Europa en su Cine

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Lo importante es amar / Andrzej Zulawski, 1975 / Francia / 105 min.
Servais Mont es un fotógrafo freelance que trabaja para algunos gánsteres sacando fotos comprometedoras. Un día conoce a Nadine Chevalier, una actriz casada que se gana la vida actuando en cutres películas de bajo presupuesto.


 
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Maigret en el caso de la condesa / Jean Delannoy, 1959 / Francia / 101 min.

Segundo largometraje basado en personaje del Comisario Maigret creado por Georges Simenon, y protagonizado por Jean Gabin. En esta ocasión, Maigret viaja a la campiña francesa para visitar a su amiga, la condesa de Saint-Fiacre, que ha recibido una carta en la que se le dice que fallecerá pronto. Días después, la condesa muere de un infarto, pero Maigret no lo piensa así...


 
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Un maldito embrollo (Pietro Germi, 1959, Italia)

En dos pisos de un mismo edificio se producen un robo y un asesinato. El comisario Ingraballo se encarga del caso e irá desvelando las miserias de todos los que están en mayor o menor grado involucrados, entre ellos la bella Claudia Cardinale y su novio electricista. Basada en la novela "Quel pasticciaccio brutto di via Merulana", de Carlo Emilio Gadda




 
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Tintin, el secreto del toisón de oro / Jean-Jacques Vierne, 1961 / Francia / 104 min.
El Capitán Haddock recibe un viejo barco como herencia tras la muerte de un amigo. Al llegar a Turquía, donde se encuentra el barco, varios compradores insisten en comprarlo, hecho que extraña enormemente al Capitán, ya que el navío es una auténtica ruina. Pero lo que desconoce el Capitán es el secreto que esconde ese barco.
 
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El manantial de la doncella / Ingmar Bergman, 1960 / Suecia / 88 min.

Suecia, siglo XIV. Como cada verano, una doncella debe hacer la ofrenda de las velas en el altar de la Virgen. El rey Töre envía a su hija Karin en compañía de Ingrid, una muchacha que odia a Karin en secreto. Antes de cruzar el bosque, Ingrid se detiene y abandona a la princesa, pero la muchacha prosigue su camino y se encuentra con unos pastores, aparentemente afables, que la invitan a compartir su comida.

 
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Manneken Pis (Frank van Passel, 1994, Bélgica, 90 min.)

Un tímido y reservado camarero, que se siente responsable de la muerte de sus padres, se enamora de una vitalista conductora de tranvías.


 
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La Marie du Port (Marcel Carné, 1950) / Francia / 88 min.

Adaptación de la novela de Georges Simenon que relata la historia de un hombre maduro embelesado por una joven adolescente en un pequeño pueblo pesquero.


 
Última edición:
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Marie-Louise, una americana en París / Manuel Flèche, 1994 / Francia / 85 min.

"Comedia francesa de ritmo trepidante y enredo alocado"


 
'El libro de imágenes': Godard vuelve a liarla a los 88 años
El nuevo e inclasificable objeto fílmico de Jean-Luc Godard revisa el centro del mundo cinematográfico para desplazarlo hacia el Magreb y Oriente Medio



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Un fotograma de 'El libro de imágenes', el último largometraje de Godard. (Avalon)



EULÀLIA IGLESIAS

22/02/2019

Jean-Luc Godard es único. A sus 88 años, el cineasta francés se mantiene en activo como uno de los nombres indiscutibles de la historia del cine y al mismo tiempo como uno de sus representantes contemporáneos más heterodoxos. Sus películas actuales se escapan de las convenciones del cine institucionalizado pero, al contrario de lo que sucede con la mayoría de títulos ligados al experimental, consiguen moverse por los circuitos tradicionales. Por ello, cada estreno de una nueva película del director de 'À bout de souffle' resulta un triunfo en sí mismo, una quiebra en la visión hegemónica, homogénea y comercial de la idea asumida de qué es el cine. También un desafío para quien la mira y para quien debe escribir sobre ella.

Premiada con una Palma de Oro Especial en Cannes 2018, una suerte de galardón honorífico que el jurado presidido por Cate Blanchett se sacó de la manga en un gesto muy ilustrativo de la dificultad de encajar una obra de Godard en un palmarés al uso, 'El libro de imágenes' retoma en buena parte el concepto de 'Histoire(s) du cinéma' (1988-98) para expandirlo más allá. Sobre ese ensayo videográfico, que replanteaba la manera tradicional, lineal y unidisciplinar de entender la historia del cine, planeaba una cuestión que marca buena parte de la filmografía reciente de Godard: hasta qué punto las imágenes fallaron respecto de los horrores del siglo XX en general y el Holocausto en particular. En 'El libro de las imágenes' no dejan de aparecer algunas de las obsesiones recurrentes en este sentido del director, sobre todo la construcción de una Europa que ha convertido lo que deberían ser las herramientas de garantía de la democracia, las leyes, en nuevas formas de represión. Y por ahí asoma un homenaje a Cataluña.





Pero al mismo tiempo, 'El libro de imágenes' amplía el campo de batalla godardiano. Quizás esta sea su pieza que integra, aunque de manera dispersa, una mayor presencia de mujeres como creadoras, como sujetos y objetos de las imágenes, y como artífices y víctimas de la Historia. El filme recupera diversos fragmentos fílmicos que ponen en evidencia la violencia sobre las mujeres, ya sea a través de momentos a primera vista banales, como aquellos en que los hombres ejercen su presunto 'derecho a importunar' o a partir de asaltos sexuales explícitos. Pero también aparecen citas y referencias a figuras históricas como Rosa Luxemburgo, la artista Artemisia Gentileschi y su 'Judith decapitando a Holofernes', o el personaje de Bécassine, el estereotipo de muchacha bretona popularizado a través de los cómics, que levanta el índice de la mano como para solicitar una palabra que el propio dibujo (su boca apenas está trazada) le niega. La película prácticamente concluye cediéndole la palabra y la imagen a Anne-Marie Miéville, directora y cómplice artística y vital de Godard desde hace años, y a una de sus obras, 'Images en parole,' inspiración directa del título de esta película.

Otro eje claro de la película es el tren, motivo cinematográfico por excelencia y al mismo tiempo elemento indispensable en la construcción de todo un paradigma histórico ligado a ideas como las de progreso, modernidad y civilización, pero también a las de exilio, huida e invasión.

Cada estreno de una nueva película del director de 'À bout de souffle' resulta un triunfo en sí mismo

Pero la principal novedad de 'El libro de imágenes' radica en un cambio de paradigma a la hora de abandonar (en parte) la perspectiva eurocéntrica que caracterizaba 'Histoire(s) du cinéma' para reivindicar esa nueva 'región central' que representa el mundo árabe. Una cultura menospreciada e invisibilizada en Occidente, donde en cambio, según Godard, existe una obsesión por el islam. Así, el director lleva a cabo desde su dispositivo habitual una aproximación a la civilización musulmana a través de un compendio de películas filmadas tanto por cineastas propios como por occidentales. Sobre esas imágenes hace resonar la literatura de Albert Cossery, un autor francés nacido en Egipto que abrazaba en sus novelas un sistema de valores intrínsecamente magrebí en oposición al estilo de vida occidental.

Además de los nuevos invitados provenientes de cinematografías árabes, en ''El libro de imágenes' Jean-Luc Godard convoca a sus sospechosos habituales: Luis Buñuel, Jean Renoir, Roberto Rossellini, King Vidor, John Ford, Pier Paolo Pasolini, Tod Browning, Carl T. Dreyer, Georges Franju, Alfred Hitchcock, Jean-Pierre Melville, Max Ophüls... Pero presta la misma atención a un fotograma de un filme de Rosellini que a un 'frame' registrado desde un móvil y subido a internet o a las imágenes grabadas por él mismo de forma expresa para la película, en una visión democrática y única del planeta-imagen.

Antes de los 'memes', los 'gifs' animados y la metatelevisión, Jean-Luc Godard ya comentaba las imágenes a través de otras imágenes

“Solo en el fragmento es posible encontrar la verdad”, recita la voz en 'off' del director a partir de Bertolt Brecht. La hiperfragmentación es uno de los recursos clave en el proceso de creación de las películas del francés. 'El libro de imágenes', además, plantea desde el inicio el concepto de pensar con las manos, una hermosa manera de defender el montaje artesanal como método de análisis crítico de la imagen. Porque antes de los 'memes', los 'gifs' animados y la metatelevisión, Jean-Luc Godard ya comentaba las imágenes a través de otras imágenes.

En su caso, el trabajo con el material de archivo se combina con la actualización, en plena era digital e iconocéntrica, de recursos propios de las vanguardias, como el 'collage', y la reapropiación y resignificación de imágenes ya existentes a partir de repintarlas, reencuadrarlas, recontextualizarlas o añadirles una nueva capa dialéctica a través del uso contrapuntístico de la banda de sonido. También acude a la inclusión constante de planos en negro que sobrepasan la mera función de puntuar el metraje para rellenarse semánticamente en un discurso donde se habla del horror y del vacío y, en última instancia, de la inefabilidad. Jean-Luc Godard adopta múltiples estrategias que impiden cualquier lectura unívoca, plena e incluso por momentos inteligible (la falta de algunos subtítulos no es una casualidad) de 'El libro de imágenes', para exasperación de algunos espectadores. Pero al mismo tiempo dispara hasta el desbordamiento infinitud de nuevas ideas y traza otros caminos a explorar en nuestra relación vital con las imágenes.

https://www.elconfidencial.com/cultura/cine/2019-02-22/godard-libro-imagenes-estreno-cine_1839986/


 
Cinco claves para entender el cine de Godard, un revolucionario nonagenario


El célebre cineasta francés estrena El libro de imágenes, un ensayo fílmico experimental en el que reflexiona sobre el significado del cine en el siglo XXI

Repasamos algunas de las claves que definen su obra, contenidas en su última película, que han cambiado la historia del cine

Francesc Miró
22/02/2019 - 22:00h
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El cineasta durante el rodaje de 'Vivir su vida'

Durante los cincuenta y sesenta, el cine cambió para siempre y en todo el mundo. Surgieron nuevas voces que buscaban otras formas de reflexionar sobre la realidad que les había tocado vivir, y su entusiasmo se contagió sin entender de fronteras ni tradiciones.

En el Reino Unido se llamó Free Cinema y abrazó las historias de cotidianidad y locura de Tony Richardson a Karel Reisz. En Estados Unidos floreció un cine underground que abarcaría las miradas de Warhol a Jonas Mekas, fallecido hace escasas semanas. En Brasil se llamaría Cinema Nôvo y permitiría a Glauber Rocha y Ruy Guerra narrar sus historias con pretensión de transformación social. En Japón los nuevos vientos trajeron el cine de Nagisa Oshima, en Checoslovaquia los de Milos Forman y Jan Nemec y en España los de Basilio Martín Patino y Miguel Picazo entre otros.

En Francia, ojito derecho de la intelectualidad europea, se manifestó la Nouvelle Vague con François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Éric Rohmer y Claude Chabrol en primera línea de fuego, mientras que enormes cineastas como Agnès Varda buscan a día de hoy un reconocimiento que merecen desde hace décadas. De todos y todas, Godard fue siempre el menos domesticado, el más libérrimo creador, el más prolífico, el mayor canalla.

Ahora estrena El libro de imágenes, un ensayo visual sobre el significado de la mirada, el cine como producto o contestación de una realidad social y la vigencia –o extinción– de su potencial transformador. Colección de rimas visuales y manías personales que viene definir a un cineasta único. Repasamos algunas de la claves para comprender mejor el desafío que supone su cine en pleno siglo XXI.


Otras formas de narrar
"Fumista para quienes empecinados en las formas de narrar más simples no le entienden y le desprecian como el profano en la pintura desprecia el arte abstracto, Godard es al cine lo que James Joyce a la novelística del siglo XX", decía el crítico Javier Memba en su libro sobre la Nouvelle Vague.

Exagerase o no, es cierto que el cine de este artista francés no es un ramillete de bellas historias sobre su tiempo sino más bien una exploración formal, estilística e incluso semiótica de otras formas de narrar. Desde que estrenase Al final de la escapada, allá por 1962, su cine ha recorrido siempre caminos poco transitados para buscar estrategias que constituyesen un avance, o mero pensamiento, para el lenguaje del cine.

Decía él mismo sobre aquella joya protagonizada por Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, en Cahiers du Cinéma, donde escribía junto a compañeros de generación como Truffaut: "Lo que yo quería era tomar una historia convencional y rodarla de manera completamente distinta a como se había hecho hasta entonces. Quería dar la sensación de que las técnicas cinematográficas se acababan de descubrir".

Una intención que vertebraría los primeros trabajos de su dilatada –e increíblemente prolífica– carrera, desde Al final de la escapada, pasando por Vivir su vida, El desprecio, Banda aparte y llegando hasta Pierrot, el loco. Obras, todas ellas, en constante diálogo con las ideas fundamentales, sociales y filosóficas del siglo XX.

"En cuanto al fondo que entrañan tan cautivadoras formas", escribe Memba, "esa desdramatización de los malotes, ese tono de caricatura que el maestro imprime a casi todo, se detecta en realizadores tan aplaudidos como Quentin Tarantino –reconocido admirador de Godard–, o Wong Kar-Wai. Más aún, la practica totalidad de los actuales cultivadores del cine independiente de una u otra manera está influenciada por Godard".

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Un poquito de marxismo
Todo aquella forma de comprender el cine viviría un cisma en el interior de Godard en mayo de 1968. París ardía buscando la arena de playa debajo de los adoquines, mientras el realizador francés asumía una serie de postulados revolucionarios sin parangón. Sus simpatías maoístas y el debate mediático sobre la legimitidad de la lucha armada le habían llevado a rodar la mítica La Chinoise. Anticipando el malestar generacional que desembocaría en aquel conato revolucionario.

"Godard fue el único cineasta que, tras los acontecimientos del 68, nunca volvió a hacer las mismas películas de antes", describía el artista Harun Farocki en su libro conversado con Kaja Silverman A propósito de Godard. "El único que no consideró todo eso como un mero paréntesis sino como un punto de partida".

Tras lo vivido aquel año, Godard anunció que dejaba el cine comercial y abrazaba la propaganda, como antes hicieron algunos de sus cineastas favoritos. Inaugurando así una etapa de su cine entendido como arma política capaz de concienciar al espectador, e incluso alterar la sensibilidad del tejido social en determinados temas. Con el llamado Grupo Dziga Vertov realizó Pravda para cuestionar la capacidad de engaño de las imágenes y el revisionismo comunista; Luchas en Italiapara reflexionar sobre las contradicciones del marxismo y la moral burguesa; y Aquí y allá para denunciar la ocupación de Palestina.

En el 72 su película Todo va bien volvería en parte a la narrativa audiovisual clásica para ofrecer una de las muestras más relevantes de cine social. Discurso ampliamente integrado en el cine francés contemporáneo cuya influencia se puede rastrear hasta en El odio de Mathieu Kassovitz.

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Ejercicio para descolonizar la mirada
Desde que en 1963 la censura francesa prohibiese la distribución y exhibición de su film El soldadito, Godard ha abogado en múltiples ocasiones por evitar la mirada centralista del cine occidental y abrazar otra forma, más global, de entender las imágenes. Por cambiar el foco. No en vano, aquella película se significaba como un inteligente alegato en contra de la colonización en la guerra de Argelia. Como La Chinoise lo fue contra la ocupación estadounidense de Vietnam.

"No hay ninguna duda de que el acto de representar casi siempre implica violencia hacia el tema de la representación", reflexiona el propio Godard en El libro de imágenes en referencia a la coacción que implica la representación occidental de Oriente. La mirada, casi siempre imbuida de prejuicios, que un mundo proyecta sobre otro que no conoce. Bien invadiendo el espacio representativo de particularidades culturales propias, bien exaltando las ajenas hasta dejarlas en el terreno de lo exótico.

"Se les representa con exageraciones y jaleo. Al mundo no le interesan los árabes. El mundo árabe es un paisaje, un decorado. Aunque exista como un mundo en sí mismo nunca se aprecia como tal. Siempre se le considera como un todo en relación a cualquier país de Oriente Medio", añadiría el autor.

Para el Godard de hoy, el cine puede ser un ejercicio para conocer culturas no occidentales, abrirse a ellas e intercambiar relevancias. Para nutrirse. Si el egocentrismo del séptimo arte actual lo permite. "¿Quién ha llamado 'arte' al cine? Sólo los occidentales", recogía Natalia Ruiz en En busca del cine perdido.

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El cine es una ciencia experimental
El libro de imágenes es el último ejemplo del Godard más experimental. Aunque bien es cierto que viene estudiando los límites formales del arte cinematográfico como espacio de encuentro entre espectador y artista desde que iniciase su carrera.

Allá por 1973, Godard se toma en serio –se considera el vídeo Moi Je como el que abre su etapa teórica–, la exploración de lo formal en el séptimo arte, alejada de su concepción narrativa, de la idea de cine como arte para contar historias a través de imágenes en movimiento.

Puestos en duda sus postulados, su obra ha reflexionado sobre múltiples realidades alejándose, cuando lo ha necesitado, de la lógica. "Marxismo, psicoanálisis y semiología constitituyen un marco común definido por una voluntad de deconstrucción crítica", describe David Oubiña en el prólogo de A propósito de Godard. "Esa es la lección de Godard: mirar debería implicar un cuestionamiento de la mirada".

Una objeción al acto de la mirada pasiva que Godard lleva cultivando desde hace décadas y que ha destilado hasta cintas como Filme socialisme, Adiós al lenguaje y la que ahora llega a nuestras pantallas. Un cine que antepone el interrogante a la pregunta para mover al espectador hacia el cuestionamiento de la imagen en una sociedad ultramediatizada.

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El cine es esperanza
En 1963, su cinta El desprecio se abría con una cita de André Bazin –padre intelectual de gran parte de la Nouvelle Vague–, que rezaba: "El cine sustituye nuestra mirada por un mundo más en armonía con nuestros deseos". Pues bien: no solo ésta era una reflexión sobre el deseo, todo la obra de Godard se configura como una extrapolación de sus anhelos para con el mundo. De su confianza –y paulatina decepción–, para con su capacidad emancipadora.

De ahí que El libro de imágenes se revele, en última instancia, como una llamada de esperanza en la capacidad transformadora del cine. Intelectual, material o sentimentalmente. La voz en off del realizador francés -quebrada y a punto de apagarse, como bien apuntaba el crítico Jordi Costa- exclama en el el tercer acto de este viaje cuasi performático que es su último film: "Incluso si nada ocurriera como nos habíamos imaginado, nuestras esperanzas no cambiarían. Las esperanzas seguirán existiendo y la utopía será siempre necesaria".

"Pensar consiste, entre otras cosas, en tocar lo que se nos escapa de las manos", describía el filósofo y periodista cultural Albert Lladó en el libro Humanidades en acción. "Pensar es aproximarse al territorio donde los prejuicios caen, de forma necesaria, por el abismo que se abre entre cada vínculo no dibujado".

Eso es exactamente lo que nos propone Godard con El libro de las imágenes. Un artefacto para pensar el cine como un diálogo, como un intercambio de pareceres entre imágenes en movimiento que significan lo que cada uno tenga a bien interpretar. Pero con capacidad para afectar y transformar, si bien no el mundo, sí la mente de cada espectador. Para entender el séptimo arte como una utopía capaz de cambiar y cambiarnos.

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22/02/2019 - 22:00h
https://www.eldiario.es/cultura/cin...d-revolucionario-nonagenario_0_870713163.html
 
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Las diabólicas / H. G. Clouzot, 1955 / Francia / 114 min.
El director de un colegio, el señor Delasalle, convive con su esposa y su amante, la profesora Horner. Pero las dos mujeres, cansadas de sufrir la constante tiranía y malos tratos del hombre que comparten, deciden que esa situación no puede continuar...
 
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