Ante la acusación de que Sánchez pasa la vida lavándose las manos, ha surgido una pléyade de seareiros del Gobierno pedropablista que, negando toda evidencia, han borrado el recuerdo de las sucesivas abluciones públicas del presidente.
Primero fueron los técnicos que apostaron por la levedad de la pandemia y ratificaron los permisos de manifestación del 8M. Después se limitó a hacer lo que le decía un anónimo y fantasmal comité de expertos. Lo tercero fue transitar, en solo seis días, desde la fiesta del 8M al confinamiento más estricto de Europa. A continuación, aprovechó el estado de emergencia para crear un «mando único» que, lejos de ser asumido por el presidente, fue delegado en el ministro más inexperto y casual del Gobierno. La quinta angustia sobrevino cuando inició una desescalada de corte economicista, que, por falta de criterios procedimientos, se convirtió en una carrera de despropósitos aventada por las taifas autónomas.
Llegado este momento, y tras ponerse la medalla de haber «derrotado al virus» -estúpida formulación que debió ser inspirada por el comité de sabios que nos condujo al desastre- se fue de vacaciones a los palacios del Estado, no para descansar, sino para hacerse fotos -vestido como un gentleman- frente al ordenador. Y finalmente regresó, limpio de polvo y Paj*, para ofrecer estados de alarma, a la carta, a las autonomías, que son consideradas únicas responsables de la actual situación.
Para defender que «así se gobierna, y no con la mala baba de los populares, los seareiros pedropablistas se dedican, Constitución en mano, a resaltar -porque nadie lo sabía- que solo las autonomías tienen competencias en sanidad, educación y servicios sociales; y que bastante hace el pobre Sánchez ofreciéndose a firmar en barbecho las alarmas que sean precisas para evitar la recentralización del Estado. No seré yo -por Tutatis- quien niegue que España es -con sus ventajas e inconvenientes- un país descentralizado. Pero me extraña que nadie se pregunte por qué tenemos tres ministerios de educación (Celaá, Castells y Duque); un ministro de Sanidad (Illa); un ministro y vicepresidente de derechos sociales (Iglesias), y otro de Igualdad (Montero), si ninguno de ellos tiene vela que llevar -nunca mejor dicho- en este macabro entierro.
La defensa de Sánchez está quebrada por el absurdo Consejo de Ministros que ha montado, por la dejación de la función de coordinación que justificaba la existencia de tantos ministros florero -vanos adornos- que ha nombrado, y porque nadie quiere debatir si -cuando arrecian las protestas por la falta de un plan europeo anti pandemia- se puede seguir haciendo surf y postureo sobre una España de taifas. Así son las cosas. Aunque más adelante hablaremos -Deo volente- de la reforma de la Administración, y también de los presupuestos.
Las contradicciones de fondo
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