Mi abuelo paterno era un adolescente. Ese año, adelantaron el servicio militar para todos los quintos. Apenas era un chaval de diecisiete años, hijo de viudo y con una única hermana. Mis bisabuelos y abuelos paternos, todos, sabían leer y escribir, las cuatro reglas, pero no podían aspirar a una educación superior. No les fue mal, tenían un oficio, pero no podían más de ese límite. Se emigraba a Cuba y Latinoamérica, buscando nuevas oportunidades.
Contaban que no había bandos claros. Llegaban a tu casa, o te alistabas o te fusilaban. La plebe no entendía de bandos, sino de trabajar y subsistir. Llegaban a la plaza del lugar y recitaban los apellidos. No quedó familia sin sufrir la enorme desgracia de que se llevaran a los hijos, que eran también brazos de trabajo.
Mi abuela materna trabajaba en la casa de una familia elegante. El contraste era brutal, cuando salía de puertas para afuera. Su padre, mi bisabuelo, lo perdió todo, durante la guerra. Una granja familiar, la casa familiar, tierras. Los soldados venían a tu casa y había que entregarles todo lo que tenías, incluso derecho de pernada, les daba igual que la familia pasara hambre. O te fusilaban.
Son personas que les marcó profundamente, lo vivido durante su juventud, traspasaron sus fobias a la siguiente generación. Había mucho hijo e hija de alcohólico/a.
Azafrán, yo soy hija de alcohólico y no veo la relación entre una cosa y otra. Mi padre, que hoy tendría 89 años, jamás me traspasó absolutamente nada de sus vivencias de la guerra, ni me amargó la vida en ese sentido.