Espejos inteligentes te dirán cada mañana si estás bien de salud o no

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El espejo se popularizó en el siglo XX y, en el actual, busca ser inteligente. En la imagen, Marilyn Monroe, en un fotograma de Cómo casarse con un millonario (1953).ALBUM

18 ENE 2018 - 10:50 CET

La tecnología aspira a que estas superficies pensadas para ver superficies nos ayuden a vigilar el estado de nuestro cuerpo


TE LEVANTAS, GRUÑES, caminas al lavabo, te miras, ves lo que no quisieras, y él te lo reprocha. Hay espejos y espejos; éste, si lo tuvieras en el baño de tu casa, te diría que deberías haber evitado esos dos últimos gin-tonics y que el chorizo estuvo tan de más: que los índices de alcohol y de colesterol y de lípidos que hay en tu cuerpo lo denuncian. Este espejo es un enemigo disfrazado de amigo —o viceversa.

Vivimos en la cultura de mirarnos. Ahora nos reflejamos, nos contemplamos sin parar, nos retratamos, pero durante milenios los hombres no se vieron: los espejos son un invento casi reciente. Cuando empezaron eran de cobre o piedra —y mostraban tan poco. Los espejos de vidrio aparecieron en los años de Cristo: nadie debería ver allí más que una rara coincidencia. Y desde entonces, por muchos siglos, fueron lujo de ricos. El resto no se sabía demasiado: se había visto, si acaso, la cara alguna vez en un arroyo, en una cacerola.

Es raro, en este mundo de mirarse, imaginar una vida sin verse, sin saberse: sin conciencia de la apariencia propia. Fue así hasta hace un siglo, cuando los espejos empezaron a estar por todas partes. Desde entonces, se volvieron un modo de deshacer las ilusiones, de no creer en uno mismo, de pedirle a lo real su ratificación o desmentida: espejito, espejito.

El espejo inteligente de Semeoticons está en etapa de pruebas; es, de varios modos, un signo de los tiempos. Será, antes que nada, uno de esos policías de la vida que agradecemos tanto últimamente: sociedad de control, multitudes esperando que las vigilen con la mayor eficiencia posible.






El espejo siempre fue un instrumento para “monitorearse” —mucho antes de que existiera la palabra monitorear— por afuera; ahora la prepotencia de la tecnología hace que la misma herramienta intente monitorearnos por adentro. Las máquinas, que sabían estar fuera, alrededor, van ganando su camino hacia nuestro interior, y cada vez más pensamos que su lugar también estará allí, y cada vez más se piensan para estar allí.

Es otro hito del triunfo de la máquina: la idea de que todos somos máquinas y que, por lo tanto, nuestros fallos se arreglan con la mecánica apropiada —y mejor, faltaba más, si se prevén. Seremos campo para esas máquinas que nos dirán qué hacer y, sobre todo, qué no hacer; que harán que vayamos modulando nuestras conductas según sus lecturas y sus análisis y sus algoritmos sobre dónde está el bien y dónde el mal. A cambio, por supuesto, nos prometen un poco más de vida y —Fausto ya lo sabía— a cambio de ese poco somos capaces de entregarlo todo. 

https://elpais.com/elpais/2018/01/11/eps/1515687312_016646.html
 
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