LAS PRINCESAS Y SUS TRAJES DE NOVIAS

En las calles de Londres, a pesar de las bajísimas temperaturas, multitudes se congregaron (algunos reservaron puesto con días de anterioridad), para ver el paso de la carroza irlandesa en que la princesa y su padre se trasladaron a la abadía de Westminster.

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A las 11:30 de la mañana, Isabel desfiló del brazo del rey por el templo, al son de la Marcha nupcial de Parry.

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El código de vestuario exigía morning dress (sacoleva, pantalón a rayas, chaleco y chistera) o uniforme para los caballeros, en tanto que las damas debían ir con trajes y guantes largos, joyas espléndidas, tiaras o sombreros adornados con plumas.

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Una de las historias más populares de su gran día es que la tiara tuvo un pequeño percance antes de llegar a la abadía.

La espectacular pieza con diamantes engarzados en oro y plata se rompió, así que un joyero tuvo que realizar una reparación exprés. Un apaño que, si bien volvió a permitir que el look nupcial estuviera completo, el espacio extra en uno de los extremos reveló que algo le había sucedido a la corona.

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También el ramo, formado por orquídeas blancas con una rama de mirto (en homenaje a la Reina Victoria) terminó desapareciendo

El séquito de la novia pensaba que habían perdido el ramo de orquídeas blancas , sólo para descubrir que un asistente lo había depositado en una hielera para preservar las flores.

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La novia todavía tenía más incovenientes por delante: se dio cuenta también de que aquella mañana se habia olvidado un antiguo collar de dos hileras de perlas -que sus padres le habían regalado con motivo del enlace- en St. James Palace, donde se exhibían los otros 2.500 regalos de boda de que habían recibido Isabel y Felipe de todas partes del mundo.

El secretario privado de Isabel partió raudo a recoger el collar -requisando el coche del rey de Noruega y todo-. Con tanta gente expectante, el tráfico estaba tan imposible que el secretario se vio obligado a salir del coche y hacer el camino a pie.

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El vestido se confeccionó en satén de seda, procedente de China.

El diseño contaba con un escote en forma de corazón, manga larga y una cola de cuatro metros en forma de abanico. Además, el vestido fue decorado con cristales y más de 10.000 perlas importadas de Estados Unidos.

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Isabel se había decidido por un vestido color marfil en satén duquesa elaborado por el diseñador de la corte Sir Norman Hartnell.

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las 25 costureras y los 10 bordadores que trabajaron en el mismo -todos sujetos a cláusulas de confidencialidad- lo habían adornado con emblemas florales tanto británicos como del resto de la Commonwealth en hilos de oro y plata, pequeñas perlas, lentejuelas y cristales.

Durante los dos meses que llevó la elaboración del vestido, Hartnell añadió su propia floritura secreta: un trébol irlandés de cuatro hojas tejido en la falda, para que Isabel pudiese reposar su mano en un símbolo de buena suerte

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la economía británica no podía permitirse un gran desembolso en el vestido. Por esta razón la propia Isabel II recopiló cupones para poder pagar los materiales del diseño, un gesto con el que despertó la simpatía de las inglesas. Al enterarse de que se encontraba ahorrando para el modelo de su gran día, sus fans más fieles llegaron a mandarle sus propios cupones. Finalmente, viendo la cariñosa respuesta masiva, terminó por devolverlos cuando el gobierno decidió aumentarle el presupuesto.


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