Esta mentira que acabo de contar que profirió Miriam en el juicio, ya por sí sola es indicativa de la importancia que sabía ella que tenía conocer que el matrimonio Vicente-Sagrario se ausentaba desde las once de la noche del 31 de julio hasta el mediodía del uno de agosto. Bien que lo sabía. Al principio de todo tenía importancia, pero no tanta, porque podía el criminal haber sido informado por cualquiera de los muchos que lo sabían, o ser un asesino profesional al que le diera igual matar a cualquiera que viera por la casa. Pero tres años después del crimen, con el terreno de la investigación ya avanzado y descartadas muchas personas, ella sentía que ya sí que tenía que mentir.
Es que no podía negar que sabía esa información porque el personal de la casa era testigo de que ella era conocedora de ese dato.
En la comida del día 31 también estuvieron presentes las dos abuelas de Myriam. Pobres ancianas. Eran dos señoras mayores, viudas y que solo habían tenido un hijo cada una (los marqueses eran ambos hijos únicos) y tener que enterrar a sus maridos, y después a sus hijos, encima asesinados... Y menos mal que se fueron de este mundo sin sospechar que además de Rafi y de Anastasio había más personas implicadas, supuestamente muy allegadas a ellas.