro cada año.

A nivel global, los océanos aumentaron 1'7 mm/ año en el siglo pasado y se estima que, en promedio, los mares del mundo subieron 20 centímetros desde el inicio de la revolución Industrial. El IPCC de la ONU predijo que los océanos subirán hasta 74 ctms. a final de siglo pero podría llegar a 1 metro.

El estudio más detallado sobre esta zona señala que la tasa media de erosión en la playa de Cedeño es de 1’22 metros cada año y calcula que en 20 años habrá desaparecido el 16% del municipio. Entre otras consecuencias la subida del mar ha causado enfermedades, desplazamiento y un “desbalance en la salinidad” que ha secado los pozos, señala el informe sobre la 'variación de la línea costera de Cedeño' de David Cáceres, profesor de Ciencia Geográfica de la Universidad de Honduras.

La situación es “alarmante”, dice Enoc Reyes, responsable de la oficina de Cambio Climático de Honduras. “Tanto la subida del nivel del mar como las sequías están provocando emigración, pobreza y enfermedades más prolongadas como el dengue” señala a EL PAÍS desde Tegucigalpa. “Nuestro escenario no es cómo frenar el cambio climático, sino cómo adaptarnos a él". El funcionario insiste en que Honduras no emite ni remotamente los gases de efecto invernadero de los países del primer mundo pero paga sus consecuencias y reclama la urgente llegada de los famosos “fondos verdes” prometidos por la comunidad internacional y que no llegan por “largas trabas burocráticas”.

El gobierno de Honduras espera como un maná esos fondos internacionales pero tampoco cumple con su parte. En la última Cumbre del Climacelebrada en Madrid (COP25), el presidente Juan Orlando Hernándezinsistió en su discurso que “Honduras es el país más afectado del mundo junto a Puerto Rico y Myanmar” y pidió renegociar su deuda con el Banco Mundial para dedicar el dinero a la reforestación. “Estamos hablando de 500 millones de dólares en un año y con eso reconstruimos presas y reservas de agua en el Corredor Seco, donde vive un tercio de la población a la que cada año tenemos que estarle dando alimentos para evitar la hambruna”, dijo el mandatario a los presidentes de medio mundo.

Sin embargo la comunidad internacional desconfía del modelo hondureño y del círculo de empresarios que rodea al mandatario para levantar presas por todo el país, cuya construcción ha secado varios cauces y enfrenta a las comunidades, lo que ha causado decenas de víctimas, entre ellas la ecologista Berta Cáceres. De ahí las “largas trabas burocráticas”, que tanto irrita al presidente hondureño. Paralelamente su gobierno dedica el 0’5% del presupuesto a la protección ambiental frente al 1’2% de hace una década, según el Banco Central. El ministro, sin embargo, dijo que “no estaba autorizado para dar ninguna cifra”.

A la indiferencia oficial se suma la degradación costera provocada por las piscifactorías de camarón, que han destrozado amplias franjas de manglar dentro de espacios naturales protegidos. La cría del camarón hondureño para la exportación a Estados Unidos y Europa, es una de las industrias boyantes de la zona y se ha multiplicado en zonas protegidas donde antes había manglares por los que entraba y salía el agua disminuyendo la erosión al estabilizar los sedimentos con sus raíces.



Las casas de la playa de Cedeño, han sido destruídas por las marejadas.


Las casas de la playa de Cedeño, han sido destruídas por las marejadas. MÓNICA GONZÁLEZ EL PAÍS




Mientras tanto, un día más, doña Glenda Zamora vuelve a amontonar en su modesto restaurante una bolsa, luego otra y otra más. Trata de frenar el agua con sacos rellenos de arena como se hace junto a los ríos que se desbordan. Pero ella lucha contra el mar. Su humilde tasca, donde fríe pescado a los lugareños y a algún turista despistado, sí o sí será engullido en pocos meses. Hace cinco años su local tenía el salón y la terraza pero de aquello solo queda la mitad. Primero llegó el agua, dos años después ya cubría los pilares y poco después se desmoronó la techumbre. “Ahora solo estoy esperando unos meses, a que el mar termine con todo, para irme para siempre de aquí”.


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¿Ha llegado realmente la Antártida a los 20 grados?
Los científicos cuestionan el reciente récord de temperatura y advierten de que lo más importante es la tendencia gradual al calentamiento que afecta al continente desde hace 60 años


NUÑO DOMÍNGUEZ
Twitter
19 FEB 2020


Un grupo de pingüinos, en la Antártida el 11 de febrero pasado.


Un grupo de pingüinos, en la Antártida el 11 de febrero pasado. EFE





Que en la Antártida se registren temperaturas de más de 20 grados y haga tiempo de estar en camiseta no tiene por qué deberse al cambio climático.

El continente helado sigue siendo un lugar tan remoto e inaccesible para la inmensa mayoría de personas que se tiende a verlo como un todo y a olvidar que se trata de un descomunal territorio dos veces más grande que Australia, con climas y temperaturas tan diferentes entre la costa y el interior, entre el este y el oeste, que bien podría tratarse de continentes diferentes. Es por esto que comprender y estimar los efectos del calentamiento en un área tan amplia es uno de los mayores retos a los que se enfrentan los científicos climáticos.

El pasado 6 de febrero, un termómetro en la base antártica argentina de Esperanza alcanzó una temperatura de 18,4 grados, la más alta registrada desde 1961, según informó el Servicio Meteorológico de Argentina. El récord anterior en el territorio continental se había registrado en 2015, con 17,5 grados. Tres días después, el investigador brasileño Carlos Schaefer aseguraba a AFP que un termómetro instalado en la isla Seymour había alcanzado los 20,75 grados, lo que sería la temperatura más alta jamás registrada en la Antártida desde que hay registros. Era mayor incluso que los 19,8 consignados en la isla Signy, a más de 500 kilómetros de las costas antárticas, en 1982.

Ambas mediciones se hicieron en la península antártica, la lengua de tierra en el extremo norte de la Antártida que apunta hacia el extremo sur de América y que es el lugar donde se concentra la inmensa mayoría de bases militares y científicas. Este territorio es sin duda uno de los epicentros del calentamiento global a nivel mundial. Algunas mediciones han mostrado que la temperatura media ha subido tres grados desde los años cincuenta del siglo pasado, más del doble que el conjunto del planeta. El 87% de todos los glaciares de la península han retrocedido en los últimos 50 años y su deshielo se ha acelerado en la última década.



Dos investigadores caminan por la bahía Fildes, en la isla Rey Jorge, en el extremo norte de la península antártica.


Dos investigadores caminan por la bahía Fildes, en la isla Rey Jorge, en el extremo norte de la península antártica. CAMILA BUVINIC





Pero esta península solo supone el 1% de todo el continente y su clima es muy diferente de las otras dos grandes zonas en las que se divide: el oeste, donde también hay una tendencia a temperaturas cada vez más altas y retroceso de algunos de sus mayores glaciares, y el este, más frío y con una trayectoria no tan clara.

“El cambio climático es un fenómeno que se mide en un largo periodo de tiempo”, explica Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico de Chile y veterano investigador antártico (Inach). “Cuando ves la variación de la temperatura interanual y de décadas encuentras picos de temperaturas altas y también bajas. Estas últimas las suelen usar los escépticos para negar que haya un calentamiento global, algo sin fundamento. Pero tampoco es raro encontrar picos altos, y estos tampoco tienen por qué estar relacionados directamente con el cambio climático, pueden ser efectos microclimáticos”, resalta.

Francisco Navarro, glaciólogo de la Universidad Politécnica de Madrid, explica que las registradas en los últimos días “son temperaturas muy altas, aunque puntuales en el tiempo”. “El récord anterior difiere en algo menos de un grado [los 19,8 grados en la isla Signy] y fue registrado hace 37 años, lo que muestra que estos picos no son algo exclusivo de los últimos años”, añade el científico.

Los dos récords de temperatura ni siquiera han sido confirmados aún, algo que debe ahora hacer la Organización Meteorológica Mundial, parte de la ONU. Este proceso llevará “meses”, según ha explicado a este diario un portavoz de la organización.







https://twitter.com/SMN_Argentina/status/1225455484259442691

#Antártida | Nuevo récord de temperaturas
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Este mediodía la Base #Esperanza registró un nuevo récord histórico (desde 1961) de temperatura, con 18,3°C. Con este valor se supera el récord anterior de 17,5°C del 24 en marzo de 2015. Y no fue el único récord...



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En un comunicado, la entidad apunta a que probablemente la medición de la base argentina es correcta, pero también advierte de que de la segunda y más alta solo hay referencias por la prensa y habrá que confirmarla con los datos de otras estaciones de medición en la isla Seymour. “Es prematuro decir que la Antártida ha superado los 20 grados por primera vez”, resalta el organismo.

Carlos Schaefer, el investigador de la Universidad de Viçosa, en Brasil, que reportó el récord de 20,75 grados explica en un correo electrónico que esta temperatura “se registró en una estación situada sobre el permafrost [terreno congelado de forma perenne] en la isla Seymour y que es el pico más alto dentro de una tendencia de temperaturas más altas de lo normal”. El investigador asegura que “no es posible que la medición se deba a un error de los equipos, que estaban bien calibrados”.



Imagen de la base antártica chilena Julio Escudero (en primer plano) tomada hace unos días y en la que destaca la práctica ausencia de nieve.


Imagen de la base antártica chilena Julio Escudero (en primer plano) tomada hace unos días y en la que destaca la práctica ausencia de nieve. CAMILA BUVINIC



“Tenemos muchas dudas de que se valide ese récord de 20,75 grados”, opina en cambio Sergi González, meteorólogo del grupo antártico de la Agencia Española de Meteorología (Aemet). En la península antártica las temperaturas de verano suelen situarse por encima de los 0 grados. Durante las "olas de calor" se superan los cinco grados y a veces se alcanzan los 10, explica la Aemet. ¿Cómo puede entonces llegar el mercurio a los 18 o incluso los 20? Lo más plausible es que se trate de un fenómeno climático conocido como efecto foehn, que no tiene por qué estar asociado al cambio climático.

“Este efecto se produce cuando una corriente de aire húmedo impacta contra una cadena montañosa y se ve obligado a subir”, explica González. “Al ascender por la cara de la montaña el aire húmedo se enfría a un ritmo de unos tres grados por kilómetro de ascenso. El aire se condensa, se forma una nube orográfica, llueve o nieva, y por consiguiente la masa de aire pierde su humedad. Al bajar por el lado opuesto de la montaña el aire está seco y no se calienta mucho más rápido, alrededor de 10 grados por cada kilómetro de bajada. Por lo tanto, el mismo aire que en un lado estaba a una temperatura, al lado contrario de la montaña está a otra más cálida”, detalla.

Tanto la base Esperanza como la isla Seymour se encuentran al este de la península antártica, al otro lado de la cadena montañosa que forma la columna vertebral de la península, la vertiente por la que el aire ya seco pudo bajar haciendo subir los termómetros.

“El día del récord, nuestros compañeros en la base Juan Carlos Inos reportaron temperaturas relativamente normales de verano pero nada extraordinario, lo que indica la importancia del foehn para alcanzar temperaturas mayores”, resalta González. “Cada vez que haya un efecto foehn en verano las temperaturas se dispararán respecto a la temperatura media climática. Probablemente, la frecuencia de foehns no cambie mucho. Lo que importa más es precisamente que esta temperatura media de partida está y va a estar cada vez más alta”, añade el investigador, con lo que es de esperar que estas repentinas subidas del termómetro serán cada vez más bruscas.

“Los picos extraordinarios como estos no son un problema grave, normalmente son muy esporádicos y duran menos de un día”, explica John Turner, meteorólogo del Servicio Antártico del Reino Unido. “Lo que nos debe preocupar más es la tendencia de las temperaturas medias a largo plazo”, añade. El investigador destaca por ejemplo que en la base argentina de Marambio, que está en la misma isla en la que supuestamente se han superado los 20 grados, desde los años noventa las temperaturas medias de verano han bajado. Pero si se miran todos los registros desde 1970, se ve que hay una tendencia global al calentamiento. Uno de los grandes retos del estudio del clima en este continente es poder discernir esa tendencia global de casi medio siglo dentro de la cual hay oscilaciones fuertes dependiendo de la década.

En 2018, se publicó un análisis de todos los registros climáticos de la Antártida tomados desde 1958 hasta 2016. El trabajo demostró que todo el continente tiende hacia el calentamiento y que esta deriva es mucho más acentuada y clara en el oeste del continente y, sobre todo, en la península antártica. La mayoría de científicos piensa que esta tendencia se debe en parte a las actividades humanas.

La Antártida está protegida por un régimen de vientos propio que circunda el continente y que funciona como un muro climático que la separa del resto del planeta. En los últimos 60 años esta oscilación antártica ha aumentado su intensidad en el sentido de las agujas del reloj, en parte debido al calentamiento global. Esto ha hecho que gran parte del continente, en especial el este, se haya aislado más del resto del mundo y por tanto se haya enfriado o, al menos, no se haya calentado apenas. En cambio, esta corriente al dar la vuelta y dirigirse de nuevo hacia el norte afecta negativamente al oeste del continente y a la península, ya que trae aire caliente de salida. Es en esta zona donde se pueden esperar que los efectos del cambio climático sean más evidentes y lleguen con más rapidez, incluido el deshielo de los glaciares, el aumento de la superficie sin cubierta de nieve y por tanto el terreno de expansión para las especies. La península será la primera parte de la Antártida que dejará de ser blanca y pasará a ser verde, pero probablemente los extremos puntuales de temperaturas no contribuyan mucho a ello.

 
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