Curiosidades que no sabe la mayoría de la gente.

Pese a lo que podáis pensar, los córvidos son animales muy inteligentes. Por ejemplo, los cuervos conocen el funcionamiento del principio de Arquímedes según el cual un cuerpo sumergido desaloja un volumen de fluido proporcional a la diferencia de densidades del cuerpo y del fluido. Gracias a esto se les ha conseguido grabar bebiendo utilizando piedras para desalojar el agua.



Hace relativamente poco, además, se descubrió que los cuervos emplean sus picos para realizar gestos sencillos como ofrecer o señalar, algo que se puede considerar como la base del lenguaje. A mí esto me vuela la cabeza.


Por cierto, hilo muy interesante. Gracias.
 
El inventor del sobre del azúcar lo creó para que sea un simple gesto de romperlo sobre la bebida. Pongo foto:Ver el archivo adjunto 1722093
Pero cuando vio que nadie había entendido su invento y todo el mundo agitaba el sobre y lo rompía por la esquina, no lo pudo soportar y se suicidó.
Falso
https://abcblogs.abc.es/archivos-de...dio-del-inventor-de-los-sobres-de-azucarillos
 
En el mundo de las leyendas urbanas podríamos hacer una clasificación básica: las que no hacen daño a nadie (divertidas, curiosas…) y las que buscan desinformar, sembrar la duda entre la gente que se las cree.

Hoy, para inaugurar este rincón, comenzaremos con una de las primeras. Y no, no hay que asustarse por el titular: no hay víctimas en esta historia.

Hay hombres de negocio que parecen tenerlo todo: un emporio, prestigio entre los competidores y un producto usado en todo el planeta. Y sin embargo alguien, en cualquier rincón perdido, decide inventar una mala historia. Pero, ¿qué mentira extender sobre el diseñador de los sobres de azucarillos? Lo lógico hubiera sido decir algo sobre que era adicto a la glucosa, que quizá en su primera época en sus sobres añadía otra sustancia o algo similar. Pero quien quiera que creara esta leyenda decidió ir más allá: y así surgió la idea de que el creador de los azucarillos, un hombre que dirigía un entramado empresarial, se quitó la vida, ni más ni menos, cuando vio que nadie usaba su producto como él quería.

Pero qué complicación puede tener un sobre de azúcar para volver loco a su creador. Repasemos qué cuenta la leyenda. Cierto día (nunca nada concreto, como en todas las leyendas) mientras el buen señor tomaba café con su esposa en un restaurante (esta parte puede variar según quién la cuente) vio cómo las personas de las mesas contiguas abrían mal el sobre con el edulcorante. Por lo visto él había diseñado un embalaje que había que partir por la mitad sobre la taza. De esta manera todo el contenido cae sobre el recipiente, te ahorras ver a la gente agitando el sobre como si fuera una maraca y llenar la mesa con el papel sobrante de cortar la parte de arriba. Algo tan sencillo como eso. Solo que la versión más conocida de la historia acaba con el hombre marchando apesadumbrado al baño y colgándose (aunque las diferentes versiones también difieren en esta parte, como que se quitó la vida en casa).

Una historia curiosa que quien más quien menos ha escuchado en alguna sobremesa de esas en las que los temas de conversación van escaseando. Pero veamos qué hay de realidad.

La persona detrás del concepto es Benjamin Eisenstadt, que tuvo la idea de los sobres de azucarillos (los redondos y compactos). Su historia, como tantas que llegan de Estados Unidos, habla de un hombre de éxito que tuvo que abandonar su brillante carrera de abogado como consecuencia de la gran crisis de 1929. Entró a trabajar en una cafetería de su suegro y allí se dio cuenta de cómo podía hacerse rico. Transformó la cafetería en una empresa pequeña de paquetería, después la convirtió en una fábrica de bolsas de té. Ambos fueron un fracaso, pero en 1947, aprendiendo de sus errores y apoyándose en estas experiencias, fabricó el primer sobre de azúcar con las mismas máquinas con las que empaquetaba el té. Un éxito al que diez años después le acompañó lo que le convirtió en todo un empresario de éxito. Junto a su hijo, que había estudiado química, logró transformar la sacarina (que se usaba un siglo antes pero en formato líquido) en polvo blanco que también puso en los mismos sobres individuales.

Pero el bueno de Benjamin Eisenstadt no tuvo el final que la leyenda pretende darle. Es más, su muerte se aleja de algo tan triste como lo que le pretenden atribuir. El New York Times publicó en 1996 el obituario del empresario. El resumen es el siguiente: Eisenstadt murió a los 89 años de edad acompañado por su hijo. Vamos, que no solo no se quitó la vida viendo cómo nadie le hacía caso sino que además vivió una larga y próspera vida en la que pudo disfrutar de las múltiples riquezas que le proporcionó su genial idea.
 
En el mundo de las leyendas urbanas podríamos hacer una clasificación básica: las que no hacen daño a nadie (divertidas, curiosas…) y las que buscan desinformar, sembrar la duda entre la gente que se las cree.

Hoy, para inaugurar este rincón, comenzaremos con una de las primeras. Y no, no hay que asustarse por el titular: no hay víctimas en esta historia.

Hay hombres de negocio que parecen tenerlo todo: un emporio, prestigio entre los competidores y un producto usado en todo el planeta. Y sin embargo alguien, en cualquier rincón perdido, decide inventar una mala historia. Pero, ¿qué mentira extender sobre el diseñador de los sobres de azucarillos? Lo lógico hubiera sido decir algo sobre que era adicto a la glucosa, que quizá en su primera época en sus sobres añadía otra sustancia o algo similar. Pero quien quiera que creara esta leyenda decidió ir más allá: y así surgió la idea de que el creador de los azucarillos, un hombre que dirigía un entramado empresarial, se quitó la vida, ni más ni menos, cuando vio que nadie usaba su producto como él quería.

Pero qué complicación puede tener un sobre de azúcar para volver loco a su creador. Repasemos qué cuenta la leyenda. Cierto día (nunca nada concreto, como en todas las leyendas) mientras el buen señor tomaba café con su esposa en un restaurante (esta parte puede variar según quién la cuente) vio cómo las personas de las mesas contiguas abrían mal el sobre con el edulcorante. Por lo visto él había diseñado un embalaje que había que partir por la mitad sobre la taza. De esta manera todo el contenido cae sobre el recipiente, te ahorras ver a la gente agitando el sobre como si fuera una maraca y llenar la mesa con el papel sobrante de cortar la parte de arriba. Algo tan sencillo como eso. Solo que la versión más conocida de la historia acaba con el hombre marchando apesadumbrado al baño y colgándose (aunque las diferentes versiones también difieren en esta parte, como que se quitó la vida en casa).

Una historia curiosa que quien más quien menos ha escuchado en alguna sobremesa de esas en las que los temas de conversación van escaseando. Pero veamos qué hay de realidad.

La persona detrás del concepto es Benjamin Eisenstadt, que tuvo la idea de los sobres de azucarillos (los redondos y compactos). Su historia, como tantas que llegan de Estados Unidos, habla de un hombre de éxito que tuvo que abandonar su brillante carrera de abogado como consecuencia de la gran crisis de 1929. Entró a trabajar en una cafetería de su suegro y allí se dio cuenta de cómo podía hacerse rico. Transformó la cafetería en una empresa pequeña de paquetería, después la convirtió en una fábrica de bolsas de té. Ambos fueron un fracaso, pero en 1947, aprendiendo de sus errores y apoyándose en estas experiencias, fabricó el primer sobre de azúcar con las mismas máquinas con las que empaquetaba el té. Un éxito al que diez años después le acompañó lo que le convirtió en todo un empresario de éxito. Junto a su hijo, que había estudiado química, logró transformar la sacarina (que se usaba un siglo antes pero en formato líquido) en polvo blanco que también puso en los mismos sobres individuales.

Pero el bueno de Benjamin Eisenstadt no tuvo el final que la leyenda pretende darle. Es más, su muerte se aleja de algo tan triste como lo que le pretenden atribuir. El New York Times publicó en 1996 el obituario del empresario. El resumen es el siguiente: Eisenstadt murió a los 89 años de edad acompañado por su hijo. Vamos, que no solo no se quitó la vida viendo cómo nadie le hacía caso sino que además vivió una larga y próspera vida en la que pudo disfrutar de las múltiples riquezas que le proporcionó su genial idea.
Genial, prima!
Ahora podré contar las dos historias: que se suicidó y que es mentira. :ROFLMAO:
 
en francés, el acento circunflejo en una vocal indica que en la palabra original en latín había una s detrás. por ejemplo tête (cabeza) viene de testa, côte viene de costa, y así con todo...

me manejo mejor con el inglés, pero lo poco que estudié de francés se me quedó muy grabado.

en matemáticas, ese símbolo del acento circunflejo se usa para los ángulos de un triángulo, entre otras cosas. pero bueno, se le llama "gorrito" o algo parecido y así todo el mundo se entera.😉

ejemplo.jpg
 
Me he liado con Manuel Jalón Corominas, que patentó la fregona, este sí es aragonés. Y también se le ocurrió la jeringuilla desechable.
Hasta la aparición de la fregona, las mujeres se machacaban las rodillas, la espalda y los brazos para fregar el suelo. Auténticos palizones, bendito invento.

Más de un monumento merece ese señor.
 
Yo sé un truco infalible para quitar el hipo: la persona que tiene hipo se tapa los oídos cqon los dedos índice de ambas manos y otra persona le da a beber un vaso de agua todo seguido. Ignoro el motivo pero funciona siempre.
Yo conozco otro. Estando de pie, doblas el cuerpo hacia adelante (de cintura hacia arriba) lo más que puedas a la vez que bebes varios tragos de agua. Infalible igualmente.
 

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