Alí Reza, el heredero, dijo que justamente ese dia y durante el acto tenía 7 años de edad y una fiebre muy alta. Que su padre le obligó a asistir y a aguantar porque esa era la obligación del príncipe heredero al trono Persa. "Sentía que me iba a desmayar, pero no defraudé a mi padre".
CUANDO IRÁN FUE EL LUGAR MÁS LUJOSO E INSPIRADOR DEL MUNDO
Mostrar las piernas es delito en el país donde se suceden los altercados, pero hubo un tiempo en el que fue todo un referente de estilo gracias, sobre todo, a la reina Farah Diba. Esta es su historia.
POR MIRIAM MÁRQUEZ
21 DE JUNIO DE 2018 · 09:00
Aunque parezca increíble, el mismo país que en verano de 2016 acusó a 59 fotógrafos de moda y 58 modelos de atacar a la familia y la moralidad por mostrarse en Instagram vestidos de estilo occidental, durante los años sesenta tenía una emperatriz defensora de la minifalda y de las enseñanzas del New Look de monsieur Dior. Antes de convertirse en República Islámica, Irán era un territorio bajo la influencia de Estados Unidos que aspiraba a aburguesarse y que soñaba con vestirse como dictaban las revistas de moda internacional.
Norma Lee, estadounidense agente en la Oficina Nacional de Turismo iraní en aquel tiempo, conoció al detalle la estrategia publicitaria que latía tras las reformas sociales, liberales y occidentalizadoras del sha Mohammad Reza Pahlevi: “Cuando las iraníes cultas y acomodadas vieron que la tercera esposa del sha era una adolescente con estudios universitarios en Europa, que se paseaba en una carroza abierta y con el pelo al aire, sintieron que había comenzado, también para ellas, una nueva era. Las clases altas se lanzaron a coleccionar revistas de moda europeas y americanas y se las enviaban a costureras en los pueblos para que las adaptaran”, me explica por teléfono.
Estas publicaciones querían a su vez explorar el nuevo glamour de Oriente Medio, pero sobre todo buscaban localizaciones exóticas. Así fue como la modelo Marisa Berenson, la periodista de moda Susan Train, el actual director creativo de Guerlain —el maquillador Olivier Échaudemaison— y el mítico fotógrafo norteamericano Henry Clarke aterrizaron en Persépolis en el otoño de 1969. Se trataba del primer equipo de prensa procedente de Estados Unidos que tenía pleno permiso del Gobierno del sha para recorrer el país.
Clarke era la mano derecha de la entonces directora de Vogue, Diana Vreeland, y el hombre que había inventado un nuevo género dentro de la fotografía de moda: el fashion travel. Ataviados con desenfadada elegancia en su flota de coches alquilados, con la maleta cargada de modelos prêt-à-porter creados expresamente para el reportaje iraní, el equipo enamoraba a su paso. Con un puñado de mapas y polaroids, un cheque en blanco y tres semanas de plazo, el fotógrafo tenía una misión: retratar Isfahán, Persépolis, Shiraz y, por supuesto, Teherán, la capital. Su primera parada sería una boutique que también Norma Lee solía frecuentar. La boutique Number One.
"Era un punto de encuentro para aquellos iraníes preocupados por el estilo y con un punto bohemio", cuenta hoy Keyvan Khosrovani, uno de los dueños de la tienda y también sastre oficial de la emperatriz Farah Diba durante más de una década. “Los periodistas extranjeros acudían en busca de contactos, las modelos occidentales eran reverenciadas y yo solía actuar de maestro de ceremonias. Teherán era uno de los lugares más originales del mundo desde el punto de vista de la moda, pero curiosamente las tiendas de vanguardia escaseaban y había que hacerse con una agenda para encontrar lo exclusivo”, explica Khosrovani.
Un descubrimiento inesperado
Gracias a Number One, el equipo de Vogue oyó por fin hablar de los pases de moda en petit comité que organizaba en su salón madame Ninon de Aghaian, la estilosa dama de Teherán que, durante años, se encargó de vestir de Dior y otras marcas a la élite iraní. El grupo descubrió las maravillosas manos de madame Sahakian, de origen armenio, que se distinguía por la destreza en el corte y el amor por los tejidos que daban fama a los sastres de su país. Visitando sus talleres se dieron cuenta de que casi cada traje de corte occidental vestido por la jet set en Irán tenía tras de sí una historia de pura artesanía.
El Sha Mohammad y Farah Diba, con su hijo Reza Pahlavi.© GTRESONLINE
En Teherán la vida nocturna era intensa y, como solía suceder con los extranjeros célebres de visita, el equipo de Clarke recibió invitaciones de los principales clubes de moda para conocer la escena local. El más famoso era el Miami Hotel, donde la cantante Googoosh actuaba cada noche con su revolucionario pelo a lo garçon, que en otras partes del mundo defendían unos chicos llamados The Beatles. “Era el lugar donde se juntaba la clase media, los extranjeros de visita, algún famoso y hasta los hijos de los millonarios”, me cuenta al otro lado del hilo Kevin Parrott, el líder del grupo británico The Matchstalk Men, que tocó en el hotel el año de la visita de Henry Clarke.
“Una noche se acercó a nosotros un muchacho. Nos dijo que era el hijo del presidente del Banco de Irán y nos propuso actuar para el sha en un lodge en las montañas. Creíamos que bromeaba, pero a la semana siguiente nos vimos frente a 16 personas, entre ellas Reza Pahlevi y Farah Diba. El emperador iba vestido con pantalones chinos y camisa informal, como nunca se mostraba en público. Ejecutamos nuestro repertorio y nos pidieron canciones de los Bee Gees. El ambiente era muy relajado y ellos sonreían constantemente”, relata Parrott.
Los monarcas iraníes siempre habían bordado el marketing político internacional. Ya durante el matrimonio de Pahlevi con su segunda esposa, Soraya Esfandiary, una bellísima mujer con ambiciones cinematográficas, la pareja se había ganado el favor de la prensa internacional. Cuando el sha la repudió por estéril, no dejó que ese episodio empañara su imagen de hombre moderno: rápidamente encontró a una shahbanouh aún más mediática: Farah Pahlevi, conocida por su nombre de nacimiento, Farah Diba. Phalevi se casó vestida con un diseño de Yves Saint Laurent del que habló medio mundo; las joyas que llevaba eran tan exclusivas que tuvo que solicitar permiso para su uso. “Farah adoraba ser fotografiada. No imponía burdamente su aparición a los periodistas internacionales que venían a Irán, pero todo el que la conocía mínimamente sabía cuál era su deseo y este se satisfacía”, explica Keyvan Khosrovani.
Diba se convirtió el termómetro del estado moral del país y el espejo estilístico en el que se miraban las mujeres. A pesar de ser la soberana de una nación donde la brecha social llevaba décadas alimentando el descontento, la emperatriz sabía que el equilibrio entre ostentación y sencillez era esencial: lo aprendió en aquella Francia que conoció como estudiante de Arquitectura en su juventud. En el fondo seguía siendo la misma provocadora a la que muchos recordaban llegando a la facultad en una Vespa, por eso ella misma explotaba esa doble faceta: con su dual forma de vestir, representaba la bisagra entre Oriente y Occidente.
Como más tarde harían otras reinas de Oriente Medio (como Noor de Jordania) en las revistas del corazón, unas veces aparecía con trajes modernos, a lo Jackie Kennedy, y otras veces con vestidos tradicionales, eso sí, cuajados de turquesas, hilo de oro y brocados (y confeccionados con técnicas prohibidas para quien no formara parte del trono del pavo real) . Los trajes de Diba llevaban horas de escuadra y cartabón, planos y segundas opiniones. Sus materias primas eran traídas desde las cuatro esquinas de Irán. Para coserlos se contaba con plazos y logística propios de proyectos de obras públicas. Ejércitos de artesanos se ponían en marcha para elaborar prendas que viajaban por cada provincia añadiendo lo mejor que tenía cada una.
El sha de Persia, Mohammad Reza Pahlevi, junto a la emperatriz Farah Diva durante un acto oficial.© GTRESONLINE
El reportaje de Henry Clarke sobre Irán fue un éxito editorial. No solo atrajo a visitantes de todo el planeta al país, que empezaba a ganarse una reputación de modernidad y cambio. También consiguió aumentar exponencialmente las ventas del Vogue de Diana Vreeland. Y además permitió a todo Occidente ver lugares nunca antes mostrados a todo color bajo otro punto de vista. Frente a la puerta de Jerjes, en Persépolis, con los minaretes al fondo, el sol rebotaba en la impresionante melena de la modelo y actriz estadounidense Lauren Hutton. Sus grandes botas de ante rosa enmarcaban las maravillas de Persia.
Por supuesto, Farah Diba aparecía en las páginas centrales del reportaje de Clarke vestida con una túnica tradicional del sur de Irán y joyas exclusivas de la corona imperial. Su modisto, Keyvan Khorosvani, cuenta que fue el encargado de explicar cada detalle de protocolo y el código del vestuario real al equipo de Diana Vreeland antes del retrato.
el mundo a sus pies
La fascinación que generaron en Occidente aquellos vestidos fue tal que las grandes estrellas de Hollywood quisieron imitarla, y para ello acudían directamente a la fuente. “Conocí a Liz Taylor en un viaje que hizo a Irán con Richard Burton. Dijo que había oído hablar mucho de la confección del vestuario de la emperatriz. Quería que le hiciéramos un vestido”, rememora Khosrovani. La respuesta, sin embargo, fue decepcionante para muchas de aquellas grandes divas. Los modistos que vestía a la emperatriz trabajaban en exclusiva para ella. Su armario era cuestión de Estado y de conciencia. Pocas excepciones recuerda haberse permitido Khosrovani, aunque una es particularmente curiosa.La que hizo con un futuro monarca que por la misma época estuvo de visita en la región: el hoy rey emérito Juan Carlos. “ Cuando le conocí en su viaje a Irán en los setenta le pedí una camisa para tener las medidas y la reina Sofía me la entregó en mano, llena de alfileres que ella misma había colocado para guiarme. Meses después le enviamos un fino brocado artesanal”, rememora.
Pero no todo fueron luces durante la visita del equipo de Diana Vreeland a los dominios persas. Tras la estancia en Teherán, el equipo de Clarke comenzó su recorrido por el interior de Irán. Allí se dieron cuenta de que los oropeles capitalinos eran solo un espejismo. Aunque no lo reflejaron en sus imágenes, se encontraron que el rural era un territorio empobrecido donde los obreros del petróleo cobraban 50 céntimos de dólar al día (una miseria incluso para entonces) , y que consideraban mayoritariamente al sha un monarca infiel, dictatorial, aliado del enemigo occidental, despilfarrador y negador de la tradición árabe. Esta población desfavorecida se sentía humillada, pues no dejaban de ser habitantes de un país con una de las mayores fortunas privadas del mundo. Y este descontento es el que se convertiría en cólera con la preparación de los actos de celebración de los 2.500 años de la fundación del imperio persa en 1971. ¿La localización? Las mismas ruinas de Persépolis que Henry Clarke había usado como decorado para sus modelos dos años atrás.
El evento organizado por el sha fue descrito como la mayor fiesta del siglo y dejó para el recuerdo delirios como la importación de más de 50.000 ruiseñores desde Europa o la construcción piedra por piedra de una carretera de 1.000 kilómetros solo para la ocasión. Los servicios de catering los ofreció Maxim’s, que cerró en París durante dos semanas para dar de comer en medio del desierto persa a los mandatarios de todo el mundo. El vestuario de los guardias reales lo diseñó Lanvin; las vajillas, Limoges. Las imágenes de las 250 limusinas Mercedes-Benz rojas llevando desde el aeropuerto de Shiraz hasta Persépolis a los invitados de todo el planeta colmó el vaso de la ira popular.
Sus efectos más violentos no se verían hasta 1979, con la revolución religiosa liderada por Jomeini, momento en el que el sha tuvo que huir del país. Se acabaron las pantorrillas al aire, las melenas al descubierto, las sesiones internacionales de fotos en Persépolis, los daiquiris junto a la piscina, la dolce vita de los colaboradores del emperador, sus rostros en las portadas de la prensa rosa. Enmudeció la cantante Googoosh y se exiliaron los sastres de Farah Diba. La dictadura de los emperadores fue sustituida por la de Dios.
“Hoy, la moda en Irán continúa viva, aunque está obligada a permanecer en el ámbito privado. Sigue habiendo represión. Sobre la estética y la imagen general del país sólo puedo decir que siento nostalgia de aquella belleza pasada”, afirma lacónico Keyvan Khosrovani.
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