Adelanto libro. Máxima, luces y sombras de una reina

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Adelanto libro. Máxima, luces y sombras de una reina​

A punto de celebrar 50 años, y ocho en la corona de los Países Bajos, el libro Máxima. La construcción de una reina aporta detalles de tres momentos clave en su vida​

24 de abril de 202100:15
Rodolfo Vera CalderónPaula Galloni
Máxima, durante un retrato oficial, en 2018
Máxima, durante un retrato oficial, en 2018Erwin Olaf


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CAPÍTULO II

“Una mujer ambiciosa”​

El verano en Manhattan siempre fue agobiante, y entre julio y agosto la mayoría de la alta sociedad neoyorkina se toma vacaciones. Quienes no tienen la suerte de poder hacerlo buscan una bocanada de aire fresco en el mar, a pocos kilómetros, cerca de las aguas del Atlántico. Coney Island es el balneario más popular, en Brooklyn. También están Rockaway Beach y Fort Tilden, en Queens; o Long Island, con variedad de arena para todos los gustos. Algunas playas son pagas, otras muy concurridas y muy pocas son desoladas. A pesar de que esos destinos eran los que estaban más cerca de sus posibilidades, Máxima nunca los visitaría.
Cuando arribó al aeropuerto internacional John F. Kennedy, el verano de 1995, el calor la dejó atónita. No podía siquiera pensar mientras cargaba las valijas e interpretaba las indicaciones que le había dado su anfitrión, Raúl Sánchez Elía, para poder llegar a su casa de descanso, en Southampton, el exclusivo reducto de las familias más acaudaladas de Manhattan. Él era un empresario poderoso que había estado casado con Lucrecia Botín, la hija de Jaime Botín, ex presidente de Bankinter y famoso por intentar sacar ilegalmente de su país un Picasso valorado en casi treinta millones de dólares, además de prima de Ana Botín, presidenta del Banco Santander y una de las mujeres más ricas de España. Máxima se contactó con Raúl un mes antes de viajar, por intermedio de una amiga, hablaron por teléfono y se cayeron bien mutuamente; él le dio consejos para su búsqueda laboral en la banca y ella supo agradecer con su simpatía arrolladora. Así fue como antes de su llegada recibió la invitación de Raúl para pasar las primeras semanas en su casa de Southampton, “el refugio” para ricos e influyentes.
En 2001, Máxima y Guillermo anunciaron su compromiso
En 2001, Máxima y Guillermo anunciaron su compromisogentileza
“En Manhattan no tendrás nada para hacer, ni siquiera te darán una entrevista de trabajo. Esta es la dirección de mi casa, estás invitada. Solo decime qué día te espero”, le dijo Raúl a Máxima. Ella no lo dudó y al bajar del avión, después de casi once horas de viaje, hizo tres horas más para llegar al destino final, a bordo del Hampton Jitney, un conocido servicio de bus que conecta Manhattan con los Hamptons.
Allí descubrió un mundo inesperado pero fascinante. En los noventa hubo una oleada de jóvenes latinoamericanos vinculados a las finanzas, que llegaban a la Gran Manzana para trabajar en el mercado financiero, y la futura reina consorte era uno de ellos. “Nueva York era el centro del universo y la mayoría de los países latinoamericanos habían salido de la recesión o de un régimen dictatorial. De repente, éramos aceptados porque nuestros países estaban generando trabajo. Era un fenómeno de esos tiempos que los latinos de familias tradicionales viniesen a trabajar a Wall Street, debido a que sus empresas familiares de alguna manera beneficiaban a los Estados Unidos. Parecía injusto que la banca hiciera rico al que ya lo era, pero se contrataba a los jóvenes financistas y latinoamericanos de esa época porque utilizaban sus contactos (y los de sus padres o abuelos) para llegar a nuevos clientes. Además, los latinos éramos aceptados porque éramos divertidos y los americanos buscaban sangre nueva”, confesó un financista centroamericano, que describió a los Hamptons como “el destino dorado y obligado de los neoyorkinos”. Ahí tenías que estar para ver y ser visto.
“Un día después de que llegó a Nueva York, Máxima apareció en la playa y empezó a juntarse con un grupo de latinos y europeos que eran amigos de Raúl. Lo primero que les dijo era que estaba desesperada por conseguir trabajo”, contó una persona que la conoció por ese tiempo.
Una amiga de Máxima accedió a contarnos cómo se manejaban esos jóvenes extranjeros: “Nosotros estábamos comenzando nuestras carreras y no teníamos veinte mil o cuarenta mil dólares para pagar por el alquiler de una casa en los Hamptons. Entonces nos uníamos y compartíamos entre varios. Un chico panameño organizaba una casa que estaba llena de latinos, había otro que se encargaba de rentar con ingleses; también había una casa que alquilaban los alemanes. Pero todos socializábamos, nos encontrábamos por las noches en alguna fiesta en la casa de alguien. Máxima llegó a la casa de Raúl Sánchez Elía, el más adulto del grupo, el que más plata tenía y con una casa espectacular con salida a la playa. Tuvo suerte. O fue astuta. No sé”.
La misma fuente asegura que el grupo de extranjeros que conoció Máxima en el verano de 1995 no era una simple banda de jovencitos probando suerte en Manhattan. Todos habían llegado allí con credenciales académicas, pertenecían a familias con mucho poder y tenían el mismo objetivo de ser importantes como financistas. El príncipe Maximiliano Nicolás María de Liechtenstein, miembro de una de las familias más ricas de Europa, era uno de los que estaban en las playas neoyorkinas cuando Máxima apareció en escena. También había dos argentinos, Emilio Ocampo y Alejandro Tawil. El último se convirtió hasta el día de hoy en un amigo cercano. En ese momento, aunque su panorama era muy distinto al de cualquiera de ellos, todos asesoraron a Max. Así la apodaron instantáneamente.
En cada aparición pública, no pierde su objetivo de posicionarse entre las royals mejor vestidas del mundo
En cada aparición pública, no pierde su objetivo de posicionarse entre las royals mejor vestidas del mundoPatrick van Katwijk - Getty Images Europe
A Máxima le faltaba algo muy preciado e importante para ese círculo social: un apellido de abolengo. Zorreguieta no tenía estirpe ni linaje. “En la Guía Azul pasa de Zorraquín a Zorrilla”, asegura una conocida mujer de la alta sociedad argentina, que tuvo a sobrinos e hijos de amigos estudiando y trabajando en Wall Street durante la misma época en que lo hizo Máxima.
Antes de llegar a los Estados Unidos, Máxima puso en práctica lo que le había enseñado su padre: lo más preciado es el networking, es decir, los buenos contactos. Viviendo entre nobles y niños ricos descubrió que no sería tan sencillo conseguir trabajo. “Cuando querés entrar en los bancos, se fijan mucho dónde estudiaste, si hiciste algún máster en Princeton, Georgetown, Stanford, Harvard, Oxford… Ella no tenía nada de eso. Venía de una universidad argentina, nada más. Pero lo que sí tenía era una gran ambición”, confesó uno de los latinos del grupo. Y completó: “Después de ese verano, Máxima estuvo durmiendo de sofá en sofá. Buscó trabajo durante meses y estaba desesperada. A la mayoría de nosotros nos contrataban al salir de la universidad por el famoso Optional Practical Training (OPT), pero ella no lo tenía y estuvo a punto de irse. Hasta que la llamaron de Credit Suisse. Para esa época, estaba quedándose en la casa de Alejandro Tawil. Él ahora vive en Mozambique y sigue siendo muy exitoso con su compañía de inversiones Third Way Africa, tanto como Raúl. Ambos eran los poderosos del grupo, y Máxima, casualmente, se hizo muy cercana de los dos”.
Por algún motivo que se desconoce en la página de la Casa Real donde se publican los estudios y trabajos de Máxima no se menciona su paso por Credit Suisse, y es posible que la razón sea no dejar en evidencia la cantidad de meses que pasó desempleada. Pero nuestra fuente da fe de que así fue, porque además de pertenecer al mismo grupo de amigos coincidieron en su primer trabajo.
Antes de cobrar su primer sueldo empezó a buscar departamento. Estaba cansada de tener toda su vida dentro de una valija y andar de aquí para allá sin tener un lugar que llamar hogar. Pero se llevó una decepción cuando vio que los precios eran muy elevados, que con su sueldo no tendría oportunidad de alquilar algo para ella sola en Manhattan, y que todos sus amigos ya contaban con roommates. Entonces aparecieron en escena Victoria Goldaracena y María Frattini, dos argentinas con amigos en común que buscaban una nueva compañera. El departamento estaba ubicado en el barrio de Chelsea, que en esa época empezaba a ser transitado por artistas bohemios debido a la escalada de precios en los grandes lofts del Soho, y ubicado a metros del subte, el medio de transporte por excelencia de la ciudad. Pero lo que más le gustó fue que podría ir caminando a la oficina de Credit Suisse. Cerró el trato de inmediato con Vicky y María y se acomodó en el único cuarto vacío. Así empezaba una nueva etapa en la Gran Manzana.

CAPÍTULO VI

“EL NUEVO MUNDO DE MÁXIMA”​

La mejor manera de enseñar es con el ejemplo, dijo alguna vez Albert Einstein. Y en el caso de Máxima contó siempre con el inefable punto de referencia que representa la hoy princesa Beatriz, su suegra y reina de Holanda entre 1980 y 2013, una mujer que mantuvo a rajatabla una actitud y una presencia llenas de austeridad y sensatez durante todo el tiempo que ocupó el trono holandés. Un rasgo de los calvinistas que a Máxima, quien aún profesa la fe católica, le sigue costando mucho entender.
Beatriz comenzó su reinado en medio de protestas lideradas por un movimiento de okupas pertenecientes a la generación de los baby boomers que organizaron el mayor episodio de este tipo de disturbios en el país desde la Segunda Guerra Mundial para reclamar por la escasez de viviendas de interés social. Con el lema “sin casa, sin coronación”, la llegada al trono de la madre de Guillermo Alejandro marcó un antes y un después en la relación del pueblo con la familia real, ya que seiscientas personas resultaron heridas en las protestas.
De cualquier forma, para muchos holandeses sigue siendo inolvidable ese vestido color marfil de corte piramidal y mangas tulipa que lució Beatriz —creado por Theresia Vreugdenhil, una de sus diseñadoras predilectas— y que dejó en evidencia las grandes diferencias que existen entre el estilo de Máxima y su suegra. Beatriz usó la discreta tiara de perlas con brillantes, considerada una de las piezas con más historia de la colección Orange y que muchas mujeres de la familia real eligieron para innumerables actos oficiales. Máxima, en cambio, para el día de la proclamación de su marido como rey de los Países Bajos, se decantó por un vestido del holandés Jan Taminiau en color azul cobalto —en la Antigüedad se lo asociaba con el infinito, la inmortalidad, la realeza; además de ser el color de los faraones y las vírgenes— confeccionado en gasa con aplicaciones de pedrería, cristal, manga larga y falda con bordados. Un composé que, si Walt Disney hubiese llegado a ver seguramente lo habría inmortalizado en alguna de sus taquilleras películas. Como si no fuera suficiente, la complementó con una capa al tono con hombros realzados y “coronó” con la llamativa tiara de zafiros con brillantes —la segunda más importante del cofre y que por su estatus tenía permitido usar— y a la que mandó reformar especialmente para tan regia ocasión.
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Erwin Olaf
Beatriz siempre conoció muy bien su físico y supo adaptarlo a cualquier situación protocolaria. Junto con las holandesas Sheila de Vries y Theresia Vreugdenhil, las diseñadoras de su mayor confianza y creadoras de su estilo, pensaba los modelos que luciría en cada momento priorizando en especial su comodidad. Y eso lo aprendió de su madre, la querida reina Juliana, quien siempre estuvo muy cercana y pendiente de su pueblo. Beatriz creció con la idea de que “el hábito hace al monje”, pero sobre todo con una regla de oro que su madre le repitió incansablemente: una reina debe parecerlo, sin excesos ni excentricidades.
Y lo cumplió. Recorrió el mundo, se convirtió en la mayor anfitriona de su país, bajó todos los años por las pistas de esquí de Lech y se refugió en su casa de la Toscana junto a sus íntimos, pero siempre lo hizo fiel a su estilo y acorde con las circunstancias. Desde que se convirtió en soberana hasta su discretísima despedida el día de la proclamación de Guillermo Alejandro, Beatriz de Holanda dio cátedra de elegancia y sencillez. Ese día optó por un vestido azul rey, su color favorito y uno de los que predomina en el escudo de los Orange, que combinaba a la perfección con un broche con un gran zafiro rodeado de brillantes y sombrero a tono confeccionado en fibra de banano por Suzanne Moulijn, su sombrerera de cabecera. Todo pensado, por supuesto, por su vestuarista desde 1982, Emy Bloemheuvel.
Es probable que la comparación entre Beatriz y Máxima suene odiosa o parezca superflua, pues sus historias de vida y sus orígenes son totalmente dispares. Sin embargo, es más que necesaria considerando que aun siendo la antítesis conservan algo en común: a lo largo de los años, ninguna de las dos cambió su esencia. Desde un principio a la mujer de Guillermo Alejandro le gustó experimentar con colores chillones, bisutería XL y sombreros estrambóticos, por lo que desde que ingresó a la corte holandesa no ha dejado de sorprendernos, para bien o para mal. En cambio, su suegra nunca dejó de ser sobria a la hora de vestirse y ni siquiera modificó su peinado, que conservó siempre corto y por encima de los hombros, un mandato bajo el que son educadas todas las princesas y reinas de sangre. “Es exótica, tiene pasión, brillo y extravagancia y no trata de ser distante como Beatriz”, declaró en 2013 para una entrevista con la BBC Han van Bree, un historiador especializado en la familia real holandesa.
Con su suegra, Beatriz, reina de Holanda entre 1980 y 2013
Con su suegra, Beatriz, reina de Holanda entre 1980 y 2013Patrick van Katwijk - Getty Images Europe
Máxima tiene aún mucho que aprender de su suegra. Sigue en el proceso de construirse una imagen adecuada al de reina consorte y es evidente que, en cada aparición pública, no pierde su objetivo de posicionarse entre las royals mejor vestidas del mundo. Una carrera que no ha sido nada fácil. Según los periodistas monárquicos de Europa, la argentina tiene por encima de ella a Rania de Jordania, Charlotte Casiraghi, Letizia de España, la duquesa de Cambridge, la princesa Charlene de Mónaco, la princesa Victoria de Suecia, la princesa Sirivannavari de Tailandia e incluso la ecléctica princesa saudita Deena Al-Juhani Abdulaziz. Un escalafón que aún parece muy alto de trepar.
Aparentemente, los especialistas de moda más exigentes pretenden que la reina consorte de Holanda deje de lado las excentricidades y elija conjuntos más sobrios, pero sobre todo hechos en Holanda, tal y como lo hacía Beatriz, para asistir a cada evento oficial. “Será una de las tantas formas con las que complementará sus funciones acompañando a su marido por el mundo, no solo por su apoyo al diseño y la industria holandeses, sino porque de esa forma representará y defenderá los intereses de Holanda con la misma austeridad y decoro con que lo hicieron sus antecesoras”, declaró un periodista holandés que vive en la Argentina.
* * *
¡Cómo evolucionó el estilo de Máxima! En su primera aparición en el palacio Noordeinde de La Haya, el 30 de marzo de 2001, eligió un sencillo vestido terracota apenas adornado con un broche del lado derecho y que al parecer era un par de tallas más grande. Para los conocedores de protocolo fue un hecho calamitoso, porque el broche en forma de flor que lució estaba ubicado de manera incorrecta. Las reglas básicas indican que los prendedores siempre deben usarse del 106 lado izquierdo, a menos que se utilicen para sostener la banda de alguna orden o que el vestido no tenga manga de ese lado. Así, Máxima demostró en su primera aparición pública el poco conocimiento que tenía sobre las reglas de oro de cómo usar estas piezas de joyería tan populares entre los miembros de la realeza. Pero más aún impactó que nadie dentro de la Casa Real haya reparado en ese detalle. Qué diferencia entre esos primeros años en los que aún se la notaba insegura con su estilo a estos últimos en los que reafirma en cada aparición (y sin vergüenza a ser criticada) su amor por el color y su pasión por las joyas, que nunca faltan. Porque cuando el protocolo no le exige que lleve tiara, Máxima aprovecha para lucir piezas de sus diseñadores de bisutería favoritos, tales como la heredera naviera griega Marianna Goulandris, las holandesas Renée Arnold y Ellen Beekmans, o los argentinos Celedonio Lohidoy y Federico de Alzaga. Este último su ex novio y fundador de la firma Aracano, muy popular hoy entre influencers como Lauren Santo Domingo y Carolina Herrera Jr. “Tiene una personalidad muy segura de sí misma. Posee una calma única y es muy educada. Se toma su tiempo para todo, aunque sabe perfectamente lo que quiere. Puedo decir que Máxima es la clienta ideal que te escucha y que respeta mucho la opinión de otro. Realmente me encanta trabajar con gente así”, contó Lohidoy. “Le gusta lucir piezas que la representan. Mis diseños no llaman la atención por su valor material sino por su valor energético y el mensaje que trasmiten y eso lo entendió muy bien la reina Máxima desde un principio. Ella tiene acceso a cualquier joya del mundo, por lo que me hace sentir muy especial que me elija. Nos conocimos porque varias de mis clientas son amigas de ella. Un día vino a verme y se enamoró de las arañas que ha utilizado ya en varias ocasiones. Después se llevó varias mariposas, un clásico mío, que ella luce como nadie. También me ha comprado algunos collares y varios escarabajos”, concluyó el bijoutier argentino. Con los años dejó de lado lo entallado y ahora se decanta un poco más por estilismos cómodos, pero siempre dejando al descubierto los brazos, los hombros o el cuello y, por supuesto, marcando la cintura. Para Máxima los escotes le aportan juventud, aunque algunas veces le jugaron una mala pasada al dejar en evidencia más de lo necesario. Pero aprendió. A sus cincuenta años, nunca más volvió a mostrar sus atributos como aquella vez en el casamiento de Guillermo de Luxemburgo o volvió a usar un entallado vestido de corte sirena como el que llevó a la boda de Victoria de Suecia con Daniel Westling, en 2010. Entendió que la coquetería y la discreción rara vez pueden caminar juntas de la mano.
CAPÍTULO X

“EL DOLOR MÁS GRANDE”​

Luego de una llamada al 911, alrededor de las diez y cuarto de la noche de aquel fatídico miércoles 6, los oficiales de la Comisaría 11 rodearon la entrada de Río de Janeiro 228, el edificio de cincuenta y cuatro departamentos. Acompañados por dos médicos del Sistema de Atención Médica de Emergencias (SAME), la policía ingresó y cercó el séptimo piso.
Además de encontrarse con Inés muerta, tuvieron que atender a María, que se había desvanecido. Las luces de la policía alertaron a los vecinos y algunos bajaron a la calle para intentar encontrar respuestas. Todavía no se conocían datos fehacientes. Solo que alguien había muerto. Otros decidieron quedarse como espectadores, pegados a las ventanas. Para la medianoche, algún que otro fotógrafo ya daba vueltas por el lugar. Y para las cinco de la mañana se colmó de gente. Los medios se instalaron en la cuadra y por más de tres días la casa de Inés fue la oficina de muchos periodistas.
Máxima tenía una relación especial con su hermana Inés; detrás de ellas, su mamá
Máxima tenía una relación especial con su hermana Inés; detrás de ellas, su mamáPatrick van Katwijk - Getty Images Europe
Los habitantes del edificio descubrieron esa mañana que la chica de perfil bajo, que habitualmente cargaba una guitarra a su espalda, era la hermana menor de la reina Máxima de Holanda.
El cuerpo fue trasladado a la Morgue Judicial para realizar la autopsia de rigor, y los resultados preliminares descartaron agresiones de terceros. En cuestión de horas la noticia dio la vuelta al mundo. Máxima no tenía consuelo.
* * *
El vuelo 701 de la aerolínea KLM aterrizó en Ezeiza a las cinco y veintiocho de la mañana del viernes 8 de junio de 2018. La operación que se había montado en el aeropuerto internacional fue tal que en cuanto los reyes descendieron del avión junto a sus tres hijas, se esfumaron del lugar. La prensa los vio recién después del mediodía, en el cementerio Memorial de Pilar. Ingresaron a bordo de una camioneta, igual que un año atrás cuando despidieron a Coqui. Esta vez, no se esperaba una misa de responso tan convocante.
El shock era muy grande para la familia y la seguridad se hizo notar. Horas previas, los servicios secretos holandeses habían chequeado el lugar; también hubo grupos comando, y minutos antes del arribo de la familia real dos helicópteros sobrevolaron el lugar. El día anterior, en un comunicado del Servicio de Información del Gobierno, la Casa Real anunció que debido a la trágica noticia, la reina consorte de los Países Bajos cancelaría su agenda, por tanto ese día no acudiría a la apertura del evento Holland Festival en Ámsterdam ni a la presentación de un nuevo centro especializado en el Hospital Universitario de Groninga (UMCG). Tampoco participaría en la visita de Estado, estipulada entre el 11 y el 15 de junio, a Letonia, Estonia y Lituania. En un segundo comunicado, más escueto, decían que Máxima se encontraba “muy conmocionada y triste”.
Por las imágenes que circulan del entierro, Máxima volvió a mantener la compostura y no lloró frente al público como en su casamiento. Encontró consuelo en la música, como en la despedida a su padre, apenas diez meses antes. Esta vez cantó dos canciones, “No woman, no cry”, de Bob Marley y “Knockin’ on Heaven’s Door”, de Bob Dylan. Conociendo el repertorio musical de Inés, y su pasión por la música, supo que cantar junto a Martín significaría mucho para su hermanita.
En familia: con sus tres hijas, en una clásica postal estival en los jardines del palacio Huis ten Bosch
En familia: con sus tres hijas, en una clásica postal estival en los jardines del palacio Huis ten BoschDE WIT FOTOGRAFIE
El entrenamiento para ser la consorte del rey había dado sus frutos, Máxima se había convertido en una mujer que podía tolerar sus emociones en público. María, su madre, y la princesa Amalia, su hija mayor, sí mostraron angustia y dolor en sus rostros. Las dos caminaron junto al féretro tomadas de la mano. Guillermo Alejandro contuvo con abrazos a la menor de las princesas, Ariane. Después, fue el turno de Alexia. Había mucho dolor e interrogantes ese día entre los familiares y amigos de Inés. El Rey conocía acerca del dolor que atravesaba su mujer internamente. Él también había perdido a su hermano menor. La muerte de Johan Friso de los Países Bajos había sido trágica, como la de Inés Zorreguieta. El 17 de febrero de 2012, mientras esquiaba en las pistas de Lech, Friso fue alcanzado por una avalancha que lo tuvo desaparecido durante veinticinco minutos. Cuando lo encontraron, la falta de oxígeno le había ocasionado un daño cerebral que lo dejó dieciocho meses en coma. Friso murió en el palacio Huis Ten Bosch, donde su madre, que ya no era soberana, había decidido trasladarlo para su mejor cuidado, luego de que fuera diagnosticado “en estado de mínima conciencia”.
Máxima decidió quedarse en Buenos Aires unos días más. El lunes 11, a primera hora, apareció en la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional N° 19, interinamente a cargo de Cinthia Oberlander. Quería saber todo sobre las últimas horas de Inés; quienes conocen los manejos de una Corona europea también conocen sobre los mecanismos de silencio que se mantienen en estos casos. Seguramente, bastó con que la reina consorte de los Países Bajos se hiciera presente para que la cantidad de información que había circulado los días previos dejara de correr.
Ese mismo día, ya segura de que las fuentes judiciales relacionadas al caso dejarían de actualizar la causa y, por ende, al no haber nueva información, la muerte de Inés dejaría de ser interesante para los medios, Máxima citó a su madre y a sus hermanos en el restaurante Fervor. Su presencia en la exclusiva parrilla de Recoleta no pasó desapercibida, especialmente porque la reina Máxima llevaba un extravagante suéter de cachemir con puños de piel. “Lo que tenía puesto era un escándalo. Atractivo y cuestionable para el momento que atravesaban ella y los suyos”, dijo una habitué del lugar que presenció la escena. Cuando Máxima ingresó al lugar, de reojo pudo ver que Juliana Awada también se encontraba en el lugar. La saludó y siguió hacia su mesa. Pero cuando terminó de comer con su familia, decidió compartir la sobremesa con quien entonces era la primera dama argentina, dejando a María del Carmen, Juan y Martín relegados. Otro gesto que dejó perplejos a los presentes. De hecho, también se supo que no bien resolvió los temas legales en Buenos Aires, voló al sur para avanzar con refacciones que había encargado hacía meses en la estancia que fue adquirida años antes.

 
No dice nada que no sepamos o se haya sabido desde hace años, me sorprende el "blindaje mediático" que siempre hubo detrás de Máxima porque en su pasado (sobre todo en las épocas de NY) había gente realmente turbia... lo de la cena y el viaje al sur "de pasada" ya que hacía pocos días había muerto su hermana y estaba aquí, es una tilinguería total, no se si a Letizia, Meghan o cualquier otra se lo hubieran dejado pasar.
 
Yo tenía entendido que Máxima salió de Argentina con trabajo en nueva York. Y que ya tenía departamento allá.
Aunque si sabía que asistía a fiestas en donde iba gente rica, que ella no podía pagar o rentar alguna casa. Y que se juntaba con personas digamos que recién empezaban a trabajar.
No entiendo porque todo lo que rodea a Máxima tiene que ser bajo siete llaves.
También al colegio donde asistió se le pidió o tuvieron que firmar algún acuerdo de confidencialidad en cuanto a Máxima. Como si hubiese hecho algo malo.
Tambien digamos que no se sabe mucho del trabajo que tenía en Argentina antes de irse a USA. Creo que era una financiera y quebró o algo parecido y de Máxima mucho no se habla.
 
No dice nada que no sepamos o se haya sabido desde hace años, me sorprende el "blindaje mediático" que siempre hubo detrás de Máxima porque en su pasado (sobre todo en las épocas de NY) había gente realmente turbia... lo de la cena y el viaje al sur "de pasada" ya que hacía pocos días había muerto su hermana y estaba aquí, es una tilinguería total, no se si a Letizia, Meghan o cualquier otra se lo hubieran dejado pasar.

que fuerte!! sería interesante saber la historia completa
 
01/05/2021

MÁXIMA Y SU PASADO ANTES DE SER REINA​

MÁXIMA: ASÍ FUE PASANDO DE AMORES MILLONARIOS HASTA REINA DE HOLANDA​

CÓMO ESCULPIR A UNA FUTURA REINA​

A dos semanas de cumplir 50, una biografía no autorizada desvela su pasado y su educación para ascender socialmente. Consultó al tarot cuál sería su destino y no paró hasta encontrarlo.

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MÁXIMA DE HOLANDA CAMINA SONRIENTE, fija su mirada en la cámara, y los fotógrafos siempre obtienen buenas instantáneas de la reina consorte de los Países Bajos. Sabe tratar con la prensa, también con el pueblo, al que ofrece esa imagen de reina de cuento, siempre enjoyada con miles de quilates y vestida con trajes dignos de cualquier palacio. Por eso es el miembro más popular de su monarquía y la esposa más querida entre el resto de casa reales europeas. A Máxima le perdonan deslices, como aquella casa que compraron para veranear en Mozambique por una “cantidad simbólica” y que tuvieron que vender, o que sus hijas y ella se saltaran el confinamiento holandés para marcharse de vacaciones a su residencia griega. Ahora, con ese último escándalo superado, la reina argentina de los Países Bajos ultima la celebración de su 50 cumpleaños. Llegará al medio siglo el próximo 17 de mayo. Pero antes tendrá que lidiar con nuevas especulaciones, pues este sábado los periodistas Rodolfo Vera Calderón y Paula Galloni publican Máxima, la construcción de una reina (Plaza y Janés). Una biografía no autorizada a la que ha tenido acceso LOC en exclusiva y en la que repasan los aspectos más desconocidos de su vida, con especial atención en los años antes de formar parte de los Orange.
La hoy reina es hija del escándalo. Sus padres, Jorge Zorreguieta y María del Carmen Cerruti, se enamoraron cuando él estaba aún casado en un país en el que no se permitía el divorcio. Además, Jorge era 16 años mayor que su novia. Eso no les impidió irse a vivir juntos y tras casarse por papeles en el extranjero, tuvieron a su primera hija: Máxima. Asentados en Buenos Aires, María del Carmen comenzó a frecuentar nuevas amistades y círculos sociales. Entendió la importancia de elegir un buen colegio para su hija. Se decantó por el Northlands, uno de los centros privados femeninos más caros de la ciudad, situado a las afueras, y en el que para entrar los padres necesitan recomendación y un examen de cultura general. Allí, la primogénita aprendió la importancia de las relaciones: “Su objetivo era estar donde había que estar y cumplir su mejor rol, el de ser el centro de la escena. Sabía cómo: era chistosa y se animaba a lo que otras no tanto. Fue de las primeras que aceptó el reto de los varones del Champagnat [un colegio para chicos] que las desafiaron a probar fumar un cigarrillo”, desvela el libro.
“Tenía un plan. Se lo dijo a una de sus compañeras de colegio en la entrega de diplomas: ‘Yo me voy a casar con un noble’. Máxima sabía muy bien a dónde quería llegar, solo le faltaba trazar el camino. También aseguró que sería ‘alguien importante’, una premonición que dejó escrita en un anuario ajeno, y que los astros le confirmaron luego, por el día, hora y lugar de nacimiento. Muchas conocidas de Máxima sostienen que parte de esa futurología auspiciosa que hacía sobre sí misma estaba vinculada estrechamente a su etapa esotérica, cuando consultó a una tarotista y astróloga que le auguró una grandeza indescriptible. Fue a través de su carta natal”, aseguran en el segundo capítulo de la biografía, el que narra el ascenso social de la chica del Northlands hasta palacio.
La búsqueda del marido adecuado pasaba por encontrar la universidad que se prestara a ello. Así, Máxima se inclinó por la Universidad Católica Argentina, un centro donde acude aún hoy en día la clase media alta –aunque la clase media en el país es una utopía–, hay pocos becados y el sistema universitario es una transición del escolar, apenas hay cambios. Su padre accedió a pagarle los estudios, pero se negó a sostener su ajetreada vida social. Máxima, dispuesta a no desviarse de su objetivo, se puso a dar clases particulares a niñas pequeñas para poder costear sus planes de fin de semana.
“Su vida social empezó a demandar un tipo de gasto más elevado. Especialmente cuando comenzó a frecuentar a Federico de Alzaga, uno de los descendientes de Martín de Alzaga, españo del Virreinato del Río de la Plata que luchó contra las Invasiones Inglesas, e hijo de Federico de Alzaga Moreno Vivot y Susana María Marino Shóo. Máxima descubrió de cerca lo que era la verdadera clase alta argentina, sus códigos y costumbres. Y aunque el vínculo con Federico empezó como una amistad, al cabo de unos años iniciaron una relación amorosa”, cuenta el libro. Fue su primer novio importante y serio.
Gracias a su padre, Máxima obtuvo su primer trabajo en el Mercado Abierto Sociedad Anónima. De ahí pasó a Boston Securities. “Su jefa, María Laura Tramezzani, contó que Máxima era una comercial más que vendía acciones y bonos argentinos”, afirma el libro. En 1994 llegó el efecto tequila, la devaluación de la moneda, y Máxima vio cómo su trabajo se concentraba en las grandes oficinas de Nueva York. No tenía sentido seguir en Argentina, y dio un ultimátum a su novio: “O nos casamos o me marcho”. La respuesta ya la sabe el lector.
Antes de llegar a Nueva York, Máxima llamó a Raúl Sánchez Elía, ex marido de Lucrecia Botín, emparentado pues con la aristocracia cántabra. Él, además de contactos, tenía una casa en los Hamptons a la que invitó a Máxima. El primer contacto de la hoy reina con la clase alta neoyorquina no podía ser más fácil, había llegado al lugar donde veraneaban. “Allí descubrió un mundo inesperado pero fascinante. En los 90 hubo una oleada de jóvenes latinoamericanos vinculados a las finanzas, que llegaban a la Gran Manzana para trabajar en el mercado financiero, y la futura reina consorte era uno de ellos”, afirman. “El príncipe Maximiliano Nicolás María de Liechtenstein, miembro de una de las familias más ricas de Europa, era uno de los que estaban en las playas neoyorquinas cuando Máxima apareció en escena”.
Pasó el verano, Máxima consiguió trabajo en Credit Suisse y encontró una habitación disponible en Chelsea para compartir con dos amigas: Vicky y María. “Por intermedio de Vicky conoció a Orlando Muyshondt, un banquero exitoso, sumamente atractivo, surfero y proveniente de una familia salvadoreña de gran prestigio y añejo abolengo. Empezaron a salir antes del verano de 1996”. Sin embargo, la relación no duró más que unos meses. “Los Muyshondt no creyeron que la argentina fuera una candidata que estuviera a la altura de su hijo. Desde ese momento, siendo una mujer de carácter, Máxima le dio la espalda a Orlando y dejaron de frecuentarse”.
“Su objetivo se mantuvo a lo largo de los años. Quería llegar lejos. Por eso, cada vez que se sintió estancada en una posición laboral emprendió una búsqueda exhaustiva. Así fue como dejó Credit Suisse para ocupar el puesto de vicepresidenta de ventas institucionales para Latinoamérica en HSBC James Capel Inc. Después pasó a Dresdner Kleinwort Benson, donde aprendió a fondo sobre microcréditos, porque su puesto era el de vicepresidenta de la División de Mercados Emergentes. Su último puesto en Nueva York lo obtuvo a fines de 1999, en Deutsche Bank, para ejercer el mismo rol que había ocupado en HSBC, pero consiguiendo una paga mucho mejor por su vasta experiencia”.
Así conoció a Christopher, un aristócrata inglés muy cercano a la familia real. Pero al poco de comenzar su noviazgo, ya sabía que aquello no prosperaría. “Ya había visto cómo los nobles que estaban de visita en Nueva York tenían romances fugaces y después regresaban a sus países dejando corazones rotos”.
Pero Máxima recordaba su carta astral, sus consultas esotéricas, y sabía que su momento tenía que llegar. Y llegó, con una llamada en la primavera de 1999. Aunque era tarde, Máxima atendió porque quien llamaba era Cynthia Kaufmann, una de sus compañeras del Northlands de quien se hizo íntima cuando se reencontraron en Manhattan. “Max, ¿te divierte irte conmigo a Sevilla unos días? Tengo unos amigos que me gustaría presentarte”, preguntó excitada Cynthia. “Me encantaría, pero ando un poco justa de guita. Entre mis gastos fijos y las rebajas, me gasté casi todo mi sueldo”, le respondió la economista con una voz tristona. “¡No te preocupes por eso! Todos los gastos corren por mi cuenta. No podemos perdernos este viaje porque tengo dos candidatazos para presentarte…”. “¿Cómo? ¿Quiénes son? ¡Decime ya!”, respondió a los gritos Máxima. “Uno es muy guapo, pero el otro es muy rico”, replicó su compañera de colegio. “¿De dónde son? ¡No puedo creerlo!”, le dijo Máxima que ya se sentía con un pie en el avión. “Uno es el príncipe Guillermo Alejandro de Holanda y el otro es el príncipe Federico de Dinamarca. ¿Qué tal?”, dijo Cynthia entre risas. Esa noche Máxima no pudo dormir de sólo pensar que su vida podría dar un vuelco y no subiría simplemente otro escalón social, sino que ingresaría directamente en el Gotha.
Máxima cumplió sus sueños, su noviazgo con Guillermo fue aprobado pese a la vinculación del padre de la novia con la dictadura militar. El 2 de febrero de 2002, Máxima se convirtió en princesa. Hoy, todo su pasado se publica en Máxima, la construcción de una reina, y su presente cobra más sentido.

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Cuando el entonces príncipe Guillermo informó a su madre de que se había enamorado de una argentina, la reina Beatriz recibió con reparos esta noticia. Latinoamericana y vinculada a la dictadura. Pero su hijo, que venía de tres relaciones fallidas, no estaba dispuesto a ceder. Un año después de aquella Feria de Abril, en la primavera del 2000, Máxima trasladó su trabajo a Bruselas y su suegra buscó una mentora para ella. “Beatriz envió a Ottoline Gaarlandt-van Voorst
van Beest, una de sus amigas más cercanas y fieles damas de compañía apodada la ‘hacedora de princesas”, para que educara a Máxima’, cuenta la biografía. En un año aprendió protocolo, historia, política y se volvió bilingüe en holandés. Renunció a la presencia de su padre en su boda y en su vida pública. Pronto tuvo tres hijas y tal tirón de popularidad que la prensa holandesa lo llama Maximanía. Un furor que a las puertas de los 50 aún conserva.
 
01/05/2021

MÁXIMA Y SU PASADO ANTES DE SER REINA​

MÁXIMA: ASÍ FUE PASANDO DE AMORES MILLONARIOS HASTA REINA DE HOLANDA​

CÓMO ESCULPIR A UNA FUTURA REINA​

A dos semanas de cumplir 50, una biografía no autorizada desvela su pasado y su educación para ascender socialmente. Consultó al tarot cuál sería su destino y no paró hasta encontrarlo.

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MÁXIMA DE HOLANDA CAMINA SONRIENTE, fija su mirada en la cámara, y los fotógrafos siempre obtienen buenas instantáneas de la reina consorte de los Países Bajos. Sabe tratar con la prensa, también con el pueblo, al que ofrece esa imagen de reina de cuento, siempre enjoyada con miles de quilates y vestida con trajes dignos de cualquier palacio. Por eso es el miembro más popular de su monarquía y la esposa más querida entre el resto de casa reales europeas. A Máxima le perdonan deslices, como aquella casa que compraron para veranear en Mozambique por una “cantidad simbólica” y que tuvieron que vender, o que sus hijas y ella se saltaran el confinamiento holandés para marcharse de vacaciones a su residencia griega. Ahora, con ese último escándalo superado, la reina argentina de los Países Bajos ultima la celebración de su 50 cumpleaños. Llegará al medio siglo el próximo 17 de mayo. Pero antes tendrá que lidiar con nuevas especulaciones, pues este sábado los periodistas Rodolfo Vera Calderón y Paula Galloni publican Máxima, la construcción de una reina (Plaza y Janés). Una biografía no autorizada a la que ha tenido acceso LOC en exclusiva y en la que repasan los aspectos más desconocidos de su vida, con especial atención en los años antes de formar parte de los Orange.
La hoy reina es hija del escándalo. Sus padres, Jorge Zorreguieta y María del Carmen Cerruti, se enamoraron cuando él estaba aún casado en un país en el que no se permitía el divorcio. Además, Jorge era 16 años mayor que su novia. Eso no les impidió irse a vivir juntos y tras casarse por papeles en el extranjero, tuvieron a su primera hija: Máxima. Asentados en Buenos Aires, María del Carmen comenzó a frecuentar nuevas amistades y círculos sociales. Entendió la importancia de elegir un buen colegio para su hija. Se decantó por el Northlands, uno de los centros privados femeninos más caros de la ciudad, situado a las afueras, y en el que para entrar los padres necesitan recomendación y un examen de cultura general. Allí, la primogénita aprendió la importancia de las relaciones: “Su objetivo era estar donde había que estar y cumplir su mejor rol, el de ser el centro de la escena. Sabía cómo: era chistosa y se animaba a lo que otras no tanto. Fue de las primeras que aceptó el reto de los varones del Champagnat [un colegio para chicos] que las desafiaron a probar fumar un cigarrillo”, desvela el libro.
“Tenía un plan. Se lo dijo a una de sus compañeras de colegio en la entrega de diplomas: ‘Yo me voy a casar con un noble’. Máxima sabía muy bien a dónde quería llegar, solo le faltaba trazar el camino. También aseguró que sería ‘alguien importante’, una premonición que dejó escrita en un anuario ajeno, y que los astros le confirmaron luego, por el día, hora y lugar de nacimiento. Muchas conocidas de Máxima sostienen que parte de esa futurología auspiciosa que hacía sobre sí misma estaba vinculada estrechamente a su etapa esotérica, cuando consultó a una tarotista y astróloga que le auguró una grandeza indescriptible. Fue a través de su carta natal”, aseguran en el segundo capítulo de la biografía, el que narra el ascenso social de la chica del Northlands hasta palacio.
La búsqueda del marido adecuado pasaba por encontrar la universidad que se prestara a ello. Así, Máxima se inclinó por la Universidad Católica Argentina, un centro donde acude aún hoy en día la clase media alta –aunque la clase media en el país es una utopía–, hay pocos becados y el sistema universitario es una transición del escolar, apenas hay cambios. Su padre accedió a pagarle los estudios, pero se negó a sostener su ajetreada vida social. Máxima, dispuesta a no desviarse de su objetivo, se puso a dar clases particulares a niñas pequeñas para poder costear sus planes de fin de semana.
“Su vida social empezó a demandar un tipo de gasto más elevado. Especialmente cuando comenzó a frecuentar a Federico de Alzaga, uno de los descendientes de Martín de Alzaga, españo del Virreinato del Río de la Plata que luchó contra las Invasiones Inglesas, e hijo de Federico de Alzaga Moreno Vivot y Susana María Marino Shóo. Máxima descubrió de cerca lo que era la verdadera clase alta argentina, sus códigos y costumbres. Y aunque el vínculo con Federico empezó como una amistad, al cabo de unos años iniciaron una relación amorosa”, cuenta el libro. Fue su primer novio importante y serio.
Gracias a su padre, Máxima obtuvo su primer trabajo en el Mercado Abierto Sociedad Anónima. De ahí pasó a Boston Securities. “Su jefa, María Laura Tramezzani, contó que Máxima era una comercial más que vendía acciones y bonos argentinos”, afirma el libro. En 1994 llegó el efecto tequila, la devaluación de la moneda, y Máxima vio cómo su trabajo se concentraba en las grandes oficinas de Nueva York. No tenía sentido seguir en Argentina, y dio un ultimátum a su novio: “O nos casamos o me marcho”. La respuesta ya la sabe el lector.
Antes de llegar a Nueva York, Máxima llamó a Raúl Sánchez Elía, ex marido de Lucrecia Botín, emparentado pues con la aristocracia cántabra. Él, además de contactos, tenía una casa en los Hamptons a la que invitó a Máxima. El primer contacto de la hoy reina con la clase alta neoyorquina no podía ser más fácil, había llegado al lugar donde veraneaban. “Allí descubrió un mundo inesperado pero fascinante. En los 90 hubo una oleada de jóvenes latinoamericanos vinculados a las finanzas, que llegaban a la Gran Manzana para trabajar en el mercado financiero, y la futura reina consorte era uno de ellos”, afirman. “El príncipe Maximiliano Nicolás María de Liechtenstein, miembro de una de las familias más ricas de Europa, era uno de los que estaban en las playas neoyorquinas cuando Máxima apareció en escena”.
Pasó el verano, Máxima consiguió trabajo en Credit Suisse y encontró una habitación disponible en Chelsea para compartir con dos amigas: Vicky y María. “Por intermedio de Vicky conoció a Orlando Muyshondt, un banquero exitoso, sumamente atractivo, surfero y proveniente de una familia salvadoreña de gran prestigio y añejo abolengo. Empezaron a salir antes del verano de 1996”. Sin embargo, la relación no duró más que unos meses. “Los Muyshondt no creyeron que la argentina fuera una candidata que estuviera a la altura de su hijo. Desde ese momento, siendo una mujer de carácter, Máxima le dio la espalda a Orlando y dejaron de frecuentarse”.
“Su objetivo se mantuvo a lo largo de los años. Quería llegar lejos. Por eso, cada vez que se sintió estancada en una posición laboral emprendió una búsqueda exhaustiva. Así fue como dejó Credit Suisse para ocupar el puesto de vicepresidenta de ventas institucionales para Latinoamérica en HSBC James Capel Inc. Después pasó a Dresdner Kleinwort Benson, donde aprendió a fondo sobre microcréditos, porque su puesto era el de vicepresidenta de la División de Mercados Emergentes. Su último puesto en Nueva York lo obtuvo a fines de 1999, en Deutsche Bank, para ejercer el mismo rol que había ocupado en HSBC, pero consiguiendo una paga mucho mejor por su vasta experiencia”.
Así conoció a Christopher, un aristócrata inglés muy cercano a la familia real. Pero al poco de comenzar su noviazgo, ya sabía que aquello no prosperaría. “Ya había visto cómo los nobles que estaban de visita en Nueva York tenían romances fugaces y después regresaban a sus países dejando corazones rotos”.
Pero Máxima recordaba su carta astral, sus consultas esotéricas, y sabía que su momento tenía que llegar. Y llegó, con una llamada en la primavera de 1999. Aunque era tarde, Máxima atendió porque quien llamaba era Cynthia Kaufmann, una de sus compañeras del Northlands de quien se hizo íntima cuando se reencontraron en Manhattan. “Max, ¿te divierte irte conmigo a Sevilla unos días? Tengo unos amigos que me gustaría presentarte”, preguntó excitada Cynthia. “Me encantaría, pero ando un poco justa de guita. Entre mis gastos fijos y las rebajas, me gasté casi todo mi sueldo”, le respondió la economista con una voz tristona. “¡No te preocupes por eso! Todos los gastos corren por mi cuenta. No podemos perdernos este viaje porque tengo dos candidatazos para presentarte…”. “¿Cómo? ¿Quiénes son? ¡Decime ya!”, respondió a los gritos Máxima. “Uno es muy guapo, pero el otro es muy rico”, replicó su compañera de colegio. “¿De dónde son? ¡No puedo creerlo!”, le dijo Máxima que ya se sentía con un pie en el avión. “Uno es el príncipe Guillermo Alejandro de Holanda y el otro es el príncipe Federico de Dinamarca. ¿Qué tal?”, dijo Cynthia entre risas. Esa noche Máxima no pudo dormir de sólo pensar que su vida podría dar un vuelco y no subiría simplemente otro escalón social, sino que ingresaría directamente en el Gotha.
Máxima cumplió sus sueños, su noviazgo con Guillermo fue aprobado pese a la vinculación del padre de la novia con la dictadura militar. El 2 de febrero de 2002, Máxima se convirtió en princesa. Hoy, todo su pasado se publica en Máxima, la construcción de una reina, y su presente cobra más sentido.

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Cuando el entonces príncipe Guillermo informó a su madre de que se había enamorado de una argentina, la reina Beatriz recibió con reparos esta noticia. Latinoamericana y vinculada a la dictadura. Pero su hijo, que venía de tres relaciones fallidas, no estaba dispuesto a ceder. Un año después de aquella Feria de Abril, en la primavera del 2000, Máxima trasladó su trabajo a Bruselas y su suegra buscó una mentora para ella. “Beatriz envió a Ottoline Gaarlandt-van Voorst
van Beest, una de sus amigas más cercanas y fieles damas de compañía apodada la ‘hacedora de princesas”, para que educara a Máxima’, cuenta la biografía. En un año aprendió protocolo, historia, política y se volvió bilingüe en holandés. Renunció a la presencia de su padre en su boda y en su vida pública. Pronto tuvo tres hijas y tal tirón de popularidad que la prensa holandesa lo llama Maximanía. Un furor que a las puertas de los 50 aún conserva.
Me quedé con ganas de más!
 
Hola cotis, les dejo link que salió en Infobae sobre este libro con más data!!

Oye estuvo muy interesante! Hubo puntos que si
Me imaginé que son ciertos como que Máxima es la que manda en casa...
 
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