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Mi madre me parió madre.
Llevaba cuatro meses sin ver a mis hijos. Y de repente escuché el timbre y eran ellos. David vino corriendo, empezó a darme besos y a decirme ‘mamá, no llores’. Y a secarme las lágrimas (...). Y entonces, de repente, llega Rocío, que en ese momento tenía 9 años. Nada más llegar se sentó en esas escaleras, se quedó mirándome y me dijo: ‘Mamá, ahora qué va a pasar con las casas de Miami’”, desvela Carrasco, visiblemente afectada al recordar ese episodio.
Fue un antes y un después. “En ese momento supe que todo había cambiado. Y que esa semilla del mal que siempre he dicho que habían implantado en ella había terminado germinando y estaba floreciendo. Empecé a llorar como una niña pequeña porque se me vino encima el mundo. Una niña de 9 años, que se acaba de morir su abuela. Que su madre está destrozada. Pero ella viene con una lección aprendida”, asegura Carrasco. Concluye con una frase demoledora: “Me di cuenta que había un antes y un después en esa niña que la había parido yo pero que parecía que no tenía nada de mí”.