The Peninsular War (1808-1814)

Es extraño que titules el hilo en inglés y no apeles a esta guerra en español, "La guerra de la independencia". Independientemente de que el libro la titule como la denominan en inglés.

En mi opinión, nadie narra tan bien los hechos que Perez Galdós en los libros de Los Episodios Nacionales dedicados a la guerra y ya no digamos visualmente, como el mejor de sus testigos, en los "Desastres" de Goya.

Supongo que el libro que mencionas cuenta la historia desde el punto de vista inglés, asi que será curioso como explican el incendio de ciudades como San Sebastian el 31 de Agosto de 1813 a pesar de la rendición de las tropas francesas, que no impidió que Wellington diese luz verde al asalto, asesinato de hombres, violación de todas las mujeres - desde niñas hasta ancianas -, quema del archivo municipal - adios a la historia anterior a ese dia,y toda la ciuad devastada excepto una calle superviviente para que los mandos anglo-portugueses tuviesen donde alojarse.

Toti Martinez de Lezea tiene una novela muy leida titulada "La brecha", que relata el horror de ese asalto a la ciudad, que ha quedado en la memoria colectiva de generación en generación, muy recomendable.
 
Joachim Murat: la trágica muerte del carnicero de Napoleón Bonaparte que desangró España en 1808
Joaquín Murat, cuñado del «pequeño corso» y verdugo de miles de madrileños el 2 de mayo, fue fusilado por aquellos que creía sus súbditos en Nápoles
Manuel P. Villatoro@ABC_Historia
Actualizado:19/10/2018 09:09h
11El error histórico al colocar una leona en el Congreso de los Diputados: ¡ya hay una leona llamada Atalanta!

Si algo se puede decir con seguridad del militar galo Joachim Murat es que, al menos en vida, no dejó contento a nadie. Decepcionó tanto al pueblo español (al que masacró el 2 y el 3 de mayo después de que este se sublevara contra la ocupación francesa), como a su cuñado,Napoleón Bonaparte. De hecho, a este hombre -el mismo que le aupó hasta la cúspide del poder militar nombrándole mariscal y monaraca de Nápoles- le traicionó y le abandonó a su suertepara saciar sus ansias de escalar -todavía más- en la pirámide social.

Pretencioso hasta la extenuación, este oficial demostró su altanería casi tantas veces como borlas sumaba en su caro uniforme de mariscal de campo. Y eran muchas. Quizá por ello, cuando el sueño imperial de Napoleón Bonaparte quedó aplastado en Waterloo y nuestro «Joaquín» Murat regresó a Nápoles para sentar de nuevo sus reales en el trono, fue atrapado y fusilado por los mismos súbditos a los que creía leales. Con todo, demostró ser un dandi incluso cuando la misma parca llamaba a su puerta, pues se presentó ante sus verdugos ataviado con sus mejores galas militares.

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El mariscal de francia Murat
Murat tuvo que hacer frente a la muerte el 13 de octubre de 1815 en Pizzo tras tratar de recuperar un reino que jamás le perteneció. Aquella jornada, según narra el doctor en historia Amadeo Martín-Rey y Cabieses en « Regicidios, el peligro de ser rey», el mariscal rechazó la silla que le ofrecieron sus verdugos y se negó a que le vendaran los ojos al grito de «J'ai bravé la mort trop souvent pour la craindre» («He desafiado a la muerte demasiado a menudo como para temerla»). Todo ello, antes de besar un camafeo con la imagen de su esposa y hacer su última petición al pelotón de fusilamiento. «Sauvez ma face, visez à mon cœur... Feu!» («Salvad mi cara, apuntad a mi corazón... ¡Fuego!»).

batalla de Eylau. Pero ya lo dice el sabio refrán castizo: el que a hierro mata a hierro muere. Y, al igual que Murat fusiló a miles de patriotas madrileños por alzarse contra la ocupación de la «Grande Armée», él mismo se marchó al otro barrio a base de plomo y pelotón. La justicia que, en ocasiones, es extremadamente irónica.

Ascenso
Para entender el odio que despertaba Murat tanto dentro como fuera de Francia no hay más que leer el comienzo de la biografía escrita por Lewis Goldsmith (contemporáneo de este personaje) en su obra «Historia secreta del Gabinete de Napoleón Bonaparte y de la corte de San Clud». En la misma, no duda en definirle como el «usurpador» del trono de Nápoles. «El diccionario biográfico de la Revolución Francesa no es capaz de presentar un monstruo más sanguinario, más cruel, más avaro, más insolente y orgulloso que este Murat: se parece enteramente y bajo todos los aspectos a su imperial cuñado Napoleón», afirmaba.

Pero, como la cortesía y la valentía pueden ir de la mano sin problemas, el autor también dejó sobre blanco que era un «gran mariscal de Francia». Todo ello, antes de señalar que Joachim Murat nació en Querey allá por 1771 en el seno de una familia trabajadora, pues su padre regentaba un pequeño mesón galo. Lo cierto es que, apoyado en una revolución en la que la aristocracia era vista como el enemigo a derrocar, sus humildes orígenes no podían ser mejores para ascender en el escalafón. Y así sucedió, aunque antes tuvo que pasar por la guardia constitucional de Luis XVI y por los cazadores de caballería durante la época absolutista.

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Joachim Murat
Según desvela el diplomático del siglo XIX François-René Chateaubriand, la llegada de la Revolución le alzó hasta los brazos de Napoleón, quien también había sido tildado de «terrorista» durante los turbios años previos a que terminara por las bravas el Antiguo Régimen. Con todo, parece que en principio su relación no fue demasiado buena y que el altivo Murat eludía a Bonaparte. Al menos, así lo afirma el propio Goldsmith en su obra.

«En Tolón fue donde conoció a Bonaparte: más este era tan mal visto en aquella ciudad que el mismo Murat se avergonzaba de hacerle lado: y habiéndose después vuelto a encontrar en Niza, renovaron su amistad, y pronto se hicieron íntimos. Hicieron pasar por las armas a muchas personas que estaban encerradas en el castillo mandando entre ambos aquellas sanguinarias ejecuciones, y prevenían que sus satélites tirasen de modo que la desgracia de las víctimas después de haber recibido el tiro pudiesen aún vivir algunos minutos a fin de que (decían ellos mismos) pudiesen disfrutar por más tiempo del placer de ver los visages que hacían los aristócratas cuando morían».

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Batalla de Eylau
Ya en las filas del nuevo ejército, su valentía y su pericia a lomos de los jamelgos le convirtieron en uno de los oficiales más apreciados por el «pequeño corso». Si la campaña de Italia le permitió empezar a asomar la cabeza ante sus superiores, la misión secreta a Egipto, y especialmente la batalla de Aboukir (donde una carga a sus órdenes puso en fuga al grueso del ejército otomano y capturó al líder enemigo), le granjeó un sitio de honor entre los generales. «En esta época hizo Murat prodigios de valor, y se distinguió tanto que Napoleón, colmándole de alabanzas, le proclamó ante el ejército valiente entre los valientes», explica el escritor decimonono Elbert Hubbard en su obra « Personajes célebres del siglo XX».

La cercanía entre ambos hizo que Napoleón animara a Murat a que cortejase a una de sus hermanas, Carolina, lo que derivó en una boda allá por el año 1800. Al menos, según afirma el historiador Andrew Roberts en «Napoleón, una vida». Con todo, esta parte de su historia es controvertida, ya que no faltan las fuentes que señalan que Bonaparte estaba en contra de este matrimonio y que solo permitió la boda cuando supo que el galán franchute accedía a abandonar sus aventuras amorosas. Con todo, y según desvela Antonio Manuel Moral Roncal en « Pío VII: un papa frente a Napoleón», pasaron el resto de su vida entre tensiones matrimoniales e infidelidades.

España se desangra
Pero donde realmente demostró su barbarie este personaje fue en España. Todo comenzó allá por 1807, año en el que Napoleón (emperador de los franceses desde mayo de 1804) se plantó frente a los Pirineos con un ejército. Según explicó a «Manolito» Godoy, valido del rey Carlos IV y –según se dice- guardián de las partes pudendas de la reina tras su monarca, su objetivo no era otro que atravesar España para conquistar Portugal. Todo mentiras, pues lo que buscaba era que su ejército arribara a la capital sin dificultades y destruyera el país desde dentro. Algo poco digno de un «Empereur», todo hay que decirlo.

Así, de los más de 60.000 soldados que entraron en España, no todos se dirigieron hacia la frontera portuguesa, sino que multitud de unidades imperiales fueron estableciéndose en decenas de localidades españolas para sorpresa de los ciudadanos. Esta «toma pacífica» de territorios provocó el recelo de los nuestros, que comenzaron a sospechar de una posible invasión encubierta de Napoleón. A su vez, no ayudaron a calmar las cosas las intrigas políticas del corso -que pretendía conseguir el trono español- y la entrada del propio Murat junto a un gran ejército en Madrid.

Al final, la paciencia de los ciudadanos de la capital se terminó en el Palacio Real, cuando observaron que Murat pretendía trasladar a un miembro de la monarquía española fuera de Madrid. Ese mismo día, el 2 de mayo de 1808, el pueblo se levantó contra la ocupación francesa harto del «pequeño corso». Para desgracia madrileña, Joachim -al mando de la situación- y sus hombres respondieron de forma tajante cuando se percataron de que los ánimos se caldeaban. Los primeros en actuar fueron los miembros de la Guardia Imperialque, según explica José Muñoz y Gaviria en sus « Recuerdos históricos del dos de mayo de 1808» abandonaron sus labores de escolta y no dudaron en disparar sobre la multitud indefensa.

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Carga de los mamelucos
A continuación, Murat dio órdenes de que los grupos sin armas fueran atacados a sablazos por el general Duamenil. El resultado fue la brutal carga de los mamelucos que quedó inmortalizada para siempre por Goya. A partir de entonces, multitud de madrileños salieron a la calle armados con todo tipo de rudimentarias armas para combatir al ejército imperial en defensa de la libertad e independencia española. Pero no tuvieron el apoyo oficial del ejército español, cuyos altos mandos dependían de la Junta de Gobierno y habían dado órdenes de permanecer en los cuarteles. Tan solo Luis Daoíz y Pedro Velarde se atrevieron a unirse al pueblo y defender los intereses españoles ante los tiradores de la «Grande Armée».

Así lo explica Muñoz y Gaviria:

«Las tropas que se hallaban en Madrid recorrieron las calles, y sus jefes destacaban partidas que entrasen en las casas donde se les había hecho fuego, y castigasen a los agresores. La artillería volante hizo algunas descargas en la calle Alcalá sobre la multitud que no por ello se arredró, y continuó el ataque: la columna apostada en la plaza de Palacio subió por la calle Mayor haciendo fuego a los balcones y ventanas, y al mismo tiempo y hora de las doce, las columnas francesas de los campamentos de Chamartín, San Bernardino y la Casa de Campo, entregaron en la capital y ocuparon todas las calles».

Crueldad extrema
En palabras del mismo experto, la caballería de la Guardia Imperial penetró por la «Puerta de Alcalá y la Carrera de San Gerónimo», en donde «son inhumanamente asesinados grupos de enteros de patriotas». Al mismo tiempo, una columna de infantería acudió a la Plaza de Santo Domingo para reforzar las tropas que defendían las inmediaciones del palacio de Murat. El mismo francés que, según la fuente, había ordenado que no se diese cuartel a aquellos que se hallaban en Monteleón. La represión fue tan sangrienta que, al final, los «ministros de la junta agitaron sus pañuelos blancos para publicar una amnistía, si los habitantes deponían sus armas y se retiraban a sus casas».

El galo, que se había visto contra las cuerdas, aceptó. Pero todavía le quedaba cobrarse su venganza y, como último acto de terrorismo(pues usó el pavor de los fusiles como método de represión) dio orden de fusilar a todos aquellos que se hubieran mostrado partidarios a la revuelta. «La metralla y la bayoneta despejaron las calles», afirmó por carta a Napoleón. Bonaparte debió de sentirse avergonzado por aquello, ya que años después su secretario introdujo en sus memorias una carta más falsa que un real de madera en la que afirmaba que había escrito a su cuñado solicitándole «cuidado y moderación».

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Estado de los franceses heridos o fallecidos el 2 de mayo
La carta que sí mando Murat fue una misiva en la que explicaba, con su característica altanería, los sucesos acaecidos el dos de mayo y los posteriores fusilamnientos:

«En general, la tranquilidad pública ha sido perturbada en la capital […] Tan temprano como a las ocho de la mañana, ayer, la chusma de esta ciudad obstruyó todas las avenidas del Palacio, así como los juzgados. […] Las tropas corrieron hasta los puntos que tenían órdenes de ocupar en caso de alarma. […] Quedaron dispersados y todo volvió al orden. Cincuenta campesinos, tomándose las armas mano a mano, fueron fusilados anoche Cincuenta más lo han sido esta mañana. La ciudad será desarmada, y será anunciado que cualquier español que sea encontrado con un arma será considerado un sedicioso y se le disparará. Esta proclamación será enviada por el Gobierno a todos los Capitanes Generales y a todos los oficiales que comandan los diferentes cuerpos del ejército español».

Murat añadió que, «por la buena lección que acabo de dar», la tranquilidad pública no sería perturbada. Sus frases finales fueron igual de crueles: «En el día de ayer hubo al menos 1.200 hombres muertos, ya sea población o burguesía de Madrid; y de nuestro lado, solo tuvimos unos pocos cientos de heridos, y eso porque estaban solos en las calles».

Al bueno (o malo, más bien) de Bonaparte no debió sentarle mal aquello, pues le hizo llegar una misiva el dos de mayo en el que le hizo una propuesta más que curiosa: «Te daré el reino de Nápoles o el de Portugal. Dame una respuesta inmediata porque tiene que ser cosa de un día». El oficial eligió el primero y, a la postre, traicionó al mismo hombre que le había alzado hasta la posición de rey. Tras luchar junto al «Sire» en Rusia, y en vistas de que la derrota del «pequeño corso» estaba casi asegurada, negoció con sus enemigos en 1813 para que respetasen su poltrona a cambio de que no combatiese a su lado en la ofensiva final.

Reportaje original con video, en el siguiente enlace:

https://www.abc.es/historia/abci-mu...esangro-espana-1808-201810190252_noticia.html
 
La epopeya de Castaños: el general español que humilló por primera vez al todopoderoso Ejército de Napoleón
Periódicos republicanos, monárquicos, progresistas y conservadores ensalzaron la figura del héroe de la batalla de Bailén que provocó el inicio de la caída del todopoderoso Imperio francés


21 La batalla con la que Napoleón evitó la aniquilación de su Armée

Decían los periódicos españoles de mediados del siglo XIX que el general Francisco Javier Castaños llegó al final de su larga vida abrumado por todas las condecoraciones que había recibido, incluso «agobiado», pero sin un gesto de altivez, superioridad u orgullo. Un día después de su muerte —acaecida el 24 de septiembre de 1852 a los 94 años— no hubo diario español que no dedicara la práctica totalidad de sus páginas a elogiar la figura de este héroe de la batalla de Bailén. Todas las cabeceras encumbraron al artífice de la primera derrota deNapoleón en campo abierto, al militar que había servido al Ejército español durante ocho décadas alcanzando todos los honores, pero que dejaba este mundo muy lejos de los lujos y las riquezas habituales en la gente de su estatus.

Lo reconocía el mismo general Castaños en su testamento, aireado por los diarios cuando la enfermedad ya le tenía acorralado: «Muero pobre —escribía—, pero, aunque fuese rico, preferiría no gastar en suntuosos catafalcos y grandes músicas, sino en sufragios y limosnas a las familias necesitadas». Algo que apuntaba también el diario « La Época»: «El duque de Bailén tiene hechas todas sus disposiciones testamentarias, bien fáciles de arreglar, pues todo el caudal con el que cuenta en metálico el primer capitán general de España no pasaba hace dos días de cuarenta y siete duros».

Sin querer dar demasiadas explicaciones sobre sus penurias económicas, «La Gaceta» se atrevía a apuntar algún dato más al respecto. ¿Cómo había podido un general de su rango acabar arruinado? «Dos grandes sentimientos han llenado la vida de Castaños —explicaba este diario—. El amor a sus reyes y a su país, y la práctica de la beneficencia. Al primero consagró su sangre y al segundo todos los bienes de su tierra. El más antiguo, el más ilustre de nuestros generales, ha muerto pobre. Pero esa pobreza es su mejor aureola, porque no es efecto del lujo ni del vicio, sino que procede única y exclusivamente de su ardiente y sublime caridad. Todos los necesitados y menesterosos eran sus hijos [en la vida real no los tuvo], y entre ellos repartía con generosa mano su sueldo de capitán general, su única fortuna. Así, más de cien familias dirigían hoy votos al cielo para que prolongase su existencia, y así lloran inconsolables tan dolorosa pérdida».

La España», que añadía: «El estampido del cañón, resonando tristemente cada media hora, ha anunciado ayer a los habitantes de la capital una calamidad nacional: la muerte del más ilustre de sus hijos [...] El pueblo madrileño, sin distinción de partidos, edades y sexos, amaba al venerable guerrero con ese cariño respetuoso que inspira toda reputación que se ha conservado pura de todo contacto sospechoso en la dilatada serie de nuestras disputas políticas».

Castaños, frente a Napoleón
Medio siglo antes, Napoleón se había empeñado en dominar Europa y derrotar al gran enemigo de su Imperio, Gran Bretaña, sin saber que por el camino se encontraría con un héroe como el general Castaños. El artífice de la Revolución francesa había conseguido firmar con Manuel Godoy, primer ministro español y valido de Carlos IV, el Tratado de Fontainebleau en 1807. Con él obtuvo el permiso del Rey para atravesar España con más de 100.000 soldados y el objetivo de, supuestamente, invadir Portugal. Pero la trampa estaba hecha, porque a su paso fue conquistando casi todas las ciudades hasta llegar a Madrid.

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Retrato del general Castaños realizado por José María Galván y Candela
Se iniciaron las famosas revueltas del pueblo español con la convicción de echar al invasor, aunque les fuera la vida en ello. España llamó a filas a sus ciudadanos y consiguieron reunir a 30.000 hombres, la gran mayoría de ellos milicianos sin ninguna experiencia en combate. Así estaban las cosas cuando el general Castaños, seguido de sus tropas, y el general Dupont, al frente del Ejército de Napoleón, se encontraron en Bailén el 19 de julio de 1808.

La localidad jienense se había convertido en un paso obligado de los franceses para controlar el levantamiento de Andalucía, pero las cosas no salieron como esperaban. Con Castaños al mando,aquella batalla, unas de las más importantes de la historia moderna de Europa, significó la primera derrota del poderoso Ejército francés y el principio del fin del Imperio Napoleónico. Más de 20.000 soldados invasores se rindieron, dando paso al mito que toda la prensa de 1852 halagaría, a pesar de las incursiones posteriores de este en política al lado de Fernando VII, como Capitán General de Cataluña, presidente del Consejo de Estado y tutor regente de Isabel II en su minoría de edad.

Por encima de fobias y filias
«Iba a entrar Castaños en Madrid, abandonada ya por el rey intruso tras la batalla de Bailén, cuando algunos de sus generales le indicaron que no debían presentarse en la Corte los soldados que no tenían uniforme. “Qué entren todos, que sin uniforme han vencido”, contestó Castaños. Dichos menos oportunos y menos significativos han dado celebridad a muchos generales», recordaba «El Heraldo», un periódico conservador y contrario al partido progresista.

En el caso del duque de Bailén, las diferentes líneas editoriales pesaron poco a la hora de ensalzar su figura. Ahí estaba « La Nación», « El Observador», el « Diario de Cataluña» y hasta « Boletín de medicina, cirugía y farmacia». La « Ilustración», por ejemplo, le dedicaba a este militar monárquico y absolutista la portada y varias páginas, a pesar de ser un periódico con claros tintes republicanos y fundado por un conspirador de la Reina Isabel II: «A Castaños en Bailén, como a otros héroes en tantas batallas memorables, debe alcanzarle más gloria por la forma en que combatió», subrayaba.

Un siglo después, como señaló ABC en el centenario de su muerte, las cláusulas que dispuso en su testamento el general, impropias de alguien de su estatus, todavía conmovían a los lectores de este diario, de la misma forma que lo hicieron a los lectores de la «Gaceta de Madrid» en 1952: «Dispongo que se me amortaje con el uniforme más viejo que tengo, el que solía llevar al Consejo. Pasadas veinticuatro horas, mi cadáver será conducido al campo santo, el de San Nicolás, y colocado en el suelo, y no en un nicho, por donde transiten las gentes. Que lleve solo una losa de mármol, lisa, sin más inscripción que mi nombre, edad y el día de mi fallecimiento». La Reina Isabel II no accedió y ordenó que se celebrara un funeral de Estado y que fuera enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid, donde permaneció hasta 1963.

Reportaje original, completo y con video:
https://www.abc.es/historia/abci-ge...panol-y-murio-pobre-201809200113_noticia.html
 
La increíble historia de desertor francés convertido en héroe de España contra Napoléon
Al comienzo de la invasión de de Francia en 1808, muchas cabeceras españolas ensalzaban la figura de Luis Lacy, un desconocido comandante que poco antes luchaba con los invasores.
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0 Vigo, la primera localidad de Europa que expulsó al ejército de Napoléon

En el verano de 1809, cabeceras tan importantes como el « Semanario patriótico» ya ensalzaban la figura de un desconocido comandante que, hasta hace poco, había luchado en el Ejército francés, antes de desertar y unirse a los españoles en la Guerra de Independencia contra sus compañeros: «El coronel Luis Lacy batió y dispersó en Torralba (Cuenca), con tan solo dos regimientos de caballería y una compañía de cazadores, a cinco regimientos de la caballería francesa con dos cañones, matando e hiriendo a muchos soldados», podía leerse en la edición del 6 de julio de ese año.

La leyenda de este militar nacido en San Roque (Cádiz), en 1775, perteneciente a una prestigiosa familia de militares de origen irlandés y francés, había comenzado muchos años antes. En concreto, cuando abandonó el Ejército español en 1803, para ingresar como soldado raso de la Infantería francesa. Una decisión que había tomado tras ser suspendido de empleo y sueldo y encarcelado durante un año, después de protagonizar un lío de faldas en el que también estuvo implicado uno de los altos cargos político-militares de las Islas Canarias. Y eso que, durante ese destino, había conseguido nada menos que el grado de capitán.

Cinco años estuvo Luis Lacy al servicio de Francia. Comenzó formando parte del 6º Regimiento de Infantería de Línea. Pocos meses después, fue nombrado sargento y, seguidamente, capitán de la flamante Legión del Ejército regular napoleónico, en cuyas filas combatió contra Alemania, Prusia y, posteriormente, en el Atlántico. Aunque no esté confirmado, algunos cronistas llegaron a escribir que aquel meteórico ascenso se debió al propio Napoleón, tras enterarse de la presencia en sus tropas de un destacado militar perteneciente a una familia tan respetada como los Lacy. Esa fue la razón por la que habría decidido restablecerle el grado de su etapa española, así como destinarlo a la Legión Irlandesa, que en esos momentos se estaba formando.

batalla de Trafalgar(1805). Napoleón, además, tenía en mente invadir Inglaterra, pero ambas operaciones fracasaron. El volumen de negocio de los británicos creció y la Legión irlandesa de Lacy se debilitó mucho.

El desertor
El momento clave en la vida de Luis Lacy se produjo en 1807, cuando recibió la orden de incorporarse a una legión destinada a España. Napoleón seguía empeñado en dominar todo el continente europeo para derrotar a su gran enemigo, Gran Bretaña. Para ello, el artífice de la Revolución francesa había conseguido firmar con Manuel Godoy, primer ministro y valido de Carlos IV, el Tratado de Fontainebleau ese mismo año, a través del cual obtuvo el permiso del Rey para atravesar España con más de 100.000 soldados. El supuesto objetivo era invadir Portugal, pero la intención final era otra y nuestro protagonista se olió el engaño.

Antes incluso del 2 de mayo de 1808, y de que las tropas francesas comenzaran la conquista encubierta de toda la Península, el capitán Lacy solicitó el cambio de destino para no tener que luchar contra España. Sin embargo, no le fue concedido. En ese momento ya había sido informado de la intención de Francia y enseguida fue consciente de la peligrosa situación que les esperaba a sus antiguos compañeros y familiares.

Cuando comenzó la invasión y se iniciaron las revueltas del pueblo español contra el invasor, Lucy tomó la decisión que llevaba mascullando unos meses a escondidas de su mujer y de sus propios compañeros en la Legión Irlandesa: desertar y unirse a la insurrección. Lo primero que hizo fue establecer contacto con sus paisanos andaluces y con la Junta de Sevilla, la cual terminó declarando la guerra a Francia el 5 de junio. El Gobierno español había llamado a filas a sus ciudadanos, consiguiendo reunir a 30.000 voluntarios, la gran mayoría de ellos milicianos sin ninguna experiencia en combate. Y él, que sí la tenía, quería luchar junto a ellos.

Batalla de Bailén
La primera gran ofensiva contra los franceses se inició en el norte de Portugal. Estuvo protagonizada conjuntamente por soldados españoles y las milicias lusas. Fue a finales de mayo de 1808 cuando la recién constituida Junta de Sevilla recibió la oferta de Luis Lacy. En un principio generó desconfianza, hasta el punto de ponerle a prueba durante un tiempo. Las sospechas eran lógicas, puesto que el desertor podía ser un espía de Napoleón. Se dice que, incluso, llegó a estar retenido en la Isla de la Cartuja algunos días.

Pronto se dieron cuenta, sin embargo, de que era un fichaje de lujo para España si tenemos en cuenta que hablaba francés, inglés y español y, sobre todo, que conocía al enemigo a la perfección. Lacy había aprovechado su paso por el Ejército francés para tomar buena nota de los entrenamientos a los que eran sometidos los soldados del mejor ejército del mundo. Por eso su primer trabajo consistió en proporcionar todos esos secretos militares a los más altos mandos españoles. Una labor de espionaje que fue fundamental para enfrentarse al invasor y afrontar, el 19 de julio de 1808, la famosa batalla de Bailén, que se había convertido en un paso obligado de los franceses para controlar el levantamiento de Andalucía. Con el general Castaños al mando, aquella batalla, considerada hoy una de las más importantes de la historia moderna de Europa, significó la primera derrota del poderoso Ejército francés y el principio del fin del Imperio Napoleónico.

Dado el éxito de esas campañas, Lacy se ganó pronto la confianza de sus superiores. La Junta de Sevilla lo ascendió a comandante y teniente coronel. Entonces se le asignó el mando del Batallón Ligero de Ledesma, con el que pasó a Uclés y participó en la batalla de Bubierca el 23 de noviembre de 1808. Fue otra gran victoria, esta vez con nuestro protagonista sobre el terreno, enfrentándose a las tropas del general francés Maurice Mathieu, que les doblaban en número.

Lacy volvió a dar las mismas muestras de coraje y mando que con Francia. A finales de enero de 1809 ya había ascendido a coronel y el 3 de julio a brigadier. Su nombre comenzaba a ser habitual en la prensa española. En la edición de agosto de « El observador político y militar de España» se decía: «El intrépido coronel Lacy ha manifestado la celeridad, precisión y sangre fría de un gran guerrero. Cinco regimientos de caballería franceses con dos piezas de cañón se presentaban en las heras del pueblo de Torralba. Lacy lo supo en Almagro a las cinco y media de la tarde y corrió para atacarlos. La oscuridad de la noche le dio un aire más terrible. El enemigo era muy superior y sus posiciones ventajosas, pero el talento, la habilidad y la resolución de Lacy superó a todos. A las nueve de la noche cayó sobre los franceses y los derrotó. El campo quedó cubierto de despojos».

Batalla de Ocaña
Nuestro protagonista tenía 37 años e iba sumando cargos a medida que conseguía victorias. El 19 de noviembre de 1809 se convirtió en uno de los héroes de la batalla de Ocaña, a pesar de la derrota de los españoles. Pero la división de Lacy se distinguió sobre las demás por la tranquilidad con la que dirigió los movimientos de sus soldados en circunstancias tan críticas, pues los galos les habían cercado cuando se enfrentó a ellos. Consiguió lanzarse sobre el enemigo, apoderarse de dos cañones, herir al general Leval y matar a uno de sus ayudantes.

El 16 de marzo de 1810 Lacy fue ascendido de nuevo, esta vez a mariscal de campo. Un rango que estrenó embarcando al mando de 3.000 soldados con destino a Ayamonte (Huelva) en verano, para llegar hasta el sur de Andalucía e impulsar la insurrección. Y aunque le fue imposible tomar localidades como Ronda y reforzar sus posiciones en la sierra, la presencia de sus tropas infundió ánimo en los vecinos y en los jefes de las partidas de guerrilleros.

En los meses siguientes embarcó para llevar a acabo varias misiones, como atraer a las tropas enemigas para dejar vía libre a Wellington y destruir algunas posiciones francesas. Los éxitos le llevaron a ser nombrado capitán general de Cataluña en junio de 1811. Un nuevo destino en el que no solo ayudó a defender el reino de Valencia, sino que consiguió romper la línea de defensa Barcelona-Lérida de los invasores, penetrar en la Cerdaña francesa por el valle de Querol, rechazar al enemigo en Francia destruyendo varios pueblos, conquistar las islas Medas y causar cientos de bajas en Igualada. «El general Lacy, al frente de dos mil soldados de infantería y quinientos de caballería, sorprendió por la noche en Igualada. Al preguntar el centinela “¿quién vive?”, este respondió: “Francia”. Al momento se arrojó sobre el puesto de vigilancia y lo destruyó. Y después entró en la villa a galope, mató a más de 150 hombres, hizo algunos prisioneros y cogió las provisiones», podía leerse en diciembre en « El Español».

Capitán general de Galicia
Todas estas victorias y las que protagonizó posteriormente en Cataluña hasta finales de 1812, levantaron el ánimo de la población e hicieron que, incluso, creciera el número de guerrilleros. En enero de 1813 cambió de destino y se le nombró capitán general de Galicia, donde estuvo hasta que, en marzo de 1814, un mes antes de que finalizara laGuerra de Independencia, Lacy solicitó un puesto en el cuartel a Valencia para fijar su residencia en Vinaroz. Su prestigio en ese momento había caído, después de que algunos sectores del Ejército español le acusaron de inactividad en el último tramo del conflicto contra los franceses.

Fue a partir de aquí donde su liberalismo, contrario a la monarquía absoluta que se había reinstaurado, comenzó a aflorar. Su querencia a esta ideología había empezado antes incluso de 1808, pero se había reforzado durante la guerra tras su ingreso en la masonería. Pero fue con el regreso a España de Fernando VII en 1814, cuando tomó fuerza. A raíz de ello decidió entrar en contacto con otros militares simpatizantes. En noviembre de 1816, Lacy se trasladó a Cataluña y se puso en contacto con su antiguo subordinado, el general Milans del Bosch, con el que se reunió en Caldetas para organizar un asalto al poder para forzar la restauración constitucional.

Fue en esta misma localidad barcelonesa donde también concentraron sus fuerzas armadas con la intención de marchar sobre Barcelona y proclamar la Constitución de 1812. Sin embargo, los rumores de asonada llegaron a oídos de las autoridades por la traición de una serie de oficiales. Eso no impidió que el conocido como Levantamiento de Lacy se llevara a cabo el 5 de abril de 1817. Y fue un fracasó. A Milans del Bosch le dio tiempo de huir a Francia, pero nuestro protagonista prefirió esconderse en Lloret de Mar, convencido de que su antiguo amigo, el general Castaños, capitán general de Cataluña en aquel momento, respetaría su vida. Pero se equivocó.

Luis Lacy fue arrestado y juzgado por el mismo Castaños, que lo condenó a muerte por el delito de traición. La implicación de civiles en el levantamiento y el miedo del Gobierno a que se produjera una revuelta social en Barcelona llevó al capitán general de Cataluña a trasladar al reo, a escondidas, al castillo de Bellver, en Mallorca. Allí se ejecutó la sentencia de madrugada el 5 de julio de 1817.

https://www.abc.es/historia/abci-in...ana-contra-napoleon-201904150125_noticia.html
 
Vincennes, cárcel de filósofos, patíbulo de Mata-Hari
Esta fortaleza a las puertas de París llegó a ser la más grande de Europa durante la Edad Media
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El castillo de Vincenne llegaría a ser la fortaleza más grande de Europa durante la edad media (David Baron / Wikimedia Commons)
EUSEBIO VAL
17/05/2019 06:30

El castillo de Vincennes, a las puertas de París y cómodamente accesible en metro, se levantó en el mismo lugar donde el rey Luis VII, en el siglo XII, tenía ya un pabellón de caza. Los monarcas que le sucedieron, en particular Felipe Augusto y Luis IX, construyeron una fortaleza, que llegaría a ser la más grande de Europa durante la edad media, con un imponente torreón de 52 metros. A Carlos V, que nació en Vincennes, le gustaba vivir en esa torre, un auténtico búnker. El castillo fue residencia de los reyes de Francia hasta que la corte se trasladó a Versalles.

Uno de los lugares más extraordinarios en Vincennes es la Santa Capilla, una copia de la que existe, con el mismo nombre, en el centro de París, cerca de la catedral de Notre Dame. Esta construcción, de estilo gótico y con espectaculares vitrales, se prolongó durante casi doscientos años. El objetivo era que albergara las reliquias de la pasión de Cristo.

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La Santa Capilla, de Vincennes, una copia de la del centro de París (PocholoCalapre / Getty Images/iStockphoto)
En 1788, Luis XVI puso en venta Vincennes y otros châteaux para hacer frente a su difícil situación financiera. En sus instalaciones se montó una industria de porcelana, una fábrica de armas y un convento de monjas.

El castillo ganó notoriedad por ser utilizado durante mucho tiempo como prisión de Estado para reos de renombre. Allí estuvieron recluidos escritores y filósofos como Diderot, Voltaire, el marqués de Sade y el conde de Mirabeau. Después de la revolución de 1848, numerosos republicanos, como Barbès, Blanqui y Raspail, cumplieron allí condenas.

Durante la época napoleónica, el 21 de marzo de 1804, fue fusilado en el foso de Vincennes el duque de Enghien, acusado de traición y de conspirar contra Bonaparte. Fue un episodio que tuvo mucho impacto. Una columna recuerda aquel ajusticiamiento. Sobre ella está escrita, en latín, esta frase: Hic cecidit (aquí cayó).

En 1964, el presidente Charles de Gaulle barajó la idea de abandonar el Elíseo para instalarse en Vincennes

A Enghien, que tenía 31 años, lo capturaron en Alemania y lo trasladaron a París para ser juzgado. El proceso fue un mero simulacro, pues su suerte estaba decidida de antemano. Tras ser condenado a muerte, fue conducido ante un pelotón de ejecución a las tres de la mañana. El duque expresó, como último deseo, ver y hablar con Napoleón. No se atendió su petición, ni tampoco que pudiera escribirle una carta. Enghien solicitó entonces que, al menos, por honor, le autorizaran a dar él mismo la orden a los ocho soldados que iban a dispararle. La respuesta fue no. “¡Cuán horrible es perecer en manos de los franceses!”, exclamó. Como último acto de rebeldía, cuando el oficial había ordenado ya abrir fuego, Enghien gritó: “¡Apuntad al corazón!”

Unos años más tarde, en 1815, en el declive final de Napoleón, Vincennes fue protagonista de una defensa numantina, a cargo del general Pierre Daumesnil. Asediado por las tropas rusas y prusianas, que pretendían apropiarse del arsenal de la fortaleza, Daumesnil y menos de 200 hombres se negaron a rendirse y resistieron durante más de cinco meses. Al final, por órdenes de Luis XVIII, aceptaron capitular, aunque salieron enarbolando la bandera francesa.

Durante el siglo XIX, se agregaron a Vincennes jardines de estilo inglés y se realizaron obras de restauración. Napoleón III donó el bosque adyacente, de casi 10 kilómetros cuadrados, a la ciudad de París para que fuera un parque público.

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Bosque de Vincennes (Turismo de París)
En el siglo XX, Vincennes volvió a ser testigo de acontecimientos dramáticos. El 15 de octubre de 1917, durante la Primera Guerra Mundial, fue fusilada en el polígono de tiro del castillo la espía holandesa Mata Hari. Al principio de la II Guerra Mundial, la fortaleza albergó durante un corto periodo el cuartel general del Estado Mayor, con Maurice Gamelin al frente. Su tarea era evitar una invasión alemana que se acabó produciendo. En agosto de 1944, tres divisiones de las SS hitlerianas que se habían retirado de Normandía se atrincheraron en Vincennes. Las fuerzas nazis ejecutaron allí a treinta rehenes. Durante la liberación de París por las fuerzas aliadas, las tropas alemanas, antes de huir, destruyeron tres depósitos de armas. El incendio subsiguiente se prolongó durante una semana y causó enormes daños.

En 1964, el presidente Charles de Gaulle barajó la idea de abandonar el Elíseo para instalarse en Vincennes. Al general le parecía que el Elíseo estaba demasiado céntrico y era un lugar pequeño y poco apropiado para la jefatura del Estado. Finalmente se cambió de idea.

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Castillo de Vincennes (tupungato / Getty Images/iStockphoto)

https://www.lavanguardia.com/ocio/v...nnes-carcel-filosofos-patibulo-mata-hari.html
 
Las razones por las que España se convirtió en una úlcera estomacal para Napoleón y sus ejércitos
La guerra costó 110.000 bajas a los franceses, según los trabajos de Jean Houdaille, a los que hay que añadir en torno a 60.000 muertos de las tropas aliadas que acompañaron la invasión
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SeguirCésar Cervera@C_Cervera_M
Actualizado:27/05/2019 03:23h

Derrotado y agotado, Napoleón Bonaparte revisó desde su exilio en Santa Elena los errores que habían provocado su fracaso militar: «Todas las circunstancias de mis desastres vienen a vincularse con este nudo fatal; la guerra de España destruyó mi reputación en Europa, enmarañó mis dificultades, y abrió una escuela para los soldados ingleses. Fui yo quien formó al ejército británico en la Península».

Seis años antes, en 1807, las primeras tropas napoleónicas cruzaban el Bidasoa y entraban en España, un lugar que serviría de tumba a muchos de ellos. En apariencia, el general Jean-Andoche Junot se dirigía a la conquista de Portugal, donde llegaron el 20 de noviembre de ese año, pero los planes de Napoléon iban más allá, y sus tropas fueron tomando posiciones en las principales ciudades españolas. Cuando el general galo puso finalmente las cartas sobre la mesa, lejos del apoyo popular con el que creía contar, se produjeron los primeros levantamientos en el norte de España y la jornada del 2 de mayo de 1808 en Madrid. Se iniciaba así un conflicto armado que cobró dimensión internacional con la intervención de las tropas británicas.

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Retrato de Napoleón en su gabinete de trabajo, en el palacio de las Tullerías
La guerra costó 110.000 bajas a los franceses, según los trabajos de Jean Houdaille, a los que hay que añadir en torno a 60.000 muertos de las tropas aliadas que acompañaron la invasión. Una catástrofe militar que fue denominada como la «úlcera española» de Napoleón, y que junto ala «hemorragia rusa» llevaron al colapso del imperio galo. El esfuerzo y los recursos destinados a la Península Ibérica entorpecieron la campaña en Rusia, donde Napoleón perdió 380.000 soldados.

Pero quien más sufrió los rigores de la guerra fue la propia España. Se calcula que la población neta vivió un descenso demográfico, entre guerras, hambrunas y represión, de más de 560.000 personas, que afectó especialmente a Cataluña, Extremadura y Andalucía. El Estado terminó en bancarrota, y la industria y la agricultura destruidas casi en su totalidad. Sin hablar de la gran pérdida en el patrimonio cultural.

Una de las principales causas de que se formara esta «úlcera» fue la actividad guerrillera que se desplegó por la geografía nacional. Aunque algunos soldados franceses ya conocían los horrores de la «pequeña guerra» por experiencias pasadas en la Vendée y en Calabria, nada se parecía a lo que vivieron en España, hasta el punto de que la palabra «guerrilla» nació durante este conflicto. Como consecuencia de estas tácticas, el dominio francés se limitó al control de las ciudades, quedando el campo bajo mando de las partidas guerrilleras de líderes como Francisco Chaleco, Vicente Moreno Baptista, o Juan Martín «el Empecinado», entre los muchos personajes que ganaron inmensa popularidad en esos años.

La guerrilla no fue determinante
La mayoría de los historiadores minimizan el papel de la guerrilla española, más allá de su efecto desmoralizador, y destacan la intervención del Ejército inglés en este teatro de operaciones. Como Napoleón dejó escrito, «la guerra abrió una escuela para los soldados ingleses». Fue el Duque de Wellington, de hecho, quien causó las derrotas claves a los franceses. Así y todo, el gran olvidado de la guerra fue el sufrido Ejército español. Jesús Ruiz de Burgos, de la Asociación de Voluntarios de Madrid, considera que «en la Guerra de Independencia, el Ejército español fue varias veces vencido, pero los franceses nunca fueron capaces de derrotarlo del todo. Eso tiene mucho mérito para unos soldados que tenían dificultades hasta para vestirse uniformados».

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La Rendición de Bailén. José Casado del Alisal. Museo del Prado.
La prueba de la relevancia del Ejército español está en que las primeras derrotas de los ejércitos napoleónicos tuvieron protagonismo de tropas y mandos españoles. Los precarios éxitos acontecidos en la primavera y el verano de 1808, con la batalla del Bruch, la resistencia de Zaragoza y Valencia y, en particular, con la sonada victoria de Bailén. En este contexto, las fuerzas francesas salieron de Portugal, lo que obligó a Napoleón Bonaparte a entrar en la Península al frente de un ejército de 250.000 hombres, «la Grande Armée», en el otoño de 1808.

Cuando el Emperador francés creyó encauzada la situación, retiró efectivos con destino a la campaña de Rusia. Los aliados aprovecharon para retomar la iniciativa y causaron a los franceses graves derrotas en Arapiles (22 de julio de 1812) y en Vitoria (el 21 de junio de 1813), ambas a manos del Duque de Wellington. Dos golpes que se demostraron mortales para la permanencia francesa en la Península.

La hemorragia fue Rusia y la úlcera fue España. Napoleón habría fallecido, paradójicamente, de la complicación cancerosa de una úlcera gástrica cuando se encontraba exiliado en Santa Elena, según la versión más aceptada entre los historiadores.

https://www.abc.es/historia/abci-ra...apoleon-y-ejercitos-201905270323_noticia.html
 
Por qué Napoleón fue derrotado en Galicia
Hace 210 años, la victoria sobre los franceses provocó el asombro de militares e historiadores

XOAN CARLOS GIL

EDUARDO ROLLAND
VIGO 30/06/2019 05:00 H

En enero de 1809, dos ejércitos de Napoleón, comandados por sus mejores mariscales, Jean de Dieu Soult y Michel Ney, entraron en Galicia persiguiendo a las tropas británicas al mando del general Moore, quien murió en la batalla de Elviña, pero buena parte de las fuerzas pudieron ser evacuadas, en un claro paralelismo con Dunkerke en la Segunda Guerra Mundial. Seguidamente, los franceses iniciarían la ocupación del país, cometiendo brutales atropellos. Muchos de ellos se debieron a la propia naturaleza de unos ejércitos que no iban acompañados de suministros y tenían que abastecerse sobre el terreno.


Cuando los gallegos se levantaron, en villas y ciudades, los militares franceses reaccionaron con terroríficas expediciones de castigo, violando, asesinando e incendiando todo a su paso. La Reconquista de Vigo fue el mayor triunfo de los rebeldes y, tras ella, con casi los mismos protagonistas vigueses, llegó la liberación de Tui, la de Pontevedra o la de Compostela. Como represalia, en mayo el general Maucune marchó sobre el sur de Galicia en una campaña de tierra quemada. Y, en junio, el mariscal Ney intentó sofocar definitivamente la rebelión, pero fue vencido en la batalla de Pontesampaio, ante un ejército tan irregular como el que protagonizó el bando gallego en aquellos seis meses de contienda. Una fuerza integrada por paisanos mal armados, sin instrucción militar, pero con un ardor guerrero que asombró al mundo.


Dos siglos después, abunda el argumento historicista que dice que los gallegos en 1809 lucharon en realidad contra la democracia, jaleados por los curas y por los absolutistas. Es falso. Y es un insulto a la memoria de aquellos paisanos que dieron su vida por una causa noble. Porque ya resulta difícil calificar a Napoleón como un demócrata. Incluso resulta hilarante. Tampoco suele funcionar que cierta democracia pueda imponerse con violencia, estilo Irak, Afganistán o Vietnam. Pero sobre todo es falso que los gallegos luchasen a favor del absolutismo. Lo hicieron por las Cortes de Cádiz, que aprobaron la primera constitución del estado y abolieron la Inquisición, por ejemplo. Y lo hicieron también gallegos liberales como el diputado Francisco Sangro, que fue enviado a Londres por la Junta Suprema del Reino de Galicia. No es culpa de los gallegos que pelearon en 1809 que luego el ominoso Fernando VII traicionase todo este espíritu, y aplastase aquellos anhelos de libertad.


Es sumamente injusto hacer una revisión historicista de los seis meses de 1809. Que, en realidad, fueron un episodio que asombró al mundo. Y la prueba está en los militares e historiadores que escribieron sobre ello. Thiers, en su Historia del Imperio, se sorprende de todo lo que sucedió: «Parece mentira que un cuerpo de ejército tan numeroso y aguerrido como el que mandaba Ney no pudiera hacer frente a los indisciplinados gallegos».

El historiador Louis Madelin, gran autoridad en el tema, se rinde ante los gallegos de 1809: «El hecho de que paisanos mal armados, sin conocimientos ni experiencia militar alguna, derrotados y dispersos frecuentemente, puedan hacer fracasar al genial Emperador y a los valientes ‘vencedores de Europa’, obligándoles, finalmente, a evacuar España, es una verdad que los profesionales no suelen admitir fácilmente, y eso no solamente los franceses, sino también los británicos y, a veces, hasta los propios españoles».


El británico Napier, en su obra Guerra de la Península, reconoce que la guerra de guerrillas, que nace en Galicia, fue clave: «Los batallones de Lord Wellington hubieran sido rápidamente exterminados si los franceses, inquietados por los jefes de las guerrillas, no se hubiesen visto obligados a mantener dispersas sus fuerzas». Madelin resalta algo que deberían sonrojar a los historicistas que ahora se ponen estupendos: es cómico pretender que los gallegos hubiesen recibido con los brazos abiertos a unas tropas que saqueaban sus casas, arrasaban sus cultivos, bebían su vino, mataban a sus animales y cometían toda suerte de violencias: «Hay otro aspecto del problema. Hay que dejar libre al soldado para saquear y procurarse su subsistencia, lo que equivale, en todos los casos, a vivir sobre el país».


El coronel John Jones, en Historia de la guerra de España y Portugal, admira «la perseverancia y la constancia maravillosa» de los gallegos: «La banda desorganizada, casi sin uniformes, en la época de la retirada de los franceses, esperaba el momento oportuno para echarlos con vergüenza del territorio galiciano». Y concluye: «Así pues, los dos más hábiles mariscales de Bonaparte, encargados por él de dominar la Península, fueron, por decirlo así, expulsados de Galicia por unas guerrillas y unos restos de tropas regulares». Eduardo Chao se maravillaba con que «a los cinco meses de ser invadida, se veía libre Galicia, merced a su asombroso levantamiento unánime, a su actividad y perseverancia. Se pudo conocer entonces lo que puede un pueblo defendiendo su hogar y la patria. Rudos paisanos, tropas sin instrucción y mal armadas, caudillos inexpertos triunfaron de huestes aguerridas y de consumados generales».


El conde de Toreno lo resumiría: «No hubo en su reconquista de Vigo ni ingenieros ni cañones, solo ganada a impulso del patriotismo gallego». Pero, desde el simplismo, los revisionistas seguirán diciendo que los gallegos se equivocaron en 1809. ¡Como si hubiesen tenido una alternativa! Pero para entenderlo mejor solo hay que hojear la serie de Los Desastres de la Guerra. Y que ilustre la salvajada que fue todo aquello el inmortal Goya. Da risa y pena que algunos, desde la cómoda distancia de dos siglos después, sostengan que ellos habrían actuado de otra forma.

https://www.lavozdegalicia.es/notic...eon-derrotado-galicia/0003_201906V30C4991.htm
 
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