Hilo lingüístico de Cotilleando

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Mear o hacer pis

Publicado por Rafael Cerro Merinero el ago 13, 2015

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Acabo de apagar la radio porque la locutora repetía mear con gran desparpajo y fluidez. La chiquilla habla así desde niña y no es capaz de distinguir el ámbito privado del ambón, ni el vocabulario íntimo del público. La educación está cambiando (un eufemismo de que está desapareciendo) y ahora la comunicación es popular y democrática. Cuando niños decíamos hacer pis, que hoy suena cursi. Más crecidos, utilizábamos el muy grueso mear, pero nunca fuera del ámbito de los billares y sólo si no había chicas. Creo que los locutores debemos decir en antena orinar. Miccionar está en el diccionario, pero no en la calle. Hacer aguas menores es sólo un cultismo que no se escucha en el uso real de la conversación.

Una conocida estrategia (lo que los cursis denominan ahora hoja de ruta) relacionada con la micción fue la del presidente argentino Hipólito Yrigoyen, que utilizaba con los reclamantes la táctica de la amansadora: hacía esperar durante horas a los opositores que venían a reclamar y decía a sus ayudas de cámara “que junten orines”. Gentes mayores y sabias de la Extremadura rural aún utilizan la expresión juntar orines, según he podido comprobar yo mismo sobre el terreno.

Ni siquiera quienes antaño vaciaban el orinal por la ventana en Madrid anunciaban meadas. Para advertir a los viandantes utilizaban el eufemismo “¡Agua va!”. Aquello no era agua, pero la gente lo esquivaba igual porque lo sabía. El abuso del eufemismo nos hace parecer pacatos, pero su uso discreto es señal de educación, lo mismo que ceder el paso a las señoras. Lo hacemos en cualquier sitio menos en las escaleras ascendentes, donde razones de exposición anatómica femenina lo desaconsejan severamente. Por supuesto que la ceremonia sólo es una convención, pero la vida también está hecha de algo tan abstracto como la elegancia.

Decir mear por la radio. En la estupenda película española Un franco, 14 pesetas, dos de nuestros emigrantes de 1960 ven en la Suiza alemana un cartel que reza “Lávese las manos”. Javier Gutiérrez dice: “Hay que ver estos suizos, ¿no? Para un cartel que tienen…¿y lo ponen en español?”. Carlos Iglesias le contesta con una sonrisa amarga: “Debemos ser los únicos que no nos lavamos las manos después de orinar”.
 
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Coaching and relax
Publicado por Rafael Cerro Merinero el ago 8, 2015

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Me invitan a asistir como periodista a un evento sobre “house coaching” y pregunto qué significa esto, porque conozco la sandez principal pero no esta nueva modalidad o matiz casero. Quiero saber qué voy a ver: si hay algo nuevo o si por el contrario asisto a una nueva orgía de anglicismos y gente en la onda. Recibo esta deliciosa respuesta escrita por la “marketing manager” de la agencia de prensa:

“¡Qué buena pregunta! Mira, un ‘coach’ es una especie de entrenador que te ayuda a conseguir tus objetivos en la vida, bien sean personales o profesionales. La mayoría de deportistas de élite y directivos lo tienen (sic: verbo en plural). Está muy de moda en EE.UU. Supongo que por eso aún el término aún no se ha traducido en español y se quedará así. En nuestro caso el ‘house coaching’ es una charla con una persona especializada en la materia que nos ayudará a conseguir los objetivos de amueblamiento y bienestar en función de nuestras necesidades, presupuesto y particularidades”.

O sea: un “evento sobre house coaching” significa que vamos a hablar con un vendedor de muebles.

Le pregunto a la ‘manager’ ésta sin tilde cómo podríamos hacer para hablar en español y no llamarle ‘coach’ al entrenador. Traga durante un momento larguísimo lleno de silencio y estulticia y entonces le sugiero llamarle ‘entrenador’ al entrenador, pero tampoco recibo respuesta. Llevo mucho en la comunicación y sé que una agencia de prensa es casi siempre el paraíso del esnobismo, la estupidez y el copia y pega. Tengo una compañera redactora que se queja precisamente en voz alta de que, ahora, las agencias le envían notas en un formato en el que no puede copiar y pegar. En lugar de redactar, que era lo que antaño hacían los redactores.

La palabra ya españolizada esnob, en su día seguramente un esnobismo traducido del inglés ‘snob’, quiere decir según el DRAE “persona que imita con afectación las maneras y opiniones de aquellos a quienes considera distinguidos”. No se trata de importar los anglicismos convertidos en necesarios por la evolución tecnológica o social, sino todos los que puedan hacer más exótico nuestro discurso y conseguir que muchos más lo entiendan menos.
La alusión y recurso de la carta al prestigio de misteriosas élites del deporte es contundente: observen que, cuando su cuñado se pone en manos de un dietista, jamás acude a uno normal de su barrio. Contrata a uno buenísimo que asesora a varios futbolistas del Atleti o que le ha quitado las lorzas a la hermana de Cristiano Ronaldo. Todo lo exótico es mejor que lo patrio, hasta el punto de que acabo de ver en Torrelodones una barbería que se llama ‘barber shop’.


En la ‘barber shop’ afeitan mucho mejor que en la barbería.

Los anglicismos molan. Eterna es la apelación a la moda, que permite algo maravilloso: actuar sin pensar jamás, solamente siguiendo al rebaño. El egregio es sospechoso. Lo más chic (galicismo) que se puede imitar no es lo francés, sino la moda yanqui, harto más exótica. Por ejemplo, seguro que esta costumbre de acudir en chándal hasta a las recepciones de La Zarzuela empezó en Minesotta.

Einstein pensaba que sólo dos cosas eran infinitas, el Universo y la estupidez humana, y dijo que de lo primero no estaba tan seguro.
 
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Coma y punto

Publicado por Rafael Cerro Merinero el jul 27, 2015

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Tiempo ha que alguien que estaba a un paso de diplomarse en Magisterio me contó cómo sus compañeros se habían levantado contra las comas en conato de sedición. Le hicieron saber a la profesora que no estaban dispuestos a arruinar sus currículos académicos por nimiedades como la ortografía y ella respondió al estilo español. O sea: dándoles un aprobado general al modo de la autoridad que rinde armas ante cualquiera que utilice la violencia o esté indignado. A diferencia de lo que ocurre en otros países, aquí se entiende que para estar cabreado con lo que hace alguien no hace falta encontrarse previamente orgulloso de lo que uno mismo ha conseguido. Ni siquiera tener razón en el cabreo. Vivimos en una sociedad de derechos sin obligaciones, de modo que para alcanzar la indignación basta con la aversión al poder o a los discrepantes y sobra cualquier componente de crítica constructiva. Exigir este último sería como pedirle al sindicalista que, antes de ponerse a repartir la riqueza, colaborase a crearla.

Antaño, coma significó crin. Hoy, se entiende que para formar a nuestros pequeñuelos en materia de Lengua serviría un caballo. Daría igual que el équido supiera o no lo que es la virgulilla, el trazo formado precisamente a semejanza de la coma y que corona la letra eñe.

Casi todos los jovenzuelos de aquella promoción que cito consiguieron su diploma y supongo que ahora andan deformando alumnos por España: la maestra les dio el aprobado general porque estaban en último curso sin ninguna posibilidad ya de formarse en ortografía. Ésta es una sociedad que puede describir oralmente lo que le ha ocurrido el día anterior, pero no tiene la menor idea de cómo escribirlo con corrección. Años después entrevisté en la radio a un sindicalista que me explicó que quería que, en la comunidad de Madrid, pesasen mucho más los puntos adquiridos por antigüedad que los cosechados por el mérito en el examen. Muy español: ésa es la mejor manera de no tener nunca dando clases a los que saben dónde se colocan las comas y una muralla prácticamente infranqueable para los jóvenes valores bien formados. Si sacas una notaza en el examen pero no sumas puntos por añejo, no serás profesor.

La coma es un signo ortográfico que, situado al pie de algunas palabras, desempeña tareas de secundaria importancia como conferir sentido a las frases o permitirnos llevar oxígeno a nuestros bronquiolos para que sigamos viviendo. La locución española sin faltar una coma significa con exactitud ocon textualidad. Pero algunos escritores la desprecian: salpimentan las comas al azar sobre el texto desde drones o las asperjan con difusores giratorios como los que riegan el césped cuando nos marchamos de la piscina. O, sencillamente, han prescindido de ellas. Ojalá sean sólo los alumnos preadolescentes los que ya no saben utilizar la coma, pero creo que ha llegado el momento de examinar también los textos de sus maestros.
 
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Tomar un brunch

Publicado por Rafael Cerro Merinero el jul 10, 2015

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He sufrido un ataque de ictericia porque he visto una oferta de brunch, pero no en el VIPS sino en el Guarro de mi barrio. En todos los barrios hay un Guarro y en todas partes se llaman guarros, vaya usted a saber por qué. La pizarrita del anuncio estaba junto a una vitrina en la que, desde hace millones de años, varios chorizos esperan el milagro de que alguien los extraiga de una gelatina en la que flotan como cadáveres arrojados al Ganges. El camarero con mancha axilar dice que es ‘aceitito rico’, pero parece ese ámbar del que Spielberg saca el ADN con el que luego fabrica dinosaurios.

Brunch. Vamos a terminar hablando en inglés porque se nos está licuando el cerebro. Dicen los esnobs que el brunch no es equivalente a nuestro desayuno de toda la vida porque el vocablo realmente es una mezcla anglófona entre desayuno y comida. Me da igual: teníamos almuerzo, que cubre ambas ingestas:

almuerzo.

(Del art. ár. al- y el lat. morsus ’mordisco’).

1. m. Comida que se toma por la mañana.

2. m. Comida del mediodía o primeras horas de la tarde.



Estamos empezando a cambiar de nombre hasta lo más vital. El desayuno es más sagrado en España que la eucaristía. La prueba es que no forma parte de nuestra gastronomía, sino de nuestro paisaje laboral. Lo primero que hace un español al llegar al trabajo no es trabajar, sino dejar sobre la mesa las llaves del coche (y antes uno de aquellos radiocasetes extraíbles enormes), acto que equivale a entrar en el seguro del parchís o al “¡Por mí y por todos mis compañeros!” de cuando jugábamos al rescate. A continuación, se larga al bar a practicar el TDCE o triple desayuno concatenado español. Éste consiste en que, cada vez que en el local penetra un conocido, nosotros pedimos tres porras más. Sospecho que las porras son sintéticas, porque el café termina pareciendo la costa de Alaska cuando se rompió el Exxon Valdez, hasta con pelícanos renegridos moribundos flotando en el petróleo. Toneladas de crudo en la leche de nuestra taza. Como es sabido, la legislación española prohíbe taxativamente desayunar en casa y por eso la colación matinal se realiza durante las horas de curro. Sólo termina a la hora a la que tenemos el primer brainstorming, cuyas características son éstas:

1: Parece una reunión y alberga gente reunida hablando, de modo que alguien que no estuviera en el ajo lo confundiría con una reunión. Pero se llama brainstorming y eso le da caché.

2: Es un encuentro de sordos en el que la gente habla sólo para escucharse.

3: Durante las intervenciones de los demás, los participantes preparan las alocuciones propias para que luego queden brillantes. Por eso, uno habla del bosón de Higgs y el otro contesta comentando el penar del pueblo kurdo.

Mi abuela decía que ni una reunión que dure más de media hora ni un hombre que no te haga reír a los diez minutos sirven para nada.
 
Me he acordado de una cosa que me da mucha rabia.
LIBIDO, la mayoría de la gente lo acentúa mal (LÍBIDO) y tengo que explicarlo siempre. Ni por esas, me siguen mirando como si yo estuviera equivocada:banghead:
 
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Han habido

Publicado por Rafael Cerro Merinero el jun 11, 2015

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Hoy se constituye el Parlamento autonómico valenciano. Leo que una de las protagonistas políticas de la autonomía, Águeda Micó, se define a sí misma –en valenciano- en Twitter como secretaria de organización del Bloc y responsable del área de organización de la coalición Compromís. Como suele hacer la gente sin formación, Águeda escribe con mayúscula los sustantivos que le parecen importantes en lugar de los nombres propios. De modo que escribe, por ejemplo, *Coalición o *Coalició. Observo que su lenguaje para los tuits es el valenciano.

Águeda ha tenido acceso a la universidad: es licenciada (ella escribe *Licenciada, también con mayúscula) en Derecho por la Universidad de Valencia y en Políticas por la Universitat Oberta de Catalunya, pero sus textos muestran que prácticamente no tiene formación en español, como una buena parte de nuestra clase política. No sé si ella muestra una gran competencia lingüística en valenciano. Es posible que haya decidido eliminar el castellano de su panoplia verbal.

El caso es que Valencia ha despertado hoy escuchando una de sus frases en la radio como el ejemplo lingüístico de uno de los mascarones de proa autonómicos: “*Han habido cambios de última hora…”. Hay meteduras de pata más o menos disculpables y hay barbaridades (como la confusión entre “a ver” y “haber”) inadmisibles porque no constituyen lapsus sino errores garrafales de estructura que indican que el hablante no tiene la menor idea de cómo debe construir frases. En esta segunda categoría debemos enmarcar éste de “*han habido”, propio de una clase cultural baja. Algunos alegarán en descargo de Micó Micó que “*han habido” es un regionalismo, pero lo cierto es que en esta estructura el verbo haber actúa como impersonal y no puede construirse jamás en plural. Podemos admitir este defecto lingüístico en una persona que empuja una carretilla, pero no en una cuyo trabajo exige hablar en público.

Nosotros no votamos al candidato político por formación ni por acervo cultural, sino por ideología. Y no sólo nosotros: Chesterton dijo que “Si no logras desarrollar toda tu inteligencia, siempre te queda la opción de hacerte político”. Pero, desde luego, colocar en el poder a los menos aptos es nuestro derecho y también nuestra tradición.

El lenguaje sirve para pensar, por lo que hablando mejor somos más libres. Especialmente, los parlamentarios y los concejales.
 
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Gazapos

Publicado por Rafael Cerro Merinero el jun 8, 2015

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“Bajando” en moto a Jerez descubrí un cartel glorioso. Estaba en la obra de azulejos de los aseos de un bar de carretera, en los que había urinarios de pie pero no retretes. Rezaba así: “Proibido cagar”. Tal cual; sin hache y, además, poesía pura. Pero el propietario sólo había intentado defenderse; alguien había dejado su huella y parte de su personalidad en algún urinario vertical.

UniCo, la Unión de Correctores, emprendió tiempo ha una cacería de gazapos con resultados verdaderamente divertidos. En un reportaje de viajes descubrió, hace muchos años, una cita de la conocida ciudad de Bucarezt. Además, UniCo capturó piezas tan valiosas como anuncios de paella mista y de rebuelto de ajetes (escrito sin hache por milagro), seguramente igual de sabroso. Tan rico como el habla del animal de bellota que lo había escrito. El cartel de un banco contiene una palabra no menos impactante en un anuncio de cuentas nómina: elije, impresa en el lujoso póster a todo color. Leemos la palabra garage por todas partes, lo mismo que la voz carnecería.

La cacería emprendida por los correctores se sumó a las fotografías enviadas por profesionales de toda España, en las que se podía leer desde una suprimida zona de hora, con ‘h’, hasta la prohibición de pecnortar que figura en un bar de carretera, y que debe de querer decir algo así como dormir mirando hacia el norte. Pecnortar es similar, por la creatividad de quien la engendró, a preveer, curiosa mixtura que combina los verbos prever y proveer y que seguramente significa abastecer de algo con antelación.

Otros vicios son el de omitir las tildes en los rótulos escritos en mayúsculas, que sí deben acentuarse, y el de escribir sustantivos comunes que empiezan por mayúscula en medio de las frases: “Madrid recicla todo tipo de Vidrio”.

Los epitafios también son terreno fértil para el cazador de gazapos. UniCo descubrió una lápida datada en 1847 que rezaba “Aquí descanzan las frías cenisas de doña Francisca”. La buena mujer lleva ciento sesenta y cinco años revolviéndose en su tumba.
 
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Vinistes

Publicado por Rafael Cerro Merinero el may 20, 2015

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Los redactores del servicio público de radio, televisión e Internet del Reino Unido, la BBC, tienen fama de practicar un inglés ejemplar. Los periodistas de aquí gozamos de un prestigio similar referente al español, aunque invertido: lo correcto es no imitarnos. Mi condición de redactor me da la oportunidad gozosa de convivir con gente que me facilita ejemplos cotidianos de aberraciones gramaticales. Perlas que esquivar. Les refiero las tres más recientes que demuestran que, mientras su cuerpo permanecía en el aula durante las clases de redacción sufragadas con dinero público, mi compañera vivió una vida astral paralela en un lugar remoto y feliz en el que no se contaminaba con ningún conocimiento.

Más mayor: para comparar basta con mayor…que es precisamente un comparativo que no necesita el adverbio más. Quiere decir más grande que omás viejo que. La palabra que expresa un sentido opuesto a pequeño no es mayor, sino grande. Debemos decir sencillamente Pepito es mayor que Juanito y no *Pepito es más mayor que Juanito, ya que jamás afirmaríamos que *Pepito es más menor que nadie. Nuestros mayores también son nuestros ancestros, pero éstos tampoco son más antepasados ni menos antepasados que ninguna otra persona. El diccionario de la Real Academia recoge el sintagmaacemilero mayor, que designa al jefe del oficio de la acemilería. Una acémila no es un redactor, sino una bestia de carga. Una mula, vamos.

Vinistes: periodistas, contertulios, diputados y otros coyotes agregan a menudo una s a la segunda persona del singular del pretérito de indicativo. Esto difunde ese uso lingüístico de pesadilla a través de la tele resulta incorrecto y no se ajusta a la conjugación actual, aunque sí estuvo presente en formas arcaicas del español. No se dice *hicistes,*saltastes, *bebistes ,*te embrutecistes ni *te envilecistes. También es monstruoso el vocativo *oyes.





En lugar de decir *oyes es preferible chistar a las personas como a las bestias, o emitir un regüeldo o cualquier otro sonido llamativo que pueda atraer la atención de los demás.

A una mala: creo que esta pesadilla sustituye a la expresión correcta en el peor de los casos en el habla de la gente que no ha tenido contacto con los libros.
 
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Catástrofe humanitaria, no

Publicado por Rafael Cerro Merinero el abr 26, 2015

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El terremoto de Nepal no es una catástrofe humanitaria porque ésa es una expresión absurda. Un desastre puede ser cualquier cosa menos humanitario, porque humanitario significa precisamente benigno. Los periodistas los machacamos a ustedes con esta incorrección cada vez que se produce un desastre. En primer lugar, porque no encontramos una alternativa para referirnos a un cataclismo que hace un daño enorme a muchas personas. En segundo lugar, porque nos hemos acostumbrado a copiar y pegar en lugar de trabajar, lo que multiplica la difusión de los tópicos fusilados. En tercer lugar, porque la preparación del periodista medio es paupérrima: hace sólo veinticinco años contrastábamos con un diario si un vocablo era correcto, pero ahora abundan las faltas de ortografía hasta en las primeras. La sociedad española se ha acostumbrado al postulado “para periodista sirve cualquiera” y tarde o temprano lo pagará caro. Evidentemente no somos tan importantes como los médicos, pero también es cierto que una democracia no puede permitirse prescindir de los informadores cualificados; estamos precisamente para protegerla.

Para lo que no nos han formado como periodistas es para repetir sandeces. Otra tan omnipresente como la de la catástrofe humanitaria es ésa delaccidente fortuito. Estaría bueno: si no es casual, no es un accidente. Procede igualmente del copia y pega que evita a los redactores el enojoso esfuerzo de…redactar.

Más curioso es el neologismo *preveer, curiosa mixtura entre los verbos proveer y prever. Si se refiere a reunir lo necesario para un fin, pero con la debida anticipación, es un híbrido morfológico y semántico. Quizá podamos admitir que la gente diga esto en la calle, pero no es admisible leerlo en el papel ni en la tableta. Las facultades de periodismo están para algo y la gramática, también. El verbo correcto, prever, está formado por el verbo ver y por el prefijo pre. Significa “ver antes”. Peor todavía es el vulgarismo *preveyer. No se puede decir *preveyendo ni *preveyera. Las formas no aberrantes equivalentes son previendo y previera.
 
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Poner en valor

Publicado por Rafael Cerro Merinero el abr 19, 2015

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Una hoja de ruta es un documento con incidencias de un viaje, lo que no resulta óbice para que parlamentarios, periodistas y otros enemigos de la gramática digamos hoja de ruta a la menor oportunidad de demostrar que estamos al día. Lo repetimos como guacamayos cada vez que alguien planea hacer algo, especialmente si es un político. Para eso teníamos estrategia,táctica o sencillamente plan, pero alguien inventó esta cursilada de la hoja de ruta. Ya había dicho el padre Feijoo aquello de que siempre la moda estuvo de moda. Lo mismo ocurre con el último tic del lenguaje de la tele, poner en valor. Fundéu considera adecuada la expresión porque incluye un matiz de reivindicación respecto a las expresiones tradicionales como valorar. Me inclino ante la sapiencia de sus lingüistas, pero una cosa es adecuación y otra saturación. Antes decíamos valorar, destacar, reivindicar y subrayar para referirnos a reconocer la importancia de algo; el cliché poner en valor ha eliminado todas esas palabras y leerlo hasta en las letritas de la sopa y escucharlo a todas horas cansa. Donde antes decíamos que alguien cansabaahora aparece inevitable la vulgaridad es cansino. No: cansino es el que muestra cansancio en sí, no el que agota a otros. De un pesado decíamos sencillamente que era cansado. Ahora no nos acostamos sin haber oído eso de cansino un par de veces. Es lo que hay.

¿Qué quiere decir es lo que hay? Muy poco. Es una manera grosera de expresar que el interlocutor debe tragarse una rueda de molino tal y como se la colocamos ante los belfos. Cuando nos ofrecen un salario magro, la expresión estúpida es lo que hay se transforma en la chulesca son lentejas, que quiere decir que ganaremos, sin negociar, lo que anuncie la primera oferta del empleador. Vivimos un momento laboral duro. Eso no quiere decir que tengamos que aguantar cada día zafiedades como “ta la cosa mu malita”. El discurso puede influir en la realidad y oscurecerla más aún. La obviedad del optimista agota, pero la del pesimista desespera.
 
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