OTAN, ONU, Lobbies

La Organización del Tratado del Atlántico Norte, también conocida como la Alianza Atlántica, es una alianza militar intergubernamental que se rige por el Tratado del Atlántico Norte o Tratado de Washington, firmado el 4 de abril de 1949


La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es una organización militar internacional liderada por Estados Unidos y formada por veintinueve países de Norteamérica y Europa que se comprometen a responder conjuntamente ante cualquier ataque contra uno de ellos. Se fundó en 1949 con doce miembros para protegerse de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y desde entonces su número ha ido creciendo.

Pese a haberse creado como herramienta de defensa durante la Guerra Fría, la OTAN nunca entró en combate durante esa época. Su primera intervención llegó tras la caída de la URSS, en la guerra de Bosnia (1992-1995), en la que las fuerzas de la Alianza implementaron bloqueos navales y zonas de exclusión aérea aprobados por el Consejo de Seguridad de la ONU. También fue allí donde desplegó su primera operación de combate, la operación Fuerza Deliberada, en 1995, y sufrió sus primeras bajas.
 
Lo venden muy bonito, alianza entre Estados para defenderse mutuamente ante ataques terroristas o conflictos bélicos.
Pero no cuentan lo que hicieron en Yugoslavia por ejemplo. Al igual que con tantas cosas, manejan la información siempre en su beneficio.

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“Un grupo de aviones enemigos se acerca a Belgrado. Pedimos a todos los ciudadanos que apaguen las luces. Después de haber apagado las luces, les rogamos que desconecten la electricidad. Atención, un grupo de aviones enemigos en dirección Belgrado. Ciudadanos, permaneced en los refugios y esperad a las recomendaciones del centro de información. Fin del comunicado”. El mensaje, escribe Jutta Ditfurth, “no es de 1941, cuando Alemania atacó a Yugoslavia y la destruyó, sino de 1999: 54 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Alemania participaba por primera vez en una guerra”.

La campaña de bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia comenzó tal día como hoy hace 20 años. Belgrado, Priština, Novi Sad y Podgorica fueron los primeros objetivos. La operación —en la que además de militares se bombardearon objetivos civiles, como los estudios de la Radio Televisión Serbia, en los que murieron 16 personas— se extendió durante 78 días y causó al menos 1.200 muertos. Se arrojaron 9.160 toneladas de bombas. Entre 10 y 45 de aquellas toneladas contenían uranio empobrecido, cuyos efectos sobre el medio ambiente y la salud de quienes se vieron expuestos son difíciles de evaluar.
 
El origen declarado de aquella operación sin precedentes era evitar una limpieza étnica en la provincia de Kosovo y Metohija, para la que las autoridades militares yugoslavas supuestamente habían diseñado en un plan llamado ‘herradura’, tras un incidente poco claro que acabó pasando a la historia como ‘la masacre de Račak’.

La existencia de este plan, sin embargo, ha sido repetidamente cuestionada —también la autoría de la propia ‘masacre de Račak’—, como tantos otros argumentos presentados por los Estados de la OTAN para justificar su intervención y recogidos en un documental de la televisión alemana WDR del año 2000 titulado, significativamente Comenzó con una mentira (Es begann mit einer Lüge).

De acuerdo con el relato de la Alianza Atlántica, la negativa del Gobierno yugoslavo a firmar los acuerdos de Rambouillet no dejó otra opción que la intervención, ya que Slobodan Milošević “no entendía otro lenguaje que el de la fuerza”. Hoy sabemos que aquellos acuerdos probablemente estuvieron redactados para ser rechazados por las autoridades yugoslavas, ya que exigían, por ejemplo, la presencia de un contingente de 30.000 soldados de la OTAN en su territorio a los que Belgrado debía garantizar el permiso de tránsito y plena inmunidad. “Fue una provocación, una excusa para comenzar el bombardeo […] fue un documento que nunca tendría que haberse presentado en aquella forma”, declaró años después Henry Kissinger en The Daily Telegraph.
 
El objetivo, precisaba la autora, “son los ingentes recursos naturales en forma de oro, uranio y hasta 30.000 toneladas de petróleo que se encuentran entre Turquía, el centinela de la OTAN en Oriente Próximo, y China y los territorios en torno al mar Caspio”. “También la guerra contra Yugoslavia puede interpretarse como una medida para complementar la nueva tenaza de la OTAN que se extiende desde los estados bálticos en el norte por Polonia, la República checa y Hungría hasta Grecia y Turquía”, escribía Elmar Altvater. De este modo, seguía, “se rodea a Rusia, creando al mismo tiempo un puente desde Europa occidental a Oriente Próximo y Medio”.

ltvater recordaba que en la antigua Yugoslavia “se instalaron importantes bases militares estadounidenses decisivas para la estrategia mundial de dominio imperialista de las regiones petrolíferas de Asia Central hasta África, pasando por Oriente Medio y Próximo”. Una de esas bases es, como es notorio, Camp Bondsteel en Kosovo, capaz de alojar a 7.000 soldados estadounidenses. Más recientemente, Croacia fue utilizada por la CIA como base para crear un puente aéreo para el transporte de armas procedentes de Arabia Saudí, Jordania y Qatar a los islamistas que luchaban contra el gobierno sirio.
 
Aquel bombardeo no tuvo solamente importantes consecuencias para la región, sino que los efectos políticos de su onda expansiva se dejan notar hasta el día de hoy. No es ninguna exageración afirmar que, cuando el 23 de marzo el entonces secretario general de la OTAN, el español Javier Solana, dio instrucciones al general estadounidense Wesley Clark para iniciar la operación contra Yugoslavia, el mundo cambió por completo.

El fin del viejo orden mundial​

En efecto, aquel día de marzo EE UU y sus aliados dinamitaron los cimientos de la arquitectura mundial de posguerra. La OTAN llevó a cabo el bombardeo sin contar con una autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, por lo que puede considerarse, en arreglo a la Carta de las Naciones Unidas, como una agresión contra un Estado soberano. E
 

Avances en la “gestión de la percepción”​

¿Puede una guerra ser justa? Esta pregunta ha ocupado a estadistas, filósofos y hasta teólogos desde tiempos inmemoriales. Salvo en casos muy contados, como las guerras revolucionarias o las guerras de liberación, cuando los Estados recurren a la fuerza armada lo hacen por motivos poco altruistas, como el control o la apropiación directa de recursos naturales y rutas de transporte, o con fines de expansión territorial.
Como obviamente la población de ningún país aceptará jamás ir a la guerra y acarrear durante años sus consecuencias económicas y sociales bajo semejantes premisas, los gobiernos han de elaborar discursos que justifiquen sus aventuras militares y, como la historia ha demostrado en sobradas ocasiones, no dudan a menudo en recurrir a fabricaciones. Es ahí donde entra la propaganda, o, por utilizar un término más actual, la gestión de la percepción.

No es nuestro trabajo comprobar la veracidad de las informaciones. Ni siquiera estamos preparados para ello. Nuestra tarea es difundir informaciones de utilidad lo más rápido posible y hacerlas llegar a los grupos de interés más pertinentes… Somos profesionales. Teníamos una tarea y la hicimos”. Quien así hablaba es James Harff, exdirector de la agencia de publicidad y relaciones públicas Ruder Finn Global Public Affair, en una entrevista con el segundo canal de la televisión francesa emitida en abril de 1993. Ruder Finn fue contratada en los 90 para decantar a la opinión pública internacional contra “los serbios” y a favor de Croacia, Bosnia y la oposición albano-kosovar. Con éxito, cabe añadir.
 
Si el bombardeo de Yugoslavia en 1999 constituía una agresión de acuerdo con el derecho internacional, puesto que Serbia no había atacado a otro Estado ni existía una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que amparase la intervención, ¿cómo se podía convencer al público occidental que lo apoyase? Primero se desplazó el lenguaje. Milošević fue despojado en los medios de comunicación de su título de presidente de la República Federal de Yugoslavia para convertirse en “líder serbio”, un término con connotaciones étnicas claramente despectivas. De igual modo, su gobierno se convirtió en “régimen”, otro término negativamente connotado. Después, el bombardeo se convirtió en una “intervención humanitaria” con el fin de evitar la comisión de un genocidio e, incluso, según la prensa alemana, de “un segundo Auschwitz”.
 
A partir del análisis del caso yugoslavo, Jean Bricmont escribió Imperialismo humanitario, todo un libro dedicado a analizar la instrumentalización de los derechos humanos para “vender” una guerra. En él recuerda que los imperialistas británicos ya describían en el siglo XIX sus intervenciones como “cruzadas morales” para sacar a otros países de su atraso civilizatorio y que hasta “el rey Leopoldo II de Bélgica justificó su conquista del Congo presentándola como una lucha contra los traficantes árabes de esclavos”. “El trato que sus tropas dispensaron a los nativos congoleños difícilmente podría definirse como respetuosa de los derechos humanos”, apostilla Bricmont.


tras el crescendo de pretensiones y engaños en Iraq, Libia y Siria, junto con nuestra absolución del régimen sin ley de Arabia Saudí, los líderes políticos extranjeros están dándose cuenta de lo que las encuestas sobre la opinión pública mundial informaban mucho antes de que los Iraq / Iran-Contra Boys centrasen su atención en las mayores reservas mundiales de petróleo en Venezuela: los EE UU son la mayor amenaza a la paz en el planeta”.
 
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