Blancas: Ta1, Te1, Rg1, Ac2, Ad2, De2, Cg3, Ch4; peones en a2, b3, c3, d4, f2, g2 y h2.
Negras: Ta8, Te8, Af8, Rg8, Db7, Cd7, Cf6, Ad5; peones en a7, b5, d6, e6, f7, g7 y h6.
En los numerosos torneos internacionales abiertos que se juegan en España cada año (es el país que más organiza; 445 en 2018) se forma un gran mosaico de perfiles de jugadores: futuras estrellas (Topálov, quien luego fue campeón del mundo, saltó a la fama en este tipo de torneos cuando era muy joven); trotamundos del tablero que necesitan ganar hoy para comer mañana; aficionados de diversos niveles y todas las edades que conviven así con grandes maestros; etc. El nivel de combatividad suele ser mucho más alto que en los torneos de élite, porque se arriesga más. Esa tensión permanente forja jugadores muy duros, capaces de ganar después a las grandes figuras en otro tipo de torneos.
Así ocurrió con Carsten Hoi (Copenhague, 1957), quien estuvo durante algunos años entre los profesionales muy asiduos al circuito veraniego español. Nunca llegó a ser una estrella, pero sí un rival capaz de ganar a cualquiera. Y su gran día, la partida que le hizo inmortal, ocurrió en la Olimpiada de Ajedrez de Tesalónica de 1988, frente al estadounidense de origen soviético Borís Gulko, campeón de la URSS y de EEUU. En una posición donde las perspectivas de ataque de Hoy no eran tan temibles como creía Gulko, este debilita su enroque al tomar precauciones innecesarias, y el danés lo castiga con una sucesión de golpes magistrales de enorme belleza.
VIDEO: https://elpais.com/deportes/2019/09/09/la_bitacora_de_leontxo/1568036246_296246.html
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