De Ritmos y Latidos. El Rincón de la percusión.

Tambores que unen a mujeres hutus y tutsis en Ruanda
La banda de percusionistas Ingoma Nshya reune a mujeres de las dos etnias en un país marcado por el genocidio del siglo XX. Hasta hace poco esta actividad musical estaba reservada a los hombres



Ingoma Nshya es el primer grupo femenino de percusionistas de Ruanda.

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Ingoma Nshya es el primer grupo femenino de percusionistas de Ruanda. ÓSCAR ESPINOSA


LAURA FORNELL
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Kigali
11 MAR 2020



Amanece en Huye, considerada la capital intelectual de Ruanda. Es una ciudad desierta. La visita coincide con la celebración de lo que llaman el Umuganda, una convocatoria para que la población de entre 18 y 65 años realice trabajos comunitarios el último sábado de cada mes, entre las siete y once de la mañana. Dicen que ese día todos los ruandeses trabajan juntos para reconstruir el país.

A partir del mediodía, como por arte de magia, resurge la vida en todos los rincones de la ciudad: abren los comercios, se inunda la calle principal de bicicletas, coches y boda-boda, y de peatones en todas direcciones. Marguerite Mushimiyimana, de 26 años, de aspecto frágil, se dirige hasta el lugar donde ensaya con su banda, Ingoma Nshya. Un total de 16 de las participantes se encuentran ya en el edificio, ataviadas con coloridos pañuelos y dándose los últimos retoques de maquillaje.Tras un ir y venir de mujeres, entre sonrisas y manos llenas de baquetas, cargando pesados tambores de distintos tamaños, salen al patio y se colocan delante del instrumento.

Un pequeño silencio, y de repente un grito de tambores rompe el murmullo, la energía se siente como un golpe en el estómago, cuando el grupo empieza su ensayo semanal. En unos segundos aquellas mujeres tímidas y reservadas explotan con fuerza y alegría. Rápidamente el grupo se ve rodeado por curiosos que escuchan con interés y admiración. El sonido se entrelaza en una compleja coreografía con cantos, bailes, saltos y gritos.

Tras este proyecto está Odile Gakire Katese, actriz, directora de teatro, cineasta y poeta. La artista se propuso crear un espacio inclusivo, un lugar donde poder proporcionar a las mujeres herramientas para su propio desarrollo. Sus miembros pertenecen a la etnia de los hutus y a la de los tutsis, esas que en los noventa protagonizaron uno de los conflictos más sangrientos que se recuerdan. Aquella masacre dejó entre 800.000 y un millón de muertos. Los cadáveres todavía siguen apareciendo en fosas ocultas.

ngoma Nshya, el primer grupo percusionista de mujeres de Ruanda, nació en 2004. En un principio empezó con estudiantes. Después, recurrió a mujeres de otros ámbitos, principalmente amas de casa que después de terminar las labores del hogar tenían ganas de salir a explorar otros espacios. Los primeros años fueron duros porque la gente veía la iniciativa con recelo, sobre todo, hombres. En 2008 la situación cambió radicalmente cuando el grupo se redujo a 20 mujeres y se contrataron profesores de otros países, convirtiendo a Ingoma Nshya en todo un referente musical.

“Vi un anuncio en la universidad donde buscaban mujeres para tocar el tambor y enseguida me interesó y me apunté”, explica al terminar el ensayo Agnès Mukakarisa, de 48 años. Ella vino desde Nyaruguru después de perder a su marido y sus hijos en el genocidio, y lleva en el grupo desde sus inicios. “Estaba muy sola después de perder a mi familia, y entrar en el grupo me aportó felicidad. Incluso he podido salir de Huye y conocer otras ciudades de Ruanda y viajar a Senegal por primera vez”, comenta.

La Fundación Fair Saturday, que distingue a aquellas personas e iniciativas que aplican la cultura con fines de superación social, otorgó en junio pasado el Premio Fair Saturday a Odile. “El grupo es un ejemplo”, asegura Marie Louise Ingabire. Tiene 31 años y es de Huye, lleva en el grupo desde que las vio ensayar por primera vez juntas hace ya más de 11 años. “Antes del genocidio no había mujeres que se ocuparan de las tareas más pesadas, permanecían en casa cuidando a los hijos y realizando las tareas del hogar, pero después muchos hombres murieron y nosotras tuvimos que dar un paso al frente para reconstruir el país. Por eso Ingoma Nshya es un ejemplo; porque demuestra el poder que tenemos y te capacita para el propio desarrollo a través de la música”, añade.



El ensayo del grupo incluye baile y canto.


El ensayo del grupo incluye baile y canto. ÓSCAR ESPINOSA




Marie Louise pudo pagarse los estudios universitarios gracias al sueldo que recibe por tocar con Ingoma Nshya. “El grupo me ha ayudado mucho, no solo económicamente, también a vencer mi timidez. Ahora soy capaz de tocar delante de muchísima gente sin miedo ni vergüenza. Incluso he viajado a Holanda para tocar en un festival en Amsterdam”, cuenta.


El hombre toca y la mujer baila
Ancestralmente en Ruanda una mujer no podía ni acercarse a un tambor. En la Ruanda precolonial los percusionistas eran una categoría de abiru, guardianes de la historia y la tradición oral, que se encargaban de aprender de memoria los diferentes rituales que rodeaban al rey, así como la historia de los monarcas anteriores.

Otro de los argumentos para creer que los tambores debían estar reservados a los hombres es la connotación sexual que poseen en la cultura del país. Hombres y mujeres tienen roles específicos que no pueden intercambiarse: el hombre toca el tambor mientras la mujer baila. Rose Ingabire, tiene 28 años: “Antes era bailarina de danza tradicional y cuando regresaba de un ensayo pasé por delante del lugar donde ensayaba Ingoma Nshya y me quedé atrapada. Justo estaban buscando miembros y me apunté enseguida. Y puedo decir que comparándolo con la danza, los tambores son mucho mejor, tienen mucha más fuerza y energía”. Rose reconoce que Ingoma Nshya le ha cambiado la vida, nunca imaginó que viajaría y que conocería otros lugares como Suecia, Sudáfrica, Etiopía, Inglaterra o Nueva York. Consiguen realizar giras internacionales con el apoyo de fundaciones.

Ingoma Nshya es mucho más que un grupo artístico, es una comunidad de mujeres que ha encontrado su propio modo de gestión más allá de la música. Han ido desarrollando otros proyectos culturales y económicos exitosos que incluyen hasta la elaboración y venta de helados artesanales. Son conscientes de que este es su momento, histórico y revolucionario. Han conseguido borrar el rencor posterior al genocidio y dan forma (y sonido) al empoderamiento de la mujer en Ruanda.

 
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Muere Tony Allen, uno de los mejores baterías de la historia
El nigeriano, de 79 años, se erigió durante los años setenta en inventor con Fela Kuti del influyente ‘afrobeat’



Tony Allen, en el festival de Glastonbury en 2010.


Tony Allen, en el festival de Glastonbury en 2010.LEON NEAL / AFP




FERNANDO NEIRA
Madrid -
01 MAY 2020

El ritmo del afrobeat, casi más un pálpito que un mero compás, era inconcebible sin él. No lo decimos nosotros, sino el propio Fela Kuti, el fundador de ese movimiento que revolucionó la música africana a partir de los años setenta hasta redimensionarla para siempre. El batería nigeriariano Tony Allen, de 79 años –uno de los músicos más virtuosos y admirados no ya en el continente africano, sino entre jóvenes roqueros de toda estirpe–, falleció la tarde de este jueves en el hospital George Pompidou de París. No fue en esta ocasión el maldito virus, sino un repentino aneurisma abdominal en la arteria aorta. Perdemos así a uno de los percusionistas más importantes del mundo, el hombre que desde el fondo del escenario lideraba Africa 70, la banda de acompañamiento de Kuti, y reinventó los patrones rítmicos de la música popular.

Allen gozaba de aparente buena salud y, pese a los rigores del confinamiento, era feliz con la recentísima publicación en el sello World Circuit de Rejoice, un trabajo junto a Hugh Masekela. El también muy influyente trompetista sudafricano había desaparecido en 2018, de modo que el disco representaba un tesoro inaudito de cuya existencia pocos sabían. Hugh y Tony, amigos durante décadas, lo fraguaron en un estudio londinense allá por 2010, bajo la supervisión de Nick Gold, el mismo productor de Buena Vista Social Club. Las sesiones, muy avanzadas pero inconclusas, no pudieron rematarse hasta 2019 con el concurso de esa nueva aristocracia del jazz británico, desde el saxofonista Steve Williamson al jovencísimo teclista Joe Armon-Jones. El álbum figurará, sin duda, en todas las clasificaciones con lo mejor de la world music de esta temporada.

El ascendente de Tony Allen era tan evidente e inmenso que él mismo no necesitaba recurrir a ninguna fórmula de falsa modestia. “No creo que me deban catalogar como un músico más”, aseveraba en una entrevista con este diario allá por junio de 2009. “Soy más bien una institución, considérenme así. Entre los músicos africanos y, especialmente, entre los baterías de todo el mundo”. Nadie supo ofrecer un contraejemplo para rebatirle. Brian Eno, productor y compositor de referencia para las tres últimas generaciones, siempre aseguró de él que era “el mejor batería del mundo en el siglo XX, pero también en el XXI”. Tras conocer su pérdida, otro paradigma del virtuosismo, el bajista Flea (Red Hot Chili Peppers), escribió en Instagram: “Nos ha dejado uno de los más grandes músicos sobre la faz de la Tierra. Era un salvaje. Tuve la suerte de tocar unas cuantas horas con él y fue una sensación jodidamente celestial”.

Allen era natural de Lagos y no se sentó frente a una batería hasta bien entrados sus años de adolescente. Le obsesionaba el trabajo de los grandes pioneros del jazz, de Art Blakey a Gene Krupa, al igual que el de un primer revolucionario como Max Roach. Pero siempre mencionaba entre sus mentores a un percusionista menos conocido, Frank Butler (Dave Brubeck, Duke Ellington), que le sugirió ejercicios con las baquetas sobre almohadas “para ganar en flexibilidad”.

El primer encuentro con su paisano Fela no tendría lugar hasta 1964. Tony era todavía un pipiolo de 24 años; el maestro le sacaba un par de ellos y ya era una figura refulgente en la escena londinense gracias a su primera banda, Koola Lobitos. Kuti sentía curiosidad por conocer al hombre que ya se andaba presentando a sí mismo como “el mejor batería del país”. “¿Es eso verdad?”, le interpeló el cantante. “Nunca he dicho tal cosa, pero sé tocar jazz y hacer solos”, respondió. Se hicieron inseparables durante una década larga, hasta que Tony se sintió incómodo con la radicalidad del activismo político de su camarada. Tuvieron tiempo de pergeñar una discografía generosa. Cementaron las bases del afrobeat a raíz de una gira por Estados Unidos, en 1969, en la que las digresiones sonoras de cada pieza sobre el escenario ya podían extenderse sin esfuerzo hasta los 15 minutos. Y su influjo fue haciéndose imparable entre las clases cultas del pop. Es memorable la anécdota del primer encuentro, en 1978, entre Brian Eno, David Byrne y el resto de integrantes de Talking Heads. El músico británico fijó la mirada en sus colegas del post-punk neoyorquino, les hizo entrega de un ejemplar de Afrodisiac (1973), uno de los mejores álbumes de Kuti, y sentenció: “El futuro es esto”.

A Allen le divertía que muchos críticos y observadores se refirieran al afrobeatcomo “una especie de orgasmo sonoro”, en alusión a la prolongada intensidad de las interpretaciones y a esa polirritmia tan prolija que en ocasiones el oyente se pregunta cómo puede provenir de un único ejecutante. “Yo prefiero ofrecer una explicación más rigurosa”, matizó a este periódico. “No es el ritmo de África ni el de Occidente, sino la intersección entre los dos. Ahí radica su excepcionalidad. Mi excepcionalidad”.

Muchos jóvenes descubrieron a Allen cuando se erigió en integrante quintaesencial de The Good, The Bad and The Queen, la pintoresca banda que en 2007 le alió junto al cantante de Blur, Damon Albarn (eterno enamorado de la música africana); el bajista de The Clash, Paul Simonon, y el guitarrista y teclista de The Verve, Simon Tong. Su debut homónimo parecía llamado a ser un disco aislado e irrepetible, pero el insólito cuarteto reapareció hace apenas un par temporadas con otro gran trabajo, Merrie Land.

“Entre El Bueno, El Malo y La Reina, yo me quedo siempre con el papel de El Malo. ¿No se me nota?”, reiteraba Tony Allen entre carcajadas. Son muchos los que, a partir de ahora, añorarán no solo su golpeo, sino ese rotundo sentido del humor.

 
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