Hilo lingüístico de Cotilleando

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Se llaman moros

Publicado por Rafael Cerro Merinero el ene 18, 2015

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Un escritor políticamente incorrecto tuvo a principios del siglo XVII la ocurrencia de titular La gitanilla una novela en la que uno de aquí se enamoraba de una gitana errante llamada Preciosa y se incorporaba a su caravana para cortejarla. El joven enamorado robaba para parecer una más entre aquellas personas con las que trashumaba, pero regresaba a hurtadillas a los escenarios del delito y devolvía el dinero con el fin de poder dormir en paz con su conciencia. Cuatro siglos después, hemos retrocedido bastante ideológicamente hablando; hoy sería imposible publicar esa novela corta. El diario español de lo políticamente correcto oculta sistemáticamente la palabragitano como si fuera un insulto y la sustituye por el giro “un ciudadano de origen romaní”. Cuando se trata de un negro, el periódico habla de “hombre de color” aunque nunca especifica de cuál. En Estados Unidos, el eufemismo para no decir negro es afroamericano. Aquí, en el epicentro mundial de la corrección política, el papel citado se refiere a los moros como a “individuos de origen árabe”. La obsesión por colocarle a la gente el filtro semántico de la palabraorigen es absurda: el árabe lo es de origen, pero también lo es de condición. Además, árabe es etnia y no religión, que es de lo que aquí se trata.

Llamábase el escritor censurable don Miguel de Cervantes. Llegó a la iniquidad de describir en El Quijote a otro joven que cuando descubría a un moro gritaba “Moros, moros hay en la tierra; moros, moros, arma, arma”. La palabra arma es un toque a rebato. Precisamente ante esa alarma, el vocablo moros aparece cuatro veces en frase puesta en boca de un chico muy asustado. Nuestra tradición es llamar moros a los moros y no hay que interpretar que quien pronuncia la palabra sienta desprecio alguno por ellos. En el diccionario de la Academia, moro significa primero norteafricano y luego fiel a la religión islámica. Eso tiene al menos tanto sentido como decir musulmán. No parece muestra de concordia denominar a los moros infieles, que es el apelativo que muchos de ellos nos aplican precisamente a nosotros. Si el diario español de la ortodoxia sigue por el camino que emprendió con gitanos y negros, terminará diciendo que un moro es “un individuo del halo de la media luna”. Ocultando las cosas, como ha hecho siempre.

Mientras recojo el recado de escribir y apago el flexo, la radio repite algo sobre “el problema de la violencia de las religiones”. Tiene razón; por todas partes veo comandos de budistas matando gente con sus kalashnikov y cristianos degollando a sangre fría a tipos indefensos vestidos de naranja.
 
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Coach, un chancro

Publicado por Rafael Cerro Merinero el ene 9, 2015

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A veces, la Academia tarda en aceptar palabras que proceden de otros idiomas porque antes quiere asegurarse de que han arraigado de verdad y no son modismos fugaces. El barbarismo modem irrumpió con fuerza aquí y su uso perdió fuerza después. Finalmente, se quedó entre nosotros adoptando la tilde que lo convertía en palabra llana en nuestro idioma: módem. Su definición es “Aparato que convierte las señales digitales en analógicas para su transmisión, o a la inversa”. Su uso no es cotidiano.

El palabro que sí parece haber llegado para quedarse es coach, que es un anglicismo apestoso por tres razones. La primera es que incomoda a mucha gente que no lo entiende; pensemos en quienes nunca han estudiado inglés, especialmente los mayores. La segunda, que se propaga deprisa, como las enfermedades venéreas: hoy no hay esnob que no diga coach con fruición y entusiasmo. La tercera razón, que es transversal: sustituye a varias voces nuestras y, por lo tanto, destruye léxico o hace que éste caiga en desuso. Algunos empiezan a utilizar la aberración porque creen que viste más tener un coach que un entrenador al estilo tradicional. Por eso, nunca te lo venden como “un entrenador de Aluche”, sino como “el que ha entrenado a “Gabi, Koke y Fernando Torres”. Siempre lo han heredado de alguien famoso: el prestigio por contagio. Pero la voz coach se extiende como una enfermedad venérea y deja olor a metano. Hoy se emplea ya también en lugar de profesor y temo que termine sustituyendo incluso a la palabra cura: “vamos a oír decir misa alcoach de nuestra parroquia”. Pero lo cierto es que hablemos de profesor, de guía, de orientador o de asesor…tenemos palabra española. Cada vez nos rendimos más pronto al contagio de la otra lengua.

El esquema de uso del anglicismo casi siempre es el mismo: lo exótico siempre es mejor y su empleo se realiza ciegamente. En otro ámbito, sólo la ceguera más paleta puede conducir a que el nombre de una carrera canina se cambie de San Perrestre a San Perrestre Urban Tour o a que en Madrid haya un Winter Festival.

Más vida en @rafaelcerro
 
Todo para arriba, todo para abajo
Publicado por Rafael Cerro Merinero el dic 28, 2014

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Cuando ignoramos dónde está el lugar por el que nos preguntan, debemos abstenernos de indicar cómo se va hasta él. Para hacerlo, disponemos de la conocida y socorrida frase “no lo sé”. La gente que desconoce el paradero del sitio pero quiere quedar bien con el interlocutor dice “Huy, creo que eso estaba por…” y responde de todos modos. Se lo inventa. Como resultado, el que buscaba una céntrica calle de Móstoles termina en los arrabales de Ulán Bator. Allí se topa con los ulambatoranos: un millón y pico de individuos con cara de mongoles que hablan mayoritariamente mongol, una lengua fonéticamente diferente al español que nosotros no captamos bien al oído. El tipo se pierde y tiene que comprar un billete de avión carísimo para volver a España.

La segunda regla de quien indica es la de no utilizar localismos. No sirve para nada que yo le pregunte a un toledano aborigen de Cabañas de la Sagra dónde está determinada casa familiar y él me conteste “detrás del tercer bancal, en llegando a lo del tío Cosme y torciendo luego hacia donde caparon al quinto con una hoz”. Bancal es voz casi desconocida para los oriundos de ciudad, pero lo peor es que la segunda y la tercera proposición de la respuesta son inválidas porque contienen elementos confidenciales, casi crípticos. Si yo supiera quién es el tío Cosme y dónde le gastaron al quinto aquella broma pesada pero memorable, no necesitaría preguntar, pues yo mismo sería un lugareño de Cabañas.

La tercera norma: las indicaciones deben ser precisas y universales. Cuando alguien va conduciendo un auto, la precisión es esencial para la seguridad. La orden para salir de una rotonda no puede ser “todo recto”, que unos interpretan como “continúe recorriendo la rotonda” y otros, exactamente al contrario: como “abandónela ya”. Las indicaciones tienen que ser robóticas y exactas, como las de los navegadores: “tome la tercera salida” o “salga ahora”. Si sigo la indicación perenne de mi madre, “todo recto”, me como la rotonda y destruyo no de esos monumentos espantosos en forma de churro galáctico que colocan en el medio. Recomiendo también órdenes universales porque mucha gente indica al caminante “todo para arriba” y “todo para abajo”. Son órdenes tan subjetivas que resultan incorrectas; en puridad del lenguaje preciso, normalmente no significan nada. “Arriba” quiere decir hacia el cielo e ir hacia abajo es hundirse en la tierra o meterse con el automóvil en el suburbano. He oído indicar eso de “para arriba” señalando un sentido de una calle que estaba claramente cuesta abajo; la referencia a la altura en una trayectoria que es esencialmente horizontal suele generar órdenes subjetivas e imprecisas. Órdenes precisas son las que se apoyan en la indicación de un dedo que señala sin dudar, las que se refieren a los puntos cardinales y las que aluden a “izquierda” y “derecha”, conceptos que por cierto no todo el mundo tiene claros.

Volviendo a las rotondas, esta semana he visto a una señora saltarse su desvío en una de ellas, parar y dar marcha atrás. Uno pensaría que es más sencillo continuar dando la vuelta y no generar ese peligro inconmensurable, pero la definición de madrileño es precisamente “individuo capaz de saltar sobre otro coche antes que de saltarse su desvío de la M30”.
 
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Eufemismos peligrosos

Publicado por Rafael Cerro Merinero el dic 18, 2014

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Un funcionario australiano advierte que cuando señalamos al secuestrador del café “no hablamos de un musulmán, sino de un terrorista”. O los políticamente correctos con cerebro espongiforme dominan también la zona austral de la biosfera o está vedado ser simultáneamente musulmán y terrorista. Si es así, muchos barbudos se están saltando la prohibición todos los años. No es fácil encontrar lobos solitarios que alardeen de ser cristianos fundamentalistas y maten a tiros a clientes de una cafetería. Tampoco monjes que irrumpan en un colegio y asesinen a los niños a sangre fría en nombre de Buda.

Nuestro diccionario define eufemismo como “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. El hombre ha hecho cosas terribles en aras del decoro y de la eufonía, que significa buen sonido. Para defender ambas causas se pueden combinar los elementos acústicos de las palabras, pero también es posible maquillar su contenido semántico u ocultar una parte del mismo. Supongo que quienes esquivan el sintagma correcto “violencia en el fútbol” y dicen “violencia en el deporte” se refieren a los aficionados al tenis que apalean a otros con barras de acero y los matan tirándolos al río. O a esas avalanchas tipo Heysel del mundial de motociclismo con orgías de sangre en las que mueren treinta y nueve aficionados.

La esencia del eufemismo es ocultar. Esconder hasta lo más esencial y evidente, siempre bajo la apariencia de intentar evitar algún mal mayor, y a partir de ahí informar de manera sesgada. Por ejemplo, maquillar la causa de una muerte en una necrológica como “una larga y penosa enfermedad”. Al hacerlo, se escupe sobre la cara del muerto como si su final hubiera sido vergonzante. Las asociaciones contra el cáncer nos piden que digamos “cáncer”, precisamente para que la sociedad se acostumbre a convivir con la enfermedad.

Un abogado dice que es abogado y un abogado idiota afirma ser un jurisconsulto. Un ayuntamiento sortea “soluciones habitacionales”, pero sospecho que habla de pisos. Mi hermana ha ido a la pelu a depilarse “el labio superior”, pero no tenemos vello en los labios, así que puede que hable de su bigote. Mi novia me ha anunciado que “tenemos que hablar”. Esa frase significa el fin y podría encargar que la esculpieran sobre mi lápida.
 
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El misterio llamado tilde

Publicado por Rafael Cerro Merinero el dic 14, 2014

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La tilde o virgulilla es todo un arcano aquí. Una rayita oblicua con semblante de guiño que la madre ortografía y quienes aún siguen sus arbitrios colocan graciosamente encima de algunas vocales. También es el tejadillo que sobrevuela la ñ. Resulta correcto llamarla asimismo acento. Parece ser que no se salpimenta azarosamente sobre el texto, sino que debe recaer exactamente sobre la sílaba en la que reside la acentuación de la palabra. Esto entraña el problema del conocimiento previo de la prosodia (la acentuación y pronunciación) de dicho vocablo. Por ejemplo, hay que estar al tanto de que, cuando se refiere a una minoría selecta o rectora, uno puede escribir élite o elite. O de que las formas gónada y gonada no son intercambiables, sencillamente porque la segunda es incorrecta por mucho que alguien haya esparcido un rumor en contrario. Igual pasó cuando un gracioso difundió la especie de que era ilegal conducir descalzo: todo el mundo se lo creyó.


Decimos Lexatín, pero pone Lexatin.



El grueso de la población está desorientado en torno a la existencia y empleo de la virgulilla, que también llámase así la tilde. Los desconocen por completo diputados, maestros y beneficiarios de las Orgasmus, esas becas europeas que la gente llama así por alguna razón etimológica que se me escapa. Otro día hablaremos de esas letras grandotas que se escriben al comienzo de la frase o de lo nombres propios, o de cierta mota oscura que algunos elegidos sitúan al final de la oración para tomar aire antes de pronunciar la siguiente.

Las complicaciones pueden ser muy variadas. Hay muchas palabras que admiten tres acentuaciones posibles. Quizá podríamos llamarlas tritónicas. Se puede decir acúmulo, acumulo y acumuló. También dómine, domine y dominé. Pero limitémonos a la prosodia más sencilla, la de uso popular. En cada esquina, dentro de un coche con alerón, hay un Ruben que se pronuncia llano. La gente se saluda en el ascensor con un [holá] obscenamente agudo. Los locutores y locutoras de la tele, que son compañeros y compañeras, dicen [ínternacional], con acento en la primera i y no en la a. Claro que para introducir dicha información también dicen “noticias de España y del mundo”, como si el país orbitase fuera del planeta, quizás allende Tritón. Cuando esta aberración aparece en los diarios, su lectura provoca glaucoma a los ciudadanos más sensibles. La pronunciación llana de [mama] y [papa] están en nuestro diccionario oficial, independientemente de qué capa de la población la practique. En su día tuvimos un presidente del Gobierno que se jactaba de pronunciar terminadas en zeta voces como modernidad, seguridad y equidad. Todo un intelectual.
 
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On-fire, sing along

Publicado por Rafael Cerro Merinero el dic 1, 2014

Seamos justos: muchos necios llegan muy lejos en la Administración, pero otros muchos se quedan en simples secretarios de Estado. Baltasar Gracián dijo que eran tontos todos los que lo parecían y la mitad de los que no lo parecían, y Konrad Adenauer interpretó como un error de Dios el que todo tuviera límite menos la tontería. Ésta encuentra cultivo en todo caldo; especialmente, en el del esnobismo, del que forma parte la importación indiscriminada de anglicismos. Un restaurante madrileño de ambiente estadounidense blasona de utilizar en menús y carteles una jerga casi incomprensible, un dialecto a caballo entre un español de a pie y un inglés de academia de arrabal que exhibe, orgulloso, en menús y manteles como el que ven arriba.

La inscripción “on-fire” puede significar que la parrilla (no sé por qué no dice “our grill”) está “encendida”, o bien que está “en llamas”. Tomamos como adecuada la primera acepción y, con ello, damos por correcta la expresión del cartel. Pero en medio del sintagma ha brotado un guión incorrecto: “on-fire”. No hay novedad: muchos anglicismos aparecen cuando los incrusta en el español una persona pedante a la que el inglés le fascina precisamente porque no lo habla bien. Jamás hubo avalancha semejante de barbarismos. Últimamente tenemos hasta uno que ha sustituido a una importación japonesa muy arraigada: mientras la gente normal va al karaoke, los de mente más débil acuden al “sing along”.






Todo el restaurante citado es una avalancha de esnobismo de la que el responsable parece estar orgulloso. Un camarero me confiesa que “cada vez que rehacen la carta, la llenan de palabras en inglés”. El menú anuncia desde los más conocidos “brownies” hasta “delights”, “pancake ice creams” y “baskets”, unos helados metidos en una cesta de barquillo que tienen a la derecha de la ilustración de aquí abajo:







Mi abuela no habría podido ni ordenar la comanda en este sitio del infierno.







Al menos, han puesto iconos que permiten interpretar “hot” y “hell”.

A mi hija Claudia, que descubrió el pastel.
 
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Ciento sesenta y un muestra

Publicado por Rafael Cerro Merinero el nov 24, 2014


La concordancia es en música la justa proporción que guardan entre sí las voces que suenan juntas y, en gramática, la conformidad de accidentes entre dos o más palabras variables. Salvo los verbos, éstas concuerdan en género y número. Lo teníamos muy claro durante los años setenta del siglo de atrás, porque se estudiaba en primero de Educación General Básica o por ahí. Pero ahora la locutora de la radio dice “las ciento sesenta y un muestras que hay en el salón resulta muy…”. Parece obvio que “muestra” es femenino y concuerda con “ciento sesenta y una”, no con “ciento sesenta y un”. Se me antoja evidente que “ciento sesenta y una” es plural y exige la presencia de la forma verbal “resultan”. Pero hace tiempo que los principios de mérito y capacidad desaparecieron de la España de Peter. Cualquier persona ágrafa sirve para hablar por la radio, para dar clase en la universidad o para vociferar consignas desde un escaño pronunciando [ejque]. Cuando llegamos a un puesto, nos rodeamos de primos, cuñados y barraganas. Por eso debemos evitar la promiscuidad laboral: porque el fornicio con familiares provocaría la consanguineidad de la descendencia.





El mismo día, la oradora egregia citada dice que “un centenar de personas han ocupado una finca en Sevilla”. El Diccionario panhispánico de dudas nos enseña que eso sí es correcto: a la hora de establecer la concordancia, se puede elegir también el plural aunque se hable de sujetos en singular como “centenar” o “veintena”. Además, es fácil sortear el problema hablando más llanamente y diciendo “cien” o “veinte”. Pero la misma voz femenina me remata hablando de la “ciento vente” edición de no sé qué festival de nigromancia. Me aferro desesperadamente a la cordura fingiendo que he oído “ciento veinte”, con la i latina desvalida que agoniza en el uso cotidiano popular de vente y de trenta, pero todavía me planteo un problema. Si dice “ciento vente edición” porque no estudió los ordinales en el colegio, cuando se refiera a la primera edición ¿puede leer “la uno edición”? No. No es correcto que elimine el ordinal en el caso de la primera, pero sí puede leer “ciento veinte” edición. En cuanto a los porcentajes, lo lógico parece decir “el 89 % de los diputados españoles nunca ha leído un libro”. Por si los atenaza esa duda: si el sujeto arranca de un tanto por ciento, se puede elegir el número del verbo. Así que también es correcto decir “el 89 % de los diputados españoles nunca han leído un libro”.
 
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Anglomanía

Publicado por Rafael Cerro Merinero el nov 18, 2014

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Anglomanía es afectación en el empleo de anglicismos. Éstos son necesarios cuando no tenemos palabra para referirnos a las novedades, normalmente tecnológicas, que la evolución genera. La Ortografía española admite el sustantivo wasap, que designa algunos mensajes telefónicos, y su verbo derivado wasapear, porque no hay otra manera de referirse a ellos. Podemos escribir con g ambas palabras: guasap y guasapear. Otras veces, las importaciones se acaban imponiendo aunque sí tengamos nuestra propia voz. Lifting y flash-back triunfaron en su momento porque casi nadie llegó a decir ritidectomía en medicina ni analepsis en el cine.

Los barbarismos no resultan necesarios ni cuando son producto del esnobismo ni cuando dimanan del miedo del hablante a parecer pasado de moda. Me refiero al necio que se siente más importante cuando dice que es runner en lugar de corredor, que venera a las celebrities en lugar de a los famosos o que participa en un talent show en lugar de en un concurso. Como norma, no nos hace falta el anglicismo que elimina una palabra nuestra. Los matices técnicos no son excusa para incrustar un nuevo extranjerismo en nuestras vidas: se nutra o no de muchos o pocos pequeños mecenas, crowdfunding sigue siendo una colecta cuando hablamos en español.


Crowdfunding clásico.



Micromecenazgo es artificial. Siempre habíamos dicho sencillamentesuscripción popular. Pero al esnob o imitador de conductas distinguidas todo le suena mejor en inglés, normalmente porque esta lengua le resulta exótica.

A veces, las propias empresas difunden ejemplos de esnobismo e incluso blasonan de ellos con orgullo:


Si me lo dicen en inglés, parece que me dan más dinero.



La gente normal acude al karaoke, que ya era una importación del japonés, pero los pedantes que están al día optan por el sing along. El personal come magdalenas en lugar de muffins. Decora otras magdalenas en lugar decupcakes. Tiene un entrenador, no un coach.

En nuestras manos está conservar el español, un tesoro de cuatrocientos cincuenta millones de personas, o convertirlo en una jerigonza híbrida tan trufada de anglicismos que muchos, especialmente los mayores, no la entiendan.
 
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Economy spanglish

Publicado por Rafael Cerro Merinero el nov 12, 2014

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Los medios económicos difunden en forma de anglicismos noticias que no hay manera de entender sin dominar ambas materias: los tecnicismos de los dineros y los vericuetos del inglés. Los políticos matan al mensajero cada vez que nos da las notas. Me refiero a las vituperadas empresas que certifican nuestra solvencia o insolvencia: en lugar de hacer los famosos deberes, palabra que en nuestro diccionario designa también aquello que hay que pagar trabajando más para garantizar que vamos a devolver la pasta, preferimos criticar a los técnicos que nos evalúan. Los especialistas suelen llamarlas credit rating agencies, aunque a menudo simplifican su nombre como rating agencies, expresión que ha sido adaptada al español como agencias de rating, en ejemplos como: «El Gobierno analizará el viernes la última calificación que nos han otorgado las agencias de rating». Basta con traducir: lo ideal es agencias de tasación.

Credit default swaps: esto ya es para nota porque no se entiende al leerlo y menos al escucharlo. Significa, en román paladino, seguros de impago de deuda. En tercer lugar aparecen los famosos, stress tests, a veces medio traducidos. A esta locución sí nos hemos acostumbrado y creo que mucha gente la entiende bien en inglés, pero resulta fácil traducirla por una española que llegue a todo el mundo. Ni pruebas de estrés, ni tests de resistencia. Si cortamos y pegamos, el resultado es magnífico: pruebas de resistencia. Un flamante término español, pues la palabra estrés, así escrita, ya estaba castellanizada desde hacía mucho tiempo.

Una startup, todo junto convirtiendo el verbo en sustantivo, es una empresa de Internet recién creada, y un término españolizado derivado de ese sustantivo es estartapero*. O sea: tan sencillo como un emprendedor. Algunos creen que emprendedor es un eufemismo de empresario porque esta palabra levanta sospechas en nuestra sociedad de lo absurdo. Desde luego, el términosindicalista es peyorativo para mucha gente. Curiosamente, los estadounidenses dicen también dreamer, soñador, por aquellos que han emprendido una iniciativa porque sueñan con triunfar. Otros términos innecesarios son business angel y partner. Son voces peligrosas. Aparte de porque no se entienden, porque eliminan palabras españolas. Un business angel es un mecenas y un partner es un socio. El famoso crowdfunding sólo es una colecta y los matices diferenciales no justifican importar una palabra, ni perder soberanía sobre lo que decimos, para designar esa acción.

¿Por qué hablan en inglés los medios de comunicación españoles? En parte porque el inglés es el idioma de la técnica y se adapta muy rápidamente, y en parte por miedo a quedar desfasados. El padre Feijoo dijo en el siglo XVIII aquello de “siempre la moda estuvo de moda”.
 
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El Tupper y el táper

Publicado por Rafael Cerro Merinero el nov 5, 2014

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Algunos recordamos las entrañables reuniones “de Tupperware” que nuestras madres organizaban en casa para intentar ganar algunas pesetillas vendiéndoles a amigas y familiares recipientes de plástico para contener viandas y morteradas. No las imaginamos en los actuales convites de Tuppersex, convocados para gente interesada en contener objetos ella misma. La marca de recipientes de plástico Tupperware triunfó en el mercado y pasó a designar una categoría de objetos identificando su nombre propio con el del producto. El apócope Tupper acortó el sustantivo propio. Cuando muchos han tenido que volver a cocinar en casa para llevar el puchero al trabajo, hemos empezado a hablar de comer “de Tupper”, aunque no sé si realmente la mayoría de la gente que dice eso se refiere a la grafía “de táper”. Esta variante se escribe con minúscula porque no designa una marca comercial ni es, por lo tanto, nombre propio. Se acentúa porque es llana y terminada en ere.

La cuestión estriba ahora en decidir cómo designar en román paladino al elemento en cuestión sin utilizar una marca. Hemos interiorizado tanto algunos nombres comerciales que uno no puede referirse al producto en cuestión sin utilizarlas. No tiene mucho sentido pedir un Donut sin emplear este vocablo y pocos dicen “pan de molde” en lugar de “pan Bimbo”. Lo primero que viene a la cabeza como recurso para el cacharro en el que llevamos la comida es la voz fiambrera, que por efecto de lo que hoy estudiamos parece estar siendo relegada a segundo plano. ¿Es fiambrera sinónimo de Tupper? No. Tupperware es una marca que comercializa muchos tipos de recipiente: tanto los planos y alargados que utilizamos para meter lonchas de jamón como los que tienen forma semiesférica achatada, diseñados quién sabe para qué demonios, porque en ellos no cabe media sandía, ya que su base es plana. Como alternativa a Tupper y al derivado español táper podríamos proponer el tradicional tartera, porque el Diccionario de la Academia define este término como “Recipiente cerrado herméticamente que sirve para llevar los guisos fuera de casa o conservarlos en el frigorífico”, pero hay más opiniones. Algunos diccionarios muy respetados como el DEA o el Clave aconsejan la adaptación española táper, escrita en redonda y sin comillas. Dichos manuales defienden que el uso mayoritario de la palabra táper se ha impuesto sobre todos los demás.
 
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La máquina de vending

Publicado por Rafael Cerro Merinero el nov 3, 2014

Algunos de nuestros errores lingüísticos son repeticiones de lo que oímos a menudo. La desidia, el miedo a reaccionar contra una sandez que se pone de moda o la simple ósmosis de lo cotidiano son, frecuentemente, causas de la degeneración de nuestro discurso. Laxitud o temor nos impiden convertirnos en el niño de Andersen, un valiente que gritó que el emperador estaba desnudo y unos golfos los estaban estafando a todos por ruines. Hoy, ese niño gritaría “¡Unos imbéciles han dicho que han quedado ante la máquina de ‘vending!” y el artefacto volvería a ser una máquina de Coca Cola o de bocadillos. Los españoles hablaríamos en español.

Con o sin anglicismos, hay muchos ejemplos de errores y despistes que cualquiera puede cometer por simple influencia del entorno y de los medios de masas. Repasemos algunos.


Muffin (antaño magdalena)




New street smoking



Mejorando lo presente: si en presencia de una fémina alabamos la belleza de otra, no intentemos borrar nuestra muestra de mal gusto con el cliché “mejorando lo presente”. Con él estamos insistiendo en el mensaje “ella es más guapa y usted, la hembra del Minotauro”. Incluso si la señora es un vestiglo, la fórmula correcta es “mejorándolo lo presente”, que quiere decir “usted es más hermosa que aquélla más lejana”. “Mejorándolo lo presente” es difícil de pronunciar y, por eso, la palabra se acortó por haplología. La impudicia también fue un día impudicicia. En algunos lugares se dice cejunto en lugar de cejijunto debido al mismo fenómeno.


Volar por los aires: no se puede volar por muchos otros lugares. Sí es cierto que la redundancia refuerza mucho el significado de la frase.




Beware of the butano truck


En olor de multitudes: La expresión original quizá fuera “en loor de multitudes”, lo que quiere decir “en elogio de multitudes”. Pero “loor” degeneró en “olor”, quién sabe si porque el pueblo hablante se concienció de que las masas no eran precisamente fragantes. Hay demostraciones claras del hecho en las muchedumbres que siguen al Papa o en algunos usuarios del Metro de Madrid que fermentan a partir del mes de mayo. Auténticas tormentas para los sentidos. También puede que “en loor de multitudes” fuera simplemente un cultismo de uso anecdótico.


El cadáver de un muerto: escuchado en la radio. Sin comentarios.

Cambiar la caca: aun admitida por la Real Academia, esta expresión no parece ceñirse mucho a la lógica. Si, en lugar de quitar, cambiamos la caca, ¿de dónde sacaremos la necesaria para rellenar el pañal del niño por reposición?
 
Miedo al oxímoron
Publicado por Rafael Cerro Merinero el oct 21, 2014

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El oxímoron es una figura de la retórica que asusta un poco a algunos porque contiene una bomba lógica difícil de asimilar. Consiste en construir una expresión con dos conceptos de significado opuesto y por eso, en latín, se denomina contradictio in terminis. Imaginen que, hartos de escuchar a todas horas el pleonasmo salir hacia afuera, un día dijéramos salir hacia adentro.



Cuando el oxímoron está bien diseñado, la explosión genera un tercer concepto y la construcción se entiende, como en el ejemplo tradicional de oxímoron en poesía: un silencio atronador. Lejos de constituir un error, es tremendamente gráfico, como cuando se dice clamoroso silencio. Cualquier montañero de los que rescatamos alegremente de la sierra con cargo al erario encuentra coherente la expresión hielo abrasador, que Quevedo unió en un verso a fuego helado. Esto de juntar extremos no es tan raro: hoy, la gente llama punto álgido al momento más caliente de una negociación, pero álgido significaba inicialmente muy frío. La primera acepción de lívido es amoratado y la segunda, intensamente pálido. Supongo que porque el Diccionario se rindió a la calle. También hay algún oxímoron delirante de uso cotidiano como copia original.
 
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