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Sinopsis

Categoría
Clubs de Lectura
Idioma
Spanish (Spain)
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L
EL PRIMER DÍA DESPUÉS DEL INFIERNO


Ahora, en este instante relajado y apacible, cuando la noche duerme y las calles están desbordadas de serenidad, cuando una suave brisa limpia el aire y la tormenta furiosa solo se adivina en el horizonte, Rebeca comienza a sentir la laxitud de su cuerpo. Después de meses de infinita tensión, en esta oscuridad que la envuelve es cuando se permite el último recuerdo a su anterior vida, finalizada esa misma tarde.

No es capaz, por muchos intentos que realizase, de situar el día, ni la semana, ni tan siquiera el mes cuando comenzó el infierno. Vagamente, como quien adivina una amenazante figura a través de una densa niebla, como quien sabe de un acechante peligro que no puede identificar, recuerda aquella pequeña hinchazón en su pecho derecho, en una de sus rutinarias y matinales duchas. No obstante, la rapidez de su vida laboral, los compromisos en exceso adquiridos, el frenesí de su cotidianeidad le hizo olvidar rápidamente. Todas las mañanas, cuando el agua recorría su piel y en el habitual acto de enjabonarse reparaba de nuevo en él, se prometía encontrar un momento para dedicarle más tiempo. Era plenamente consciente de la anormalidad de ese absceso, de su extraño enrojecimiento, de su extrema dureza, pero, aunque ocasionalmente un ligero vértigo aliado con temor le recorría las entrañas, encontraba muchos escudos detrás de los cuales esconder sus miedos, quizás un grano imprevisto, quizás alguna reacción a la ropa interior, quizás…

El infierno se incidió de la forma más vulgar posible. Una tarde cualquiera, un momento de relajación con unas cálidas amigas, un aromático café en una cafetería con apacible música de fondo, un comentario dicho al azar sin mayor trascendencia. Mas para conseguir retomar la rutina de su vida diaria y escapar del continuo asedio de sus amigas, accedió a un visita rápida al médico de la cual no esperaba más que una pérdida de tiempo, pero que, en realidad, su dilación había sido un miedo a esos fantasmas que la acechaban en el fondo de su pánico, a ese diagnóstico que supondría sumergirse en una vorágine de cambios, en un torbellino de alteraciones, en la posibilidad de enfrentarse a un fin cercano, al miedo ancestral a una palabra maldita.

El resultado de las pruebas fue demoledor. Aún recuerda las palabras sin emoción del médico, pero sintiéndolas como una película de la cual solo era espectadora ocasional, como una conversación escuchada entre dos desconocidos en un autobús. El cáncer crecía dentro de ella. Añoraba sus proyectos que se derrumbaban, sus ilusiones de futuro que se deshacían. Los cambios de humor eran continuos e incontrolables, de la tristeza más profunda pasaba a la ira sin fundamento, de las lágrimas apesadumbradas a la ignorancia más absoluta de su enfermedad, del ostracismo inviolable a la negación de cualquier anomalía en su cuerpo.

Con el lento transcurrir del tiempo, aprendió a convivir con su enemigo y termino aceptando la única salida que le ofrecieron, perder una parte de su cuerpo para salvar el resto de su vida. En el quirófano sentía su desnudez, su fragilidad, su vulnerabilidad debajo de la sabana. Unos segundos antes de la anestesia, se acercó una mujer, le acaricia el pelo con la suavidad del aleteo de una mariposa y le dijo: “todo irá bien”. Fueron las últimas palabras antes de dormirse y las primeras a las que se atenazo su mente al despertarse. “Todo irá bien, todo irá bien, todo irá bien…” se repetía con firmeza y monotonía, se aferraba a esas palabras como la oración de un creyente que se siente abandonado por sus dios, como la última salida del desesperado perdido en un laberinto de locura, como el náufrago que solo divisa un mar infinito.

Las meses siguientes fueron la rutina de las visitas diarias a ese imponente edificio, tan frío y altivo, orgulloso. Esos pasillos sin final, desbordados de gente hablando de temas banales. Tan cerca y tan lejos, tan rodeada de gente y tan aislada en su mundo.

Y, por fin, en la mañana del día que había finalizado hacia solo unas horas, llegaron las ansiadas palabras, las dulces palabras, las deseadas palabras, el último de los soldados enviados por la muerte había sido derrotado, la última de las células del monstruo que obligo a amputarle el pecho derecho había sido exterminada. “Todo ha ido bien” repitió la misma médico que la había operado.

El día comienza a nacer, imprevistamente, en la lejanía del horizonte. Primero de forma tímida y, después, con la arrogancia propia de quien se sabe bello, el sol dibuja el alba sobre el cielo con sus amarillos cálidos, rojos intensos y naranjas apacibles. Cuando Rebeca siente la calidez de los primeros rayos en su rostro, cierra los ojos y solo tiene un pensamiento: “Hoy es el primer día después del infierno”.
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