La Princesa de Gales anuncia tratamiento preventivo contra el cancer tras ser sometida a intervención abdominal en enero.

Es que lo de entrar en cifras es tan relativo ...cada año hay más casos de cáncer en el mundo , porque somos más los que lo habitamos y porque llegamos a más viejos.
Yo no he leído en ningún sitio que haya una correlación directa entre el COVID y casos de cáncer más agresivos .
Yo sí l he leído sobre ello, lo que pasa que todo el tema del Covid y vacunas es secreto de estado solo algunos médicos se atreven a publicar algo al respecto de los efectos a corto y medio plazo...
 

No sé qué pensar prima. Es posible que los casos sean los mismos de siempre en cuanto a números (en mi opinión, no) pero la agresividad del cáncer y cómo afecta a tantas personas jóvenes, lo de ver continuamente en prensa noticias de repentinitis y enfermedades graves y de curso muy rápido con resultado de muerte, hablo de enfermedades diagnosticadas apenas un par de meses antes, pues eso no, no es igual a lo que se ha visto siempre en cuanto al cáncer, cuando precisamente debería ser justo lo contrario, puesto que se supone que la investigación no deja de avanzar aunque sea despacio

Pero es que antes ni te lo hubieran dicho claramente (conocidos) ni hubiera salido en prensa (famosos). Son los casos de “estar muy malito”, “estar delicado” y sufrir “una penosa enfermedad”.

Sobre infartos e ictus repentinos en gente joven y mucho antes del COVID yo conozco tres casos cercanos (marido de la hermana de una amiga, hijo de amigos de mis padres y marido de una prima) y ninguno superaba los 40. Uno de ellos mientras estaba en un partido de fútbol de su hijo un sábado por la mañana (ictus y ahí se quedó). Otro, en el aparcamiento de su casa, cogía el coche para irse al trabajo (infarto). Otro, mientras estaba en sala de espera del hospital para una cirugía ambulatoria de quitarle un lunar (infarto masivo y lo tuvieron que declarar RIP después de intentarlo todo).

Ha ocurrido siempre. Y sobre el cáncer es simplemente que no se decía a los cuatro vientos.
 
Se critica a Pippa porque tuvo la osadía de atender la necesidad de diversión de sus pequeños, pero no se ponen a pensar que los Gales necesitan su intimidad para que sus pequeños asuman y exterioricen la enfermedad de mamá, es un momento muy íntimo!!!
 
Pero es que antes ni te lo hubieran dicho claramente (conocidos) ni hubiera salido en prensa (famosos). Son los casos de “estar muy malito”, “estar delicado” y sufrir “una penosa enfermedad”.

Sobre infartos e ictus repentinos en gente joven y mucho antes del COVID yo conozco tres casos cercanos (marido de la hermana de una amiga, hijo de amigos de mis padres y marido de una prima) y ninguno superaba los 40. Uno de ellos mientras estaba en un partido de fútbol de su hijo un sábado por la mañana (ictus y ahí se quedó). Otro, en el aparcamiento de su casa, cogía el coche para irse al trabajo (infarto). Otro, mientras estaba en sala de espera del hospital para una cirugía ambulatoria de quitarle un lunar (infarto masivo y lo tuvieron que declarar RIP después de intentarlo todo).

Ha ocurrido siempre. Y sobre el cáncer es simplemente que no se decía a los cuatro vientos.

Y solo en mi familia, cáncer de pulmón a los 40-y tantos en los 80, leucemia a los 30-y pocos en los 90, otra leucemia antes de los 20 en los 90, otro cáncer a los 50 en los 2000, turbo cancer a los 30-y algo en 2018 y ahora otro de 40-y largos. No todos en la misma rama familiar en lo que a mí me concierne , q si no sería preocupante, pero la leucemia a los 30, cáncer a los 50 y turbo cáncer a los 30 eran dos hermanos y su sobrina, hija de una hermana. Leucemia antes de los 20 en los 90 está estupendamente y el de ahora 🤞🏻también va muy bien
 
Me parece que cuando la hermana se va a divertirse al Caribe el diagnóstico recién estaba hecho, francamente si hubiera recibido esa noticia no hubiera tenido ganas de divertirme ni capacidad para hacerlo, con el océano en el medio. Otra cosa es una enfermedad 'crónica' que puede durar años o toda la vida, en cuyo caso el tiempo te ayuda a metabolizar, como ocurre en el duelo, y a encontrar la manera de vivir con ese peso en el corazón.
El comportamiento de la hermana es cuanto menos extraño... como todo lo demás en la historia.

P.S. Cuando dijiste que había sido operada de peritonitis aguda, en ese momento lo creí, me pareció lo más lógico... ahora creo que sí, pasó algo grave, pero lo ocultan y no necesariamente tienen que ver ni con la supuesta operación ni con el diagnóstico posterior.
La cuestión es que no sabemos cuándo exactamente se enteraron de la noticia, quizás, cuando Pippa estuvo de vacaciones ni la sabían, porque la Princesa la anunció al público un mes después de volver su hermana, cuándo se lo dijo a Pippa lo desconocemos.
Respecto a lo de la peritonitis, me mantengo en lo dicho, compartí en su momento lo que sabía, cuando se me preguntó después dije que sólo tenía información hasta que entró en quirófano y cuando se inventaron que se desplazó a Sandringham a visitar a su suegro dije aquí que era mentira y que no se había movido de su casa en Windsor porque la recuperación estaba siendo "complicada" (Ahora sabemos el motivo) y no estaba en condiciones de viajar.
A mi me cuadra todo, la verdad, aunque cada un@ tendrá su opinión, por supuesto, con el el tiempo se aclarará todo, esperemos que para bien, saludos!.
 
Nah de solidez emocional nada. El tratamiento que ha hecho ella de su enfermedad es oscurantismo y miedo, como si el cáncer hoy día no se tratara y se recuperara la gente en su mayoría. Es la mujer real menos estable ahora.
Ya te gustaría que fuera la menos estable! :ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO::ROFLMAO:
Lo de "solidez mental" va más allá de su enfermedad actual... se refiere a toda su trayectoria desde que ingresó a la RF (y aún antes, recordemos el acoso y la persecución antes de la boda -un autobús ploteado con su imagen y la leyenda"Waity Katie" recorriendo las calles de Londres, por ejemplo). Y sólo quien nada sepa de la RF puede pensar que Kate es inestable....:rolleyes:
La gente corriente se enfrenta al cáncer de manera mucho más positiva que Kate, reciben tratamiento y siguen con sus actividades la mayoría trabajando, mira, como Charles. Kate parece la vuelta al medievo con el cólico miserere
Faltaría más que un tercero se atribuya decidir u opinar sobre la manera en que una persona tiene que enfrentarse al cáncer... Cada quien lo enfrentará de la manera que le resulte positiva para sí mismo, no para los demás que no son los que padecen la enfermedad, sus consecuencias, el tratamiento y sus secuelas, y nadie tiene por qué indicarle cómo hacerlo.
Kate decidió hacerlo en privado hasta donde pudo, por sus hijos sobre todo, y "lamentablemente" privó al mundo del espectáculo de su enfermedad. Eso es lo que molesta...
 



Yo lo que estoy viendo es que el tipo de cáncer que da ahora, además de los infartos e ictus, son más agresivos, cada dos por tres oímos casos de personas a las que se les ha detectado un "turbocáncer" que le ha matado en cuestión de semanas/2-3 meses y sin tiempo para pautar un tratamiento, o de ictus en personas que a priori no tienen las papeletas para que les dé, e infartos fulminantes que dejan en el sitio a un deportista o a un cantante en pleno concierto, sin tiempo para que llegue una ambulancia, es cuestión de segundos, caen fulminados al suelo como a plomo. Y siempre ha habido cáncer e infartos, pero esto ANTES NO PASABA (todos sabemos de qué y no, no es el covid




¿Tienes información veraz de porque ahora es diferente?...
 

Por qué exigimos el sacrificio de Kate.
Ella es castigada por negarse a participar en el juego.


Mary Harrington
March 25, 2024

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Desde que la Princesa de Gales se retiró de la vida pública en enero para someterse a una cirugía abdominal planificada, su continua ausencia y el relativo silencio del Palacio han provocado un frenesí de especulaciones cada vez más desquiciadas en Internet. Mientras la prensa tradicional vacilaba entre la adulación y la habitual charlatanería apenas disimulada, Internet (y la cobertura internacional) se volvieron locos.

¿Es William realmente un infiel serial? ¿Kate lo ha dejado? Una foto familiar mal editada arrojó gasolina sobre un incendio que ya crecía: ¿tal vez Kate esté en coma o incluso muerta? Ni siquiera su anuncio, vía vídeo, de que tiene cáncer ha convencido a Internet de que está viva y coleando. En cambio, la grabación fue seleccionada en busca de signos de falsificación por IA y analizada por médicos en CNN. Alguien falsificó a Meghan Markle haciendo el mismo anuncio, para demostrar que se puede hacer. E incluso aquellos dispuestos a considerar la posibilidad de que sea real han aprovechado el anuncio de otra ronda de discurso sobre la vacunación contra el Covid, aderezada opcionalmente con 5G y estelas químicas.

Gran parte de la respuesta en línea al anuncio del cáncer ha asumido un derecho público a saber. Fox News aplaudió su “nueva transparencia”; otros, mientras tanto, se quejaron de la falta de apertura. ¿Por qué no podían ser honestos con el público sobre la enfermedad de Kate? ¿Por qué tuvieron que mentir?

Detrás de todas estas quejas se esconde la postura ambivalente de la realeza sobre un aspecto central de la cultura contemporánea: la relación de codependencia entre las celebridades digitales y sus audiencias. Si paradójicamente el Príncipe y la Princesa de Gales parecen estar bajo fuego hoy, en el mismo momento en que uno esperaría que provocaran la máxima simpatía del público, es porque sus acciones revelan que, en el mejor de los casos, participan a regañadientes en este mundo. La creciente locura de los "la verdad sobre Kate" es, en otras palabras, un castigo por su clara falta de interés en jugar el juego de la influencia.

Si hemos desarrollado una relación de codependencia con las celebridades, es un subproducto de nuestra preferencia revelada por la soledad. A pesar de la nostalgia posliberal por tiempos pasados de arraigo y estrechas conexiones interpersonales, si así es como quisiéramos vivir, todavía lo estaríamos haciendo. Podemos lamentar la situación moderna de atomización generalizada y preocuparnos por uno de cada cinco menores de 35 años que tiene uno o ningún amigo cercano. Pero en algún nivel, hemos tomado una decisión colectiva de abandonar la vigilancia vecinal y la vigilancia moral características de una vida más arraigada, en favor de un relativo aislamiento y, con ello, una relativa libertad.

Es decir: es bueno ser conocido, pero también es bueno ser lo suficientemente anónimo como para hacer lo suyo. Sin embargo, esto plantea un problema para aquellas personas (a menudo, aunque no siempre, mujeres) cuyo tema de conversación preferido son los conocidos mutuos. Para este grupo demográfico, la cultura de las celebridades ha proporcionado durante mucho tiempo un conjunto común de “personajes” para los chismes, en una sociedad donde lo predeterminado es no saber mucho sobre sus compañeros de trabajo y sus conocidos cotidianos.

Si esto era cierto incluso en la era de los medios de comunicación, lo ha sido aún más en la era de las redes sociales. La madre de William, la difunta Diana, princesa de Gales, se adelantó a su tiempo al comprender tanto la naturaleza simbiótica de este ecosistema de celebridades como la forma en que la cultura digital lo transformaría de una calle de un solo sentido a una de doble sentido.
En la era cumbre de Diana de los años noventa, la fama todavía estaba mediada por la prensa heredada: los formatos de transmisión uno a muchos, como la televisión y los periódicos. A pesar de esto, Diana tenía una asombrosa habilidad para sentir las proyecciones de su audiencia y satisfacer esos anhelos, en una relación de "venir y quedarse" que anticipó proféticamente la cultura de los influencers.
Desde entonces, con el paso de los medios de difusión a los digitales, esto se ha vuelto explícito: los medios sociales se optimizan para construir fama sobre la base de la interacción y la búsqueda y validación de extraños, a través de “relaciones parasociales” que brindan una sensación sintética de intimidad a las audiencias, combinado con un mecanismo a veces poderoso para responderle a la celebridad. Cuando se informa que Taylor Swift terminó su relación con Matty Healy en parte porque a sus fans no les agradaba él, la calidad bidireccional de esta relación es clara.

A medida que esta forma de compromiso social se ha vuelto más popular, ha ido paralela (y probablemente impulsada) a un debilitamiento de las interconexiones del mundo real. Ya en 2013, los estudios mostraban cómo la vida en línea agota la socialización y la interconexión en el mundo real. Y esto se aceleró enormemente cuando, en 2020, los confinamientos por el Covid hicieron que la cultura pública pasara de ser lo físico a lo digital, lo que obligó a casi toda nuestra vida común a estar en línea y restringió drásticamente nuestra libertad de asociarnos en el mundo real. La evidencia sugiere que nuestra vida social en el mundo real aún no se ha recuperado. Como era de esperar, en medio de los jirones del tejido social que sobrevivió a esa época, nuestra ansia de chismes sintéticos se ha intensificado.

A medida que la cultura de la fama parasocial ha devorado la vida pública, los creadores del medio comparten material cada vez más grotescamente personal, alimentando una carrera hacia el fondo de la “por**grafía del yo”. Aquellos expertos en sobrevivir a las presiones de este mundo pueden obtener considerables recompensas financieras: piense en las Kardashian, por ejemplo.
Pero es un arma de doble filo.
Si la vida de Diana anticipó la cultura de los influencers, su muerte fue una advertencia igualmente profética sobre la naturaleza fáustica de la dinámica y las consecuencias, a menudo punitivas, de abrazar la simbiosis con una audiencia.
Lástima de la influencer, por ejemplo, cuya vida privada no coincide con su personalidad pública: tomemos la indignación ocasionada por Oprah Winfrey cuando, después de ser la cara pública de Weight Watchers desde 2015, reveló que había estado usando la droga Ozempic para controlar su figura.
Y un castigo peor aún recae sobre aquellos influencers que permiten que la ilusión de intimidad se escape de otras maneras.
Cuando Jordan Cheyenne publicó accidentalmente un vídeo de ella misma en 2021 suplicando a su hijo pequeño que llorara ante la cámara, la reacción que recibió fue menos por exponer su vida familiar al público que por arruinar la ilusión de acceso a su vida real y sin filtros.

Al igual que Diana, entonces, o su otro hijo Harry, muchas figuras públicas de hoy invitan a la mirada del público y al mismo tiempo hacen alarde de protestar por su intensidad, sin mencionar su lado oscuro. Y especialmente en Estados Unidos, muchos ahora ven a los miembros de la realeza de alto perfil simplemente como un subconjunto de la cultura de las celebridades. Entonces, ¿es la Familia Real realmente un caldo de cultivo legítimo para la máquina de contenidos? ¿Mostrar todo ante la cámara es lo correcto? Quizás el papel de la monarquía constitucional esté tan agotado hoy que bien podrían abrazar su destino como celebridades comunes y corrientes.

En contra de esto, podríamos argumentar que la realeza es exactamente lo contrario de la fama, y su aura precede por mucho al motor de fama moderno. Ciertamente, las monarcas han comprendido desde hace mucho tiempo la importancia de la visibilidad -pero también del misterio. Isabel II deliberadamente hizo un meme de sí misma, viajando por su reino en un Queen's Progress anual rodeada de emblemas que creaban una sensación deslumbrante de su omnipresencia. Isabel II también entendió la importancia de las apariciones reales y declaró: “Hay que verme para creerme”.

También en los tiempos modernos, la Familia Real ha accedido a -podría decirse incluso abrazado- una medida de simbiosis con al menos la prensa tradicional. Sin embargo, hasta hace poco, las relativamente duras leyes británicas sobre difamación, más la amenaza de exclusión del sistema Royal Rota, controlaban los informes de prensa heredados. Pero la globalización y digitalización del ciclo de noticias ha hecho que la cobertura de la realeza desde el panorama mediático más salvaje de Estados Unidos se traslade rutinariamente al Reino Unido, creando una disonancia que ha alimentado la locura digital. Y a medida que el Ojo de Horus digital se ha vuelto cada vez más internacional, Carlos III ha señalado la necesidad de establecer límites claros a la visibilidad, insistiendo en reservar la parte más sagrada de su coronación.

La combinación que vemos en el Príncipe y la Princesa de Gales son apariciones públicas cuidadosamente controladas combinadas con una falta casi total de divulgación personal. Sugiere que ellos también comprendan esta tradición y comparten la prudente resistencia de Charles a exponerlo todo ante su inmenso fandom en línea. No los culpo por esto, especialmente en un momento de enfermedad familiar en el que todos, excepto los más desquiciados de "la verdad sobre Kate" en Internet, seguramente deben aceptar que tienen más que suficiente en su plato. Pero su reticencia ante la enfermedad de Kate no ha provocado simpatía, sino más bien una mezcla lunática de hostilidad y teorías de conspiración.

Incluso la falta de información sobre el paradero de Kate no ha hecho más que alimentar un vasto juego de realidad alternativa, en el que la humanidad de sus sujetos imaginarios queda en un distante segundo lugar después del placer de participar en una gran novela conspirativa. ¿Por qué? Sospecho que esto se debe a que su negativa a buscar la validación de las redes sociales revela algo incómodo acerca de cuán dependientes somos la mayoría de nosotros ahora de la conexión parasocial.


Es decir, los Wales han despreciado al público dos veces.
En primer lugar, negándose a entregarse a sí mismos, como sustitutos de los chismes de una población atomizada que odiaría la vida de la aldea si la intentaran, pero que todavía anhela el lubricante social de los chismes de la aldea.
Y en segundo lugar, al declarar a través de sus acciones que ellos mismos todavía tienen una comunidad del mundo real a la que recurrir en tiempos de problemas y, como tales, no necesitan la validación de extraños en Internet.

Es decir, al retirarse de la vida pública para capear enfermedades en la familia entre amigos y familiares, han declarado claramente que, a diferencia de gran parte de sus posibles seguidores, todavía tienen una aldea (figurativa) en el mundo real. Han expuesto el pozo sin fondo de la soledad y la necesidad colectivas que subyace a la industria del chisme, al tiempo que hacen alarde de su propia falta de dependencia de su sustituto digital sintético.

No es de extrañar que los rumores hayan adquirido un tono cada vez más vengativo. Para una proporción cada vez mayor de la población, Internet es ahora la vida real, y esas conexiones parasociales son las conexiones reales. El mensaje es claro: Kate debe ofrecerse voluntariamente para sacrificarse en el altar del fandom. Y si no lo hace, la ofrecerán contra su voluntad, como castigo por no sentirse lo suficientemente sola.
 
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Por qué exigimos el sacrificio de Kate.
Ella es castigada por negarse a participar en el juego.


Mary Harrington
March 25, 2024

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Desde que la Princesa de Gales se retiró de la vida pública en enero para someterse a una cirugía abdominal planificada, su continua ausencia y el relativo silencio del Palacio han provocado un frenesí de especulaciones cada vez más desquiciadas en Internet. Mientras la prensa tradicional vacilaba entre la adulación y la habitual charlatanería apenas disimulada, Internet (y la cobertura internacional) se volvieron locos.

¿Es William realmente un infiel serial? ¿Kate lo ha dejado? Una foto familiar mal editada arrojó gasolina sobre un incendio que ya crecía: ¿tal vez Kate esté en coma o incluso muerta? Ni siquiera su anuncio, vía vídeo, de que tiene cáncer ha convencido a Internet de que está viva y coleando. En cambio, la grabación fue seleccionada en busca de signos de falsificación por IA y analizada por médicos en CNN. Alguien falsificó a Meghan Markle haciendo el mismo anuncio, para demostrar que se puede hacer. E incluso aquellos dispuestos a considerar la posibilidad de que sea real han aprovechado el anuncio de otra ronda de discurso sobre la vacunación contra el Covid, aderezada opcionalmente con 5G y estelas químicas.

Gran parte de la respuesta en línea al anuncio del cáncer ha asumido un derecho público a saber. Fox News aplaudió su “nueva transparencia”; otros, mientras tanto, se quejaron de la falta de apertura. ¿Por qué no podían ser honestos con el público sobre la enfermedad de Kate? ¿Por qué tuvieron que mentir?

Detrás de todas estas quejas se esconde la postura ambivalente de la realeza sobre un aspecto central de la cultura contemporánea: la relación de codependencia entre las celebridades digitales y sus audiencias. Si paradójicamente el Príncipe y la Princesa de Gales parecen estar bajo fuego hoy, en el mismo momento en que uno esperaría que provocaran la máxima simpatía del público, es porque sus acciones revelan que, en el mejor de los casos, participan a regañadientes en este mundo. La creciente locura de los "la verdad sobre Kate" es, en otras palabras, un castigo por su clara falta de interés en jugar el juego de la influencia.

Si hemos desarrollado una relación de codependencia con las celebridades, es un subproducto de nuestra preferencia revelada por la soledad. A pesar de la nostalgia posliberal por tiempos pasados de arraigo y estrechas conexiones interpersonales, si así es como quisiéramos vivir, todavía lo estaríamos haciendo. Podemos lamentar la situación moderna de atomización generalizada y preocuparnos por uno de cada cinco menores de 35 años que tiene uno o ningún amigo cercano. Pero en algún nivel, hemos tomado una decisión colectiva de abandonar la vigilancia vecinal y la vigilancia moral características de una vida más arraigada, en favor de un relativo aislamiento y, con ello, una relativa libertad.

Es decir: es bueno ser conocido, pero también es bueno ser lo suficientemente anónimo como para hacer lo suyo. Sin embargo, esto plantea un problema para aquellas personas (a menudo, aunque no siempre, mujeres) cuyo tema de conversación preferido son los conocidos mutuos. Para este grupo demográfico, la cultura de las celebridades ha proporcionado durante mucho tiempo un conjunto común de “personajes” para los chismes, en una sociedad donde lo predeterminado es no saber mucho sobre sus compañeros de trabajo y sus conocidos cotidianos.

Si esto era cierto incluso en la era de los medios de comunicación, lo ha sido aún más en la era de las redes sociales. La madre de William, la difunta Diana, princesa de Gales, se adelantó a su tiempo al comprender tanto la naturaleza simbiótica de este ecosistema de celebridades como la forma en que la cultura digital lo transformaría de una calle de un solo sentido a una de doble sentido.
En la era cumbre de Diana de los años noventa, la fama todavía estaba mediada por la prensa heredada: los formatos de transmisión uno a muchos, como la televisión y los periódicos. A pesar de esto, Diana tenía una asombrosa habilidad para sentir las proyecciones de su audiencia y satisfacer esos anhelos, en una relación de "venir y quedarse" que anticipó proféticamente la cultura de los influencers.
Desde entonces, con el paso de los medios de difusión a los digitales, esto se ha vuelto explícito: los medios sociales se optimizan para construir fama sobre la base de la interacción y la búsqueda y validación de extraños, a través de “relaciones parasociales” que brindan una sensación sintética de intimidad a las audiencias, combinado con un mecanismo a veces poderoso para responderle a la celebridad. Cuando se informa que Taylor Swift terminó su relación con Matty Healy en parte porque a sus fans no les agradaba él, la calidad bidireccional de esta relación es clara.

A medida que esta forma de compromiso social se ha vuelto más popular, ha ido paralela (y probablemente impulsada) a un debilitamiento de las interconexiones del mundo real. Ya en 2013, los estudios mostraban cómo la vida en línea agota la socialización y la interconexión en el mundo real. Y esto se aceleró enormemente cuando, en 2020, los confinamientos por el Covid hicieron que la cultura pública pasara de ser lo físico a lo digital, lo que obligó a casi toda nuestra vida común a estar en línea y restringió drásticamente nuestra libertad de asociarnos en el mundo real. La evidencia sugiere que nuestra vida social en el mundo real aún no se ha recuperado. Como era de esperar, en medio de los jirones del tejido social que sobrevivió a esa época, nuestra ansia de chismes sintéticos se ha intensificado.

A medida que la cultura de la fama parasocial ha devorado la vida pública, los creadores del medio comparten material cada vez más grotescamente personal, alimentando una carrera hacia el fondo de la “por**grafía del yo”. Aquellos expertos en sobrevivir a las presiones de este mundo pueden obtener considerables recompensas financieras: piense en las Kardashian, por ejemplo.
Pero es un arma de doble filo.
Si la vida de Diana anticipó la cultura de los influencers, su muerte fue una advertencia igualmente profética sobre la naturaleza fáustica de la dinámica y las consecuencias, a menudo punitivas, de abrazar la simbiosis con una audiencia.
Lástima de la influencer, por ejemplo, cuya vida privada no coincide con su personalidad pública: tomemos la indignación ocasionada por Oprah Winfrey cuando, después de ser la cara pública de Weight Watchers desde 2015, reveló que había estado usando la droga Ozempic para controlar su figura.
Y un castigo peor aún recae sobre aquellos influencers que permiten que la ilusión de intimidad se escape de otras maneras.
Cuando Jordan Cheyenne publicó accidentalmente un vídeo de ella misma en 2021 suplicando a su hijo pequeño que llorara ante la cámara, la reacción que recibió fue menos por exponer su vida familiar al público que por arruinar la ilusión de acceso a su vida real y sin filtros.

Al igual que Diana, entonces, o su otro hijo Harry, muchas figuras públicas de hoy invitan a la mirada del público y al mismo tiempo hacen alarde de protestar por su intensidad, sin mencionar su lado oscuro. Y especialmente en Estados Unidos, muchos ahora ven a los miembros de la realeza de alto perfil simplemente como un subconjunto de la cultura de las celebridades. Entonces, ¿es la Familia Real realmente un caldo de cultivo legítimo para la máquina de contenidos? ¿Mostrar todo ante la cámara es lo correcto? Quizás el papel de la monarquía constitucional esté tan agotado hoy que bien podrían abrazar su destino como celebridades comunes y corrientes.

En contra de esto, podríamos argumentar que la realeza es exactamente lo contrario de la fama, y su aura precede por mucho al motor de fama moderno. Ciertamente, las monarcas han comprendido desde hace mucho tiempo la importancia de la visibilidad -pero también del misterio. Isabel II deliberadamente hizo un meme de sí misma, viajando por su reino en un Queen's Progress anual rodeada de emblemas que creaban una sensación deslumbrante de su omnipresencia. Isabel II también entendió la importancia de las apariciones reales y declaró: “Hay que verme para creerme”.

También en los tiempos modernos, la Familia Real ha accedido a -podría decirse incluso abrazado- una medida de simbiosis con al menos la prensa tradicional. Sin embargo, hasta hace poco, las relativamente duras leyes británicas sobre difamación, más la amenaza de exclusión del sistema Royal Rota, controlaban los informes de prensa heredados. Pero la globalización y digitalización del ciclo de noticias ha hecho que la cobertura de la realeza desde el panorama mediático más salvaje de Estados Unidos se traslade rutinariamente al Reino Unido, creando una disonancia que ha alimentado la locura digital. Y a medida que el Ojo de Horus digital se ha vuelto cada vez más internacional, Carlos III ha señalado la necesidad de establecer límites claros a la visibilidad, insistiendo en reservar la parte más sagrada de su coronación.

La combinación que vemos en el Príncipe y la Princesa de Gales son apariciones públicas cuidadosamente controladas combinadas con una falta casi total de divulgación personal. Sugiere que ellos también comprendan esta tradición y comparten la prudente resistencia de Charles a exponerlo todo ante su inmenso fandom en línea. No los culpo por esto, especialmente en un momento de enfermedad familiar en el que todos, excepto los más desquiciados de "la verdad sobre Kate" en Internet, seguramente deben aceptar que tienen más que suficiente en su plato. Pero su reticencia ante la enfermedad de Kate no ha provocado simpatía, sino más bien una mezcla lunática de hostilidad y teorías de conspiración.

Incluso la falta de información sobre el paradero de Kate no ha hecho más que alimentar un vasto juego de realidad alternativa, en el que la humanidad de sus sujetos imaginarios queda en un distante segundo lugar después del placer de participar en una gran novela conspirativa. ¿Por qué? Sospecho que esto se debe a que su negativa a buscar la validación de las redes sociales revela algo incómodo acerca de cuán dependientes somos la mayoría de nosotros ahora de la conexión parasocial.


Es decir, los Wales han despreciado al público dos veces.
En primer lugar, negándose a entregarse a sí mismos, como sustitutos de los chismes de una población atomizada que odiaría la vida de la aldea si la intentaran, pero que todavía anhela el lubricante social de los chismes de la aldea.
Y en segundo lugar, al declarar a través de sus acciones que ellos mismos todavía tienen una comunidad del mundo real a la que recurrir en tiempos de problemas y, como tales, no necesitan la validación de extraños en Internet.

Es decir, al retirarse de la vida pública para capear enfermedades en la familia entre amigos y familiares, han declarado claramente que, a diferencia de gran parte de sus posibles seguidores, todavía tienen una aldea (figurativa) en el mundo real. Han expuesto el pozo sin fondo de la soledad y la necesidad colectivas que subyace a la industria del chisme, al tiempo que hacen alarde de su propia falta de dependencia de su sustituto digital sintético.

No es de extrañar que los rumores hayan adquirido un tono cada vez más vengativo. Para una proporción cada vez mayor de la población, Internet es ahora la vida real, y esas conexiones parasociales son las conexiones reales. El mensaje es claro: Kate debe ofrecerse voluntariamente para sacrificarse en el altar del fandom. Y si no lo hace, la ofrecerán contra su voluntad, como castigo por no sentirse lo suficientemente sola.
Bla bla bla bla bla
 
La gente corriente se enfrenta al cáncer de manera mucho más positiva que Kate, reciben tratamiento y siguen con sus actividades la mayoría trabajando, mira, como Charles. Kate parece la vuelta al medievo con el cólico miserere
No se debe generalizar , en mi familia cercana hay un caso diagnosticado recientemente y no está trabajando . La animadversión hacia la Princesa de Gales nos nubla la vista. Ninguna persona es igual a otra , enfrentamos la enfermedad de diferente manera. Somos muy puntillosos con una mujer enferma de cáncer y por otra parte defendemos a personajes cuya reputación está en entredicho .
 

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